Seis meses después…
Aidan estaba mirando el cartel de la librería, que estaba colocado en medio de las decoraciones navideñas. En aquella fotografía, Lily parecía una mujer diferente. No se parecía en casi nada a la que había conocido el verano anterior. Su belleza era natural, pero, en aquella fotografía, resultaba… demasiado perfecta. No había visto a Lily desde hacía mucho tiempo. ¿Por qué no era posible que hubiera cambiado?
Observó Conventry Street, en la que se encontraba, y por la que los londinenses se dirigían a sus casas bajo el aguanieve. Llevaba en Inglaterra una semana realizando trabajo de producción sobre una nueva película ambientada durante los ataques alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Había estado aprovechando el tiempo para absorber el ambiente de la ciudad al tiempo que realizaba su trabajo recorriendo las calles y buscando localizaciones para utilizarlas en la película. Sin embargo, desde que se había enterado que Lily estaba también en la ciudad, no podía concentrarse en nada.
Jamás se había imaginado que su relación terminaría tan silenciosamente. Después de estar sólo unos días separados, Lily le había llamado para decirle que iba a ir a visitarle a Los Ángeles, pero en ese momento, él había aceptado realizar un viaje a Japón para promocionar el estreno en Asia de su última película. Los dos aún estaban decididos a conseguir que su relación funcionara, pero los conflictos de horarios por parte de uno u otro habían conseguido mantenerlos separados durante el resto del verano.
Después de eso, no parecieron capaces de encontrar un momento en el que los dos estuvieran libres. Tal vez se habían mostrado demasiado testarudos. No querían conformarse con un día o con un fin de semana. Habían querido una semana, como les había ocurrido en los Hamptons.
A lo largo del primer mes que estuvieron separados, hablaban por teléfono cada día. En agosto, las llamadas se redujeron a unas pocas veces por semana y los dos terminaron por resignarse ante el hecho de que su relación no iba a ser fácil. Gradualmente, a medida que avanzaba el otoño, consiguieron llamarse una vez cada semana o cada quince días. Cada conversación resultaba más incómoda que la anterior hasta que, por fin. los dos se dieron cuenta de que lo suyo podría no funcionar nunca.
Aunque no había hablado con Lily desde hacía más de dos meses, Aidan había seguido sus progresos en su página web. El libro había llegado a las listas de los más vendidos en septiembre y la gira de promoción de Lily se había alargado un poco más cuando su libro se publicó en Inglaterra.
En aquel momento, cuando por fin iban a estar en la misma ciudad durante unas cuantas noches, Aidan decidió que lo más adecuado sería invitarla a cenar. Había llegado el momento de hablar de lo suyo de una vez por todas. Él no podía dejar que se distanciaran de ese modo. La situación le creaba demasiadas dudas. Necesitaba respuestas y planeaba conseguirlas.
Sabía lo que él sentía. No pasaba ni una sola noche en la que no pensara en Lily antes de quedarse dormido. Por las mañanas, se despertaba preguntándose lo que ella tendría planeado para ese día. No había estado con ninguna otra mujer desde Lily. De hecho, ni siquiera había pensado en otra mujer, ni sexual ni de cualquier otro modo. Lily era la única a la que deseaba.
Abrió la puerta de la librería y entró. Había un pequeño grupo de personas reunidas en la parte trasera de la tienda, pero él decidió evaluar la situación primero. Se dirigió a un pasillo lateral y se puso a examinar los libros distraídamente. Encontró un buen punto de observación cerca de una pequeña zona de lectura. Agarró rápidamente un libro y tomó asiento.
Se colocó el volumen delante del rostro y se asomó por la parte superior. Un instante después, vio a Lily. Estaba sentada detrás de una mesa llena de ejemplares de su libro con un bolígrafo en la mano.
Charlaba amigablemente con cada persona que le entregaba una copia. Sonreía amablemente y firmaba. Dios… No recordaba lo hermosa que era… ni lo que esa belleza podía provocar en él. Sintió que el deseo se apoderaba de él. No quería volverse a marchar sin saber qué terreno pisaba con ella. Sin embargo, no quería que todo terminara allí, en aquella librería.
Se armó de valor al ver que la fila iba disminuyendo. La atención de Lily se centraba en la persona que tenía frente a ella en aquel momento, por lo que no lo vio. Cuando Aidan llegó por fin a la mesa, ella agarró un libro y lo abrió sin ni siquiera mirarlo.
– Dedícaselo al esclavo -dijo-. En realidad, mejor al ayudante de esclavo.
Lily levantó bruscamente la mirada y contuvo el aliento.
– Hola -murmuró con un gesto de incredulidad en su hermoso rostro-. ¿Qué estás haciendo aquí?
– He venido a Londres por negocios. He visto el cartel y he entrado. Resulta extraño que nos volvamos a ver en Londres.
– Lo sé… Ha pasado bastante tiempo.
– Así es. Bueno, ¿cómo has podido llegar aquí? Debes de haber superado tu miedo a volar.
– Estoy trabajando en ello. Me imaginé que ya iba siendo hora de dejar mis miedos atrás. Aún me pongo algo nerviosa al despegar, pero luego me calmo.
– Escucha, sé que ahora estás muy ocupada. Sólo quería verte y decirte hola.
– Hola -murmuró ella con una sonrisa en los labios.
– Hola -replicó él. Miró a sus espaldas para ver cuánta gente estaba esperando-. ¿Te gustaría tomarte conmigo una taza de café cuando hayas terminado.
– Sí. ¿Dónde?
– Hay una cafetería un poco más abajo, saliendo a la izquierda. Me reuniré allí contigo cuando termines.
– Es una cita -dijo ella.
– Así es. Nuestra segunda cita.
Lily asintió.
Aidan lentamente se retiró de la mesa andando de espaldas, sin poder apartar la mirada de ella. Se había olvidado de lo fácil que era perderse en aquellos hermosos ojos verdes. Podía ver todo lo que ella sentía reflejado allí y resultaba evidente que aún existía una abrumadora atracción entre ellos.
Aidan sonrió y salió de la librería. Se arrebujó bien con la chaqueta para protegerse de la humedad y del frío. Se sentía muy contento. Estaba seguro de que, cuando terminara aquella noche, habría recuperado a Lily.
Se suponía que debía terminar de firmar sus libros a las nueve, pero ella no llegó a la cafetería hasta casi las diez. Aidan estaba hojeando el periódico cuando ella llegó a la mesa.
– Lo siento. Había mucha gente y yo no podía permitir que se fueran sin su autógrafo.
Aidan se levantó y la ayudó a quitarse el abrigo. Durante un breve instante, detuvo las manos sobre los hombros de Lily, gozando con la calidez que emanaba de ellos. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que la tocó que se había olvidado del profundo efecto que tenía sobre él.
Cuando se sentó frente a ella, vio que ella estaba observando con gesto nervioso el menú. Se acercó un camarero y Lily pidió un café con leche. Aidan pidió otro café.
Empezaron a hablar sobre el libro de ella y sobre la nueva película de él. Evitaron toda mención de lo ocurrido en los Hamptons. Para un observador casual, seguramente parecerían unos buenos amigos, no amantes.
Aidan comenzó a cansarse de la conversación cortés. Extendió la mano sobre la mesa y le agarró la mano. Lily se sobresaltó, como si el contacto le hubiera producido una descarga eléctrica por todo el cuerpo.
– ¿Vamos a hablar de lo que es verdaderamente importante? -le preguntó-. ¿O acaso vamos a seguir ignorando el tema?
Lily centró la atención en su café.
– No sé qué decir. Supongo que las cosas no salieron tal y como lo habíamos planeado.
– ¿Por qué dejamos de hablar, Lily?
– Simplemente parecía más fácil. Todas las conversaciones que teníamos eran las mismas. Tratábamos de encontrar unos días para escaparnos y siempre había excusas y compromisos.
– No se supone que vaya a ser fácil, pero eso no significa que dejemos de intentarlo.
– Lo sé. Eso fue lo que me dijo también Miranda. Bueno, creo que debería marcharme. Tengo que levantarme mañana muy temprano para una entrevista.
Resultaba evidente que no quería hablar sobre lo que había ocurrido. Había evitado cuidadosamente la mirada de Aidan. De repente, él notó que los ojos se le habían llenado de lágrimas.
– ¿Puedo verte mañana? -preguntó él-. Podríamos salir a cenar. No conozco a nadie en Londres… más que a ti.
– Está bien. Me alojo en el Kensington Park Hotel. Habitación 1155. Llámame.
– ¿Puedo acompañarte a tu hotel dando un paseo? -le preguntó. Se había puesto de pie.
– Voy a tomar un taxi.
Aidan le agarró la mano y se inclinó hacia ella. Entonces, le dio un beso en la mejilla.
– Me alegro de haberte encontrado.
– Sí. Ha sido muy agradable. Gracias por el calé.
Aidan observó cómo ella se marchaba de la cafetería y volvió a sentarse. Iba a ser mucho más difícil de lo que había imaginado, pero no podía creerse que ella no estuviera sintiendo la misma sensación de frustración y pérdida.
¿Por qué no podían decir simplemente lo que sentían? Él estaba dispuesto a hacerlo, pero Lily había presentido lo que se le venía encima y le había interrumpido. No podía dejar que eso volviera a ocurrir.
Se sacó la cartera del bolsillo y dejó un billete de diez libras sobre la mesa para pagar las consumiciones. Tenía desde aquel momento hasta la cena del día siguiente para decidir cómo podía conseguir que Lily Hart volviera a formar parte de su vida. No tenía mucho tiempo, pero tendría que encontrar la manera de hacerlo.
Lily gruñó suavemente. Se incorporó en la cama y encendió la luz de la mesilla de noche. Tomó la almohada, le dio un puñetazo y terminó por arrojarla al suelo. Llevaba ya una hora tratando de quedarse dormida. Se sentía desesperada por poder descansar un poco antes de tener que levantarse para la entrevista. Sin embargo, cada vez que cerraba los ojos, sólo conseguía ver el rostro de Aidan.
Había soñado en innumerables ocasiones sobre el hecho de volver a verlo, pero su encuentro con Aidan no había tenido nada que ver con esos sueños. Se había sentido nerviosa, temerosa de decir nada que pudiera volver a conjurar el pasado, aunque quería sacarlo todo, averiguar cómo habían llegado a esa situación después de un comienzo tan prometedor.
Extendió la mano, apagó la luz y cerró los ojos, pero un frenético golpeteo en la puerta la hizo sentarse de nuevo en la cama. Se levantó y se puso la bata. Entonces, fue corriendo a la puerta para ver de quién se trataba por la mirilla.
Se quedó completamente helada al ver que se trataba de Aidan. Dio un paso atrás. Eran casi las dos de la mañana. ¿Qué estaba haciendo él allí? Retiró el pestillo de seguridad y abrió la puerta.
– Hola -dijo él.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Solo quiero decirte una cosa. Luego me marcharé. Me pareció que no te apetecía mucho lo de la cena de mañana y empecé a pensar que ibas a cancelarla. Sé que las cosas resultan ahora bastante raras entre nosotros.
– Lo sé. ¿Por qué?
– He estado tratando de comprenderlo. Creo que es porque todo ha ocurrido muy rápido. No tuvimos oportunidad de fijarnos en los detalles.
– Tal vez se trate de eso. Es decir, es cierto que empezamos por el final y que luego tratamos de regresar al principio. Eso no funciona.
– Tampoco se pueden aprender los detalles por teléfono. Para eso, hay que estar con la persona con la que hablas. Sin embargo, no es eso lo que he venido a decirte.
– No importa. No necesito que tú…
– Espera. Déjame que te diga una cosa. Luego podrás tú hablar. ¿Puedo entrar? -le preguntó tras mirar por encima del hombro-. No creo que debiéramos hablar de este tipo de cosas en el pasillo.
Lily dio un paso atrás y le franqueó la entrada. Aidan entró en la habitación. Se detuvo para mirarla un instante y luego comenzó a pasear por la habitación.
– Dame un segundo mientras ordeno mis pensamientos.
Lily se sentó a los pies de la cama y lo observó.
– Es una coincidencia que tú también estés aquí -dijo.
– Sí -respondió. Entonces, tomó una caja que tenía sobre la mesilla de noche-. Ayer me fui de compras a una tienda de antigüedades y encontré esto. Pensé en enviártelo por correo para Navidad, pero, dado que estás aquí, te lo puedo dar en persona -añadió. Le entregó la caja-. Adelante. Ábrela.
Aidan hizo lo que ella le había pedido. Con mucho cuidado, sacó la hucha de hierro que él le había descrito aquel día en Eastport, la hucha con la que jugaba en casa de su abuelo.
– Espero que sea ésa.
– Lo es.
– Lo más gracioso de todo es que está fabricada en los Estados Unidos, pero yo lo he encontrado aquí. Fue muy raro. Estaba sobre una estantería de una tienda de Piccadilly. Yo ni siquiera estaba mirando en esa dirección. De repente, la vi y pensé en ti. La pintura es la original. Eso es importante porque así la hucha tiene más valor.
– Gracias. Entonces, supongo que aún sigues pensando en mí de vez en cuando.
– Yo pienso en ti constantemente.
Con mucho cuidado, Aidan retiró el embalaje de la hucha y la colocó sobre la mesa.
– Muy bien. Ya no puedo más, Lily. Te amo. Creo que me enamoré de ti en el momento en el que te besé en ese avión y no he dejado de hacerlo desde entonces.
Lily lo miró fijamente, con los ojos como platos y las manos entrelazadas sobre el regazo. Trató de mantener la calma, pero el corazón le latía con tanta fuerza que le parecía que iba a hacerle estallar el pecho.
– Yo… no sé qué decir.
– Lo sé. Ha sido una gran sorpresa. Tal vez debería habértelo dicho más despacio, pero sé lo que quiero y estoy cansado de perder el tiempo.
– Yo… simplemente no esperaba que me dijeras eso.
– Créeme si te digo que yo tampoco -confesó Aidan. Se sentó al lado de ella y le enmarcó el rostro entre las manos. Entonces, apretó la frente contra la de ella-. No estoy seguro de qué significa esto, Lily. Tal vez no significa nada, pero sé lo que siento. Si no nos volvemos a ver el uno al otro después de esta noche, al menos habré dicho lo que quería decirte. Al menos ya lo sabes.
– Lo sé.
– Lily, estoy dispuesto a esforzarme. Haré todo lo que haga falta. Puedo vivir en Los Ángeles o en Nueva York, donde tú quieras. Puedo trabajar en televisión. Regresaré a casa todas las noches. Podemos encontrar una casa y comenzar una vida juntos.
– No.
– ¿No a lo de la televisión o no a mí?
Lily se levantó de la cama y se dirigió al armario. Sacó un bolso de cuero y rebuscó en un bolsillo hasta que encontró su álbum. Entonces, regresó a la cama y volvió a sentarse.
– Quiero mostrarte algo -le explicó-. Tuve que hacer este álbum durante las clases para superar el miedo a volar. Recortábamos fotografías de cosas que nos hacían sentirnos felices, de cosas que queríamos en nuestras vidas. Así, cuando estuviéramos en un avión, podíamos sacarlo y centrarnos en él -añadió. Comenzó a hojear el cuaderno-. Aquí está. Aquí hay una foto tuya que recorté de una revista.
Aidan la miró asombrado.
– Es del estreno de mi segunda película.
– Sí. Es una de las pocas fotos tuyas en las que estás sonriendo. Eso me gustó.
– ¿Y el hecho de mirar una fotografía mía hace que te resulte más fácil volar?
– Sí. Pero no es sólo eso lo que quería decirte. Hice este álbum hace más de un año y medio.
– ¿Y decidiste añadir luego mi foto?
– No. Está ahí desde el principio. Probablemente creerás que todo esto es muy extraño y no te culparé si es eso lo que piensas, pero, dado que estamos siendo sinceros, quiero decírtelo. Te vi en la sala de espera de un aeropuerto un año antes de que nos conociéramos. Miranda y yo nos dirigíamos a París. Ella se acercó a ti y se presentó. Me señaló a mí y tú me miraste y me sonreíste. En ese momento, yo me enamoré de ti. Me enamoré como una adolescente, lo que resulta raro para una mujer de mi edad, pero así fue. Me pareciste el hombre perfecto.
– ¿Sabía esto Miranda?
– Sí. Lo adivinó por el modo en el que yo te estaba mirando. Por lo tanto, su maquinaciones estaban más justificadas de lo que tú pensaste en un principio.
– Entonces, ¿significa esto que llevas un año y medio enamorada de mí?
– Diecisiete meses para ser exactos.
– Y yo llevo enamorado de ti desde el momento en el que te besé.
– Supongo que sí -dijo ella con una sonrisa.
Aidan respiró profundamente.
– Hay otra cosa. No me encontré por casualidad con la librería en la que tú estabas firmando tus libros. Te he estado siguiendo por Internet. Sé que parece lo que haría un acosador, pero no lo es.
Lily extendió la mano y entrelazó los dedos con los de él.
– Qué tontos hemos sido, ¿no te parece?
– Sin embargo, creo que podemos arreglarlo. Te deseo, Lily. Te quiero en mi vida. No me importa lo que tenga que hacer, pero conseguiré que así sea.
Lily se puso de pie y se desabrochó el cinturón de la bata. Se la quitó y dejó que cayera al suelo. Entonces, se agarró el bajo del camisón y se lo sacó por encima de la cabeza.
Aidan extendió una mano y se la colocó sobre el vientre.
– ¿Estás tratando de seducirme?
– Así es -susurró ella.
– ¿No te parece que deberíamos hablar al respecto?
– Creo que podemos dejarlo para más tarde. Quiero hacer el amor con el hombre del que estoy enamorada.
Aidan la estrechó entre sus brazos.
– Quiero que me prometas una cosa, Lily.
– Lo que tú quieras -dijo ella mientras le peinaba suavemente el cabello con los dedos.
– Yo soy el primer y el último hombre con el que usas ese libro, ¿de acuerdo?
Lily se echó a reír.
– Te lo prometo. No pienso seducir a más desconocidos en un avión ni en ningún otro sitio.
Aidan se puso de pie y comenzó a quitarse la ropa. Cuando por fin estuvo desnudo, miró el reloj antes de quitárselo y lo dejó sobre la cama.
– Muy bien, querida mía. Tienes diez minutos. Ni uno más.
Aidan la agarró por la cintura y los dos cayeron sobre la cama. Cuando la boca de Aidan encontró por fin la de Lily, ella supo que aquélla era la única cosa que necesitaba en su vida. Aidan. Su corazón. Su alma. Su cuerpo. Su amor.
Su fantasía se había hecho realidad y se había convertido en algo mucho mejor de lo que nunca hubiera imaginado.