Los suelos del taller brillaban como si hubiesen estado días encerándolos. Kateb imagino que lo habían hecho. El lanzamiento del sitio web de la fábrica de joyería había reunido a muchos habitantes del pueblo y Rasha quería causar una buena impresión.
Kateb circuló entre la multitud, buscando a Victoria. La vio hablando con una de las artistas y observó su perfil. A pesar de haberse acostumbrado a él, le seguía pareciendo muy bello. Sabía que debajo de aquel traje se escondían unas curvas capaces de enloquecer a cualquier hombre, pero intentó no pensar en ellas. Sería mejor concentrarse en el acontecimiento en sí y en los pedidos que habían empezado a llegar a través de la página web.
– Príncipe Kateb -lo llamó Rasha-. Es un honor que haya venido esta tarde. Esto ha sido posible gracias a usted. Siempre le estaremos agradecidas.
– Es un negocio próspero -contestó él-. Por eso lo apoyo.
– Gracias. Todo esto es gracias a Victoria. Es ella quien vio las posibilidades. Ha trabajado sin descanso. Su plan de negocio ha sido impresionante. Creo que fue a la universidad.
En El Deharia, pocas mujeres estudiaban más allá del colegio. Casi todas se casaban jóvenes y formaban una familia.
– Sí, estudió dos años -contestó Kateb.
– Pues imagine lo que habría sido capaz de hacer si hubiese podido estudiar más. La educación es muy importante.
– ¿Tienes hijas? -le preguntó Kateb a Rasha.
– Sí. Dos. De ocho y diez años.
– ¿Irán a la universidad?
La pregunta pareció sorprenderla.
– Son niñas inteligentes y tienen sueños, por supuesto, pero no sé… -se aclaró la garganta-. Ninguna mujer de mi familia ha ido a la universidad y mi marido, aunque es comprensivo, no vería la necesidad.
A Kateb no le sorprendió la respuesta.
Rasha se disculpó y fue a atender a sus invitados, y él volvió a fijarse en Victoria. Se preguntó qué habría pasado si hubiese podido estudiar más. Tal vez hubiese llegado a gobernar el mundo. Un mundo que tal vez fuese mejor así. Sonrió al pensarlo.
– ¿Quiere que nos vayamos ya? -le preguntó Yusra, acercándose a él. Ambos salieron a la calle.
– Victoria ya ha hablado con la princesa Dora.
Y tiene una reunión con los ancianos que hacen tallas. También quieren venderlas por Internet
– Interesante -contestó Kateb-. Ha iniciado una revolución.
– En tan sólo unas semanas. Debe de estar muy orgulloso de ella. Es una mujer que ve todas las posibilidades.
Kateb miró fijamente a la mujer.
– ¿Qué quieres decir?
– Que sólo faltan una o dos semanas para saber si está embarazada. Es poco probable, lo que significa que la dejará marchar. Nos ha dado demasiado. ¿Qué pasará con ella? ¿Volverá a trabajar para Nadim? Se merece más.
Kateb no había pensado en el futuro de Victoria.
Y Yusra tenía razón.
– Creo que debería ayudarla a encontrar un marido rico -sugirió la mujer. Es una mujer que ha nacido para entregar su corazón. Debería tener una familia, muchos hijos, un lugar al que pertenecer. Respeta su opinión, lo escuchará.
– Si dices eso. Yusra, es que no la conoces. Nunca accedería a un matrimonio de conveniencia.
– Pues tiene que hacer algo, no puede dejar que se marche, no está preparada.
Kateb sabía que Victoria estaba preparada para cualquier cosa, pero entendía lo que quería decir Yusra.
– Lo pensaré -contesto mientras echaba a andar.
Victoria llamó a la puerta del despacho de Kateb, que estaba abierta, antes de entrar.
– ¿Me has mandado llamar? -preguntó.
Kateb se puso en pie e hizo un gesto para que se acercase a los sofás que había al lado de la ventana.-Sí. Tengo que hablar varias cosas contigo. Rasha y las otras mujeres están muy agradecidas por tu ayuda, y yo también.
– He disfrutado ayudándolas. Tienen un buen negocio y les vendrá bien algo más de dinero.
– Sus maridos las mantienen.
– Ya, pero es bueno que ellas también sean independientes. Eso hace que les suba la autoestima, y mantiene a raya a los maridos.
– Sospecho que lo que más te gusta es que los maridos estén a raya.
– Tal vez -admitió ella sonriendo-, ya entiendes lo que quiero decir.
El suspiró.
– Igualdad para todos.
– ¿Es ahora cuando vas a volver a decirme que soy muy complicada?
– No, lo voy a dejar para luego. Ayer tuve una conversación muy interesante con Rasha. Me recordó que muy pocas mujeres van a la universidad.
– ¿Te das cuenta de la de mentes brillantes que estáis desperdiciando en este país? -inquirió Victoria, poniéndose en pie de un salto-. Sólo queréis tener a las mujeres en casa, criando. Me pone de los nervios.
– No me digas.
– Lo has hecho a propósito, para enfadarme.
– Sabría que reaccionarías de inmediato. Siéntate.
Ella obedeció.
– Me he fijado en que tú también tienes una de esas mentes privilegiadas de las que estábamos hablando. Si no estás embarazada, ¿cuáles son tus planes cuando te marches de aquí?
Victoria agradeció estar sentada. No quería pensar en alejarse de él, pero no tenía elección. No podía quedarse allí y ser la compañera de cama de un hombre que no la amaba.
Kateb esperó con paciencia, mientras ella intentaba recordar la pregunta que le había hecho. ¿Cuáles eran sus planes?
– Había pensado volver a Estados Unidos -contestó por fin.
– Estás deseando dejar el desierto, ¿verdad?
– La verdad es que no. Me gusta. Pero cuando… -se aclaró la garganta-. Cuando tenga que irme, lo haré. No me sentaría bien estando en El Deharia yo sola.
– ¿No quieres seguir trabajando para Nadim?
– No.
– Bien -se acercó más a ella-. Tienes un don, Victoria. Tienes la capacidad de ayudar a los demás a alcanzar sus sueños. ¿Lo habías pensado alguna vez?
– No -no entendía adonde quería ir a parar Kateb-. He estado ahorrando desde que llegué a El Deharia. Tal vez pueda montar un negocio. Pensaré en lo que me acabas de decir.
– Me gustaría que lo consideraras muy seriamente. Si tuvieses financiación, podrías cambiar las vidas de muchas personas.
– ¿Es eso lo que me estás ofreciendo?
– Sí, me gustaría fundar una empresa. Tal vez una organización sin ánimo de lucro, para prestar dinero a personas que quieren montar un negocio, pero no saben cómo hacerlo.
– Es una oportunidad maravillosa -murmuró Victoria, dividida entre la emoción de trabajar en algo diferente, y la realidad de seguir atada a Kateb.
– Podrías establecer la oficina principal en cualquier parte de Estados Unidos. ¿Dónde te gustaría vivir?
– No estoy segura.
– Tienes tiempo para decidirlo. Y, hablando de tu futuro…
Kateb hizo una pausa y a Victoria le dio la sensación de que, por primera vez desde que lo había conocido, estaba dudando.
– ¿Kateb?
Él le sonrió como para tranquilizarla, lo que no la tranquilizó lo más mínimo.
– Me gustaría buscarte un marido. Me has dicho muchas veces que no te interesa el amor, pero que te gustaría estar casada por motivos de seguridad. Conozco a muchos hombres inteligentes y prósperos, que podrían ser buenos maridos. Si quieres, podría presentártelos.
Victoria volvió a dar gracias de estar sentada, si no, se habría desplomado.
¿Kateb quería buscarle un marido? Le dolió sobre todo que no le importase que se casase con otro, haberse enamorado de un hombre al que no le importaba nada.
Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que siempre había soñado con que Kateb se diese cuenta de lo bien que estaban juntos, de que podían ser felices. De que lo amaba.
– ¿Victoria? ¿Te interesa que te busque marido?
– ¿Qué más tienes pensado ofrecerme? -le preguntó, fulminándolo con la mirada-. ¿Un avión privado? ¿Una isla? ¿Poner mi cara en un sello? ¿O joyas? No tienes que sobornarme.
– ¿Qué te pasa? No intento sobornarte. Quiero cuidar de ti.
– ¿Buscándome un marido? -gritó ella.
– ¿Por qué te sientes tan ofendida?
Ella se levantó y fue hacia la puerta.
– ¿Por qué te enfadas? -preguntó Kateb, confundido.
Victoria no respondió. Siguió andando. Cuando llegó al harén, buscó algo con lo que desahogarse y se puso a romper un almohadón del sofá, pero no se tranquilizó.
Oyó la puerta y se preparó para enfrentarse con Kateb, pero vio entrar a Yusra.
– ¿Qué te pasa? -le preguntó ésta-. Estás pálida. ¿Te encuentras mal?
– Kateb es un idiota -gritó Victoria, levantándose y poniéndose a andar de un lado a otro.
– ¿Qué te ha hecho?
– Quiere buscarme marido.
A Yusra no pareció sorprenderle la noticia.
– Necesitas casarte.
– Lo que necesito es darle una patada en la cabeza. Quiere buscarme un marido. Uno al que no le importe que haya sido la amante de un príncipe, claro.
Notó que le quemaban los ojos, pero no iba a llorar por Kateb. No se lo merecía.
– Nuestras costumbres son diferentes -le dijo Yusra muy despacio-. Te está demostrando que le importas.
– ¿Entregándome a otro hombre? Ah, sí, qué bonito.
– ¿Preferirías marcharte sin tener un futuro?
– No.
Quería que se diese cuenta de que lo amaba. Quería que no la dejase marchar.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
Yusra no era tonta. Victoria estaba segura de que ya sabía qué le pasaba.
– Vas a hacérmelo decir, ¿verdad? Pues no, no voy a hacerlo. Se me pasará Como un dolor de estómago.
Yusra sacudió la cabeza y fue hacia las habitaciones traseras del harén. Victoria la siguió.
– No estoy enamorada de él. Eso es lo que piensas, ¿verdad? Pues no. Kateb debería tenerme aquí seis meses, tal y como habíamos quedado al principio, para que yo pudiese pagar mi deuda.
– Puedes negar la verdad, pero no vas a cambiarla. Lo amas.
– No quiero hacerlo.
– ¿Acaso eso cambia las cosas?
– No te pongas mística conmigo.
Yusra le dio una palmadita en el hombro.
– Es bueno que lo ames.
– Quiere echarme de aquí y casarme con otro.
– Tal vez.
– No le importo. Al menos, no lo suficiente. No como para que desee que me quede.
– No sabe lo que sientes por él.
Victoria levantó ambas manos y retrocedió.
– No se lo voy a decir. De eso, nada. ¿Hablas en serio? ¿Conocías a Cantara? ¿Me parezco a ella?
– No. Ella era muy tradicional. Su amor de juventud. Ahora que es un hombre, necesita un nuevo amor.
Aquellas palabras hicieron que a Victoria le doliese el corazón. Habría dado todo lo que pudiese por ser esa mujer. Porque quisiera pasar con ella el resto de su vida.
– No puede quererme a mí después de haber querido a alguien como ella. Somos demasiado diferentes. Yo no aporto nada a la relación. Kateb dijo que se casaría con la hija del jefe de alguna tribu.
– ¿Qué querías que te dijera? ¿Que no quiere volver a amar y a perder? ¿Qué hombre admitiría eso? Dile lo que sientes. ¿Qué es lo peor que podría pasar?
– Que me rechazase.
– ¿Eso es lo peor? ¿No sería peor pasar el resto de tu vida sin saberlo?
Kateb sabía que Victoria estaba enfadada, pero no tenía ni idea de por qué. Dos días más tarde, mientras iba de camino al harén, pensó que era una mujer muy complicada.
La había hecho llamar dos veces y no había acudido. Y a él nadie lo hacía esperar.
Entró en el harén, cerrando la puerta de un portazo.
– Victoria -gritó-, aparece ante mí ahora mismo.
– No soy un fantasma -respondió ella, también gritando-. No aparezco y desaparezco. Ahora estoy ocupada. Márchate.
Furioso, Kateb siguió el sonido de su voz. Deseó no haberlo hecho al encontrársela desnuda en la bañera del harén.
No podía retroceder, así que ignoraría sus pechos firmes y redondos y la curva de sus caderas. No se fijaría en sus largas piernas ni en cómo se había recogido el pelo. El era fuerte y poderoso. Era un jeque que gobernaba el desierto. Podía resistirse a una simple mujer.
– Te he mandado llamar dos veces.
Ella siguió debajo del agua, parecía incómoda y desafiante al mismo tiempo.
– Eso he oído.
– Soy el príncipe Kateb de El Deharia. Vendrás ante mí cuando te convoque.
– Me parece que no.
– Eres mi amante.
– Durante un par de días más, luego, me marcharé. ¿O es que vas a volver a cambiar las reglas? Porque no hay quien se fíe de tu palabra.
– ¿Cómo te atreves a hablarme así? -inquirió furioso.
Ella bostezó.
– Lo siento. ¿Cuál era la pregunta?
Kateb deseó agarrarla y sacudirla. Sacarla de la bañera y… y…
Sintió deseo. Un deseo más fuerte que la ira, y le molestó que Victoria tuviese tanto poder sobre él.
– No lo entiendo -dijo por fin-. ¿Por qué estás enfadada? Te he ofrecido mi ayuda.
– No recuerdo habértela pedido.
– Quiero asegurar tu futuro.
– ¿Buscándome marido?
– Sí, pero si no quieres, te daré dinero. Me ocuparé de ti.
– ¿Cuál es el sueldo por haber sido tu amante durante un mes? -le preguntó con ironía-. Me sorprende que no haya más mujeres deseosas de ocupar mi puesto, con lo bien que pagas.
El frunció el ceño.
– Ese sarcasmo es innecesario.
– A mí me lo parece. Ahora, por favor, márchate.
– No lo haré hasta que esto esté arreglado -tomó aire, uno de los dos tenía que actuar de forma racional, sería el-. Victoria, conozco tu pasado. No quiero que vuelvas a tener que preocuparte por el dinero. ¿Por qué te parece eso tan malo?
– ¿Por qué te preocupa tanto mi futuro? -preguntó ella, en tono casi normal.
– Porque te aprecio. Cuando te traje aquí, tenía otro concepto de ti, estaba equivocado. Deberías respetar eso.
Ella se incorporó. Sus pechos quedaron completamente al descubierto. Kateb la deseó aún más.
– ¿Quieres decir que no soy la zorra caza fortunas que habías imaginado? ¿Ya no quieres castigarme? ¿Ahora merezco tu atención?
– Sí. ¿Qué quieres? ¿Qué te haría feliz?
«Interesante pregunta», pensó Victoria con tristeza, preguntándose cómo se tomaría Kateb la verdad. ¿La escucharía? ¿O le rompería el corazón sin más?
Salió de la bañera y se tapó con una toalla, después se cruzó de brazos.
Yusra había tenido razón, era mejor ser rechazada que marcharse sin saber qué habría pasado.
– No quiero que me busques un marido -dijo muy despacio, mirándolo a los ojos-. No quiero tu dinero. No eres responsable de mí. Cuando me marche, estaré sola. Será lo mejor.
– ¿Qué quieres? -preguntó él con el ceño fruncido.
Victoria tomó aire.
– A ti. Quiero que esto sea real -miró a su alrededor-. No me interesa ser tu amante. Lo quiero todo, Kateb.
Estaba temblando. Intentó ocultarlo.
– Me he enamorado de ti. No pretendía hacerlo, pero ha ocurrido. No eres como había imaginado. Eres un buen tipo. Me gusta estar contigo. Me haces reír, incluso sin querer, y eso es estupendo. Quiero que estemos juntos. Quiero…
– Para -le ordenó él-. No me digas más.
– ¿Kateb?
– No -retrocedió-. No. Nuestro amor es imposible. No quiero tu amor. Nunca lo he querido. Ni el tuyo, ni el de nadie.
Ella tragó saliva.
– ¿Por qué tiene que ser algo malo? -preguntó, más dolida de lo que había imaginado.
– Porque nunca te querré ni querré a nadie. Nunca estaremos junios. Eres la última mujer con la que me casaría. Eso es todo.
Kateb salió del harén. Y ella esperó a estar sola para dejarse caer al suelo. Se hizo un ovillo y esperó a que las lágrimas invadiesen sus ojos.
Se dijo a sí misma que al menos lo sabía y podría vivir en paz. Algún día. Todavía no.