El presente verano…
– Señoras y caballeros, bienvenidos a nuestro vuelo Los Ángeles-Nueva York. Mientras nos preparamos para despegar, nuestro personal de cabina les ofrecerá algo de beber. Estaba previsto que despegáramos a las 21:30, pero vamos a demorarnos unos veinte minutos más. No obstante, el capitán nos ha asegurado que llegaremos a Nueva York a la hora estipulada.
El timbre sonó. Lily cerró los ojos y agarró con fuerza los reposabrazos de su asiento, tanta que los nudillos se le quedaron blancos. Esos eran los momentos que más odiaba. La espera. El periodo de tiempo entre el instante en el que se colocaba el cinturón de seguridad y el momento en el que, por fin, el avión despegaba.
Aunque había estado a punto de superar su miedo a volar aproximadamente hacía un año, el viaje a París que realizó con Miranda había renovado y duplicado sus temores. El avión perdió un motor en medio del Atlántico y se había visto a realizar un aterrizaje de emergencia en Irlanda. Lily se negó a montarse de nuevo en aquel avión y decidió trasladarse a París por medio de barcos y trenes. Cuando llegó el momento de regresar a casa, lo hizo del mismo modo: mediante el Queen Elizabeth II y recorriendo luego los Estados Unidos en tren. Desde entonces, se había negado a volver a montarse en avión.
Miró su libro de autoayuda. Se había leído seis libros sobre aquel tema en los últimos dos meses, había visto a una psicóloga y a un psiquiatra y había asistido a dos seminarios que garantizaban el éxito a la hora de superar el miedo a volar.
– El avión es el medio de transporte más seguro -se dijo colocándose las gafas sobre el puente de la nariz. Sí, claro. Esa frase haría que se sintiera mucho mejor cuando estuviera cayendo al vacío desde una altura de veinte mil pies.
Si hubiera podido elegir, habría ido a Nueva York en tren, pero Miranda había insistido una y otra vez en que sus temores eran completamente infundados. Sólo necesitaba afrontar sus miedos. Al final, Lily se había visto obligada a estar de acuerdo. Efectivamente, necesitaba superar sus temores. Sin embargo, eso no significaba que no estuviera preparada para un posible desastre. Tomó la tarjeta de información de emergencia que había en el bolsillo del asiento anterior al suyo y trató de leerla. ¿Por qué no podían darle a todo el mundo un paracaídas? Así, en el caso de que ocurriera algo, todos podrían saltar.
Levantó una mano para llamar a una de las azafatas.
– Creo que necesito beber algo, si no es ya demasiado tarde.
– Aún estamos esperando que embarquen unos cuantos pasajeros de primera clase. ¿Qué quiere que le traiga?
– Vodka -respondió Lily- Dos de esas botellitas con hielo y un chorrito de zumo de arándanos -especificó con una forzada sonrisa. Entonces, se reclinó en su asiento y trató de relajarse.
Todo era culpa suya. Un año atrás, se había hecho el juramento de marcharse de casa de Miranda y hacerse una vida propia. Sin embargo, parecía que nunca llegaba el momento adecuado para hacerlo. Miranda siempre parecía sumida en una crisis de una u otra clase. En aquellos momentos, llevaba un retraso de tres meses sobre la fecha final de una entrega y se había convencido de que el único lugar en el que podría terminar su novela sería en la casa de verano que tenía en los Hamptons. Por lo tanto, había ordenado a Lily que se adelantara y que abriera la vivienda.
Se metió la mano en el bolso y sacó un pequeño álbum de fotos. Lo había realizado en un taller que hizo para superar su miedo a volar. A los participantes se les había pedido que seleccionaran fotos que representaran todo lo que deseaban hacer en el futuro. Durante un viaje en avión, debía encontrar una foto en la que poder centrarse.
Lily hojeó el álbum. Encontró una fotografía de la Gran Muralla China, el destino turístico que siempre había deseado visitar, y otra de un perrito muy mono. Ella siempre había querido tener un perro, pero Miranda era alérgica. Además, vio una fotografía de una modelo con un sensual traje de baño. Algún día, podría perder diez kilos y tendría justamente ese aspecto.
De repente, se detuvo. Tenía frente a ella una foto de Aidan Pierce que había recortado de la revista Premiere. Algún día, encontraría un hombre que le hiciera suspirar tanto como él. Desde que lo vio por primera vez hacía ya un año, no había podido evitar seguir su trayectoria profesional en las revistas. Había comprado todas sus películas en DVD y había leído todo lo que había podido encontrar sobre su vida. Ocasionalmente, se había permitido tener una fantasía o dos imaginándose lo que sería tener un hombre como Aidan en la cama.
La azafata regresó con la copa de Lily y se la colocó sobre la bandeja.
– Tendré que llevarme el vaso antes de que despeguemos.
Un hombre pasó por detrás de la azafata. La mujer sonrió cuando el pasajero la golpeó sin querer con su bolsa de viaje. Lily tomó un sorbo de su vodka y observó cómo el pasajero buscaba espacio libre en los compartimientos superiores. Entonces, él se giró y Lily pudo verlo de perfil.
Contuvo tan violentamente la respiración, que el vodka se le fue por el lado equivocado. Empezó a toser violentamente y, mientras trataba de recuperar el aliento, se cubrió la boca con una servilleta.
– ¿Se encuentra usted bien? -le preguntó la azafata.
Lily agitó la mano. Las lágrimas habían comenzado a caérsele por las mejillas. De todas los hombres que podían haber subido a ese vuelo, ¿por qué tenía que haber sido precisamente él? Se arriesgó a levantar la mirada y vio que Aidan Pierce la estaba observando con un extraño gesto en el rostro. Observó su tarjeta de embarque y luego miró directamente a los números que había sobre la cabeza de Lily.
– No -susurró ella, a modo de silenciosa súplica. No podía ser el asiento que estaba a su lado. Había muchos otros lugares en los que él podía sentarse. No podía sentarse a su lado, ¿no? Él le mostró su tarjeta de embarque a la azafata y señaló precisamente el asiento que quedaba al lado del de Lily.
Ella se giró para mirar por la ventanilla, tratando desesperadamente de tranquilizarse. Sin embargo, cuando se giró, se encontró cara a cara con la bragueta de Aidan Pierce, que estaba estirándose para colocar su bolsa de viaje en el compartimiento superior.
Él llevaba el último botón de la camisa desabrochado, lo que le ofrecía a ella una amplia visión de su vientre. Lily deslizó los ojos por la línea de vello que le sobresalía de la cinturilla hasta llegar al abultamiento de los pantalones y volvió a subir apresuradamente la mirada. Giró rápidamente la cabeza y fijó la atención de nuevo en lo que se divisaba por la ventanilla.
De repente, le pareció que morir en un amasijo de acero retorcido y combustible ardiendo era una alternativa bastante aceptable sólo por poder volar hasta Nueva York sentada al lado de Aidan Pierce. Él se sentó a su lado. Estaban tan cerca, que Lily podía sentir perfectamente el calor que emanaba de su cuerpo y oler el aroma de su colonia. Quería extender la mano y tomar su bebida, pero tenía miedo de que ésta le temblara demasiado como para poder agarrar con firmeza el vaso.
– Resulta muy agradable volver a tenerlo con nosotros, señor Pierce. ¿Le puedo traer algo de beber?
– Una cerveza, por favor -dijo él.
Oh, Dios. No sonaba del modo en el que tenía que sonar. Aquel día en el aeropuerto no había tenido oportunidad de hablar con él, pero había visto una entrevista que le realizaban en televisión. Siempre había parecido muy distante. Hablaba con voz cuidadosa, medida, en cierto modo pagada de sí misma. En aquellos momentos, al pedir aquella cerveza, sonó como un tipo muy majo.
Lily entrelazó los dedos con fuerza sobre el regazo y se dio cuenta de que aún tenía abierto el álbum de fotos. Lo cerró con un golpe seco y lo guardó inmediatamente en su bolso. ¿Cuánto tiempo podría permanecer allí callada sin hablar? Más tarde o más temprano, alguien tendría que decir algo. No podrían ignorarse por completo durante un vuelo que duraba seis horas.
– Relájese. No va a ocurrir nada.
Lily se colocó las gafas y le dedicó una débil sonrisa.
– Yo… yo no tengo miedo.
Él lanzó una carcajada y señaló el libro que ella tenía sobre la mesita.
– El viajero aerofóbico -murmuró-. Menudo título. Resulta sonoro. Pero la verdad es que el dibujo del avioncito sonriente sugiere que el libro trata de gente a la que le gusta volar.
Durante un instante, Lily se relajó lo suficiente como para poder mirarlo. El cabello oscuro y revuelto, la esculpida boca, los ojos azules claros que parecían atravesarla de parte a parte… Comparado con los encorsetados atuendos que llevaban la mayoría de los viajeros de primera clase, aquellas ropas tan informales le daban un aspecto peligroso.
Sintió un escalofrío por la espalda. Había leído cientos de descripciones románticas de la belleza masculina, desde Jane Austen a Joan Collins, pero, por mucho que se esforzara, no podía recordar ninguna que le hiciera justicia Aidan Pierce. Él era, en el más amplio sentido de la palabra, perfecto.
– Yo… lo siento -murmuró-. Tiene razón. No me gusta volar -añadió. Sin embargo, la tensión que sentía en aquellos momentos no tenía nada que ver con su fobia a volar. Los hombres guapos tampoco se le habían dado nunca bien. Siempre la hacían sentirse torpe e inepta. Y los hombres guapos, en especial los que tenían hermosas sonrisas y ojos aún más hermosos, le hacían perder la capacidad de pensar de un modo racional. Siempre parecía dejarse llevar por pensamientos que se centraban en el aspecto que aquel hombre pudiera tener desnudo.
– Si tiene que ocurrir algo, lo hará en los primeros minutos después del despegue -dijo él.
– Sí, eso ya lo sé. En los primeros noventa segundos -respondió Lily-. Por lo tanto, si vamos a morir, va a ocurrir realmente pronto. Eso me hace sentirme mejor -añadió; lo miró y vio que se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
– Ahora usted está empezando a asustarme.
– Lo siento -murmuró ella.
Aidan soltó una carcajada.
– ¿Por qué no hace usted más que disculparse?
– Lo siento -repitió ella. Entonces, contuvo la respiración y forzó otra sonrisa.
Una azafata se detuvo junto al asiento de Aidan y le dedicó una cálida sonrisa mientras le dejaba la cerveza que él había pedido sobre la mesita. Lily miró hacia el otro lado del pasillo y vio que otra pasajera estaba mirando fijamente a Aidan. Parecía que todas las mujeres que había en la cercanía de donde ellos estaban sentían una profunda fascinación por saber qué era lo que él había pedido para beber.
Se atrevió a mirarle el perfil. Efectivamente, compartía algunas cualidades con los dioses griegos, pero los hombres guapos abundaban en la ciudad de Los Ángeles. No obstante, ella jamás había estado tan cerca de uno. El codo de él le rozaba el suyo, pero Lily decidió mantener su espacio y se negó a apartar el brazo del lugar donde lo tenía apoyado.
Él se giró para mirarla. Lily apartó rápidamente los ojos, pero no pudo impedir que él se diera cuenta de que lo estaba observando.
– ¿Le apetecería otra copa? -le preguntó.
– Sí -respondió Lily sin pensar.
– ¿Desea otro vodka doble con un chorrito de zumo de arándanos? -le preguntó la azafata.
– Sólo zumo de arándanos -replicó Lily. Se sonrojó ligeramente. El vodka ya estaba empezando a calmarle los nervios y a caldearle la sangre, pero no quería que él pensara que era una alcohólica.
– Con un poco de vodka -dijo Aidan.
– Yo… En realidad no bebo -afirmó Lily-. Tan sólo cuando vuelo.
– Yo también -replicó él-. Dado que nos vamos a emborrachar juntos, tal vez debería presentarme. Me llamo Aidan, Aidan Pierce.
– Y yo Lily Hart.
Le estrechó la mano con cierta cautela. En el momento en el que lo tocó, sintió que una corriente le recorría todo el cuerpo. Frunció el ceño y apartó la mano inmediatamente.
– Encantada de conocerlo -murmuró.
Ojalá supiera flirtear. Seguramente había diez o quince mujeres en aquel vuelo que serían capaces de entregar el sueldo de un año por estar sentada exactamente en el lugar en el que ella estaba.
Ella jamás había necesitado flirtear. Nunca lo había necesitado con los hombres que normalmente se fijaban en ella. Sin embargo, un hombre como Aidan probablemente lo esperaba, tal vez incluso le gustara. Comentarios ingeniosos, caricias al descuido, insinuaciones veladas… Lily se dio cuenta de que, si por lo menos no lo intentaba, él se bajaría de aquel avión pensando que era… cuando menos rara.
La azafata reapareció con su copa. Aidan le entregó el zumo de arándanos y levantó su cerveza a modo de brindis.
– Por que lleguemos a Nueva York sanos y salvos.
Lily le dedicó una dubitativa sonrisa. Aquello no iba tan mal. De hecho, si no se estaba equivocando, él estaba flirteando con ella.
– ¿Por qué se dirige usted a la otra costa? -le preguntó Aidan.
– Voy a disfrutar de unas pequeñas vacaciones -respondió Lily-. En los Hamptons.
– Yo tengo amigos allí. En el verano, hay mucho ambiente. Mucha gente de Hollywood. ¿Va a alojarse allí con unos amigos o ha alquilado una casa?
– Yo… tengo una casa allí. Quiero decir que es la casa de mi familia. Bueno, en realidad no se trata de mi familia, pero… he estado yendo allí desde que tenía catorce años. Está cerca de Eastport -añadió, antes de tomar un sorbo de su copa-. ¿Y adónde va usted?
– A la ciudad. Tengo casa en el SoHo. En realidad, tenía que tener una reunión durante este vuelo, pero se canceló en el último minuto. Y usted debió de quedarse con su asiento -comentó con una sonrisa-. Una feliz coincidencia, ¿no le parece?
Y aquello era un cumplido. Dios, era un cumplido, ¿verdad? ¿O acaso sería más bien que, simplemente, estaba sacando un significado que aquellas palabras no contenían? Así era exactamente como comenzaban siempre sus fantasías, aunque no solía estar bebida y siempre tenía el aspecto de una mujer que acababa de salir de las páginas de una revista de moda. Sin embargo, se parecía bastante.
– ¿Se siente mejor?
– Un poco -respondió Lily.
Extendió la mano para dejar su vaso sobre la bandeja, pero, tal era su estado de excitación, que lo colocó mal sobre la mesa y el vaso se le escapó de las manos. Se cayó por el lado de la bandeja y fue a caer sobre la pierna de Aidan. Todo su contenido se desparramó sobre sus pantalones.
Completamente avergonzada, Lily agarró una servilleta y comenzó a frotar la zona que había quedado humedecida por la copa. Entonces, se dio cuenta de dónde había estado frotando. Lo miró a los ojos y sorprendió una sonrisa de asombro en sus labios.
– Lo siento -murmuró.
– Parece que su vaso tiene vida propia -dijo Aidan. Tomó el vaso de entre las piernas y lo colocó sobre la mesa.
Lily no quería tomar nada más de beber ni seguir haciendo el ridículo delante de él. De repente, sintió la necesidad de echarse un poco de agua fría en el rostro para conseguir despejarse.
Se inclinó y tomó su bolso. Se puso de pie, pero, al hacerlo, el bolso se enganchó en el borde de la bandeja de Aidan. La botella de cerveza que él estaba tomando se tambaleó y fue a verter su contenido también sobre el regazo del actor.
– Lo siento -murmuró ella, una vez más, mientras salía cómo podía al pasillo.
Cuando por fin llegó a la seguridad del cuarto de baño, entró en su interior y cerró la puerta. Entonces, se sentó sobre el váter y metió la mano en el bolso para sacar uno de sus libros sobre fobias. Sin embargo, el que sacó fue una copia de Cómo seducir a un hombre en diez minutos.
El libro había llegado a las librerías la semana anterior con muy poca publicidad. Lily había tenido cierta esperanza de que se convirtiera en un éxito, más que nada por lo mucho que había trabajado para escribir aquellas páginas. A pesar de todo, era consciente de que muy pocas mujeres necesitarían un libro como aquél. La mayoría de los hombres no necesitaban que los sedujeran. Normalmente, se mostraban bastante dispuestos para una relación sexual cuando, donde y con quien fuera.
– Yo necesito este libro -murmuró Lily. Lo abrió y leyó por encima el primer capítulo.
Paso número uno: elegir el objetivo. No se puede seducir a todos los hombres. Un hombre completamente seguro y feliz en su relación con la mujer de su vida podría aceptar de buena gana el hecho de flirtear con una mujer desconocida, pero no sentirá la tentación de ir más allá, aunque te quites toda la ropa y te ofrezcas a él.
Lily parpadeó. Entonces se miró en el espejo. Por lo que ella sabía, Aidan podría estar saliendo con una mujer o estar comprometido en secreto. Aunque parecía estar interesado, era bien conocido por todo el mundo que los hombres de Hollywood eran infieles por sistema. Hojeó el libro y encontró la sección referida al flirteo. La leyó en silencio.
El flirteo es un acto de cuidadoso equilibrio. Mostrar demasiado interés puede provocar que el hombre en cuestión salga huyendo. Mostrar demasiado poco supondrá no pasar nunca de los preliminares. Establece contacto visual y mantenlo unos segundos más de lo que se considera apropiado antes de apartar la mirada. Inclínate mientras hablas y, si puedes, tócalo como sin querer. Una inteligente combinación de seguridad y misterio es capaz de tentar a cualquier hombre.
Lily no se lo podía creer. Sí. Ella había escrito aquellas palabras, pero las había inspirado una cuidadosa investigación, no sus propias experiencias en la vida real. Dejó el libro sobre el borde del lavabo y se puso de pie. Se miró en el espejo una vez más. Decidió que tendría que quitarse las gafas. Se las metió en el bolso y, a continuación, se quitó la goma elástica de la cola de caballo con la que se había recogido el cabello. Con dedos temblorosos, se desabrochó dos botones de su blusa, dejando al descubierto un poco más de piel y el inicio de un sugerente escote.
– Mucho mejor -murmuró. Sin embargo, no era Lily Hart la que la contemplaba desde el espejo. Si pudiera convertirse en otra persona, en una mujer completamente distinta, tan sólo durante las seis horas siguientes. ¿Tan difícil podría resultar representar un papel? En Los Ángeles, todo el mundo fingía constantemente, tratando de hacerse pasar por algo que no se era para conseguir lo que deseaban.
¿No iba ella a ser capaz de dejar a un lado sus propias inhibiciones para ver si escondía una seductora en su interior? Como mujer soltera que vivía en Los Ángeles, tendría que espabilarse un poco si quería conseguir a un hombre como Aidan. ¿Por qué no aprovechar la situación para ver adónde la conducía ésta?
En un momento de su vida, toda mujer tenía una fantasía. ¿Cuántas veces se había preguntado cómo sería cambiarse por una supermodelo o una bella actriz, ser el objeto de deseo de todos los hombres? No tenía nada que perder. No volvería a ver a Aidan Pierce después de aquel vuelo.
– Señoras y caballeros, el capitán ha encendido la señal para que se abrochen los cinturones. Les rogamos que se aseguren de que todas sus pertenencias están bien colocadas en los compartimientos superiores o debajo del asiento. Nuestro personal de cabina pasará a recoger sus bebidas.
«Ahora o nunca», pensó Lily. Por una vez en su vida, debía dejarse llevar o aferrarse a lo que quería, aunque eso significara hacer algo salvaje y alocado. Aunque sus actos fueran impropios de ella.
Hojeó rápidamente el libro y leyó la lista de consejos que tan cuidadosamente había investigado. El aroma es importante. Metió la mano en el bolso y buscó su frasco de perfume. Destaca tus mejores rasgos. Se miró en el espejo. Siempre había creído que tenía una boca muy sensual. Tenía unos labios gruesos, de forma perfecta. Eran la clase de labios por los que las actrices de Hollywood pagaban mucho dinero. Sacó el lápiz de labios cuando guardó el perfume. Muéstrate segura sin resultar arrogante. Eso iba a ser más difícil. Resultaba fácil cambiar el aspecto exterior, pero llevaba ya mucho tiempo viviendo con sus dudas e inseguridades.
– Señoras y caballeros, les habla el capitán. Calculo que estaremos en el aire dentro de cinco minutos. El tiempo es bueno y tardaremos aproximadamente unas cinco horas y media en llegar al aeropuerto JFK. Relájense y disfruten del vuelo. Llegaremos a nuestro destino casi sin que se den cuenta.
Cinco horas y media para vivir una fantasía, una aventura que podría cambiar por completo el resto de su vida. En aquella ocasión, no tendría nada de lo que arrepentirse. Aquella vez, iría a la búsqueda de su fantasía y la haría real. Tal vez haciéndolo se transformara por fin en una mujer nueva.
Aidan miró el reloj. Entonces, se giró para mirar pasillo abajo hacia el lugar en el que estaba el cuarto de baño. Lily había desaparecido en él hacía casi diez minutos. Pensó en advertir a la azafata para que fuera a ver si se encontraba bien. Parecía tan asustada ante la perspectiva de volar, que Aidan temía que se hubiera puesto a vomitar o que incluso se hubiera desmayado en el cuarto de baño.
Cuando subió al avión, lo había hecho con la perspectiva de disfrutar de un vuelo tranquilo y sin contratiempo alguno. Como su reunión en el vuelo había sido cancelada, había creído que podría relajarse y dormir un poco. Llevaba casi un año sin parar trabajando en su última película.
Se miró los pantalones. Estaban empapados de la mezcla de su bebida con la de Lily. La azafata le había entregado un montón de servilletas para que se secara, pero Aidan se había resignado a estar incómodo durante el resto del vuelo.
Jamás había conocido una mujer tan nerviosa como Lily Hart. Aunque estaba acostumbrado a que mujeres de toda clase lo acosaran para conseguir un autógrafo y había recibido incluso un buen número de proposiciones deshonestas, tanta tontería le resultaba profundamente irritante. Entonces, ¿por qué le resultaba tan encantador en Lily?
Tal vez era porque, en el caso de su compañera de vuelo, no había ningún artificio. No estaba representando un papel. Ella tenía de verdad un montón de miedos e inseguridades. Ninguna mujer le hubiera derramado encima dos copas a propósito sólo para seducirlo. Ni se habría encerrado más de diez minutos en el cuarto de baño.
Contuvo el aliento y se reclinó en su asiento. Cerró los ojos. Era muy hermosa, a pesar de aquellas gafas de maestra y del descuidado peinado. No podía negar que la encontraba atractiva. Llevaba demasiado tiempo en Los Ángeles y las mujeres allí habían empezado a parecerse todas: largo cabello rubio, cuerpos esculpidos en un gimnasio y bronceados a base de crema, y con tan poca personalidad que casi resultaba imposible entablar una conversación con ellas.
Al principio, salir con hermosas actrices había sido fantástico. En el instituto, jamás había conseguido que una chica guapa se fijara en él. Entonces, era muy delgado, con poco estilo y, además, llevaba gafas. En la universidad, había mejorado un poco. En la actualidad, había logrado corregir todos sus problemas apuntándose a un gimnasio, con una competente estilista de Hollywood y operándose los ojos con cirugía láser. Como resultado, podía atraer a toda mujer que se propusiera. El problema era que, cuando las conseguía, dejaban de interesarle.
¿Qué diablos era lo que estaba buscando?
– Alguien de verdad -murmuró-. Algo de verdad.
Se había desencantado de su vida en general, de su trabajo, de las mujeres e incluso del coche que conducía. Había dirigido películas de éxito, pero no se trataba de películas importantes. No significaban nada. No perdurarían en el tiempo. Sus relaciones seguían más o menos el mismo patrón: resultaban muy llamativas, pero carecían por completo de sentimientos verdaderos. Demonios, incluso se había comprado su coche sólo por la imagen que le ayudaba a tener, a pesar de ser un todoterreno que se bebía prácticamente la gasolina. ¿Por qué nada de lo que hacía en su vida era como quería?
Tal vez precisamente por eso Lily Hart le había resultado tan intrigante. Era una mujer de verdad, con todas sus manías y rarezas. Había hecho el ridículo delante de él, pero, a pesar de todo, a él le parecía encantadora.
Además, era muy bonita. Casi no llevaba maquillaje. Su pálida piel, como de marfil, carecía por completo de imperfecciones. Llevaba el cabello oscuro apartado del rostro, lo que hacía que sus rasgos resultaran aún más llamativos. Sin embargo, era la boca lo que más le atraía. Tenía una forma perfecta, que no había sido creada por ninguna cirugía o inyección.
Aidan se reprendió mentalmente. ¿Por qué se había centrado inmediatamente en su aspecto? ¿Era eso lo que le había hecho la ciudad de Los Ángeles, convertirlo en un hombre necio y superficial? La mujer que iba a estar sentada a su lado no era sólo un montón de rasgos que se habían unido sólo para que él disfrutara observándolos. Hollywood era una ciudad insidiosa, como si se tratara de una droga que atraía a las personas sólo para conseguir que la vida de éstas se convirtiera en algo sin valor alguno.
Por eso se había sentido obligado a regresar a Nueva York. La Gran Manzana representaba una dosis de realidad que siempre conseguía aclararle la mente y hacerle centrarse en sus pensamientos. Necesitaba recordar los días en los que necesitaba rebuscar monedas en el sofá sólo para poder tomarse un café.
El avión comenzó a moverse lentamente hacia la pista de despegue. Aidan se levantó del asiento y se dirigió hacia la puerta del cuarto de baño. Llamó suavemente a la puerta.
– Lily, ¿te encuentras bien?
Un segundo más tarde, la puerta se abrió. Aidan se encontró mirándose en los ojos verdes más hermosos que había visto nunca. Dio un paso atrás, convencido de que se había equivocado de puerta. Entonces, se dio cuenta de que estaba mirando a Lily. Ella se había quitado las gafas y se había soltado el cabello. Los rizos oscuros se le enroscaban alrededor del cuello. Su rostro, que antes había presentado un aspecto pálido y tenso, presentaba un ligero rubor y los labios estaban maquillados con un seductor carmín de color rojo.
Aidan se aclaró la garganta.
– Debes venir a sentarte. Vamos a despegar.
Ella sonrió, mirándolo con los ojos ligeramente entornados.
– Gracias -murmuró.
Aidan se hizo a un lado para que ella pudiera pasar. Entonces, la siguió por el pasillo del avión. Sin poder evitarlo, se fijó en su trasero. La tela de la falda se le ceñía a las curvas como si se tratara de una segunda piel. Lily se sentó, recogió su bandeja y se puso el cinturón de seguridad.
– ¿Te encuentras mejor?
– Sí -respondió ella tranquilamente-. Mucho mejor.
– ¿Qué estabas haciendo ahí dentro?
– Ah… meditando. Es estupendo para aliviar el estrés.
Aidan no podía creer el cambio que se había producido en ella. Parecía haber dominado sus nervios de tal manera que él se preguntó si se habría tomado un par de tranquilizantes mientras estaba en el cuarto de baño. Sin embargo, cuando el avión entró en la pista y comenzó a tomar velocidad, vio que ella se tensaba, prueba evidente de que su tranquila apariencia era sólo superficial.
Aidan extendió la mano y agarró la de ella, entrelazando los dedos.
– Mírame -dijo. Ella se giró e hizo lo que él le había pedido-. No apartes los ojos de los míos y escucha mi voz. No hay nada que temer. Yo he tomado este vuelo cientos de veces y sigo con vida.
– Tú… Tienes unos ojos preciosos -murmuró ella-. Y unas pestañas muy largas.
– Yo estaba pensando lo mismo sobre ti -replicó él-. Y tu boca es…
– ¿Qué?
– Bueno, muy… Incita a besarla.
– ¿De verdad?
– Sí. De verdad.
Cuando notó que el avión alcanzaba la velocidad máxima, extendió las manos y le tomó el rostro entre ellas. Entonces, se inclinó hacia delante y la besó suavemente. Acarició con la lengua los dulces labios hasta que ella suspiró y los entreabrió.
A medida que avanzaban por la pista, el beso se hizo más intenso. Aidan comenzó a explorar los dulces rincones de la boca de Lily, bebiéndose su sabor. Trató de acercarla un poco más a él, pero el cinturón se lo impidió. Deseaba más, de un modo casi desesperado. La sensación que estaba experimentando al notar que el avión abandonaba el suelo se añadía a la adrenalina que se le había disparado.
Los motores rugieron, apagando así el rugido de su propio pulso en la cabeza. Un pequeño gemido se escapó de los labios de Lily, pero el beso no se interrumpió. Aidan sabía que, seguramente, estaban provocando una escena, pero no le importó. El instinto se había apoderado de él y le impedía detenerse.
Un sonido anunció que ya se podían quitar los cinturones de seguridad y los sobresaltó a ambos. Se separaron y Lily se acomodó de nuevo en su asiento, con los labios húmedos y vibrándole por lo que habían experimentado.
– ¿Qué ha sido eso? -preguntó.
– Si tienes que preguntar, supongo que no lo he hecho demasiado bien -respondió él.
– No. Yo… me refería a ese sonido.
Aidan indicó el panel que tenían por encima de las cabezas.
– Se ha apagado la señal del cinturón de seguridad -dijo-. Ahora, podemos levantarnos y andar por la cabina si queremos.
– En ese caso, volveré enseguida -anunció Lily. Volvió a agarrar su bolso y se desabrochó el cinturón.
Aidan se puso de pie y salió al pasillo. Entonces, decidió sentarse en el asiento de ventanilla que ella acababa de dejar. Unos instantes después, la azafata regresó para traerles de nuevo las bebidas que les había retirado antes de despegar. También puso un plato de queso y fruta sobre la mesa de Lily.
– Anotaré lo que desee usted tomar para cenar dentro de unos minutos, señor -le dijo.
Aidan tomó una uva y se la metió en la boca. Masticó lentamente mientras pensaba en todo lo que había ocurrido desde que se montó en aquel avión. Jamás se había dejado llevar por encuentros sexuales anónimos, pero nunca antes había conocido una mujer como Lily Hart. Cuando la besó, su intención había sido al principio la de distraerla. En el instante en el que ella entreabrió los labios, todo cambió para él.
Ni podía negar la atracción que había entre ellos ni podía ignorarla. Sólo sentía curiosidad por lo que ocurriría si se dejaba llevar. Se adentraba en un territorio peligroso, la clase de situación que la mayoría de los hombres encontraban muy excitante, pero que jamás habían experimentado en la vida real.
Últimamente, Aidan había tratado de tener más cuidado con su vida sexual. Se había cansado de ver su vida social en las páginas de todas las revistas de Hollywood. Aunque a su publicista le encantaba, él sentía una profunda frustración por el hecho de que su vida personal se hubiera convertido en mejor entretenimiento que sus películas.
Si fuera un hombre inteligente, se levantaría y se cambiaría de asiento. Si se dejaba llevar, estaba seguro de que todo aparecería en la prensa pocos días después. Aunque a la mayoría de sus otras novias les encantaba verse en las revistas, no estaba seguro de que Lily sintiera lo mismo.
Cuando la besó, no había esperado que ella le devolviera el beso con tal entusiasmo ni tampoco había podido predecir su propia reacción. ¡Era una locura! Había tomado la decisión de tratar de encontrar algo de verdad en su vida y allí estaba, considerando una superficial aventura sexual en un avión.
Abrió los ojos y se levantó. Se dirigió hacia el cuarto de baño y llamó suavemente a la puerta. Aquella vez, cuando Lily abrió, él la reconoció inmediatamente. Aidan miró a ambos lados y entró en el minúsculo aseo y cerró la puerta a sus espaldas.
El espacio en el que se encontraban era tan pequeño que casi no había espacio para que los dos pudieran estar de pie. El cuerpo de Aidan se presionaba contra el de ella, por lo que se vio obligado a agarrarla por la cintura para mantener el equilibrio.
– Sobre lo que ha ocurrido -murmuró-, yo… yo sólo estaba intentando distraerte. No quería… -añadió, tragando saliva-. Yo no quería disfrutar… tanto. ¿Te ha gustado a ti?
– Sí -respondió ella, observándole atentamente. Le miró rápidamente la boca y luego volvió a mirarle de nuevo a los ojos.
Aidan sabía lo que tenía que hacer, lo que ella quería que él hiciera, y le resultó imposible resistirse. Sin pensárselo dos veces, volvió a besarla. Aquella vez, no fue para distraerla. Aquella vez, sus pensamientos estaban centrados por completo en las sensaciones que le producía la dulce boca que tenía bajo la suya.
Aidan había besado a muchas mujeres, pero jamás había sido así. Había una cierta sensación de prohibido en lo que estaban haciendo. Resultaba algo peligroso y convertía el sencillo acto de un beso en algo mucho más intenso. Sintió que ella le enredaba los dedos en el cabello y se le escapó un gruñido cuando la estrechó contra su cuerpo.
Tal vez se tratara precisamente de eso. Si los dos hubieran estado de pie junto a la puerta de la casa de ella, aquel beso no tendría nada de especial. Sin embargo, el hecho de pensar en lo que podría ocurrir entre ellos a continuación, convertía la situación en algo mucho más excitante de lo que realmente era. Todo tenía sentido, pero, al mismo tiempo, Aidan no quería creerlo. Tal vez simplemente había encontrado una mujer en la que pudiera confiar, al menos durante las próximas seis horas.
Se apartó de ella y le retiró el cabello del rostro.
– Deberíamos regresar a nuestros asientos -dijo él-. Alguien va a tener que utilizar pronto este cuarto de baño.
Ella no habló. Simplemente asintió. Agarró el bolso y salió por la puerta. Cuando Aidan regresó a su asiento, vio que ella tenía centrada su atención en un libro que tenía sobre el regazo. Observó cómo pasaba una página y notó que le temblaba ligeramente la mano. Extendió la suya y deslizó un dedo sobre la suave piel de la muñeca de Lily. Entonces, ella se volvió para mirarlo.
– Más tarde -prometió él.