Capítulo 3

Lily sabía lo que ocurriría en el momento en el que el conductor cerrara la puerta a sus espaldas. Había estado latente desde el momento en el que salieron del cuarto de baño del avión. Volvían a estar solos, en su pequeño mundo. Los cristales ahumados y la pantalla que los aislaba del conductor proporcionaban una intimidad absoluta.

Aidan enredó los dedos en el cabello de la nuca de Lily y tiró de ella hacia sí para besarla larga y profundamente.

La decisión de invitarlo a los Hamptons había sido rápida. Parecía lo mejor que podía hacer. No quería dejarlo en el aeropuerto, sabiendo que tal vez no volvería a verlo. Además, Miranda iba a tardar otra semana en llegar. Tendría la casa entera para ella sola. La salvaje y espontánea Lily Hart no tendría que pensarse dos veces lo que quería.

Aidan fue depositando suaves besos sobre la piel de Lily hasta llegar a la curva del cuello. Entonces, gruñó.

– Supongo que sabes de lo que estás hablando…

– ¿A qué te refieres? -preguntó ella.

– No necesitas diez minutos. Soy tuyo desde el momento en el que se cerró la puerta del coche.

– No estoy tratando de seducirte -dijo Lily, sonriendo.

– ¿No?

– No. Tú estás tratando de seducirme a mí.

Aidan se apartó de ella.

– No lo creo.

– Has sido tú quien me ha besado.

– Tenía que hacerlo. No me quedaba elección alguna.

– Uno siempre tiene elección -replicó ella, frunciendo las cejas.

– Para ser alguien que presume de saberlo todo sobre la seducción, no comprendes muy bien la libido masculina. Para un hombre, es casi imposible resistirse a una mujer que está tan… interesada.

Lily se quedó boquiabierta. Había conseguido destruir cualquier aureola de misterio que hubiera conseguido. En aquellos momentos, Aidan sólo pensaba que ella era una mujer fácil.

– Muy bien. Te aseguro que no me interesas.

– No te creo -replicó él, con una sonrisa.

Lily se apartó de él y lo miró con cautela. Aidan parecía relajado. Se quitó la chaqueta y la colocó entre ambos. Ella contempló el torso y recordó el tacto de su piel desnuda bajo los dedos, el vello suave, los músculos que marcaban el fuerte abdomen. Se agarró con fuerza las manos sobre el regazo y notó que le temblaban los dedos. ¿Por qué se sentía de repente tan nerviosa? El cuarto de baño de un avión o el asiento trasero de una limusina. No importaba, ¿verdad? Los dos estaban dispuestos a hacer realidad sus fantasías sexuales. Sin embargo, en el avión, Aidan había sido un completo desconocido, un hombre del que podía alejarse fácilmente cuando aterrizaran. En aquellos momentos, se había convertido en el hombre con el que iba de camino a su casa de los Hamptons. Era un asunto completamente diferente.

Con un gesto natural, Aidan colocó el brazo por encima del respaldo del asiento y comenzó a juguetear con un mechón del cabello de Lily. Un delicioso temblor le recorrió a ella todo el cuerpo y sintió que el corazón le daba un vuelco.

– Bonita limusina -murmuró, mirando a su alrededor.

– Así es -respondió ella, tratando de ignorar los latidos de su corazón-, aunque no lo es tanto como algunas otras.

– Tiene un asiento trasero muy grande -comentó él con una pícara sonrisa.

Lily se encogió de hombros.

– Estoy segura de que es lo suficientemente grande.

Aidan se acercó un poco más a ella.

– Bueno, háblame de ese libro que escribiste. Diez segundos no es mucho tiempo. ¿De verdad están tan dispuestos la mayoría de los hombres?

– Son diez minutos, no diez segundos -explicó Lily-. En realidad, significa que una mujer es capaz de atraer a un hombre en diez minutos. Que algo tan sencillo como una mirada o una caricia pueden hacer que un hombre la desee.

– ¿Y los hombres? ¿Qué puedo hacer yo en diez minutos para que una mujer me desee?

Lily se echó a reír.

– Las mujeres no son tan fáciles. Hace falta un poco más…

En su caso, sólo había necesitado diez segundos para sentirse atraída por Aidan. Recordó aquel día, hacía ya tanto tiempo, cuando lo vio por primera vez.

Aidan se acercó a ella y comenzó a juguetear con los botones de la blusa que ella llevaba puesta. Fue abriéndolos uno a uno y retirando la tela para dejar al descubierto la suave piel.

– ¿Serviría el hecho de que te quitara muy lentamente la blusa?

Lily gimió suavemente cuando él llegó al último botón. Comprendió que ella ya no estaba a cargo de la seducción y ya no supo qué hacer. Cada caricia, cada sensación, le provocaba oleadas de deseo por todo el cuerpo. No quería resistirse. ¿Qué tenía que perder más allá de la inhibición?

– Creo que eso funcionaría.

Él le depositó un beso entre los senos.

– ¿Y esto? ¿Funciona si te beso justo aquí?

Lily echó la cabeza hacia atrás y suspiró al notar que él le tomaba un seno con la mano.

– Oh, qué bien…

– ¿Cuánto tiempo ha sido eso? ¿Diez segundos? ¿Tal vez quince?

– Son diez minutos -insistió ella. Decidió que tal vez había llegado ya el momento de hacer que él se esforzara un poco más-. Además, te recuerdo que sólo hace falta medio segundo para que yo cambie de opinión -le advirtió.

Aidan le rodeó la cintura con un brazo y la colocó debajo de él. Entonces, la besó, invadiéndole la boca con la lengua hasta que ella se vio obligada a rendirse.

– Y medio segundo para conseguir que vuelvas a cambiar de opinión.

Ya no había prisas. El hecho de desnudarse ya no debía ser un gesto rápido, sino una parte muy agradable de los preliminares. A medida que el paisaje pasaba con rapidez por delante de los cristales ahumados, se desnudaron el uno al otro hasta que Aidan se quedó sólo con los boxers y Lily con la ropa interior.

– ¿No fue aquí donde nos quedamos? -preguntó Aidan mientras mordisqueaba suavemente la oreja de Lily.

– Al menos, aquí no nos tendremos que preocupar de las turbulencias.

Aidan deslizó una mano por debajo del sujetador y comenzó a estimularle un pezón.

– Sin embargo, yo voy a tratar de conseguir que la tierra tiemble… si a ti no te importa.

En aquella ocasión, Lily sintió que se le cortaba la respiración.

– Yo… yo sólo quería decir que… ay qué bien… las turbulencias… tienen su origen en la mezcla de aire cálido con aire frío…

Lily gritó al sentir que Aidan introducía los dedos por debajo de la cinturilla de sus braguitas y encontraba por fin su húmedo sexo.

– No importa… -concluyó.

– No -dijo Aidan. Levantó la cabeza y la miró a los ojos-. Cuéntame más cosas.

– No creo que pueda hablar y… ya sabes.

– ¿No se te da bien realizar varias tareas al mismo tiempo?

Lily se echó a reír.

– No es eso. Se trata simplemente de que… prefiero centrar mis atenciones en una sola tarea -dijo. Extendió la mano y la frotó por la parte frontal de los boxers de Aidan. Él ya tenía una potente erección. Su miembro viril transmitía un profundo calor a través del suave algodón de los calzoncillos.

– Si tuviera que elegir una cosa, sería precisamente ésa -dijo suavemente.

Siguieron jugueteando, tomándose su tiempo y disfrutando de cada una de aquellas nuevas sensaciones. En el exterior del coche, el campo había dado paso a una pequeña ciudad, pero Lily no se percató. Se detuvieron algunas veces y Aidan levantó la mirada de la agradable exploración a la que la estaba sometiendo.

– El ferry -murmuró.

– ¿Cuánto falta para que lleguemos? -le preguntó Lily mientras lo observaba a través de la bruma del deseo.

– No lo sé. Tal vez una hora. O dos -susurró. Se incorporó y colocó a Lily encima de él, sentándola a horcajadas sobre sus caderas-. Mucho tiempo.

– La gente no puede vernos a través de las ventanillas, ¿verdad?

– Creo que es un poco tarde para empezar a preocuparse sobre eso -dijo él mientras le besaba el cuello-. No, claro que no pueden. El cristal tiene por fuera un acabado de espejo. Lo comprobé antes de entrar.

Miró por la ventanilla y vio que un miembro de la tripulación del ferry les daba indicaciones para subir al barco. La limusina entró en la bodega y se colocó entre dos coches.

– Me siento como si estuviera desnuda en un sitio público -murmuró Lily.

– Sí, es como si fuéramos dos niños portándonos mal -bromeó él.

Lily dejó a un lado sus preocupaciones y se puso de rodillas mientras que Aidan le trazaba una húmeda línea sobre el vientre. Sin embargo, cuando la sensación de mareo se apoderó de ella, tuvo que volver a sentarse y a cerrar los ojos. Él comenzó a mordisquearle el cuello e hizo que ella contuviera el aliento. La falta de sueño y el champán que habían tomado para cenar parecían haber escogido un mal momento para pasarle factura.

– Oh… -murmuró ella al sentir una extraña sensación en el estómago.

Trató de controlar las náuseas y entonces se dio cuenta de que no se trataba de resaca, sino del modo en el que coche se movía. Se había sentido así antes… cuando se montaba en un barco.

– Para. No me siento muy bien.

Aidan se apartó y frunció el ceño.

– ¿Qué ocurre?

– Siento como si… me parece que voy a…

– ¿Aquí?

Lily asintió.

– Normalmente tengo que tomar medicación, pero en esta ocasión no había planeado tener que viajar en barco. Tal vez sea algo que haya comido. O bebido.

– ¿Te mareas en los barcos?

– Sí -murmuró ella. Trató de contener las náuseas-. El verano pasado tomé el Queen Elizabeth II para cruzar el Atlántico. Fue horrible. Estuve vomitando todo el camino.

Aidan lanzó una maldición. Entonces, tomó la blusa de Lily y se la metió suavemente en los brazos.

– Un poco de aire fresco -dijo él-. Eso hará que te sientas mejor.

– ¡No te muevas! -exclamó Lily conteniendo la respiración-. Yo… yo creo que sería mejor que me dejaras tranquila unos minutos.

Aidan agarró sus pantalones y se los puso. A continuación, se puso las chanclas. Cuando él terminó de vestirse, Lily estaba completamente segura de que iba a hacer el ridículo delante de él. Sin embargo, en vez de marcharse, Aidan la ayudó a vestirse.

– Voy a vomitar encima de ti -le advirtió ella.

– Eres capaz de hacer cualquier cosa para volverme loco de deseo, ¿verdad? -bromeó él con una triste sonrisa en el rostro.

Cuando Lily estuvo de nuevo vestida, Aidan abrió la puerta y salió. Entonces, extendió una mano hacia el interior del coche para ayudarla a salir al exterior. Estaban en la bodega del ferry, entre los otros coches. Por un enorme agujero, que era el lugar por donde los coches entraban en el ferry, Lily vio cómo se alejaban lentamente de la costa.

Sintió que las rodillas se le doblaban. Aidan la tomó del brazo y la ayudó a subir las escaleras. Lentamente, subieron a la cubierta superior, para recibir por fin la luz del sol y el aire fresco. Lily se agarró a la barandilla mientras Aidan le frotaba lentamente la espalda.

– Dame el brazo -le dijo él.

– ¿Vas a arrojarme al mar?

– No -respondió él. Le tomó la muñeca y apretó los dedos contra la parte interior del brazo, justamente por encima del lugar donde late el pulso-. Aquí hay un punto de acupresión. Algunas veces funciona. Otras no -añadió. Le frotó suavemente la espalda con la mano que le quedaba libre y, en poco tiempo, Lily sintió que empezaba a relajarse.

– ¿Mejor?

Lily asintió. Se sentía muy sorprendida de que la sensación de náusea hubiera remitido tan rápidamente. Primero las turbulencias y luego el mareo. Estaba empezando a tener la sensación de que los dioses del placer sexual estaban conspirando contra ella.

– ¿Te apetece algo de comer o de beber?

– No. No estoy segura de que me sentara bien -respondió Lily. Apoyó los codos sobre la barandilla y cerró los ojos-. Puede que unas galletas saladas…

– Volveré enseguida -dijo él-. Sigue apretando en ese punto.

Lily respiró profundamente. Después de varios minutos, se sintió casi normal. Cuando se incorporó, vio que un pequeño grupo de pasajeros la estaba observando. Uno de ellos, un adolescente, se le acercó con una dubitativa sonrisa en el rostro.

– ¿Era ése Aidan Pierce? -le preguntó-. ¿El tipo que está con usted? Me ha parecido reconocerlo.

– ¿Lo conoces? -replicó Lily.

– Claro que sí. Ha dirigido Halcyon Seven. Todo el mundo lo conoce. Es el mejor director de toda la historia.

– Eso es lo que he oído…

– ¿Cree que le importaría si yo le hiciera una fotografía o si le pidiera un autógrafo? Mis amigos, que están ahí, no se creen que sea él.

Lily tragó saliva.

– Mientras yo no salga en la foto, no creo que importe -susurró ella. En aquellos momentos, entre el revolcón del coche y la sensación de mareo que le producía el mar, se imaginaba perfectamente el aspecto que tenía.

– ¿Es usted su esposa? -le preguntó el muchacho.

– No.

Cuando Aidan regresó, un grupo de cinco muchachos se había reunido alrededor de ella. Charlaban sobre sus partes favoritas de la película más famosa que Aidan había dirigido hasta la fecha: una película de ciencia-ficción sobre una estación espacial que estaba a punto de ser destruida. Lily la había visto doce veces escuchando los comentarios del director en DVD. Con mucha paciencia, Aidan posó para unas cuantas fotos y firmó las camisetas de los muchachos antes de pedirles que se marcharan.

– Lo siento -murmuró él.

– Supongo que eso significa que eres bastante famoso -dijo Lily.

– Más o menos. Al menos con los adolescentes. Halcyon Seven es una adaptación de un cómic, por lo que muchos fans incondicionales piensan que es lo mejor del mundo. Yo no comparto esa opinión. Sólo fue un trabajo más.

– Yo no la he visto -mintió Lily-. ¿De verdad no crees que sea tan buena?

– Bueno, no está mal, pero no quiero que me encasillen para siempre en el género de acción. Yo quiero trabajar en una película que signifique algo, que emocione a los espectadores sentimentalmente -dijo, mirándola-. Por eso no he aceptado ningún proyecto nuevo. Voy a esperar a que se me presente lo que estoy buscando.

– Debe de resultar muy halagador que todos quieran conocerte.

– Sí. Los fans no están mal. Son los demás, los que quieren mucho más que un autógrafo. Pueden hacerte la vida bastante difícil.

Aidan le entregó una bolsa de galletitas saladas con sabor a queso y una lata de ginger ale. Entonces, se metió la mano en los pantalones y sacó un zumo de manzana, un plátano y un paquete de caramelos.

– No estaba muy seguro de lo que podría sentarte bien -dijo.

– Empecemos con los caramelos.

Aidan abrió el paquete y luego fue escogiendo los caramelos basta que encontró el rojo.

– El rojo siempre es el mejor -comentó.

– Gracias -susurró Lily. Había sido un gesto sin importancia, pero muy considerado por su parte.

Lo miró y observó cómo su perfil se destacaba contra el sol de la mañana. Aquél había sido el encuentro más raro que había tenido con un miembro del sexo opuesto. Había pasado de las cumbres de la pasión hasta la más profunda sima de la humillación, todo en tan sólo ocho horas. Sin embargo, a lo largo del tiempo que habían pasado juntos, Aidan se había mostrado muy considerado y sexy, comportándose exactamente como la clase de hombre con el que una chica desearía estar para tener una aventura.

Pero, mientras estudiaba su hermoso rostro, se dio cuenta de que, aunque para él hubiera sido una aventura sin importancia, para ella no había sido así. Ya no era una fantasía, sino algo real y maravilloso que se estaba convirtiendo en algo más importante con cada momento que pasaba a su lado.

Cerró los ojos. Jamás se había preocupado de analizar aquella situación en su libro. Ciertamente, resultaba muy divertido seducir a un hombre en diez minutos, pero, ¿qué ocurre una hora o dos después, cuando no se podía olvidar el tacto de sus manos contra la piel ni el aroma de su colonia o el color de sus ojos?

Bueno, tendría una semana entera para decidirlo. Tal vez, cuando hubiera reunido más datos, podría empezar a escribir una segunda parte de su libro. Podría llamarse ¿Qué ocurre después de esos diez minutos de seducción? Podría tener más éxito que el primero de sus libros.


Aidan se apoyó contra la parte trasera de la limusina mientras marcaba el número de teléfono de Miranda Sinclair en su teléfono móvil. Ella respondió casi inmediatamente.

– Hola, Aidan Pierce.

– Hola, Miranda. ¿Cómo estás?

– Ocupada como siempre. Siento mucho haber tenido que cancelar nuestra reunión. Fechas límites. Ya sabes cómo es, pero voy a ir a los Hamptons la semana que viene. Tal vez tú puedas tomar un tren y podamos almorzar juntos.

– En realidad, voy a quedarme en los Hamptons con una amiga, así que, cuando llegues, sólo tienes que llamarme. Tengo muchas ganas de hablar contigo sobre tu próxima novela. He leído el tratamiento que se le había dado y creo que podría convertirlo en una gran película.

– Y yo también lo creo, cariño. Bueno, ¿dónde vas a alojarte? ¿Con alguien a quien yo conozca?

– En realidad, es escritora. Escribe con el pseudónimo de Lacey St. Claire, pero su verdadero nombre es Lily Hart. Su familia tiene una casa cerca de Eastport. ¿No es allí donde está tu casa?

– Hay tanta gente que vive en los Hamptons hoy en día que ya no los conozco. Jamás he oído ese nombre. Tendrás que presentarnos.

– Tal vez -dijo Aidan-. En ese caso, te llamo la semana que viene.

Los dos se despidieron y Aidan apagó su teléfono móvil. Permaneció mirándolo durante un largo instante. No había pensado dónde estarían Lily y él dentro de una semana. En realidad, llevaba viviendo el instante presente desde el momento en el que se montó en aquel avión.

Sin embargo, ya había tenido oportunidad de considerarlo. Si podía elegir, a él le gustaría creer que aún seguirían hablándose, que estarían incluso haciendo planes y que podrían haber encontrado algo más allá de su relación sexual.

Nunca antes se había permitido ser optimista sobre una mujer. Salir en pareja en Hollywood requería una visión bastante cínica de las relaciones. Aidan había sabido desde el principio que no era probable que fuera a encontrar el amor de su vida en Los Ángeles.

Sus padres aún seguían felizmente casados después de treinta y cinco años de matrimonio. Quería creer que había un futuro parecido esperándolo a él, un final feliz. Sin embargo, había decidido poner todo aquello en un segundo plano desde que se mudó al oeste. Sinceramente, no había salido con ninguna mujer con la que hubiera querido estar durante más de un mes o dos.

Este hecho le había dado una cierta reputación en la ciudad, pero lo más extraño de todo era que a todas las mujeres atractivas les parecía completamente irresistible aquel desafío. Aidan jamás había comprendido del todo lo que veían en él ni por qué estaban dispuestas a enfrentarse al rechazo sólo para decir que habían salido con él.

Levantó la vista y vio que el chofer se dirigía a la limusina. Lily seguía en el interior de la tiendecita en la que había entrado para buscar algo que le calmara el estómago. Aidan se metió el teléfono en el bolsillo y saludó al chofer con la mano. Éste tomó el gesto como una invitación y se acercó rápidamente para hablar con él.

– Tengo que decirle que es un honor para mí tenerlo a usted en mi limusina, señor Pierce. Me encantó su primera película. Soy fan de Halcyon Seven desde hace años y usted realmente ha hecho un gran trabajo con esa película. Ha permanecido fiel a los fans -dijo, extendiendo la mano-. Me llamo Joe. Joe Roncalli.

Aidan estrechó la mano del chofer.

– Gracias. Me ha gustado escuchar esas palabras. ¿Qué está haciendo ella ahí dentro?

Joe se encogió de hombros.

– Va a hacer usted una segunda parte, ¿verdad? Halcyon Seven es la mejor película de ciencia-ficción que se ha hecho en los últimos diez años. No puede dejar usted colgados a los fans.

– No me han pedido que haga una segunda parte -dijo Aidan-. Además, yo creo que debería probar algo diferente. Algo fuera del género de acción.

– Bueno, ¿como qué? Nada de películas románticas, ¿eh? Yo odio esas películas.

– No. Tal vez un thriller -comentó él. Volvió a mirar hacia la tienda-. Creo que voy a ver por qué Lily está tardando tanto.

– Voy a iniciar una campaña -le gritó Joe cuando Aidan se alejaba del coche-. Tal vez incluso organizar una petición formal por Internet.

Unos segundos más tarde, Lily salió de la tienda corriendo. Llevaba una bolsa de plástico llena de cosas.

– Ya estoy lista. Nos podemos marchar -dijo, con una sonrisa-. Tenían Krispy Kremes. Y batido de chocolate. He comprado algo para que podamos desayunar -añadió. Entonces, dio un trago del frasco de antiácido que tenía en la mano-. ¿Quieres un poco?

– Paso -contestó él.

Aunque Lily tenía unas profundas ojeras en el rostro y el cabello muy revuelto, tenía ya mejor color de cara. Aidan tenía que admitir que, incluso a plena luz del día, era una mujer muy sensual.

Había tocado su cuerpo, agarrado la tierna carne de sus senos entre las manos. La había acariciado hasta que ella se había rendido por completo ante él. Por su parte, Lily lo había hecho temblar de deseo. Y allí estaban, los dos, de pie en el aparcamiento de una tienda abierta las veinticuatro horas, dos desconocidos que ya habían intimado mucho en muy poco tiempo. No estaba seguro de cómo comportarse.

– ¿Tienes todo lo que necesitas? -quiso saber Aidan.

– Sí. ¿Sabe usted adonde nos dirigimos? -le preguntó ella al conductor.

– Tengo un sistema de navegación por satélite -respondió Joe-. Parece que tardaremos unos treinta o cuarenta minutos en llegar.

Los dos se pasaron el resto del trayecto charlando sobre los lugares que podían visitar y las cosas que podrían hacer en los Hamptons. Aidan vio cómo ella se comía tres donuts y bebía una botella de batido de chocolate. No había visto a ninguna mujer que comiera tanto desde… En realidad, jamás había visto a una mujer comer tanto.

Tras haber saciado su apetito, Lily se reclinó en el asiento y lo miró de soslayo.

– Cuando lleguemos a la casa, voy a darme una larga ducha de agua bien caliente y luego me voy a echar una siesta. Entre el vuelo y el ferry, me siento completamente agotada. Además, seguramente tengo cara de muerta.

Aidan extendió la mano y le apartó el cabello de los ojos.

– Estás muy hermosa.

Un hermoso rubor coloreó las mejillas de Lily. Se inclinó sobre él y le dio un beso en los labios. Aidan la abrazó y, un instante más tarde, se perdieron en algo mucho más profundo y excitante. Lily sabía a azúcar y a batido de chocolate. Él se giró un poco para mirarla.

– Contéstame a una cosa -murmuró.

– ¿Qué es lo que quieres saber?

– ¿Por qué me has pedido que venga aquí contigo? Podrías haberte marchado sin más. No nos habríamos vuelto a ver nunca más.

Lily lo miró durante un largo instante. Entonces, inclinó ligeramente la cabeza.

– No lo sé -dijo-. Simplemente lo hice. Yo… No pude evitarlo.

– ¿Significa eso que eres una persona bastante impulsiva?

– No, eso no. Soy la persona menos impulsiva del mundo. Lo planeo todo. Mi vida está tan organizada que nada me sorprende nunca. Bueno, tú sí me sorprendiste -añadió, tras una pequeña pausa.

– Yo diría que fue al revés. Fuiste tú la que me sorprendió a mí.

– Me gustan las sorpresas.

– A mí también -contestó Aidan.

Se inclinó hacia delante y la hizo reclinarse sobre el suave asiento de cuero. La besó lenta y cuidadosamente. Resultaba muy agradable no tener que preocuparse por el tiempo. Ya no sonaba el reloj por ninguna parte. Aunque la deseaba mucho más de lo que podía soportar, estaba dispuesto a esperar hasta que llegara el momento adecuado.

– ¿Y por qué eres tan organizada? -le preguntó sin dejar de besarle suavemente el cuello.

Lily consideró la pregunta. Al principio, Aidan creyó que no iba a responder para no revelar ningún detalle personal sobre su vida. Entonces, Lily lo miró con la duda reflejada en el rostro, como si estuviera calibrando hasta dónde podía contarle.

– Hubo un momento de mi vida en el que todo era una locura. Nunca sabía lo que iba a ocurrirme de un día para otro. Yo era sólo una niña. Sólo tenía doce o trece años. El único modo en el que pude superar aquella situación fue organizándome. Ordené mi habitación, mis discos, mis peluches, mis libros. Cuando terminé, volví a empezar de nuevo -comentó-. No tengo una obsesión compulsiva. Simplemente pude encontrar la paz en la organización. Me distraía.

– ¿Y por qué necesitabas encontrar la paz?

– Mis padres se estaban divorciando y yo me sentía atrapada en el medio. En realidad, no estaba en medio. Más bien al…

Se detuvo en seco y sonrió. Entonces, se encogió de hombros.

– La lectura era mi pasatiempo favorito, por lo que, cuando fui a la universidad, decidí combinar las dos cosas que más me gustaban: la organización y la lectura. Me gradué en administración de bibliotecas.

Aidan parpadeó. Se sentía muy sorprendido por aquel giro tan inesperado en la conversación.

– ¿Has sido bibliotecaria?

– No. Para eso hay que tener un título superior, pero eso era lo que yo creía que quería ser. Supongo que sigo implicada con los libros, aunque de un modo completamente diferente.

– Aparte de tu libro sobre seducción, ¿has escrito algo más?

Aidan esperó a que ella se explicara un poco más. Al ver que no lo hacía, decidió que la había presionado más de lo que debía. Tenía que haber una razón para que ella no quisiera revelar más de lo que le había contado ya sobre sí misma. No sabía de qué se trataba, pero tenía intención de descubrirlo.

Le acarició el labio inferior con el pulgar. En un espacio de tiempo tan breve, había aprendido a apreciar profundamente los pequeños detalles de sus rasgos: su hermosa boca, sus profundos ojos verdes, el modo en el que el cabello le caía por el rostro… No se cansaba ni de mirarla ni de tocarla.

– ¿Por qué has accedido a venir? -le preguntó ella.

– Supongo que sentía curiosidad.

– ¿Sobre mí? -replicó ella muy sorprendida.

– Por supuesto. ¿Por quién si no? Tú eres la que me llevó al cuarto de baño del avión y te aprovechaste de mí. Pensé que si me quedaba un poco más contigo, tal vez yo podría aprovecharme también de ti.

Lily se sonrojó.

– Creo que no habrá problema para eso. Cuando estemos pisando suelo firme.

El coche aminoró la marcha rápidamente y se detuvo. Lily miró por la ventanilla y sonrió.

– Ya hemos llegado. El chofer se ha pasado la verja de entrada.

Unos segundos más tarde, el chofer hizo que la limusina se moviera marcha atrás y girara hacia la verja. Lily bajó la pantalla que los separaba del conductor y le dio el código. Inmediatamente entraron en la propiedad. Cuando se detuvieron delante de la casa, Lily miró a Aidan.

– Muy bonita -dijo él.

– Sí, lo es.

El chofer abrió la puerta y ayudó a Lily a descender del coche. Entonces, se dirigió al maletero para sacar el equipaje de ambos. Llevó las bolsas hasta la puerta principal y se tocó ligeramente el sombrero.

– Ha sido un placer transportarlos a ustedes, señores. Que tengan unas felices vacaciones. Y le prometo que voy a empezar esa petición de la que le hablé, señor Pierce.

Aidan le dio una palmada en el hombro.

– Gracias.

Siguió a Lily al interior de la casa transportando las bolsas de ambos. Aunque la vivienda era grande, no resultaba tan ostentosa como algunas de las mansiones de la zona. Era una casa de campo de estilo más antiguo, de dos plantas, altos techos y muchas ventanas.

Cuando llegaron a la cocina, Lily abrió las puertas de cristal y salió al exterior. Una amplia terraza conducía a unos escalones de piedra que llevaban a su vez a la piscina. Más allá, había un edificio, más bajo, que miraba hacia la casa.

– Es por aquí -dijo ella.

Aidan se preguntó si había decidido que él durmiera en la casa de invitados a pesar de que iban a pasar mucho tiempo juntos en la cama. O pudiera ser que ella tuviera otros planes. Aunque estaba preparado para meterse con ella en la primera cama que encontrara, desnudarla inmediatamente y hacerle el amor, decidió esperar y tomarse las cosas un poco más lentamente.

Tal vez Lily se estuviera arrepintiendo de haber tenido un comportamiento tan impulsivo y haberlo invitado a la casa. Sin embargo, decidió que el hecho de tener que esforzarse un poco más para seducirla haría que, al final, todo resultara más agradable.


Lily estaba sentada en el centro de la cama mirando su teléfono móvil. Sabía que Miranda estaría esperando su llamada. Después de todo, ella le había organizado la limusina sabiendo que jamás querría volver a montarse en aquel avión después de haber tenido que bajarse. Probablemente habría calculado el tiempo que tardaría en llegar a la casa. Respiró profundamente y apretó el botón de la agenda para llamar a la casa de Beverly Hills. Esperó a que Miranda contestara el teléfono.

– Por fin -dijo Miranda sin molestarse en saludarla.

– Ya he llegado a casa, sana y salva. Gracias por la limusina. Lo pasé bastante mal con el primer contratiempo en ese avión. No creo que hubiera podido soportar lo de la niebla.

– ¿Tan malo fue el vuelo, querida?

– Digamos que fue algo movido -respondió ella. Aunque quería contarle a Miranda todos los detalles, sabía que su madrina le estaría dando consejos durante horas y la llamaría constantemente para ver cómo iban las cosas. No quería que Miranda se hiciera ilusiones por nada-, pero ya estoy aquí.

– Tal vez yo debería ir a verte inmediatamente. No quiero que estés sola en esa casa tan grande.

– ¡No! -exclamó Lily, calmando la voz inmediatamente-. No. Estoy bien. Haré que Luisa venga mañana, me llene el frigorífico y limpie un poco. Así podré relajarme yo un poco y tal vez incluso tomar el sol. ¿Cómo te va con el libro? ¿Estás haciendo progresos?

– No me hables del libro -dijo Miranda-. Es un desastre. El peor que he escrito hasta ahora. No me sorprendería que mi editora se negara a publicarlo. Me veré forzada a vender las casas y a vivir en una caja de cartón en la playa.

– Siempre dices lo mismo y tus libros son siempre maravillosos.

– Querida, quiero que vayas a la ciudad y me organices una firma de libros en esa tiendecita que tanto me gusta. Y también otra para ti. Hoy he hablado con mi editora y me ha dicho que las distribuidoras están teniendo una buena impresión sobre tu libro. Lo están comprando bastantes mujeres.

– Tal vez yo pueda comprarme también una caja de cartón al lado de la tuya con el cheque de mis derechos de autor -bromeó Lily.

Oyó un chapoteo en el agua y se acercó a las puertas que daban al jardín con el teléfono aún en la oreja. Apartó las cortinas y vio que Aidan estaba nadando en la piscina. El sol le brillaba en la espalda. Descubrió que no podía apartar la mirada de aquellos fuertes músculos que lo hacían avanzar con rapidez en el agua.

– Yo… tengo que dejarte -dijo.

– ¿Cómo? ¿No puedes seguir hablando conmigo un ratito más?

– No, Miranda. Estoy muy cansada y sólo necesito dormir un poco. Te prometo que te llamaré mañana.

Colgó el teléfono antes de que Miranda tuviera oportunidad de protestar. Sin apartar la atención de Aidan, lo siguió atentamente mientras él recorría la piscina de un lado a otro. Nadaba con movimientos poderosos, eficaces. Cortaba el agua con los brazos casi sin chapotear. Cuando llegaba al final de su largo, ejecutaba un giro perfecto y comenzaba a nadar en dirección opuesta. Lily contó diez largos sin que él se detuviera.

Eran las dos de la tarde, hora de la costa este, lo que significaba que eran las diez de la noche de California. Los dos llevaban más de veinticuatro horas sin dormir y habían bebido demasiado, pero él aún tenía energía suficiente para nadar de ese modo.

– Frustración sexual -murmuró. Las palabras se le escaparon antes de que se diera cuenta de que estaba pensando en voz alta.

Fuera lo que fuera lo que le ocurría, Aidan parecía haberlo dominado. Cuando terminó el siguiente largo, se salió de la piscina y se puso de pie en el borde. No dejaba de gotear agua. Sacudió la cabeza y su largo cabello envió gotas en todas las direcciones posibles. Al ver cómo levantaba los brazos por encima de la cabeza y se estiraba al sol, Lily tuvo que contener el aliento. Los músculos del torso se le tensaron y ella sintió un profundo deseo de tocarlo una vez más. Distinguía perfectamente el vello que le cubría el vientre y sabía perfectamente adonde apuntaba.

Aunque ya lo había tocado, no había tenido oportunidad de admirar su cuerpo. Era alto, más de un metro ochenta, con marcados músculos en hombros y brazos. La cintura y las caderas eran estrechas y tenía unas hermosas piernas, largas y perfectamente torneadas para ser masculinas.

– Bonitas pantorrillas -murmuró ella.

Un temblor le recorrió la piel. Sacudió la cabeza. Recordó a Aidan desnudo. Se lo imaginó sobre su cama, con las sábanas enredadas en el cuerpo. Trató de imaginarse lo que sería tenerlo durante una noche entera, poder disfrutar plenamente de aquel cuerpo en un lugar que no fueran los principales medios de transporte.

Se apartó de la ventana y respiró profundamente. Regresó a la cama y trató de calmarse. Se había mostrado muy descarada cuando se conocieron y, en aquellos momentos, había vuelto a convertirse en una temblorosa e insegura mujer. En aquel estado, Aidan sabría inmediatamente que no era la mujer sensual y desinhibida que había proclamado ser en un principio. Que no era mundana ni experimentada y que, por lo tanto, no era la clase de mujer capaz de atraer a cualquier hombre.

Se levantó de la cama y comenzó a desnudarse. Cuando estuvo completamente desnuda, abrió un cajón y buscó un traje de baño. Encontró un bikini azul turquesa que tenía desde el verano pasado, pero al final se decidió por un traje de baño.

Sin embargo, al mirarse en el espejo, se dio cuenta de que no tenía tan mala figura. Hacía ejercicio con regularidad, tres veces por semana en el gimnasio que Miranda tenía en su casa. Además, comía de un modo saludable. Aunque no estaba tan delgada como se llevaba en Hollywood, pensaba que el bikini le sentaría bien.

Si iba a hacerlo, lo tendría que hacer bien, sin inhibiciones ni lamentaciones, sin trajes de baño de una pieza. Cuando hubo terminado de ponerse el bikini turquesa, se miró en el espejo.

– No está mal -murmuró.

Aidan la había visto con un aspecto horrible. Decidió que a partir de aquel momento sólo podía mejorar. Ya no sentía pánico, ni náuseas ni había luces fluorescentes por ninguna parte.

Alguien llamó suavemente a la puerta de la habitación.

– ¿Lily?

Hablaba muy suavemente, como si tuviera miedo a despertarla. Ella se apresuró para llegar a la puerta y la abrió inmediatamente. Se acarició suavemente el cabello y sonrió.

– Hola -dijo.

– Sólo quería ver cómo estabas y ver si te encuentras mejor.

– Estoy bien -replicó Lily.

Observó cómo él le recorría el cuerpo con la mirada.

– Vaya -murmuró Aidan-. Estás… estás casi desnuda.

No era exactamente un cumplido, sino más bien la constatación de un hecho.

– ¿Tan mal está? Sé que estoy algo pálida, en especial para lo que se lleva en Los Ángeles.

Él extendió una mano y le recorrió suavemente la cintura antes de estrecharla contra su cuerpo.

– Si me enseñas tanta carne, no esperes que me pueda mantener alejado de ti.

– No lo haré -susurró ella mientras le acariciaba suavemente el torso.

– Pensaba que te ibas a echar una siesta -dijo él.

– Se me había ocurrido dormitar un poco junto a la piscina y así poder tomar un poco el sol. ¿Has estado nadando?

– Sí -respondió él-. Y ahora me muero de hambre. Me estaba preguntando si conocías algún sitio de comida a domicilio. Dado que no tenemos coche y…

– Sí que tenemos coche -replicó Lily-. Además, hay una tienda en la ciudad que lleva comida a domicilio. Puedo pedir algo de comer.

– Yo la pediré. Estoy en deuda contigo por invitarme a venir aquí.

– Tenemos cuenta y no tienes por qué preocuparte. Tú eres un invitado en esta casa. No me debes nada.

– No estoy acostumbrado a ser un mantenido. Supongo que tendré que trabajar para pagarme mi alojamiento en esta casa de otro modo.

– ¿Cómo se te ocurre que podrías hacerlo? -le preguntó ella. Esperaba que él se la llevara a la cama. Se le ocurrían cientos de maneras en las que podría compensarla con su cuerpo.

– Bueno, hay que limpiar la piscina.

Lily parpadeó muy sorprendida.

– No. No tienes que hacer eso. Tenemos un hombre contratado para eso, pero no viene muy a menudo cuando no estamos en la casa.

– Bien. Baja cuando estés lista, pero no te pongas aún la crema para el sol. Eso lo haré yo.

Le dio un rápido beso y luego se dio la vuelta y marchó. Lily trató de controlar la respiración. Se colocó una mano en el pecho y advirtió cómo le latía el corazón.

– Puedo hacerlo -se dijo-. Puedo seducir a ese hombre. Puedo conseguir que vuelva a desearme.

Cerró los ojos y repitió estas palabras una y otra vez. Ya no era Lily Hart, la discreta ayudante de investigación, sino Lacey St. Claire, autora de éxito y experta en sexo. Se juró que aquella noche tendría a Aidan Pierce completamente desnudo en su cama.

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