Dos días más tarde, Nick conducía de vuelta a su apartamento y, mientras aparcaba, escuchó en el garaje voces femeninas. Una de ella le resultaba muy familiar…
– ¡Katie!
– Hola, Nick -dijo ella, corriendo para abrazarlo.
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Ahora vivo aquí. Leonora y sus amigas tenían una habitación libre.
Nick sentía como si se hubiera quedado sin aire. Aquello no podía estar pasando.
– Sube conmigo. Tenemos que hablar.
– No puedo. Leonora va a llevarme al trabajo.
– ¿Y quién irá a buscarte?
– Derek. ¿A que es estupendo?
– No puedes vivir en ese apartamento, Katie. Esas chicas llevan una vida que no… Por favor, sé razonable. Vuelve al albergue.
– Me temo que no me aceptarían -dijo Katie con tristeza-. Me echaron por comportamiento «impúdico e indecoroso».
– ¿Qué?
– Por tener hombres en mi habitación a las cuatro de la mañana -explicó ella, con un suspiro de constricción que no lo engañó ni por un segundo.
– ¿Hombres? ¿En plural?
– Bueno, en realidad, sólo era Derek. Pero, como dijo la señora Ebworth, una manzana podrida echa a perder a todas las demás. Luego fue muy amable, me dejó quedarme hasta las siete de la mañana para que se me pasaran los efectos de la orgía de alcohol.
– ¿Pero qué estás diciendo? -exclamó Nick, aterrado.
– La señora Ebworth dijo que había alcohol por todas partes -siguió ella.
Nick la miraba, sin dar crédito.
– Katie, tenemos que irnos -intervino Leonora.
– ¡Voy! Adiós, Nick. Ya nos veremos… algún día-se despidió ella alegremente.
Derek estaba en casa, estirado en el sofá, mirando hacia el techo.
– Sólo dime una cosa -empezó a decir Nick con una voz cargada de tensión-. ¿Estabas en la habitación de Katie a las cuatro de la mañana?
– Pues sí -contestó Derek.
– ¿Haciendo qué? -preguntó, furioso.
– Escuchándola.
– ¿No esperarás que te crea?
– Katie necesitaba hablar con alguien y tenía que salir de esa prisión.
– Gracias a ti -siguió diciendo Nick con los dientes apretados- la han echado por ser una mala influencia para las otras chicas.
– Lo sé -rió Derek-. A mí me parece divertidísimo.
– Claro, ya me imagino. ¿Y qué es todo eso de una orgía?
– Una botella de champán, en realidad -explicó Derek-. De las que tú conoces -añadió, provocativamente.
– Supongo que lo pasasteis bien riéndoos de mí.
– Un poco.
– Me podía haber imaginado que causarías algún problema. ¿En qué estabas pensando cuando le hablaste de Leonora?
– ¡No te pongas dramático! Sólo son unas chicas de su edad.
– Pero ese apartamento es una casa de lenocinio.
– Eso no es verdad. Yo las conozco a todas.
– Ya me imaginaba -le informó Nick con frialdad.
– A mí no me parecen tan malas -dijo Derek, de repente incómodo.
– Supongo que tú tienes tu propia vara de medir -contestó Nick quitándose la chaqueta con furia-. Nunca debería haberte presentado a Katie. Sabe Dios qué daño puedes…
– ¿Estás seguro de que esas chicas…? -insistía Derek.
– Completamente.
– ¡Maldita sea! ¡Nadie me lo había dicho! Pero si a mí sólo me han ofrecido una copita de jerez…
– Pues esta vez la has hecho buena. Tú serás el culpable de lo que le pase a Katie.
Aquella noche, él mismo fue a buscarla. Katie lo vio nada más salir del club y lo saludó alegremente.
– No pareces sorprendida de verme -observó, cuando ella se sentó a su lado.
– Sabía que vendrías para insistir en que dejara el apartamento de Leonora.
– Sólo quiero decirte que ese apartamento no es un sitio adecuado para ti.
– Nick, no podía quedarme en el albergue, de verdad.
– Podrías si no te hubieras metido en una debacle de alcohol con el Romeo del mundo de la informática -insistió él.
Katie lanzó una carcajada que, en otro momento, lo hubiera molestado. Pero, extrañamente, echaba de menos aquella risa.
– Nick, por favor, hablas como la señora Ebworth.
– No hace falta que me insultes -sonrió él a su pesar-. Si hubiera sabido que no te gustaba el albergue, te habría sacado de allí. ¿Por qué insististe en quedarte?
Ella se quedó mirando el perfil del hombre mientras conducía.
– No lo sé. Yo hago esas cosas, ya me conoces -dijo, encogiéndose de hombros.
– De acuerdo, pero no puedes quedarte en el apartamento de esas chicas. A Isobel le daría un ataque y me culparía a mí.
– ¡Lo que hay que oír! -exclamó ella, indignada-. Pretendes estar preocupado por mí, pero lo único que te importa es lo que piense Isobel. Pues, para que lo sepas, Isobel está encantada de que haya escapado de la prisión en la que me metiste.
– ¿Se lo has contado? -preguntó él, incómodo.
– Me abandonaste, Nick -explicó Katie, dramáticamente-. Y a Isobel no le ha gustado nada.
– A saber lo que le habrás contado.
– La verdad. A mi modo, claro.
– Katie, ahora no tengo tiempo de discutir.
– No hay nada que discutir. Tú me dices que me vaya del apartamento de Leonora y yo te digo que de eso, nada. Final de la conversación.
– Escucha. Sé que estás en ese apartamento porque no puedes pagar uno tú sola, así que te ayudaré económicamente.
Katie lanzó un dramático gemido de horror.
– No puedo aceptar dinero de ti, Nick. No sería correcto, especialmente después de todo lo que has dicho sobre mi reputación. Además, no sé cómo te atreves a ofrecerle dinero a una chica decente…
– De acuerdo, de acuerdo -la interrumpió él, irritado.
– Mis compañeras de piso son estupendas. ¿Qué tienes contra ellas?
– Que muchas noches acaban en la comisaría.
– Eso no es verdad. Lo que pasa es que Leonora tuvo que sacar a su novio, que estaba detenido por conducir borracho.
– Ah, qué bien -dijo él, burlón-. ¿Y las fiestas hasta las tantas de la mañana?
– ¿De verdad hacen fiestas? ¡Qué divertido!
Nick decidió que lo mejor sería dejar el tema. Katie estaba riéndose de él, como siempre.
Después de dejarla en su apartamento, volvió al suyo pensando que lo mejor sería escribirle una carta, en la que expresaría sus razones fría y racionalmente. Insistiría en su oferta de ayudarla económicamente e incluiría un cheque para que viera que lo decía en serio. Cuando hubo terminado la carta, metió el sobre por debajo de la puerta y volvió a su apartamento, sintiéndose aliviado. Estaba seguro de que ella aceptaría.
Pero, a la mañana siguiente, había un sobre debajo de su felpudo. Dentro estaba el cheque y una nota escrita en letras mayúsculas y desafiantes. Decía simplemente:
¡El bichejo venenoso ataca de nuevo! ¡Ja, ja!
Después de eso hubo una cierta paz. Katie y él no se molestaron el uno al otro y ni siquiera se decían más que buenos días o buenas tardes cuando se encontraban. Ella siempre sonreía, pero Nick pensaba que estaba más delgada y que tenía ojeras.
– Cariño, esa es decisión de Katie -le dijo Lilian una tarde-. Los dos hemos hecho lo que hemos podido por ella.
– Debería haberla prestado más atención -insistía él.
– Lo hemos intentando, pero obviamente no desea nuestra protección. Ya no es una niña, Nick. Bueno, dejemos el tema. Vamos a hablar sobre la emocionante invitación del señor Frayne.
Eric Frayne era el director general de Devenham y Wentworth, el banco para el que Nick trabajaba y los había invitado a cenar en su casa. Los dos sabían lo que aquello significaba: el señor Frayne estaba pensando en un ascenso para él y querían conocer a la futura esposa de un ejecutivo, un examen que Lilian pasaría con facilidad.
Ella hablaba alegremente de la velada que los esperaba. Nick intentaba responder, pero sentía un nudo en el estómago. Después de aquella cena, probablemente el puesto sería suyo y su matrimonio con Lilian, inevitable.
La noche de la cena, Lilian se había puesto un elegante vestido oscuro y Nick tenía que admitir que daba el papel a la perfección. Eran los únicos invitados en la lujosa mansión y fueron tratados con todos los honores. Lilian estaba sentada al lado del anfitrión, sonriendo y portándose con elegancia y simpatía.
Nick se daba cuenta de que Frayne estaba encantado. Nadie mencionaba el puesto vacante, pero todos pensaban en ello. Cuando volvía a casa, pensaba que, unas semanas más tarde, tendría el ascenso que tanto había deseado y una esposa que siempre cumpliría con su papel. Pero sentía un peso en el corazón.
A la mañana siguiente, esperaba que el señor Frayne lo llamara a su despacho, pero su secretaria le dijo que había salido de la ciudad inesperadamente. Estuvo fuera una semana y, cuando volvió, no llamó a Nick.
Del alivio, pasaba a la frustración. El puesto de su vida se le escapaba de las manos y no sabía por qué. No podía comentarlo con Lilian porque sabía que lo culparía a él, delicadamente por supuesto. De repente, se encontraba pensando en Katie, que lo haría reír y le haría olvidar los problemas. Pero había pasado más de una semana desde su último encuentro y su relación se había vuelto distante.
Una mañana, estaba tomando un desayuno rápido cuando sonó el teléfono.
– ¿Dígame? -contestó, mirando el reloj.
– Quiero hablar con Katie -dijo una voz con acento australiano que reconoció inmediatamente.
– Mire, Ratchett, esto está yendo demasiado lejos. Katie no quiere hablar con usted.
– Eso tendrá que decírmelo Katie.
– Ya se lo ha dicho.
– No he venido hasta aquí para marcharme con las manos vacías. Sé que querrá verme cuando hable con ella.
– De eso nada.
– Vaya a buscarla, por favor.
Nick colgó el teléfono de golpe. En su mente, veía a Ratchett como un hombre frío, calculador, decidido a conseguir a su presa costase lo que costase.
Cuando entró en su despacho, encontró un sobre sobre la mesa y a Patsy, mirándolo con una sonrisa.
– Son tus notas para la reunión con el señor Frayne -le informó.
– ¿Mis qué?
– Tienes una reunión con él dentro de una hora para discutir sobre la fusión Hallam-Waines. El señor Frayne quiere que le des tu opinión sobre el asunto. Todas tus notas están ahí y ya sabes lo importante que puede ser esta reunión, Nick -añadió Patsy, significativamente.
Eric Frayne quería ver cómo manejaba aquel asunto y, si la fusión era un éxito, el puesto sería suyo. Pero Nick había olvidado el asunto por culpa de Katie. En toda su carrera, nunca había tenido un despiste como aquel.
Decidido, apartó a Katie de sus pensamientos y abrió el sobre para estudiar las notas. Cuando entró en el despacho de Eric Frayne volvía a sentirse seguro de sí mismo.
Trabajaron durante una hora en el tema hasta que el señor Frayne mencionó el puesto vacante de ejecutivo.
– Pensé que este asunto estaría pronto resuelto. John quería retirarse antes de tiempo para disfrutar de su tiempo libre, pero ahora parece que lo ha pensado mejor. Tendré que hablar con él, convencerlo de que es hora de hacer cambios…
Katie también había hecho cambios, pero Ratchett no lo sabía, lo cual era una bendición. Si se enterase, era muy capaz de aparecer en su puerta…
– ¿Perdón?
– Estaba diciendo que para ocupar el puesto es necesario no sólo talento, sino un toque de agresividad y capacidad para sorprender.
Ratchett era agresivo. En realidad, le resultaba raro que no hubiera ido a su casa a pedir explicaciones. Pero era inteligente; un día aparecería y tomaría a Katie por sorpresa…
– Sí, claro. Hay que sorprender -murmuró Nick, perdido en sus pensamientos.
– Admito que la sorpresa no lo es todo -decía el señor Frayne-. Pero es algo que yo valoro mucho. La seriedad es vital, pero también es necesario un toque de originalidad. Bueno, y ahora veamos sus ideas sobre esta fusión -añadió. Mientras hablaban, Nick se sentía esperanzado. Sabía que era famoso en el banco por su seriedad y el señor Fraynes hacía comentarios aprobadores sobre sus ideas-. Veo que lo tiene todo atado. ¿Qué piensa sobre las reticencias de Hallam?
– Él está en una posición de fuerza porque Waines no tiene mucho tiempo para pensarlo -contestó Nick-. Le gustaría seguir solo, pero necesita nuestro apoyo y no estoy seguro de si deberíamos dárselo. ¿Puede darme un día para que lo piense con detenimiento?
Después de eso, hubo un silencio. Eric Frayne lo miraba fijamente y había algo en sus ojos que Nick no podía descifrar.
– Espero su respuesta mañana por la mañana -dijo por fin-. Por cierto, aquí está el estudio sobre la compañía de Hallam que me pasó el otro día. Muy serio, muy riguroso. Lo que esperaba de usted.
A pesar del cumplido, Nick tenía la impresión de que había metido la pata, pero no podía imaginar en qué había fallado.
Entonces, volvió a acordarse de Katie y decidió que hablaría con ella para advertirla sobre la llamada de Ratchett.
Por la tarde fue directamente a la puerta trasera del club y esperó allí unos minutos hasta que las camareras empezaron a llegar, pero ella no aparecía.
– Ha venido a ver a Katie, ¿verdad? -preguntó una de las chicas-. Me temo que ya no trabaja aquí. La semana pasada se torció un tobillo y el jefe la despidió.
Mientras conducía de vuelta al apartamento, Nick iba pensando lo que le diría a aquella pequeña traidora cuando la viera.
Pero cuando abrió la puerta, pálida y ojerosa, toda su determinación se evaporó.
– Pobrecita. ¿Te encuentras bien?
– Regular -contestó ella, intentando sonreír.
Estaba sola en el apartamento y lo invitó a tomar un café.
– ¿Cómo ha pasado?
– Me torcí un tobillo por culpa de los malditos tacones y el jefe me dijo que no necesitaba un papagayo cojo. Y entonces Mac… -siguió diciendo ella con voz estrangulada- consiguió una actuación, pero como yo no podía bailar se ha buscado otra compañera. Dice que con ella se entiende mejor -añadió, desolada. Parecía tan abatida que Nick la tomó en sus brazos para consolarla-. Oh, Nick, ¿por qué siempre lo estropeo todo?
– Eso no es verdad.
– Me quedo sin trabajo, Mac me deja por otra… Y, encima, están haciendo las coreografías que yo había preparado.
– ¿Por qué no me has llamado?
– Porque te habrías enfadado conmigo. Siempre has dicho que no llegaría a nada.
– ¡Yo nunca he dicho eso!
– Pero seguro que lo has pensado.
– Yo no soy tan malo, Katie -dijo él, levantando su barbilla con un dedo-. ¿De verdad crees que me alegro cuando las cosas te van mal?
– No -dijo ella.
– Lo que pasa es que estás deprimida -dijo él suavemente-. ¿Qué tal está tu tobillo?
– Bien. Podría volver a bailar, pero ya no tengo compañero.
– Baila conmigo -dijo él, impulsivamente.
– ¿De verdad?
– Claro que sí. ¿Dónde quieres que vayamos?
– A Zoe. Es un club nuevo y muy alegre. Te va a encantar, Nick, de verdad -dijo ella, entusiasmada. Sólo cuando estaba en su habitación, cambiándose de ropa, Nick recordó que debería pasar la noche pensando en la fusión Hallam-Waines, pero no había forma de echarse atrás después de haberle prometido a Katie que la llevaría a bailar. Cuando la vio, con un vestido blanco hasta los tobillos, se olvidó de Hallam, de Waines y de todo lo demás. El club era un sitio pequeño con una orquesta muy alegre y, en cuanto entraron, los pies de Katie empezaron a moverse-. Vamos -sonrió, llevándolo hacia la pista. El baile era un poco complicado y Nick se sentía incómodo, pero pronto aprendió a seguir sus pasos. Gradualmente, Nick empezó a relajarse y a dejarse llevar. La gente los miraba, admirando a Katie y envidiándolo a él. Cuando la música terminó, se quedaron abrazados, riendo, como si estuvieran compartiendo un secreto-. Necesito una copa.
– Champán -dijo él, sintiéndose más alegre que nunca. Se sentía capaz de cualquier cosa aquella noche.
Y entonces vio a Eric Frayne. Su jefe estaba sentado con su mujer cerca de ellos y ambos lo miraban, sorprendidos.
– Tengo que ir a empolvarme la nariz -rió Katie, levantándose.
Los pensamientos se mezclaban en la cabeza de Nick: Katie, Lilian, el trabajo que debería estar haciendo aquella noche… Pero su siguiente pensamiento fue: «A la porra con todo». Lo estaba pasando maravillosamente y no se arrepentía en absoluto.
Cuando fue a la mesa de su jefe para saludarlo, Frayne lo saludó alegremente.
– Nuestra hija cumple hoy dieciocho años y la hemos traído para celebrarlo -dijo el hombre-. Me sorprende verlo aquí, sobre todo con una chica tan guapa. Es usted un hombre sorprendente, Nick.
– Es la cuñada de mi hermano -explicó Nick-. Está de visita en Londres.
– Así que ella es Katie -dijo el señor Frayne de repente-. Lilian la mencionó durante la cena. Me parece que no le cae muy bien. Es más, creo que piensa que es un peligro para usted.
– Lilian no tiene derecho a decir tal cosa -dijo Nick, furioso-, Katie no es asunto suyo.
– Ni mío, ¿verdad? -sonrió el señor Frayne-. Tiene razón.
En ese momento, Katie volvía a la mesa y Nick hizo las presentaciones. Eric Frayne insistió en que se sentaran juntos y después sacó a Katie a bailar, ante la mirada divertida de su mujer.
– No me he sentido tan bien en muchos años -le confió a Nick cuando volvieron a la mesa-. Esa joven es muy lista, Nick. Sabe cómo hacer que un hombre se encuentre a gusto. Eso es muy importante.
– Sí -asintió Nick, sin saber qué decir. Una hora después, decidió que era el momento de marcharse.
– Espero que tenga un rato para pensar en el asunto de la fusión -dijo el señor Frayne.
– No hay nada que pensar -dijo Nick de repente. Era como si las palabras salieran de la boca de otra persona-. Tenemos que decirle a Waines que mantenga su posición y apoyarlo hasta el final.
– Veo que ha cambiado de opinión.
– Hallam sabe que tiene la sartén por el mango si nosotros no nos decidimos a apoyar a Waines y lo mejor será demostrarle cuál es nuestra posición.
– De acuerdo. Le dejo la decisión a usted -dijo el señor Fraynes, levantándose para despedirse-. Cada día se aprende algo nuevo de los demás, ¿no es cierto? -preguntó, enigmáticamente-. Le espero en mi despacho en cuanto haya hablado con Hallam.
En el coche, Katie suspiraba alegremente.
– Lo he pasado muy bien.
– Yo también.
– ¿Quién es ese hombre?
– Mi jefe.
– ¡Oh, Nick! -exclamó Katie, poniéndose las manos en la cara-. ¡Y yo lo he tratado como si fuera uno de tus amigos!
– No te preocupes. Se ha quedado encantado.
Al día siguiente, lo primero que hizo Nick fue llamar a Hallam. Se le había pasado la euforia de la noche anterior, pero parecía tener muy claro lo que tenía que decirle. Cuando colgó el teléfono, había dejado a Hallam de una pieza.
La siguiente llamada era para Waines y fue satisfactoria para ambas partes. Nick tomó un par de notas antes de ir al despacho del señor Fraynes y lo encontró colgando el teléfono.
– Era Waines -sonrió el hombre-. Poniendo a este banco por las nubes por nuestra decisión-. Visión, es lo que ha dicho que tenemos. Perdone un momento -añadió, cuando sonó el teléfono-. Buenos días, señor Hallam. Sí, ya sé que ha estado hablando con el señor Kenton… Al contrario, conocía su posición y la apoyo. Ya sé que solía tratar con John Neen, pero el señor Kenton va a ocupar su puesto… Sí, estoy seguro de que cuando lo reconsidere, verá que el señor Kenton tiene razón. Muy bien, espero su llamada -añadió. Después, colgó el teléfono y se quedó mirando a un Nick atónito-. Ha conseguido hacer lo único que yo pensaba que nunca podría hacer: sorprenderme. Eso era lo que estaba esperando. Enhorabuena. El puesto es suyo.