Kateb oyó pasos en el pasillo y supo que se trataba de Victoria. Por suerte, no la había visto en varios días. Y por desgracia eso no había hecho que la olvidase. No pasaba ni una hora sin que se pusiese a pensar en su cuerpo.
Oyó voces fuera. La puerta se abrió y entró ella. Kateb la miró y arqueó las cejas.
– Ya lo sé, ya lo sé -le dijo Victoria, poniendo los ojos en blanco-. Me lo ha dado Yusra. Al parecer, es tradicional y, dado que soy tu amante, tengo que ponérmelo. Me ha costado encontrar unos zapatos a juego y no sé qué hacer con mi pelo. Había pensado en dejarlo suelto. ¿Qué te parece a ti?
El observó el vestido de dos piezas, la de arriba era una especie de bikini de seda, el vientre quedaba al descubierto y luego iban unos pantalones anchos, también de seda, que caían sobre sus caderas. La tela era casi transparente.
– Yusra tiene mucho sentido del humor -murmuró Kateb.
– ¿Eso piensas? Pues yo no estoy nada cómoda sabiendo que todo el mundo me ve el trasero.
El cuerpo de Kateb reaccionó y él se dijo que era porque hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer aunque lo cierto era que había estado con una la semana anterior. Y no se trataba sólo de una necesidad biológica… se trataba de volver a tener a Victoria. De acariciarla y probarla. De dar y recibir placer.
Se puso detrás del escritorio para no descubrirse.
– ¿Cómo has llegado hasta aquí?
– Tapándome con una capa. Es preciosa. El problema son los zapatos -dijo levantando un pie y enseñándole las sandalias de tacón alto.
El las miró y deseó no haberlo hecho, ya que no pudo evitar que sus ojos recorriesen aquella pierna hasta llegar al muslo. Bajó enseguida la mirada al informe que tenía encima de la mesa.
– No hace falta que te vistas así para la ceremonia. Puedes ir vestida normal. De hecho, no tienes que venir.
– Había pensado que sería interesante. Nunca he estado en una. Pero si no quieres que vaya, no pasará nada.
Había algo en su manera de hablar, como si estuviese protegiéndose de algo.
– ¿Quieres asistir? -le preguntó Kateb.
Ella se encogió de hombros.
– ¿Victoria?
Suspiró.
– Mira, estoy sola. Los únicos que habláis conmigo sois Yusra y tú. Rasha es muy agradable, pero tiene que trabajar. Yo también he estado trabajando en el plan de negocio, que me ha parecido más duro de lo que dicen en las clases, y he progresado mucho, pero eso sólo me lleva entre ocho y diez horas al día. No tengo nada que hacer. Todo me lo hacen. Es aburrido.
– Pensé que querías una vida de ocio.
– No vuelvas a empezar con eso -dijo ella poniéndose en jarras.
La acción no lo intimidó lo más mínimo. Era difícil tomarse a alguien en serio con ese traje.
– Quería seguridad, no pasarme el día comiendo bombones. He trabajado toda mi vida. Estoy acostumbrada a hacer cosas. A ver gente. Necesito sentirme útil.
– ¿Qué te gustaría hacer?
– Bueno, depende. Si no estoy embarazada, me marcharé de aquí dentro de un par de semanas. Si consigo que apruebes la propuesta del negocio de joyas, será suficiente. Pero si tengo que quedarme más, había pensado en catalogar todas las obras de arte del palacio.
Victoria no dejaba de sorprenderlo.
– Ya hablaremos de ello cuando llegue el momento. Ahora, si deseas asistir a la ceremonia, tendrás que cambiarte de ropa.
Ella se miró y sonrió.
– ¿Estás seguro?
El la prefería desnuda, pero eso no era posible. Se había jurado a sí mismo que no volvería a tomarla, aunque en esos momentos no tenía muy claros los motivos.
– Ve a cambiarte -insistió-. Tienes una hora. Si llegas tarde…
– Ya lo sé, ya lo sé. Estaré lista.
Hizo un ademán y se marchó, así que no lo vio sonreír.
Victoria estudió su armario. No sabía qué debía ponerse para una ceremonia oficial. Eligió un vestido sencillo y elegante, azul claro, con escote barco. Se puso unos zapatos y una cartera a juego.
Se recogió el pelo, se puso unos pendientes de perlas y una pequeña pulsera de oro. Y llegó a la entrada del palacio cinco minutos antes de la hora.
Kateb estaba hablando con varios hombres. Victoria supuso que serían los ancianos. El estaba muy guapo, como un príncipe, a pesar de ir vestido de manera sencilla. Hiciese lo que hiciese, siempre tenía un aire real. Estudió su perfil. Desde donde estaba, veía la cicatriz, pero ya no la molestaba. Formaba parte de él. Nada más.
Esperó sin dejar de observarlo. No había pretendido admitir que se sentía sola, se le había escapado.
El levantó la mirada y la vio, le hizo un gesto para que se acercase.
La presentó a los otros hombres y luego fueron hacia la parte delantera del palacio, donde había aparcados varios Land Rover.
– ¿Adónde vamos? -le preguntó a Kateb mientras éste le abría la puerta del asiento trasero.
– No está lejos. La ceremonia tiene lugar en el ruedo.
– ¿Qué tipo de ruedo? Es como un polideportivo o más bien como el Coliseo de Roma.
– Más bien lo segundo.
– Estoy deseando verlo.
El Land Rover se puso en marcha. Había muy pocas personas por el pueblo. Algunas los saludaron y otras tiraron flores a su paso.
– Así que van a elegirte como líder -comentó Victoria-. ¿Lo sabe el rey?
– He hablado con mi padre esta mañana. No está contento.
«No me sorprende», pensó ella. Kateb estaba en la línea de sucesión al trono de El Deharia. Si aceptaba al nombramiento de líder, tendría que rechazar su herencia.
– ¿Le has explicado que esto es lo que quieres? -le preguntó.
El la miró.
– Al rey no le interesa qué es lo que yo quiero.
– Está decepcionado. Seguro que piensa que, aceptando el nombramiento, lo rechazas a él, y lo que él puede ofrecerte. Que piensas que el trono de El Deharia no es suficiente para ti. No obstante, seguro que en el fondo quiere que seas feliz. Eres su hijo.
– A tu padre le da igual si eres feliz o no.
– Ya lo sé, pero él no es como los otros padres. Su corazón pertenece a las cartas y a nadie más. El rey te quiere -le tocó el brazo-. Lo superará.
– Pareces muy segura.
– Lo estoy. Le he oído hablar de ti. Había orgullo y amor en su voz.
– Gracias.
– De nada.
Victoria se dio cuenta de que seguía con la mano en su brazo y la retiró. Había tensión en el ambiente, así que decidió cambiar de tema de conversación.
– Cuando seas líder, ¿vas a hacer algún cambio importante? ¿Vas a traer un centro comercial? ¿Alguna cadena de restaurantes?
El sonrió de medio lado.
– No lo tenía planeado.
– ¿Y el harén? ¿Vas a mantenerlo abierto? Podrías llenarlo de bellezas.
– Con una mujer tengo suficiente. Cualquier hombre que quiera más es que está loco.
– Cierto.
Una mujer. Una esposa. Kateb se casaría y tendría una familia.
Eso tenía sentido. Querría tener hijos, probablemente varones. Así era la vida. Tendría que casarse para que su pueblo estuviese contento. Se alegraba por él. Ella ya no estaría allí.
Durante las dos últimas semanas, casi no se habían visto. Ni siquiera eran amigos. No lo echaría de menos. Pensar lo contrario habría sido una locura. El no la recordaría. Cuando se marchase, todo habría terminado. Para siempre.
Llegaron al ruedo, que era más grande de lo que Victoria había imaginado. Salieron del coche y oyó rugir á la multitud.
– ¿Cuánta gente hay? -preguntó.
– Está casi todo el pueblo -le respondió Kateb.
Le puso la mano en la espalda y la guió hacia la entrada. Alguien la empujó y Victoria estuvo a punto de perder el equilibrio, pero Kateb la sujetó contra su cuerpo.
Ella sabía que sólo estaba siendo educado, pero le gustó que entrelazase los dedos con los suyos.
Caminaron por dentro del estadio, por debajo de las gradas. Delante de ella, Victoria vio unas enormes puertas de madera flanqueadas por guardias.
– ¿Es aquí donde guardáis a los leones para echárselos a los prisioneros rebeldes?
– Sólo los días pares, estás de suerte.
Victoria no había esperado aquella nota de humor. Lo miró y sonrió. Él le devolvió la sonrisa. Victoria sintió calor en su interior, se sintió femenina, deseó que la besase.
Apartó la mirada, preocupada porque Kateb se diese cuenta de lo que estaba pensando.
– ¿Y qué va a pasar ahora? -preguntó.
– Yusra estará contigo durante toda la ceremonia. Cuando haya terminado, te escoltarán hasta el palacio. Te he asignado dos guardias porque hay mucha gente. No me montes una escena por ello.
Victoria se detuvo delante de las enormes puertas.
– ¿Una escena? ¿Yo? Me parece que no me conoces, soy una persona de trato fácil.
– Por supuesto.
Las puertas se abrieron. Kateb y ella entraron en una amplia sala en la que había treinta o cuarenta personas, casi todas mayores y hombres.
Victoria imaginó que eran los ancianos y se puso nerviosa. Casi todo el mundo se giró a mirarla. O tal vez estuviesen mirando a Kateb, era él quién iba a ser nombrado líder, no ella.
Había mesas con comida y bebida, y muchos sofás, pero nadie estaba sentado. Un par de hombres abrieron unas puertas y la habitación se abrió al ruedo.
Victoria vio a Yusra, que se acercó.
– Quédate con ella -le dijo Kateb.
– ¿Dónde están mis guardias? -quiso saber Victoria.
– Se acercarán a ti cuando sea el momento de volver al palacio.
Ella lo miró a los ojos, sin saber qué decirle. Desearle buena suerte le sonaba extraño. Kateb se marchó antes de que se le ocurriese otra cosa.
– Ven-le dijo Yusra, llevándola hacia un sofá-. Desde aquí veremos bien y estaremos apartadas.
Victoria deseó protestar, pero obedeció. Los ancianos habían hecho una fila y Kateb estaba al final.
Todo el mundo estaba serio. Sonó música y el ruedo quedó en silencio.
– Es la procesión de los sabios -susurró Yusra-. El más anciano llamará al líder que han elegido.
Este subió a un estrado, saludó a los asistentes y habló de la importancia de la sabiduría y de la prosperidad del pueblo. Después menciono a Bahjat, el líder anterior.
Yusra se acercó a Victoria.
– Ahora van a designar a Kateb.
– Por cierto, me dijo que el traje que me habías dejado no era precisamente tradicional -dijo ésta a su oído-. ¿Por qué quisiste que me vistiese así?
– Para que Kateb se diese cuenta de lo que se estaba perdiendo.
Victoria no supo qué contestar a aquello.
– ¿Estás intentando engañarlo? -preguntó por fin.
– Estoy intentando que vea que hay muchas posibilidades -contestó Yusra-. ¿Te parece mal?
– No del todo -admitió ella.
– Ahora lo elegirán y preguntarán si alguien se opone a que sea el líder.
– ¿Y luego?
– Si alguien se opone de aquí al día del nombramiento, pelearán con sables.
– ¿Saben en qué siglo vivimos? ¿Con sables? ¿Y quién gana?
– El que no muera.
– ¿Qué? -Victoria se puso en pie-. ¿Luchan a muerte?
– Sí.
– ¿Y Kateb lo sabe?
– Por supuesto. Es la costumbre.
«Que costumbre tan tonta», pensó Victoria, volviendo a sentarse.
Miró a Kateb y vio la cicatriz de su cara, su regio porte. Tal vez hubiese hecho el amor con él, pero no conocía al hombre.
Un par de días después. Victoria decidió tomarse un descanso y pasear por el palacio.
Ya había explorado el primer piso, en el que había sobre todo salones públicos. En el segundo estaban los despachos. Y el tercero tenía que ser el destinado a las zonas privadas.
Tomó las escaleras en vez del ascensor, sobre todo para hacer algo de ejercicio. Al llegar a la tercera planta, se detuvo para orientarse. Vio un enorme y feo jarrón enfrente de las escaleras. Eso le serviría para encontrar el camino de vuelta.
Fue hacia la derecha y se fue asomando a las puertas que estaban abiertas. Había muchas habitaciones de invitados y una habitación de juegos con una mesa de billar, video juegos y un juego de golf. Al fondo del pasillo, vio unas puertas de cristal que daban a un balcón.
Abrió las puertas y salió fuera. Hacía calor, pero no era agobiante. Decidió ver si el balcón rodeaba toda la planta.
Pasó por varias habitaciones, y se detuvo al ver algo que le era familiar. Después de un segundo, se dio cuenta de que era la habitación de Kateb y empujó la puerta para abrirla.
Reconoció los muebles y la pila de almohadas sobre las que habían hecho el amor.
No parecía haber nadie y sintió curiosidad acerca de dónde dormiría. Nerviosa, vio que la habitación era grande, igual que la cama y la bañera. Metió la cabeza en el armario, sólo para ver la ropa que había en él.
Todo estaba ordenado, pero sobraba mucho espacio. No era un armario sólo para un hombre, sino un armario más bien para compartir.
Se preguntó por qué no se habría casado y por qué estaba solo.
Se alejó del armario. De camino al salón vio una puerta y la abrió.
Era una habitación pequeña. Tal vez un despacho o una habitación infantil. Era difícil de saber. Las paredes estaban pintadas de blanco y no estaba decorada, ni había muebles, sólo una mecedora. También había varias cajas y baúles.
La habitación parecía abandonada y polvorienta. Victoria se acercó a un baúl y lo abrió. En él había ropa doblada, cubierta de fotografías. Tomó una de ellas.
Kateb reía en la imagen. Ella nunca lo había visto tan distendido. Sus ojos oscuros irradiaban felicidad. Estaba al lado de una bella morena, con el brazo alrededor de su cintura. La mujer le sonreía. Parecían hechos el uno para el otro.
Algo llamó su atención. La mujer llevaba una alianza y él, otra igual.
Kateb había estado casado. Dejó la Fotografía y cerró la tapa. Había estado casado y enamorado de su esposa. ¿Quién era? ¿Qué le había pasado?
– Murió.
Victoria se dio la vuelta y vio a Yusra en la puerta.
– ¿Era su mujer?
– Sí. Se llamaba Cantara. Se conocían desde que él vino aquí por primera vez, con diez años. Crecieron juntos.
– Debió de quererla mucho -comentó ella, sorprendida por no haber oído nada de aquello hasta entonces.
– Lo era todo para él -comentó Yusra, abriendo otro baúl y sacando las fotos de boda.
Victoria las miró. Hacían una pareja verdaderamente perfecta.
– ¿Cómo murió?
– En un accidente de tráfico en Roma. Hace casi cinco años. Después Kateb desapareció en el desierto durante casi diez meses. Nadie lo vio ni tuvo noticias de él. Pensamos que había muerto, pero un día, volvió.
Victoria dejó la fotografía en el baúl y retrocedió.
– No lo sabía.
– No habla de ello. Nadie lo hace, pero todo el mundo está preocupado. Ha estado solo demasiado tiempo. Cuando te trajo aquí… -se encogió de hombros y cerró el baúl-. Teníamos la esperanza de que hubiese decidido volver a confiar en su corazón.
– Yo no estoy aquí por su corazón -respondió ella, sintiendo náuseas de repente. Salió corriendo de la habitación, del salón, y llegó al pasillo.
No sabía cómo volver a las escaleras, así que empezó a andar. Intentó alejarse de allí lo máximo posible.
En esos momentos entendía por qué Yusra y Rasha le habían hablado de su soledad. Todavía estaba dolido por la perdida. Eso explicaba que fuese tan distante y cínico.
Por fin encontró las escaleras y el feo jarrón. Volvió al harén y salió al jardín. Una vez allí, por fin pudo respirar de nuevo.
No sabía por qué aquello lo cambiaba todo, pero así era. Era como si su mundo hubiese pasado a otra dimensión. Se llevó la mano al estómago e intentó calmarse.
Hasta ese momento, no había considerado la posibilidad de estar embarazada. Si lo estaba, tendría que quedarse allí, atrapada con el fantasma de una mujer bella, con su risa… para siempre.