Capítulo 2

Unos minutos después de que todos los pasajeros terminaran la cena, las luces de la zona de primera clase se atenuaron y la mayoría de los que allí viajaban aprovecharon la oportunidad para dormir un poco. Por la diferencia horaria, iban a llegar a Nueva York poco después de las seis de la mañana, justo al comienzo de un nuevo día.

Sin embargo, en aquellos momentos, Lily quería que la noche durara para siempre. Aidan y ella habían compartido una botella de champán durante la cena y, para su sorpresa, se sentía increíblemente relajada. Sospechaba que, además del alcohol, la compañía tenía mucho que ver con su estado de ánimo.

La conversación que mantuvieron durante la cena fue ligera, jovial. Lily fue tejiendo cuidadosamente su red de misterio alrededor de su atractivo compañero de viaje. Él la había besado. Evidentemente, también se sentía atraído por ella y ese pensamiento le daba la confianza que Lily necesitaba para seguir con su «experimento».

Si esperaba tener una vida social, iba a tener que aprender a funcionar como lo hacían otras mujeres de Los Ángeles. Necesitaba poder utilizar sus poderes de seducción para conseguir lo que quería. Después de todo, la competencia que habría por los hombres como Aidan Pierce sería muy dura. Lily sabía que probablemente jamás podría competir por un hombre como él en el mundo real, pero, en aquellos momentos, Aidan estaba sentado a su lado, acariciándola y besándola.

Aunque él sentía curiosidad por la vida de ella, no le preocuparon en lo más mínimo sus evasivas respuestas. Si le decía la verdad sobre quién era y sobre lo que hacía, sólo conseguiría poner de manifiesto una cosa: que su vida era muy aburrida.

Sin embargo, Aidan no se mostraba en absoluto renuente a hablar de su propia vida. La entretuvo con historias sobre sus viajes. Había recorrido gran parte del mundo y había permanecido en lugares exóticos sobre los que ella sólo había leído. Cuando habló de Tahití, Lily realizó un comentario sobre las playas y no corrigió a Aidan cuando él dio por sentado que ella también había estado allí. Cuando fue él quien preguntó, Lily se limitó a decir que había visitado muchos lugares exóticos e interesantes en el mundo.

– Aún no me has dicho cómo te ganas la vida -dijo él.

Lily dio un sorbo de champán y trató de sonreír con picardía.

– Escribo -respondió. Era cierto. Al menos, se trataba de una versión simplificada de la realidad-. ¿Y tú?

Él pareció sorprendido por la pregunta. Por supuesto, Lily sabía exactamente a qué se dedicaba él, pero iba a fingir que lo desconocía. ¿No añadiría este hecho un poco más de misterio a la atracción que había entre ellos?

– Olvídate de esa pregunta -añadió rápidamente-. No hablemos de trabajo…

Lo estudió durante un largo instante. Había otra pregunta sobre la que necesitaba obtener respuesta.

– ¿Estás casado? -le preguntó. Sabía que no lo estaba, pero podría tener una relación que aún no hubiera aparecido en la prensa.

– No. ¿Y tú?

– No -admitió ella-, pero no hablemos tampoco sobre nuestras relaciones sentimentales.

– Así que no podemos hablar de trabajo ni de relaciones sentimentales. ¿Qué nos queda?

Lily sonrió.

– No lo sé. Háblame de tu infancia.

Él le tomó la mano derecha y estudió cuidadosamente los dedos. Entonces, se llevó la mano a la boca y comenzó a besar las yemas de todos los dedos. Ningún hombre le había hecho eso nunca, y le pareció muy provocativo.

– Yo tuve una infancia normal -dijo él-. Nada anormal ni traumático. ¿Y tú?

Lily dudó. Jamás hablaba sobre su infancia, ni siquiera con Miranda. Había conseguido enterrar todos sus sentimientos tan profundamente que ya casi ni la afectaban.

– La mía fue idílica y perfecta -mintió-. Siguiente tema. ¿Cuál es tu color favorito?

– El azul. ¿Y tu postre favorito?

– El pastel de merengue de limón -replicó Lily-. ¿Tu lugar favorito para pasar unas vacaciones?

– Tu boca -murmuró él.

Lily se quedó helada. Trató desesperadamente de encontrar una respuesta ingeniosa. ¡Ningún hombre le había hablado antes de aquella manera! Apartó la mirada, esperando encontrar así la inspiración, pero Aidan le agarró la barbilla y la obligó a mirarlo.

– ¿Y el tuyo? -preguntó.

– El cuarto de baño de primera clase del avión que realiza el vuelo entre Los Ángeles y Nueva York -respondió tratando de que no se le quebrara la voz.

Lo había dicho. Ya no había vuelta atrás. Lily acababa de convertirse en una mujer excitante e interesante, en una aventurera, en la clase de mujer que podía seducir a un hombre como Aidan. En la clase de mujer que él desearía.

– ¿Piensas regresar allí en un futuro no muy lejano? -preguntó él. Extendió la mano y levantó el reposabrazos que se interponía entre ellos. Entonces, la agarró por la cintura y se la sentó en el regazo.

Lily miró a su alrededor para ver si alguien se había dado cuenta, pero Aidan le enmarcó el rostro entre las manos y la obligó a mirarlo a él.

– No te preocupes. Están todos dormidos.

– ¿Has hecho esto antes?

– Nunca -dijo él-, pero no te puedo decir que no se me haya pasado por la cabeza durante algún vuelvo especialmente aburrido. Normalmente tengo que sentarme junto a hombres de negocios o abuelas.

Le rodeó las caderas con un brazo mientras que levantó la otra mano para enredársela en el cabello. En esa ocasión, cuando la besó, lo hizo con facilidad, con perfección, como si ya hubiera memorizado los contornos de la boca de ella y supiera perfectamente lo bien que encajaban juntos. Lily se relajó entre sus brazos, disfrutando del modo en el que la besaba. Siempre había pensado que los besos eran algo a lo que se le daba demasiado valor, pero acababa de darse cuenta de que jamás la habían besado de verdad, al menos nunca lo había hecho un hombre que tomara en serio sus deseos.

Con cada movimiento, sentía cómo el deseo de Aidan se iba haciendo cada vez más desesperado. Se movió suavemente sobre él. Aidan gimió. Envalentonada por aquella respuesta, Lily le colocó una mano sobre el muslo. Con la otra, le abrió la camisa y comenzó a besarle el torso. Jamás se había mostrado tan descarada con un hombre, pero le gustaba. Ya no estaba en el mundo real. Se encontraba atrapada dentro de sus fantasías. No tenía que pensar antes de actuar. No había reglas ni límites.

Se colocó la mano sobre los botones de su blusa, pero él se los apartó. Comenzó a tirar de la tela hasta que dejó al descubierto la curva de uno de los hombros. Entonces, le mordió justo debajo de la oreja. El cálido aliento de su boca le acarició la piel. A continuación, él deslizó los labios hasta un punto que quedaba justo entre ambos senos.

– Tienes demasiada ropa puesta -murmuró.

Lily se levantó y sacó un par de mantas del compartimiento superior. La cabina estaba oscura y silenciosa y las azafatas estaban ocupadas en la zona reservada para ellas. Lily volvió a sentarse y le entregó una manta.

Aidan rió suavemente. Entonces, volvió a sentarse a Lily sobre el regazo.

– Ahora me estoy empezando a preguntar si tú sí que has hecho esto antes -susurró. Los cubrió a ambos con la manta y comenzó a desabrocharle los botones de la blusa.

Lily lo miró a los ojos. De repente, se sintió muy mareada, pero contuvo el aliento y le impidió ir más allá.

– Creo que necesitamos un poco más de intimidad -musitó-. Te espero en el cuarto de baño. Espera un par de minutos antes de seguirme.

Se volvió a abrochar la blusa y se levantó. Entonces, se dirigió hacia el cuarto de baño. Una azafata la vio y se apresuró a preguntarle:

– ¿Necesita algo?

– No. Estoy bien -respondió ella.

La azafata asintió y regresó al lugar del que había salido. Lily se encerró en el cuarto de baño y apoyó los brazos sobre el lavabo. Ya no había vuelta atrás. Si le quedaba alguna inhibición, necesitaba deshacerse de ella lo antes posible. Tembló de la cabeza a los pies. Entonces, respiró profundamente y se miró en el espejo.

Lo que más le sorprendía era que no tenía miedo. Se había pasado la mayor parte de su vida temiendo una cosa u otra. Tal vez fuera el alcohol o la altura o un entorno tan poco familiar, pero sabía exactamente lo que quería sin dudas ni inseguridades.

Tal vez fuera Aidan. Él se había mostrado encantador y atento. La había tratado como si ella fuera la mujer más seductora que hubiera conocido jamás. Resultaba fácil seducir a un hombre que quería que lo sedujeran. Contuvo el aliento. Había seguido los consejos de su libro y por fin tenía a un hombre dispuesto a todo con ella, pero, ¿estaba preparada para llegar hasta el fin?

Unos segundos después, Aidan llamó a la puerta. Sin pensárselo dos veces, Lily abrió. Deseaba a aquel hombre. No había razón alguna para negarse sus necesidades ni sus fantasías.


Aidan cerró la puerta a sus espaldas. El sonido que se oyó fue como el disparo que marca el inicio de una carrera. Los dos comenzaron de inmediato a besarse, a acariciarse. Lily le agarró la camisa por el bajo y se la sacó por la cabeza. Instantes después, Aidan terminó de desabrocharle la blusa y se la bajó por los brazos.

Tiro de Lily hacia sí. Encontró inmediatamente la boca y le enredó los dedos en el cabello. Por fin piel contra piel bajo la brillante luz que había encima del lavabo. Aidan se apartó de ella durante un momento para mirarla a los ojos y, en aquel instante, estuvo seguro de que Lily era la mujer más hermosa que había conocido nunca.

¿Cómo era posible que algo así estuviera ocurriendo de verdad? Cuando se montó en el avión, había esperado disfrutar de un vuelo rutinario, que pasaría durmiendo, leyendo o viendo una película. Sin embargo, en aquellos momentos, estaba encerrado en un minúsculo cuarto de baño desnudando a una desconocida.

Los labios de Lily estaban húmedos de sus besos. Tenía el cabello revuelto y la respiración acelerada. Aidan apretó la frente contra la de ella y le acarició suavemente el hombro. Entonces, hizo lo mismo con el pecho. Cuando por fin llegó a uno de los senos, se lo cubrió con la mano.

Todo en ella era natural y eso incluía unos pechos perfectos. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que tocó a una mujer de verdad y por ello la perspectiva de hacerle el amor le resultó muy excitante.

No era sólo su aspecto. Todas las reacciones de Lily eran sinceras, naturales. Con otras mujeres, se sentía como si sus respuestas estuvieran diseñadas exclusivamente para incrementar el placer de él. Gemidos, suspiros, frenéticos susurros… Todo parecía formar parte del guión de una película pornográfica. Cuando tocaba a Lily, ella temblaba. Cuando le mordía suavemente el cuello, ella contenía la respiración. Cuando ella sentía placer, suspiraba.

Aidan le deslizó los dedos por debajo del sujetador y comenzó a acariciarle el pezón con el pulgar. Ya estaba erecto. La agarró con fuerza por la cintura y la obligó a darse la vuelta. Entonces, se sentó y se la colocó entre las piernas. El vientre de Lily era muy suave, su piel como la seda. Levantó las manos y le bajó los tirantes del sujetador. Ella se cubrió los senos con los brazos, pero Aidan le capturó suavemente las manos con las suyas.

– Eres muy hermosa -murmuró-. Deja que te toque…

Otro pequeño gemido se le escapó de la garganta cuando él le rozó un pezón con los labios a través de la tela del sujetador. Todo a su alrededor pareció disolverse en una suave bruma. Aidan era consciente de los sonidos del avión, del zumbido de la luz fluorescente, del movimiento de las aspas del ventilador que había sobre sus cabezas, del rugido ahogado de los motores. Sin embargo, toda su atención se centraba en el cuerpo de Lily y en el placer que ella estaba experimentando.

Le deslizó las manos por las caderas y le levantó la falda. Entonces, apretó el rostro contra la calidez de su cuerpo y le besó dulcemente el vientre al tiempo que inhalaba el dulce aroma que emanaba de ella.

Lily le deslizó las manos sobre el torso con dedos temblorosos. Parecía sentirse abrumada por el tacto del cuerpo de Aidan bajo sus manos. Tenía las mejillas arreboladas y la respiración entrecortada. Aunque él estaba seguro de que Lily había estado con un hombre antes, le parecía que todo aquello era nuevo para ella.

– ¿Has hecho esto alguna vez antes? -le preguntó. De repente, necesitó saberlo.

Ella negó con la cabeza.

– No.

Aunque había aprendido a dudar de lo que normalmente salía de la boca de una mujer, Aidan sentía que podía confiar en Lily. Cubrió los dedos de ella con los suyos y se apretó la mano contra el corazón.

– Yo tampoco.

Lily sonrió suavemente, como si le agradara que él lo hubiera admitido de aquella manera tan natural. Aidan se puso de pie y la tomó entre sus brazos para volver a encontrar los labios de ella. Se tropezaron mientras trataban de encontrar una postura más cómoda. Los pies se les enredaban constantemente. Completamente frustrado, Aidan le rodeó la cintura con las manos y la levantó para colocarla sobre el borde del pequeño lavabo. Le agarró las piernas y se las colocó alrededor de la cintura. Entonces, se perdió en el sabor de la boca de Lily. Ella levantó las manos por encima de la cabeza para ofrecerle su cuerpo. Aún tenía la blusa enredada en las muñecas.

Aidan sabía que no podrían permanecer mucho tiempo en el cuarto de baño, pero no quería darse prisa. Había acudido preparado. Había sacado un preservativo de su bolsa de viaje antes de seguir a Lily al cuarto de baño.

Se tomó su tiempo. La besó profundamente. Le deslizó la mano por debajo de la cinturilla de la falda y sintió cómo ella se arqueaba contra él. Aún estaban vestidos, pero resultaba evidente adonde se dirigían.

Instintivamente, él comenzó a moverse contra ella. Su erección frotaba su tierna intimidad. Se alegraba de la barrera que existía entre ellos. Sin ésta, habría estado demasiado cerca del clímax. Lily se apoyó sobre los brazos y echó la cabeza hacia atrás.

– Dime lo que quieres -dijo él. Le levantó una pierna contra la cadera. De repente, el contacto entre ambos se hizo mucho más íntimo-. ¿Esto?

– Oh, sí -suspiró Lily, temblando al hablar.

Al principio, ella pareció estar tan centrada en lo que él le estaba haciendo que casi no se movía. Entonces, le rodeó con sus brazos y le agarró el trasero para poder acercarlo aún más íntimamente a ella. La tela de los pantalones de Aidan creaba una deliciosa fricción contra su miembro viril. Él se consideraba bastante experto en los asuntos de alcoba, capaz de dar placer a una mujer de cien modos diferentes antes de entregarse a sus propias necesidades. Sin embargo, cuando Lily lo tocaba, se sentía como si estuviera con una mujer por primera vez en su vida.

¿Se debería aquella sensación al hecho de estar haciendo algo completamente prohibido? ¿Estaba ya tan hastiado del sexo que sólo le excitaba lo que fuera diferente o acaso Lily tenía algo que hacía que ella fuera diferente de las otras mujeres con las que había estado hasta entonces? Casi no la conocía, pero se sentía como si el destino hubiera tenido un motivo para hacer que sus caminos se cruzaran.

Cuando ella le deslizó la mano por debajo de la cinturilla del pantalón, lanzó un gruñido. Estaba ya muy cerca, pero no por ello dejaba de controlar su deseo. Quería perderse en ella, pero, en ese momento, comprendió que no importaba cómo ni dónde se aliviara.

Aquélla no sería la última vez que compartirían una experiencia así. Aidan no tenía intención alguna de dejarla marchar cuando salieran del aeropuerto. Volvería a seducirla y no sería en un minúsculo cuarto de baño de un avión, sino en una cama grande y suave.

Lily enterró el rostro en la cuna del cuello de Aidan y le mordió suavemente mientras ambos seguían moviéndose uno contra el otro. Para su sorpresa, el cuerpo de Lily comenzó a temblar entre sus brazos. El sonido del orgasmo que ella estaba experimentando se ahogó contra la piel de Aidan.

Él se quedó asombrado, igual que, aparentemente, se sentía Lily. La miró y vio que tenía los ojos abiertos de par en par, completamente atónita. La besó suavemente y ella se fundió contra él. Aún tenía la respiración acelerada.

– ¿Cuánto tiempo crees que podemos permanecer aquí antes de que venga alguien a llamar a la puerta? -susurró él.

– Yo no creo que debiéramos irnos ya -dijo ella-. Aún no… Aún no hemos terminado, ¿verdad?

Aidan miró el reloj.

– Aún nos quedan dos horas para aterrizar. Se pueden hacer muchas cosas en dos horas.

– ¿Como cuáles? -le provocó ella.

– Todo lo que quieras. Estoy a tus órdenes.

Lily sonrió levemente.

– Oh, un esclavo. Una de mis fantasías hecha realidad. Bésame, esclavo…

Aidan gruñó. Entonces, le mordió suavemente el labio inferior.

– Prefiero ser ayudante de esclavo.

Ella se echó a reír. Entonces, apretó la boca contra la de él en un delicioso beso. Sin embargo, el placer que estaba experimentando en aquel momento duró muy poco. Un brusco movimiento hizo que Aidan perdiera el equilibrio. Él tuvo que extender las manos para tratar de no caerse. Se sujetó como pudo contra la puerta.

Cuando miró a Lily, vio que ella tenía los ojos abiertos de par en par con una expresión de terror reflejada en ellos.

– ¿Qué ha sido eso?

– Me ha parecido que se movía la tierra -bromeó él. Sin embargo, ella no sonrió con la broma-. No te preocupes. Sólo ha sido una pequeña turbulencia.

El avión volvió a agitarse violentamente. En esta ocasión, el movimiento fue lo suficientemente brusco como para lanzar a Aidan hacia delante. Se golpeó la cabeza contra una afilada esquina que había encima del lavabo. Se le escapó una maldición de los labios.

– Mierda. Eso me ha dolido.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Lily.

Aidan se miró en el espejo por encima del hombro de Lily.

– Creo que estoy sangrando.

Lily le agarró por la barbilla y le miró el arañazo que tenía en la frente. Entonces, se inclinó y tomó una toalla de papel del dispensador. Sin embargo, cuando trató de girarse un poco para pulsar el grifo del lavabo, notó que no podía moverse.

– Ahora siéntate tú y yo me pondré de pie.

Aidan hizo lo que ella le había pedido, pero una tercera sacudida la envió a ella de nuevo entre sus brazos.

– Tal vez ésta sea la fantasía de todos los hombres, pero la logística de hacerlo en un sitio como éste es muy complicada -comentó él. Tenía su erección apretada contra la suave carne del vientre de Lily.

– Señoras y caballeros, les habla el capitán. Nos hemos encontrado con una zona de inestabilidad, por lo que les rogamos que permanezcan en sus asientos con los cinturones de seguridad abrochados. Vamos a probar una altitud diferente para ver si podemos continuar con el vuelo sin incidencias.

– ¿Zona de inestabilidad? ¿Que significa eso? -preguntó Lily.

– Significa que es mejor que nos vistamos y que regresemos a nuestros asientos antes de que vengan a buscarnos -musitó él. Debería sentirse desilusionado de que todo fuera a terminar tan rápidamente, pero él estaba dispuesto a esperar.

En cuanto aquel maldito avión aterrizara, encontraría un lugar tranquilo e íntimo en el que poder disfrutar del cuerpo de Lily todo el tiempo que quisiera. Hasta entonces, tendría que convencerse de que aquel vuelo era tan sólo el principio y no el final.


Lily trataba de abrocharse el cinturón de seguridad. Parecía negarse a engancharse adecuadamente. El corazón le latía con fuerza en el pecho y parecía que le resultaba imposible respirar. Los movimientos del avión eran tan bruscos, que prácticamente estaba saltando en el asiento. Durante un instante, pensó que se iba a desmayar, pero, en aquel momento, Aidan se sentó a su lado.

Habían conseguido volver a vestirse, aunque les había costado bastante con las turbulencias y el espacio tan pequeño en el que se encontraban. Lily había salido del cuarto de baño en primer lugar y él la había seguido un minuto después.

Al ver lo que le ocurría, él le abrochó rápidamente el cinturón antes de ocuparse del suyo.

– No te preocupes -le dijo, rodeándole los hombros con el brazo-. Todo va a salir bien.

– Parece que el avión se está cayendo -susurró ella. Miró por la ventanilla-. Está lloviendo y hay relámpagos. ¿Y si nos cae un rayo encima? Una vez oí que esto le había ocurrido a un avión.

– ¿Qué ocurrió?

– No me acuerdo. Tal vez lo he olvidado a propósito. Debió de tener consecuencias muy graves…

Tenía un nudo en el estómago. Se sentía como si fuera a vomitar. Buscó la bolsa para hacerlo en el bolsillo del asiento anterior y se la colocó contra el pecho.

– Debería haberme ido en tren…

– Entonces no me habrías conocido.

– Odio esto. Odio esto. Odio esto… El año pasado, cuando volaba hacia París, el avión perdió un motor.

– Un avión puede volar perfectamente con un solo motor.

– No lo comprendes. Se cayó del avión, al mar…

Trató de tranquilizarse. El miedo a morir se estaba apoderando por completo de ella. Intentó pensar en otras cosas, como lo que acababa de ocurrir en el cuarto de baño. Se le puso la piel de gallina al recordar las caricias de Aidan, el contacto caliente y firme de su cuerpo contra el de ella. Esos pensamientos la hicieron sentirse aún más nerviosa. Entonces, recordó su reacción. Había tenido orgasmos con otros hombres, pero nunca antes tan rápidamente. Si no hubiera sido por las turbulencias, podrían haber seguido con lo que estaban haciendo y ella podría haber experimentado de nuevo aquellos placeres.

– ¿Estabas en ese vuelo? Me enteré de lo ocurrido. ¡Madre mía! ¡Qué miedo debiste pasar! -dijo Aidan antes de darle un beso en la sien-. Sin embargo, ¿qué probabilidades hay de que eso vuelva a pasar? Deben de ser muy pequeñas. De hecho, deberías sentirte contenta de que te ocurriera algo así. Ahora, ya no tienes posibilidad alguna de que te vuelva a ocurrir.

Lily lo miró. Era un buen hombre. Habría sido mucho más fácil seducir a un hombre que no fuera tan agradable, a uno que tuviera una actitud algo machista o que contara con una opinión demasiado exagerada sobre sí mismo. Sin embargo, Aidan… Resultaría mucho más difícil olvidarlo.

– Tal vez te pudiera ayudar en algo ese libro tuyo -sugirió él-. ¿Te gustaría que te leyera un poco?

– Claro -murmuró ella. Señaló el bolso que tenía debajo del asiento. El sonido de su voz había logrado calmarla un poco. Si conseguía centrarse en eso, tal vez no tendría tanto miedo.

– Debes de pensar que soy patética.

– Todos tenemos nuestros miedos.

– ¿A qué le tienes miedo tú?

Aidan sonrió.

– No voy a contártelo. Me he esforzado demasiado en hacerte creer que yo era un macho.

– Cuéntamelo -insistió ella.

– A las serpientes -admitió Aidan-. Y a los murciélagos. Tampoco me gustan demasiado ni las arañas ni los ciempiés. De hecho, trato de evitar todo lo que pueda matar a una persona con una picadura.

– Un murciélago común puede comerse más de seiscientos mosquitos en una hora -comentó ella. En el momento en el que pronunció estas palabras supo que había cometido un error-. Yo… yo… Hice un estudio sobre murciélagos cuando era niña. Resulta muy extraño cómo una se acuerda de cosas así cuando está a punto de morir…

Lily lanzó un gruñido. Tal vez debería rendirse. No le resultaba tan fácil representar el papel de seductora. Sin embargo, a algunos hombres les excitaba la inteligencia, ¿no?

Aidan extendió la mano y tomó el bolso. Entonces, sacó el montón de libros de autoayuda que ella llevaba para poder volar.

Conquista tu miedo a volar -dijo.

– Ése no vale para nada.

– Aquí está el del título tan complicado.

– Aerofobia -dijo Lily- es el miedo a volar.

– ¿Y cómo se llama el miedo a las palabras muy complicadas?

– Logofobia. En realidad, eso es sólo el miedo a las palabras en general, no sólo a las que son muy complicadas. Aritmofobia es el miedo a los números. Grafofobia es el miedo a la escritura -explicó ella. Aidan la miró durante un largo instante. Demasiados conocimientos nunca eran nada bueno-. Algunos de estos datos simplemente se me escapan -añadió con una carcajada-. No sé por qué me acuerdo de ellos, pero es así.

– ¿Y qué me dices de éste? Diviértete volando. ¿Y éste de Volar sin miedo? -comentó Aidan. Tomó otro libro-. ¿Y el de…?

Al notar que se quedaba en silencio, Lily se giró para mirarlo. Aidan tenía entre las manos un ejemplar de…

– Cómo seducir a un hombre en diez minutos -leyó él-. Éste parece interesante -añadió. Comenzó a hojear las páginas.

– Es… No es lo que tú te piensas -dijo Lily. Frunció el ceño y le quitó inmediatamente el libro-. ¿Qué es lo que piensas?

– ¿Que esto no ha sido una experiencia espontánea? ¿Que te montaste en este avión dispuesta a seducir a alguien y resultó que yo era el que estaba más a mano?

Lily buscó un modo de explicarse y de hacerle comprender. Él no era una especie de rata de laboratorio en un extraño experimento sexual.

– Ese libro… ese libro es mío.

– Ya lo sé. Lo tenías en el bolso.

– Lo que quiero decir es que lo escribí yo. Es mío. Yo soy…

– ¿Tú eres Lacey St. Claire?

– Sí -respondió. Abrió el libro y señaló las notas que había realizado en los márgenes-. ¿Ves? Sólo estaba tomando notas por si acaso hacen una segunda edición.

Aidan sacudió la cabeza con incredulidad.

– ¿Me ha seducido una mujer que ha escrito un libro sobre seducción?

– En realidad, creo que fuiste tú el que me sedujo a mí.

– No. Yo estoy seguro de que fue al revés. ¿Haces esto a menudo?

– ¡No! -exclamó Lily inmediatamente. Tal vez estuviera fingiendo ser una seductora, pero no era una casquivana-. ¡No! Nunca. Es decir, he estado con hombres, pero no tengo por costumbre seducir a desconocidos.

– Es decir, que yo, en vez de ser la regla, era la excepción.

– Sí -dijo ella, agradecida de que Aidan, por fin, estuviera comenzando a ver la verdad-. La mayor parte de lo que he escrito en ese libro proviene de estudios científicos, no de experiencias propias. Se trata de fisiología básica. De la atracción entre hombres y mujeres.

– ¿Los científicos realizan estudios sobre seducción? Vaya, te aseguro que, si lo hubiera sabido, habría elegido esa asignatura en la universidad.

– El estudio de la sexualidad humana es un campo muy importante. De este modo, se pueden predecir los comportamientos.

Aidan recuperó el libro y lo examinó detenidamente.

– Entonces, ¿cómo te llamas de verdad? ¿Lacey o Lily?

– Lily. Lacey es mi pseudónimo. Así puedo proteger mi intimidad.

– Sí. Ya veo por qué. Diez minutos. La mayoría de los hombres sólo necesitan dos o tres para estar completamente listos.

– ¿Estás enfadado?

Aidan negó con la cabeza. Mientras leía la contraportada, frunció el ceño.

– No. Yo diría que confuso es una definición mejor de cómo me encuentro -contestó-. Tal vez incluso un poco desconcertado.

Lily le agarró de la mano.

– No tienes por qué. Yo no me arrepiento de nada. ¿Y tú?

– Tú eres la experta en seducción. Tendrás que decirme cómo lo he hecho.

– ¡No! Se trata sólo de un libro. Hay autores que escriben sobre vampiros, brujas y monstruos, pero que jamás han visto uno. En realidad, tú eres el primer hombre al que he seducido.

Aidan se tomó un instante para asimilar aquella confesión. Entonces, asintió.

– Supongo que la mayoría de los hombres apreciarían que una mujer tuviera conocimiento teórico en lo que se refiere al sexo.

Lily asintió.

– Los hombres tienen técnicas para seducir a las mujeres, ¿no? Están escritas en todas esas revistas para hombres y en libros diversos. ¿Por qué no iban a poder hacer lo mismo las mujeres? A mí me parece que es justo.

Suavemente, le quitó el libro de las manos y lo volvió a meter en el bolso.

– Tienes razón.

Cuando terminaron de hablar, Lily se dio cuenta de que las turbulencias habían pasado y de que el avión volvía a moverse sin problema alguno. Tomó la mano de Aidan y entrelazó los dedos con los de él. Parecía muy natural mantener el contacto, pero se preguntó por qué le parecía necesario. Dentro de unas pocas horas, se estarían despidiendo. Y después, ella ya no lo volvería a ver.

– Señoras y caballeros, les habla el capitán. Me temo que tenemos más malas noticias. El aeropuerto JFK está cubierto de niebla y se encuentra cerrado. Teniendo en cuenta el combustible con el que contamos, nos vemos obligados a desviarnos a Hartford, Connecticut. Cuando se despeje la niebla, les llevaremos a su destino.

Lily oyó cómo todos los pasajeros lanzaban un murmullo de desaprobación. Miró a Aidan y él se encogió de hombros.

– El único momento en el que la niebla resulta peligrosa es cuando se intenta aterrizar, por lo que estamos seguros -comentó él-. Creo que necesito una copa. ¿Te apetece una a ti?

Lily lo observó mientras hablaba con la azafata. Por alguna razón, le resultaba completamente necesario mostrarse encantador, como si estuviera tratando de castigar a Lily por los secretos que le había ocultado.

Tal vez era lo mejor. Se había divertido, pero todo había terminado. No volverían a pensar en hacer otro viaje al cuarto de baño ni en continuar aquella aventura cuando el avión aterrizara. Lily contuvo los deseos de volver a tomar el libro. Aunque se lo sabía de memoria, no podía recordar bien un capítulo en el que se trataba el tema de cómo enfrentarse a las consecuencias de una seducción anónima. ¿Podría separar los recuerdos del acto en sí mismo de los recuerdos de Aidan? No puedo evitar sentir un ligero arrepentimiento.

Ya no servía de nada analizar la decisión que había tomado. Lo hecho, hecho estaba. Además, había conseguido exactamente lo que había ido buscando. Había llevado a cabo una fantasía.

Sin embargo, de repente sintió que aquello no la satisfacía. De repente, quería más.


El sol ya había salido cuando aterrizaron en Hartford. La aerolínea había decidido dejar desembarcar a los pasajeros mientras esperaban que una nueva tripulación llegara a Hartford. Cuando el tiempo mejorara, despegarían de nuevo en dirección a Nueva York. Aidan tomó su bolsa del compartimiento superior y se hizo a un lado para dejar que Lily pasara.

Era muy temprano y él estaba borracho. Se había pasado la última hora del vuelo bebiendo Jack Daniel's con agua mientras trataba de comprender qué diablos era lo que tramaba Lily Hart. No parecía una de esas mujeres a las que él siempre estaba tratando de evitar, mujeres que se fijaban en un hombre y que luego hacían todo lo que podían para poseerlo. Lo que había ocurrido entre ellos parecía algo completamente natural. Sólo eran dos personas que habían descubierto una abrumadora atracción entre ellos y que habían actuado en consecuencia.

Tal vez eso había sido precisamente: una actuación. Alguien tan versado en el arte de la seducción podría hacer que un hombre creyera cualquier cosa. ¿Había sido real algo de todo lo ocurrido entre ellos? Su miedo a volar, el modo en el que le temblaban las manos cuando lo tocaba, la afirmación de que jamás había hecho el amor en un avión… Tal vez se había burlado de él.

La miró fijamente al rostro, los hermosos rasgos que había aprendido a apreciar en aquellas últimas horas. No se parecía en nada a ninguna otra mujer que hubiera conocido. Tenía una mezcla de alocada valentía y de abrumadora vulnerabilidad. Su instinto le decía que no había planeado seducirlo cuando se montó en el avión, pero la experiencia le advertía que no confiara en ella. Diablos. Había decidido apartarse temporalmente de las mujeres, dejar todas las atracciones superficiales allí donde debían estar, en Los Ángeles.

Si por lo menos tuviera más tiempo, podría tratar de comprender la clase de mujer que era. Por alguna razón, la verdad le importaba.

– Deja que te ayude -le dijo, para ponerse inmediatamente a echarle una mano con su bolsa de viaje-. ¿Tienes mucho equipaje?

– No. Sólo esa bolsa.

– Para ser mujer, viajas muy ligero.

– Tengo ropa en la casa.

Descendieron del avión juntos y en silencio, pero entre ellos existía una tensión que no podían ignorar. El aire estaba pleno de un deseo insatisfecho. No iba a resultarles fácil pasar juntos las siguientes horas. En el avión, estaban en su pequeño mundo. En aquellos momentos, habían aterrizado para volver a la realidad.

Aidan descartó el deseo de dejar las bolsas de viaje en el suelo y tomarla entre sus brazos, perderse en otro beso con ella.

– ¿Te apetece desayunar? -le preguntó-. Tenemos tiempo. A mí me vendría muy bien un café.

Lily sonrió.

– A mí también. Sigo un poco mareada del champán y de la falta de sueño.

– Tengo que decirte que nunca me había divertido tanto en un vuelo.

Se dirigieron al salón VIP. La aerolínea les había asegurado que en pocas horas podrían ponerse de nuevo en camino. A Aidan se le ocurrió que podría alquilar un coche y ofrecerse a llevar a Lily a los Hamptons, pero no quería arriesgarse a que ella le dijera que no.

Sin embargo, cuando llegaron a la puerta que marcaba la entrada real en el aeropuerto, se dio cuenta de que estaba a punto de tener que separarse de Lily. Junto a la puerta, había una azafata que sujetaba una tarjeta con el nombre de Lily escrito. Lily no la había visto y estuvo a punto de pasar a su lado sin percatarse. Lo habría hecho si Aidan no se lo hubiera advertido.

– Creo que esa mujer te está buscando.

– ¿Es usted la señorita Lily Hart? -le preguntó la azafata.

– Sí.

– Tengo un mensaje para usted. Un coche la está esperando en el exterior.

– ¿Un coche?

– Sí, señorita. ¿Ha facturado usted alguna maleta?

– No.

– En ese caso, espero que haya disfrutado de su vuelo y que vuelva a viajar pronto con nosotros -comentó la azafata.

– Gracias -replicó Lily mientras observaba cómo la azafata se alejaba. Entonces, se volvió a mirar a Aidan y sonrió-. Supongo que tendremos que dejar lo del desayuno para otro día -murmuró. Extendió la mano y le quitó la bolsa que le pertenecía. Se la colgó sobre el hombro y extendió la mano-. Ha sido muy… agradable conocerte, Aidan.

Él sonrió también.

– Espera un momento. Te acompaño -le sugirió él-. Tengo tiempo.

– No. No es necesario. No tienes por qué hacerlo.

Aidan volvió a quitarle la bolsa.

– Me vendrá bien hacer ejercicio -dijo. Echó a andar hacia la salida, por lo que a Lily no le quedó más remedio que seguirlo. Cuando lo alcanzó por fin, él extendió una mano y tomó la de Lily, entrelazando los dedos con los de ella-. Bueno, ¿qué es lo que vas a hacer en los Hamptons? Aparte de trabajar, claro.

– Voy a tratar de relajarme un poco. Tal vez ponerme al día con los libros que tengo que leer.

– ¿Significa eso que estás pensando en salir y seducir a otro hombre?

– ¡Claro que no!

– Bueno, si estás aburrida, siempre puedes llamarme. Puedes venir a la ciudad y podemos cenar juntos. O yo puedo ir a los Hamptons y comer contigo.

Cuando salieron por fin del aeropuerto, vieron que, efectivamente, había un coche esperando a Lily. El chofer tenía en las manos una tarjeta con el nombre de la joven. Lily se detuvo delante de Aidan y se miró los pies.

– Bueno, pues supongo que ya ha llegado la hora…

– Supongo -replicó él.

Las despedidas después de una aventura de una noche siempre resultaban incómodas, aunque en aquel caso ni siquiera se podía decir que hubieran estado juntos una noche. Además, ni siquiera habían conseguido llegar hasta el fin.

Normalmente, Aidan se mostraba muy ansioso por escapar después de pasar una noche con una mujer. En este caso no le ocurría así. Quería pasarse las siguientes dos o tres horas despidiéndose de Lily… y asegurándose de que volvía a verla. Sin embargo, ella parecía perfectamente satisfecha con el simple hecho de marcharse.

Se puso de puntillas y le dio un rápido beso en la mejilla.

– Cuídate, Aidan.

– Tú también, Lily.

Aidan observó como ella se dirigía hacia el vehículo que la estaba esperando. Entonces, recordó que no le había dado su número de móvil.

– ¡Lily! Espera.

Ella se detuvo y se dio la vuelta. Cuando Aidan llegó a su lado, extendió la mano.

– Se me había olvidado darte mi número. ¿Tienes tú teléfono móvil?

Lily dejó su bolsa en el suelo y rebuscó en su bolso de mano. Cuando encontró su teléfono móvil, lo sacó y se lo entregó a Aidan. Él grabó su número en la agenda del teléfono y se lo devolvió a Lily.

– Ya está. Llámame. Alguna vez. Muy pronto.

Ella asintió y se volvió a meter el teléfono en el bolso.

– Tú también podrías llamarme a mí…

– No tengo tu número…

Aidan se metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y se sacó el móvil, que entregó a Lily. Ella negó con la cabeza.

– Yo no puedo programar esos aparatos -dijo. Recitó su número y dejó que Aidan lo grabara en la agenda de su teléfono. Entonces, miró por encima del hombro-. Tengo que marcharme. Me está esperando.

– Bien…

Aidan se metió el teléfono de nuevo en el bolsillo y, entonces, se inclinó hacia delante y la agarró por los brazos. Tiró de ella y le enredó los dedos en el cabello. Un segundo más tarde, la besó. El gesto fue rápido, pero intenso. Aidan se aseguró de que ella no olvidara jamás aquel beso.

Cuando terminó, dio un paso atrás.

– Adiós, Lily…

Le costó mucho alejarse. Casi lo había conseguido cuando oyó que ella lo llamaba. Se dio la vuelta muy lentamente y volvió a su lado. Se encontraron a medio camino.

– Yo… Sé que estabas planeando quedarte en la ciudad y comprenderé que tengas cosas que hacer allí, pero…

– ¿Sí?

– Bueno, yo estoy sola en la casa, al menos durante la próxima semana. Todo es muy bonito. Tenemos una piscina y una pista de tenis. Si quieres, puedes alojarte allí… conmigo.

– ¿Me estás invitando a los Hamptons?

– Sí. Tenemos una casa de invitados también. En realidad, se trata de la caseta de la piscina, pero puedes alojarte allí si prefieres tener más intimidad.

¿Cómo había podido decir algo así? Desgraciadamente, Aidan no estaba dispuesto a darle tiempo para que cambiara de opinión.

– Sí. Me encantaría ir a los Hamptons contigo, Lily Hart. Creo que nos lo podríamos pasar muy bien.

Ella sonrió.

– Bien. ¿Y tu equipaje?

Él señaló la bolsa que llevaba encima del hombro.

– Esto es todo lo que tengo -mintió-. Yo también viajo muy ligero.

Podría prescindir perfectamente de la maleta que había facturado. La aerolínea se la devolvería. Además, si era necesario, podría comprarse ropa nueva. Se iba a marchar a los Hamptons con Lily Hart. En una limusina. No se podía predecir lo que podría ocurrir por el camino. Y, cuando llegaran allí, pensaba terminar lo que habían empezado en el avión.

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