Cuatro

Dormir resultó casi imposible aquella noche. Savannah dio vueltas y más vueltas en la cama, consciente de lo cerca que estaba de Travis. Pensaba en todas las razones que le había dado él para justificarse, ansiando desesperadamente creer que él también, como ella, había sido una simple víctima del destino.

– Eso no es más que una ilusión, un sueño… -se dijo, furiosa-. Si realmente me hubiera querido, habría vuelto y, al menos, me habría explicado lo sucedido, habría resuelto las cosas con Melinda… -«pero ¿cómo? En aquel entonces él creía que Melinda estaba embarazada». O, al menos, eso le había dicho.

¿Y su padre? Travis sospechaba de él. Lo tenía por un personaje ávido de poder que lo había manipulado y arruinado la vida. Savannah cerró los ojos e intentó dormir, pero seguía despierta cuando los primeros rayos de sol entraron en la habitación.

Finalmente se levantó, tomó una ducha caliente y se vistió. Sin molestarse en maquillarse, se recogió la melena con una cinta. La mañana era fría y húmeda. El cielo, oscurecido por nubarrones grises, no podía tener un aspecto más ominoso. Estremecida, atravesó el aparcamiento, pasó por delante de la camioneta de Lester y subió los escalones que llevaban a la oficina situada encima de las cuadras de los potrillos.

Sacándose los guantes, entró en la pequeña habitación. El aroma a café se mezclaba con el de la grasa de caballo para lustrar el cuero. Lester ya estaba dentro, leyendo el periódico al lado de la ventana. Desde allí podía dominar los potreros cercanos a las cuadras.

– Buenos días -la saludó, preocupado.

– ¿Qué pasa? -inquirió Savannah mientras se servía una taza de café.

– Probablemente no sea nada. Es sólo una sensación. Todo estaba en orden cuando me marché de aquí anoche.

– Lo sé. Yo estuve revisando los caballos después de que tú te marcharas.

– ¿De veras? -se levantó de la silla para acercarse al panel del sistema de alarma-. Entonces ¿viste esto?

– ¿El qué?

Lester le señalaba un cable suelto del panel.

– Tuvo que romperse anoche.

La asaltó un escalofrío. Se levantó también para examinar el cable.

– Yo no lo toqué. Usé mi llave para entrar a las cuadras y luego subí aquí con unos papeles.

– ¿Estaba roto entonces?

– No que yo me diera cuenta -le leyó el pensamiento-. ¿Crees que lo ha cortado alguien?

– No.

Savannah se relajó, pero su alivio no duró mucho.

– Arrancado quizá, no cortado. El corte no es limpio -Lester se rascó la mandíbula, pensativo-. O se soltó solo o alguien lo arrancó a propósito.

– Pero ¿por qué? -pensó en los caballos: eran valiosos, pero sería muy difícil robar alguno. Lo mismo podía decirse del resto del equipo. En la oficina no guardaban dinero en efectivo, por no hablar del resto de las dependencias-. ¿Has revisado los caballos?

– Están perfectamente. Y no falta ninguno.

– ¿No hay ningún otro desperfecto?

– No que yo sepa. Y he mirado bien.

– Entonces debe de haberse soltado solo.

Lester frunció el ceño, pensativo.

– Pero resulta extraño que haya sucedido en ausencia de Reginald y sólo dos días después de la llegada de Travis…

– ¿Crees que Travis ha podido tener algo que ver? -preguntó Savannah con un nudo en la garganta.

– No -sacudió la cabeza-, ese chico es íntegro. Pero hay mucha gente interesada en que se presente a gobernador… o en que no se presente.

– Me cuesta creer que un cable roto de un sistema de alarma pueda estar relacionado con una intriga política de esa clase -comentó ella, y bebió un trago de café.

Lester volvió a la mesa y se quedó mirando por la ventana.

– Ojalá que no, Savannah. Ojalá que no.

– Seguramente se soltaría solo. La instalación es bastante antigua.

– Quizá -pero no parecía nada convencido.

– Llamaré a la empresa que lo instaló para que lo arreglen.

– Buena idea.

Lester, sin embargo, seguía taciturno, preocupado.

– ¿Ha pasado algo más?

– No sé si es que estoy empezando a chochear, pero… cuando esta mañana entré en la cuadra de los sementales, tuve la sensación… de que había alguien más allí.

– ¿Pero no había nadie?

– No -se removió incómodo en su silla-. Los caballos… bueno, parecían diferentes, como si hubieran visto a alguien. Y luego creí escuchar un sonido, arriba, en el altillo. Así que eché un vistazo -se encogió de hombros-. No encontré nada.

– Quizá fuera un ratón.

– O quizá no fuera nada. Ya no tengo el oído de antes.

– Bueno, en cualquier caso, haré que un mozo fumigue. Si hay ratones, no quiero que se coman todo el grano.

– Ya me he encargado de ello. ¿Sabes una cosa? Tengo ganas de que vuelva Reginald.

– Llegará esta misma tarde.

– Bien.

Lester, que se hallaba de cara a la puerta, frunció ligeramente el ceño cuando Travis entró en la habitación. Savannah se tensó de inmediato. Su cerebro rebobinó rápidamente la discusión de la noche anterior.

– Buenos días -después de servirse una taza de café, Travis se apoyó en el alféizar de la ventana. Estirando sus largas piernas, observó a Savannah mientras daba un sorbo.

– Buenos días -Lester le devolvió el saludo y miró su reloj-. Tengo una sesión de trabajo con Vagabond dentro de cuarenta y cinco minutos. ¿Queréis acompañarme?

– Claro -aceptó Travis.

– ¿Y tú, Savannah?

Mientras dejaba su taza vacía sobre la mesa, ella notó la mirada de desafío de Travis. Estaba esperando una evasiva por su parte.

– Me encantaría -respondió en el tono más alegre posible-. A ver si ha mejorado algo desde la última vez que lo vi correr.

– Conseguir que ese animal preste atención a su jockey es como pedirle a un gallo que cacaree a medianoche -rezongó Lester. Se caló su gorra y abandonó la oficina.

Savannah se encontró con la mirada divertida de Travis. Estaba sonriendo.

– ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?

– Me estaba preguntando simplemente si aún seguías enfadada.

– No estaba enfadada.

Él soltó una carcajada.

– Ya. Y un oso gris no tiene garras.

Sin prestar atención a su comentario, Savannah se levantó para dirigirse hacia la puerta. Era demasiado temprano para que Travis le amargara el día y, además, no estaba para juegos.

– Te veré en la pista de entrenamiento. Quiero echar un vistazo a los caballos antes de ir a ver a Vagabond.

– ¿Por alguna razón en particular?

– Esta mañana Lester descubrió esto -se acercó al panel del sistema de alarma y señaló el cable suelto-. Sólo quiero revisar bien las instalaciones y asegurarme de que el sistema se averió solo, sin que nadie lo saboteara.

Travis examinó detenidamente el cable.

– ¿Crees que alguien lo cortó a propósito?

– No. Pero prefiero asegurarme, porque además Lester cree haber oído un ruido en la cuadra de los potros esta mañana -a continuación le explicó su conversación con el preparador.

Travis la escuchó atentamente mientras terminaba su café. El brillo de diversión casi había desaparecido de sus ojos.

– Te acompaño.

– ¿No tienes nada mejor que hacer?

– No.

Una sonrisa suavizó de repente sus rasgos. No era de extrañar que todo el mundo quisiera que se presentara a las elecciones a gobernador, pensó Savannah. Con su carisma, el triunfo estaba garantizado.

– Pues entonces vamos -le espetó bruscamente, irritada consigo misma por el traicionero rumbo de sus pensamientos.

– Aún sigues enfadada.

– Sólo preocupada -mintió. Bajó la escalera y enfiló a paso rápido por el sendero que llevaba a la cuadra de los sementales.

Antes de que hubiera podido dar cuatro pasos, Travis se puso a su altura y le rodeó los hombros con el brazo en un gesto posesivo.

– Alegra esa cara, Savannah.

– Mira quién habla.

– Al menos, yo no estoy enfadado.

La sonrisa de Travis le derretía el corazón. Le entraban ganas de acurrucarse contra su pecho. Él seguía sin soltarla.

– ¿Qué estás haciendo?

– Demostrarte mi afecto incondicional -respondió, inclinándose para besarle el cabello.

«Como si todo el dolor de estos nueve años nunca hubiera existido», pensó Savannah, apretando los dientes y acelerando aún más el paso.

– ¿Qué le ha pasado entonces al indignado y ofendido abogado que estuvo discutiendo conmigo anoche?

– Oh, sigue aquí. Pero ha disfrutado de una buena noche de sueño y de una taza de café en compañía de una mujer hermosa.

– ¡Eres capaz de susurrarle palabras cariñosas a un canario por la mañana y zampártelo de cena por la noche!

La risa de Travis reverberó en el aire de la mañana mientras la estrechaba contra su pecho.


Josh, encogido bajo la lluvia, se hallaba a la puerta de la cuadra de los sementales. Se disponía a dirigirse hacia la casa cuando se detuvo en seco al ver a Savannah con Travis.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó ella-. ¿Y dónde está tu abrigo? ¡Tienes que estar congelado!

La culpa se dibujaba en su rostro y Savannah experimentó una punzada de arrepentimiento. Evidentemente el chico seguía afectado por la discusión de la víspera durante la cena. Lo último que necesitaba en aquel instante era una reprimenda.

– Yo… yo sólo quería ver a Mystic antes de salir para el colegio.

– La próxima vez ponte el abrigo, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Te gusta mucho Mystic, ¿verdad? -adivinó Travis.

– ¡Es el mejor! -exclamó Josh con ojos brillantes.

– Bueno, el abuelo piensa lo mismo, y supongo que yo también -señaló Savannah-. Y ahora, dime, ¿ya has desayunado?

– No.

– Ya me lo parecía. Pues vete corriendo a casa y desayuna bien antes de que pierdas el autobús.

– No necesito desayunar… -se quejó el niño.

– Josh, si haces lo que te dice tu tía -intervino Travis-, cuando vuelvas del colegio cortaremos un árbol de Navidad.

El niño parecía incapaz de dar crédito a su buena suerte.

– ¿De verdad?

– De verdad -aseguró Travis, riendo.

– ¡Fantástico! -exclamó Josh con una sonrisa de oreja a oreja antes de echar a correr hacia la casa.

– No lo decepcionarás, ¿verdad? -preguntó Savannah.

– Me conoces lo suficiente para saber que nunca haría algo así -Travis dudó por un momento-. ¿O no?

– Es que no quiero ver sufrir a Josh. Está más que harto de que le hagan falsas promesas.

– Te doy mi palabra de boy scout -sonrió-. Luego saldré con el chico a buscar un abeto. Puedes acompañarnos, si quieres -rodeándole la cintura con los brazos, la besó en los labios.

Savannah quiso apartarse, pero fue incapaz de resistirse al mágico brillo de sus ojos.

– Sí que me gustaría. Y mucho.

– Bueno, y ahora… ¿por qué no me hablas de esa fascinación que siente Josh por Mystic? -soltándola, le abrió la puerta de las cuadras.

El olor a caballos y a heno llenaba el aire. Los sementales se agitaron levemente en sus cubículos, resoplando.

– Tal vez porque Wade no le deja tener un caballo; ni siquiera un perro. Hace años yo le compré un cachorro por su cumpleaños y Wade se lo regaló a alguien. Dijo que era un regalo completamente inapropiado para un niño de seis años sin sentido de la responsabilidad -Savannah frunció el ceño al recordarlo-. Por otro lado, y éste es un detalle importante, Josh estaba en la cuadra de los potrillos cuando nació Mystic. Lo vio nacer. Desde ese momento desarrolló un afecto muy especial por Mystic, para susto de Charmaine, por cierto.

Travis cerró la puerta y miró a su alrededor. Todo parecía en orden. Dos hileras de cubículos, cada uno con su cubo de agua limpia y su pesebre de grano y heno fresco, flanqueaban el pasillo central.

– ¿Por qué Charmaine le tiene miedo a Mystic?

– Porque es algo rebelde. Ya lo verás por ti mismo -llegó al final del pasillo, donde se hallaba el cubículo de Mystic.

El potro negro sacó la cabeza, nervioso. Sus poderosos músculos destacaban bajo su piel azabache.

– Ahora entiendo por qué a Josh le parece tan especial.

– Cuando Mystic corre en alguna carrera, Joshua me lee los periódicos del día siguiente en voz alta. Y cuando perdió ante Supreme Court en Belmont, lo sintió muchísimo -Savannah se sonrió mientras acariciaba la nariz del caballo-. Todavía sostiene que, si perdió, fue porque Supreme Court le cerró el paso a propósito.

– ¿Es verdad eso?

– Pues si quieres saber mi opinión, sí. Además, Mystic pudo haber ganado la carrera si el jockey lo hubiera montado mejor. En cualquier caso, Supreme Court ganó y Mystic no. Fin de la historia. El problema es que todo el mundo estaba esperando que ganara.

– Quizá esperaban demasiado. Ganar todas carreras que ha ganado con sólo dos años, y además el Gran Premio, no es poca hazaña. Sí, a veces la gente espera demasiado…

– ¿Estás hablando de Mystic o de ti mismo?

– Vaya -sonrió-. Nunca he podido mentirte.

– Sólo una vez.

Travis se pasó una mano por el pelo, sacudiendo la cabeza.

– Efectivamente. Y fue el mayor error de mi vida. Todavía lo estoy pagando.

A Savannah se le hizo un nudo en la garganta.

Si pudiera creer en sus palabras, aunque sólo fuera un poco…

– No podemos volver atrás.

Travis la obligó suavemente a que lo mirara. Alzó una mano para deslizaría bajo su trenza y acariciarle la nuca.

– Quizá sí podamos, Savannah -susurró con voz ronca, íntima-. Si lo intentamos.

El contacto de los dedos de Travis no podía ser más reconfortante. A ella le resultaba tan fácil recordar la desesperación con que lo había amado… Finalmente, encontró fuerzas para apartarse.

– Creo que será mejor que olvidemos lo que sucedió entre nosotros.

– Sinceramente, ¿lo crees posible?

– No lo sé.

– ¿Por qué continúas mintiéndote a ti misma, Savannah?

– ¿Yo? Tal vez porque es lo más fácil.

– Tienes miedo -la acusó mientras le tiraba suavemente de la trenza para obligarla a levantar la cabeza.

– De ti no -susurró-. De nosotros. Lo que sentimos el uno por el otro es absurdo.

– ¿Es que todo en la vida tiene que ser racional?

– Sí.

– Dime -él entrecerró los ojos, la mirada clavada en sus labios-. ¿Qué es lo que sientes cuando estás conmigo?

– Que debería alejarme de ti.

El contacto de sus dedos en la nuca le imposibilitaba pensar. La respiración se le había acelerado.

– Debería odiarte -musitó ella con los dientes apretados.

– Pero no me odias.

– ¡Me mentiste! ¡Me utilizaste! ¡Me abandonaste! Y ahora has vuelto.

Travis estaba jugueteando con el cuello de su abrigo, rozándole la piel. Cuando ella intentó apartarse, los dedos se cerraron en la solapa.

– ¡Debería odiarte por lo que me hiciste y por lo que ayer insinuaste acerca de mi padre!

– No te creo capaz de odiar a nadie.

– Entonces es que no me conoces bien.

– Claro que te conozco, Savannah -replicó, con el rostro a unos centímetros del suyo-. Te conozco mejor que tú misma.

Y la besó. Fue un beso largo, profundo, tan cargado de pasión que ahogó toda protesta, que acalló todas las dudas de Savannah. La dulce presión de los labios de Travis pareció borrar el dolor acumulado durante tantos años. La mano que antes había estado detenida en su nuca empezó a bucear bajo su abrigo, haciendo que se le acelerara el corazón.

Savannah se embebió del sabor de su lengua. Logró desabrocharle torpemente los botones de la cazadora, hasta tocar la camisa de franela que cubría su duro pecho. Un dulce y poderoso anhelo empezó a arder dentro de ella.

– Yo siempre te he amado -susurró Travis contra su pelo-. Que Dios me ayude, pero siempre te he amado. Incluso cuando estaba casado con Melinda.

– No…

La acalló de nuevo, besándola con toda la pasión atesorada durante años. Enterró los dedos en su pelo, obligándola a alzar la cabeza y exponiendo la deliciosa curva de su cuello.

– Estar cerca de ti me vuelve loco. ¿Tienes alguna idea de lo mucho que tuve que controlarme para no seguirte hasta tu dormitorio anoche?

– No…, esto no puede ser…

– ¡Savannah, escúchame! Por una vez en tu vida, por una sola vez, confía en mí.

– ¡Ya lo intenté hace nueve años!

– No volveré a hacerte daño -la sinceridad de la mirada de Travis penetraba hasta lo más profundo de su alma.

De repente la levantó en brazos y la llevó a un cubículo vacío, al final del pasillo. Extendió su abrigo sobre el lecho de heno fresco y la depositó suavemente. Con exquisita lentitud, le soltó la cinta de la melena. Los negros rizos cayeron como una cascada, libres.

Acto seguido consiguió desabrocharle el abrigo y deslizárselo por los hombros sin dejar de besarle la cara y el pelo.

– Travis, no…

Él la estrechó en sus brazos. Jadeaba y tenía el pulso tan acelerado como el suyo. Savannah se apretó contra él, únicamente consciente del dulce sabor de su lengua y de la calidez de sus manos mientras le bajaba el suéter para desnudarle un hombro…

La besaba febrilmente, y ella correspondía a su pasión. Sus senos henchidos se destacaban bajo la camiseta interior. Las oscuras puntas presionaban la fina tela, incitadoras. Él localizó un pezón con labios y se concentró en acariciarlo con la lengua. Savannah se retorcía bajo él, enterraba los dedos en su pelo, lo atraía hacia sí…

– Te he echado tanto de menos… -susurró él con voz ronca.

«Y yo», pensó Savannah. Travis le bajó un tirante de la camiseta, desnudando el firme seno, y lo devoró con la mirada antes de acariciarlo con los labios.

Savannah se estremeció visiblemente mientras él le desnudaba el otro pecho. Allí estaba, tendida medio desnuda sobre un lecho de heno, la melena revuelta, la mirada nublada por la pasión…

Vio que él se desabrochaba lentamente la camisa y alzó la mirada a su torso musculoso.

– Esta vez lo haré bien -prometió Travis, inclinándose sobre ella.

– Y esta vez yo no esperaré más de lo que tú quieras darme -susurró Savannah, temblando cuando sus labios volvieron a encontrarse.

Los duros músculos del pecho de Travis rozaron sus senos y el fino vello acarició sus pezones. Sintió unos dedos que recorrían la cintura de sus tejanos y se deslizaban bajo la tela en busca de sus nalgas…

Una especie de fuego líquido comenzó a extenderse por todo el cuerpo de Savannah mientras se dejaba besar y acariciar.

– Te amo, Savannah -murmuró contra su cuello. Como no ella no respondía, alzó la cabeza para mirarla a los ojos-. Te amo -repitió.

– Pero… pero yo no quiero enamorarme de ti -repuso ella con un nudo en la garganta-. Otra vez no…

– Tienes miedo de confiar en mí -no era una pregunta, sino la simple y desagradable constatación de un hecho. Apartándose de ella, se pasó una mano por el pelo y masculló una maldición.

Savannah quedó abandonada sobre el heno, desnuda y vulnerable.

– ¿No podemos dejar al amor fuera de esto? -suspiró.

Él la miró por encima del hombro, desdeñoso.

– ¿Es eso lo que quieres? ¿Sólo sexo? ¿Sin sentimientos?

Ruborizándose ligeramente, ella desvió la mirada y recuperó su suéter. Travis soltó una amarga carcajada.

– Ya me parecía a mí… Dios mío, mujer, ¿qué voy a hacer contigo?

Con dedos temblorosos, Savannah se bajó el suéter y cuadró los hombros, irguiéndose.

– Creo que ya es hora de que vayamos a ver a Vagabond. Si todavía estás interesado.

– No me lo perdería por nada del mundo.

Ella sintió una punzada de furia ante la insolencia de su mirada. Acababa de incorporarse cuando Travis le espetó:

– Sólo espero que algún día de éstos acabes entrando en razón… y te des cuenta de que todavía me amas.

– ¡Tú sueñas!

– ¿Ah, sí? -bajó la mirada a su cuello, en cuya base el pulso latía aceleradamente-. Lo dudo -esbozó una confiada sonrisa-. Avísame cuando cambies de idea.

– No lo haré.

– Entonces tendré que convencerte, ¿no te parece?

– Eres un insufrible y un arrogante, ¿lo sabías? -lo acusó, dirigiéndose decidida hacia la salida.

– Y tú tienes el trasero más bonito del mundo.

Ella se giró en redondo y lo miró, rabiosa.

– A eso exactamente me refería. ¿Qué clase de comentario infantil y machista es ése?

– Uno que ha conseguido llamar tu atención -la recorrió lentamente con la mirada-. Sólo espero que te des cuenta de una cosa: no pienso cometer el mismo error que cometí hace nueve años.

– ¡Ni yo tampoco! -exclamó ella, cerrando los puños mientras el corazón le latía con desenfreno-. Ni yo tampoco -repitió, y se marchó.

Vagabond ya estaba en la pista para cuando Savannah se reunió con Lester en la cerca. Se había puesto a llover y el preparador estaba estudiando las evoluciones y carreras del caballo con un cronómetro en la mano.

– Ha hecho una marca fantástica -la informó, alborozado-. Lleva la velocidad en la sangre. Es más rápido que Mystic.

– Yo creía que pensabas venderlo -se burló Savannah con las manos en los bolsillos del abrigo. Sabía que Travis acababa de llegar, pero se negaba a mirarlo o a darse por enterada de su presencia-. ¿O es que has cambiado de idea durante este último par de días?

– Lo que me preocupa es poder controlarlo.

– Un estímulo más para tu trabajo, ¿no? -observó Travis.

Lester soltó una carcajada. Ordenó al jockey que diera una vuelta más a medio galope.

– Basta por hoy. Llévalo dentro -le gritó al jinete antes de volverse hacia Travis-. Siempre me pregunté por qué no decidiste quedarte con nosotros, aquí en el rancho.

– Es curioso -repuso Travis mirando a Savannah-. Últimamente, yo me he estado preguntando lo mismo.

– Ya sabes que podríamos seguir utilizando tus servicios. Nunca sobra un hombre que sepa tratar y trabajar con caballos -se marchó hacia las cuadras, dejándolos solos.

Ella podía sentir la mirada de Travis clavada en su espalda.

– ¿Crees que debería aceptar su oferta y quedarme? -inquirió él.

El corazón de Savannah dio un vuelco.

– Creo que ése sería el peor error de tu vida -mintió. Inmediatamente se giró en redondo para alejarse de allí.


Aquel día, víspera de vacaciones, Joshua salió del colegio más temprano que de costumbre. A la una y media entró corriendo en la casa y dejó los libros sobre la mesa de la cocina.

– ¿Por qué tanta prisa? -quiso saber Savannah. Estaba sentada a la mesa, haciendo cuentas.

– ¿No te acuerdas? ¡Travis me prometió que saldríamos todos a cortar un árbol de Navidad!

– ¿Que te dijo qué? -preguntó Charmaine, entrando en aquel momento en la cocina.

– Que hoy saldríamos a cortar un árbol.

– Pero el abuelo compra todos los años uno en Sacramento… -Charmaine miraba a uno y a otra, sorprendida.

– Lo sé -dijo Savannah-. Pero es que Travis se lo ha prometido.

– ¿Cuándo?

– Esta mañana. Antes del desayuno, en la cuadra de los sementales.

– ¿Otra vez merodeando por allí? -se volvió hacia su hijo. Josh se quedó helado-. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no salgas a las cuadras si no es acompañado por papá o el abuelo? ¡Esos caballos son peligrosos!

Travis entró procedente del porche trasero y alcanzó a escuchar la última frase.

– Tranquila, Charmaine. Savannah y yo estábamos con él.

– Me da igual. Mystic casi mató a Lester el año pasado, ¿sabías eso? Y, en otra ocasión, coceó a uno de los mozos de cuadra. A punto estuvo de romperle una pierna.

– A mí no me coceará, mamá.

– Es un animal, Joshua, y no puedes confiar en él. No vuelvas a salir a las cuadras sin el abuelo, ¿entendido?

– Entendido -rezongó Josh, bajando la mirada.

– Eh, chico. Venga, vamos a buscar ese árbol -Travis intentó animarlo-. ¿Quieres venir? -le preguntó a Charmaine.

– Será mejor que no. Alguien tiene que quedarse con mamá. Además, tengo que hacer algunas cosas en el taller…

Minutos después subían los tres a la camioneta con Arquímedes, el gran perro ovejero del abuelo. Se internaron por la pista que atravesaba los pastos del sur, hacia las colinas. Empezó a caer nieve mezclada con agua en el parabrisas.

– Quizá nieve para Navidad -comentó Josh con tono entusiasmado, mirando por la ventanilla.

– Yo no contaría con ello -repuso Savannah.

– Aguafiestas -rió Travis-. Dime una cosa: ¿qué es esa tontería de que Mystic estuvo a punto de matar a Lester? No me lo creo.

– ¡Es que no es verdad! -exclamó el niño.

– Lester resbaló cuando estaba en el cubículo de Mystic y el caballo lo pisó. Fue un accidente. Nada del otro mundo -le explicó Savannah.

– ¿Seguro?

– Lo dice el propio Lester. La única que no está de acuerdo es Charmaine.

– Mamá está acobardada con Mystic, eso es todo. ¡Ahí hay uno! -gritó de repente Josh, señalando por enésima vez un pequeño abeto.

– No es lo suficientemente grande -decidió Travis, pero aun así aparcó la camioneta en la cuneta de la pista, cerca de un pequeño claro.

Mientras sacaba el hacha del maletero del vehículo, Josh y Savannah, acompañados de Arquímedes, se internaron en el bosque. La nieve había cuajado en aquella zona y se acumulaba en las ramas de arces y robles, cubriendo el suelo de un fino manto blanco.

Josh se adelantó con Arquímedes. Travis no tardó en alcanzar a Savannah. Le pasó un brazo por los hombros.

– Así es precisamente como debería ser todo. Tú, yo, un niño o dos, un perro y la Navidad.

Savannah se sonrió y sacudió la cabeza.

– Como debería haber sido, querrás decir.

– Todavía podría ser, Savannah.

El corazón de ésta estuvo a punto de dejar de latir.

– Es usted muy persuasivo, señor abogado… -replicó, negándose a discutir con él en aquel momento. La nieve continuaba cayendo, acumulándose en las ramas de los árboles. Las montañas parecían desaparecer bajo las nubes.

– ¿Aparte de un insufrible y un arrogante?

– Desde luego. Eso ha quedado bastante claro -volvió a sonreír.

– ¡Aquí! -gritó de repente Josh. Estaba bailando de alegría alrededor de un abeto-. ¡Es perfecto!

Mientras Travis podaba las ramas bajas y lo talaba, Josh anduvo correteando por el bosque y lanzando bolas de nieve al desprevenido Arquímedes.

Aprovechándose de que el niño estaba de espaldas, Savannah le lanzó una bola. Josh se giró en redondo y su contraataque fue tan furioso que la obligó a refugiarse detrás de un árbol.

Cuando se atrevió a asomar la cabeza detrás del tronco del enorme arce, dos bolas le pasaron rozando la nariz. Travis se había incorporado al juego y estaba haciendo acopio de munición.

– ¡No es justo! -gritó ella-. Dos contra uno.

– Tú tienes a Arquímedes -se burló Josh.

– Los aliados de cuatro patas no cuentan -una bola de nieve hizo impacto en su espalda y se volvió para descubrir a Travis, que se había escabullido hasta el arce-. ¡Basta ya! ¡Me rindo!

– ¿De veras? -murmuró Travis, sonriente, antes de abrazarla y besarla con pasión.

Pero Josh retomó su ataque y Travis tuvo que soltarla. Rompiendo su anterior alianza, lo acribilló a bolazos hasta que el crío alzó las manos, riéndose.

– ¡Me rindo yo también!

– De acuerdo, entonces quedamos empatados. Hay que llevar el árbol a la camioneta. Tenemos que estar de regreso en el rancho antes de que se nos eche encima la tormenta.

Josh sonreía de oreja a oreja mientras Travis y Savannah cargaban el abeto. La pista estaba muy resbaladiza y la camioneta dio muchos tumbos. Savannah intentaba mantenerse alejada, pero el traqueteo la empujaba hacia Travis. El calor de su muslo contra el de ella resultaba irresistible. Le parecía natural que sus dedos le rozaran la rodilla cada vez que cambiaba de marcha.

Con una estremecedora sensación, descubrió que, a pesar de sus vehementes promesas, estaba volviendo a enamorarse. Otra vez.

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