Capítulo 12

Nick durmió mal y por fin se levantó de la cama, agotado. Derek estaba en la cocina, preparando unas tostadas.

– ¿Quieres una? -preguntó su amigo, alegremente.

– Sí.

– Hay correo para ti.

Nick estudió los sobres. La mayoría de ellos contenía facturas, pero había uno de color azul pálido, con la letra de Isobel. Nick siempre había sentido alegría al recibir una carta de ella, pero aquel día no sentía nada.

Tardó un momento en entender lo que estaba leyendo y tuvo que leer la frase tres veces para creer lo que veían sus ojos:

Me rompía el corazón ver lo enamorada que estabas de Nick durante aquellos años…

Nick se restregó los ojos y volvió a leer el encabezamiento de la carta: Querida Katie, decía.

Perplejo, le dio la vuelta al sobre. Su nombre estaba escrito en él, de modo que Isobel debía haberles escrito a los dos y se había equivocado al guardar las cartas en los sobres. Sabía que no debería seguir leyendo, pero también sabía que no podía evitarlo.

Querida Katie:

Parece que han pasado años desde la última vez que me escribiste y espero que sea porque estás demasiado ocupada enamorando a Nick.

Me parece que estás siendo muy inteligente para haber llegado dónde estás sin que él haya sospechado nada. Pero, claro, Nick siempre ha sido un poco cándido en lo que se refiere a las cosas del amor. Muy inteligente con los números, pero emocionalmente ciego. Si no fuera así, se habría dado cuenta de que estabas loca por él cuando tenías dieciséis años. Aunque, como te pasabas la vida volviéndole loco, supongo que no podemos culparlo.

Me rompía el corazón ver lo enamorada que estabas de Nick durante aquellos años. Pero cuando volviste de Australia, el patito feo se había convertido en un cisne y estoy segura de que Nick se va a volver loco por ti.

Admito que tenía mis dudas cuando me sugeriste que le pidiera a Nick que cuidara de ti en Londres porque, francamente, esperaba que te hubieras olvidado de él. También confiaba en que, cuando volvieras a verlo, te darías cuenta de que estabas enamorada de un sueño. Pero veo que sigues tan loca por él como siempre.

Por ahora, lo estás haciendo muy bien. Hacer que te llevara a la casita de la playa ha sido muy buena idea (la pobre Patsy siempre ha sido encantadora), aunque no me parece bien que le hayas mentido sobre Jake.

Por cierto, Jake vino por aquí hace un par de días. Parece un chico estupendo y me contó su teoría de que estabas enamorada de alguien desde hacía mucho tiempo, así que le dije quién era. El pobre se quedó helado. Pero le dije que no se preocupara, que Nick tampoco lo sabía.

Llámame pronto y cuéntame cómo estás. Estoy deseando ser la dama de honor en tu boda. Sólo espero que Nick no vuelva a hacerte daño.


Lentamente, Nick dejó la carta sobre la mesa, sintiendo como si se hubiera quedado sin aire. Era una conspiración y él era la víctima. Todo lo que Katie había hecho desde que llegó a Londres había tenido un solo objetivo: ponerle un anillo en la nariz para llevarlo al altar, mientras Isobel y Patsy actuaban como damas de honor.

Qué rápidamente se había sentido atraído hacia ella, cuánta ternura había sentido, qué encantadora había sido Katie. Y él lo había creído todo. De repente, se sintió tan furioso que no podía disimularlo.

– ¿Qué te pasa? -preguntó Derek.

– Es una conspiración -explicó Nick-. Katie me ha puesto una trampa.

– ¿Acabas de darte cuenta?

Nick se volvió para mirar a su amigo.

– ¿ lo sabías?

– Supe que Katie estaba loca por ti media hora después de conocerla. Y creo que Patsy tardó menos.

– Mis amigos -dijo Nick con amargura.

– Una noche, Katie me lo contó todo. Que se había enamorado de ti con dieciséis años, pero que tú sólo tenías ojos para su hermana.

– Entonces, yo tenía razón. Ella intentaba apartarme de Isobel…

– Si Isobel hubiera estado enamorada de ti, Katie no hubiera podido separaros.

– Vaya, veo que también te ha convencido a ti.

– Claro. Y yo prometí ayudarla. Ella es lo que necesitas para no convertirte en un viejo insoportable.

– ¿Estás diciendo que todas esas tonterías entre tú y ella no eran más que un numerito? ¿Cuando salías con ella y la besuqueabas en la puerta, lo hacías por mí?

– Katie no me hubiera besado por otra razón -admitió tristemente Derek-. Te quiere a ti. No me preguntes por qué. Pero funcionó. No podías soportar verla en mis brazos.

– No podía soportar verla con un tipo indeseable como tú -corrigió él.

– No te engañes. Tenías celos, pero no ha servido de nada. Ni siquiera todos esos numeritos han conseguido que te des cuenta de que esa chica preciosa y encantadora está enamorada de ti y que tú eres un idiota por no quererla…

– ¿De qué estás hablando? Claro que la quiero.

– Entonces, ¿a qué esperas? Katie está loca por ti. ¿Qué más quieres?

– Esa no es la… -la voz de Nick se perdió y se quedó mirando al techo. El mundo parecía estar girando sobre su eje. De repente, toda su confusión se deshacía y todo era sencillo y maravilloso. Sobre su cabeza estaba la luz del sol y a sus pies, el camino que llevaba a Katie y su amor.

Y qué amor. Un amor que había durado años, sin esperanza, desde el otro lado del mundo, Katie lo amaba. Katie lo amaba.

Un segundo después, subía corriendo hasta el apartamento de ella y apretaba el timbre con todas sus fuerzas. Por fin, Leonora abrió la puerta.

– Tengo que ver a Katie urgentemente.

– Lo siento, se ha ido.

– ¿Cuándo volverá?

– No va a volver.

– ¿Cómo? -preguntó él, mirándola sin entender.

– Se ha ido. Anoche. Y se ha ido para siempre. Estaba muy triste. ¿No serás tú el imbécil por el que estaba triste?

– Sí -contestó él-. Yo soy ese imbécil. Por favor, dime dónde ha ido.

– No lo sé. Dijo algo sobre cruzar el océano.

Nick no pudo evitar una sonrisa. Esa era su Katie y sus dramatismos.

– Pero tiene que haber dicho algo más.

– No. Sólo que iba a cruzar el océano -contestó Leonora, mirándolo con disgusto-. Y el océano es muy grande -añadió, dándole con la puerta en las narices.

Cuando volvió a bajar a su apartamento, se encontró con Derek en la puerta.

– ¿Ya has vuelto?

– No está -explicó Nick, frenético-. Se ha marchado al extranjero y Leonora no sabe dónde está.

– No te pongas nervioso. Seguramente habrá vuelto a Australia, así que puedes ir tras ella. Yo tengo que irme de viaje un par de días, pero no sé si debería quedarme. Pareces un nombre en crisis.

– No, estoy bien -dijo Nick, intentando controlarse-. Tienes razón sobre lo de Australia. Si ella intentara ponerse en contacto contigo, dile que… que… ¡maldita sea!

– Se lo diré -dijo Derek, mirándolo con pena.

En cuanto llegó a su oficina, Nick empezó a llamar a las diferentes compañías aéreas con vuelos a Australia, pero las listas de pasajeros eran confidenciales y no había manera de convencerlos de que le informaran. Por fin, colgó el teléfono de golpe y se sentó con la cabeza entre las manos. Cuando la levantó, Patsy estaba poniendo una taza de café frente a él.

– Supongo que ya te has enterado.

– Sé que Katie lo está pasando muy mal, pero no me ha dado detalles.

– ¿Has hablado con ella?

– Me llamó anoche, pero no dijo nada de Australia. De hecho, ni siquiera me dijo que fuera a marcharse.

– ¿Qué te dijo? -preguntó Nick ansiosamente.

– Sólo que por fin había aceptado que nunca podrías amarla porque seguías enamorado de Isobel.

– ¡Eso no es verdad!

– Eso es lo que yo le dije, pero me parece que no me hizo caso. Creo que estaba llorando.

– Patsy, ¿qué voy a hacer? Estoy llamando a todas las compañías aéreas, pero no consigo que me den la lista de pasajeros.

– Claro que no. Estas cosas se consiguen con mano izquierda. Toma, llama a Amos Renbury. Es un investigador privado amigo mío. Y me debe un favor.

Amos estuvo encantado de poder ayudarlo, pero cuando volvió a llamarlo media hora más tarde, seguía sin saber nada. El nombre de Katie no estaba en la lista de pasajeros a Sidney ni a ninguna otra parte. Amos se negó a presentarle la factura, dejando a Nick preguntándose qué era lo que podía deberle a Patsy.

– Patsy -dijo, con admiración-. Me parece que no sé nada sobre ti.

– Nick, querido, nunca te has enterado de nada. Por eso estás en este lío. Llama a Isobel.

Pero Isobel tampoco sabía dónde podía estar Katie y estaba furiosa con él.

– No me culparás por no haberme enamorado de Katie cuando tenía dieciséis años -protestó él.

– Claro que no. Sólo era una niña.

– Pues claro.

– Pero no es culpa suya que pareciera el palo de una escoba.

– No era por su aspecto. Era porque siempre estaba atacándome.

– Lo hacía para llamar tu atención. Una vez me dijo que cuando estabas enfadado con ella, al menos la mirabas. Mientras vivía en Australia me pedía fotografías tuyas. Yo pensé que se habría olvidado de ti, pero no ha sido así. Cuando volvió y la vi tan guapa y tan estupenda, pensé que se fijaría en otro hombre, pero sigue enamorada de ti.

– Pero tú me has engañado -dijo Nick-. Me pediste que cuidara de ella.

– Fue idea de Katie -explicó Isobel tranquilamente.

Nick se quedaba helado ante la perfidia de aquellas mujeres-. Se supone que tenías que cuidar de ella y ahora está en alguna parte sola y triste. Y eso es culpa tuya. ¿Cómo es posible que no te dieras cuenta de que estaba enamorada?

– Porque siempre he creído que yo estaba enamorado de ti -dijo él, por fin.

– Nick, no seas absurdo. Nunca estuviste realmente enamorado de mí. Te gustaba adorarme desde lejos, sin comprometerte. Cuándo te enfrentas con una mujer de carne y hueso que te quiere, te apartas. Si le pasa algo a Katie, tú serás el responsable -añadió ella, antes de colgar, dejando a Nick mirando el teléfono, estupefacto.

– ¿Por qué todo el mundo insiste en que es culpa mía?

– Porque es culpa tuya -dijo Patsy-. Todos hemos intentado ayudarte a ver la luz.

– Ah, sí, claro, tú también estabas en la conspiración, es verdad.

– Bueno, yo hice un pequeño papel. Me fui del apartamento para que Katie y tú estuvierais solos, arreglé lo de la casita de la playa y mantuve a Lilian alejada. Katie te hacía feliz, Nick, y eso te convertía en un hombre mejor. Te reías, te animabas, incluso hacías bromas. Está claro que es la chica para ti. Todos tus amigos hemos estado intentando ayudarte y tú vas y lo estropeas.


El apartamento parecía extrañamente silencioso aquella noche. Había estado silencioso cuando Katie se había ido, pero era diferente. Entonces no sabía lo que había perdido. En aquel momento lo sabía bien. Amaba a Katie, más que eso, la adoraba. Ella le había abierto a la vida y había llenado su mundo de alegría. ¿Y cómo le había devuelto aquellos maravillosos regalos? Rompiendo su corazón y haciendo que se marchara. Quizá en aquel momento no tenía un techo bajo el que guarecerse.

La acusación de Isobel de que él sólo quería adorarla de lejos sin tener que comprometerse le había dolido. ¿Realmente él era así?, se preguntaba.

Recordaba algo que Derek había dicho cuando le había hablado de Isobel: «Entonces, esa es tu excusa para evitar los compromisos. Una excusa muy conveniente, desde luego».

¿Habría sido esa fidelidad a Isobel una manera de no comprometerse de verdad con nadie? ¿O había estado esperando inconscientemente que Katie creciera? Le gustaría creer eso último, porque lo haría sentirse mejor sobre sí mismo. En aquel momento, se sentía como un canalla.

Estuvo despierto durante horas y, cuando estaba empezando a quedarse dormido, un ruido lo despertó. No podía oír nada, pero algo en la cualidad del silencio le decía que no estaba solo.

Entonces escuchó un sonido ahogado en la otra habitación y saltó de la cama sin hacer ruido. Quizá Derek había vuelto, se decía. Silenciosamente, abrió la puerta y salió al pasillo. En la habitación que había sido de Katie, podía ver una sombra recortada contra la ventana.

La idea de que un ladrón estuviera en el sitio en el que ella había dormido hizo que la sangre se le subiera a la cabeza y se lanzó sobre la sombra con todas sus fuerzas. Era más pequeño de lo que esperaba, pero luchaba vigorosamente y casi le dejó sin aliento. Intentaba sujetarle los brazos a los lados, pero en ese momento, el hombre dio un tirón y los dos cayeron sobre la cama.

– ¡Ahora! -exclamó Nick, buscando el interruptor de la lámpara-. Espero que tenga una explicación… -Nick no pudo terminar la frase.

– Hola, Nick.

– ¿Katie? ¿Qué demonios…? -empezó a decir. Después, olvidándose de todo, la tomó en sus brazos y la apretó fuerte contra él-. Oh, Katie, Katie -murmuró. Ella le devolvió el abrazo sin palabras y él la besó una y otra vez, como para convencerse a sí mismo de que estaba realmente a su lado-. Me estaba volviendo loco de preocupación por ti. ¿Qué pretendías asustándome así? Creí que eras un ladrón y podría haberte hecho daño.

– Más bien, yo podría haberte hecho daño. Estaba ganando la pelea.

– ¡En tus sueños!

Se quedaron mirándose el uno al otro, pero Nick no la soltaba y ella no intentaba apartarse.

– Katie, ¿dónde has estado? Te he buscado por todas partes. Creí que no volverías nunca.

– Y me he ido.

– De eso nada -dijo él, apretándola más fuerte.

– Quería entrar y salir rápidamente sin que te dieras cuenta. En realidad, no estoy aquí.

– A mí me pareces muy real, pero quizá sea mejor que me asegure -dijo él, besándola de nuevo, fiera, posesivamente, hablándole de su amor sin palabras. Katie lo besaba con la misma pasión-. Claro que estás aquí -añadió él, con voz ronca-. Y vas a quedarte aquí para siempre.

– Nick, no puedo…

– ¿Has estado en el apartamento de Leonora?

– No.

– Deberías subir. Hay una carta de Isobel para ti. Empieza diciendo: Querido Nick. La mía empezaba diciendo: Querida Katie.

– ¿Has leído una carta dirigida a mí?

– El sobre venía a mi nombre y no me di cuenta hasta que era demasiado tarde. Pero no hubiera dejado de leerla por nada del mundo.

– ¿Qué decía? -preguntó Katie, nerviosa.

– Puedes leerla tú misma -dijo Nick, yendo al salón por ella. Cuando Katie la leyó, la dejó caer sobre la cama. No se atrevía a mirarlo a los ojos-. Bueno, ¿es cierto?

Katie asintió.

– Al principio, parecía una buena idea. Pensé que, como había cambiado tanto, empezaría a gustarte. O al menos, que despertaría tu interés.

– Y todos esos años, cuando actuabas como si yo fuera el enemigo público número uno…

– Yo hacía todo lo que podía para alejarte de Isobel. Cuando estaba en Australia, le pedía a mi hermana que me hablara de ti y cuando me dijo que no te habías casado, pensé que… Pero cuando volví, me di cuenta de que seguías enamorado de ella.

– Isobel se me ha olvidado hace tiempo -dijo él suavemente-. He tardado mucho tiempo en darme cuenta, pero ahora sé de quién estoy enamorado.

– Oh, Nick, ¿cuándo lo has sabido?

– Empecé a darme cuenta cuando encontramos a aquella niña perdida y vi lo grande que era tu corazón. O quizá siempre lo he sabido. Me decía a mí mismo que te llevaba a la casita en la playa para alejarte de Jake, pero en realidad quería estar a solas contigo. Entonces Jake me habló de ese hombre del que supuestamente estabas enamorada y me sentí celoso y destrozado porque quería que me quisieras a mí. Y cuando hicimos el amor, creí que lo había conseguido.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Iba a hacerlo a la mañana siguiente, pero tú no me dejaste. Creí que estabas enfadada conmigo porque amabas a otro hombre. Si no era eso, ¿por qué lo estabas?

– Hablas en sueños, Nick. Y te oí repetir el nombre de Isobel -dijo ella, con voz trémula.

Nick se quedó mirándola, sorprendido. Entonces, recordó algo.

– Ya recuerdo. Pensaba en Isobel, pero no porque la amase. Creo que le estaba diciendo adiós porque me había dado cuenta de que estaba enamorado de ti.

– No lo sabía -dijo ella, mirándolo a los ojos-. Creí que te sentías culpable por haberla traicionado. Había sido tan maravilloso hacer el amor contigo que cuando oí que repetías su nombre, pensé… -pero no podía terminar la frase.

– Nunca volveré a hacerte daño, Katie -dijo él, apretándola entre sus brazos-. Cuando volvíamos de la playa, pensé que me odiabas y no podía soportarlo.

– No podría odiarte, Nick. Te quiero. Siempre te he querido. Desde que volvimos, decidí que tenía que marcharme e intentar olvidarte. Pero no podía. Seguía recordando los últimos días contigo en la playa. No podía pensar en otra cosa y cuando hablábamos me dolía tanto que no fuera como yo esperaba que sólo podía atacarte.

– Como en los viejos tiempos -sonrió él-. ¿Dejaremos algún día de pelearnos, Katie? ¿O, cuando seamos ancianitos y estemos rodeados de nietos seguirás metiéndote conmigo?

– Por supuesto que sí. Te lo mereces. Anoche, cuando subiste a mi apartamento, creí que habías empezado a entender, pero de repente te pusiste a hablar sobre mi parecido con Isobel…

– Es que lo tenéis. Y me di cuenta de lo que era. Me había enamorado de las dos a primera vista. Había tenido esa sensación la primera vez que nos vimos en la estación y he estado dándole vueltas a la cabeza desde entonces. Y, de repente, me di cuenta de lo que era. Intenté decírtelo, pero tú no quisiste escucharme.

– Creí que nunca podrías amarme. Pensaba irme de Londres y no volver a verte nunca.

– Y yo he estado intentando encontrarte en las listas de pasajeros de todas las compañías aéreas.

– Fui al aeropuerto, pensando en tomar el primer avión, fuera donde fuera -rió ella.

– ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

– Me di cuenta de que se me había olvidado el pasaporte. Me lo había dejado en el cajón de la mesilla -señaló ella-. Por eso tenía que volver.

– ¿Se te había olvidado el pasaporte? -repitió Nick, incrédulo.

– Ya me conoces. Siempre pierdo las cosas. No puedes casarte conmigo, Nick. Tu vida se convertiría en un caos.

– Será un caos maravilloso -dijo él, mirándola con ternura-. Saliste a explorar el mundo y se te olvidó el pasaporte -sonrió, acariciando sus labios.

– Le podría pasar a cualquiera -dijo ella con dignidad.

De repente, la risa que Nick había guardado dentro de sí, estalló en ese momento y la rodeó con sus brazos, feliz.

– No, cariño. Sólo puede pasarle a mi preciosa, impredecible Katie, mi irritante, adorable Katie. Bésame, Katie. Bésame y quiéreme para siempre. ¡Mi querida Katie!

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