Once

Travis llevaba fuera una semana y Josh estaba empezando a recuperarse. Hasta el momento Charmaine había podido interceptar las llamadas de sus amigos, de manera que nadie había podido comunicarle la noticia de la muerte de Mystic.

Pero Savannah se sentía cada día más inquieta, más incómoda. Por mucho que había intentado convencer tanto a Charmaine como a Wade, había sido inútil. Seguían negándose a revelarle la verdad a Josh.

Echaba terriblemente de menos a Travis y le daba la razón en silencio. Había llegado la hora de que tomara sus propias decisiones, de que viviera una vida propia, una vida con él. Pero alejarse de la familia que amaba y de aquel rancho sería como abrir un agujero negro en el corazón, que la dejaría completamente vacía por dentro.

– No seas estúpida -se recriminó, pero a la vez no podía evitar una punzada de arrepentimiento.

Aquel día se dirigía lentamente hacia la cuadra de los potros, preguntándose como siempre cuándo pensaría volver Travis.

Aunque lo había llamado una vez, su conversación había sido tan breve como forzada, poco natural.

El anillo que llevaba en el dedo le recordaba que muy pronto, después de tantos años separados, acabaría convirtiéndose en su esposa, y quizá incluso teniendo un hijo suyo…

De repente se detuvo en seco al ver a Josh en la puerta de las cuadras.

– Hola, campeón -vio que daba un respingo antes de volverse para mirarla-. ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó con tono suave-. Creía que habías renunciado a tus escapadas matutinas…

– Sólo quería ver a Mystic.

– ¿Sabe tu madre que estás aquí?

– No -respondió, clavando la punta de una bota en el barro.

– ¿Y tu padre o tu abuelo?

– Tampoco. Sólo tú, tía Savvy. Pero no irás a decírselo, ¿verdad?

– Claro que no.

– Entonces ¿me dejarás entrar en las cuadras?

– Si lo hiciera, me buscaría problemas con tus padres.

– Bueno, ellos no se enterarían.

– Se enterarían -la sonrisa se borró de sus labios.

– ¿Cómo?

La inocencia de aquella pregunta le desgarró el corazón. Suspirando profundamente, le puso una mano en el nombro.

– Antes que nada, déjame que te explique algo.

– ¿Por qué?

– Tienes que escucharme, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Ya sabes que todos te queremos mucho. Y que todo lo que hemos hecho hasta ahora… ha sido para protegerte.

– ¿Como qué?

– Josh, no sé cómo decírtelo… Ojalá lo hubiera hecho hace tiempo. Vamos -empujó la puerta de las cuadras. Varios potros relincharon suavemente antes de que encendiera las luces.

– ¿Qué es lo que pasa? -inquirió el niño, descubriendo el cubículo vacío de su caballo favorito-. ¿Dónde está Mystic?

– Se ha ido, Josh.

– ¿Que se ha ido? -repitió, aterrado-. ¿Que se ha ido adonde? ¿Dónde está? -gritó con lágrimas en los ojos-. ¡No lo habrá vendido el abuelo! ¡No tenía derecho!

– No. El abuelo tuvo que sacrificarlo para que no sufriera. Estaba herido y el veterinario ya no podía ayudarlo.

– ¡Estaba herido! -chilló el niño, pálido-. ¿Qué quieres decir?

– Tenía una pata rota -le dijo Savannah con el tono más tranquilo posible.

El pequeño rostro de Josh se contrajo de dolor. Las lágrimas le bañaban las mejillas.

– Porque yo lo saqué durante la tormenta, ¿verdad?

– Sí -contestó con un nudo en el estómago-. Fue entonces cuando sucedió.

– ¡Entonces todo es culpa mía!

– Por supuesto que no -se acercó hacia él, sonriendo compasiva.

– ¿Cómo puedes decir eso? -replicó con voz quebrada-. Yo me lo llevé, ¿no? ¡Salí a montarlo cuado se suponía que no tenía que hacerlo! ¡Oh, tía Savvy, yo lo maté! ¡Yo maté a Mystic!

– Mystic se hirió solo. Fue un accidente.

– Pero entonces ¿por qué nadie me dijo nada?

– Porque los médicos temían que te alteraras demasiado. Y una vez que regresaste a casa, era muy difícil decírtelo porque sabíamos lo mucho que querías a Mystic.

– Nunca debí habérmelo llevado -se lamentó, sollozando.

– Es verdad, no debiste hacerlo. Pero sucedió y no puedes echarte la culpa del accidente. Tú amabas a ese caballo: nadie puede culparte de su muerte. Y ahora, vamos. Volvamos a casa. Te prepararé el desayuno.

– ¡No! -se apartó bruscamente, furioso-. ¡Tú me mentiste! ¡Todos me mentisteis! ¡Me dejasteis pensar que estaba vivo cuando durante todo el tiempo estaba muerto! -corrió fuera de las cuadras.

– ¡Josh, espera! -gritó Savannah, viéndolo alejarse-. Maldita sea… Lo has estropeado todo -masculló antes de correr a su vez tras el niño, hacia la casa.

Cuando entró en la cocina, se encontró con que todo el mundo estaba despierto.

– Le has contado lo de Mystic, ¿verdad? -le espetó Wade. Estaba tomando una taza de café y la fulminó con la mirada.

– Josh ya estaba en las cuadras. ¿Qué otra cosa podía hacer?

– Alejarlo de allí y traerlo para que yo hablara con él. Soy su padre.

– Entonces te sugiero que te comportes como tal y dejes de mentirle al niño. Has tenido oportunidades más que suficientes para decírselo.

– Ya, y dado que no lo he hecho, tú te has arrogado esa responsabilidad, ¿verdad?

– No me eches la culpa a mí, Wade. Reconócelo: tú eres el único culpable. Tú lo estropeaste todo -se disponía a atravesar la cocina para subir a la habitación de Josh cuando su cuñado la agarró de un brazo.

– Mantente alejada de él, Savannah. Está con Charmaine. Ella se encargará del chico. Por lo que a mí respecta ya puedes desaparecer de su vida y de la mía.

– Yo quiero a Josh, Wade.

– Pero él ya tiene una madre -la soltó para pasarse una mano por el pelo-. Y en cuanto a Travis McCord, puedes decirle que me deje también en paz de una vez.

– ¿Qué tiene que ver Travis?

– Nada. Olvídalo.

– ¿Que olvide qué? -inquirió-. ¿Has hablado con él?

– ¡Por supuesto que no!

– ¿Entonces?

– Te he dicho que lo olvides -gruñó. Recogiendo su abrigo del perchero, salió en dirección al garaje.

– ¿Qué es todo esto? -susurró para sí misma mientras lo veía subir a su coche, furioso. Segundos después se alejaba del rancho a toda velocidad.

Consciente de que algo había sucedido entre su cuñado y Travis, intentó llamar a éste a su apartamento de Los Ángeles. No contestaba. Suspirando profundamente, Savannah subió las escaleras y se encontró con Charmaine cuando salía de la habitación de Josh.

– Se lo he dicho.

– Tranquila. Debí habérselo dicho yo desde el primer día -sonrió Charmaine, cansada-. Sólo quiero estar sola un rato.

– ¿Crees que está bien?

– Sí, está bien. Banjo está con él.

– Gracias a Dios que Travis le regaló el cachorro.

Charmaine le hizo un guiño de complicidad.

– Tuve que emplearme a fondo para convencer a Wade de que nos quedáramos con el perro.

– Me lo imaginaba. Wade acaba de marcharse.

– Ya lo he oído -repuso, indiferente.

– ¿Cómo están las cosas… entre vosotros dos?

– No peor que de costumbre, supongo, pero es difícil de decir. Se ha mostrado absolutamente hermético desde que Travis regresó, y yo ya estoy a punto de abandonar… -se pasó una mano temblorosa por los ojos.

– Charmaine…

– Estoy bien, de verdad. Lo que pasa es que ya no comprendo a Wade. Y su reacción ante Travis… me asusta, es casi paranoica.

– ¿Por culpa de la candidatura a gobernador?

– Hay más que eso, me temo -se mordió el labio-. No sé exactamente lo que es -miró a su hermana-. En conjunto, todo esto me asusta mucho. Me da un miedo tremendo.

– ¿Por qué?

– No lo sé. Tengo la impresión de que Wade está preocupado por algo… grande. Pero es incapaz de confiar en mí.

– Quizá sean imaginaciones tuyas. Todo hemos estamos muy alterados desde el accidente de Mystic.

– Ojalá fuera eso -replicó sombría-. Pero lo dudo mucho.


Travis regresó al rancho dos días después. Savannah estaba cerca de la pista de ejercicios cuando escuchó unos pasos a su espalda. Allí estaba, mirándola con los ojos brillantes, caminando hacia ella.

– Estaba empezando a pensar que habías cambiado de idea -lo acusó, riendo.

– ¿Acerca de ti? ¡Nunca! -la abrazó, levantándola en vilo-. Dios mío, ¡cuánto me alegro de verte! -exclamó, y la besó.

– Podías haber llamado.

– Demasiado impersonal. No quería perder el tiempo. ¡Cuanto antes terminara en Los Ángeles, antes volvería para buscarte! -y la besó de nuevo. Esa vez el beso se tornó más profundo.

Al alzar la mirada y descubrir a Lester observándolos, no pudo menos que ruborizarse.

– No os preocupéis por mí -sonrió el preparador-. Yo siempre supe que estabais hechos el uno para el otro.

Y se alejó para continuar con su tarea, risueño. Travis y Savannah, por su parte, se dirigieron hacia la casa.

– ¿Crees que algún día podrás realmente dejar este lugar? -preguntó él de repente.

– ¿Contigo? Sí.

– Pero no serías feliz.

Era una simple constatación que Savannah no podía negar. Contempló las verdes colinas y los edificios encalados del rancho. Dentro de unos meses parirían las yeguas preñadas y sus retoños verían la luz en aquellas praderas.

– Lo echaré de menos -admitió.

– ¿Incluso si comenzamos desde cero?

– ¿En Colorado?

– Donde sea.

Ladeó la cabeza y alzó la mirada hacia Travis. El sol de invierno le calentaba el rostro.

– Este rancho es especial para mí. Para ti representa a mi padre y el hecho de que intentara manipularte a su voluntad. Así que, para ti, es una cárcel. Pero para mí representa la libertad para hacer exactamente lo que quiero.

– Que es trabajar con caballos.

– Y estar cerca de mi familia.

– Entiendo -repuso, tenso-. Creo que ya iba siendo hora de que hablara con Reginald en persona.

– Oh, Dios mío, ¿ya habéis discutido?

– Eso ha quedado atrás.

– No entiendo…

– Oh, lo entenderás. He estado pensando mucho últimamente… y he hablado con Reginald todos los días.

– ¿Llamaste aquí y no hablaste conmigo? -inquirió, confundida.

– Soy culpable de ese delito -reconoció, divertido.

– Me las pagarás por eso, ya lo sabes.

Una traviesa sonrisa cruzó el rostro de Travis.

– Ya estoy esperando ansioso a que me cobres…

Entraron en la casa. En el despacho encontraron a Reginald sentado ante su escritorio, caladas sus gafas de lectura, examinando los libros de cuentas.

– Así que al fin has venido -pronunció con tono afable, exento de hostilidad alguna.

– Hace apenas unos minutos.

– ¿Sabías que venía? -inquirió Savannah, sorprendida.

– ¿Tú no? Oh, ya veo -Reginald hizo los libros a un lado e indicó a su hija que se sentara en el brazo del sillón, junto a él-. Bueno, pensé que te interesaría saber que he decidido jubilarme.

– ¿Así, de pronto?

– Lo antes posible -al ver su expresión de extrañeza, procedió a explicarse-. He pensado mucho sobre ello, ya desde el accidente de Mystic y después, una vez que me enteré de lo que Travis había descubierto. Me pareció el mejor momento para poner el rancho en tus manos.

– ¿En mis manos? -repitió, consternada-. Espera un momento… ¿Qué pasa con Wade?

Reginald lanzó una ceñuda mirada a Travis.

– ¿De modo que aún no se lo has dicho?

– Consideré que la responsabilidad era tuya.

– ¿Qué responsabilidad? -quiso saber Savannah-. ¿Qué está pasando aquí? -de repente recordó las palabras de Travis: «voy a tender una trampa». ¿Qué había sucedido?

– He decidido vender aquella parcela de propiedad cerca de San Francisco. Y trasladarme con tu madre a algún lugar con mejor clima, al sur. San Diego, supongo.

– Pero ¿por qué ahora?

– Ya te he dicho que tu madre necesitaba estar cerca de una ciudad con hospital y, de todas formas, ya estaba pensando en retirarme. Cuando Travis descubrió que Wade había escamoteado fondos del rancho, me preocupé de revisar las cuentas. Por desgracia, tenía razón. Durante los seis últimos años, Wade ha estafado al rancho cerca de un cuarto de millón de dólares.

Savannah, palideciendo, se dejó caer en la silla más cercana.

– ¡No!

– Sí -intervino Travis-. Y además, para bochorno de mi socio, Willis Henderson, Wade ha estado estafando a mi bufete con facturas y recibos falsos.

– Lo mismo nos ocurrió a nosotros -afirmó Reginald, señalando un fajo de facturas-. Falsas compañías nos cargaban todo tipo de gastos, desde material de papelería hasta alfalfa para los caballos. Supongo que me estoy haciendo viejo para poder supervisarlo todo. Hace unos años, esto jamás habría sucedido. Me habría dado cuenta -soltó un profundo suspiro.

– Es increíble… -susurró Savannah. ¿Wade, un ladrón?

– Por eso confío en ti para que dirijas el rancho -añadió Reginald con una sonrisa triste-. Charmaine no tiene ninguna afición por los caballos. Pero tú siempre los has querido, desde que eras una niña pequeña.

Savannah miró a su padre y luego a Travis.

– Tú sabías todo esto, ¿verdad? Y aun así me dejaste pensar que nos íbamos a Colorado…

– Sólo quería ponerte a prueba -repuso con un brillo malicioso en los ojos-. Tenía que asegurarme de que ibas en serio con lo de casarte conmigo.

– Nada me hará cambiar de idea al respecto -le prometió.

– ¿Qué está pasando aquí? -inquirió Wade, entrando de repente en el despacho. Estaba acalorado, tenía la mirada desorbitada y temblaba de la cabeza a los pies. Se dirigió a Reginald-: Charmaine acaba de contarme una historia absurda acerca de que te jubilas y que le dejas la dirección del rancho a Savannah.

– Así es.

– Pero… -se quedó callado al ver el fajo de facturas falsas sobre la mesa.

– Creo que será mejor que te consigas un buen abogado -le aconsejó Reginald-. Te hemos descubierto, Wade.

– Y no te molestes en llamar a Willis Henderson -terció Travis-. También va ir a por ti.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Déjalo ya, Benson -suspiró Travis-. No sólo sabemos lo de las facturas falsas y el dinero que nos has estafado a los dos. También estamos al tanto de las deudas de juego que has tenido que pagar.

Lívido, Wade retrocedió hasta tropezar con la pared.

– Mentiras -balbuceó-. Un montón de patrañas -blandió un dedo acusador hacia Travis-. Y supongo que le habrás contado todas esas mentiras a Charmaine, ¿verdad?

– Ella lo sabe todo. Si quieres, puedes contarle tu versión de la historia. Pero está bien informada, te lo aseguro.

Wade entrecerró los ojos, cerrando los puños.

– Todo esto es culpa tuya, McCord. Te has pasado las últimas semanas de tu vida intentando destruirme. Pues que sepas que voy a luchar, con uñas y dientes. ¡Sólo porque seas un gran abogado no vas a conseguir encarcelarme por algo que no he hecho! -salió precipitadamente de la habitación y subió a trompicones las escaleras.

– Bueno, ya está -dijo Reginald con tono cansado-. No puedo decir que haya disfrutado mucho -encendió su pipa y se volvió hacia su hija-. Esto probablemente matará a tu madre.

– Es más fuerte de lo que piensas -susurró Savannah.

– Eso espero. Ah, se me olvidaba… Te interesará saber que le he dicho a Travis que espero que te ayude con el rancho.

– Eso es -corroboró él de buen humor-. Como puedes ver, el viejo sigue intentando manipularme.

– ¿Y tú te dejas? -le preguntó ella.

– Pues sí -sonrió-. Pero sólo porque me ha dicho que espera que llene el rancho de nietos.

Savannah miró a su padre, perpleja.

– Espera un momento… ¿Me estás diciendo que después de todas tus advertencias anteriores… ahora quieres que me case con Travis?

– Bueno, habría preferido que se convirtiera en gobernador… pero supongo que tendré que conformarme con un yerno que ayude a mi hija a llevar este rancho con cariño y honestidad.

– ¿Y qué pasará con Wade? -quiso saber ella.

– No lo sé -respondió Reginald, obviamente cansado-. Pero se ha labrado su propio destino: ahora sólo tiene que aceptarlo -levantándose del sillón, salió del despacho para dirigirse a la habitación de Virginia.

Fue Travis quien se lo explicó.

– Supongo que lo denunciarán, tanto Henderson como tu padre.

– ¿Y Charmaine?

– Probablemente necesitará un poco de apoyo por tu parte.

– ¿Y Josh? -musitó Savannah con el corazón encogido.

– Charmaine ya ha hablado con él. El chico parece haberlo aceptado todo muy bien. Ten presente que nunca se llevó con su padre.

– La relación de Charmaine con Joshua se ha estrechado mucho desde la muerte de Mystic.

Apoyado en una esquina del escritorio, Travis la atrajo tiernamente hacia sí.

– Tal como yo lo veo, viviremos aquí hasta que podamos construirnos una casa propia. Y tu padre me ha prometido que no intentará gobernar nuestras vidas…

– No puedo creer que hayáis enterrado el hacha de guerra.

– Las cosas como son: Reginald es tu padre, los dos estamos condenados a soportarnos. Y si nos hemos arreglado ha sido pensando en ti.

– Insisto: es increíble -murmuró ella-. Y ahora, dime, ¿qué tiene de malo esta casa?

– Nada, salvo que es de Reginald y Virginia. Charmaine y Josh probablemente se queden aquí.

– ¿Y qué era todo eso de llenarle la casa de nietos a Reginald? -preguntó con un brillo de emoción en los ojos.

– Pues eso mismo. La casa que pretendo llenar de hijos tendrá que ser el doble de grande para que quepan todos.

– Está usted loco, señor abogado… -se echó a reír.

– Sí. De amor por ti. No tendrás que preocuparte de nada -la estrechó en sus brazos-. Podemos tenerlo todo.

– ¿Y Wade?

– Probablemente irá a la cárcel por una buena temporada. Durante unos cuantos años no volverá a aparecer por aquí y, para cuando lo haga, si Charmaine no ha decidido divorciarse, Josh será lo bastante mayor como para valerse por sí mismo.

– Lo tenías todo pensado, ¿verdad?

– Excepto una cosa.

– ¿Ah, sí? -alzó la cabeza y le delineó el contorno de los labios con un dedo-. ¿Y qué es?

– Cómo voy a conseguir que te cases conmigo antes de esta noche.

– Imposible.

– Reno no está tan lejos.

Savannah rió de felicidad.

– Oh, no. No pienso casarme en un trámite de diez minutos delante de algún juez de paz. Esta vez vas a tener que hacerlo bien. Ya sabes, una gran iglesia, un precioso vestido blanco, un incómodo frac y varias damas de honor. He esperado durante demasiado tiempo.

– Y ha merecido la pena, ¿verdad? -sin esperar su respuesta, la besó en los labios y la levantó en vilo-. No contestes a esa pregunta -le susurró al oído-. Ahora mismo tenemos cosas mucho más importantes que hacer.

Sin una palabra de protesta, Savannah le echó los brazos al cuello.

– Y seremos felices para siempre…

Travis la sacó del despacho en brazos y entró en la cocina dispuesto a salir por la puerta trasera.

– Eh, ¿a dónde me llevas?

– A algún lugar donde podamos estar solos -se dirigió hacia el garaje y subió las escaleras que llevaban al apartamento-. Señorita Beaumont, creo que ha llegado la hora de que pasemos unos cuantos días encerrados aquí.

– ¿Podremos hacerlo?

– Seguramente no, pero lo intentaremos de todas formas -con una sonrisa traviesa en los labios, se sacó la llave de un bolsillo-. Admítelo, mujer: no vas a poder deshacerte de mí tan fácilmente.

– Jamás se me habría ocurrido una cosa así -y se dejó llevar hasta el dormitorio.

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