Aidan se reclinó en la hamaca y cerró los ojos para poder dirigir el rostro al sol. Aunque prácticamente vivía todo el tiempo en Los Ángeles, jamás había tenido una oportunidad real de apreciar el tiempo. Siempre iba corriendo de una reunión a otra o estaba atascado en el tráfico o se encontraba sentado en un despacho durante un día soleado.
Le gustaba tomar el sol. Se había pasado los dos últimos meses trabajando. Si alguna vez regresaba a Los Ángeles, vendería la casa que tenía en las colinas para comprarse una vivienda en la playa, tal vez en Malibú.
Guiñó los ojos para evitar el sol y miró a Lily. Ella estaba tumbada a su lado, en otra hamaca, con los ojos cerrados.
– Esto es el paraíso -comentó.
– Hmmm -replicó ella.
– No hay ni aviones, ni barcos. Sólo esta enorme y cómoda hamaca -comentó. Estiró los brazos por encima de la cabeza y bostezó-. En estos momentos me podría quedar dormido.
– Pues cierra los ojos y deja de hablar.
Aidan sonrió.
– Si me duermo ahora, tardaré varios días en superar la diferencia horaria. Es mejor seguir despierto. Vamos -comentó. Se levantó de la hamaca-. Si nadamos un poco, nos despejaremos. Vente al agua conmigo.
– No quiero despertarme…
Aidan se sentó a horcajadas sobre la hamaca en la que Lily estaba tumbada y comenzó a masajearle el pie izquierdo.
– Tienes unos pies muy bonitos.
– Ah, qué gusto, esclavo -dijo ella, riendo-. Lo siento. Ayudante de esclavo. Ahora el otro.
Aidan dejó el pie y se inclinó sobre ella para besarla. La pierna de Lily le frotó su entrepierna al moverse debajo de él. El ligero contacto fue como una descarga eléctrica para su cuerpo. Quería terminar lo que los dos habían comenzado allí mismo, al lado de la piscina. El lugar resultaba lo suficientemente íntimo.
– Ven a nadar conmigo -insistió él. Le mordisqueó suavemente el cuello-. Uno siempre debe nadar acompañado. Si no es así, me podría ahogar.
– Si necesitas mi ayuda, sólo tienes que llamarme -replicó ella, con una sonrisa. Sin más, cerró los ojos.
Aidan se levantó de la hamaca y se dirigió a la piscina. Respiró varias veces profundamente y se sumergió en el lado más hondo. De niño, siempre había podido aguantar la respiración más que ninguno de los chicos que conocía. Se sentó en el fondo y esperó.
No llevaba allí mucho tiempo cuando vio que Lily se asomaba por el borde de la piscina. Dio un paso atrás y, entonces, Aidan se dejó ascender lentamente a la superficie, como si fuera un cadáver. Un instante más tarde, sintió que ella se arrojaba al agua y que lo agarraba por la cintura para llevarlo a la parte menos profunda de la piscina.
Al llegar allí, él se giró rápidamente y la agarró, arrastrándola consigo bajo el agua. Cuando salieron a la superficie, Lily comenzó a toser y a escupir agua mientras él los mantenía a ambos a flote.
– Yo… yo creía que te estabas ahogando -protestó ella.
– Sólo te estaba tomando el pelo.
– ¡No deberías haber hecho eso! -gritó ella mientras le golpeaba-. Me has dado un susto de muerte. Creía que te habías dado un golpe en la cabeza.
– Me has salvado.
– No quería que te ahogaras.
– Debo de gustarte mucho, ¿no?
Lily evitó su mirada y se centró en el torso.
– Tal vez. Bueno, un poco.
Aidan la llevó hasta el borde de la piscina y allí, cuando Lily pudo hacer pie, le enmarcó el rostro entre las manos y la besó. Sin embargo, en aquella ocasión no fue un simple contacto entre los labios de ambos. Aidan le dejó muy clara la necesidad que sentía hacia ella. Le devoró la boca hasta que ella se rindió contra su pecho, completamente vencida. Entonces, muy lentamente, él se apartó de su lado.
– ¿De verdad te gusto? -bromeó-. ¿O acaso sólo quieres mi cuerpo?
– Me gustas mucho -murmuró Lily contra sus labios-. Y también me gusta bastante tu cuerpo -añadió, deslizándole un dedo sobre la clavícula-. ¿Podemos salir de esta piscina?
– ¿Ya no nadamos más?
Lily sacudió la cabeza. Unas minúsculas gotitas de agua le brillaban en las pestañas.
– Creo que ya he tomado suficiente sol por hoy.
Aidan la agarró por la cintura y la sacó de la piscina. La sentó sobre el borde. Entonces, saltó él también y la ayudó a ponerse de pie. Volvió a buscarle la boca. Mientras se dirigían hacia la casa, no rompieron el contacto. Iban completamente perdidos en la oleada de su propio deseo.
Fueron dejando un rastro de huellas mojadas desde la cocina hasta el dormitorio de Lily. Cuando se tumbaron en la cama, aún estaban empapados. Aidan apartó un mechó de cabello de la frente de Lily. Ella se tumbó sobre las mullidas almohadas y cerró los ojos. Tenía una sonrisa en los labios.
Hacía menos de un día que Aidan la conocía y se había pasado la mayor parte de ese tiempo cuidando de ella o tratando de seducirla. La relación que existía entre ellos resultaba un poco rara, por llamarla de alguna manera. No estaba del todo seguro de lo que existía entre ellos. Relación, amistad… No se podía decir que fueran amantes, aunque él pensaba cambiar ese hecho cuanto antes le fuera posible. En aquellos momentos, su relación no podía denominarse de ninguna manera.
– ¿Estás tratando de volver a seducirme? -le preguntó él mientras le besaba el cuello-. Porque si es así, no estoy seguro de que vaya a ser capaz de impedírtelo. Creo que, como máximo, podría llevarte dos o tres minutos.
– ¿Y si te dejo que me seduzcas a mí? -replicó Lily-. ¿Cuánto tiempo crees que te llevaría?
– Podría seducirte en… diez horas.
Lily contuvo la respiración.
– ¿Diez horas? Debes de ser muy malo si tardas tanto tiempo.
– No -repuso Aidan con una picara sonrisa-. No lo comprendes. Soy muy bueno. Dame diez horas y te garantizo que no lo lamentarás.
– ¿Qué hora es en este momento?
– Las dos. Me queda hasta medianoche.
– No creo que se tarde diez horas -dijo Lily-. Más bien diez minutos.
– Sí, es verdad, pero piensa en todo lo que nos vamos a divertir si nos lo tomamos con calma.
– ¿Y si me resisto? ¿Y si no te deseo después de diez horas?
– Eso no va a ocurrir. Te aseguro que me desearás. Es inevitable.
Lily contuvo el aliento.
– Está bien. Creo que deberíamos empezar ahora mismo. El reloj no deja de funcionar. Puedes comenzar.
Aidan se tumbó a su lado y entrelazó los brazos por detrás de la cabeza.
– ¿Significa eso que yo estoy al mando?
Lily asintió.
– En ese caso, quiero que te levantes y te pongas aquí mismo, al lado de la cama.
Ella hizo lo que Aidan le había pedido.
– ¿Ahora qué?
– Quítate ese traje de baño mojado.
Lily parpadeó, como si aquella petición la hubiera tomado por sorpresa. Entonces, muy lentamente, se llevó las manos a la espalda y desabrochó las cintas del sujetador. Unos segundos más tarde, lo dejó caer al suelo. A continuación, hizo caer la braguita al suelo y la apartó de una patada.
Durante un largo instante, él se limitó a observarla. Lily lo miraba fijamente al rostro, aunque su respiración y el ligero temblor de los dedos revelaban lo nerviosa que estaba.
– ¿Tienes…? Ya sabes -susurró ella, sonrojándose. Ni siquiera podía pronunciar la palabra «preservativo». Una mujer que había escrito un manual sobre sexo debería al menos poder utilizar la terminología pertinente.
– No vamos a necesitar preservativo -respondió él-. Sólo vamos a echarnos una siesta.
Lily frunció el ceño.
– Si sigues con ese bañador mojado, no pienso dormir a tu lado -replicó.
Aidan se lo quitó inmediatamente.
– ¿Mejor? -preguntó mientras golpeaba suavemente la parte del colchón que quedaba a su lado.
Ella asintió. Se tumbó a su lado. Aidan la abrazó por la cintura y la colocó de espaldas a él. Le rodeó el cuerpo con los brazos y le acarició los senos perezosamente hasta que, con el pulgar y el índice, consiguió que el pezón se irguiera desafiante.
Lily suspiró suavemente.
– ¿Sólo vamos a dormir?
– Mmm, hmm -susurró Aidan mientras le besaba el hombro-. Cierra los ojos.
– ¿De verdad que te vas a dormir?
Aidan contuvo el aliento y sonrió. Aunque podría haberle hecho el amor, le gustaba la sensación de tener el cuerpo de Lily junto al suyo, de cerrar los ojos y de saber que ella estaría a su lado cuando se despertara. No recordaba haberse echado nunca la siesta con una mujer. Diablos. De hecho, ni siquiera se echaba la siesta. Sin embargo, en aquel momento, nada podía atraerlo más.
– La piel te huele a coco -susurró.
Lily se giró y lo miró por encima del hombro.
– Esto no es idea mía. Además, sé cómo te sientes…
Se apretó con fuerza contra él y se frotó contra el pene erecto. Aidan ahogó un gemido.
– Nos ocuparemos de eso más tarde -dijo.
– No te creo. Pienso que, si yo te tocara a ti, tú te sentirías obligado a hacer algo al respecto. Los hombres sois criaturas muy poco complicadas.
– Yo soy simplemente una vergüenza para todos los hombres. No a todos se les puede seducir en diez minutos. Ahora, cierra los ojos y duérmete.
Lily se dio la vuelta y lo miró. Entonces, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó suavemente.
– Diez minutos… -susurró.
Aquello era una locura. Era imposible desear más a ninguna otra mujer de lo que él deseaba a Lily. Hundió los dedos en el cabello revuelto y moldeó la boca contra la de ella.
La dulce carne de sus senos se apretaba contra su torso. Dios mío, era tan hermosa… Le agarró una pierna y se la subió hasta la cadera, de modo que su erección quedó entre las piernas de ella. Estaba ya muy cerca de perder el control, pero decidió no prestar atención a las sensaciones que le recorrían todo el cuerpo y se ordenó esperar.
Lily frotó su rostro contra la mejilla de Aidan. Él tuvo que contener el aliento, preguntándose lo mucho que le costaría resistirse. Sin embargo, después de unos minutos, se dio cuenta de que ella no le iba a presionar más. La respiración de Lily se había hecho muy profunda y regular. Se había quedado dormida.
Aidan cerró los ojos y la estrechó contra su cuerpo, inhalando el suave aroma que emanaba del cabello de Lily. Aquél era el modo perfecto de pasar una tarde, con la brisa del océano haciendo volar las ligeras cortinas y el sonido de las gaviotas en la distancia. Aidan había querido huir de Los Ángeles, encontrar un lugar en el que pudiera aclararse la cabeza. Por lo que a él se refería, había encontrado el paraíso.
La habitación estaba a oscuras cuando Lily se despertó. Se dio la vuelta y encontró que la cama estaba completamente vacía. Se frotó los ojos. Aidan la había tapado con una manta de algodón. Respiró profundamente y sonrió, acurrucándose contra la suave calidez del cobertor.
Había dado por sentado que aquellas vacaciones sólo serían una hilera interminable de horas completamente vacías, que los días se convertirían en noches sin mayor relevancia hasta que Miranda llegara con más trabajo. Tenía un montón de libros que no había logrado leer el verano pasado y tenía temas sobre los que investigar para mantenerse ocupada. Además, había planeado revisar muy en serio su novela. Sin embargo, en aquellos momentos, lo único que deseaba era pensar en Aidan.
Se mesó el cabello con las manos y se incorporó en la cama. La manta cayó, dejando al descubierto los senos desnudos. Se levantó de la cama y se dirigió a la puerta que daba al amplio porche. El sol se había puesto y la piscina estaba vacía, a pesar de estar iluminada.
Sacó un sencillo vestido de algodón y se dirigió al cuarto de baño. Cuando encendió la luz, se sorprendió mucho al ver la imagen de la mujer que la contemplaba desde el espejo. Su cabello, que normalmente estaba tan liso y tan bien peinado, mostraba un aspecto revuelto y estaba lleno de rizos y ondas. Su pálido rostro estaba coloreado por el sol y una lluvia de pecas le cubría la nariz y las mejillas. Tenía un aspecto… diferente. Casi sexy. Parecía la clase de mujer que podría ser capaz de atraer a un hombre como Aidan Pierce.
Si se hubieran encontrado en Los Ángeles, él ni siquiera la habría mirado. Recordó la primera vez que lo vio, hacía ya más de un año. ¿Habría existido la misma atracción si Miranda los hubiera presentado?
Tal vez el momento tenía que ser el adecuado.
Tal vez simplemente tenía que estar preparada. O podría ser también que llevaba tanto tiempo fantaseando sobre él, que conocerlo se había convertido en su destino. Algún día, tal vez podría hablarle de sus fantasías, sobre cómo él había sido su hombre perfecto incluso antes de que se conocieran.
Sonrió al espejo. Por primera vez en su vida, creía que podría encontrar a alguien al que pudiera amar para siempre. No era que creyera que podría amar a Aidan, dado que se acababan de conocer, pero jamás se había sentido de aquel modo. Todos los instantes del día estaban llenos de anticipación. Sólo pensar en él la excitaba.
Se puso el vestido sin preocuparse de la ropa interior. El suave algodón resultaba muy agradable contra la piel quemada por el sol. Cuando Aidan volviera a tocarla, quería que lo que se interpusiera entre ellos fuera lo mínimo posible.
Decidió dejarse el cabello suelto. No se maquilló. Resultaba increíble cómo el hecho de sentirse bien mejoraba su aspecto. Las ojeras le habían desaparecido del rostro y no podía dejar de sonreír.
Cuando bajó la escalera, se encontró a Aidan en la cocina, sentado en la amplia isla de mármol que había en el centro. Estaba leyendo y no la oyó entrar. Lily lo observó durante un largo instante, tomándose tiempo para apreciar lo guapo que era. Llevaba una camisa blanca de algodón desabrochada hasta la cintura y un par de pantalones de color caqui que parecían muy cómodos. Tenía los pies descalzos y el cabello revuelto. Una tarde pasada al sol le había dado a su piel una tonalidad dorada.
– ¿Qué estás leyendo? -le preguntó.
Aidan levantó la mirada y sonrió.
– Nada. Se trata sólo de un guión. Me estaba empezando a preguntar si te ibas a pasar toda la noche durmiendo.
– ¿Me lo habrías permitido? ¿Y tu plan?
Aidan consultó el reloj.
– En estos momentos, en lo único en lo que pienso es en cenar -dijo. Se dirigió al frigorífico, sacó un bol y lo colocó sobre la encimera.
– ¿Has preparado tú eso?
– No. Llamé a la tienda que me mencionaste. Encontré un folleto al lado del teléfono y lo trajeron hace media hora. Menos mal que sé marcar un número de teléfono, porque yo de cocinar nada. Sobrevivo con pizzas congeladas y comidas preparadas. Cuando estoy trabajando en una película, siempre hay catering.
Tomó un par de velas que encontró en una estantería y las colocó delante de Lily. Entonces, tomó una botella de vino blanco, que ya estaba abierta y le sirvió una copa.
– Gracias.
Aidan la miró durante un largo instante y sonrió.
– Estás muy hermosa.
– Me ha dado un poco el sol.
Aidan se apoyó sobre la encimera.
– Éste es un lugar muy agradable -dijo, mirando a su alrededor-. Resulta muy acogedor.
– Sí. A mí me gusta mucho, aunque preferiría que se pudiera venir en un trayecto muy corto de tren desde Los Ángeles.
– ¿Venías aquí con tus padres cuando eras pequeña?
Lily negó con la cabeza y tomó un sorbo de vino.
– Mis padres jamás han estado aquí.
– Oh… Yo creía que habías dicho que esta casa pertenecía a tu familia.
– Es una historia muy larga y muy complicada.
– Entonces, responde una pregunta fácil. ¿Soy yo el primer hombre al que has traído aquí?
– Ésa es mucho más fácil. Sí. En realidad, los hombres no se me dan muy bien.
Le había resultado difícil admitir algo así, pero ya no quería seguir fingiendo. No era Lacey St. Claire. Carecía de conocimientos prácticos sobre el arte de la seducción. Iba a hacerle el amor a Aidan y quería que él le hiciera el amor a ella, Lily Hart, no al personaje que había creado.
– Eso ya me lo había imaginado.
– ¿Sí?
Aidan asintió.
– Sí. ¿Por qué el libro?
– Supongo que era un ejercicio, un modo de aprender un poco más. No creí que pudiera sacar nada de ello. Ni siquiera fue idea mía -admitió. Respiró profundamente-. Hace un año y medio yo tenía un novio. Se llamaba George. Yo pensé que algún día terminaríamos casándonos, pero entonces, él me dijo que yo no era lo suficientemente sexy.
Aidan soltó una carcajada.
– Pues ese George era un idiota.
– No. Sólo quería a alguien… mejor. Ya sabes, a una rubia de pechos grandes… y largas piernas. Creo que a todos los hombres les parece que estas mujeres son muy sexys.
– A mí no -afirmó Aidan mientras se echaba un poco de ensalada en un plato.
– Pero tú has salido con muchas de esas mujeres…
– Sí, es cierto. No es muy difícil tratar de parecerse a los demás. Lo es más ser original.
– ¿Y yo lo soy?
– Claro que sí -respondió él mientras le pasaba la ensalada-. Definitivamente tú eres única, Lily Hart. Creo que jamás he conocido a una mujer como tú.
Compartieron otra botella de vino durante la cena y, mientras charlaban de asuntos sin importancia, Lily comenzó a darse cuenta de lo sutil que podía resultar la seducción. De vez en cuanto, Aidan la tocaba de un modo aparentemente inocente. Entonces, ella sentía que el pulso se le aceleraba.
También la seducía con palabras. Parecía tejer un hechizo a su alrededor hasta que consiguió que ella se sintiera la mujer más importante del mundo para él. Jamás apartaba la mirada de su rostro.
Sin embargo, no parecía que él estuviera tratando de conseguir que ella lo deseara. Todo ocurría con tanta naturalidad, que Lily tuvo que preguntarse si tal vez Aidan sentía algo por ella. Sabía que estaba poniendo en riesgo su propio corazón al pensar algo así, pero no le importaba. Aunque se estuviera engañando, resultaba una mentira tan maravillosa que lo único que quería era disfrutarla mientras durara.
Si él se marchaba de su vida al día siguiente, no tendría nada de lo que lamentarse. Su fantasía se había hecho realidad. ¿Cómo podía ser eso algo malo?
Hasta aquel momento, Lily había observado la vida desde la barrera. ¿De qué había tenido tanto miedo? Sabía que el divorcio de sus padres le había dejado heridas muy profundas, pero ya era una mujer adulta y las heridas habían cicatrizado hacía mucho tiempo. Por primera vez en su vida, se había arriesgado de verdad y la recompensa había sido ese hombre, aquel hombre maravilloso, divertido, sensual, con unos increíbles ojos azules y la boca de un dios. Un hombre que la deseaba tanto como ella lo deseaba a él.
Tomó su copa de vino y se tomó lo que le quedaba de un trago. La calidez del vino fue extendiéndosele por las venas y se sintió algo mareada. Aunque le gustaba aquella larga y lenta seducción, se moría de ganas por besar a Aidan.
Centró la mirada en los labios de él. Aidan sólo tardó un minuto en darse cuenta.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó.
– Estoy tratando de conseguir que me beses.
– Pues podrías levantarte, acercarte a mí y besarme.
– ¿Iría eso contra las reglas?
– No hay reglas. Sólo horario. Creo que un beso en estos momentos llegaría justo a tiempo.
Lily volvió a sentarse y sacudió la cabeza. ¿Tan predecible era?
– Hmmm… Supongo que la necesidad ha pasado ya. Ya no necesito besarte.
Aidan se bajó del taburete e hizo que ella se pusiera de pie.
– Vamos.
Salieron al exterior. Pasaron por delante de la casa de la piscina y del burbujeante jacuzzi hasta llegar a la pasarela que conducía al agua. La luna estaba saliendo por encima de Fire Island y creaba un sendero plateado de luz que parecía dirigirse directamente a ellos. Era una escena muy romántica. Lily tuvo que preguntarse si la luz de la luna era un suceso natural o formaba parte del fantástico plan de diez horas.
– ¿Has encargado tú esa luna?
– Sí. Sólo para ti.
– Eres bueno. Eso tengo que reconocerlo.
– Pues aún no has visto lo mejor…
Se colocó detrás de ella y le rodeó la cintura con los brazos. Entonces, apoyó la barbilla sobre el hombro de ella. Cuando le dio un beso en el cuello, Lily gimió suavemente. Ella deseaba fervientemente arrancarse la ropa.
Sin salir de sus brazos, se giró para mirarlo. El corazón le latía con fuerza en el pecho. Decidió que podía cambiar las reglas del juego. Se armó de valor y se agarró el bajo del vestido. Entonces, se lo sacó por la cabeza. Lo dejó caer suavemente sobre la pasarela.
– Vaya. Esto sí que está bien -murmuró él.
Aidan la tomó entre sus brazos y la estrechó contra su cuerpo. Compartieron un beso profundo y poderoso, lleno de pasión contenida y de la promesa de mucho más. Los dedos de él bailaban dulcemente sobre la piel de Lily, como si no pudiera saciarse de ella.
Cuando se apartó de ella para mirarla, Lily le retiró lentamente la camisa de los hombros. El cuerpo de Aidan brillaba a la luz de la luna y, durante un momento, Lily pensó que todo aquello podría ser un sueño. Era demasiado perfecto. Sin embargo, resultaba también demasiado real para ser una fantasía.
Bajó las manos y le desabrochó los botones de los pantalones. Estos se le deslizaron por las caderas hasta caer al suelo. Él también había decidido no ponerse ropa interior. Agarró la mano de Lily y la condujo hasta el jacuzzi.
Hasta lo ocurrido en el cuarto de baño del avión, Lily jamás había experimentado nada más que el sexo corriente. Sabía, por periódicos y revistas, que la gente tenía relaciones sexuales en todos los lugares posibles, pero ella nunca había ido más allá de la puerta de su apartamento.
Aidan entró en la burbujeante agua y la ayudó a descender las escaleras. Cuando estuvieron metidos hasta la cintura, él se dejó flotar de espaldas y la tomó entre sus brazos.
El hecho de sentir el cuerpo desnudo de Aidan contra el suyo resultaba tan excitante que, durante un momento, Lily perdió la cabeza. Aunque no era la experta que fingía ser, se dio cuenta de que tenía que reaccionar, sin miedo ni inhibiciones. Tenía que dejar que el instinto llevara las riendas.
Sintió las manos de Aidan sobre el cuerpo. Se arqueó contra él e inmediatamente notó la boca de Aidan sobre un pezón. El deseo se apoderó de ella inmediatamente.
Él se tomó su tiempo, examinándole el cuerpo mientras el agua los mantenía a ambos flotando. El vapor se elevaba a su alrededor porque la noche empezaba a ser fresca y parecía crear como una especie de refugio, un mundo separado en el que lo único que existía eran las caricias, los besos y los susurros. Justo entonces, cuando ella creyó que la situación no podía mejorar, Aidan encontró una manera nueva de tentar su deseo.
Lily no recordaba haber hecho un esfuerzo consciente para devolverle las caricias. Simplemente ocurrió. Necesitaba sentir el cuerpo de Aidan. Cuando comenzó a besarle el torso, él se relajó y se apoyó contra el borde del jacuzzi para permitir que Lily explorara su cuerpo.
Ella se perdió en los detalles, en el vello que le cubría el pecho, en la nuez que se erguía en la base de su garganta, en el tacto del pezón bajo los labios. Lentamente, fue encontrando sus lugares favoritos y les dedicó más atención. Él la observaba con los ojos medio cerrados y una expresión intensa en el rostro. Cuando Lily deslizó la mano por debajo del agua, Aidan contuvo el aliento.
Cerró los dedos alrededor del miembro viril de Aidan. Él sonrió. Lily observó su rostro mientras lo acariciaba, excitándolo con cada caricia. Aidan comenzó a gemir suavemente cuando ella incrementó la velocidad de sus movimientos y, de repente, le agarró con fuerza la mano y la obligó a detenerse.
Le agarró la cintura y la colocó sobre el borde del jacuzzi. La obligó a reclinarse y a apoyarse sobre los codos. Lily supo lo que él estaba a punto de hacer, pero no estaba del todo preparada para experimentar cómo sería.
La boca era cálida. La lengua encontró rápidamente el lugar más sensible. La fresca brisa de la noche le puso la piel de gallina, pero Lily no sentía frío. En lo único en lo que podía centrarse era en el modo en el que la boca de Aidan le estimulaba el sexo. Trató de relajarse y de dejarse llevar, pero no estaba segura de poder controlarse cuando lo hubiera hecho. El placer jamás había sido algo natural para ella, pero en aquellos momentos parecía como si se vertiera sobre ella como una catarata y que estuviera sintiendo al mismo tiempo todo lo que se había perdido a lo largo de su vida.
El pulso se le aceleró. Las yemas de los dedos le vibraban, impulsándola a moverse contra la boda de Aidan. De repente, se sintió a punto, rozando el orgasmo. Pero sintió miedo.
Estaba exponiendo una parte de su alma. Aquello no era sólo sexo, sino una liberación. Estaba descubriendo una parte de sí que ni siquiera sabía que existía. Se relajó y dejó que él se hiciera con el control. Un instante después, se disolvió en potentes espasmos de placer. Enredó los dedos en el cabello húmedo de Aidan y tiró de él. Inmediatamente lo apartó, dado que seguía atormentándola con la lengua.
En el cielo comenzaron a estallar fuegos artificiales. Senderos de luz azul y rosada que explotaban en el cielo para luego bajar a la tierra. Cerró los ojos y se dejó llevar por un orgasmo que parecía durar una eternidad. Cuando volvió a la realidad, se sentía completamente agotada, saciada e incluso mareada. Aidan volvió a meterla en el agua. La calidez la envolvió de nuevo. Encontró los labios de ella con los suyos y la besó, aquella vez muy tiernamente.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó apartándole el cabello del rostro y mirándola a los ojos.
– Creo que sí -dijo. Más fuegos artificiales-. ¿Los ves tú también?
– Sí. Alguien debe de estar celebrando el Cuatro de Julio con algunas semanas de anticipación.
– Menos mal. Son reales. Durante un instante, pensé que los estaba… No importa
Quería decirle lo increíblemente que se había sentido, lo maravilloso que era, pero no quería admitir que todo lo que había experimentado con los hombres hasta que él entró en su vida no había sido tan especial.
Se tumbaron en la cama de él en medio de un revuelo de miembros desnudos. Aunque Aidan le había prometido a Lily una larga y lenta seducción, se había cansado de esperar. La mujer que tenía entre sus brazos lo había poseído en cuerpo y alma y, por lo tanto, él quería también poseerla a ella.
Nunca antes había experimentado aquella clase de necesidad. Todas las partes erógenas de su cuerpo ansiaban que ella los tocara. Anhelaba el aroma de la piel de Lily y el tacto de su cabello entre los dedos. Su autocontrol se había desvanecido y, en su lugar, sentía una fuerza innegable que lo volvía loco de deseo.
El cuerpo de ella estaba debajo del suyo. Aidan sujetaba su propio peso con los brazos. El pene, duro y caliente, se apretaba contra la suave carne del vientre de Lily. Con cada caricia, sentía que podría perder todo contacto con la realidad para dejarse llevar por la bruma de la pasión. Sin embargo, en aquella ocasión, con Lily, quería ser consciente de cada uno de los momentos. Si todo aquello terminaba dentro de un par de semanas, quería recordarlo todo.
Casi no se conocían. En realidad, no eran más que unos desconocidos. Sin embargo, sabía que podía confiar en Lily.
Se dio la vuelta y tiró de ella. Cuando la acomodó encima de él, le recorrió suavemente el torso con las manos. Tenía cuerpo de mujer, suave y lleno de curvas, no musculado y huesudo como el de muchas mujeres de Los Ángeles. Era completamente natural… real. Por eso, todo lo que hacían, todo lo que sentían, parecía mucho más real también.
– ¿Vamos a hacerlo? -murmuró él.
– No estoy segura.
– ¿Que no estás…?
– No es eso. Sí que lo estoy -se apresuró ella a responder-. Es que cada vez que nos ponemos, ocurre algo. En estos momentos estoy esperando el terremoto o el tsunami. O tal vez un tornado muy conveniente.
– Creo que estamos seguros.
Las puertas de la casa de la piscina estaban abiertas, por lo que se oía la explosión de los fuegos artificiales en el exterior. Aidan cerró los ojos al sentir que Lily lo besaba. El sabor de sus labios era como un narcótico. Lentamente, le fue delineando el hombro con sus besos y luego el torso. La anticipación resultaba una insoportable tortura, pero Aidan esperó, disfrutando de las sensaciones que estaba experimentando por todo el cuerpo.
Cuando ella le rodeó el miembro viril con los labios, se quedó por completo sin aire. Se agarró con fuerza a las sábanas y trató de centrarse en algo que no fuera lo que Lily estaba haciendo. No le sirvió de nada. Se sintió perdido.
– Oh, Lily… Las cosas que me haces… deberían ser ilegales.
Se retorcía de placer debajo de ella y, cuando ya no pudo tolerarlo más, la apartó suavemente. Entonces, sacó un preservativo de la mesilla de noche y se lo entregó a Lily.
– No sé si puedo hacerlo -susurró ella mirando el paquete-. No han pasado diez horas.
Aidan soltó una carcajada.
– Eso será cuando terminemos.
A Lily, dos horas haciendo el amor no le parecían suficientes. Se tomó su tiempo para ponerle el preservativo. Cuando hubo terminado, Aidan la colocó debajo de él y la penetró lentamente, mordiéndose el labio inferior mientras se hundía en el cálido cuerpo de Lily. Aidan lanzó un gemido desgarrado. Cuando ella produjo el mismo sonido, él se detuvo en seco. Cuando Lily lo miró, vio que todo estaba bien. De hecho, ella se movió un poco más para que Aidan la penetrara más profundamente.
Durante un largo tiempo, no se movieron. Simplemente se miraron. Aidan acariciaba suavemente el rostro de Lily. No creía haber sentido antes un vínculo tan profundo con una mujer. ¿Cómo era posible? Casi no la conocía.
Estuvieron jugando a esa lenta seducción durante mucho tiempo. Aidan se movía dentro de ella y luego se detenía para explorar el cuerpo de Lily con labios y manos. Se sentía muy sorprendido por lo mucho que estaba sintiendo. De hecho, con cada postura nueva que probaban la necesidad era más aguda y Lily se mostraba más impaciente.
Se colocó de rodillas entre las piernas de ella moviéndose lenta y suavemente dentro de ella. Lily se agarró con fuerza a las sábanas. Cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo, él aminoraba la marcha, pero no tardó mucho en alcanzar el punto en el que le resultó ya imposible volver atrás. Aidan supo que ella estaba lista cuando sintió que se tensaba. Entonces, un segundo más tarde, gritó de placer y se disolvió en gozosos espasmos.
Las sensaciones eran tan exquisitas, que Aidan se dejó llevar. Se rindió a las sensaciones que estaba experimentando al sentir el cuerpo de Lily vibrando contra el suyo. Había tardado tanto en experimentar ese orgasmo que pareció durar una eternidad.
Cuando logró recuperar el pensamiento racional, abrió los ojos. Ella lo miraba con una sonrisa de satisfacción en los hermosos labios.
Aidan se mesó el cabello con las manos y sonrió.
– ¿Qué?
– No me puedo creer que lo hayamos hecho de verdad -dijo ella-. Casi esperaba que un meteorito cayera por el tejado.
– Yo creo que sentí que la tierra se movía un poco.
Lily levantó las manos y le trazó el labio inferior con la yema del dedo.
– ¿Sólo un poco?
– Está bien. Las placas tectónicas se movieron.
– Las placas tectónicas sólo se mueven de diez a cuarenta milímetros al año -comentó ella-, pero hay terremotos, claro está. Sin duda, tú has sido un terremoto.
– ¿Cómo es que sabes todos esos datos?
– No sé. Recuerdo todo lo que leo. Cuando era más joven, no leía libros, los devoraba. Cada pocos días, tenía que ir a la biblioteca para llevarme a casa un montón de volúmenes para leer. Me encerraba en mi habitación y me escapaba a todos esos mundos maravillosos.
De repente, la última de las barreras tras las que Lily se protegía desapareció. Lo vio en sus ojos. Una vulnerabilidad completa. Era precisamente lo que quería de ella, aunque le asustaba un poco.
– Eso es lo que yo siento con mis películas -dijo Aidan-. Cuando iba al cine, todo era posible. La vida era una aventura. Yo siempre pensé que sería genial estar a cargo de crear mundos nuevos sobre la pantalla de cine, hacer que mi imaginación se hiciera realidad. A mis padres les encantaba el cine, íbamos una vez a la semana todos juntos.
– Eso suena muy agradable. Debes de tener unos recuerdos muy bonitos. Mis padres nunca hacían nada conmigo. Yo sólo… bueno, estaba allí, en la barrera, observando sus vidas. Según creo, una familia debe girar en torno a los hijos, ¿no?
– ¿Estaban divorciados? -preguntó Aidan.
Lily no dudó. Lo que había ocurrido entre ellos había sido muy íntimo. Se sentía dispuesta a confiar en él.
– No es una historia feliz -dijo-. Se divorciaron cuando yo tenía trece años. Mi padre se marchó a Francia, donde compró un viñedo. Mi madre estuvo con una larga serie de millonarios italianos y vive… bueno, vive en muchos lugares diferentes, pero principalmente en un palazzo a las afueras de Milán.
– Vivir en Europa debió de ser una experiencia muy interesante.
– Yo no viví con ninguno de ellos después de que se divorciaran. Me quedé en California terminando mis estudios. Me fui a vivir con mi madrina. Cuando llegó el verano, los dos estaban demasiado ocupados para hacerse cargo de mí, por lo que permanecí donde estaba. Después de eso, supongo que se dieron cuenta de que yo era más feliz sin ellos.
Aidan lo sintió profundamente por Lily. Él había crecido en un hogar muy feliz.
– Lo siento. No tenemos que hablar sobre esto si no quieres.
– No. Está bien. Yo jamás he hablado nunca al respecto.
– ¿Tienes hermanos?
– No. Era hija única. Más o menos, era un accesorio en el matrimonio de mis padres. Mi madre era actriz y mi padre director de cine. Supongo que pensaron que sería buena publicidad tener un hijo, ya sabes, un bebé con el que se les pudiera fotografiar. Supongo que tengo suerte de que no se decidieran por un perro porque, si no, yo no estaría aquí.
– Hart… ¿Se llamaba tu padre Jackson Hart?
– Sí. Es él. Mi querido papá.
– En ese caso, tu madre debe de ser…
– Serena Frasier.
Aidan contuvo la respiración.
– Dios mío, Lily. Eres igual que ella. Hay algo en ti que me resultaba muy familiar y debía de ser eso. Tu madre era una mujer muy hermosa.
– Y lo sigue siendo. Te sorprendería ver cómo el hecho de tener un marido rico la ayuda a mantenerse joven.
– Tu padre era un gran director. Estudiamos su película Senda de papel en la facultad.
– Todo el mundo adoraba a mis padres -dijo ella-, en especial la prensa. Todas sus aventuras, sus peleas, sus reconciliaciones. Yo estaba en medio de todo eso. Tenía un asiento de primera fila.
– Y sobreviviste -comentó Aidan, estrechándola un poco más entre sus brazos. Deseó profundamente borrar el dolor que había notado en sus palabras con sus caricias, pero sabía que no podría-. Eres una mujer muy fuerte, Lily.
– No. No tanto…
Se acurrucó contra el pecho de Aidan y no tardó en quedarse dormida. Aidan siguió despierto. Las preguntas le impedían conciliar el sueño.
Había vivido en Los Ángeles el tiempo suficiente para saber que una relación en el mundo del espectáculo era casi imposible. Nadie duraba, al contrario de lo que les había ocurrido a sus padres. Aidan había dado por sentado que él jamás tendría una relación así, una relación que durara toda la vida. Sin embargo, tal vez había alguien en el mundo que le pertenecía, alguien tan perfecto que, simplemente, encajaran.
Ocultó el rostro en el cabello de Lily y respiró profundamente. Lily parecía encajar a la perfección. Sin embargo, venía acompañada de una historia que le hacía tener una profunda cautela sobre las relaciones a largo plazo.
Miró al techo de la casa y decidió que era una locura. Sólo hacía veinticuatro horas que conocía a Lily. ¿Cómo era posible que ya estuviera pensando en un futuro con ella?
Cerró los ojos y trató de relajarse. No tenía que decidir nada aquella noche. Le quedaba una semana al lado de Lily, siete días para decidir por qué la encontraba tan fascinante. Y para ello, pensaba emplear cada minuto de cada día en averiguarlo.