Un cumulo de emociones se agolparon en la expresión de Rinaldo ante aquella repentina interrupción: el disgusto por la bienvenida que su abuelo le había dado a Donna, la necesidad de disimular su rabia delante del anciano, la confusión de no verse apoyado por aquel familiar al que respetaba… Donna pudo leer todo eso en la cara de Rinaldo, el cual, finalmente y con gran esfuerzo, se mostró educado:
– Abuelo, ésta es la signorina Donna Easton, de Inglaterra. Signorina Easton, mi abuelo, Piero Mantini.
– Bienvenida a Villa Mantini, pequeña -el abuelo, en vez de agarrar la mano que Donna le ofrecía, le dio un abrazo cariñoso, que ella devolvió con sumo gusto, alegre por aquella muestra de afecto espontáneo.
– Grazie, signore -agradeció Donna.
– ¡Pero si hasta hablas nuestro idioma! -exclamó radiante el abuelo.
– Dos palabras -apuntó Rinaldo.
– No seas tan gruñón -lo recriminó su abuelo-. Signorina, e felice di essere finalmente qui con noi?
Donna miró de reojo la curva de la sonrisa que Rinaldo había empezado a esbozar, convencido de que Donna no habría entendido al abuelo. Pero había entendido de sobra que éste le había preguntado si se alegraba de estar allí con ellos finalmente, y se dio la satisfacción de responder en italiano.
– Molto felice, signore. Desideravo tanto conoscere la familia di Toni.
La expresión de Rinaldo se endureció al oír lo contenta que estaba y las ganas que tenía de conocer a la familia de Toni Donna lo miró en silencio desafiantemente.
– Donna no está acostumbrada a este calor – Toni apareció detrás de su abuelo y rompió aquel tenso silencio- Entremos en casa.
– Claro, claro -con vino Piero-. María te enseñará cuál es tu habitación… María, ésta es Donna: pronto pasara a ser una más de la familia. Acompáñala arriba y haz que se sienta cómoda -le dijo a una mujer que acababa de surgir entre las sombras.
– Yo subiré tus maletas -se ofreció Rinaldo con formalidad-. Espero que todo resulte de tu agrado.
El dormitorio al que María la llevó era enorme y tenía dos ventanas altas que daban a la entrada de la casa. Las contraventanas estaban cerradas y reinaba la oscuridad. María las abrió y, con la luz, Donna observó su cama la cual tenía un bonito cabezal de nogal.
Mientras María le enseñaba los armarios y el cuarto de baño, se oyó un golpe en la puerta y un joven entró acarreando las bolsas de Donna. Tras él iba una doncella con una bandeja.
– Algo de comida y un poco de vino -dijo María-. Rinaldo pensó que te apetecería echarte una buena siesta después de un viaje tan agotador.
Hablo con un tono que no daba lugar a dudas: se trataba de una orden, más que de una sugerencia. Era evidente que Rinaldo intentaría disuadir a Toni de su idea de casarse con Donna, mientras ésta dormía. Pero ella no tenía ganas de discutir. Estaba cansada, tenía calor y estaba confusa tras descubrir lo mucho que Toni le había ocultado de su estilo de vida en Italia. Necesitaba tiempo para pensar.
Se duchó, se tomó el tentempié y se acostó en la cama. Despertó al notar los labios de Toni, al que abrazó y sujetó como si fuera la única persona a la que podía aferrarse en un mundo que le era totalmente ajeno.
– Mi dormitorio está justo en el otro extremo de la casa -comentó Toni con una sonrisa-. ¿No es curioso, teniendo en cuenta que ya somos padres de una futura criaturita?
– ¿Se lo has dicho a alguien?
– Todavía no. Estoy esperando el momento adecuado.
– Toni, ¿por qué nunca me has hablado de todas tus anteriores prometidas?
– ¿De todas? -la provocó-. ¡Ni que fuera el Tenorio! -bromeó.
– Según tu hermano, cuatro o cinco.
– Bueno, pero ésas no cuentan. Tú eres la única que cuenta -aseguró.
– No me habías advertido de dónde me estaba metiendo -protestó Donna.
– No te lo tomes tan a la tremenda. Vamos a casarnos, y eso es lo único que importa.
– Me gustaría que habláramos en serio un segundo.
– Si te vas a volver seria, acabaré creyendo que eres tan mala corno Rinaldo -dijo Toni, haciendo pucheros.
– Y ésa es otra: me habías dicho que se alegraría de que te casaras, pero él piensa que sólo voy detrás de tu dinero. Ni siquiera se creería que yo no sabía lo rica que es tu familia. ¿No piensas que también debías haberme comentado algo de eso?
– ¿Por qué?, ¿te habrías enamorado más de mí? -la pinchó.
– ¡Por supuesto que no! Al contrario: me habría amedrantado.
– Quizá yo sabía que ésa sería tu reacción. Yo nunca me he sentido rico. Rinaldo me pasa un sueldo mensual como chantaje para presionarme y obligarme a que vuelva a casa. Para hacerme sentir que estoy en deuda con él.
– ¿Habéis hablado de mí mientras dormía?
– Sí. Y hemos tenido una buena bronca. Cuando vio que no podía hacerme cambiar de opinión, se puso muy furioso. El abuelo me rescató. Dice que no quiere más discusiones durante la cena.
– Ya, pero la situación será tensa de cualquier forma.
– No te preocupes por eso -se adelantó Toni-. Selina cenara con nosotros. Es una antigua novia de Rinaldo. Hace trece años él estaba completamente loco por ella y quedaron prometidos. Todos estaban en contra de aquel noviazgo, Rinaldo tenía sólo veinte años y ella dieciocho; pero él estaba decidido a hacer lo que le diera la gana y a casarse con ella.
– ¿Qué pasó?
– Selina quería ser actriz. Siempre estaba merodeando Cinecitta, un estudio de cine de Roma y, de alguna manera, acabó conociendo a un actor y acostándose con él. Lo siguiente que supimos es que había desaparecido. Fue un mes antes de que Rinaldo cumpliera veintiún años. Estaba preparando la boda, pero Selina se marchó a Nueva York con su estrella de cine. Los fotografiaron juntos y salieron en todos los periódicos, junto con las declaraciones de la mujer del actor, suplicándole que volviera con ella, lo cual tampoco le habría importado a Selina, pues lo único que quería era que él la introdujera en el mundillo del cine.
– ¿Y lo hizo?
– Más o menos. Ella pensaba que se convertiría en una diva mundial, pero acabó interpretando pequeños papeles en películas italianas de serie B. No sabe interpretar, pero sólo tenía que estar guapa y decir unas pocas palabras. Ahora su carrera se ha estancado. Hace un año que no la llaman de ningún sitio.
– ¿Como se lo tomó Rinaldo? -Preguntó Donna-. Tiene pinta de ser el típico hombre al que le entraría un arrebato violento.
– ¡Y tanto! El abuelo decía que nunca había visto a un hombre tan enamorado ni tan furioso. Yo sólo tenía once años, pero me di cuenta de que algo iba mal, porque la rabia de Rinaldo pesaba en el ambiente. Durante un tiempo perdió un poco la cabeza. Tenía un coche muy veloz y conducía pisando el acelerador. Todavía no me explico cómo no tuvo nunca un accidente. Pero de pronto se calmó. Él es así. Nunca pierde el control del todo.
Cuando ve el peligro, se serena y punto.
– La verdad es que la impresión que me estoy llevando de él no es muy buena de momento. Parece un superhombre, o inhumano… lo que sea, pero no humano.
– Es verdad que tiene un gran autocontrol. Cuando decide algo es inexorable -concedió Toni-. Volvió a trabajar y siguió adelante con su vida; pero nadie se atrevía a mencionar el nombre de Selina en su presencia. El día que se enteró de que se había casado con un productor, todos arropamos a Rinaldo, el cual pareció sinceramente afectado. Dos años después se divorciaron y salió en todos los periódicos; pero ninguno de nosotros se atrevió a comentárselo a Rinaldo.
– ¿Entonces? ¿Estará esta noche en calidad de amiga?
– De alguna manera logró irrumpir de nuevo en la vida de Rinaldo y empezaron a verse otra vez. Ella vive en un piso en Via Véneto, el rincón del glamour. ¿No has oído hablar de Via Véneto?
– Claro que sí. ¡La dolce vita! -exclamó Donna con dramatismo.
– Exacto. Yo antes pensaba que era el sitio más increíble del mundo: la vida alegre, el pecado, la fama… Y dinero en abundancia. Justo el sitio indicado para Selina. Rinaldo va a verla a veces, y tengo la impresión de que le paga el alquiler. El productor quebró, Rinaldo la ayuda económicamente y ella, probablemente, le devolverá el favor a su manera. Selina está convencida de que si Rinaldo sigue soltero es porque sigue enamorado de ella.
– ¿Crees que es cierto?
– ¿Rinaldo? -Toni emitió una sonora carcajada-. En absoluto. La única enseñanza que él sacó de su desengaño con Selina es que no se puede confiar en ninguna mujer y que la mayoría están en venta. Ha tenido a muchas mujeres, pero ninguna le ha llegado al corazón. Rinaldo nunca comete dos veces un mismo error, y jamás perdona.
– Pero sí parece que la ha perdonado.
– Yo no estaría tan seguro…
– Insinúas que se acuesta con ella y que disfruta ¿viendo a Selina intentar atraparlo?
– No me extrañaría. Puede que hasta acabe casándose con ella -comentó Toni.
Cuando Donna se vistió para la cena, se esforzó por estar guapa. No pretendía lograr un milagro, pero sí podría estar elegante. Sonrió al recordar su preocupación por el vestido que se había comprado con sus últimos ahorros. Había pensado que tal vez fuera demasiado vistoso, pero al lado de una actriz de cine, por desconocida que fuera, seguro que no desentonaría.
Le gustó el resultado de sus esfuerzos. El vestido tenía un escote no muy pronunciado y en el cuello lucía un collar de perlas que Toni le había regalado. Se hizo un moño, pero aunque no le disgustaba, no quería resaltar que era mayor que Toni.
– Estás preciosa -le dijo éste cuando fue a buscarla de nuevo a su dormitorio, mientras atravesaban un pasillo-. Pero mañana te compraré un vestido verde oliva.
– ¿Por qué verde oliva? -preguntó sonriente.
– Porque el color te sentara bien. No discutas. Nunca me equivoco con los colores. Y también te compraré unos rubís a juego.
– ¡Tú sueñas!
– No, en serio: un collar de rubís y unos pendientes. Estarás fabulosa.
Antes de que pudiera contestar, Rinaldo apareció, bajó la cabeza con educación y los pasó sin decir palabra; pero Donna se dio cuenta de que había oído las palabras de Toni, y éstas confirmarían las sospechas de Rinaldo.
– Esperemos fuera, en el jardín de mi madre -propuso Toni cuando hubieron bajado las escaleras.
– ¿Loretta era tu madre?
– Sí. El jardín estaba totalmente desangelado antes de que ella se ocupara de él. Era escultora, pero lo dejó al casarse con mi papá. No quería que ella trabajara fuera de casa.
– ¡No hay derecho! -protestó Donna.
– El caso es que este jardín, con todas sus estatuas, es obra de mamá.
– Ésta de aquí me encanta -comentó Donna, deteniéndose frente a la de los dos niños.
– ¿Sabes quiénes son?
– ¿Tu hermano y tú?
– Exacto. Rinaldo tenía diez años y yo uno cuando mamá la esculpió.
– Es preciosa. Se nota que está hecha con amor. Seguro que tu madre fue una mujer maravillosa.
– Lo era. Yo sólo tenía cinco años cuando murió, pero la recuerdo muy bien. Era muy guapa y me quería mucho. Siempre supe que yo era su favorito. Papá siempre estaba enfadado, pero mamá no le dejaba echarme la bronca. Una vez robé unos panecillos de la cocina y mi madre le dijo que se los había comido ella para que no me castigara -Toni sonrió al rememorar aquella anécdota y, un segundo después, su rostro ensombreció-. Luego murió y yo me quedé sin su calor. Pero ahora te rengo a ti, carissima, y nunca me faltará tu calor.
Donna lo contempló con ternura. ¿Era ésa la razón por la que se sentía atraída hacia él?, ¿el ser mayor que él y haberlo conocido siendo Toni su paciente? Recordaba muy bien las muchas veces que la había comparado con una Madonna, así como su alegría al enterarse de que se había quedado embarazada.
Y si así sucedía y ésa era la respuesta, ¿acaso importaba? Cada uno estaba llenando las necesidades del otro, y ésa podía ser la base para un matrimonio feliz. Se juró en silencio amarlo y protegerlo durante toda la vida.
La sobresaltó un pequeño cuerpo que pasó rozándole la pierna.
– Hola, Sasha – Toni saludó al gato-. Es del abuelo. Mira, le gustas -comentó al ver que Sasha se restregaba contra la pierna de Donna y ronroneaba.
– Pues claro que le gusta -intervino Piero, sumándose a la pareja-. ¿A quién no le va a gustar Donna? ¿Me permites que entre contigo del brazo a la cena? A Toni no le importará. Es uno de los privilegios de ser anciano: que puedes robarle una chica bonita a un hombre joven.
Donna rió y tomó el brazo que el abuelo ahuecaba, contenta de contar con el favor de Piero.
Rinaldo estaba en el salón que daba al patio. Llevaba una chaqueta negra, con una camisa blanca y una pajarita. Su rostro imperativo se alzaba por encima del resto de las cabezas y llamó la atención de Donna. Ni siquiera el porte de Toni podía compararse con la grandeza de su hermano. Aquél era su territorio y él, una pantera defendiendo su cueva.
Al lado de Rinaldo se sentaba una mujer alta, de larga y rubia melena, con un vestido negro ajustado. El escote era muy atrevido, la cintura ceñida y la falda dejaba al descubierto un par de firmes y preciosas piernas, bajo las medias negras. Lucía un collar con un diamante y tenía más joyas en las muñecas. Se levantó y se dirigió hacia ellos dejando la estela de su perfume tras de sí.
– Toni, querido -le dio un abrazo-, ¡cuánto me alegro de que estés aquí! No podemos dejar que vuelvas a escaparte, ¿verdad que no, Rinaldo?
– Toni nunca hace caso de lo que le digo -respondió el hermano, encogiéndose de hombros.
– Te presento a Donna, mi prometida -dijo Toni desembarazarse del abrazo de Selina-. Donna, ésta es Selina, una vieja amiga de la familia.
Un destello en los ojos de Selina reveló que no le había agradado que la presentaran en esos términos. Pero reacciono en seguida y abrazó a Donna con gran efusividad.
– Es un encanto, Toni -exclamó hablando sobre el hombro de Donna, como si ésta no existiera-. ¡Pareces tan serena! Y no eres extravagante vistiendo. Es bueno que las personas sepan cuál es su estilo, ¿no crees? añadió dirigiéndose a Donna.
– ¿Quieres decir saber el lugar que le corresponde? – replicó ésta en voz baja, aunque no lo suficiente para que Rinaldo, que se había acercado al grupo, no la oyera. La expresión de su cara pareció quebrarse por un segundo, pero recuperó el control inmediatamente. Se miraron y, a pesar de su antagonismo, Donna tuvo la impresión de que Rinaldo había estado de su parte en aquel segundo de duda.
– Es la más guapa del mundo -intervino Toni con desenfado-. Y tiene cabeza. Mucha más que yo.
– Cualquiera tiene más cabeza que tú -apuntilló Rinaldo.
– Ahora mismo renunciaría a mi supuesta gran cabeza por estar tan guapa como tú -le dijo Donna a Selina.
– La presencia no es tan importante -replicó Selina falsamente, aunque muy complacida por el halago-. Además, es el efecto de los diamantes. Le tengo dicho a Rinaldo que no me compre más, pero él sigue en sus trece -luego se puso a hablar con el abuelo, Piero.
– Como ves, prefiero los hechos a las palabras -le comentó Rinaldo a Donna aparte-. Sé cómo ser generoso.
– Bueno, hay hombres que se expresan con dinero y hombres que saben emplear otros medios.
– Y supongo que tú sabes mucho de eso.
– Su hermano es diferente, signore. El me entrega su corazón.
– ¿,Su hermano?, ¿signore? -Repitió con retintín-. Si piensas formar parte de esta familia, ¿no crees que deberías llamarme por mi nombre?
– No sé si tú y yo podremos formar parte de la misma familia… afectivamente hablando. Toni y su abuelo, sí. Pero nosotros, no.
– ¿Así que sacando las uñas?
– Fuiste tú el primero en declararme la guerra -afirmó con suavidad y enojo-. Al menos, eres sincero. Es bueno saber dónde está el enemigo, signore.
– ¿Así que ahora te enfrentas a mí? Muy valiente, pero más inútil todavía.
– Quizá no tan inútil como piensas, ¿Quién te dice te dice que no tengo un arma secreta?
– Tiemblo de miedo.
– ¿Cenamos? -intervino el abuelo, elevando la voz. Agarro a Donna por el brazo derecho y avanzaron hacia la mesa del salón, una amplia pieza, en una de cuyas paredes se extendía un ventanal enorme con vistas al jardín.
Después de que los ojos de Donna se acostumbraran a la penumbra, ésta comprobó que se trataba de un salón tradicional y lujoso al mismo tiempo. La mesa y las sillas eran de madera. Éstas tenían respaldos muy altos, tapizados como los asientos.
La vajilla era de plata y había tres vasos de distintos tamaños y formas entre plato y plato, de aspecto muy frágil.
Piero le indicó su silla y se la corrió con gentileza. Donna se encontró en el medio de uno de los laterales, con Rinaldo justo enfrente de ella. Por suerte, Toni estaba a su lado y le dio la mano por debajo de la mesa, para intentar tranquilizarla, en caso de que estuviera nerviosa.
Donna observó que la silla que había a la derecha de Piero estaba vacía. Entonces, el abuelo dio un ligero silbido y su gato se unió a ellos y ocupó la plaza vacante.
– A Sasha le gusta comer conmigo -explicó Piero.
– ¡Qué dulce! -Exclamó Selina-. Porque tú eres muy dulce, ¿verdad que sí, gatito? -añadió mientras lo acariciaba. Sasha se apartó.
– Dado que ya estamos todos -terció Rinaldo, impaciente-, puede que ya podamos comenzar.
– María apareció. Seguía de negro, pero ahora llevaba un vestido de seda.
– María ha preparado una cena especial en tu honor -le dijo Rinaldo a Donna con una leve inclinación de la cabeza.
– Muy… muy amable de tu parte -replicó Donna, algo ofuscada por la atención.
María llamó a dos sirvientas más, las cuales llenaron de agua las copas más grandes, y las medianas con vino blanco seco. Luego se marcharon para regresar poco después con el primer plato.
Donna había comido en varias ocasiones en restaurantes italianos, pero aquélla era la primera vez que probaba la cocina italiana in situ. Para empezar, había una ensalada con aceitunas, cebolla, ajo, huevo duro y algo parecido a chocolate amargo.
– Sí, es chocolate – Toni se rió al ver la cara de Donna-. Es un truco especial de María. Mezclado con el vinagre, tiene un sabor muy rico.
– ¿Rico? ¡Delicioso! -exclamó Donna.
Cuando María volvió a la mesa para llevarse los platos, Piero le hizo saber la opinión de Donna, para contento de aquélla.
– Grazie, signorina -Dijo María sonriendo a Donna. Luego tomaron unas verduras, más sabrosas si cabe.
Donna no sabía cómo era capaz de seguir comiendo; sin embargo, la pericia de María lograba que ambos platos se compensaran, dejándola satisfecha, pero no saciada.
– Como plato fuerte, María ha preparado cordero asado -la informó Rinaldo-. Piensa que los ingleses nunca se quedan contentos si no toman cordero asado.
Donna nunca había probado un cordero así. Tenía una guarnición de perejil, cebolla y zanahorias, estaba espolvoreado con orégano y romero y, en algún lugar, algo le daba sabor a vino. Más que una comida, se trataba de una obra de arte.
Sirvieron vino tinto para acompañar el cordero. María observó que Donna apenas había probado el vino blanco.
– ¿No te gusta el vino? -le preguntó Rinaldo.
– Prefiero el agua -respondió Donna. La verdad es que, normalmente, sí agradecía una copita, pero prefería no beber alcohol, ahora que sabía que estaba embarazada.
– Parece que prefieres no bajar la guardia -comentó Selina-. Probablemente te sientas como si estuvieras en la guarida de un león.
– ¿Cómo es posible, siendo nuestra invitada de honor? -dijo Rinaldo.
– Puede que porque me recuerdas a un emperador romano -respondió Donna-. ¿No acostumbraban a invitar a sus enemigos a cenar, a colmarlos de honores, para luego… luego nunca volvía a saberse de ellos. ¿Quién sabe lo que les ocurriría?
– ¿Qué dices a eso? -intervino Piero entusiasmado, riéndose-. ¡Un emperador romano! ¿Cuál de ellos? ¿Nerón? ¿Calígula?
– Ninguno de esos -afirmó Donna-. Ellos estaban locos y eran bobos, y estoy segura de que todo lo que Rinaldo hace lo hace con intención, no sin antes haberlo planeado hasta el último detalle.
– Entonces, ¿quién? -insistió Piero divertido.
– Puede que Augusto -sugirió Donna.
– Un diablo frío y sin sentimientos. Ya ves, Rinaldo. Te ha calado a la perfección -señaló Piero-. Pero, ¿Cómo es que sabes tanto de nuestra historia?
– Como verás, abuelo -contraatacó Rinaldo-, también ella lo tiene todo planeado hasta el último detalle.
– Hablas como si la conocieras bien -intervino Selina con voz celosa.
– Eso creo -reforzó Rinaldo.
– Pero yo no la conozco -protestó Selina-. Cuéntame algo de tu vida.
– No hay mucho que contar. Soy enfermera. Conocí a Toni cuando se estrelló con el coche y lo trajeron al hospital en el que trabajo.
– ¡Qué romántico! -Exclamó Selina-. ¿Y os enamorasteis a primera vista?
– Sí -afirmó Toni-. Donna es mi ángel de la guarda particular.
– ¿Y tu familia? -Preguntó Rinaldo-. ¿Qué opina de tu matrimonio?
– No tengo familia -espetó Donna-. Mi madre está muerta y mi padre se marchó de casa hace muchos. Apenas lo conozco.
– Ni siquiera me lo ha presentado -apuntó Toni-. Tengo la impresión de que debe de ser un ogro.
– Bueno, todos tenemos parientes que preferimos mantener ocultos -indicó Selina.
Donna se sintió violenta. Era cierto que no había querido que Toni conociera a su padre. No soportaba el desinterés que éste había mostrado por ella. Pero las palabras de Selina habían sido dichas con doble intención.
– Cierto -afirmó Piero-. Ninguno de mis parientes quiere que nadie me conozca. Soy el secreto mejor guardado de la familia. De toda la vida.
Todos rieron la broma del abuelo y la tensión del momento pasó. Piero sirvió un poco más de cordero a Selina, la cual estaba visiblemente contrariada por haber cesado el acoso a Donna. También Rinaldo la miraba con mala cara, pues, de seguro, entendería que una mujer sin familia no aportaría honor alguno al marido, mientras que para ella todo serían ventajas.
Las sirvientas llegaron y retiraron los platos. Había llegado la hora del café, el cual fue servido en pequeñas tazas de porcelana, y seguido por una copita de licor.
– Y ahora, quiero proponer un brindis -dijo Piero tras ponerse en pie. Rinaldo parecía asombrado y la sonrisa de Selina era totalmente falsa; pero el abuelo no les hizo caso y miró radiante a Toni y a Donna-. Éste es un día feliz; nuestro Toni ha traído a casa a una mujer encantadora, digna de pertenecer a esta familia. Brindo por mi nueva nieta -dijo alzando su copa.
Todos bebieron y Toni sonrió a Donna.
– Y otra cosa -añadió Piero, dirigiéndose a la novia, mientras sacaba una cajita de un bolsillo-. Tengo un regalo para ti: este anillo ha pertenecido a los Mantini durante generaciones. Yo se lo di a mi mujer, y en su dedo permaneció hasta que murió. Según la tradición, el hijo mayor debe entregárselo a su mujer; pero dado que Rinaldo se niega a casarse, te lo doy a ti, querida, para demostrarte que eres una más de nuestra familia.
El abuelo tomó la mano derecha de Donna y le colocó el anillo en el dedo corazón. Era muy bello, de esmeraldas y rubíes un exótico diseño. Donna se quedó sin palabras, no tanto por su valor, como por el valor simbólico de bienvenida. Por un momento, las lágrimas se le agolparon en los ojos. Cuando logró contener la emoción, vio la cara iracunda de Rinaldo, que, sin duda, se debía de sentir robado.
Pero éste logró serenar su furia y en seguida la felicito sonriente. Selina no supo fingir igual de bien, pues, seguramente, lamentaba despedirse de aquel anillo que ella esperaba haber recibido algún día.
El resto de la velada transcurrió con normalidad. Selina se marchó en su nube de perfume, Rinaldo la acompaño al coche, Toni le sirvió otra copa a su abuelo y Donna salió al jardín.
Afuera hacía un fresco muy agradable, una brisa que aliviaba la tensión de la cena. En lo alto, oteando la Tierra sobre las villas de Via Veneto, la luna iluminaba todo con sus rayos de plata. Donna se acercó a la fuente y se sentó a un lado, escuchando el caer del agua con la vista perdida en el horizonte.
De pronto, Donna percibió algo en el aire que la hizo salir de su embelesamiento. Rinaldo la estaba observando, oculto su rostro por las sombras. Donna se preguntó qué tiempo llevaría allí vigilándola.
Se aproximó a ella con una copa de coñac en cada mano y le ofreció una a Donna.
– No, gracias -rechazó al instante.
– Es coñac del bueno -Rinaldo se sentó junto a ella -. El mejor. No se lo ofrezco a todo el mundo.
– Agradezco el honor, pero nunca tomo licores -afirmó con determinación.
– Eres una mujer de lo más sorprendente. Reconozco que me has asombrado.
– ¿Pero aún no crees que me vaya a casar con Toni por amor?
– Ahora desconfío más que nunca. Sé lo bien que lo has planeado todo para introducirte en esta familia.
– Pero si yo no… ¿Para qué molestarme? ¿Qué más me da lo que diga si no me vas a creer?
– Exacto, ¿para qué molestarse? Y ya de paso, ¿qué hace una mujer como tú con un crío como Toni?
– Estoy con él porque es dulce y bueno -lo miró a los ojos-. Y porque me quiere.
– ¿ Y tú? ¿Tú qué quieres?
– Yo quiero… -la voz le tembló de repente- Quiero formar parte de esta familia.
¿Por qué había dicho eso? No sabía por qué, pero sí que Rinaldo tenía algo que la obligaba a decir la verdad.
– ¿De verdad crees que puedes llegar a pertenecer a esta familia?
– Con tu permiso…
– Denegado. Tú no te convertirás en la esposa de Toni. No te engañes. Ni engañes a mi hermano -de repente le agarró la mano-. Escúchame: si lo que buscas es seguridad, yo te la daré. Puedo pagarte un piso en la zona más lujosa de Roma, joyas, ropa, cualquier cosa que quieras. Tengo amigos que te ofrecerán algún trabajo si quieres ocupar el tiempo libre. Lo único que te pido a cambio es que siempre estés lista para mí.
– Debo de haber oído mal -lo miró horrorizada.
– Yo tampoco termino de creerme lo que estoy diciendo; pero haré cualquier cosa por evitar la tragedia que estás maquinando.
– ¿Y qué pasa con los sentimientos de Toni?, ¿es que no te importan? -Donna liberó su mano.
– Precisamente porque me importan es por lo que voy a impedir este matrimonio.
– Toni y yo somos inseparables -sentenció ella.
– ¡Ni en sueños te lo creas! -Repuso con fiereza-. Y lo sabes. Lo sabes desde el momento que nos encontrarnos por primera vez.
– ¡Serás arrogante!
– No pierdas el tiempo insultándome por algo que no podemos evitar ninguno de los dos.
– Estás equivocado -dijo con firmeza.
– ¿Seguro? -Rinaldo la miró intensamente a los ojos y, acto seguido, le acarició los labios con un dedo.
La sensación la estremeció. Su roce era como la caricia de una pluma, y la hacía temblar de una manera que nunca hasta entonces había experimentado. El mundo entero parecía estar dando vueltas.
– Toni es un niño -dijo Rinaldo con suavidad-. Y tú no eres una niña, sino una mujer. Lo que tú necesitas s un hombre.
– Pero no a ti -respondió con dificultad-. A ti desde luego que no te necesito.
– ¿Por qué no? ¿Por qué rechazar a un hombre que le puede apreciar, para quedarte con un niñito que sólo quiere que le hagas de madre? A Toni se le pasará. Pero nosotros… nosotros jamás podremos olvidarlo.
En medio de tanta confusión, Donna se aferró a un pensamiento: estaba frente a un hombre sin escrúpulos, capaz de hacer cualquier cosa con tal de separarla de su hermano. Aunque para ello tuviera que seducirla él mismo… sin desearla de veras.
Intentó retirar los labios de aquella caricia que tanto la atormentaba y tanto placer le producía, pero Rinaldo empezó a deslizar las yemas de los dedos por el contorno de sus labios, haciéndola experimentar sensaciones desconocidas para ella, obligándola a reconocer que, aparte de su recíproca hostilidad, había un sentimiento más peligroso que los unía.
Su boca ardía con el deseo de sentir la boca de Rinaldo. No podía respirar. No quería acabar con eso. Quería prolongar esa sensación eternamente.
– Tú di sí -susurró él con suavidad- y yo haré todo lo que haga falta. Te sacaré esta noche de aquí y nunca más tendrás que ver a Toni.
Donna respiró profundamente para intentar calmar el ritmo enloquecedor de su corazón. Oír el nombre de Toni la despertó de aquel trance: Toni la amaba. Se quedaría destrozado si se enterase de lo que su hermano estaba intentando.
– Aparta tu mano de mí -le ordenó ella. Rinaldo, desconcertado, se enfureció al comprobar que Donna no se había rendido todavía-. ¿Qué dirá Toni si llegara a saber la verdad?
– ¿Y cuál es, en tu opinión la verdad?
– Que eres el tipo de hombre que intenta seducir a la mujer de su hermano.
– Prueba a ver si se lo cree -respondió con cruel serenidad.
– Lo negarías, claro.
– Por supuesto que lo negaría. Haría cualquier cosa para proteger a mi familia. Cualquier cosa -repitió Rinaldo -. Estás advertida. Todo habría sido distinto si hubieras sido sensata. Habrías tenido tu apartamento y todo lo demás; pero has decidido hacerte la lista; así que, de acuerdo, ya veremos quién gana.
Se levantó de golpe y regresó al interior. Donna permaneció quieta, estremecida. Por un momento, la intensidad de su mirada y un cierto tono de voz la habían hipnotizado. Tembló aterrorizada por lo que podría haber sucedido.
– ¿Estás bien? -Le preguntó Toni con ansiedad, que acababa de ir al encuentro de Donna-. ¿Te ha estado molestando mi hermano?
– Estoy bien -respondió ella-. Pero me gustaría irme a la cama. Estoy muy cansada.
Toni la acompañó a casa, Piero le dio un beso de buenas noches y hasta Sasha se restregó cariñosamente contra los tobillos de Donna. No había ni rastro de Rinaldo.
Cerró con fuerza la puerta de su dormitorio, Las contraventanas estaban abiertas y la luna iluminaba algo que había sobre la cama. Era un sobre grande, repleto de dinero. Aturdida, Donna cantó hasta un millón y medio de pesetas en billetes de cinco mil. También había una nota que decía:
Toma el dinero y haz el favor de largarte. Rinaldo.