Capítulo 4

– Vas a derretir el reloj, si sigues mirándolo tanto -observó Patsy.

– Son casi las dos de la mañana -dijo Nick.

– Lo sé.

– Y aún no han llegado.

– Tú has llegado hace veinte minutos -apuntó ella.

– Eso es diferente. No me gusta que salga con Derek.

– Katie es joven y ésta es su primera visita a Londres.

– Y ha salido tres veces la semana pasada -recordó Nick, irritado.

– Pero no con Derek.

– No. Primero con un fotógrafo que quería hacerle un reportaje y después con un tipo raro que entrenaba ratones. ¡Y Katie quería que yo le buscara patrocinadores! ¿te lo puedes creer?

– ¿Viste la cara de Katie cuando se dio cuenta de que solo estaba con ella para llegar hasta ti? -rió Patsy.

– Se puso hecha una furia -sonrió Nick-. No creo que ese tipo vuelva por aquí, pero tampoco creo que ella le eche de menos. Después, con ese Mac, el bailarín, para hacer planes. A mí no me gusta nada, pero Katie dice que forman una pareja divina. ¡Y ahora una cita con Derek!

– La verdad es que la chica sabe cómo divertirse, ¿no crees?

– Sabe cómo hacer que me salgan canas, desde luego.

– Nick, si no te gustan los hombres con los que sale, deberías salir tú con ella.

– ¿Cómo iba a explicarle eso a Lilian? Bueno, quizá podríamos salir los tres juntos…

– No, si quieres acabar vivo -advirtió Patsy.

– Tienes razón.

Nick fue a su habitación para quitarse la chaqueta y, cuando volvió al salón, Patsy le puso en la mano una taza de cacao caliente.

– Cálmate de una vez -dijo Patsy.

– Estoy calmado -protestó él-. ¿Por qué no iba a estarlo? Katie puede cuidar de sí misma.

– Lo sé. Es una chica muy decidida.

– Si con eso quieres decir que sabe cómo hacer que los demás hagan lo que ella dice, estoy de acuerdo.

– ¡Nick! ¿No lo dirás porque me he tomado un día libre para ir con ella de compras? Era lo mínimo que podía hacer después del desastre que organizó Horacio.

– ¡Y encima eso! Ese gato odia a todo el mundo y, de repente, aparece Katie y la adora.

– Todo el mundo adora a Katie, menos tú. Te estás volviendo un viejo cascarrabias -advirtió Patsy. Antes de que él pudiera contestar, oyeron risas en la puerta-. Ya están aquí -añadió. Las risas fueron seguidas de un largo silencio y la imaginación de Nick empezó a crear imágenes turbadoras. Obviamente, Derek la estaba besando y Katie, la pobre, había caído en sus garras. El silencio se alargaba y Nick apretaba los puños sin darse cuenta-. Cuando entren, no dejes que vean lo alterado que estás.

– No estoy alterado -replicó él.

Por fin oyeron el ruido de la puerta y unos murmullos mezclados con risitas cómplices. Después, más silencio y un gemido.

Aquello era una desgracia y Nick tenía que entrar en acción. Cuando encendió la luz del pasillo, los dos se apartaron con expresión culpable. Parecían venir de la ópera o algo parecido porque iban muy elegantes. Katie llevaba un vestido largo de color verde que la favorecía hasta gritar.

– ¿Sabéis qué hora es? -preguntó Nick.

– Son las dos de la mañana -contestó Katie, inocentemente.

– ¿Y te parece una hora razonable de llegar a casa?

– Deja de portarte como un padre Victoriano -protestó Derek-. Katie está a salvo conmigo.

– ¿Alguna mujer está a salvo contigo? -preguntó Nick.

– Katie, ¿te he hecho algo? -preguntó Derek.

– No -contestó ella, con tono dolido-. Y quiero saber por qué. ¿Es que no te gusto?

– Claro que sí -replicó él-. Además, te he besado.

– Sólo un besito de nada…

– Dos -ladró Nick.

– Dos besitos no son una peligrosa seducción -se quejó ella.

– ¿Quieres que Derek te seduzca? -preguntó Nick, perplejo.

– Esperaba que lo intentase por lo menos -contestó ella, indignada.

– Y lo ha intentado -dijo Nick-. Os he oído en la puerta.

– ¡Bah! Eso no es una seducción.

– De acuerdo, voy a volver a intentarlo -dijo Derek, tomándola en sus brazos y echándola hacia atrás de forma teatral. Katie se echó a reír y le devolvió el abrazo. Nick apretaba los dientes.

– Hacen buena pareja -intervino Patsy-. ¿No te parece?

– No -contestó Nick. Su posición no era muy cómoda. El era responsable de Katie, pero no tenía autoridad para evitar que hiciera las cosas que hacía. Cuando Derek y Katie se soltaron, riendo, ella lo miraba con ojos traviesos-. Deja de provocarme, Katie. He aprendido a no hacerte caso.

– ¿Y te ha costado mucho? -preguntó ella.

– Estoy en ello. Y ahora me voy a la cama. Buenas noches.


Derek y Katie seguían pasando mucho tiempo juntos, pero para alivio de Nick, Derek tendría que salir de viaje unos días más tarde y estaría fuera un par de semanas. El día que se marchó, Katie se matriculó en el estudio de baile y, desde entonces, pasaba allí las mañanas.

– ¿Puedes pagar las clases? -preguntó Nick-. No son nada baratas.

– Lo sé. Voy a buscar un trabajo para pagarlas y para pagarte el alquiler.

– ¡Qué dices!

– En serio. No quiero vivir gratis en tu casa.

– ¿Qué diría Isobel si aceptara dinero de ti? ¡Ni pensarlo! -exclamó. Katie no replicó y entonces empezó a sonar la alarma. Sabía que cuando Katie no discutía era porque simplemente iba a ignorarlo-. No pienso aceptar dinero, Katie. Lo digo muy en serio.

– ¡Sí, señor! -contestó ella, haciendo un saludo militar.

– Muy graciosa.

Había creído que era inmune a las locuras de Katie, pero no estaba preparado cuando ella volvió aquella noche diciendo que iba a trabajar como camarera en un club llamado El papagayo alegre.

– No te alteres -le advirtió Patsy.

– ¡Que no me altere! Va a trabajar en un sitio de mala muerte…

– Es un club nocturno -protestó Katie.

– Sí, ya me imagino qué clase de club.

– Yo lo conozco, Nick -dijo Patsy-. Y es un sitio muy respetable.

– Patsy, te agradezco mucho que siempre le des la razón a Katie, pero tú no sabes nada de la vida nocturna.

– ¿Cómo que no? Para tu información, de vez en cuando salgo con un amigo. El mes pasado estuvimos en ese club y a mí me pareció un sitio muy agradable.

– ¿Qué llevaban las camareras? -preguntó Nick, suspicaz.

– Una especie de traje de baño, con plumas. Muy mono. Pero trabajan muchísimo, Katie. Vas a terminar agotada.

– No va a terminar agotada, porque simplemente no va a trabajar en ese club -dijo Nick con firmeza-. Por Dios bendito, ¿qué diría Isobel?

– No te preocupes por eso -dijo Katie-. Puedes decirle que me lo has prohibido, pero que yo no te he hecho caso. Después de todo, eso es lo que va a pasar.

Nick sabía que no iba a hacerla cambiar de opinión. Cuando llamó a Isobel, ella estuvo de acuerdo en que no podían hacer nada.

– Sé que lo has intentado, Nick, pero también sé lo testaruda que es mi hermana -había dicho ella-. Lo único que puedes hacer es echar un vistazo para ver qué clase de sitio es.

– Desde luego que lo haré -había contestado él. Cuando se volvió, Katie había desaparecido y Patsy lo miraba con simpatía.

– ¿Cómo vas a explicarle a Isobel que no has cumplido tu palabra?

– ¿Qué quieres decir? Me paso el día preocupado por esa chica…

– Pero no sales con ella. Cuando empiece a trabajar en el club, no tendrá muchas noches libres, así que será mejor que te espabiles.

Patsy tenía razón y, cuando Katie salió de su cuarto, él le ofreció una taza de té y sugirió que salieran juntos.

– Eso, si puede encontrar un día libre en su apretada agenda, señorita Deakins.

Katie dejó que pasaran unos segundos, como si estuviera considerando la propuesta.

– Bueno, si está decidido a salir conmigo, señor Kenton, creo que encontraré algún hueco.

– Bueno, como me ha recordado Patsy, le prometí a Isobel que saldría contigo alguna vez y la verdad es que no lo he hecho.

– Muchas gracias -dijo ella, indignada-. Esa es una invitación irresistible, desde luego.

– Mañana a las siete, en el Cottage Pie. Es un pub cerca del río. Tengo que verme allí con un cliente, pero terminaré enseguida y después podremos ir a cenar.


Había planeado saldar la conversación con su cliente antes de que llegara Katie, pero el hombre no parecía querer marcharse y Nick estaba empezando a ponerse nervioso. En ese momento, ella apareció en la puerta y Nick cruzó los dedos, imaginando el desastre que podría causar aquella alocada chica. Pero Katie se dio cuenta de la situación y se sentó en una mesa lejos de ellos.

El cliente seguía sin intención de levantarse de la mesa y pasaron dos horas antes de que diera por terminada la charla. Nick estaba nervioso porque suponía que Katie estaría enfadada, pero la encontró sonriendo de oreja a oreja. Había estado charlando con otro de los parroquianos y no parecía de mal humor.

– Lo siento mucho, Katie, de verdad -se excusó él-. No había forma de cortarlo.

– No pasa nada. Era importante para ti, ¿no?

– Mucho. Llevo meses intentando que venga a mi despacho y, por fin, ayer aceptó tomar una copa conmigo. Eres muy comprensiva.

– ¿Qué esperabas? ¿Que tuviera una pataleta?

– No, pero hubiera entendido que estuvieras enfadada -contestó él.

– Hubiera querido estrangularlo, pero qué se le va a hacer.

En ese momento, a Nick se le ocurría pensar que Lilian también se habría comportado graciosamente, pero no hubiera dejado pasar la oportunidad de hacer algún comentario sobre su «mala organización».

– Vamos a cenar.

– Estupendo. Yo no me quejo, pero mi estómago sí.

– En el pub tienen restaurante…

– Oh, no, salgamos de aquí antes de que tu cliente se decida a volver -dijo ella.

– Tienes razón.

Había anochecido mientras caminaban por la orilla del río, observando las luces que brillaban en el agua y los barcos que lo cruzaban de lado a lado saludándose con las sirenas.

– Esto es precioso -suspiró Katie, apoyándose en la barandilla-. ¡Mira, Nick! Ése barco es un restaurante.

– Vamos -dijo él, tomándola de la mano.

Cuando llegaron, un camarero uniformado los acompañó hasta una mesa.

– ¿Puede colocarnos cerca de la ventana?

– Esas mesas están reservadas… -empezó a decir el hombre. Pero dejó la frase sin terminar cuando Nick le dio discretamente un billete-. Pero creo que podemos arreglarlo.

Nick se preguntaba qué le estaba pasando. No le gustaba hacer ese tipo de cosas pero, sobre todo, no quería desilusionar a Katie.

El camarero los llevó hasta una mesa iluminada por velas frente a la ventana. Había suficiente luz como para leer el menú, pero no tanta como para estropear la vista del río. En ese momento, el barco soltó amarras y empezaron a deslizarse por el agua.

Katie se dedicó a leer el menú, antes de elegir dos platos llenos de calorías.

– Ten cuidado -advirtió Nick-. Aunque ahora no engordes, es posible que empieces a hacerlo dentro de unos años.

– No engordaré -dijo ella, completamente convencida.

– Crees que todo va a ser como tú quieres, ¿verdad? -preguntó él, divertido-. Lo curioso es que sueles salirte con la tuya.

– No siempre, Nick. Hay algo que deseo con todas mis fuerzas, pero ahora no estoy más cerca de conseguirlo que hace cinco años.

– Cuéntame qué es.

– Te lo contaré algún día, si… si las cosas salen como yo quiero. Además, comer lo que quiera sin engordar es muy fácil para mí. Quemo las calorías bailando -se encogió ella de hombros. Llevaba una chaqueta de lino y debajo una blusa de seda, sobre la que colgaba una cadenita de oro con una piedra brillante-. Es bonito, ¿verdad? -preguntó, cuando se dio cuenta de que él lo estaba mirando.

– Sí. ¿Lo compraste en Australia?

– ¿Qué? Pero si me lo regalaste tú.

– ¿Yo? -preguntó él, incrédulo-. ¿Cuándo?

– Me lo regalaste el día de la boda de Isobel.

– Es verdad -recordó él entonces-. Se supone que el padrino tiene que hacerle un regalo a la dama de honor. Al menos, eso fue lo que me dijo Isobel.

– ¿Te sentó muy mal tener que comprarle un regalo a tu peor enemigo?

– La verdad es que lo eligió Isobel. Ni siquiera lo vi hasta que abriste la caja.

– Ah -dijo ella suavemente.

– Era lo mejor. Isobel sabía lo que te gustaba y yo no tenía ni idea.

– Sí, claro -asintió ella. Nick estaba sirviendo una copa de vino en ese momento y no se percató de su expresión de tristeza.

– Katie, ese Rachett me preocupa. ¿Quién es?

– ¿Has oído hablar de Ekton, Rachett y Proud?

– Es una de las empresas más importantes del mundo. ¿Es ese Rachett?

– Su padre es ese Rachett. Mi padre tiene algunos negocios con él y una vez nos invitó a una fiesta en su casa. Así conocí a Jake.

– ¡Vaya! O sea, que podrías convertirte en una multimillonaria.

– Eso no tiene gracia. No me gusta Jake, pero no hay forma de convencerlo.

– Probablemente nunca ha tenido que aceptar una negativa.

– No. Pero no me imaginaba que me seguiría hasta Londres.

– Me sorprende que no haya ido a casa.

– Es inteligente. Me envía flores, regalos, me llama por teléfono. Al final, tengo que salir con él para no parecer una grosera.

– Si se atreve a aparecer en mi casa, se llevará una sorpresa.

– Nick, ten cuidado. Tengo que pensar en mi padre.

– Pero es intolerable que tu padre te ponga en esa posición.

– Mi padre no sabe nada, Nick. Creí que marchándome de Australia se olvidaría de mí, pero parece que no ha funcionado. Además, -siguió diciendo ella en un tono más alegre- me apetecía volver al viejo continente para ver si seguía funcionando sin mí.

– Pues has dejado al viejo continente de una pieza -sonrió Nick-. Igual que a mí.

– Te recuperarás -rió ella-. Algún día.

– Algún día, ¿no? Tengo canas que no tenía antes de que tú vinieras. No tienes idea del tiempo, haces lo que te da la gana, eres desorganizada…

– No es verdad -protestó ella-. El otro día me pasé la mañana arreglando el apartamento.

– Lo sé. Aún sigo buscando la mitad de mis cosas. Mis cajones están llenos de calcetines solitarios, llorando por sus compañeros perdidos.

– Sólo estuve limpiando. Eres muy injusto conmigo -protestó ella, poniendo cara de tristeza.

– No te molestes, Katie. Te conozco demasiado bien para eso.

– De eso nada -rió ella-. No me conoces en absoluto.

– Claro que sí. Nunca lloras de verdad. Eres la persona más alegre que conozco. Es una de las cosas que más me gustan de ti.

– ¿Quiere decir que hay cosas que te gustan de mí? Por favor, dímelas todas.

– No hay más -dijo él, echándose atrás-. Eres un horror.

– Pero si has dicho…

– Sólo estaba siendo amable.

– ¿Tú, amable conmigo?

– Termina tu plato -sonrió él-. Están deseando servirnos el segundo.

Siguieron charlando alegremente durante el resto de la cena. La alegre disposición de Katie hacía que fuera estupenda compañía. Nick incluso se atrevió a contar un chiste. A Lilian no le contaba chistes porque siempre tenía que explicárselos y perdían la gracia.

– ¿Lo ves? -rió Katie-. No eres tan estirado como pretendes.

– Muchas gracias, señorita.

Tenía la impresión de que ya había vivido aquel momento antes. Había ocurrido cuando se encontraron en la estación el primer día, una sensación extraña de que Isobel y Katie tenían algo misterioso en común. Era como si entre ellos hubiera un fantasma, alguien que era exactamente igual que Katie, pero no era ella.

– ¿Qué pasa?

– Nada -contestó él apresuradamente. Si le contara a Katie aquellos pensamientos, se reiría de él.

Siguieron cenando amigablemente y también durante el camino de vuelta a casa. Hasta que Nick lo estropeó todo advirtiéndola de nuevo sobre el club en el que pretendía trabajar como camarera. Katie se negaba a escucharlo y él insistía en que era una idea estúpida. Volvieron a discutir de nuevo, aquella vez acaloradamente y cuando llegaron a casa, no se hablaban.

Patsy, que se había ido a la cama una hora antes, pudo escuchar cómo se daban unas frías buenas noches antes de cerrar cada uno la puerta de un portazo.

A la mañana siguiente, no dijo nada, pero había hecho un plan la noche anterior y estaba pensando cuál era la mejor forma de llevarlo a la práctica.

Patsy llegó a la oficina unos minutos antes que él y, cuando Nick entró en el despacho, ella lo esperaba con una taza de café en la mano.

– Gracias, Patsy -sonrió Nick-. El café está tan bueno como siempre.

– No me sonrías así. Anoche oí cómo tratabas a la pobre Katie.

– ¿Y qué pasa con el pobre Nick.

– ¡Ja!

– Está despedida, señorita Cornell.

– Muy bien. ¿Tan despedida como la semana pasada cuando te regañé por culpar a Katie de que tú hubieras perdido tu corbata favorita?

– Vale, vale. Lo siento. Es que entre tú y el bichejo, me tenéis hecho polvo.

– Entonces, te alegrará saber que me marcho.

– Lo del despido era una broma, Patsy.

– Quiero decir que me voy de tu apartamento.

Nick se quedó pálido.

– No puedes abandonarme ahora.

– Me temo que tengo que hacerlo. Jack, mi hijo pequeño, me ha rogado que vaya a su casa unos días. Ha tenido una pelea con su mujer y necesita que vaya para que hagan las paces.

– Yo también te necesito.

– No tanto como él. Si me quedo con los niños, Brenda y él tendrán más tiempo para estar solos y arreglar sus diferencias.

– De acuerdo -suspiró él, sabiendo que no habría forma de convencerla.

Más tarde, Patsy se metió en su despacho y marcó un número de teléfono.

– Brenda, ¿qué te parece invitar a tu suegra a pasar unos días en tu casa? ¡Estupendo! Llegaré esta tarde. No se lo digas a Jack. Será una sorpresa.

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