Capítulo 11

A Kateb no le interesaba la reunión que tenía con los ancianos antes de la ceremonia en la que se convertiría en líder, pero no podía librarse de ella. Aunque querían hablar con él de varios asuntos referentes al pueblo, todos tenían en mente otro distinto: casarlo.

Aunque la posición de líder no se heredaba, se daba por hecho que el líder tendría una mujer e hijos.

Kateb entendía la importancia del matrimonio y pretendía cumplir con la tradición. Lo que no le gustaba era tener que hablar del tema. En especial, en esos momentos.

Aunque llevaba dos días sin ver a Victoria, no había dejado de pensar en ella. No podía dejar de recordar sus palabras, que no lo dejaban dormir. Estaba furioso con ella y no sabía por qué.

Llegó a la puerta de la sala donde estaban reunidos los ancianos y el guardia lo anunció. Cuando fuese nombrado líder, ocuparía la cabecera de la mesa, pero por el momento debía quedarse de pie.

Zayd, el portavoz del grupo, lo saludó con la cabeza y se levantó.

– ¿Estás bien, príncipe Kateb? -le preguntó.

– Sí. Gracias. ¿Y ustedes?

– Estamos viejos -gruñó Zayd-. Cada vez más. Te hemos hecho venir para hablar de tu futuro y, por lo tanto, del nuestro. Tu política económica es agresiva. Tal vez demasiado.

– Las viejas costumbres todavía funcionan -dijo otro anciano-. ¿Crees que vas a cambiarlo todo en una semana? Las cosas no son así.

– Nuestras costumbres son el pilar de nuestro modo de vida y de nuestro éxito económico -respondió Kateb-. No deseo cambiarlo. Sólo deseo añadir fuerza a una economía que ya es potente.

Explicó por encima lo que tenía en mente. Los ancianos lo escucharon.

– Todo eso está muy bien -comentó un tercer anciano-. ¿Pero vas a casarte? Cantara era una flor del desierto, pero hace cinco años que se fue, Kateb. Ha llegado el momento de que vuelvas a casarte.

– Estoy de acuerdo -dijo él-. Estoy preparado para tomar esposa.

Los ancianos se miraron. Parecían sorprendidos con su respuesta.

– ¿Tienes alguna preferencia? -le preguntó Zayd-. ¿Has elegido a alguien?

El pensó en Victoria, que había resultado ser un inesperado tesoro.

Hasta hacía un par de días.

– A nadie -respondió con voz clara.

Zayd arqueó las cejas.

– Ya veo. Haremos traer a las candidatas apropiadas al pueblo.

– Elegiré entre ellas.

Varios ancianos susurraron algo. Uno de ellos se puso en pie.

– ¿Y Victoria? ¿Va a quedarse en el harén?

«Si no está embarazada, no», pensó él, todavía enfadado con ella sin saber porqué. No podía quedarse.

A no ser que estuviese embarazada. En ese caso, tendría que quedarse. Kateb ser preguntó cómo sería tenerla tan cerca. ¿Qué haría con ella?

La solución más lógica sería mantenerla como amante. Tenerla cerca y…

No. No podía hacerlo… Tenía que casarse. Así que la solución más sencilla era que Victoria no estuviese embarazada. Eso sería lo mejor para todo el mundo.

– Todavía no he decidido lo que haré con ella. Lo decidiré después de la ceremonia. Si se marcha, las candidatas a esposas tendrán que esperar a que se haya ido para venir.

Los ancianos intercambiaron opiniones y Zayd volvió a levantarse.

– ¿Deseas casarte con ella? Aunque la tradición y la política sugieren otro tipo de mujer, Victoria ha demostrado merecer la pena. Su trabajo con Rasha ya ha dado esplendor a nuestro pueblo. Fue sabia con respecto a Sa’id. Es fuerte y compasiva. Si deseas casarte con ella, no nos opondremos.

¿Casarse con ella? Imposible. Casarse con ella sería…

Entonces entendió por qué estaba tan furioso. Victoria había deseado quedarse allí, pero por la seguridad. En realidad, no lo amaba.

– No me casaré con ella -respondió.

– Ya veo -dijo, había decepción en su voz-. Como desees.

– Si quiere quedarse en el pueblo, podría casarse con otro hombre -sugirió otro anciano.

– No -se negó Kateb-. Nadie podrá tenerla.

Se dio cuenta de que su postura era ridícula, pero sabía que no se podía confiar en ella. Había intentado engañarlo, pero él era más inteligente y encontraría el modo de castigarla.


Sentada en el jardín del harén, Victoria deseó poder quedarse allí siempre. Ella sola, con los loros, y tal vez un perro, que la quisiese y la apoyase incondicionalmente. No como Kateb, que la había rechazado.

Esa mañana había empezado a dolerle el vientre y había sabido que, en un par de día, tendría el periodo, la prueba que necesitaba Kateb para dejarla marchar.

No sabía adónde iría después, sólo sabía que echaría mucho de menos a Kateb.

Éste apareció de repente en el jardín.

– Tenemos que hablar -anunció.

– Como desees.

El empezó a andar de un lado a otro, parecía furioso, nervioso.

– Deberías haberme dicho que te interesaba quedarte aquí. Si hubieses sido sincera conmigo, podríamos haber llegado a un acuerdo. Pero has intentado engañarme.

Victoria no entendió lo que le estaba diciendo. Poco a poco, fue encontrando el significado de sus palabras. Se puso en pie, enfadada.

– ¿Me estás diciendo que lo he estropeado todo al decirle que te quería?

– Sí. Por supuesto.

– ¿Por supuesto? -gritó ella-. ¿Te parece un problema que alguien quiera entregarte su corazón? Estás loco. ¿No se te ha pasado por la cabeza que puede ser la verdad? ¿Qué puedo estar enamorada de ti?

El no contestó. No hacía falta.

– Ya veo que no.

Kateb abrió la boca para hablar, pero ella lo detuvo.

– No. No digas nada. No. Espera. Lo retiro. Dime qué he hecho para que pienses así de mí, porque no lo entiendo. ¿A quién he hecho daño? ¿Cuándo he sido tan mala que ni siquiera se te ha ocurrido pensar que pueda sentir algo por ti? ¿Con Rasha? ¿Con Sa’id? ¿He robado? ¿He mentido? ¿Acaso no he dado todo lo que tenía?

– No puedo-dijo él en voz baja.

– No puedes porque sigues pensando en lo que pasó hace cinco años. Fue horrible, lo sé. Y respeto que amases a Cantara, pero tú todavía no estás muerto y sigues teniendo una vida.

– Tú no eres quién para decir eso -gritó él-. No quiero esto. Me casaré porque es mi obligación, pero será diferente. Un matrimonio de conveniencia.

– ¿Es eso lo que Cantara habría querido? ¿Estaría orgullosa de ti en estos momentos?

– ¡No hables de ella!

– No volviendo a amar, no vas a conseguir que vuelva.

– Eso no es asunto tuyo.

– Claro que lo es. Te quiero y no me crees. ¿Cómo que no es asunto mío? Tal vez no sea lo que tú querías, pero lo cierto es que te estás negando a vivir porque te da miedo volver a sufrir.

– ¡No!

– Sí. Eso es. Te quiero, Kateb. Puedes negarte a escucharme, pero eso no cambiará la verdad. Te quiero y quiero que seas feliz, aunque no sea conmigo. Pero lo que estás haciendo está… mal. Es cobarde. Pensé que los líderes debían dar ejemplo, pero en tu caso veo que no es así.

El no respondió. Simplemente se marchó y volvió a dejarla sola.

Ella volvió a sentirse dolida, aunque tenía la esperanza de que Kateb lo entendiese.

Supuso que la buena noticia era que tenía que sentir algo por ella, si no, no se habría enfadado tanto cuando le había dicho que lo quería. Si no le hubiese importado nada, la habría mantenido allí.

Pero el saber que sentía algo por ella y que no quería reconocerlo sólo sirvió para entristecerla más. Se tocó el vientre. Le dolía. Todo terminaría muy pronto y no volvería a ver a Kateb nunca más.


Así que Victoria empezó a hacer las maletas esa misma tarde. Para poder marcharse en cuanto llegase el momento.

Tendría que volver al mercado por última vez. No le diría a nadie que se marchaba, pero la visita sería su manera de despedirse. Tal vez comprase otro par de pendientes de la tienda de Rasha, como recuerdo del pueblo. No necesitaría nada para acordarse de Kateb. Tenía la sensación de que jamás lo olvidaría.

Iba por la segunda maleta cuando Yusra entró corriendo en el harén. Parecía furiosa.

– ¿Qué te ocurre? -le preguntó Victoria.

– Alguien ha retado a Kateb. Tenemos que hacer algo.

– ¿Qué?

– Es la tradición. Kateb fue elegido, pero hasta el momento de ser nombrado, alguien puede enfrentarse a la decisión de los ancianos. Tendrán que luchar por el puesto.

– ¿Cómo?

– Con sables. En el ruedo. El ganador será el siguiente líder. Gana el hombre que sobrevive. Es una lucha a muerte.

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