Capítulo 5

Lily se frotó los ojos. Llevaba bastante tiempo mirando la pantalla del ordenador. Estiró los brazos por encima de la cabeza y trató de despertarse. Le resultó imposible sin café.

Se había despertado hacía más de una hora en la cama de Aidan. Como le había resultado imposible volver a dormirse, había decidido levantarse. Además, no estaba segura del protocolo. Aidan le había dicho que jamás pasaba la noche con sus amantes y ella no quería que se sintiera incómodo. Por eso, se levantó de la cama.

Se había vestido y había regresado a la casa. Desgraciadamente, no pudo encontrar café en la cocina. Normalmente Luisa, el ama de llaves de la casa, se ocupaba de las compras pero Lily no la había llamado adrede. Sabía que Luisa le contaría a Miranda que había un hombre viviendo en la casa de la piscina.

Lily sonrió. Recordó la noche anterior, la larga seducción que Aidan le había prometido. Había sido todo lo que ella había deseado siempre, una velada romántica, juguetona y excitante. Había partes de su fantasía que siempre había dejado vacías y por fin sabía por qué. La fantasía jamás podría haber alcanzado lo especial que había sido hacer el amor con Aidan.

Amor. La palabra más especial. Seguramente, llamar simplemente sexo a lo que habían compartido era más exacto, pero Lily sentía que había algo más entre ellos, algo más profundo.

Respiró profundamente y cerró los ojos. Tal vez él simplemente era un experto en hacer que se sintiera así. Tal vez todo formaba parte de la seducción. Si esperaba sobrevivir una semana junto a Aidan, tendría que ser más objetiva. Los hombres necesitaban sexo. Era un imperativo biológico para ellos. Al contrario que las mujeres, normalmente no necesitaban tener sentimiento alguno ni vínculo emocional de ninguna clase para poder hacerlo. Lo tenía todo allí, en su libro.

– ¿Señorita Lily?

La voz la sobresaltó. Se dio la vuelta y vio que Luisa estaba de pie, junto a la puerta. Con la mano sobre el corazón, Lily forzó una sonrisa.

– ¡Ay qué susto me has dado!

– Lo siento mucho, señorita. Por eso me pareció que debía decirle que estaba aquí. No quería asustarla.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– La señorita Miranda me llamó para decirme si podía ocuparme de que el coche estuviera a punto antes de que ella llegara. Me ha sorprendido mucho verla a usted aquí sola. Pensé que, cuando ella canceló su viaje, usted se quedaría en California con ella.

– No. He decidido venir antes.

– ¿Le apetece un poco de café? He pasado por el mercado y he comprado su mezcla favorita. Tengo una cafetera ya preparada.

– Eso sería maravilloso…

Luisa se dio la vuelta para marcharse, pero Lily se lo impidió.

– Un momento, Luisa. Tenemos un invitado. Se llama Aidan. Aidan Pierce. Se aloja en la casa de la piscina.

– ¿Cree que él también querría un café?

– No -dijo Lily con una suave sonrisa-. Sigue dormido, pero te agradecería que no le dijeras nada a Miranda cuando llame. Ya sabes cómo es y no quiero tener que enfrentarme a sus preguntas en estos momentos.

– Oh -murmuró Luisa-. Comprendo. Es su invitado, señorita. Un invitado muy especial.

– Sé que eres muy leal a Miranda y no quiero ponerte en un aprieto, Luisa. No me disgustaré contigo si dices algo, pero…

Luisa levantó una mano.

– No se preocupe, señorita Lily. No diré ni una palabra. Comprendo que hay veces en las que una persona necesita intimidad. Ya me dirá cuando quieren desayunar usted y el señor Aidan. He comprado cruasanes y mermelada de fresa.

Lily se levantó de la silla y cruzó la sala para ir a abrazar a Luisa.

– Gracias.

Después, regresó a su trabajo. Se sentía muy aliviada de no tener que enfrentarse a Miranda al menos durante unos cuantos días más. No era que quisiera excluir deliberadamente a la única persona que realmente se preocupaba por ella, sino que todo lo que estaba ocurriendo con Aidan era muy nuevo y de resultado bastante incierto. Quería protegerse de los interrogatorios y las preguntas un poco más.

El sentido común le decía que jamás podría existir nada duradero entre ellos. Había visto lo que la profesión de su padre había provocado en su matrimonio. Su madre tampoco había ayudado. Realizar películas era una profesión muy glamurosa, pero vivir siempre en un lugar diferente era demasiado tentador para cualquier hombre o mujer. Ella jamás podría soportar las dudas sobre si el hombre al que amaba podía estar con otra mujer. No se podía imaginar compartiendo a un hombre como Aidan con otra mujer.

Se centró de nuevo en su ordenador y examinó las dos páginas que había reescrito. Trabajaba en su novela cuando encontraba un momento libre, pero aún le faltaban muchos meses para completarla. Había días en los que se sentía como si no fuera a terminarla nunca. Sin embargo, aquella mañana, había encontrado una nueva fuerza para centrarse en su trabajo.

Aidan y ella habían pasado una noche en la misma cama. De repente, Lily se había sentido como si pudiera conquistar el mundo. Sí. El sexo había sido increíble, pero eso no significaba que su vida entera fuera a cambiar.

– ¡Tranquilízate! -musitó.

– Eh.

El sonido de la voz de Aidan le provocó una agradable calidez en las venas. El pulso se le aceleró. Cerró los ojos y respiró profundamente antes de girar la silla. Llevaba los mismos pantalones que había llevado durante la mayor parte del día anterior. Llevaba el torso y los pies desnudos y tenía el cabello revuelto por el sueño.

– Buenos días -dijo ella.

Aidan tenía en la mano una taza de café. Entonces, cruzó la sala y se la dejó en la mesa.

– El ama de llaves me ha dicho que te traiga esto.

– Luisa.

– Me desperté y tú no estabas a mi lado -murmuró. Tomo un sorbo de su taza de café-. Es la primera noche que he pasado entera con una mujer y la termino solo en la cama. Supongo que ahora sé como se siente una persona en una situación así. Bueno, ¿qué estás haciendo aquí? -le preguntó tras mirar a su alrededor.

– Trabajando un poco.

– Bonito despacho. Cómodo.

No sabía qué decirle. ¿Debía darle las gracias por la maravillosa experiencia en la cama? Quería levantarse de su silla y arrojarse a sus brazos para darle un beso. Sin embargo, no podía moverse.

Aidan se acercó a las estanterías y examinó los títulos que allí había.

– Puedes tomar cualquier libro que te parezca interesante -comentó ella.

– Gracias -murmuró. Se acercó a las estanterías que contenían algunos de los premios que había recibido Miranda-. Vaya… ¿son todos estos…?

La voz se le ahogó de repente en la garganta cuando tomó una placa y la examinó cuidadosamente.

– ¿Qué es esto? -añadió-. ¿Qué tienes tú que ver con Miranda Sinclair?

– Es mi madrina.

Aidan la miró fijamente con la placa de Miranda aún entre las manos.

– ¿Cómo dices?

– Que es mi madrina. Y ésta es su casa.

– Dijiste que esta casa pertenecía a tu familia.

Lily se movió sobre la silla con un gesto de intranquilidad en el rostro. No le gustaba el tono de la voz de Aidan ni el modo en el que la estaba mirando.

– Miranda es mi familia. Ella me acogió después del divorcio de mis padres. Yo vivo con ella en Beverly Hills.

Aidan lanzó un gruñido.

– ¡Vaya! -musitó-. ¿Por qué no me lo habías dicho?

– ¿Decirte qué?

Aidan volvió a dejar la placa en la estantería.

– Yo siempre había tenido mucho cuidado con esto. Yo nunca, nunca mezclo negocios con placer -dijo, sacudiendo la cabeza y mesándose el cabello con gesto nervioso-. Tú estabas sentada en su asiento. Se suponía que yo tenía que reunirme con ella en el avión para hablar sobre la posibilidad de convertir su nueva novela en una película.

Cuando Lily escuchó estas palabras, se sintió como si la hubieran abofeteado. ¿Sería aquél otro intento de Miranda para encontrarle pareja? Su madrina trabajaba con una productora de Hollywood. Casi nunca tenía nada que ver con las adaptaciones de sus novelas para la gran pantalla. A Lily le había resultado un poco raro que Miranda insistiera en que ella fuera a los Hamptons sola. Siempre viajaban juntas.

– Pensé que dijiste que eras escritora.

– Y… y lo soy. También ayudo a Miranda a documentarse. Fue idea suya lo de ese libro sobre seducción y, al final, terminé escribiéndolo yo -susurró Lily. Se cubrió el rostro con las manos-. Lo siento. Algunas veces va demasiado lejos. No tenía ningún derecho a mezclarte a ti en todo esto.

– ¿De qué estás hablando? Yo soy el que la ha fastidiado aquí. Si se entera de que tú y yo nos estamos acostando, jamás querrá realizar ese proyecto conmigo.

– ¡Estaría encantada si se enterara de que nos estamos acostando! Al menos, del hecho de que yo me esté acostando con alguien. Si se entera de que eres tú, te permitirá llevar al cine las adaptaciones de sus diez próximas novelas.

Aidan la miró como si Lily acabara de perder la cabeza.

– ¿De qué estás hablando?

Lily se puso de pie.

– Sé sincero conmigo. Si hubieras sabido que soy la ahijada de Miranda, ¿te habrías venido al cuarto de baño del avión conmigo?

Aidan tardó sólo un instante en considerar aquella pregunta, pero a Lily le pareció una eternidad. Cerró los ojos y se preparó para la verdad. Cuando oyó que él contenía la respiración, lo miró y vio que él estaba sonriendo.

– Sí. Me habría ido contigo de todos modos. Puedo encontrar otro proyecto. No es importante.

Lily tragó saliva. Le resultaba imposible creer lo que estaba oyendo.

– ¿De verdad?

Aidan asintió. Entonces, rodeó el escritorio y la tomó entre sus brazos.

– Eh, hay muchas cosas que puedo hacer…

La besó suavemente, acariciándole las caderas para terminar por fin dejando descansar las manos sobre el trasero de ella.

– ¿De verdad crees que Miranda estaría encantada de saber que nos estamos acostando?

– A Miranda le gusta mucho meterse en mi vida. Por eso me hizo escribir ese libro. Le pareció que sería bueno para mí.

– Entonces, ¿en realidad no eres una experta en seducción?

– Sobre el papel, sí, pero no tengo mucha experiencia.

– Bien, en ese caso, tal vez tengamos que trabajar sobre eso un poco más -susurró-. Podríamos decir que se trata de una investigación. Yo seguramente podría enseñarte unas cuantas cosas y tú podrías hacer lo mismo conmigo. Podríamos estudiar juntos.

Lily suspiró.

– No tenía intención de hacerte creer que era algo que no soy.

– Supongo que todos fingimos un poco -comentó él, encogiéndose de hombros-. Podríamos habernos pasado el resto del vuelo ignorándonos. ¿Dónde habríamos ido a parar?

– Aquí no, desde luego.

– A eso me refería exactamente.

Dado que estaban siendo sinceros, Lily sabía que debería contarle toda la verdad, hablarle del día en el que lo vio en el aeropuerto y de que llevaba más de un año pensando en él. Sin embargo, decidió que la sinceridad de una mujer debía tener sus límites. O tal vez podría considerar aquellos detalles como su propio intento por mantener un cierto halo de misterio.

– ¿Por qué no le pides a Luisa que nos prepare algo de desayunar? Yo tengo que llamar a Miranda.

– Son las cuatro de la mañana en California -dijo él.

– Lo sé -replicó Lily-, pero nunca es demasiado temprano para una pequeña venganza.

Aidan le dio un beso en los labios.

– Dale las gracias de mi parte y dile que siento que no tengamos ya oportunidad de trabajar juntos.

Lily observó cómo Aidan se marchaba del despacho. Aunque sabía que lo más probable era que su proyecto con Miranda no llegara nunca a cuajar, resultaba agradable saber que lo habría abandonado de todos modos por ella. Aunque no quería darle al gesto más importancia de que la tenía, el hecho de que la hubiera antepuesto a ella le hacía sentirse muy bien.

Agarró el teléfono y se sentó de nuevo en la silla. Tras colocar los pies sobre el escritorio de Miranda, marcó el número de teléfono de su madrina. Sabía que el teléfono que tenía en la mesilla de noche la despertaría enseguida.

Cuando por fin contestó, Miranda habló con voz somnolienta.

– ¿Sí?

– ¿Miranda? ¿Te he despertado? Es que no podía esperar para contarte esto -dijo, sin esperar a que su madrina respondiera-. Supongo que podría haber esperado unas cuantas horas, pero esto es demasiado importante.

– ¿Lily? ¿Eres tú?

– Miranda, me voy a casar. Estoy enamorada. Sé que es algo precipitado, pero tú siempre me estás diciendo que debo ser más espontánea. Además, estamos enamorados. Es decir, sólo hace un día que nos conocemos, pero lo supimos inmediatamente. Sé que podemos hacer que nuestra relación funcione.

– ¿Lily?

– Tengo que dejarte, Miranda. Gracias por todo. Sé que quieres que sea feliz y por fin lo soy.

Lily soltó la carcajada. Si había algún modo de vengarse de Miranda por meterse en su vida, llamarla a las cuatro de la mañana era un buen modo de hacerlo. En cuanto al resto, sólo tendría que aguantar unas cuantas horas más.

Dejó el teléfono encendido y colocó el aparato dentro de un cajón. Si Miranda trataba de devolverle la llamada, le saltaría directamente el contestador automático. Si trataba de llamarla al móvil, simplemente no contestaría.

Cuando entró en la cocina, encontró a Aidan sentado en un taburete, con un ejemplar del New York Times del día anterior entre las manos. Luisa estaba ocupada preparando tostadas al estilo francés. Lily agarró un cruasán de la cesta y se sentó al lado de Aidan.

– ¿Has conseguido hablar con Miranda? -le preguntó él.

– Sí -respondió, tras meterse un trozo de cruasán en la boca-. Luisa, si Miranda te llama al móvil, no respondas.

– ¿Y por qué iba yo a hacer algo así? -replicó la mujer mientras la miraba por encima del hombro.

– Como favor personal hacia mí. Además, sólo será durante unas cuantas horas. Tal vez podría intentar llamarte a ti. No respondas tampoco -le dijo a Aidan.

– Está bien -repuso él aunque la observó muy extrañado.

Muy satisfecha de sí misma, tomó la sección de libros del Times.

– Luisa sabe preparar las mejores tostadas francesas. ¿Tenemos salchichas de esas pequeñas que compras en la granja?

Aidan extendió la mano y tomó la de ella. Entrelazó los dedos con los de ella y se la llevó a los labios. Allí, le dio un beso en el reverso de la mano. Ella lo miró encantada y sonrió.

– Me gusta esto de desayunar contigo -dijo.

– A mí también -replicó Aidan.


Aidan se estiró en la cama. Las carísimas sábanas resultaban muy suaves sobre su piel desnuda.

Lily estaba tumbada a su lado, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

– Somos demasiado perezosos -susurró ella mientras le acariciaba suavemente el vientre.

Habían desayunado y se habían vuelto a meter en la cama. Hicieron el amor antes de volver a quedarse dormidos. Aquélla era la idea que Aidan tenía de unas verdaderas vacaciones. ¿Qué más podía desear un hombre? Una cama suave, una hermosa mujer interesada en agradarlo y un lugar en el que pudiera estar confortablemente desnudo durante la mayor parte del día. Lo único que necesitaba para que fuera realmente perfecto era cerveza de barril y una televisión bien grande.

– ¿Qué tal lo he hecho?

– Yo te daría un sobresaliente -respondió Aidan.

Lily se giró hacia él y le mordió suavemente el brazo. Aidan le había enseñado lo que le gustaba y Lily se había aprendido la lección muy en serio. Ella le había enseñado que había algunas mujeres a las que les resultaba muy erótico un largo masaje en los pies. Aidan nunca le había chupado los dedos de los pies a una mujer, pero a Lily le había gustado mucho.

– Yo te doy un notable alto -dijo ella.

– ¿Cómo? ¿Por qué? Yo creía que lo había hecho bastante bien.

– Porque así te esforzarás más la próxima vez para que te dé una nota más alta.

Aidan consultó el despertador que había sobre la mesilla de noche.

– Es casi la hora de comer.

– Tal vez deberíamos hacer algo -comentó Lily. Estiró los brazos por encima de la cabeza-. Podríamos ir a la ciudad.

– O podríamos permanecer en la piscina -sugirió él.

– O podríamos almorzar en la cama…

– ¿No te parece que te estás tomando esto de la investigación demasiado en serio? -bromeó él-. No nos podemos pasar todo el tiempo en la cama.

Lily se dio la vuelta y se tumbó bocabajo. Apoyó un brazo sobre el pecho de Aidan y descansó la barbilla sobre su hombro.

– Uno jamás se toma la ciencia demasiado en serio. ¿Qué te parece si la novia de sir Isaac Newton le hubiera dicho que se fuera a casa a comer en vez de dejarle que se quedara sentado debajo de aquel árbol estudiando la gravedad? Yo tengo una responsabilidad para con el mundo.

Aidan la estrechó contra su cuerpo y hundió la nariz en el fragante cabello de Lily. Hacía poco más de un día que la conocía, pero sabía muy bien lo que le gustaba sobre ella. No se tomaba nada demasiado en serio. Lo que le había dicho sobre Miranda Sinclair habría sido suficiente para amargar su relación, pero con sus palabras sólo había provocado que a Aidan le resultara aún más atractiva.

No tenía miedo de admitir que tenía sus defectos e incluso los señalaba con gran sinceridad. Sin embargo, a ojos de Aidan, ella era perfecta. Perfecta con sus imperfecciones. Lily era una mujer de verdad.

Cerró los ojos. No sabía dónde diablos iba a terminar todo aquello, pero estaba dispuesto a darle el tiempo y la atención que necesitaba.

– Estaremos aquí tumbados un poquito más. Entonces, decidiremos qué podemos hacer -comentó él.

Oyó el zumbido familiar de su teléfono móvil. Lily le había advertido de que Miranda podría tratar de llamarlo. Cuando repasó la lista de llamadas perdidas, vio que el nombre de Miranda aparecía en cinco de ellas. Sin embargo, la llamada que tenía en aquellos momentos era de su agente. Se sentó en la cama.

– Tengo que contestar -le dijo a Lily-. Voy a por un poco de agua. ¿Quieres?

Lily asintió y se acurrucó en las almohadas antes de cerrar los ojos. Aidan se dirigió a la pequeña cocina de la casa de la piscina. Allí, abrió el teléfono.

– Hola, Sam. ¿Qué ocurre?

– ¿Dónde has estado? ¿Por qué no respondes el teléfono?

– Lo siento. Lo tenía apagado.

– ¿Durante dos días?

– He estado ocupado. Estoy de vacaciones.

– Pues yo jamás estoy de vacaciones en lo que se refiere a tu carrera. Y tú tampoco deberías estarlo.

Aunque le encantaba tener un agente como Sam, que siempre estaba pendiente de su trabajo y que jamás dejaba pasar una oportunidad, había veces en las que Aidan necesitaba relajarse un poco.

– ¿Qué es lo que ocurre?

– Bueno, en primer lugar, déjame que primero te diga que yo jamás me implico en los asuntos personales de mis clientes, pero acabo de recibir una llamada telefónica muy extraña de Miranda Sinclair. Ella afirma que tú te vas a casar con su ahijada.

– ¿Casarme yo? -repitió Aidan con una carcajada-. ¿Y de dónde se ha sacado una idea como ésa?

– De su propia ahijada. ¡Tu prometida! Se comportó como una loca por teléfono. Me dijo que había estado intentando llamarte y que quería saber si yo sabía cómo ponerme en contacto contigo. Yo creía que ibas a hablar con ella sobre su nuevo proyecto.

¿Era aquello a lo que Lily se había referido como «venganza»?

– No te preocupes. Lo arreglaré todo.

– Bien, pero es mejor que lo hagas con rapidez. El rumor se extiende como la espuma. Ya he recibido dos llamadas de US Weekly para confirmarlo. ¿Qué es lo que quiere que les diga?

– Que no es cierto -replicó Aidan-. No me voy a casar. De eso te puedo dar mi palabra.

– Está bien. Te he conseguido una reunión con los de Altamont Pictures. Tienen un proyecto nuevo muy interesante que creo que sería bueno para ti. No es una película de acción. La reunión es mañana.

– Mañana no puedo acudir a ninguna reunión.

– ¿Por qué no?

– Porque estoy en Nueva York. De vacaciones.

– Pues toma un avión de vuelta.

– No. Quiero quedarme aquí. Diles que tendrán que posponerla.

– Se trata de una gran oportunidad, Aidan. Me dijiste que querías algo diferente y te he conseguido esto. Si esto tiene que ver con una mujer, creo…

– Si realmente me quieren, esperarán. Tengo que dejarte. Te llamaré a finales de semana. Adiós, Sam.

Aidan apagó el teléfono y abrió el frigorífico. Sacó dos botellas de agua. Sabía que Lily simplemente estaba tratando de vengarse de Miranda, pero se preguntó por qué el hecho de que se hubiera mencionado la palabra «compromiso» y «matrimonio» no le preocupaba lo más mínimo. No hacía mucho tiempo que conocía a Lily, pero una cosa que sí sabía de ella era que le interesaba menos el matrimonio que a él.

En el último minuto, decidió meter el teléfono en el frigorífico antes de cerrar la puerta. Cuando regresó a la cama, se sentó en el centro y apretó la fría botella de agua contra el brazo desnudo de Lily.

– Te alegrará saber que la prensa va a anunciar nuestro compromiso muy pronto.

Ella abrió los ojos y se incorporó inmediatamente en la cama.

– ¿Qué has dicho?

– Que por Hollywood corre el rumor de que nos vamos a casar.

Lily se sentó en la cama y se cubrió el cuerpo desnudo con la manta.

– Oh, no…

– Oh, sí. ¿Sabes tú algo al respecto?

– No debía resultar así -explicó Lily. Se había ruborizado-. Ella no debía contárselo a nadie. Yo sólo se lo dije para vengarme de ella por meterse en mi vida.

– ¿Y qué fue exactamente lo que le dijiste, Lily?

La joven se sonrojó aún más.

– Llamé a Miranda y le dije que nos íbamos a casar. Entonces, os dije a ti y a Luisa que no respondierais a vuestros teléfonos si era Miranda la que llamaba para que pudiera sufrir un poco más. Yo iba a llamarla para decirle que estaba bromeando, pero entonces nos vinimos aquí y… bueno, se me olvidó.

– Me ha llamado a mí cinco veces y luego ha llamado a mi agente. Y debe de haber llamado también a alguien más, porque la noticia se ha filtrado a la prensa.

– Lo siento, lo siento… Te aseguro que no hablaba en serio cuando le dije eso. Fue lo único que se me ocurrió para fastidiarla. No sabes cómo es. Yo le digo siempre que parece una madrina sacada de una historia de terror.

– Sólo hay una cosa que podamos hacer.

– Sí, la llamaré enseguida y se lo explicaré todo.

– No. Creo que deberíamos casarnos -dijo Aidan tratando de mantener una expresión seria en el rostro-. Resulta más fácil que tratar de explicarlo todo. De todos modos, la prensa no nos creerá nunca. Sí. Creo que eso es lo que debemos hacer.

De repente, ella comenzó a sonreír.

– Eso sí que la enfurecería -dijo-. Miranda lleva planeando mi boda desde el día en el que me gradué de la universidad. No tiene hijos y se muere de ganas por empezar a redactar las listas de invitados.

– Parece que te quiere mucho.

– Así es. Eso ya lo sé, como también sé que sólo quiere verme feliz. Yo debería estar agradecida, pero algunas veces se excede.

– ¿Eres feliz ahora?

– Sí -respondió Lily tras mirarlo durante un instante.

– Bien. ¿Hay algo que yo pueda hacer para que seas aún más feliz?

– Bueno, podrías llevarme a la ciudad e invitarme a tomar un helado de coco. Hay una tienda en Eastport que vende los mejores helados.

– No resulta difícil agradarte.

No sería difícil enamorarse de Lily. Con ella, todo resultaba muy fácil. No le importaba que su nombre y el de ella fueran a aparecer en la prensa durante los próximos días. No le importaba tampoco que la madrina de ella estuviera decidida a cazarlo y a convertirlo en el marido de Lily. Demonios, no le importaba tener un poco de jaleo si eso significaba que podía estar con Lily y compartir la cama con ella.

La miró muy seriamente.

– Bueno, ¿vamos a tener una boda grande o una ceremonia íntima con tan sólo familiares y amigos?

– En realidad, le he dicho que nos vamos a fugar para casarnos -dijo Lily-. No le he dicho dónde. Tendremos que decidir ese detalle. ¿Qué te parece Canadá?

– Una boda canadiense. Suena muy agradable. Me gusta mucho Toronto. Allí hay un fantástico festival de cine. Y hay un lago muy grande.

Lily se echó a reír. Lo abrazó y tiró de él para que se volviera a tumbar en la cama. Le mordió suavemente el labio inferior.

– Creo que éste va a ser uno de los típicos compromisos matrimoniales de Hollywood. Lo tendremos que romper dentro de una hora. Simplemente diremos que nos hemos distanciado un poco, pero que seguimos siendo amigos.

– Amigos con derecho a roce -comentó él, riendo.


El pequeño pueblo de Eastport era uno de los lugares favoritos de Lily. Era famoso por sus tiendas de antigüedades. Cuando era adolescente, Lily se pasaba los sábados de sus vacaciones buscando tesoros en sus polvorientos estantes. Algunas de las tiendas habían cambiado de dueño, pero aún quedaban muchos rostros familiares a los que pasaba siempre a ver cuando estaba en la zona.

– Jamás he comprendido esto de las antigüedades -dijo Aidan mientras observaba un juego de cucharas de plata-. ¿Por qué comprar algo viejo cuando se puede comprar algo nuevo?

– Es la historia -respondió Lily. Señaló una tetera de plata que el dependiente les sacó enseguida-. Sujeta esto.

Aidan hizo lo que ella le había pedido y miró a Lily con perplejidad.

– ¿Saldrá un genio de ella si la froto?

– Piensa en la persona que poseyó este objeto en primer lugar. Está fechada en 1780. Un hombre la hizo con sus propias manos y la persona que la poseyó probablemente vivió la guerra de la Independencia. Tal vez se la trajo desde Inglaterra. Podría tener incluso un hijo que luchó en la guerra o incluso un marido. Ella vivió cuando este país nació y se calentó las manos con ella durante las frías noches de invierno. Nadie sabrá nunca su nombre ni las vivencias que tuvo, pero esta tetera forma parte de esa vida.

– Veo lo que quieres decir -afirmó Aidan tras pensárselo durante un instante. Miró al dependiente-. ¿Cuánto vale?

– Tres mil quinientos dólares.

– Me la llevo -dijo Aidan.

Lily se quedó perpleja.

– ¿Qué estás haciendo?

– Quiero comprarla.

– ¿Por qué? Tú no coleccionas antigüedades.

Aidan sacó la cartera y colocó una tarjeta de crédito sobre el mostrador.

– Simplemente la quiero. Quiero algo con lo que pueda recordar este día. Y me ha gustado tu historia.

El dependiente la embaló en una caja y le dio a Aidan el recibo para que lo firmara. Cuando salieron de la tienda, Lily se volvió para mirarlo.

– Estás loco. Probablemente podrías haber conseguido un precio mejor si hubieras regateado.

– Tal vez. Soy el alocado dueño de una tetera -afirmó-. ¿Sabes lo que de verdad me gustaría encontrar? Mi abuelo solía tener una hucha de un soldado. Se le colocaba la moneda en el fusil y entonces se accionaba una palanca. La moneda salía volando hacia un agujero de un árbol y se quedaba guardada en el tronco.

– Hay una tienda al final de la calle que está especializada en juguetes. Las huchas mecánicas están muy valoradas como piezas de colección.

– Yo solía jugar con esa hucha durante horas. Estaba en la universidad cuando mi abuelo murió y le pregunté a mi madre si me la podía quedar, pero ya habían donado muchas de sus cosas a tiendas benéficas -explicó. Agarró la mano de Lily y los dos siguieron paseando calle abajo-. Esto es muy divertido. Normalmente no me gusta ir de compras, pero contigo es muy agradable.

– Yo odio ir de compras, pero esto no lo considero así. Es más como si estuviéramos buscando un tesoro. Una nunca sabe lo que va a encontrar.

Aunque la mañana había comenzado de un modo algo extraño, Lily había logrado enmendar el día. Había llamado a Miranda para disculparse por la broma que le había gastado. Para su sorpresa, su madrina se había mostrado muy arrepentida y había admitido incluso que había ido demasiado lejos. Si Miranda esperaba una explicación de lo que estaba ocurriendo entre Aidan y Lily, no la obtuvo. Lily simplemente le dijo que Aidan era un hombre muy agradable y que se estaban divirtiendo.

Lily sonrió. Se imaginaba a Miranda en su casa de California especulando sobre los resultados de sus esfuerzos. Sin duda, acribillaría a Luisa a preguntas sobre si se acostaban o no, pero a Lily no le importaba. Tal vez debería agradecer la oportunidad. Probablemente no habría ocurrido nunca si lo hubiera dejado todo en manos del destino.

– ¿Quieres que cenemos aquí? -le preguntó Aidan-. Pasamos por delante de un italiano al entrar en el pueblo. Me apetece una pizza.

– Me parece bien -dijo Lily-. Podríamos ira buscarla y llevárnosla a casa.

– Eso suena incluso mejor -susurró él. La abrazó con fuerza y la estrechó contra su cuerpo. Le besó la coronilla y, durante un instante, Lily se sintió como si su vida fuera perfecta. Así se suponía que se sentía una persona cuando estaba enamorada. Vivía en un estado de felicidad absoluta.

– Ésa tienda es muy bonita -dijo Lily señalando una tienda de antigüedades al otro lado de la calle-. Tienen muchos juguetes antiguos. Tal vez encontremos allí tu hucha. O tal vez…

– ¿Aidan?

Él se detuvo y se giró lentamente al escuchar una voz de mujer. Una rubia de largas piernas estaba en la puerta de la tienda por la que acababan de pasar. Se quitó las gafas de sol y se acercó rápidamente a ellos.

– ¡Estaba segura de que eras tú!

– Hola, Brooke.

Ella le abrazó muy cariñosamente.

– ¿Qué estás haciendo aquí? Esperaba encontrarme con algunos conocidos de Los Ángeles, pero jamás contigo. Jamás me pareciste el tipo de persona que viene a los Hamptons.

– He venido de visita -respondió-. Lily, esta es Brooke Farris. Brooke, mi amiga Lily Hart. Me alojo en su casa.

Brooke miró a Lily y le dedicó una despreciativa sonrisa. Entonces, volvió a centrar toda su atención en Aidan.

– ¿Por qué no seguimos viéndonos? Yo pienso en ti constantemente. Nos divertíamos tanto…

Lily se giró hacia Aidan esperando que él respondiera. ¿Por qué no salía con aquella mujer? Era hermosa, alta… Lily decidió que el adjetivo que mejor la definía era «esbelta». Por mucho que ella se esforzara, jamás sería esbelta. Brooke tenía el cabello rubio y unos deslumbrantes dientes. Su maquillaje era perfecto y parecía que sus ropas acababan de salir de una revista de moda.

– Ya sabes cómo son las cosas -dijo Aidan-. Es la historia de siempre. He estado muy ocupado. Y no he estado en la ciudad.

– Bueno, pues asegúrate de llamarme cuando regreses. Eh, por cierto. Mañana por la noche hay una gran fiesta en casa de Jack Simons. Yo me alojo en su casa de invitados esta semana. Él va a dirigir mi próxima película. Te encantará. Todo el mundo va a estar presente. Pondré tu nombre en la lista -dijo. Metió la mano en el bolso y sacó un sobre-. Toma esto. Ahí dentro están las indicaciones sobre cómo llegar a la casa -añadió. Volvió a mirar a Lily-. Y puedes llevarte a tu amiga. Ella también es bienvenida.

Aidan la observó atentamente mientras se alejaba. Lily los observó a ambos y trató de decidir qué habían sido el uno para el otro. ¿Habían sido pareja? Seguramente. ¿Se habrían acostado? Cualquier hombre con sangre en las venas se habría esforzado por conseguirlo. ¿Se habrían enamorado? Aidan no parecía demasiado contento de verla.

– Es encantadora -murmuró Lily.

– Supongo que sí, pero no es tan guapa como tú.

Hasta aquel momento, Lily se habría creído todo lo que él le había dicho, pero le resultaba bastante difícil aceptarlo en este caso.

– No tienes por qué decir eso. Sé que no soy tan hermosa como ella.

– ¿De qué diablos estás hablando? Eres igual de hermosa, si no más porque, además, tú eres buena persona.

– Oh, sí -dijo ella con una risa forzada-. Una gran personalidad le reporta a una chica más hombres que un rostro y un cuerpo hermosos.

– Basta ya.

– No, tú eres el que tienes que evitar esa clase de comentarios. ¿No te parece que resulta bastante condescendiente que finjas que pertenezco a la misma categoría que esa mujer?

Lily tragó saliva. Le había resultado muy fácil creerse su fantasía, pero la verdad de todo el asunto era que Aidan podía elegir a las mujeres con las que quería estar. Ella sólo era con la que se estaba acostando en aquel momento hasta que apareciera alguien mejor. Podría soportarlo mientras él fuera sincero.

Se había prometido que no importaba, que cuando todo terminara se sentiría más que satisfecha y que seguiría con su vida, pero ya no podía soportar el hecho de pensar que Aidan se terminaría marchando con otra mujer, más hermosa y más segura de sí misma.

Él le tomó la mano y tiró de ella hasta que encontró un lugar tranquilo en el que pudieran hablar sin llamar la atención del resto de los peatones.

– Escúchame, Lily -le dijo él con voz tranquila y sosegada-. Si quisiera estar con una mujer como ésa, lo estaría. Quiero estar contigo. Estoy contigo. Fin de la historia. Ahora, ¿podemos seguir divirtiéndonos como antes y olvidarnos de esa mujer?

Lily lo miró a los ojos y vio que Aidan tenía la verdad escrita en ellos. No obstante, su instinto le decía que no confiara en él porque terminaría haciéndole daño. Estaba convencida de que sería así.

– Lo siento -dijo por fin-. Estoy cansada. Últimamente no hemos dormido mucho y esta mañana me he levantado muy temprano.

Aidan le acarició suavemente la mejilla y la besó.

– Tal vez deberíamos ir a comprar esa pizza y regresar a casa -sugirió él.

Lily asintió. Resultaba más sencillo fingir que todo iba bien, aunque sabía que sus posibilidades de mantener a su lado a un hombre como él eran, como mucho, escasas.

Tarde o temprano, él se daría cuenta de que sólo era una chica corriente. Todo lo que encontraba tan encantador o cautivador sobre ella se diluiría y comenzaría a preguntarse por qué se había sentido atraído por ella. Lo que había entre ellos era tan sólo una aventura de vacaciones. Todo el mundo sabía lo que ocurría con esa clase de relaciones. Terminan con el final de las vacaciones.

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