El tiempo parecía arrastrarse con desesperante lentitud mientras esperaba a saber algo de Josh y de Mystic. Ya casi había oscurecido cuando por fin sonó el teléfono. Era Charmaine. Parecía exhausta.
– Josh se pondrá bien.
Savannah se apoyó en la pared de la cocina, aliviada.
– ¡Gracias a Dios!
– Pero tendrá que quedarse unos días en el hospital. Tiene la clavícula y varias costillas rotas, aparte de un buen montón de moratones y arañazos. Afortunadamente no hay señal alguna de hemorragia interna. En dos o tres días debería estar fuera del hospital.
– Menos mal.
– Y que lo digas -Charmaine suspiró-. Dime, ¿sabes algo de Mystic? Josh no deja de preguntar por esa maldita criatura.
– Todavía no. El veterinario estuvo aquí y se lo llevó a la clínica de Sacramento. Todo el mundo, incluido el propio Steve, parece pensar que se ha roto una pata.
– ¿Se trata de una lesión grave?
– Muy grave.
– Entiendo -susurró Charmaine-. Pero se pondrá bien aunque ya no pueda volver a correr, ¿verdad?
– No lo sé. Supongo que muchos caballos lo hacen -reflexionó Savannah en voz alta-. Todo depende del caballo, de su fuerza mental, de la calidad de la atención veterinaria y de la suerte, entiendo yo. El problema es que el temperamento de Mystic trabaja en su contra. Estaba muy alterado. Y eso no es bueno.
– Pero seguro que podrán salvarlo.
– Eso espero, por el bien de todos -repuso Savannah. Sabía que si Mystic no sobrevivía, la culpa consumiría a Josh.
– Conservemos entonces la esperanza. Mira, te llamaré si cambiamos de planes… pero, al menos, por esta noche, Wade y yo nos quedaremos aquí.
– ¿Cómo está Wade?
– No muy bien. Josh ha admitido que si se llevó el caballo fue porque estaba enfadado con su padre. También me dijo que su intención era escaparse de casa. Incluso me contó cómo había arrancado el cable del sistema de alarma otra noche para poder entrar en los establos de noche.
Savannah soltó un profundo suspiro. Así que había sido él…
– Y ahora Josh tiene verdadero pánico a que su padre lo castigue… y le prohíba que vuelva a ver a Mystic. Un desastre, vamos.
– ¿Hay algo que yo pueda hacer?
– Ahora no.
– Llamaré a Josh por la mañana, cuando se encuentre mejor.
– Le encantará.
– ¿Cómo está mamá?
– Bien. Se queda aquí con nosotros.
Savannah pensó en la frágil salud de su madre.
– ¿Sabes? Creo que es la que mejor lo lleva de todos -comentó Charmaine antes de darle el número del hotel donde iban a alojarse-. Llámame si sabes algo nuevo de Mystic.
– Lo haré -le prometió.
Después de colgar el teléfono, miró el reloj. Las cuatro y media. Había pasado las seis últimas horas asegurándose de que los caballos estuvieran bien cuidados y las cuadras limpias y calientes. El cansancio le estaba pasando factura. Apenas podía tenerse de pie.
Todavía preocupada por Mystic y Josh, se duchó y cayó rendida en la cama.
Cuando se despertó, ya era noche cerrada. Una mirada al reloj de la mesilla le confirmó que habían transcurrido otras cuatro horas. Estaba intentando levantarse de la cama para llamar al veterinario cuando escuchó unas voces familiares en el piso de abajo. ¡Travis había vuelto a casa! ¡Quizá Mystic estuviera de regreso en las cuadras!
Se puso una bata y bajó apresurada las escaleras. Travis y Lester estaban hablando en la cocina. Ambos tenían aspecto de no haber dormido durante una semana entera.
Travis estaba sentado en el mostrador, los codos sobre las rodillas. Sin afeitar desde hacía dos días, tenía una expresión tensa y sus ojos grises habían perdido su brillo habitual. Se le veía completamente agotado.
Lester, por su parte, parecía haber envejecido diez años. El menudo y enjuto preparador estaba sentado ante la mesa de la cocina tomando café y fumando un cigarrillo. Tenía una mirada triste, deprimida. Instintivamente, Savannah se preparó para lo peor.
– ¿Cómo está Mystic?
Los dos hombres cruzaron una mirada de preocupación.
– Ha muerto -respondió Travis-. No tenía la menor oportunidad -disgustado, se bajó del mostrador y lanzó el resto de su café al fregadero con gesto rabioso.
– ¿Qué? Oh, no…
– Tu padre lo ha sacrificado -la informó Lester-. Era lo único que podía hacer por él.
– Pero ¿por qué? -inquirió Savannah, dejándose caer en una de las sillas.
– No es culpa de nadie. Steve hizo todo lo posible por salvarle la pata -le explicó Lester-. Pensó que podía hacerlo, pero… -el preparador sacudió la cabeza, soltando una bocanada de humo-. Mystic, sencillamente, no pudo soportarlo.
– ¿Qué pasó exactamente?
– Por lo que yo sé, la operación fue todo un éxito -Travis se frotó el mentón, oscurecido por la barba-. Después de sedar a Mystic, Steve limpió la herida, retiró parte de los huesos rotos, le cosió los ligamentos, juntó los huesos principales y le escayoló la pata.
– Entonces ¿qué es lo que falló?
– Mystic se puso como loco cuando se despertó de la anestesia -dijo Lester, fumando su cigarrillo de pie ante la ventana-. No podíamos controlarlo.
– Se puso hecho una fiera, pataleando y dando coces. Nadie fue capaz de dominarlo. Se deshizo de su escayola e incluso golpeó a Lester en un muslo.
Lester se limitó a sacudir la cabeza.
– ¿No pudo habérsela inmovilizado de nuevo Steve? -quiso saber Savannah.
– Quizá -admitió Lester-. Pero tu padre, bueno, él hizo todo lo humanamente posible; más anestesia y cirugía no habría hecho más que empeorar las cosas. Habría sido demasiado traumático para Mystic. Era dudoso que hubiera sobrevivido a una segunda operación. Fue una lástima. Una lástima.
Luchando contra el nudo de emoción que le apretaba el pecho, Savannah bajó la mirada a sus manos entrelazadas.
– ¿Cómo vamos a decírselo a Josh?
– No lo sé -reconoció Travis-. Tu padre se fue directamente de la clínica veterinaria al hospital Mercy. Pero no creo que se lo digan hasta que Josh se haya recuperado del todo.
– ¿Tú… tú crees que mentirle será una buena idea?
– Ojalá lo supiera -se sentó a su lado-. Hoy me he hecho a mí mismo un montón de preguntas y no he tenido mucha suerte a la hora de encontrar las respuestas.
– Bueno -dijo Savannah, aspirando profundamente. No tenía sentido seguir lamentando la muerte de Mystic. Al menos ya no sufría y no había nada más que pudieran hacer por él. Y Josh iba a recuperarse.
Cuando les contó lo de la llamada de Charmaine, Travis y Lester se relajaron un tanto.
– Y ahora, ¿os apetece comer algo? -forzó un tono ligero-. Hay sopa.
– No, gracias -dijo Lester, apagando el cigarrillo-. Ha sido un día muy duro. Creo que me iré a casa.
– ¿Estás seguro?
– Sí -recogió su gorra y se dirigió hacia la puerta. Minutos después oyeron su camioneta alejándose por el sendero de entrada.
– ¿Y tú?
– Estoy muerto de hambre -admitió Travis-. Sólo espero no tener nunca que volver a pasar un día como éste. Nadie pudo hacer nada para ayudar a ese caballo. No tenía la menor posibilidad.
– Entonces lo mejor que podemos hacer es olvidarlo.
– Pero está Josh…
– Sí -admitió ella-. No será fácil que lo acepte.
– Bueno -al verla tan abatida, Travis procuró animarse-, ¿qué pasa con esa sopa?
– Sólo me llevará unos minutos calentarla.
– ¿Tendré tiempo para tomar una ducha?
– Claro -repuso, obligándose a sonreír.
Travis le agarró una mano y la atrajo hacia sí.
– Han sido las treinta y seis horas más horribles de mi vida -le confesó, con el rostro apenas a unos centímetros del suyo. Deslizó un dedo de su mano libre por el escote de su bata, entre las solapas-. Pero durante todo el tiempo, lo único que me animaba a seguir adelante era que al final, cuando todo hubiera terminado…, estaría contigo.
– No tienes idea de las ganas que tenía de escuchar esas palabras, señor abogado -admitió ella, suspirando.
Vio que bajaba las manos al nudo del cinturón de su bata para desatárselo y contuvo el aliento.
– Hay una cosa que preferiría antes que una ducha caliente.
– ¿Y qué es? -le preguntó Savannah, con el corazón acelerado.
– Una ducha caliente contigo.
Le abrió la bata y vio el camisón de seda y encaje que llevaba debajo. Sonrió, malicioso.
– Parece como si me hubieras estado esperando.
Savannah soltó una carcajada ante el seductor brillo de sus ojos.
– Qué presuntuoso eres.
– Me lo merezco.
Sonriendo tímidamente, ella no pudo por menos que darle la razón.
– Supongo que sí.
Volvió a quedarse sin aliento cuando los dedos de Travis exploraron su pezón bajo la seda. Con la otra mano la tomó de la nuca, dispuesto a besarla.
Cuando los labios de ambos se fundieron, Savannah sintió un delicioso calor extendiéndose por todo su cuerpo, nublando sus sentidos. Travis gimió mientras enterraba la boca en su cuello. El endurecido pezón le rozaba la palma. Podía sentirla estremecerse bajo su contacto. Ansiaba desesperadamente hacerle el amor, olvidar la tensión de esos dos días sumergiéndose en su cuerpo.
Cerró los ojos con fuerza y la besó casi con furia.
– Ámame -insistió. Ansiaba no pensar en nada más que en la mujer a la que estaba abrazando, en el aroma de su pelo, en el sabor de su piel-. Hazme el amor hasta que nos olvidemos del mundo…
El gemido de respuesta de Savannah fue todo el estímulo que necesitaba. Sin pronunciar otra palabra, la levantó en brazos y la subió hasta el dormitorio.
Después de depositarla suavemente sobre la cama, se dedicó a observarla, embebiéndose de cada curva de su cuerpo. La seda rosa de su camisón brillaba en la oscuridad. Bajo la tela, sus pezones se mantenían erectos. Su melena de ébano se derramaba sobre la blanca almohada, enmarcando su rostro. Un leve rubor coloreaba su piel aterciopelada. La anhelante mirada de sus ojos azules parecía penetrarle hasta el alma.
Dolorosamente excitado, observó el subir y bajar de su pecho. Tenía que ir despacio, lentamente. Desplegar toda su ternura en el acto de amarla.
– No pude olvidarte -le confesó con voz ronca mientras se despojaba de la camisa.
Acto seguido se desabrochó el cinturón. Savannah lo observaba, fascinada.
– Lo intenté, ¿sabes? -continuó-. Durante nueve años intenté decirme que sólo habías sido una aventura de verano, una sola noche de un mundo perdido que no contaba para nada -se bajó los téjanos y se quitó las botas-. Pero no pude. Maldita sea, no pude olvidarte.
– ¿Y te arrepientes de ello?
– ¡Nunca! -sonrió. Tumbándose a su lado y tomándola de la cintura, soltó un suspiro-. Debimos habernos quedado juntos en aquel entonces. Eso habría ahorrado mucho dolor a todo el mundo.
– Pero ahora estamos juntos -susurró Savannah.
– Sí, y eso es lo único importante -replicó con la misma maliciosa sonrisa de antes mientras le acariciaba un seno por encima de la seda.
Ella se arqueó hacia delante, besándolo con pasión.
– ¿Qué hay de esa ducha?
– Dejémosla para después… -musitó ella-. Para mucho después…
Vagamente consciente de que le estaban hablando, Savannah se despertó. Una mano le acarició una mejilla.
– Feliz Navidad -era Travis.
Ella abrió los ojos, parpadeó varias veces y se desperezó.
– Es la mañana de Navidad, ¿no?
– La tarde de Navidad.
– ¡Oh, Dios mío! -se incorporó sobre un codo para mirar el reloj de la mesilla-. Los caballos…
– Tranquila -le pasó un brazo por la cintura-. Lester ya se ha ocupado de ellos. Todo está perfectamente. Incluso Mattie y Jones se las han arreglado sin ti. Lester me dijo que volvería después.
– ¿Y he dormido hasta tan tarde? -preguntó, incrédula.
– Como un bebé.
– No puedo creerlo… Hacía años que no dormía tanto.
– ¿Nueve años, quizá? -replicó él en tono suave.
Recordó aquella lejana mañana. Se había despenado tarde y se había enterado de que Travis iba a casarse con Melinda sin mediar la menor explicación. La antigua punzada de aquella traición le desgarró el pecho.
– Quizá -admitió con voz ronca.
– Bueno, señora, pues será mejor que vaya acostumbrándose a dormir tanto -dijo Travis con un brillo travieso en los ojos-. Porque no tengo intención de volver a separarme de ti y espero que lo de anoche sea un preludio de lo que queda por venir.
Savannah se ruborizó levemente al pensar en la irrefrenable pasión que se había apoderado de ella apenas unas horas antes.
– ¿Y qué es lo que queda por venir?
– ¿Antes o después de que nos casemos?
El corazón se le aceleró. ¿Casarse? ¿Con Travis? Era demasiado hermoso para ser verdad.
Travis le mordisqueó la oreja, pero ella lo apartó. Necesitaba despejarse un poco y ordenar sus ideas.
– Antes y después -respondió al fin.
– Eres una aburrida -la acusó, bromeando. Luego, cuando rememoró lo que había ocurrido entre ellos apenas unas horas antes, esbozó una sonrisa cargada de malicia-. Aunque antes de dormirte me has demostrado precisamente lo contrario…
– Y tú ahora estás rehuyendo el tema.
– Prepárame una buena merienda y te prometo que confiaré en ti -sugirió él, enterrando la cara en su pelo y deslizando una mano a lo largo de su espalda-. ¿O es que se te ocurre algo… mejor?
Savannah se echó a reír.
– De acuerdo, de acuerdo… Supongo que es lo menos que puedo hacer -justo en aquel instante, se dio cuenta de que apenas había probado bocado durante los dos últimos días.
Se levantó de la cama y empezó a vestirse, consciente de la mirada de Travis. De espaldas a él, podía ver su reflejo en el espejo del tocador. Después de ponerse el suéter, se volvió y arqueó una ceja. Seguía tumbado en la cama, con la sábana a la altura de la cintura.
– No voy a traerte la merienda a la cama, que lo sepas.
– Como te dije antes, te has levantado pero que muy aburrida… -agarró uno de los cojines y se lo lanzó, bromista.
Savannah lo esquivó, soltando una carcajada.
– Vigila lo que haces o terminarás merendando agua con pan seco en lugar de crepés con paté de salmón.
– Mmm… Retiro lo dicho. No pienso entretenerte más.
Una hora después, Travis entraba en la cocina. Nada más ver la mesa con la merienda prometida se le hizo la boca agua.
– ¿Esto es para mí?
La pequeña mesa redonda estaba decorada a la manera navideña, con un mantel rojo, velas y diversos adornos.
– Para ti, señor abogado -Savannah sirvió dos copas de champán.
– ¿Champán?
– Es Navidad, ¿no?
– Sí. Y quizá la mejor de mi vida -reflexionó en voz alta.
Ella estaba de pie, cortando fruta. Travis se le acercó por detrás y apoyó la barbilla sobre su hombro, abrazándola posesivamente por la cintura.
– Te amo.
Lágrimas de júbilo asomaron a los ojos de Savannah.
– Y yo también.
– No se me ocurre manera mejor de pasar la Navidad que aquí contigo -le confesó en voz baja, mejilla contra mejilla-. ¿Sabes? Lo de ama de casa te sienta muy bien.
– ¿De veras? No sé si me gusta mucho lo que acabas de decir.
– Es un cumplido, y será mejor que te vayas acostumbrando. Creo que quiero despertarme cada mañana a tu lado para que me mimes así.
– No te estoy mimando -mintió, sonriente.
– ¿Ah, no?
– Bueno, quizá sí, un poco. Supongo que quería demostrarte mi agradecimiento por haber encontrado a Josh. Si no hubieras salido a buscarlo… -se interrumpió, estremecida por la posibilidad.
– Pero lo encontré -la abrazó con fuerza-. Ojalá hubiéramos podido salvar a Mystic.
Savannah pensó en Josh y en el disgusto que se llevaría cuando se enterara de la muerte del caballo. Nada más bajar a la cocina, había llamado a su hermana para avisarle. Charmaine había insistido en que su hijo no supiera nada, al menos por el momento.
Se esforzó por alejar aquellos lúgubres pensamientos. Era Navidad y estaba a solas con Travis. Aunque sólo fuera por ese día, no quería preocuparse de nada más.
– Venga, vamos a comer. Luego te pondré a trabajar.
– Eso suena muy interesante… -murmuró él besándole el cuello.
– No me refiero a ese tipo de trabajo. Hay tareas pendientes en el rancho.
– ¿Incluso en Navidad?
– Sobre todo en Navidad. Estamos solos.
– A eso precisamente me refería yo.
Ella se estremeció bajo el sensual asalto de su lengua en la oreja. Apenas podía concentrarse en la manzana que estaba cortando en rodajas.
– Travis… -susurró con voz ronca-. Si no te estás quieto, me voy a cortar… o voy a cortarte a ti.
– Aguafiestas -la acusó, riendo, antes de soltarla para sentarse a la mesa.
Comieron en la cocina y terminaron la botella de champán en el salón, delante de la chimenea, tumbados en la alfombra bajo el árbol de Navidad.
– Hace dos noches llegué a pensar que nunca más volvería a entrar en calor -le confesó Travis.
– Y yo al mismo tiempo, preguntándome si volvería a verte…
– Afortunadamente todo eso pertenece ya al pasado. A partir de ahora, te costará bastante deshacerte de mí.
– ¿Me lo prometes?
– ¡Te lo prometo! -exclamó, besándola.
Pasaron el resto del día haciendo inventario de la comida y de los suministros en las cuadras. Para cuando volvió a la casa, Savannah estaba terriblemente cansada. Sadie Stinson se había pasado por allí para dejarles preparada la cena.
– No es mucho -dijo la mujer, como disculpándose, cuando se marchaba.
– ¿Cómo que no es un mucho? Es un verdadero festín.
– Bueno, preferiría quedarme para ayudaros…
– ¡Olvídalo! Tienes una familia de la que ocuparte. ¡Es Navidad!
Sadie se marchó por fin. Pero sólo después de prometerle a Savannah que prepararía un festín «de verdad» cuando Josh saliera del hospital.
Subió a darse una ducha rápida. Estaba en la cocina, dando los últimos toques a los platos que había preparado Sadie, cuando entró Travis.
– ¿Sabes? Me había olvidado de lo que significa trabajar con caballos. Me he pasado tantas horas sentado en un despacho que ya ni me acordaba de la última vez que abrí una paca de heno.
– ¿Y qué tal la experiencia?
– Fantástica.
Cenaron en el comedor, a la luz de las velas. El café y la copa los tomaron en el salón. El fuego de la chimenea y las luces del árbol de Navidad proyectaban reflejos de colores en paredes y ventanas.
Ella se sentó en el suelo. Travis se tumbó, apoyando la cabeza en su regazo.
– Quiero que nos casemos -le confesó al fin.
– ¿Así, de pronto? -inquirió Savannah, arqueando una ceja.
– Bueno, no es algo tan precipitado como parece -rió-. Te conozco desde siempre. No somos precisamente dos desconocidos, ¿no crees?
– No.
– ¿Pero?
– Supongo que hay muchos «peros» -admitió ella.
– Dime uno.
– Melinda.
Savannah pudo percibir su inmediata tensión.
– Melinda murió.
– Pero ¿y si todavía viviera?
Travis se incorporó para sentarse, mirándola a los ojos.
– Es injusto que me preguntes eso. Mientras estuvo viva, yo intenté ser un buen marido para ella. Quizá fracasé, pero me esforcé todo lo posible. Ahora todo ha pasado. No me malinterpretes, yo no quise que muriera, pero ya no puedo devolverle la vida.
Savannah sintió un nudo en la garganta.
– La quisiste.
– Sí -admitió él con expresión distante, volviéndose para contemplar el fuego-. La quise. De eso hace mucho tiempo. Pero sí, la quise mucho.
No por esperado, aquella confesión dejó de desgarrarle el corazón. Intentó decirse que lo que había sucedido pertenecía al pasado: era el futuro lo que contaba, pero las dudas seguían acribillándola. Amándolo tanto como lo amaba, no podía soportar la idea de que hubiera querido antes a otra mujer.
– Pero de quien me enamoré fue de ti -le aseguró, como si le hubiera leído el pensamiento-. Creo que me enamoré desde el día que te vi montando a Mattie en la pradera. Cuando te quedaste mirándome bajo aquel manzano, intentando parecer una mujer adulta, sofisticada… ¿Te acuerdas?
– Sí -¿cómo habría podido olvidarlo?
– Desde aquel día ya no pude sacarte de mi cabeza. Tienes que creerme: jamás me habría casado con Melinda si ella no me hubiera dicho que estaba embarazada. No podía casarme contigo sabiendo que Melinda llevaba en sus entrañas un hijo mío…
– No, supongo que no. Pero papá parece que piensa que… Bueno, no importa.
Travis se puso rígido. Su frustración era evidente.
– Por supuesto que importa. Dime, ¿qué es lo que piensa Reginald?
– Me advirtió que me alejara de ti, que no eras el hombre adecuado, que siempre habías amado a Melinda… y que eso siempre se interpondría entre nosotros.
– ¿Y tú lo crees? -su expresión se endureció aún más.
– No…
– ¿Entonces?
– Sólo quería estar segura.
– Dios mío, Savannah… ¿Es que no has escuchado una palabra de todo lo que te he dicho durante esta última semana? ¿Es que no sabes que tu padre todavía sigue empeñado en manipularnos a los dos?
– Eso sí que no me lo creo. Mi padre sólo piensa en mi felicidad.
– ¿Y por eso no te contó que sabía lo de nuestra aventura?
– ¿Nuestra «aventura»? -repitió, indignada-. Te refieres a nuestro fugaz encuentro en el estanque…
La expresión de Travis se suavizó un tanto.
– Sí. Esa «aventura» me ha obsesionado durante nueve años y, por primera vez desde entonces, voy a hacer algo al respecto. Voy a casarme contigo, y no pienso tolerar más excusas.
La discusión debería haber terminado allí, pero Savannah no quería dejar descansar el tema. Levantándose, se acercó a la chimenea y se volvió para mirarlo.
– Imagínate que nos casáramos, Travis. ¿Qué pasaría entonces?
– Nos trasladaríamos a Colorado.
– ¡Colorado! ¿Porqué Colorado?
– Tengo unas tierras que me dejaron mis padres. Pensé que allí podríamos empezar desde cero. Olvidarnos de todos y de todo.
– Estás hablando de huir, ¿verdad?
– No. Estoy hablando de que allí podríamos criar caballos, si eso es lo que quieres. Harías lo mismo que aquí, pero sin Reginald vigilando todos tus movimientos. Y yo podría abandonar, de una vez por todas, la abogacía.
– ¿Es eso lo que quieres?
– Yo sólo te quiero a ti. Es así de sencillo. Tengo suficiente dinero para empezar de nuevo en cualquier parte y quiero dejar atrás las togas, los tribunales… y el pasado en general -la miró directamente a los ojos-. No quiero huir de nada, Savannah. Yo sólo aspiro a tener un hogar, un hogar seguro y agradable para mi esposa y para mis hijos…, y te estoy pidiendo que me acompañes.
– Me gustaría acompañarte, Travis, pero tengo a mi familia aquí, una familia a la que quiero demasiado. Mi madre no está bien, mi padre depende de mí, mi hermana me necesita y, además, está Josh. Él es más que un sobrino, es casi como si fuera mi propio hijo.
– Yo no te estoy pidiendo que renuncies a ellos. Al menos completamente.
Savannah alzó las manos y las dejó caer, impotente. Aquella discusión era inútil, pero tampoco podía rehuirla.
– Entiendo que no estés satisfecho con tu trabajo y con tu vida… pero a mí no me sucede lo mismo. Yo amo este lugar. Éste es mi hogar. Ya intenté trabajar una vez en la gran ciudad y no funcionó. Esta casa, esta tierra, estos caballos… -hizo un gesto con la mano abarcando todo lo que la rodeaba-. Puede que pertenezcan a mi padre, pero también son míos.
– No vas a venir conmigo, ¿verdad?
A Savannah se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Por qué estaban discutiendo? Ella lo único que quería era estar con Travis, y él le estaba ofreciendo una vida entera de amor… pero a cambio de renunciar a su familia, a lo que tanto significaba para ella.
– Ya sabes que te amo. Siempre te he amado. Pero necesito algo más de tiempo para pensar en ello.
– No puedo esperar para siempre -repuso él.
– Ni yo te lo he pedido -ella se encogió de hombros, esforzándose por pensar con claridad-. ¿Sería posible que te quedaras en el rancho conmigo?
– ¿Vivir aquí, con tu familia?
– Sí.
– No -negó, tenso-. No pienso vivir con gente como Wade y Charmaine. Quiero mi propio espacio, independencia, mi propio hogar. Vine aquí para cortar mis lazos con Reginald, Savannah, y no he cambiado de idea al respecto.
Esa vez ella no pudo menos que indignarse ante la ingratitud que demostraba Travis hacia su padre.
– ¿Piensas olvidarte de que fue él quien te crió? -inquirió. El sarcasmo teñía sus palabras-. Cuando nadie te quería, ¡mi padre te dio un hogar!
– Yo siempre estaré en deuda con Reginald, desde luego… -replicó, irritado- pero no voy a dedicar el resto de mi vida a pagársela. Voy a procurar olvidarme de que, a estas alturas, todavía ha intentado gobernar mi vida… hasta el punto de conspirar a mis espaldas junto a Henderson. ¡No seré el peón de nadie, ni siquiera de Reginald Beaumont!
– Pues será mejor que lleves cuidado -le espetó ella con los ojos brillantes-, ¡porque ese resentimiento tan monumental que siempre has tenido acabará creándote problemas!
– Eso ha sido un golpe bajo, Savannah.
– Pero es la verdad.
– Pues si vamos a ésas…
– Di lo que quieras.
– Al menos yo no tengo miedo a enfrentarme al pasado o a correr el riesgo de convertirme en una persona independiente, soberana de sus propias decisiones. Yo no estoy atado como un cordero a un padre y a una madre porque tenga miedo de dar un paso adelante solo y fracasar en el intento.
– ¡Yo no he fracasado!
– Claro que no, pero porque ni siquiera lo has intentado. Todos fracasamos, Savannah.
A esas alturas, ella estaba tan furiosa que golpeó la repisa de la chimenea con el puño.
– La única vez que he fracasado fue cuando confié en ti hace nueve años. Confié en ti y me enamoré, y tú te burlaste de ese amor. ¡Tú, tan cobarde que ni te molestaste en despedirte de mí antes de casarte con otra mujer!
Travis se acercó a ella y la agarró por los hombros. Un brillo de desafío ardía en sus ojos.
– Cometí un error -masculló con los dientes apretados-. Y no pienso cometer otro. He vivido durante años abrasado por el amor que sentía por ti, arruinando la vida y la autoestima de mi esposa, y he pagado por ello con creces. No puedes esconderte de mí, Savannah. Tarde o temprano, tendrás que afrontar un hecho: el pasado está muerto y enterrado. Como Melinda. Como Mystic. Tenemos un futuro, maldita sea. Y yo quiero compartir ese futuro contigo.
La besó con ferocidad. Savannah intentó resistirse, pero no pudo. El deseo la traicionó una vez más, y se apoyó sobre su pecho llorando de frustración.
– Dime que me amas -exigió él, que no podía ocultar su excitación.
– Sabes que sí…
– ¡Dilo!
– Te amo -susurró con voz quebrada.
– Entonces no dejes que todas esas tonterías se interpongan entre nosotros. ¡Te amo y no pienso dejar que nada ni nadie cambie eso! Savannah, hemos llegado demasiado lejos para escondernos ahora… ¡Tenemos que enfrentar el futuro juntos!
La besó de nuevo, con mayor ternura esa vez, y ella se abrazó a su cuello.
Iluminados por el resplandor de la chimenea y del árbol de Navidad, Travis la desnudó lentamente y volvió a hacerle el amor.