Siete

Savannah se apoyó en el escritorio de su padre y cerró los ojos mientras intentaba escuchar la voz que le hablaba al otro lado de la línea.

Había muchas interferencias y el ruido de fondo de la comisaría era casi tan alto como la voz del ayudante del sheriff. Smith parecía cansado, como si se hubiera quedado trabajando durante toda la noche, y las palabras que le dirigía no podían ser más descorazonadoras.

– No es que no reconozca la gravedad de su problema, señorita Beaumont -le dijo, sincero-. Haremos todo cuanto esté en nuestra mano, pero tiene que entender que esta tormenta de nieve está causando muchos problemas en todas partes. Varios pueblos están sin electricidad, para no hablar del estado de las carreteras. Tenemos dos camiones cruzados en la autopista y caravanas de más de diez kilómetros. De todas formas, enviaremos a alguien al rancho cuanto antes.

– Gracias -dijo Savannah antes de colgar. Estaba exhausta. Travis y los demás estaban solos en la búsqueda. Debería haberlo acompañado. Al menos, de esa manera se habría sentido útil.

Se llevó a los labios la taza de café, que se le había enfriado. Bebió un sorbo, frunció el ceño y volvió a dejarla sobre el escritorio. A continuación telefoneó a los ranchos cercanos. Otra pérdida de tiempo. Nadie había visto a Josh ni a Mystic. Se esforzó por contener las lágrimas.

Encendió el televisor. Según las noticias, la tormenta de nieve seguía en su apogeo y no parecía que fuera a amainar pronto. Sirvió dos tazas de café en una bandeja y la subió al dormitorio de su madre.

Entró después de llamar suavemente a la puerta. Virginia estaba sentada en su lecho, con las manos entrelazadas sobre el regazo y la mirada clavada en las colinas que se divisaban por la ventana.

– ¿Alguna novedad?

– Todavía no -respondió Savannah.

– ¿Y la policía?

– Acabo de llamar a la comisaría. Están muy ocupados con la tormenta.

– Ya me lo imagino… Dios mío, ¿quién habría pensado que caería tanta nieve? Pero el sheriff… ¿cómo es que no viene el sheriff?

– Su ayudante me aseguró que enviarían un agente lo antes posible.

– ¿Un agente? Menuda ayuda.

– Mamá… -le reprochó cariñosamente Savannah.

– Lo sé, lo sé. No es que haya perdido la esperanza, por supuesto. Es que no puedo evitar pensar en Josh en esas montañas… -se le quebró la voz-. Pobrecito…

– Mira, te he traído café. ¿Te apetece comer algo?

– No tengo hambre.

– ¿Estás segura?

– Sí.

– Como quieras -le dejó una taza y el azucarero sobre la mesilla-. Voy a ver cómo se encuentra Charmaine y luego bajaré a echar un vistazo a los caballos. Si necesitas algo, estaré de vuelta dentro de una hora.

– No necesitaré nada -susurró Virginia-. Pero en cuanto a Charmaine… -una sombra de dolor cruzó su rostro-, quizá sea mejor que la dejes sola.

– Ya. Me sigue echando la culpa, ¿verdad?

– Es incapaz de pensar con claridad. Josh es la única alegría de su vida. Incluso Wade… -se encogió de hombros-. Bueno, es distinto cuando tienes un hijo.

– Creo que prefiero verla.

– Pero recuerda que se encuentra bajo una tensión terrible.

Savannah salió al pasillo. Al pasar por delante de la habitación de Josh, se detuvo en seco al ver a su hermana, todavía en bata, sentada en la alfombra y llorando en silencio.

– ¿Te apetece una taza de café? -se atrevió a preguntarle-. ¿O quizá un poco de compañía?

Dejando la bandeja con la taza sobre la cómoda, se apoyó en el marco de la puerta, expectante.

– No, gracias.

– Charmaine, sé lo que estás pasando y…

– Con que sabes lo que estoy pasando, ¿eh? -la interrumpió su hermana, soltando un suspiro-. ¡No lo sabes! ¡No puedes! -la miró airada, con los ojos llorosos-. ¿Cómo puedes entenderlo tú… que ni siquiera tienes un hijo?

– Pero yo quiero a Josh. Mucho.

– Demasiado. ¡Lo tratas como si fuera tu hijo, no el mío!

– Sólo quiero ser su amiga.

– ¡No! Tú has querido hacer de madre, Savannah. Tú lo animaste a que se apasionara por los caballos.

– Sí. Lo mismo que hicieron nuestros padres con nosotras cuando éramos niñas.

Charmaine sacudió la cabeza, con el rostro bañado en lágrimas.

– No lo entiendes porque tú no tienes un hijo. Esos caballos son peligrosos, y Mystic… Hasta Lester tiene problemas para montarlo. Y tú has dejado que un niño, mi niño, lo frecuentase. Mira ahora lo que ha sucedido. Ahora mismo está ahí fuera, con ese diablo de caballo, probablemente herido y quizá… quizá muerto. Y todo porque tú querías ser su amiga -empezó a sollozar, pasándose las manos por el pelo, frustrada.

– ¿Se te ha ocurrido pensar que si Josh ha huido… es por la discusión que tuvo con Wade?

– ¿Que ha huido, dices? ¡No, Josh no ha huido! Es evidente que estaba disgustado con su padre, pero simplemente salió a montar a caballo, nada más. ¡No tenía ninguna intención de huir! -le temblaban los dedos mientras se ataba el cinturón de la bata.

– Espero que tengas razón -susurró Savannah. No tenía sentido replicar nada. Su hermana sólo quería desahogarse y ella era la víctima más fácil.

– Por supuesto que tengo razón. Soy su madre. Lo conozco bien. Y ahora déjame en paz -se levantó del suelo, temblorosa-. No puedo seguir en esta casa ni un minuto más. Si Travis o Wade vuelven, o tú te enteras de algo… estaré en el estudio.

– Serás la primera en saberlo.

Charmaine pasó de largo a su lado sin mirarla siquiera. Minutos después, Savannah escuchó el portazo del despacho. Se abrazó, desesperada. Seguro que Travis encontraría a Josh y que, en cuestión de un par de horas, todo estaría arreglado. Era una cuestión de tiempo…

Volvió a echar un vistazo a su madre: se había quedado dormida. Recogió de la mesilla la taza de café, que no había probado, y bajó a la cocina. Luego, dejándose llevar por un impulso, marcó el número de Sadie Stinson. El ama de llaves vivía a un par de kilómetros del rancho, en dirección opuesta a las colinas, pero existía la remota posibilidad de que Josh hubiera buscado consuelo en su compañía. Nadie respondió.

Recogió su abrigo para ir a las cuadras. No dejaba de repetirse que todo se acabaría arreglando. Mientras tanto, tenía trabajo que hacer. Había que dar agua a los caballos.


El ayudante del sheriff, un joven pelirrojo de mirada seria y sonrisa tensa, se presentó esa mañana en la granja. Tras disculparse por no haber acudido antes, tomó declaración a todo el mundo y luego fue con Savannah hasta la oficina situada encima de las cuadras de los potrillos.

– ¿Así que usted no cree que el caballo haya sido robado? -inquirió. Savannah le ofreció una taza de café y se sentó al lado de la ventana.

– No, todo indica que fue Josh quien se lo llevó.

– ¿El chico dejó alguna nota?

– Ninguna que hayamos encontrado.

– Y no se molestó en despedirse de nadie.

El joven ayudante de sheriff anotó algo en su libreta.

– Bien. Ahora el caballo: Mystic. ¿Es el mismo que ganó el Gran Premio de este año?

– Sí.

– Así que es muy valioso.

– Mucho.

– Y estará asegurado, supongo.

– Por supuesto. ¿Adonde quiere ir a parar?

– Sólo estoy revisando todos los supuestos. ¿Diría usted que Mystic es el caballo más valioso del rancho?

– Sin duda alguna.

– ¿Y sería fácil que otra persona, alguien ajeno al rancho, lo reconociera?

– No lo sé. Su pelaje es negro brillante, así que supongo que sí. La mayor parte de los purasangre son zainos o castaños.

– ¿Y los otros potros?

– Tenemos otro negro, Black Magic, pero es algo mayor que Mystic. De hecho, es su padre.

– Entiendo. Pero ¿podría alguien diferenciarlos?

– Temperamentalmente son como la noche y el día. Black Magic es muy dócil y Mystic, todo lo contrario. Y Magic tiene las patas blancas. Ambos están registrados en el Jockey Club, con sus descripciones. Supongo que alguien con un mínimo conocimiento previo no se habría equivocado de caballo -reflexionó Savannah-. Pero no creo que tengamos que preocuparnos de eso. Josh ha desaparecido. Estaba muy encariñado con Mystic y esa noche había tenido una horrible discusión con su padre.

– Ya. ¿Así que usted piensa que el niño se escapó con el animal más valioso del rancho durante la peor tormenta de nieve de los últimos quince años? -inquirió, suspicaz.

– Sólo tiene nueve años y estaba muy afectado, de modo que… sí, eso creo yo.

– Bueno -se guardó la libreta y apuró su taza de café-. Echemos un vistazo a la cuadra de donde desapareció el caballo.

Savannah lo guió por el sendero que llevaba a las cuadras de los sementales. Smith entró y se dedicó a observarlo todo, tomando notas. Después de registrar todos los rincones y preguntarle de nuevo por qué Lester creía haber oído a alguien allí la noche anterior, salió por fin del edificio.

Para cuando hubo terminado con la investigación y se alejaba ya del rancho a bordo de su vehículo, Savannah estaba tan agotada como deprimida.

– Yo creía que ese policía iba a hacer algo útil, aparte de husmearlo todo y hacer unas cuantas preguntas -comentó Charmaine con tono amargo cuando la vio entrar en la cocina.

– Me ha prometido que peinará todas las carreteras y que facilitará la descripción de Josh y de Mystic a todos los agentes del condado -le informó Savannah mientras se quitaba el abrigo y lo colgaba detrás de la puerta-. Y cuando tenga más agentes libres, volverán. No sé qué más pueden hacer.

– Yo albergaba la esperanza de que, a estas horas, Josh ya hubiera regresado a casa.

– Y yo.

Charmaine bajó la mirada al suelo, mordiéndose el labio.

– Soy consciente de que me he portado mal contigo, Savannah. No debí haberte echado la culpa.

– Lo sé.

– Antes te dije unas cosas horribles…

– Bueno, siempre lo haces cuando te enfadas.

– Pero entonces ¿por qué lo soportas?

– Porque sé que estás haciendo todo lo posible y que estás terriblemente preocupada por Josh. Y… -vaciló por un momento, pero finalmente decidió decirle lo que pensaba- porque te empeñas en no culpar a Wade.

– Tienes razón -admitió Charmaine cerrando "os ojos-. Gracias por ser tan comprensiva.

– Para eso somos hermanas, ¿no?

Savannah desvió la mirada hacia la ventana y contempló las cuadras con el telón de fondo de las colinas. Sus pensamientos estaban con Travis y Josh… allí donde se encontraran.


Travis volvió a estudiar las huellas en la nieve y maldijo entre dientes. Los cascos de Mystic se habían ido desdibujando hasta casi desaparecer en un bosque de abedules, cerca de un arroyo helado.

Se encontraba en los límites del rancho de los Beaumont. La tierra que se extendía al otro lado de la cresta rocosa era propiedad del gobierno federal.

– No puede haber entrado allí -se dijo por tercera vez-. No hay puerta, y Mystic es demasiado listo para intentar saltar la cerca.

Frunciendo el ceño, pensó en el chico. Debía de estar terriblemente asustado. Quizá Reginald y Wade ya lo habrían encontrado. Habían transcurrido dos horas. Rezó para que el niño estuviera en aquel momento en su casa.

Aquel tiempo era una maldición para cualquier persona o animal. Se había levantado un viento muy fuerte y la nieve seguía cayendo, helada. Un niño de nueve años no podía sobrevivir en aquellas condiciones.

Pensó en Savannah, en su hermoso rostro y sus fascinantes ojos azules. Menos de doce horas antes, la tenía en sus brazos, desnuda, febril de pasión… Se quedaría destrozada si el niño no aparecía. Volvió a montar y se esforzó nuevamente por encontrar el rastro.

– ¡Josh! -gritó, haciendo bocina con las manos enguantadas-. ¡Josh!

La única respuesta fue el silbido del viento.


Durante varias horas, Savannah intentó mantenerse ocupada en la casa. Cuando finalmente consiguió contactar con Sadie Stinson para contarle lo de Josh, el ama de llaves insistió en desafiar la tormenta y conducir hasta el rancho. Pese a sus protestas, no cedió.

En aquel momento, sin embargo, se alegraba de que Sadie estuviera con ella. El simple sonido de los cacharros en la cocina y el aroma a estofado consiguieron que se sintiera algo más relajada.

– Cuando ese niño vuelva a casa, tendrá hambre -había asegurado-. ¡Y seguro que los hombres también comerán algo! No te preocupes, Savannah. Josh es un chico muy listo: seguro que se las arreglará. Y en cuanto a Travis, no dudo ni por un momento de que acabará encontrándolo.

Aunque Savannah conocía el inveterado optimismo de aquella mujer, le agradeció sus palabras de ánimo. Reinaba en la casa un ambiente opresivo, asfixiante. Al mirar por la ventana, observó que el cielo seguía oscuro y nublado, pero al menos ya no nevaba tanto. «Quizá la tormenta esté empezando por fin a amainar», pensó sin demasiadas esperanzas.

Salió de la casa y se dirigió a las cuadras para ordenar a los escasos mozos que permanecían en el rancho que sacaran a los caballos para ejercitarlos un poco.

– Mantenedlos en los potreros cercanos -dijo a uno de ellos-. Quiero que estiren un poco las patas -alzó la mirada al cielo-. No sé cuándo parará esta tormenta. Si hiela, quiero a todos los caballos dentro.

«¿Y Josh? ¿Qué pasará con Josh?», se preguntó, deprimida, pero procuró concentrarse en el trabajo que tenía por delante. La visión de los potrillos no pudo menos que arrancarle una sonrisa. La mayoría nunca había visto la nieve antes, de manera que saltaban y hacían cabriolas nada más salir de los establos.

De repente oyó el sonido de un motor. El corazón le dio un vuelco en el pecho. Un todo terreno plateado aparcó cerca de la casa. No reconoció el vehículo, pero podía pertenecer a alguno de sus vecinos. ¡Quizá alguien había visto a Josh!

Casi resbaló mientras subía los escalones del porche. Al entrar en el salón, vio a Charmaine de pie junto a la chimenea, nerviosa, muy pálida. Dos jóvenes desconocidos estaban sentados en el sofá. Uno de ellos, el más bajo, llevaba una cámara y el otro, una grabadora.

– Te presento a John Herman y Ed Cook, del Register. Mi hermana, Savannah Beaumont.

Ambos se levantaron para estrecharle la mano.

– Es un placer, señorita Beaumont.

– Se han enterado de lo de Mystic y Josh -la informó Charmaine. Su voz apenas era un susurro. Se apoyaba en la repisa de la chimenea como si fuera a caerse al suelo en cualquier momento.

– No creo que podamos decirles gran cosa -admitió Savannah, forzando una sonrisa. ¿«Qué diablos está haciendo la prensa aquí y quién los habrá enviado?», se preguntó para sus adentros-. Al menos de momento.

– Pero seguro que podrá confirmarnos el rumor de que Mystic ha desaparecido… -sugirió John, el más alto.

– Sí, es verdad. Desapareció anoche.

– Lo robaron.

– No, no lo robaron -lo interrumpió Charmaine-. Al parecer mi hijo Josh lo sacó a dar un paseo.

John Herman arqueó las cejas, escéptico.

– ¿Con esta tormenta? -sacudiendo la cabeza como si no creyera una sola palabra, encendió la grabadora-. Deben de estar ustedes muy preocupadas. De lo contrario no habrían llamado a la policía. ¿Qué ocurrió realmente?

– Ya se lo hemos dicho todo.

– ¿Adonde cree que puede haber ido su hijo montado en un caballo así? -preguntó el periodista a Charmaine.

– No tengo ni idea.

– ¿Es que se ha escapado?

– ¡No! -exclamó Charmaine, furiosa, apartándose de la chimenea para acercarse a la ventana.

– Entonces ¿quién anda ahí fuera, buscándolo?

– Algunos de los trabajadores del rancho. Hemos avisado a los vecinos, claro está, así como a la oficina del sheriff.

– Quizá nosotros podamos serles de alguna ayuda.

– ¿Cómo?

– Si nos facilitan una fotografía de Josh, la publicaremos en el periódico. Tal vez alguien que haya podido ver al chico lo reconozca. En cuanto al caballo, tenemos numerosas imágenes suyas en el archivo, ¿verdad, Ed?

– Sí, unas treinta, creo.

– Bien.

– Bueno, merece la pena intentarlo, ¿no? -sonrió John.

– Sí -afirmó Charmaine-. Tengo una foto muy reciente de Josh. Arriba, en su habitación. Voy a buscarla -contenta de tener una excusa para abandonar el salón, y entusiasmada también por aquella nueva oportunidad de encontrar a su hijo, subió apresuradamente las escaleras.

– Les agradeceré toda la ayuda que puedan brindarnos -dijo Savannah, relajándose un tanto.

– Bien. Entonces quizá quiera explicarnos algunas cosas…

– Ustedes dirán.

– ¿Por qué ha regresado Travis McCord al rancho Beaumont? Aquí es donde se crió, ¿verdad?

– Vino a vivir con nosotros cuando tenía diecisiete años -respondió con un nudo de emoción en el pecho.

– Y ahora ha vuelto. Circulan varios rumores sobre él. Hay gente que sostiene que ha renunciado a presentarse a gobernador del Estado.

– Ignoraba que hubiera anunciado siquiera su candidatura -replicó, tensa.

– Oficialmente no. Pero ciertas personas, entre ellas la empresaria Eleanor Phillips, afirman haber donado dinero para su campaña.

– ¿Sin haber anunciado formalmente su candidatura? -preguntó Savannah, procurando disimular una punzada de temor-. Eso no parece un movimiento muy inteligente por su parte. ¿Está seguro de haber cotejado bien esa información?

El periodista esbozó una sonrisa incómoda.

– Sí, pero de todas formas me gustaría solicitar una entrevista con el señor McCord.

– Ahora mismo no está.

– Entonces quizá usted o alguna persona quiera contarnos su versión de los hechos. Ya sabe, por qué McCord regresó aquí procedente de Los Ángeles con la idea de dejar la abogacía y renunciando a sus intenciones de presentarse a gobernador.

– No puedo decirle nada porque nada sé al respecto -mintió Savannah-. Y aunque lo supiera, tampoco estoy muy segura de que quisiera contárselo. Lo que haga Travis McCord con su vida es asunto de su exclusiva incumbencia.

– ¡Aquí tienen! -Charmaine se presentó de pronto, tendiéndoles la reciente foto de Josh-. Les agradezco sinceramente su ayuda.

– No es nada -repuso el periodista, sosteniendo la mirada helada de Savannah-. Si cambia de idea o tiene algo que añadir a la historia, ya sabe… -le ofreció su tarjeta-. Ah, y dígale por favor a McCord que nos pondremos en contacto con él.

– Lo haré -prometió Savannah mientras su hermana los acompañaba hasta la puerta. Una vez que se hubieron marchado, lo primero que hizo fue tirar la tarjeta al fuego de la chimenea.

Charmaine se detuvo en el vestíbulo antes de volver a subir las escaleras.

– ¿Crees que la publicación de la foto de Josh en el periódico servirá de algo?

– No lo sé, pero nunca está de más. Daño no hará. Esperemos, sin embargo, que Josh esté de vuelta para cuando el Register salga a la calle.

– Oh, Dios mío, sí -susurró Charmaine, desesperada-. Si no aparece esta noche… -contempló por la ventana el cielo cada vez más oscuro.

– Aparecerá -le prometió Savannah.

Sus propias palabras le sonaban vacías.


A la caída de la noche, Lester y el mozo de cuadra volvieron para informar de que no habían encontrado rastro alguno ni de Josh ni de Mystic. Mientras el preparador revisaba los caballos, Savannah lo acompañó para ponerlo al tanto de lo acontecido en la casa.

– ¿Por qué no se ha presentado ese maldito electricista para reparar el cable del sistema de alarma?

– La tormenta. O, al menos, eso fue lo que me dijo cuando lo llamé -respondió Savannah.

– Justo lo que necesitamos. ¿Qué tal está reaccionando tu madre?

– No muy bien -admitió-. Josh siempre ha sido muy especial para ella.

– Para ella y para todos -el preparador frunció el ceño-. Excepto quizá para su propio padre. ¿Sabes?, no entiendo por qué ese hombre lo trata tan mal. Si yo fuera Reginald… -se interrumpió-. Bueno, supongo que tu padre sabrá lo que se hace. Que Wade sea un mal padre no significa que no sepa llevar un rancho. Y aunque me cueste admitirlo, creo que en ese sentido ha hecho un trabajo pasable.

– Pasable pero no brillante, ¿verdad?

– Como te dije una vez, Wade es un contable, un contable más o menos bueno, supongo. Pero jamás imaginé que un día querría ponerse a trabajar con caballos…

Una hora después Savannah estaba en la casa, revisando los libros de contabilidad y preguntándose por lo que Travis habría estado consultando la víspera. Nunca se le habían dado bien los números y ese día, con todas las preocupaciones que la asaltaban, era absolutamente incapaz de concentrarse en nada. Así que cerró los libros y se recostó en el sillón, pensativa.

Apenas la noche anterior había estado durmiendo en brazos de Travis. Nunca se había sentido más segura, más querida. Y en ese momento él estaba allí afuera, con aquella tormenta, buscando a Josh en la oscuridad…

Se levantó al escuchar el distante rumor de un motor. El corazón se le aceleró cuando reconoció el jeep de su padre. Recogió su abrigo y salió precipitadamente de la casa.

Charmaine no tardó en reunirse con ella en el porche.

– Oh, Dios mío -susurró en el instante en que apareció el jeep-. Que traigan a Josh con ellos, por favor… -echó a correr hacia el garaje, seguida de su hermana.

Reginald apagó el motor y bajó del vehículo. Parecía exhausto. Sus ojos cansados buscaron los de su hija mayor.

– Supongo que esa mirada quiere decir que no habéis localizado a Josh… -Charmaine estuvo a punto de desmayarse-. ¿No lo habéis encontrado? -preguntó, angustiada.

Wade bajó también del jeep. Cuando iba a pasarle un brazo por los hombros a Charmaine, ésta lo rechazó bruscamente. Tenso, lanzó una helada mirada a Savannah.

– Ahora supongo que me echas la culpa a mí -dijo a su esposa.

– Yo no culpo a nadie -susurró Charmaine antes de golpear el capó del vehículo con el puño cerrado-. ¡Sólo quiero que Josh vuelva sano y salvo a casa!

– ¿Y Travis? -inquirió Savannah, angustiada-. ¿Por qué no ha regresado con vosotros?

– La última vez que lo vimos no había tenido mucha suerte -explicó Reginald-. Iba a intentar seguir el rastro todo lo posible. Tuvimos que volvernos porque parecía como si el caballo se hubiera evaporado.

– Yo ni siquiera estoy seguro de que ése fuera el rastro de Mystic -añadió Wade, pellizcándose nervioso las guías del bigote-. Lo peor de todo es que Travis no lo encontrará, al menos esta noche. Esas huellas apenas eran visibles. Ahora que ya ha oscurecido, seguir rastreando sería una pérdida de tiempo. Tendremos que avisar a la policía para que mañana lo busquen con helicópteros.

– ¡No! -chilló Charmaine, sacudiendo enérgicamente la cabeza y mirando airada a su marido-. ¡Tenemos que encontrarlo! ¡Esta misma noche! ¡Morirá congelado si no lo localizamos pronto!

Savannah no podía menos que estar de acuerdo con su hermana. Ella misma se moría de ganas de incorporarse a la partida de búsqueda. Travis y Josh estaban en alguna parte, tal vez heridos… Sin embargo, procuró controlarse y pasó a relatarle a su padre lo ocurrido durante el día.

– Hace un rato hemos estado hablando con la oficina del sheriff.

– Será mejor que volvamos a llamar -reflexionó Reginald en voz alta.

Una vez dentro de la casa, Savannah telefoneó al ayudante Smith y le contó que la partida de rastreo había vuelto sin Josh y sin Mystic. Charmaine, intentando dominarse, le habló a Wade de los periodistas, de la entrevista con el ayudante del sheriff y de lo que había dicho.

– ¿Dónde podrá estar? -exclamó Wade, rabioso, mientras se servía una copa.

– Tiene que estar en alguna parte del rancho -repuso Reginald.

– Pero hemos registrado hasta el último rincón.

– Sólo las zonas a las que podía acceder el jeep.

– El resto es cosa de McCord. Tendrá que bajar a los barrancos e internarse en los bosques. Como te dije antes, nuestra única esperanza son los helicópteros de mañana.

Savannah entró en aquel momento en el salón. Sólo alcanzó a escuchar la última frase de la conversación, pero, por el brillo de temor de los ojos de Charmaine, dedujo que no se había tomado ninguna decisión importante.

– Voy a subir a ver a tu madre -informó Reginald. Lo dijo con tono temeroso, como si le diera miedo hablar con ella-. ¿Cómo ha pasado el día?

– Muy preocupada, como todos.

Sadie entró en aquel momento con la intención de levantarles el ánimo.

– La cena está preparada. Vamos, a comer todos. Ya idearéis algún plan mientras cenáis. Hay que llenar el estómago.

– Yo no tengo hambre -dijo Charmaine, pero Sadie la miró con severidad.

– La mesa está puesta para todos, incluida Virginia. ¡Una buena cena caliente os sentará bien!

Tanto insistió el ama de llaves que, finalmente, todo el mundo se sentó a la mesa. La conversación transcurrió en un ambiente tenso, tirante. Pese a lo sabroso de la comida, Savannah apenas la probó. Su cerebro funcionaba a toda velocidad. Si Travis no volvía a casa durante la próxima hora, ella misma saldría a buscarlo. Su padre se pondría furioso, por supuesto, así que tendría que salir sigilosamente y convencer al vigilante apostado en las cuadras.

No podía permanecer cruzada de brazos en aquella casa ni un minuto más. Estaba decidida a encontrar a Josh y a Travis esa misma noche, antes de que amaneciera.

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