Capítulo 5

Victoria no había sido capaz de parar. Nada más tocar los labios de Kateb con los suyos, se había dejado llevar por un deseo desconocido hasta entonces.

En su vida había habido hombres, dos. Ambos habían sido agradables, dulces y complacientes. Y ella había disfrutado de la experiencia, se había sentido cómoda haciendo el amor. Había sentido la excitación, el placer, pero nunca aquel anhelo que dejaba su mente en blanco y todo su cuerpo tembloroso.

Kateb la acercó a él y ella se dejó hacer. Entonces la besó y a partir de ese momento sólo pudo pensar en lo mucho que le gustaba que él tomase el control.

El príncipe la acarició con ansia y ella sintió calor. Lo abrazó por el cuello, para acariciarlo y para mantenerlo cerca. Kateb ladeó la cabeza y tocó su labio inferior con la lengua. Ella abrió la boca inmediatamente, deseando probarlo también, acariciarlo. Deseando tenerlo en sus labios, recibiendo y dando.

Él le metió la lengua dentro y la hizo bailar. Victoria lo imitó y con cada movimiento fue siendo más consciente de su hombría. De él. De todas las posibilidades.

Sus alientos se mezclaron. Los cojines cedieron y sostuvieron el cuerpo de Victoria. Kateb le acarició la espalda antes de agarrarla por la cadera.

A pesar de estar tapada de los tobillos a los hombros, Victoria agradeció que la fina tela no fuese una barrera para la piel caliente de Kateb. Deseó que la acariciase en otros lugares. Los pechos, entre las piernas… No quería que parara.

Ella le acarició los hombros, la espalda, el sedoso pelo. El dejó de besarla en los labios para pasar a su cuello. Victoria metió las manos por debajo de su camisa para sentir el delicioso calor de su piel desnuda. Kateb bajó y, a través de la tela, tomó uno de sus pechos con la boca.

Aquel movimiento inesperado hizo que Victoria gritase de placer. Sus pezones se irguieron y sintió humedad en su interior. Estaba consumida por el deseo.

Nunca había sentido semejante pasión. Era tanto el deseo que si Kateb no la hacía suya, moriría. Intentó quitarle la camisa. Él se incorporó para quitársela y luego le agarró a ella del vestido y estirando con fuerza, lo rompió en dos.

La tela cedió al instante y Victoria se quedó desnuda ante él. Se deshizo de la tela y alargó las manos hacia su cuerpo.

– Todavía no -le dijo Kateb en voz baja, llena de deseo-. Eres tan perfecta.

La miró de arriba abajo, acarició sus pechos con un dedo y luego fue bajando por su vientre. Victoria se quedó inmóvil, esperando a ver qué le hacía con él.

Nadie la había observado nunca con tanta intensidad, con tanta posesión. Sintió que su sexo sufría con la espera.

Y por fin la acarició allí. Fue una única caricia que hizo que abriese las piernas y contuviese la respiración. Kateb se agachó a lamerle el vientre antes de colocarse entre sus muslos y hacerla gemir con un íntimo beso.

Victoria ya estaba temblando y desesperada. Kateb se movió contra ella con una seguridad que hizo que se relajase. Se aferró a los cojines, clavó los talones en la alfombra y se ofreció a él.

Kateb se agarró a sus caderas y movió la lengua a un ritmo constante, imposible de resistir. Victoria notó que los temblores se convertían en sacudidas y le costó respirar.

El siguió acariciándola con la lengua, llevándola al límite. Hizo que arquease la cabeza hacia atrás y para esperar a que llegase…

Fue un orgasmo comparable a una tormenta en el desierto: rápido, bello, fuera de control. Victoria gritó mientras todo su cuerpo se sacudía. El continuó moviendo la lengua hasta que se quedó por fin quieta, sorprendida por la reacción de su cuerpo. Entonces Kateb se quito los pantalones y la penetró.

Su sexo era grande y estaba duro, y encajaba dentro de ella a la perfección. Puso las piernas alrededor de él, para ayudarlo a llegar más hondo, deseando tenerlo todo dentro. Abrió los ojos y se dio cuenta de que la estaba observando, su mirada era intensa. Victoria no pudo apartar la vista. Se quedó mirando su rostro y supo que estaba a punto de llegar al clímax.

Fue un momento de intimidad como no había tenido otro, y a pesar de que le daba miedo, no pudo apartar la mirada. Entonces Kateb entró un poco más y llegó a un lugar que hizo que volviese a sacudirse de nuevo. Victoria dijo su nombre entre dientes. Cerró los ojos. Unos segundos más tarde, lo oyó gemir y notó que se quedaba inmóvil.


Kateb quiso convencerse de que habría tomado a Victoria hubiese sido quien hubiese sido. De que su deseo había sido muy fuerte y ella había estado desnuda. No obstante, durante cada segundo había sabido con quién estaba, y que la deseaba a ella en concreto. En esos momentos, todavía en su interior, la miró a los ojos y no supo qué debía decirle.

Podía decirle que había sido ella la que lo había liberado de su promesa, lo que no podía decirle era que había perdido el control.

Lo atraía físicamente. Y no era mala amante. Aunque, en realidad, él nunca había pensado en hacerla suya. La había llevado al Palacio de Invierno porque ella se había ofrecido a cambio de su padre. Tal vez la había llevado para castigarla, aunque no sabía qué delito había cometido.

Se retiró. A regañadientes.

Ella se puso en pie, tomó lo que quedaba de su vestido y se tapó.

– Veo que odias este vestido -murmuró antes de recoger también la capa y cubrirse-, ¿Puedo marcharme o tengo que pedir permiso?

– Puedes marcharte.

Ella asintió una vez y desapareció.

Kateb se levantó despacio y se puso los pantalones. Victoria se había dejado el vestido, lo recogió y lo apretó entre sus manos.

Aquello no tenía que haber ocurrido. No de ese modo. Sí, ella también lo había deseado, pero eso no lo eximía de su responsabilidad. No obstante, tampoco podía disculparse. Era un príncipe.

Se dijo a sí mismo que ella también había disfrutado la experiencia y, aun así, no pudo apartar de su mente la idea de que la había tomado en contra de su voluntad.

– Eso no es cierto -dijo en voz alta-. Lo deseaba.

Y mucho. ¿Tal vez demasiado?

¿Y si había fingido tener miedo? ¿Y si había deseado que aquello ocurriese para conseguir casarse con él? ¿Y si lo había planeado todo con su padre?

Se fue a su dormitorio. A pesar de haber llegado al clímax, sólo de pensar en lo que acababa de ocurrir volvió a desearla. Podía llamarla, insistir en que se sometiese a él, pero no lo haría.

Victoria era una complicación que no necesitaba. Una distracción. «Mujeres», pensó, sintiéndose cansado. Con Cantara las cosas habían sido fáciles, igual que con las otras mujeres con las que había estado de forma ocasional. No había habido malinterpretaciones. Siempre habían sido aventuras de una noche, nada más.

¿Qué esperaba Victoria y por qué le importaba a él? ¿De verdad se estaba sacrificando por su padre, o estaba interpretando un papel? ¿Cómo iba a averiguar él la verdad?


Victoria se pasó casi toda la noche sin dormir y cuando se levantó, estaba cansada. Se duchó en el increíble cuarto de baño, pero no se sintió como en casa.

Nada tenía sentido, pensó mientras se ponía una camiseta de manga corta y una falda larga. Por una parte, no podía arrepentirse de lo que había hecho. Kateb había hecho vibrar todas las células de su cuerpo, ¿quién no habría querido eso de un amante? Iba a estar allí seis meses. ¿No debía limitarse a disfrutar con él en la cama?

Por otra parte, le asustaba el hecho de haberse entregado por completo a él. Era la primera vez que le había ocurrido. Nunca había deseado a nadie con tanta desesperación, ni había perdido así el control. Era como si le hubiese entregado una parte de sí misma y no fuese a recuperarla.

Sólo se le ocurrió un modo de recuperar su equilibrio.

Yendo de compras.

Metió dinero en su bolso, buscó las gafas de sol y se decidió a comprobar si era cierto que podía ir adonde quisiera, siempre y cuando no saliese del pueblo.

Nadie la detuvo en la puerta del harén. Vio muchas personas por el palacio, algunas vestidas de forma tradicional, otras, de manera occidental. Un par de ellos le sonrieron, aunque la mayoría la ignoraron, pero nadie le preguntó adónde iba. Después de unos minutos, reconoció un par de cuadros en las paredes y supo que iba en la dirección correcta. Cinco minutos más tarde, estaba en la entrada y, desde allí, era fácil llegar al bazar.

Las tiendas y puestos al aire libre le recordaron el mercado de la ciudad. Sonrió a los vendedores, admiró un par de chales, luego torció una esquina y se detuvo delante de un increíble puesto de joyas hechas a mano.

Todas las piezas eran exquisitas, delicadas y brillaban bajo el sol. Había pulseras y collares, pendientes con forma de flor y corazón.

– Muy guapa -dijo la vendedora-. ¿Le gusta?

– Es todo precioso. Nunca había visto semejante selección. ¿Se hace aquí?

– Sí. En el pueblo. ¿Viene de la ciudad?

Victoria asintió. No tenía suficiente dinero para comprar nada, lo que la disgustó y la alivió al mismo tiempo, así no se lo gastaría.

– ¿Quién hace las joyas?

– Tres o cuatro familias. Las mujeres trabajan juntas. Se enseña de madres a hijas.

Teniendo en cuenta que el arte iba pasando de generación en generación, no era de extrañar que el trabajo fuese tan perfecto.

– ¿Está cerca? ¿Podría ver cómo trabajan?

La mujer asintió muy despacio.

– Sí, venga. Esta tarde -le dijo adónde acudir.

Victoria sonrió.

– Gracias.

– De nada -dijo la mujer. Luego, dudó-. ¿Está con Kateb?

Victoria intentó no ruborizarse.

– Sí. Estoy con Kateb -aunque no sabía lo que significaba aquello.

– Es un buen hombre. Será nombrado líder. Todos echamos de menos a Bahjat. Kateb está muy solo. Tal vez con usted aquí…

Victoria frunció el ceño. Yusra también había mencionado la soledad de Kateb. ¿Cuál era el problema? Tenía un harén que podía llenar de mujeres. ¿Por qué iba a estar solo?


* * *

Yusra llegó al despacho de Kateb quince minutos después de que la hubiese hecho llamar.

– Me alegro de que haya vuelto al Palacio de Invierno -le dijo, inclinándose ante él.

– Siempre será mi casa -le contestó, haciéndole un gesto para que se sentase. Luego, se puso de pie bruscamente y fue hacia la ventana. Sólo había tardado unas horas en encontrar una solución a su problema-. Victoria debe volver a la ciudad. Recoge sus cosas y prepara el viaje. Debe haberse marchado antes de mañana al mediodía.

Observó el jardín mientras hablaba. Había muchas personas entrando y saliendo, todas parecían ocupadas, decididas. El era uno más, tenía sus responsabilidades. No tenía tiempo para una mujer que tenía planeado atraparlo.

– Estoy sorprendida -respondió Yusra muy despacio-. ¿Tan pronto le ha desagradado?

Victoria no le había desagradado, lo que era parte del problema. Se había sentido… agitado después de su encuentro. Era una sensación extraña que no quería volver a sentir. La mejor solución era que se marchase.

– No, pero no tengo tiempo para ella -dijo sin mirar a Yusra.

– Es una mujer, príncipe Kateb. No puede causarle muchos problemas.

– Eso no lo sabes. He tomado una decisión. Quiero que se marche.

– Como desee, señor.

Oyó levantarse a la mujer, se giró a mirarla, preparado para despedirse.

– ¿Y si está embarazada? -preguntó Yusra.

Kateb no había considerado aquella posibilidad. La noche anterior sólo había podido pensar en tenerla.

Sabía que había personas que deseaban que encontrase otra mujer, que tuviese un hijo. Y debían de tener sus esperanzas fijadas en Victoria.

¿Podía estar embarazada? No habían utilizado protección. ¿Estaría tomando la píldora? Recordó su plan de casarse con Nadim.

– Que no se marche hasta que no lo sepamos -rectificó, mirando a Yusra.

– Como desee.

– ¿Me lo comunicarás?

– Por supuesto. Como mucho dentro de veintiocho días, señor. Después, podrá dejarla marchar.

Habría sido más fácil que se marchase al día siguiente, pero no podía permitirlo. Tendría que aguantar poco menos de un mes. Eso no debía ser un problema, tal y como había señalado Yusra, Victoria era sólo una mujer. Podría manejarla con facilidad.


A las tres en punto, Victoria llamó a la puerta de la vieja casa de la esquina. Una mujer abrió inmediatamente. Debía de tener unos cincuenta años, era alta y muy bella.

– Debes de ser Victoria -la saludó-. Bienvenida, soy Rasha.

– Gracias por permitir que vea vuestro trabajo -dijo ella al entrar.

Por fuera parecía una casa, pero por dentro era un gran espacio abierto con tragaluces y ventanas. Los suelos eran de piedra. Había mesas de trabajo por todas partes. A la izquierda, varias mujeres vertían oro líquido en moldes.

– He admirado sus joyas desde que llegué a El Deharia, hace dos años -dijo Victoria-. Compré estos pendientes en el mercado de la ciudad.

Rasha los tocó.

– Sí, reconozco la pieza. Muy bonitos.

Luego la guió por la habitación.

– Empleamos muchas técnicas para hacer las joyas. Moldes, como ves aquí. Lo más complicado es trabajar con los abalorios. También engarzamos piedras.

Rasha le presentó a las mujeres que estaban trabajando en la casa, y después le enseñó su inventario. La cantidad de piezas terminada era tanta que, por un momento, Victoria se sintió un poco aturdida.

– Soy casi una compradora profesional -bromeó-. Ver tantas cosas en un solo lugar no es bueno para mí.

Rasha rió.

– Nosotras ya estamos acostumbradas.

– Qué pena -comentó Victoria tocando un colgante-. ¿Vendéis en algún sitio, además de en la ciudad y aquí en el pueblo?

– Hay un hombre que lleva nuestras joyas a El Bahar y a Bahania. Se venden bien.

Eran los países vecinos, pero Victoria pensó que seguían siendo mercados pequeños.

– ¿Por qué no vendéis por Internet?

– ¿Es posible? -preguntó Rasha frunciendo el ceño.

– Claro. Hay que crear una página web con fotografías y precios. Y mandar las joyas aseguradas. También hay que pagar impuestos. Tal vez sería mejor encontrar un distribuidor en Estados Unidos y Europa.

– Tienes muchas ideas -le dijo Rasha-, pero somos una fábrica pequeña. Nadie estaría interesado en lo que ofrecemos.

– No subestimes vuestro trabajo. La joyería hecha a mano es muy valiosa. Los precios son razonables y el trabajo, exquisito. Yo creo que tendríais mucho éxito.

– Estaría bien, no depender sólo de un distribuidor -admitió Rasha-. No siempre nos hace buenos precios.

– Tal vez podría hablar con Kateb acerca de lo que he visto y contarle mis ideas… -sugirió Victoria.

La mirada de Rasha se iluminó.

– ¿Hablarías con el príncipe en nuestro nombre?

– Por supuesto. Sé que quiere desarrollar la economía local. Hablaré con él lo antes posible -le prometió Victoria, emocionada. Ignoró el cosquilleo que sintió en el estómago al pensar en volver a ver a Kateb. En realidad, no estaba deseando pasar otra noche con él.

No era una buena señal, empezar a mentirse a sí misma. Claro que estaba deseando verlo y estaba encantada de tener una excusa.

¿Qué significaba eso? ¿Que había disfrutado del sexo?

Qué pregunta tan tonta, por supuesto que sí. ¿Acaso le gustaba el hombre de verdad?

Se sintió alarmada, que le gustase era el primer paso para llegar a algo más, y eso era muy peligroso.

Intento apartar la idea de su mente.

– Volveré dentro de un par de días a contaros qué me ha dicho.

– Gracias -Rasha tomó una pulsera y se la ofreció-. En honor a tu visita.

Era una pulsera preciosa.

– Me siento muy tentada, pero no puedo aceptarla. Es demasiado. Guárdala. La aceptaré si consigo ayudaros de verdad.

Rasha dudó, después asintió.

Fueron hacia la puerta. Rasha la dejó salir. Victoria se fijó en que había un niño jugando en el jardín.

– Sa’id -lo llamó Rasha-. No estés ahí. Vete.

El niño levantó la vista. Era delgado e iba cubierto de harapos, pero al ver a Victoria, sonrió.

– Tienes un pelo muy bonito -le dijo-. Nunca había visto un pelo así.

– Gracias -contestó ella, devolviéndole la sonrisa.

Se preguntó dónde iba a conseguir que le diesen las mechas en el desierto. Luego se despidió de Rasha y del niño con la mano y se marchó hacia el Palacio de Invierno.

Iría a ver a Kateb de inmediato. Aunque fuese sólo para hablar con él de las joyas. Pensó en cómo la había besado y acariciado la noche anterior y deseó que no tardase en volverlo a hacer.

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