Nick bostezaba pensando en la cantidad de trabajo que lo esperaba al día siguiente.
– Sí, es tarde, ¿verdad? -dijo Patsy, mirando con sorpresa su reloj-. Voy a buscar a Horacio y… ¿dónde está?
Patsy estaba buscando al gato debajo del sofá y de las butacas, pero el animal parecía haberse esfumado.
– No puede haber salido del apartamento -dijo Nick-. Ya aparecerá.
En ese momento oyeron un ruido en la habitación de Katie y Patsy.
– ¡Oh, no! -exclamó ésta corriendo hacia la habitación. Nick y Katie corrieron tras ella y, al entrar, Katie lanzó un grito y Nick se tapó la cara con las manos.
Horacio estaba sobre el vestido nuevo de Katie y lo había destrozado con sus uñas.
– ¡Horacio! Katie, no sabes cómo lo siento. ¿Cómo he podido no darme cuenta?
– Es culpa mía -dijo Nick-. Debería haber cerrado la puerta. ¡Debería haber pensado que ese maldito animal…!
– ¡No le grites! -dijo Katie-. Lo vas a asustar.
– ¿Qué? -exclamó Nick, sin dar crédito a sus oídos.
Katie lo ignoró y tomó al gato en brazos, cariñosamente.
– Pobrecito. ¿Por qué has hecho eso?
– Es viejo -explicó Patsy, como si tampoco pudiera creer lo que estaba viendo-. Y se pone muy nervioso cuando está en una casa extraña. Debería haber estado pendiente de él.
– Si le damos un poco de leche calentita a lo mejor se pone bueno -decía Katie, acariciando a Horacio.
– Pero tu vestido… lo ha destrozado -dijo Patsy.
– Qué se le va a hacer -suspiró Katie-. Debería haberlo colgado en el armario.
– Te compraré un vestido nuevo -dijo Patsy-. Al fin y al cabo, es mi gato.
– Yo compraré otro vestido -protestó Nick-. He sido yo quien ha dejado la puerta abierta.
– Ya hablaremos de eso más tarde -intervino Katie, acariciando al gato, que ronroneaba como un cachorro-. Ahora vamos a darle un poquito de leche a Horacio para que se ponga bien -añadió, dirigiéndose a la cocina.
– No vuelvas a hablar mal de esa criatura tan dulce -susurró Patsy cuando ella no podía oírla.
– Ahora recuerdo que le encantaban los animales -dijo Nick.
– No sé dónde vamos a encontrar un vestido como ese.
– Yo tampoco. Era un modelo exclusivo -asintió él. Katie no parecía preocupada por su vestido y lo único que parecía importarle era la barriguita de Horacio. En ese momento, Nick recordó que la gente solía decirle lo dulce que era Katie. Dulce con todo el mundo, menos con él, claro.
Patsy se había ido a la cocina con ella, dejando solos a Nick y Derek.
– Esto es el final -decía Nick-. Katie se ha vuelto loca por esa bola de pulgas y ahora Patsy le dará la razón en todo.
– No es tu día, ¿verdad? -sonrió Derek.
Al final, la situación volvió a la normalidad. Horacio estaba en su cesta y Nick tenía que volver a intentar que todo el mundo se fuera a la cama.
– Aún no -suplicó Katie-. No me apetece irme a la cama, me apetece… -había empezado a decir. En ese momento, el teléfono empezó a sonar-. ¿Dígame? -preguntó alegremente, sin darle tiempo a Nick a contestar.
– ¿Está Nick? -oyó una voz de mujer.
– ¿De parte de quién?
– Soy Lilian. Y supongo que tú eres la pequeña Katie.
– Sí, soy la pequeña Katie -contestó ella, sonriendo de forma un poco forzada-. Nick, es Lilian.
– ¿Lilian? Hola, cariño -dijo él, tomando el auricular con alivio. Era relajante poder hablar con una mujer que no le ponía trampas y que no lo sorprendía con cosas nuevas de un segundo a otro.
– Pobre Nick. No parece que lo estés pasando bien.
– Sí, bueno. Ya te contaré.
– ¿Está siendo insoportable?
– Digamos que sí -contestó Nick, mirando a Katie de reojo.
– Supongo que no podremos vernos mientras ella esté en tu casa.
– ¿Por qué no? Estoy deseando verte. ¿Te parece bien mañana por la noche? Podríamos ir a cenar.
– Estupendo.
– ¿Por qué no te pones el vestido celeste que tanto me gusta?
– Me lo pondré si quieres.
Nick se despidió afectuosamente y después se quedó mirando a Derek, que había abierto otra botella de vino e iba a servirle una copa a Katie.
– No, gracias. Creo que me iré a la cama.
– Pero la noche es joven…
– He hecho un viaje muy largo.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó Nick-. Hace un minuto estabas deseando que siguiera la fiesta.
– Si, pero… -empezó a decir, seria de repente-. La verdad es que estoy cansada. Buenas noches a todos.
Lilian tenía unos rasgos delicados y grandes e inteligentes ojos azules. Era una chica tranquila que sabía escuchar y, mientras Nick le contaba su historia, ella asentía dulcemente.
– ¡Pobrecito! ¿En qué estarían pensando para cargarte con ella?
– Bueno, supongo que es normal ser así a los veintiún años -concedió él-. Si siguiera siendo una niña sería más fácil.
– ¿Patsy no puede ayudarte?
– Patsy es su esclava de por vida después de su reacción con el gato. Incluso me ha pedido la tarde libre para ir con ella de compras.
– Pero, Nick, tienes que ser firme con esa chica. No irás a dejar que se salga con la suya todo el tiempo.
– Eso es lo que me digo a mí mismo. Pero da igual. Bueno, la verdad es que hoy se está portando bien. Le he dado una guía de Londres para que fuera de visita y ella se ha ido como un corderito -dijo él, soltando una carcajada de repente-. Fíjate que está enfadada conmigo porque le dije que solía llamarla el bichejo venenoso.
– ¿Por qué la llamabas así?
– Era una cosa de críos. Pero no se lo hubiera dicho si hubiera sabido que hablaba con ella.
– ¿Es que te hizo creer que era otra persona?
– No. En realidad, no la reconocí.
– Pero ella podía haberte dicho quien era. ¿No te parece un poco maquinador por su parte?
Nick, que se había dicho eso mismo varias veces, se encontró defendiéndola.
– No, qué va. Sólo estaba gastando una broma. Así es Katie.
– De acuerdo, no es maquinadora. ¿Es infantil?
– En cierto modo -contestó él-. Está llena de vida. Le encanta vivirlo todo, no dejar pasar las oportunidades.
– Bueno, supongo que eso nos gusta a todos.
– No, quiero decir que sigue convencida de que la vida es maravillosa -añadió él-. En cierto modo, la envidio. Debe de ser maravilloso creer en la vida de esa forma.
Lilian lanzó una carcajada incrédula.
– Nick, por favor. Los adultos sabemos que la vida es algo muy serio. Eso es precisamente lo que me gusta de ti, que sabes lo que es importante.
– Empiezo a preguntarme si es así -murmuró él.
– ¿Perdona?
– Nada. Tienes razón -contestó él por fin-. Nick tenía la incómoda sensación de que no había sido sincero del todo con Lilian. Le había hablado de la edad de Katie, de su aspecto y su enloquecedor comportamiento. Pero no le había hablado de las proporciones de su perfecta figura, ni de su belleza radiante ni del brillo de sus ojos. Se decía a sí mismo que no había necesidad de contarle aquellos detalles. Lilian era abogado y en su tiempo libre se dedicaba a trabajar como voluntaria en varias obras de caridad. Nick disfrutaba de su compañía. Era inteligente, además de atractiva. La había llevado con él a una cena de trabajo y había recibido miradas de aprobación por parte de sus superiores. Estaba claro que Lilian había pasado la prueba.
– Dejemos de hablar de Katie. Prefiero pensar en ti. Hoy estás preciosa.
– Gracias, cariño. Espero que te hayas dado cuenta de que llevo puesto tu regalo -dijo ella, rozando el colgante con una perla que llevaba al cuello. Le iba bien a su complexión nacarada.
– Vamos a bailar -dijo él, levantándose.
Mientras daban vueltas por la pista, Nick reconoció a varias personas y las saludó. Aquel ambiente familiar lo hacía sentir cómodo, después de la tensión que vivía en su casa.
– ¿Has firmado un acuerdo con Beswick? -preguntó ella, refiriéndose a una compañía que buscaba asesoramiento financiero y que ella le había enviado desde su bufete.
– Estamos a punto de hacerlo. Creo que él está de acuerdo con los términos.
– ¿Puedes hablar más alto? No te oigo.
– Yo tampoco -dijo Nick, acercándose-. ¿Qué es ese ruido?
Una carcajada contestó a su pregunta y, cuando se volvieron, vieron un grupo de gente que entraba en el restaurante. Eran tres hombres que rodeaban a una joven. Todos parecían ansiosos por atraer su atención y ella les sonreía por turnos.
El camarero les indicó una mesa y los hombres prácticamente se pelearon por apartar la silla de la chica.
– Esa chica está dando un espectáculo -observó Lilian.
– A lo mejor es una estrella de cine y esos son sus fans… -empezó a decir Nick-. No, espera, uno de ellos es Derek. Pero… ¡si es Katie!
En ese momento los hombres se apartaron y Nick pudo ver la cara sonriente de Katie, sonriendo con benevolencia a sus adoradores.
– ¿Esa es Katie? -preguntó Lilian con voz estrangulada.
– Sí. Y Derek está con ella, pero no sé quiénes son los otros. Lo mejor será que vaya…
– No vayas allí corriendo -dijo Lilian, sujetándole con tal fuerza que Nick se quedó sorprendido-. Eso es a lo que ella está acostumbrada.
– Tienes razón -sonrió él, sorprendido por la nueva actitud posesiva de Lilian. Nunca se había apretado tanto contra él mientras bailaban, ni le había pasado el brazo por el cuello de una forma tan íntima. Nick no quería acercarse a Katie, pero era Lilian la que, mientras bailaban, los llevaba hacia su mesa, un gesto que él consideraba muy atrevido-. ¿Qué te parece? -preguntó cuando Lilian había tenido la oportunidad de mirar a Katie de arriba abajo.
– Pobrecillo -dijo ella entonces-. ¿Qué vas a hacer con esa chica?
De repente, los músicos empezaron a tocar una rumba y Katie, como si no se diera cuenta de la atención que atraía, salió a la pista. Sólo tuvo que mirar a uno de sus acompañantes para que éste saltara tras ella.
Nick había ganado la batalla. Para reemplazar el vestido, Katie se había comprado un vestido de satén granate ajustado en el busto y en las caderas, que caía en varias capas hasta el suelo. Las capas de tela se movían sinuosamente mientras ella bailaba. Sus sandalias doradas eran altísimas y, sin embargo, ella bailaba con seguridad aquellos pasos complicados, como una gacela.
Nick y Lilian salieron de la pista y, poco a poco, el resto de los bailarines volvió a sus meses, reconociendo la pericia de los recién llegados. Pronto, Katie y su acompañante quedaron solos. Eran dos expertos y se movían con gracia, con ligereza, llamando la atención de todo el mundo. Katie sonreía y sus ojos semicerrados le daban una expresión ausente, elegante, mientras sus dorados pies se movían al son de la música.
El público empezaba a aplaudir y Nick, sin darse cuenta, la miraba embelesado, sin fijarse en el gesto de desaprobación de Lilian.
La orquesta entonces empezó a tocar más rápido, como retando a los bailarines y éstos respondieron con movimientos más rápidos y complejos. Nick contenía el aliento, rezando para que Katie no resbalase, pero ella parecía estar en su elemento y se movía con gracia y seguridad.
Por fin llegaron al final, cayendo teatralmente uno en brazos del otro. Los aplausos eran atronadores.
– Es encantadora -dijo Lilian por fin-. Aunque espero que el baile de exhibición no se convierta en una costumbre aquí. ¿Qué haríamos tú y yo entonces?
– ¿Seguir sus pasos? -sugirió él, sin pensar.
– Espero que tu jefe no te oiga decir esas cosas.
– Será mejor que vayamos a saludarlos -dijo Nick, tomando a Lilian de la mano. Katie estaba sentada de nuevo con una sonrisa de oreja a oreja, como si no hubiera hecho nada. Después de las presentaciones, Derek tomó un par de sillas de la mesa de al lado para que se sentaran.
Katie miraba a Nick con desafío.
– Vamos, regáñame -lo retó.
– No soy un ogro, Katie -dijo Nick-. Lo has hecho muy bien. Pero, ¿qué estás haciendo con este desalmado? -preguntó, señalando a Derek.
– Se ofreció a acompañarme a la Torre de Londres. Qué detalle, ¿verdad?
– Sí, claro. Espero que no se haya aburrido.
– Bueno, la verdad es que no fuimos a la Torre -admitió Katie-. Derek me llevó a su oficina y después me presentó a algunos amigos. Y aquí estamos…
La expresión de Derek era tan inocente como la de un recién nacido.
– Tengo que decirle cuánto me ha gustado su pequeña exhibición -dijo Lilian-. Parece usted una profesional.
Derek soltó una carcajada y Lilian lo miró con frialdad. Una de su virtudes, a los ojos de Nick, era que Lilian se mantuviera completamente inmune a los encantos de su compañero de piso.
– Katie es una profesional -dijo Derek-. Y Mac también -añadió, señalando al chico que había bailado con ella.
– ¿Una bailarina profesional? -repitió Nick, incrédulo.
– Tenía un grupo de baile en Australia -explicó Katie-. Éramos cuatro y bailábamos en los clubes, hasta que mis compañeros empezaron a casarse y esas cosas. Ahí se terminó todo -suspiró. En ese momento, apareció un camarero con una bandeja en la mano y, mientras cada uno pedía su copa, ella se inclinó hacia Nick-. ¿Seguro que no estás enfadado conmigo?
– Claro que no.
– Pruébalo bailando conmigo.
– Si es un vals o algo tranquilo…
– Te lo prometo.
– Entonces, encantado -sonrió él. Katie era como una pluma en sus brazos y Nick sentía que estaban flotando-. Bailas maravillosamente.
– Muchas gracias, pero la verdad es que necesito volver a entrenar. Mac conoce un estudio y pienso tomar unas clases antes de volver a trabajar.
Un familiar escalofrío de aprensión lo recorrió de arriba abajo.
– ¿Trabajar? ¿Quieres decir a bailar?
– Sí, pero no en el escenario. Sólo algunos clubes, restaurantes con orquesta y cosas así.
– Dudo que haya mucho trabajo de ese tipo de Delford.
– ¿No?
– Me parece que sólo hay un club nocturno. Delford no es Londres.
– Entonces, tendrá que ser en Londres.
– ¿Qué?
– Que voy a quedarme aquí -dijo ella-. ¡Ay! ¡Me has pisado!
– ¡Katie, no puedes quedarte aquí!
– Pero si ha sido idea tuya…
– ¿Idea mía?
– Tú eres el que ha dicho lo de Londres.
– Pero… ¡Katie! Yo quería decir…
– Primero me dices que Londres es el único sitio para hacer lo que quiero y después, quieres echarme -lo interrumpió ella.
– No te pongas trágica. Yo no quiero echarte de ningún sitio.
– Ni siquiera querías que viniera unos días.
– ¿Vamos a volver a empezar?
– No. Cuanto antes me vaya de tu apartamento, mejor.
– No vas a irte de mi apartamento. ¿Qué diría Isobel?
– Lo entenderá cuando se lo cuente todo.
– Tú no vas a ir a ningún sitio -dijo él entre dientes-. Te quedarás en mi apartamento para que pueda vigilarte.
– Pero si vas a desaprobar todo lo que haga…
– A ti eso te da igual -sonrió él, a su pesar-. Nunca he aprobado lo que has hecho desde el día que nos conocimos. Y siempre te ha dado igual.
– Entonces, de acuerdo -sonrió ella.
De repente, Nick soltó una carcajada. No podía evitarlo. Y ella rió también, como una conspiradora. Los otros se volvieron hacia ellos y Lilian los miró con expresión helada.
– ¡Eres una bruja! -susurró Nick.
– ¿De verdad no te importa que me quede?
– ¿Tengo elección?
– No -rió ella de nuevo.
– Pero sigue sin ser buena idea, Katie. No quiero que acabes desilusionada y herida.
– ¿Por qué siempre tienes que verlo todo tan negro?
Nick la miraba, pensando en lo frágil y delicada que era a pesar de la decisión que había en sus ojos.
– Porque la vida es así, Katie.
– No siempre. Imagínate que esta noche hubiera aquí un empresario cenando y nos hubiera visto bailar a Mac y a mí. Podría firmarnos un contrato.
– Eso pasa en las películas, no en la vida real.
– Pero podría ser. ¿No te das cuenta de que eso es lo maravilloso? Podría ocurrir cualquier cosa. Hay que creer en ello porque si no, la vida no tendría sentido -explicó ella, convencida-. ¿De qué te ríes?
– Estaba pensando que eres una cría.
– Me sigues viendo como una niña, pero soy una mujer.
– Sí, es verdad. Una mujer que mide nada más y nada menos que un metro sesenta -bromeó él.
– Para mí es suficiente -rió ella-. Soy una mujer, Nick. Sé lo que quiero y quiero creer que lo voy a conseguir o… -Katie dejó la frase en suspenso, como si estuviera enfrentándose a una visión interior.
– ¿O qué? ¿Qué harás si no consigues lo que quieres?
– Lo conseguiré. No he trabajado y rezado durante tanto tiempo para nada.
– ¿Bailar es tan importante para ti?
– ¿Bailar? Ah, claro, bailar.
– ¿No estábamos hablando de eso?
– Sí… sí, claro.
– Espero que consigas todo lo que quieres, Katie -dijo él con ternura.
– Lo haré. Tengo que hacerlo -replicó ella con una determinación que lo dejó sorprendido.
– Intenta que no te hagan daño -insistió él-. Yo sé lo que es desear algo con todas tus fuerzas y no conseguirlo.
– Te refieres a Isobel, ¿verdad?
– Sí.
– Pero no la conseguiste porque ella no era para ti. Nick, no deberías seguir enamorado de ella.
– No puedo evitar que siga dentro de mi corazón. Creo que siempre estará ahí. Bueno, vamos a volver con los demás.
Cuando volvieron a la mesa, Katie no se sentó.
– Voy un momento al lavabo -dijo, sin mirarlo.
– Quiero hablar contigo -dijo Nick, mirando a Derek-. ¿Sabes lo que has hecho? Katie está decidida a volver a bailar.
– ¿Y eso es culpa mía?
– Tú le presentaste a ese Mac.
– Katie tiene la cabeza en su sitio, Nick. La he llevado a mi oficina y parece conocer los ordenadores perfectamente. Creo que ha estudiado informática antes de ponerse a bailar.
– Me alegro -dijo Nick, mirando alrededor-. ¿Dónde está Lilian?
– Parece que se ha esfumado.
Katie estaba retocando sus labios frente al espejo cuando Lilian entró en el cuarto de baño.
– Me sorprende que no estés descansando -sonrió, sentándose en uno de los elegantes sillones.
– Podría estar bailando toda la noche.
– La verdad es que no te pareces nada a la descripción que Nick me había hecho de ti.
– ¿Y qué te había dicho? -preguntó Katie sin mirarla.
– En realidad, nada. Ahora que te conozco, veo que eres encantadora.
– ¿Nick no te había dicho que era encantadora?
– Bueno, creo que ese día estaba de mal humor… El bichejo venenoso, por favor. Yo creo que era una exageración.
– Un poco, sí -replicó ella, aún sin mirarla.
Si estaba molesta, nadie lo notó cuando volvió a la mesa. Reía y bromeaba tan alegremente con sus tres caballeros que Nick los dejo, un poco más tranquilo, aunque advirtiendo a Derek que la llevase pronto a casa.
Más tarde, cuando volvió a su apartamento, se encontró a Patsy viendo la televisión.
– ¿No hay rastro de los delincuentes?
– Sí. Volvieron hace media hora. Derek está trabajando en su habitación y Katie en la suya. Creo que le duele la cabeza.
– No me sorprende. No ha parado de bailar -dijo él. Después, le explicó a Patsy lo que había ocurrido. La mujer asentía con la cabeza.
– ¿Qué le ha parecido a Lilian?
– Al principio, me parece que no le había caído muy bien -admitió Nick-. Pero creo que estuvieron hablando en el cuarto de baño y Lilian salió muy sonriente.
– ¿No me digas? ¿Katie también salió sonriendo del cuarto de baño?
– No lo sé. No me di cuenta -contestó él, con cierta preocupación-. No puedo estar todo el día pendiente de ella.
– Baja la voz -le advirtió Patsy, señalando la puerta de la habitación.
– No estaba hablando en voz alta -protestó Nick.
– Siempre levantas la voz cuando estás incómodo y siempre estás incómodo cuando hablas de Katie. Entonces, ¿a Lilian le ha caído bien?
– Bueno, no lo sé. La verdad es que no hemos vuelto a hablar sobre ella.
– Ya -dijo Patsy.
– ¿Qué quieres decir? ¿Hay algo que yo no sepa?
– Desde luego, pero si te lo contara, seguirías sin enterarte. Así que es mejor dejar el tema.
El teléfono sonaba en aquel momento. La voz de hombre al otro lado del hilo era profunda y tenía acento australiano.
– ¿Puedo hablar con Katie?
– ¿De parte de quién?
– Soy Jake Rachett.
– Un momento. Voy a ver si puede ponerse.
– Mire, he dado la vuelta al mundo para encontrarla y no pienso colgar sin hablar con ella.
– ¿Llama usted desde Londres?
– Sí. Dígale que se ponga al teléfono.
– Un momento, señor Rachett. No sé si está dormida -contestó él, irritado. No le gustaba nada el tono posesivo del hombre.
La puerta del dormitorio de Katie se abrió y ella salió, vestida con un ligero albornoz de seda. Se había quitado el maquillaje y parecía más joven y un poco cansada.
– Hablaré con él -dijo Katie, alargando la mano hacia el teléfono. Pero Nick no soltaba el auricular.
– Este hombre te ha seguido hasta Inglaterra y no parece muy agradable. Creo que será mejor que yo hable con él.
– No es necesario -dijo ella, tomando el auricular-. ¿Jake? Sí, Nick me ha dicho que estás en Londres… No, no creo que sea buena idea. Jake, ya sé que te lo dije pero… por favor, lo mejor es que vuelvas a tu casa y…
Nick no podía soportar más la conversación y le arrebató el teléfono.
– Mire, señor Rachett, Katie no quiere verlo, así que será mejor que deje de molestarla. Si vuelve a llamar aquí, tendrá que vérselas conmigo -dijo antes de colgar el teléfono de golpe.
La expresión de Katie no mostraba que estuviera abrumada por aquella demostración de anticuada caballerosidad.
– No has sido muy amable con él -dijo, con frialdad.
– Te estaba molestando y me he librado de él.
– ¿Te he pedido yo que lo hicieras?
– No, pero ese tipo me da mala espina.
– Me voy a la cama -suspiró ella.
– ¿No me das las gracias? ¿Qué te pasa, estás enfadada conmigo?
Ella lo miró como si quisiera fulminarlo.
– No lo sabes, ¿verdad?
– ¿Estás enfadada porque he colgado el teléfono?
– No. Te perdono por eso.
– ¿Me perdonas? ¿Será posible?
– Lo que no te perdono es que le contaras a Lilian algo que era sólo entre tú y yo.
– No hay nada que no pueda contarle a Lilian.
– ¿Te parece bien contarle que me llamabas el bichejo venenoso? ¡Eso es algo privado!
– También se lo conté a Jennifer, no lo olvides.
– Jennifer soy yo.
– Pero yo no lo sabía.
– No es lo mismo.
– Katie, estoy perdido. De verdad, no sé por qué estás tan enfadada.
– No, claro que no. Si tuvieras la mínima sensibilidad, lo sabrías. Pero no la tienes, así que no te enteras.
– ¡Katie!
– Me voy a la cama, Nick. No quiero seguir discutiendo -dijo ella, antes de volver a su dormitorio.
Nick se quedó mirando la puerta sin entender nada. Cuando miró a Patsy, la mujer apartó la mirada.
– Pero, ¿qué he hecho? ¿Qué he hecho ahora?