Ocho

A las once en punto, Savannah se hallaba sola. Todo el mundo se había acostado después de escuchar las noticias. Agotada tras un día que había sometido sus nervios a tan dura prueba, se sentó en la cama. Pese a su cansancio, estaba demasiado inquieta. Y preocupada.

Con renovada determinación, se acercó al armario, se puso su ropa de montar y bajó sigilosamente las escaleras. Se detuvo en la cocina para recoger dos cajas de fósforos, dos bengalas y una interna de armario. Añadió a todo eso unas cuantas barritas energéticas y se las guardó en un visillo del abrigo.

«Salir con este tiempo es una locura», se dijo reentras se ponía los guantes y se enrollaba una bufanda al cuello, antes de salir por la puerta trasera. El aire frío de la noche penetraba el cuero de su abrigo como si fuera un cuchillo. Atravesó el patio y tomó el sendero que llevaba a las cuadras.

El viento silbaba y ululaba entre los árboles. Tenía que encontrar a Josh y a Travis, sin tiempo que perder. Según las últimas noticias, la tormenta no levantaría hasta pasados varios días. «Ahora o nunca», se dijo mientras caminaba por la nieve.

– ¡Alto! -gritó una voz masculina cuando ya se disponía a abrir la cuadra principal-; ¡Señorita Beaumont! ¿Qué está haciendo?

Era Johnny, el mozo de cuadra que se había ofrecido a hacer de vigilante.

– Voy a salir a buscar a Josh.

– ¿Esta noche? ¿Está loca?

– Quizá, pero no puedo seguir de brazos cruzados ni un minuto más.

El joven se puso muy nervioso. Estaba acostumbrado a recibir órdenes de Savannah, pero no podía creer que pensara seriamente en desafiar una tormenta de aquellas características y, además, de noche.

– Su padre me ordenó que no dejara salir ninguno de los caballos de las cuadras.

– Ya lo sé, Johnny, pero Mattie es «mi» yegua.

– Pero salir ahora con esta tormenta…

– Tendré cuidado -prometió ella.

– Pero señorita Beaumont…

– No tienes que responder de mí ante mi padre. Yo asumo la plena responsabilidad de mis actos -al ver que seguía sin convencerlo, continuó insistiendo-. Mira, te prometo que no saldré de los límites del rancho. Si la tormenta empeora, volveré. Ya conoces a Mattie: sabría encontrar el camino de vuelta a las cuadras en medio de un terremoto.

– Bueno, usted es la jefa -cedió al fin-. Pero creo que debería informar a Wade o a Reginald.

– ¿Y preocuparlos aún más? Porque si les gusta como si no, pienso salir en busca de Josh.

Terminó de abrir la puerta y entró en la cuadra. Ya no oyó ninguna protesta más de Johnny. «Quizá se lo diga a mi padre», pensó mientras ensillaba a Mattie. La yegua, viendo interrumpido su descanso, soltó un relincho.

– Tranquila, chica -susurró-. Por el momento todo va bien.

Al parecer, Johnny había decidido no informar inmediatamente a Reginald. Si lo hubiera hecho, su padre se habría presentado allí corriendo. Le dio las gracias en silencio.

Sacó la yegua de la brida por la puerta trasera y atravesó los potreros, encorvada contra el viento. Luego montó y picó espuelas.

– Vamos.

Decidida a guiarse por su intuición, ignoró el rumbo de las primeras huellas de Mystic y enfiló hacia el estanque. Mientras rodeaba lentamente el pequeño lago, llamó varias veces a Josh. Nada. Gritó de nuevo. Ninguna respuesta.

– Primera derrota -masculló. Alejándose del lago, llegó hasta un campo cercano, con un antiguo manzano y una casa-árbol que Josh se había construido el verano anterior. Después de atar a Mattie, desmontó y subió por la escala de tablas provista de una linterna. El interior del escondite estaba desierto. No había señal alguna del niño.

– Estupendo -musitó de nuevo, apagando la linterna.

Volvió a bajar la escala y montó de nuevo. Durante un rato estuvo explorando todos los escondites favoritos de Josh en los campos que rodeaban la cuadra de los sementales. Cuando terminó, decidió seguir las casi inexistentes huellas de Mystic rumbo a las colinas.

Pudo hacerlo mientras las del todo terreno de Reginald seguían apenas visibles. Inclinada la cabeza contra el viento, se prometió a sí misma que, si volvía a encontrar a Josh y a Travis, jamás volvería a perderlos de vista. Jamás.


Travis maldijo entre dientes. ¿Dónde diablos se habría metido el chico? Josh no podía haberse desvanecido en el aire. Por supuesto, existía la remota posibilidad de que hubiera vuelto a la casa, pero lo dudaba. Reginald le había dicho que lanzaría bengalas y haría tres disparos de rifle en cuanto lo descubrieran.

Encorvado contra el viento, pensó en detenerse para encender un fuego. Estaba helado hasta los huesos, con el rostro desollado por el viento y la nieve, y Jones, su potro, necesitaba un descanso.

Finalmente desmontó y dejó a Jones que bebiera de un riachuelo casi congelado. Escrutó los alrededores, acercándose hasta el borde de un claro. Estiró las piernas y los tensos músculos de la espalda: tenía la sensación de que llevaba días cabalgando.

Cuando llegara la mañana, no tendría más opción que regresar a la casa. Tanto su caballo como él mismo necesitaban descansar. Quizá las pistas resultaran más transitables y encontraran por fin al chico. Continuó escrutando los oscuros pinos con ojos entrecerrados. Un ligero movimiento llamó su atención y se esforzó por distinguir algo a través de la cortina de nieve.

Todo estaba quieto. Se preguntó si no estaría empezando a imaginarse cosas, en su desesperación por encontrar al chiquillo. ¿Dónde demonios se habría metido? Había revisado cada centímetro cuadrado de la propiedad Beaumont y no había encontrado el menor rastro de Mystic. En cualquier caso, había que continuar la búsqueda.

Regresó con su caballo y volvió a montar.

– Vamos -murmuró, furioso, mientras cruzaba las rocas heladas del riachuelo. Una vez más gritó el nombre de Josh en la oscuridad.

Nuevamente creyó detectar un movimiento entre los árboles. En esa ocasión no lo dudó: picó espuelas y se dirigió hacia lo que fuera que andaba escondido entre las sombras.


Pese a los guantes, Savannah tenía los dedos entumecidos por el frío, casi insensibles. «Quizá Johnny tuviera razón», pensó. «Quizá lo de salir a buscar a Josh no tenga ningún sentido. ¡Si no estoy de vuelta en casa por la mañana, mis padres se llevaran un susto de muerte!». Aun así, se resistía a volver.

Se mordió el labio y escrutó los alrededores. Durante cerca de una hora, desde el lugar en que las huellas del todo terreno se habían desviado hacia la casa, no había visto señal alguna ni de Josh ni de Travis. Si habían dejado algún rastro, la nieve se había encargado de borrarlo.

Travis. Le parecía mentira que apenas la noche anterior hubiera dormido en sus brazos. Tenía la sensación de que había transcurrido una eternidad desde entonces. «Dios mío, ¿dónde estará? ¿Se encontrará bien?». Estaba ronca de tanto gritar su nombre para hacerse oír por encima del rugido del viento.

Se estremeció nada más entrar en el claro donde Travis, Josh y ella habían cortado el árbol de Navidad apenas dos días antes. La tormenta seguía en todo su apogeo. Nevaba tanto que resultaba imposible distinguir nada.

Savannah estaba ya a punto de renunciar cuando un ligero movimiento entre los árboles llamó su atención. Mattie piafó y relinchó nerviosa. Ante ella apareció el gran caballo negro.

– ¡Mystic! -exclamó con el pulso acelerado-. ¿Josh?

Se quedó paralizada al ver que la silla de Mystic faltaba y que llevaba las riendas sueltas, arrastrándolas por el suelo.

– Oh, Dios mío -gimió mientras desmontaba y ataba a Mattie a la rama de un roble-. ¡Josh! Josh, ¿puedes oírme? -«por favor, Dios mío, que esté sano y salvo», rezó, desesperada.

Mystic estaba muy asustado. Por su comportamiento, resultaba obvio que algo le dolía, y mucho. Se acercó confiada hacia el potro, con la intención de tranquilizarlo.

– ¡Ten cuidado! -gritó una voz, y Savannah se giró en redondo y descubrió a Travis, saliendo de la espesura con Jones de la brida. Un inmenso alivio inundó su alma. Tanto él como su montura parecían exhaustos.

– ¡Gracias a Dios que estás bien! -exclamó, corriendo hacia él. Se abrazó a su cuello, llorando-. ¿Dónde está Josh?

– No lo sé. No lo he visto.

– Pero Mystic…

– Lo sé -admitió mientras la apartaba suavemente-. Yo creí lo mismo: que los encontraría a los dos juntos. Pero no. Ahora tengo que tranquilizar a Mystic -clavó la mirada en el potro mientras ataba a Jones al lado de Mattie-. Hay que tener mucho cuidado -susurró a Savannah-. Está herido y aterrorizado. Llevo unos cien metros siguiéndolo. Tiene un problema en una de las patas delanteras.

– No…

– Chist -Travis empezó a avanzar hacia el caballo-. No pasa nada, chico, tranquilo -y extendió lentamente una mano hacia su cabeza.

Por toda respuesta, el animal abandonó el claro.

– Maldito seas -masculló Travis-. Esto mismo me sucedió hace un par de horas cuando me topé con él, pero en su estado ya no puede ir mucho más lejos… -encendió la linterna para enfocar sus huellas y el rastro de sangre.

– Oh, Dios mío, ¿qué crees que ha podido pasar? ¿Dónde puede estar Josh?

– Ojalá lo supiera -repuso, echando nuevamente a andar-. Vamos.

Lentamente, con la callada determinación de un depredador rastreando a su presa, Travis siguió al potro. No tardó en localizarlo detrás de un arce, con su piel de ébano brillante de sudor a pesar del frío. Con los ojos desorbitados, el animal observó a Savannah y a Travis mientras se acercaban.

– Tranquilo, no pasa nada… -susurraba ella.

El caballo soltó un gemido, intentó retroceder y finalmente se quedó inmóvil mientras Travis lograba recoger su brida del suelo. Lo primero que hizo fue palparle las patas a la busca de su herida.

Cuando tocó el punto sensible de la pata delantera, Mystic dio un violento respingo.

– Quieto -le ordenó-. Maldita sea…

– ¿Qué pasa?

– Creo que la tiene rota.

Travis ató a Mystic a un árbol cercano y se concentró en examinar la herida con la linterna. A Savannah se le revolvió el estómago con la visión de la sangre.

– Quizá sólo sea un esguince -murmuró, esperanzada.

– Quizá -pero no parecía muy convencido.

– ¿Qué hacemos ahora?

– Lo primero, pensar en cómo vamos a devolverlo a las cuadras. Y luego encontrar a Josh, por supuesto. Mientras tanto, tal vez podrías explicarme rápidamente por qué diablos estás aquí.

– No tenemos tiempo.

Travis suspiró, sabía que tenía razón. Tenían cosas mucho más importantes de las que ocuparse.

– De acuerdo, tú ganas. Por ahora. Pero cuando todo esto haya terminado, quiero una explicación. Y espero que sea buena.

– La tendrás -replicó Savannah antes de concentrarse nuevamente en el caballo-. Creo que no debería caminar más de lo estrictamente imprescindible.

– Soy de la misma opinión -se frotó la barbilla-. Montando a Mattie, tardarás sólo una hora, quizá menos, en atravesar los campos para regresar a casa. Yo me quedaré aquí con Mystic, esperando a que Lester o Reginald suban con la camioneta por la carretera federal… Creo que esa carretera atraviesa el terreno del otro lado de la valla, hacia el norte. Es el camino más corto.

– Sí, es verdad.

– Y vuelve con alicates. Tendremos que cortar la valla de alambre para sacar a Mystic.

Savannah vaciló.

– No quiero dejarte.

– Sólo será un rato -sonrió, cansado-. Hasta que llevemos al caballo de vuelta a las cuadras. Tendrás que avisar enseguida a un veterinario. Ah, y tráete un caballo de refresco y un par de mantas para estos dos -señaló a Mystic y a Jones.

– ¿Para qué el caballo de refresco?

– Jones está agotado.

– ¿Y tú quieres seguir buscando a Josh? -Savannah no sabía si alegrarse o preocuparse aún más.

– Encontré al caballo, ¿no? El niño no puede estar muy lejos. Si se cayó cuando Mystic se hirió la pata, tiene que estar por aquí. El animal no ha podido alejarse tanto. No con una lesión tan grave.

Lo que estaba diciendo Travis tenía plena lógica y, por primera vez en aquella noche, Savannah abrigó la firme esperanza de que al final podrían llevar al niño de vuelta a casa, sano y salvo. «A no ser que esté muerto», pensó con una punzada de pánico.

– No pienses eso -le reprochó Travis, leyéndole el pensamiento-. Lo encontraremos y estará perfectamente. Ya lo verás.

– Oh, Dios mío, eso espero…

– Vamos -la urgió, besándola en la frente-. No pierdas la fe. No ahora. Josh, Mystic y yo contamos contigo.

– Está bien -musitó. Reacia, montó a Mattie.

Una fuerza parecía retenerla al lado de Travis. Como si algo en el aire frío de la noche le advirtiera de que abandonarlo en aquel momento acabaría en tragedia.

– Adelante -insistió él-. Sólo hay que aguantar un poco más. Y después, todo habrá terminado.

– ¿Y Josh?

– Lo encontraré -prometió Travis, solemne-. No cejaré hasta localizarlo -al ver su expresión preocupada, añadió-: En cuanto a mí, puedes estar tranquila. ¿Es que no sabes que no hay nada que pueda separarme de ti?

– Eso espero -murmuró Savannah, y se inclinó para besarlo en los labios. Sólo en aquel instante tomó conciencia de la desesperación con que lo amaba. El corazón se le partía en dos ante la perspectiva de abandonarlo.

Aun así, se marchó. No había tiempo que perder. La vida de Josh estaba en juego.


Mientras emprendía el regreso al rancho, volvió a llamar a Josh a gritos.

– ¡Josh! ¿Dónde estás? -no recibió más respuesta que el rugido del viento. «Dios mío, que lo encuentre, por favor», rezó para sus adentros. ¿Dónde estaría? ¿Se encontraría vivo?

De repente Mattie se detuvo. Savannah escrutó la oscuridad, pero no vio nada. Poco esperanzada, llamó por última vez a Josh.

El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando, a lo lejos, alcanzó a escuchar una leve respuesta, un débil eco en medio de la noche. Pero lo primero que pensó fue que se lo había imaginado. Gritó de nuevo y esperó, conteniendo la respiración. Esa vez la réplica resultó inequívoca.

Emocionada, picó espuelas, siguiendo el sonido de la voz de Josh.

– Ya voy -chilló para hacerse oír por encima del silbido del viento. Para alivio suyo, distinguió entre los árboles a Travis montando a Jones.

– Yo también lo he oído. Habría venido antes, pero tenía que volver a ensillar a Jones -le explicó Travis y, a continuación, voceó el nombre de Josh a pleno pulmón.

Los gritos de respuesta de Josh se oían cada vez más cerca.

– Está vivo -susurró Savannah, llorando de alivio. Minutos después llegaban al borde de un empinado barranco-. Josh, ¿dónde estás?

Su voz resonó en el cañón nevado.

– Aquí… -respondió el chico desde el fondo.

– Ya estamos aquí, Josh -Savannah desmontó de un salto y corrió hacia el borde del cortante. El fondo estaba tan negro… Apenas podía distinguir la figura inerte entre la nieve-. ¡Enseguida te sacamos de ahí!

A su lado, Travis intentaba identificar la ruta más rápida de descenso. A continuación, sacó una soga de su silla y ató un extremo al tronco de un pino.

– Bajaré yo solo.

– ¡Pero Josh me necesita! -protestó ella.

– Aunque sólo sea por esta vez, haz lo que te digo, por favor. Si me veo en apuros, gritaré. Lo último que necesito es que tú te hagas daño intentando salvar al chico.

– Sácalo entonces de allí.

– Descuida.

Después de atarse la soga a la cintura, empezó al descenso. Savannah no lo perdía de vista desde el borde del barranco. El niño estaba hecho un ovillo bajo la escasa protección de un pequeño árbol.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Travis una vez que se acercó lo suficiente.

Josh no respondió. Le castañeteaban los dientes. Estaba temblando de pies a cabeza.

– Déjame que te examine bien… -Travis se concentró en palparle los miembros, buscando alguna lesión o hueso roto-. Sé que esto te va a costar un poco, pero tenemos que volver a casa cuanto antes. ¿Podrás hacerlo, Josh?

El niño asintió débilmente, pero no hizo ningún intento por levantarse. Travis le echó su abrigo por encima y lo levantó delicadamente en brazos. Consideró sus opciones. O se llevaba rápidamente el niño en aquellas condiciones o esperaba a que Savannah volviera con ayuda. Pero eso podría tardar horas.

– Mira, Josh, voy a intentar sacarte de aquí. ¿Crees que podrás hacerlo? -volvió a preguntarle.

– No lo sé…

– Animo: lo conseguiremos. Ya lo verás -y empezó a subir por la empinada ladera, con el niño apretado contra su pecho.

Savannah lo observó mientras ascendía lentamente por la pendiente cubierta de nieve. Los minutos se le hicieron eternos. Vio que resbalaba varias veces, caía hacia abajo un trecho hasta que conseguía levantarse de nuevo. Finalmente, alcanzó la cumbre del barranco.

– Oh, Josh -susurró, besando al niño y sollozando en silencio-. Gracias a Dios que estás vivo -aterrada, miró a Travis-. Se está congelando.

– Hay que llevarlo a la casa cuanto antes, pero no creo que esté en condiciones de montar solo, y Jones está demasiado agotado para cargar con los dos. ¿Podrás llevarlo tú?

– Por supuesto.

Una vez que Savannah montó en Mattie, Travis la ayudó a instalar al niño en su silla.

– ¿Dónde está Mystic? -inquirió Josh con voz débil en el instante en que se pusieron en marcha. Se acurrucaba contra su tía, temblando de frío y de miedo.

– Está atado y a salvo. Enviaremos a buscarlo cuando lleguemos a casa -le aseguró Travis.

El trayecto de vuelta duró una eternidad. Josh no volvió a abrir la boca más que para gemir. A Savannah le dolían terriblemente los brazos de sujetarlo. Para cuando distinguieron los primeros edificios del rancho, el sol ya asomaba en el horizonte.

Lester los descubrió en el potrero más cercano a las cuadras. Sonrió de oreja a oreja y de inmediato ordenó a Johnny que despertara a todo el mundo en la casa.

– Hola, hijo. No sabes cuánto me alegro de volver a verte -le dijo a Josh mientras lo ayudaba a bajar del caballo.

Charmaine y Wade se reunieron con ellos segundos después. Charmaine apenas había tenido tiempo para ponerse una bata sobre el camisón y calzarse las botas.

– ¡Josh! -tenía el rostro bañado en lágrimas-. Oh, cariño, ¿estás bien? Déjame mirarte…

– Será mejor que entre cuanto antes en casa -dijo Travis.

– No. Dámelo -lo estrechó contra su pecho, emocionada-. ¡Que Dios te bendiga por haberlo encontrado!

– Hay que llamar a una ambulancia -fue la respuesta de Travis-. Está congelándose de frío.

– ¡Oh, cariño… ¡ -susurró Charmaine llevándolo hacia la casa.

Josh se colgaba del cuello de su madre como un desesperado. Charmaine estaba sollozando y a Savannah se le saltaban las lágrimas.

– ¿Y Mystic? -quiso saber Lester.

– Tenemos que volver a buscarlo -explicó Travis, mirando cómo Charmaine entraba en la casa con su hijo-. Está herido. En la pata delantera derecha, probablemente el tobillo.

Lester frunció el ceño.

– Voy a buscar la camioneta -y salió disparado.

Travis se volvió hacia Savannah. Tenía el semblante muy serio, preocupado. Se le notaban las ojeras de cansancio.

– Yo volveré a buscar el caballo mientras tú te ocupas de Josh. Asegúrate de que llaman a la ambulancia. Y no te olvides del veterinario.

– Descuida -echó a correr hacia la casa.

Después de quitarse las botas en el porche, entró en la cocina y sonrió al ver a Arquímedes bajo la mesa.

– Sadie te despellejará vivo como te encuentre aquí.

Se quitó los guantes y los dejó sobre el mostrador. Frotándose las manos, se dirigió al despacho. Wade acababa de colgar el teléfono.

– ¿La ambulancia? -preguntó.

– Está en camino.

– Bien. ¿Qué tal está Josh?

– Charmaine lo ha subido a su habitación -contestó, preocupado-. No tiene buen aspecto.

– No me extraña. Se cayó del caballo y ha pasado veinticuatro horas bajo una tormenta de nieve.

– Espero que se recupere.

Savannah entrecerró los ojos. De repente volcó sobre su cuñado toda la furia y frustración que había acumulado durante las últimas horas.

– ¡Estaría bastante mejor si tú lo hubieras tratado como a un verdadero hijo!

– Yo lo intento…

– ¡Tonterías!

– No se me dan bien los niños…

– Es tu hijo, maldita sea. No quiero excusas. Lo único que quiere ese niño es una oportunidad. ¡Necesita tu amor y tu cariño!

– Lo sé, lo sé -admitió Wade, pasándose una mano por el pelo-. Pero no puedo evitar que me saque de quicio.

– Dios mío, has estado a punto de perder a tu hijo y lo único que se te ocurre es que te saca de quicio. Eso es sencillamente repugnante, Wade. ¡Piensa en lo mucho que ha sufrido!

– Savannah, no es momento para ponerse así… -repuso, pálido-. ¿Qué pasa con Mystic? ¿Dónde está?

– Sigue en las montañas. Travis y Lester van a ir a buscarlo -se apartó de él, asqueada, y marcó el número del veterinario del rancho, Steve Anderson.

Cuando le explicó la situación, el veterinario le aseguró que estaría allí lo antes posible. Acaraba de colgar cuando entró Reginald. Tenía aspecto de no haber dormido en toda la noche.

– ¿Qué es eso que he oído de que te has escapado de casa esta noche? ¿Has salido con esta tormenta?

– No podía dormir.

– Acabo de bajar de la habitación de Josh. Ese niño ha vivido un verdadero infierno. Y tú has cometido la mayor estupidez del mundo al salir con esta tormenta. Dios mío, Savannah… ¡Podríamos haberte perdido a ti también!

– Pero no ha sido así. Y Josh está a salvo.

– Gracias a Dios. Creo que necesito una copa.

– Yo también -lo secundó Wade, dirigiéndose al mueble de las bebidas.

– ¿Y tú qué haces que no estás arriba con tu hijo? -exclamó Reginald, airado.

Wade se detuvo en seco y se volvió para mirar a su suegro.

– Acabo de llamar a la ambulancia.

– Ya.

– Estoy tan preocupado como tú por Josh, pero pensé que sería mejor que pasara un rato a solas con su madre.

Savannah estaba harta de las excusas de su cuñado. Suspirando, informó a su padre de que Travis y Lester se disponían a salir a buscar a Mystic.

– Los acompañaré.

– Antes tienes que saber algo, papá. Mystic está herido.

– ¿Es grave?

– No lo sé, pero tiene una lesión en una pata delantera, a la altura del tobillo. Bueno, ya lo verás por ti mismo. Ya he llamado al veterinario.

– El caballo se pondrá bien -afirmó Wade, buscando la mirada de su cuñada en busca de apoyo.

– Eso espero -repuso ella antes de dirigirse hacia el vestíbulo-. Quiero ver a Josh antes de que llegue la ambulancia.

– Antes entra a ver a tu madre -le pidió Reginald mientras la acompañaba y descolgaba su abrigo del perchero-. Está terriblemente preocupada por el chico.

– Por supuesto.

– Dile a Josh que subo en un minuto -dijo Wade a Savannah-. Antes quiero asegurarme de que hay gente suficiente para salir a buscar a Mystic.

– Claro -suspiró, cansada. «Vuelve a dejar tu hijo para lo último», le reprochó en silencio mientras subía las escaleras.

El niño estaba en la cama.

– ¿Cómo te encuentras, campeón?

Josh intentó sonreír, pero no pudo. A Savannah se le desgarró el corazón al verlo.

– La ambulancia estará aquí enseguida. Ellos re curarán, ya lo verás.

– ¿Y Mystic? -inquirió con un hilo de voz.

– El abuelo y Travis lo traerán enseguida. Y ahora no pienses más en él. Tienes que concentrarte en curarte, ¿de acuerdo?

Josh se dio la vuelta en la cama y cerró los ojos, rendido de cansancio.

La ambulancia llegó poco después. Dos sanitarios lo pasaron a una camilla y bajaron las escaleras. Savannah vio que Wade paseaba nervioso entre el despacho y el salón.

– ¿Tía Savvy? -susurró Josh, haciendo detenerse a los sanitarios en la misma puerta.

– ¿Qué, cariño?

– ¿Vendrás conmigo?

– Por supuesto -respondió, pero Wade alzó una mano para protestar.

– Ni hablar, Savannah. Quiero que dejes a mi hijo en paz. Si no lo hubieras animado a montar ese caballo, ahora mismo no nos encontraríamos en esta tesitura.

– Pero papá…

– Yo sólo he querido y quiero lo mejor para Josh.

– Por favor -suplicó el niño en tono desgarrador-. Ven conmigo…

Tragándose las ganas de llorar, Savannah lo miró y sacudió la cabeza.

– Iré a visitarte después, Josh. Antes tengo que recibir al veterinario para que pueda curar a Mystic.

– ¿Es que está herido?

– No lo sabemos, pero lo ha pasado tan mal como tú. Te prometo que en cuanto sepamos algo, te avisaré.

– De acuerdo -repuso con evidente esfuerzo.

– Bien. Y en cuanto vuelvas a casa, celebraremos la Navidad.

– Pero Navidad es mañana…

– Te esperaremos para celebrarla.

– ¿Me lo prometes?

– Te lo prometo -se separó de él, conteniendo las lágrimas.

– Yo iré con Josh -dijo Charmaine mientras majaba las escaleras cargando con un saco de dormir-. Wade nos seguirá en el coche.

– Yo también voy -declaró Virginia, apareciendo de pronto en el rellano. Se había vestido para salir.

– No tendrías que estar levantada -le reprochó Charmaine.

– Ya lo sé, pero Josh es mi nieto y quiero hacerle compañía en el hospital.

– ¿Señora? -le preguntó uno de los sanitarios a Charmaine, a la espera de su decisión.

– No hay tiempo que perder: nosotros nos vamos ya. Vosotros arreglaros como queráis -dijo a Wade y a Virginia antes de seguir a los sanitarios a la ambulancia.

– Ya está todo dicho -afirmó Virginia, tozuda.

– Pero mamá… -protestó Savannah. No llegó a acabar la frase, acallada por la mirada de desafío de su madre.

– ¿Estás segura? -preguntó Wade-. Sabes que deberías descansar y…

– Pienso ir al hospital. Será una buena oportunidad para que tú yo hablemos de tu relación con Josh.

– No creo que…

– Tendremos tiempo para hacerlo. Vamos, en marcha -Virginia terminó de bajar las escaleras.

– Está bien -cedió Wade, tenso, pero de inmediato se volvió hacia Savannah- Quiero que me avises enseguida cuando el veterinario examine a Mystic.

– Yo espero lo mismo de ti cuando el médico examine a Josh.

Y lo vio salir de la casa detrás de Virginia, con expresión preocupada.


Travis y Lester regresaron una hora después. Steve Anderson, el veterinario del rancho, ya estaba esperando en la oficina situada encima de las cuadras cuando la gran camioneta entró en el patio.

– Bueno, vamos a ver esa lesión -dejó la taza sobre la mesa y se levantó.

Travis bajó primero de la camioneta. Savannah dedujo por su expresión que traer de vuelta a Mystic les había costado más de lo que esperaban. La tensión resultaba evidente en sus rasgos.

– No tiene buen aspecto -admitió, pasándole un brazo por los hombros-. Lester está de acuerdo conmigo. Creemos que se ha roto la articulación.

– Quizá no -replicó ella, esperanzada.

Lester y Reginald ya habían abierto la puerta trasera. El caballo se encontraba en un estado de shock. Con los ojos desorbitados, dio un violento respingo cuando el veterinario se inclinó hacia él.

– Parece una fractura. Los huesos de la articulación -dijo Lester mientras Steve procedía a examinarlo.

El veterinario frunció el ceño nada más ver la herida. Cuando intentó ponerle una férula en la pata, el animal se revolvió.

– Hay que llevarlo inmediatamente a la clínica -reflexionó en voz alta-. Necesitaré hacerle una radiografía y probablemente habrá que operar. Ojalá no tenga nada roto. Sin embargo, debo ser realista. Me temo que Lester está en lo cierto.

A Savannah se le hizo un nudo en la garganta. Travis procuraba consolarla en silencio.

– Será mejor que nos pongamos en marcha -aconsejó Steve.

– Adelante -dijo Reginald-. Travis, ¿querrías conducir tú la camioneta?

– Claro -respondió, ceñudo.

– Yo también voy -afirmó Savannah con tono firme-. Esta vez no me vais a dejar aquí sola.

– No. Tú tienes que quedarte aquí -replicó su padre.

– ¿Por qué?

– Es evidente. Necesitas descansar.

– ¡Estoy perfectamente!

Reginald montó en cólera.

– ¡Ya has jugado bastante a la heroína saliendo a buscar a Josh! Ya está bien. Te necesitamos aquí. Piensa un poco. ¿Y si Charmaine llama para darnos noticias de Josh? ¿Es que no quieres enterarte de su estado?

Savannah miró impotente a su padre y luego a Travis.

– Está bien -cedió, reacia-. Pero esto empieza a parecer una conspiración…

– No te creas -repuso Reginald, ya más tranquilo-. Necesito que alguien se quede aquí para encargarse de todo. Tan pronto como sepamos algo más sobre Mystic, te llamaremos.

Steve ya se dirigía hacia su todo terreno. Reginald y Lester subieron a la camioneta. Travis parecía terriblemente cansado. Pese a ello, Savannah vio brillar una promesa en sus ojos.

– Volveré. Pronto.

– Te estaré esperando -sonrió alzando una mano para acariciarle la barbilla.

Savannah se quedó donde estaba mientras veía alejarse la camioneta. Nunca en toda su vida se había sentido tan sola. Josh estaba de camino al hospital. Travis, Lester y Reginald se llevaban a Mystic hacia un destino en el que prefería no pensar. Mientras ella se quedaba sola como única responsable del rancho.

Estremecida, volvió a la casa y dejó entrar a Arquímedes. Era su única compañía.

Miró las primeras luces del alba por la ventana de la cocina y sacudió la cabeza. En aquel instante lo habría dado todo por estar en brazos de Travis.

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