Capítulo 6

Victoria paso por el harén para cambiarse de ropa antes de ir ver a Kateb. Se dijo a si misma que lo hacía porque quería ser profesional cuando hablase con él acerca de Rasha y las joyas, aunque en el fondo sabía que no era verdad.

Se quedó con la falda larga, pero se cambió las sandalias planas por unas de tacón y la camiseta por una blusa con encaje, se puso una pulsera en el tobillo, se retocó el maquillaje y después se llevó la mano al estómago al sentir un repentino cosquilleo en él.

Salió del harén y fue a buscar el despacho de Kateb.

Mientras lo hacía, pensó que a pesar de haber viajado con Kateb para ser su amante, el concepto no le parecía real. Le parecía una escena sacada de un libro o de una película, no de su vida. No obstante, lo que había ocurrido la noche anterior sí había sido real. Había tenido un sexo increíble con un jeque al que casi no conocía. Si le hubiesen preguntado antes de que aquello hubiese ocurrido, ella habría jurado que no sería capaz de dejarse llevar por completo. En esos momentos, sabía que sí lo era.

¿Pero había sido por las circunstancias o por el hombre en sí? ¿Qué era mejor? ¿Había algo más? ¿Algo más fuerte y alarmante?

No quería que fuese así, ya que podían hacerle daño, o algo peor. Sólo tenía que pensar en lo que le había pasado a su madre. No, no le atraía la idea de tener una relación con Kateb. Su corazón no estaba disponible y eso no iba a cambiar.

Había química entre ambos. Bien. Nunca había sentido una atracción así, pero siempre y cuando no fuese más allá, estaría bien. Podría quemar muchas calorías cada vez que pasase una noche con él.

Anduvo hacia la parte trasera del palacio y siguió a un par de hombres vestidos de forma occidental hasta el segundo piso. Una vez allí, se dirigió hacia un hombre muy serio que estaba sentado detrás de un gran escritorio.

– Me gustaría ver a Kateb -le dijo.

El hombre debía de ser un par de años más joven que ella, pero parecía creerse mucho mejor.

– El príncipe está ocupado.

– ¿Cómo sabe que no he quedado con él?

– Porque soy yo quien lleva su agenda.

– Pues dígale que estoy aquí -le dijo ella, sonriendo.

El hombre la miró de pies a cabeza.

– No va a ser posible. Ahora, si me disculpa.

Se volvió hacia su ordenador.

Victoria deseó abofetearlo, pero en su lugar, sonrió todavía más.

– El hecho de que sea rubia debía haberle dado una pista. Imagino que no hay muchas estadounidenses por aquí. También debería haber escuchado mejor mientras se tomaba el café, supongo que son muchas las habladurías acerca de la nueva amante de Kateb. Esa soy yo. Ahora, o me lleva ante él, o iré sola. Me da igual. ¿Qué prefiere usted?

– Sé muy bien quién y qué es -replicó el recepcionista-. Márchese.

Victoria dio un paso atrás. Se sentía como sí acabasen de darle una bofetada. Culturalmente, las amantes estaban por debajo de la reina, pero por encima de todos los demás. Era considerado un honor ser la amante del príncipe.

No supo qué hacer o decir. Estaba decidiéndolo cuando notó que alguien se acercaba y sintió una mano caliente en la espalda. Era Kateb.

– Es mía -dijo éste en voz baja y fría-. Y, por lo tanto, es como una extensión de mí.

El recepcionista se puso pálido y se levantó.

– Sí, señor -balbuceó. Luego se volvió hacia Victoria-. Discúlpeme.

Ella asintió y se relajó un poco al sentir el calor de Kateb.


El la guió por un largo pasillo hasta llegar a un enorme despacho. Cuando apartó la mano de su espalda, Victoria se puso a temblar.

– Ha sido muy grosero -murmuró-. No me lo esperaba. La expresión de su rostro…

– No es por ti -le dijo él, cerrando la puerta-. Viene de una familia poderosa. Su hermano mayor murió hace un par de años. Era un hombre bueno y popular. La familia piensa que, si no hubiese muerto, habría sido el siguiente líder.

– ¿Es eso cierto?

– ¿Quién sabe? Es probable que no. El año pasado su padre quiso que me casase con la mayor de sus hijas. La rechacé.

– Así que toda la familia te odia.

– No. La hija estaba enamorada de otro hombre y me agradeció que la rechazase.

– ¿Por eso lo hiciste?

El se encogió de hombros.

– No habríamos encajado. En cualquier caso, mandaré a ese hombre a la ciudad. Se entretendrá trabajando una temporada para uno de mis hermanos.

– Ahora que hemos resuelto el problema, tengo que hablarte de algo.

El se puso al otro lado de su escritorio y se sentó.

– ¿De qué se trata?

La estaba mirando de un modo extraño, casi como si estuviese enfadado con ella, aunque la había rescatado.

– ¿Victoria? -inquirió con impaciencia.

Ella se acercó al escritorio.

– Hoy he estado en el bazar -empezó-. Hay un pequeño almacén que vende joyas hechas aquí. El trabajo es precioso. Original y contemporáneo, pero con suficientes elementos tradicionales para hacer que cada joya sea única.

El apoyó la espalda en su sillón, parecía aburrido.

– ¿Y?

– Sólo venden aquí y en la ciudad. Y un tipo se lleva productos a El Bahar y a Bahania, pero las mujeres piensan que las engaña -tomó aire-. Yo creo que podrían ir más allá. Podrían vender sus joyas en todo el mundo y tener mucho éxito. Podrían empezar con una página web. Yo podría hacerla. No se me da demasiado bien, pero podría ayudarlas. Lo que no sé es qué hay que hacer para vender a otros países. Supongo que necesitaremos algún acuerdo de distribución. Y tal vez un catálogo también. Y ver cómo cobramos.

Hizo una pausa para respirar, y porque Kateb no la estaba mirando, era como si no la estuviese escuchando.

Cuando por fin la miró, fue con dureza.

– ¿Tomas la píldora? -le preguntó.

– ¿Qué?

– ¿Sí o no?

Ella se quedó boquiabierta. Era verdad, habían tenido sexo, pero no habían utilizado preservativo. Victoria se dejó caer en una silla, delante del escritorio.

– No pensé…

– No la estás tomando -no era una pregunta.

– No.

– Porque querías cazar a Nadim. ¿Intentaste acostarte con él? ¿Querías quedarte embarazada para obligarlo a casarse contigo?

Victoria se levantó de un salto.

– ¿Qué? ¿Estás loco? Jamás haría algo así.

– ¿Por qué debería creerle?

– Era mi jefe. Siempre lo respeté como tal.

– Querías casarte con él.

– Ya te lo he explicado. No se trataba de él, sino de sentirme segura. No quería tener que preocuparme la siguiente vez que apareciese mi padre. Tú lo conoces. Me ofreció en una partida a las cartas. ¿Cómo te habrías sentido en mi lugar?

– Así que si no podías casarte con Nadim, te servía cualquier otro hombre rico, ¿no? Debes de estar muy contenta con nuestro trato. ¿Lo planeaste todo con tu padre?

Si hubiese estado más cerca, Victoria le habría dado una bofetada, aunque hubiese terminado en la cárcel por ello.

– ¿Cómo te atreves? -espetó-. Te he dicho la verdad. Estabas allí cuando ocurrió. No soy como mi padre. Vine porque le había dado mi palabra a mi madre de que lo protegería. No hay otro motivo.

Estaba tan enfadada que tenía ganas de lanzar algo, o de gritar, pero no lo hizo.

El se levantó y fue hacia ella.

– No vas a ganar. Victoria. Sé quién y cómo eres y nunca confiaré en ti. Decidiste jugar el juego y has perdido. Nunca me ganarás.

– No tengo ningún interés en ganarte -gritó ella-. Menudo ego.

– Cuando esto haya terminado, sólo tendrás tu libertad, nada más.

– No quiero nada más -no quería volver a verlo-. ¿De verdad piensas que lo tenía todo planeado? ¿Crees que anoche deseaba que perdieses el control y te acotases conmigo?

– Creo que era tu plan.

– Pues te equivocas. Nunca haría algo así. Fuiste tú quién rompió su palabra. Se suponía que no iba a pasar nada. ¿Te acuerdas? Me lo prometiste.

– Tú me liberaste de mi promesa.

– Ah, claro. Típico en un hombre. No te molestes en asumir tu responsabilidad. Tú decidiste tener sexo conmigo, Kateb. No te molestaste en utilizar un preservativo. La culpa también es tuya. Pero es más fácil echarle la culpa a la mujer, ¿verdad?

Puso los brazos en jarras y sintió que su enfado iba aumentando.

– Hablando de sexo sin protección -continuó-. ¿Acaso te ha dejado alguna de tus chicas un regalo no deseado?

El frunció el ceño.

– ¿Cómo te atreves a preguntarme eso?

– Alguien tiene que hacerlo. Me trajiste aquí para que fuese tu amante ¿Cuándo pensabas que hablásemos de los métodos contraceptivos? Si tu maldito esperma es tan preciado para ti, deberías protegerlo de mujeres maquinadoras que sólo desean llevarte a su cama.

El se puso tenso, abrió la boca para hablar, pero Victoria no lo permitió.

– No te molestes en decirme que eres el príncipe Kateb y todo lo demás. Yo no he hecho nada malo. Ni siquiera me preguntaste si estaba tomando la píldora, tenías que haberlo hecho.

– Vuelve al harén -le ordenó él.

– ¿Así que ahora es una prisión? ¿No van a dejarme salir? ¿También vas a romper tu palabra con respecto a eso? -estaba temblando, de ira y de miedo. Kateb era un hombre poderoso y estaban en medio del desierto.

No obstante, no podía permitir que el miedo la venciese. Era algo que había aprendido mucho tiempo atrás. Tenía que ser fuerte, que cuidar de sí misma. Nadie más iba a hacerlo.

– Vuelve al harén -repitió él-. Te quedarás en el pueblo hasta que sepa si estás embarazada.

A Victoria no le gustó aquello.

– ¿Y si no lo estoy?

– Volverás a la ciudad.

No se molestó en preguntar qué pasaría si estaba embarazada. Sabía que jamás le dejarían llevarse al hijo de un príncipe, si quería estar con él, tendría que quedarse allí atrapada.

Había muchas cosas que quería decir, muchas cosas que Kateb no entendía, pero no merecía la pena. El la había juzgado mucho antes de conocerla. Nada iba a cambiar.

Se dio la media vuelta y se marchó.


A Victoria no le sorprendió encontrarse con Yusra en el harén.

– ¿Lo sabías? -le preguntó-. ¿Te lo había contado?

– Kateb está preocupado -se limitó a contestar la otra mujer.

– Es un cretino -murmuró Victoria-. Ojalá se lo hubiese dicho. Me echa la culpa a mí. Cree que quiero engañarlo. ¿Por qué no se da cuenta de que no lo he hecho a propósito?

Yusra se sentó a su lado.

– Lo hará. Cuando llegue el momento.

– ¿Quieres apostar'?

Lo peor de todo era cómo se sentía Victoria por dentro, como si hubiese hecho algo malo.

– Kateb no es como los demás hombres -le explicó Yusra.

– Es tan estúpido como todos.

– Eso es cierto -le dijo ella sonriendo-. Los hombres sólo ven lo que quieren ver.

– Piensa que quiero sacar algo de él, que lo estoy engañando.

– Se calmará y entrará en razón.

– ¿Y cuándo va a ocurrir eso?

– Pronto.

– Sólo lo dices para hacer que me sienta mejor -dijo Victoria-. Si no estoy embarazada, quiere que me marche.

– ¿Y es también lo que tú quieres?

Victoria pensó en el hombre que había hecho que se consumiese de pasión la noche anterior. Tal vez fuese un hombre bueno, pero ella no estaba interesada en entregarle su corazón, y él siempre pensaría que lo quería engañar.

– Sí. Quiero marcharme. Supongo que tardaremos un par de semanas en saber qué va a pasar.

– ¿Te irías sin más?

– Sólo hace una semana que conozco a Kateb.

– No obstante, es el príncipe.

– Pareces decepcionada.

– Y lo estoy. Kateb deberá casarse pronto. Si no elige él una novia, se la elegirán.

– No creo que lo permita. Es demasiado testarudo.

– Pero ocurrirá.

Yusra parecía tener algo más que decir, pero no lo hizo.

– No lo creeré hasta que no lo vea.

– No lo verás, porque te habrás ido.

Yusra tenía razón y eso debía haberla hecho feliz, pero no fue así. No quería quedarse, pero tal vez, sólo tal vez, tampoco quisiera marcharse.


Kateb estaba tan distraído que tuvo que posponer las reuniones de esa tarde para el día siguiente. El motivo de su distracción era sólo uno: Victoria.

Pensó que al día siguiente sería otro día y se dirigió hacia sus aposentos. Allí se encontró con su mayor distracción.

Victoria estaba sentada en el sofá, leyendo una revista de moda. No lo había oído llegar, así que no alzó la vista. Kateb pudo observarla sin ser observado.

¿Cómo podía desearla tanto? No había podido dejar de pensar en ella en todo el día. A pesar de su enfado, la deseaba y eso lo irritaba todavía más.

Debió de hacer un ruido, porque Victoria levantó la vista y dejó la revista.

– Este otoño se va a llevar el azul marino -comentó.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

– He venido a hablarte de Rasha y de las otras mujeres y sus joyas. Hemos estado tan ocupados con nuestra alterada discusión que no hemos hablado del tema.

– Yo no me he alterado -replicó él.

– Bueno, da igual. Lo cierto es que se deberían vender las joyas en otros lugares, además de en la ciudad y aquí.

– Esa decisión es de ellas, no mía.

– Todo lo contrario, su alteza. Tú eres el hombre, o lo serás cuando los ancianos te elijan. Todo el mundo sabe que va a ocurrir, así ya actúan como si lo fueses. Necesitan tu permiso. Y como aquí no tengo un ordenador con el que ponerme a trabajar, yo también lo necesito.

Aquello no pareció gustarle.

– Eres muy persistente.

– Alguien tiene que serlo. Se merecen la oportunidad. Una oportunidad de ganarse la vida. Hablando de dinero, voy a necesitar acceder a mi cuenta bancaria mientras esté aquí.

– ¿Por qué?

– Para comprar cosas.

– Tendrás todo lo que quieras.

– ¿Va a seguirme un hombre con una bolsita de oro allá adonde vaya? ¿Y si quiero ir al bazar y comprarme un vestido o algo así?

– Me pasarán la cuenta a mí.

– De eso nada. Tengo dinero. Sólo necesito poder disponer de él.

– Mientras estés aquí, serás responsabilidad mía.

– No, sólo soy la caza fortunas que te ha engañado para que te acuestes con ella. ¿No es ésa la historia que te has contado a ti mismo?

El se dirigió hacia el armario que había en la esquina, lo abrió y se sirvió una copa.

– ¿Quieres algo?-le preguntó.

– No, gracias.

Kateb se sirvió un whisky y se lo bebió de un trago. Aunque sabía que no iba a ser suficiente.

– Las cosas no eran como tú pensabas. No consideraba a Nadim un hombre, sólo una teoría. No quería ser la niña vestida con ropa usada. No quería tener que hacer cola para que me diesen de comer. No espero que me creas, pero es la verdad.

Había desafío en su voz. Era como si de verdad esperase que la creyese, pero supiese que no iba a tomarse la molestia.

¿Era cierto? Kateb podía investigar su pasado y saber lo que había ocurrido. Se dio cuenta de que no la creía.

– Iba a volver a Estados Unidos -continuó ella-. Iba a pensar qué hacer con mi vida, a abrir un negocio. Puedes preguntárselo a Maggie, la prometida de Qadir.

– Sé quién es Maggie.

– Es mi amiga. Sabe qué pensaba.

– Nadim no te habría hecho feliz.

– ¿Por qué no tiene personalidad?

El intentó no reír.

– Eso habría sido parte del problema.

– Deja que lo adivine. La otra parte es que es un hombre. Un género con problemas de verdad.

El la miró Fijamente.

– ¿Tengo que recordarte quién soy?

– No, pero me da la sensación de que vas a hacerlo de todos modos -sacudió la cabeza-. No he intentado engañaros a ninguno de los dos. Ni siquiera quería enamorarme. Después de lo que le pasó a mi madre, nunca he querido enamorarme.

– Eres demasiado joven para ser tan cínica.

– Y aun así, aquí estoy -se acercó a él-. Kateb, no estoy embarazada. Sólo hemos estado juntos una vez y acabé con el periodo la semana pasada, así que es muy poco probable. Entiendo que quieras estar seguro. Yo también. Pero no estoy intentando engañarte. Nunca lo he hecho.

Sus ojos azules le prometieron que decía la verdad y él deseó aceptar sus palabras.

– Ya veremos -dijo.

Victoria suspiró.

– Eso supongo. Ahora, vamos a hablar de Rasha y las joyas. Podría ser algo bueno para el pueblo. ¿No me habías hablado de diversificar? Además, las mujeres necesitan más poder.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque estamos en El Deharia. Es un país muy adelantado, pero no hay igualdad en las casas.

– Probablemente no. Prepárame un plan de negocio. Lo consideraré.

Ella sonrió y Kateb deseó besarla, lo que lo irritó.

– Estupendo. Sé cómo hacerlo. ¿Podría conseguir un ordenador en alguna parte?

– Haré que le lo lleven a tus habitaciones. ¿Algo más?

– Chocolate.

El suspiró.

– Será mejor que te marches.

Ella se dio la vuelta y se marchó.

Kateb la observó. Miró sus ridículas sandalias de tacón. Eran poco prácticas y tontas, pero encajaban con ella a la perfección.

Se preguntó si ella también encajaba con él a la perfección.

Загрузка...