Tres

Wade no llamó aquella noche y Savannah no sabía si alegrarse o preocuparse. Al día siguiente intentó evitar a Travis para no tener otro enfrentamiento con él. No le resultó muy difícil. Él se pasó el día encerrado en el despacho, hablando por teléfono, o en el apartamento, que Charmaine había desocupado parcialmente. Ella, por su parte, fue a comprar comida y estuvo luego con Lester y los caballos. Por la tarde subió a su habitación para ducharse antes de la cena. Se puso un suéter rojo y unos pantalones negros. Mientras se cepillaba el pelo, intentó convencerse de que no se estaba arreglando para Travis…

Por fin entró en el comedor y se sorprendió al ver a su madre sentada a la mesa. Instalada a la cabecera, vestida con una túnica de color rosa, Virginia ofrecía un aspecto excelente. Travis se hallaba a su derecha, al lado de Charmaine. Siguió con la mirada a Savannah mientras ésta atravesaba el comedor y se sentaba en la silla vacía, justo frente a él.

Llevaba una camisa de cuello abierto y parecía estar charlando relajadamente con Virginia. «Como un hijo pródigo de vuelta a casa», pensó Savannah.

– Qué bien que hayas bajado, mamá -comentó a Virginia con tono alegre mientras Travis le servía una copa de vino.

– No todos los días tenemos a Travis sentado con nosotros -explicó su madre sonriendo-. Ojalá nos hubiera avisado antes. Ayer habríamos podido prepararle una bienvenida como es debido.

Savannah se dijo que por una bienvenida «como es debido» Virginia entendía la mejor cubertería, mantel y servilletas de hilo, candelabros con velas y la cristalería de la familia. Una mesa, en suma, igual que la que estaba dispuesta en aquel momento.

– No era necesario… -protestó discretamente Travis.

– Claro que sí -rió Virginia-. ¡Hacía casi dos años que no pisabas esta casa!

Charlaron de temas insustanciales. Savannah estuvo bastante entretenida, aunque en todo momento podía sentir la mirada de Travis fija en ella. Recostado en su silla, la observaba con una expresión entre cínica y divertida.

Joshua se hallaba sentado al lado de Savannah y parecía preocupado. Tenía el ceño fruncido y apenas había probado la comida. Todos los intentos por incluirlo en la conversación fueron acogidos con monosílabos.

A pesar de la esplendorosa decoración y de la suculenta cena, Savannah podía sentir la tensión latente. «Como la calma que precede a la tormenta», pensó incómoda mientras rehuía la intensa mirada de Travis.

– Wade llamó esta tarde -anunció Charmaine mientras dejaba el tenedor sobre su plato, acabado el postre.

– ¿Qué? -Travis se volvió para mirarla furioso-. ¿Por qué no me avisaste?

– Estabas en las cuadras con Lester. No quería molestarte -alzó la barbilla-. Mamá estaba descansando y Savannah en Sacramento, haciendo compras. Así que le dije que estabas aquí, esperando a hablar con él.

– Quizá debería telefonearlo yo -frunció el ceño, impaciente.

– No. Me dijo que vendrá mañana. El avión llegará a las seis, de modo que Reginald y él estarán aquí como muy tarde a las siete y media -colocó cuidadosamente la servilleta sobre la mesa y empujó su silla hacia atrás, aunque no se levantó-. Si te sirve de consuelo, tiene tantas ganas de hablar contigo como tú.

– No me extraña -se burló Travis.

Charmaine dejó pasar el comentario y se volvió hacia su hijo. Seguía muy tensa, pero se esforzaba por mantener la calma.

– Lo que quiere decir que papá estará aquí a tiempo de pasar las vacaciones con nosotros, ¿no es estupendo?

El niño estaba jugueteando con los restos del postre de manzana. Miró rápidamente a su madre y se encogió de hombros.

– ¿Joshua?

– Yo no quiero que vuelva a casa -rezongó, mirando de reojo a Savannah antes de concentrarse nuevamente en su plato.

Charmaine, obviamente avergonzada, se aclaró la garganta.

– Joshua, entiendo que no estás hablando en serio y que…

– Claro que estoy hablando en serio, mamá -se le habían llenado los ojos de lágrimas-. Papá me odia.

– Pero cariño… -susurró Virginia, emocionada.

– Sabes que eso no es verdad, Josh -lo reprendió su madre.

– Es verdad. Y al fin lo he descubierto -le espetó el niño-. Hoy algunos niños del colegio estaban diciendo cosas…

– ¿Cosas? ¿Sobre qué? -inquirió Charmaine, cada vez más tensa.

– ¡Sé que la única razón por la que te casaste con papá fue por mí!

– Yo me casé con tu padre porque lo quería.

– ¡No, tuviste que casarte con él a la fuerza! -estalló, levantándose prácticamente de la silla-. Eso es lo que decían los niños del colegio.

– Josh -intervino Savannah, pero su hermana la interrumpió con un gesto.

– Tranquila, Savannah. Éste es mi problema -y, volviéndose hacia su hijo, declaró con tono firme-. Nadie «tenía» que casarse con nadie.

– ¿Te habrías casado con él si no te hubieras quedado embarazada de mí? -parpadeó varias veces para contener las lágrimas.

Virginia, muy pálida, levantó su copa de agua con dedos temblorosos.

– Por supuesto -susurró Charmaine.

– ¡No! -chilló Josh, que tenía el rostro congestionado.

– Joshua, creo que deberías subir a tu habitación. Allí podremos hablar tranquilamente de todo esto.

Le temblaba ya la voz. Savannah fue a tocar a su sobrino en el hombro, y el gesto de rechazo del niño le partió el corazón.

– Josh…

– No quiero hablar -replicó furioso, cerrando los puños-. Es verdad… ¡Todo eso que decían es verdad y yo no quiero que papá vuelva a casa! ¡Ojalá… ojalá no tuviera padre!

Travis miraba sucesivamente a Savannah y al niño, tensa la mandíbula, con una expresión mezcla de piedad y comprensión.

– No puedes estar hablando en serio… -insistió Charmaine.

– ¡Claro que sí! ¡Estoy hablando en serio! -Josh derribó la silla y salió corriendo del comedor.

– Ay, no… -murmuró Charmaine.

– Lo siento -musitó Savannah, sintiéndose terriblemente impotente. Sabía que no había forma alguna de consolar a su hermana mayor.

– No te preocupes -Charmaine forzó un tono ligero-. Tenía que ocurrir tarde o temprano. Wade y Josh nunca se han llevado bien. Antes o después Josh tenía que descubrir que su padre no lo quiere, que le guarda… rencor. Yo… yo no quería reconocerlo, supongo.

– Yo iré con él -se ofreció Savannah, conteniendo también las lágrimas.

– No. Ya te he dicho que éste es mi problema, un error que cometí hace diez años y que debo resolver yo -decidida, se levantó de la silla y abandonó el comedor-. ¡Joshua! -llamó a su hijo-. ¡Joshua, no te encierres en tu habitación!

Savannah cerró los ojos por un instante.

Cuando volvió a abrirlos, Travis seguía mirándola fijamente. Apretaba la mandíbula y su mirada era fría como el hielo.

– Supongo que todo esto era de esperar, como ha dicho Charmaine -comentó Virginia, lanzando disgustada su servilleta sobre la mesa-. Sólo esperaba no llegar a verlo yo -se levantó temblorosa de la silla y Travis se dispuso a ayudarla-. No, no, estoy bien. Puedo subir sola a mi habitación, gracias.

– ¿Estás segura? -preguntó Savannah.

– Llevo treinta años subiendo esas escaleras -sonrió, triste-. No hay razón para que no pueda hacerlo ahora.

Irguiéndose con gesto orgulloso, abandonó la habitación y empezó a subir lentamente las escaleras.

– Cuando le ponga las manos encima a Wade Benson… -masculló Travis, colérico, una vez que se quedaron a solas-. Espero que tenga el buen sentido de quedarse en Florida o donde diablos quiera que esté.

Dejó su copa a medio beber en la mesa y se levantó para marcharse. Un par de segundos después, Savannah escuchó el portazo que dio al salir. Todavía preocupada por Joshua, ayudó a Sadie a recoger la mesa y se puso a limpiar la cocina para no pensar ni en el niño ni en Travis.

Al poco rato se dirigió a las cuadras con la secreta intención de buscarlo. No lo encontró allí. Revisó los caballos y rellenó luego algunos informes en la oficina. Travis no aparecía por ninguna parte. Decepcionada, decidió regresar a la casa.

– Eres una estúpida -murmuró, frunciendo el ceño-. Lo que tienes que hacer es mantenerte lo más alejada posible de él.

Una vez en la cocina, abrió la nevera y se sirvió un vaso de leche. Se lo bebió lentamente mientras contemplaba por la ventana el potrero y las cuadras a oscuras. No podía dejar de pensar en Travis. Ni de preguntarse dónde estaría en aquel momento y por qué había vuelto al rancho…

Tras dejar el vaso en el fregadero, se pasó una mano por los ojos y se dirigió al despacho para revisar la correspondencia. El despacho estaba en penumbra, iluminado únicamente por las mortecinas brasas. Nada más entrar descubrió a Travis recostado en la alfombra, con un vaso en la mano, de espaldas a la chimenea.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.

– Esperándote.

– Muy bien -susurró-. Pues ya me tienes aquí -apoyándose en el escritorio, fue a encender la lámpara.

– No. Déjala apagada. La habitación parece más sosegada así…, menos hostil.

Savannah soltó una amarga carcajada.

– Bueno, eres un experto en eso. Fuiste tú quien escribió el manual de la hostilidad.

– De la hostilidad hacia ti no, desde luego -bebió un sorbo de whisky-. ¿Por qué te entrometiste en la discusión de Josh con su madre? -inquirió de pronto.

– Yo no me entrometí.

Una sesgada sonrisa asomó a sus labios.

– Llámalo como quieras, pero es la segunda vez que lo haces.

Savannah se encogió de hombros y frunció el ceño.

– Yo no creo estar entrometiéndome en nada. A veces tengo la sensación de que nadie le hace el caso suficiente a ese niño. Todo el mundo le reprocha sus fallos, pero nadie lo estimula.

– ¿Excepto tú?

– Y su abuelo. Pese a lo que puedas pensar de él, Reginald siempre ha sido un abuelo modelo. Como fue un padrastro modelo para ti. En caso de que lo hayas olvidado.

Travis tensó la mandíbula.

– ¿Qué me dices de Charmaine? ¿Cómo se lleva ella con su hijo?

– Josh es un niño un poco difícil y Charmaine tiene que criarlo y educarlo sola. Evidentemente, Wade no le dedica mucho tiempo.

– Evidentemente -repuso él con tono seco.

– En cuanto a Charmaine… Lo intenta, pero a veces tiene graves problemas para comprender a Josh. Ya sabes, espera que sea perfecto y no lo ve como lo que es en realidad: un niño.

– Y es ahí donde tú metes baza.

– Sólo cuando creo que Josh necesita un estímulo suplementario. No es fácil ser el único niño en una casa llena de adultos -cruzó los brazos sobre el pecho.

– Lo quieres mucho.

– ¿Y quién no? -preguntó a su vez, sonriéndose.

– ¿Quizá Wade?

– Ignoro si Wade es capaz de querer a alguien, ni siquiera a sí mismo -rezongó, repentinamente furiosa-. Y Josh tiene razón en una cosa: Wade nunca se habría convertido en padre voluntariamente -no deseaba seguir por ese camino y prefirió cambiar de tema-. ¿Sabes que Josh sueña con montar a Mystic?

– ¿Y con qué sueñas tú?

– Yo no sueño -replicó, incómoda.

– ¿No sueñas, Savvy? -preguntó, utilizando el diminutivo por que la había llamado desde que llegó por primera vez al rancho, cuando ella apenas contaba nueve años.

– Ya no.

– Entiendo -bajó la mirada a su vaso-. Por lo que sucedió entre nosotros.

– En parte sí -admitió ella, y volvió a sentir en el pecho aquella antigua amargura.

Travis bebió un largo trago de whisky antes de alzar nuevamente la mirada hacia ella.

– Dime una cosa. Si tan encariñada estás con Josh y te gustan tanto los niños… ¿por qué no has tenido ninguno?

– Muy sencillo. Falta de padre.

– ¿Ves? Eso es algo que no deja de sorprenderme.

– Yo creía que ya te lo había explicado. David y yo…

– Pero hay otros hombres -la interrumpió-. Ha tenido que haber otros. Fuiste a la universidad en Berkeley, trabajaste en San Francisco. No esperarás que me crea que has llevado una vida de monja…

Savannah se turbó visiblemente, tan cerca había estado Travis de adivinar la verdad…

– No, claro. Pero supongo que nunca encontré al hombre… adecuado.

– Eso, probablemente, también fue culpa mía.

– ¿Tan importante te crees?

Él hizo caso omiso del comentario, cruzó los tobillos y apuró su copa.

– Yo creo que habrías sido una madre maravillosa.

– Supongo que debería tomarme eso como un cumplido.

– No era otra mi intención.

Savannah sintió un incómodo nudo de emoción en la garganta.

– ¿Por qué no me dices lo que has venido a hacer aquí? ¿Por qué Henderson, tu socio, está tan preocupado?

– Te lo diré cuando…

– Ya lo sé. Cuando vuelvan Wade y papá. Mañana. En cierto sentido, es una suerte.

– ¿Por qué? ¿Tan pronto te has cansado de mí?

– No. Pero tampoco puedes quedarte eternamente. Al paso que vas, en dos días habrás acabado con nuestra reserva de whisky. Dime de una vez a lo que has venido, Travis -insistió-. Ya sé que estás pensando en separarte de Henderson y disolver la empresa, y sé también que probablemente has renunciado a tus planes de convertirte en gobernador, pese a los rumores que corren por ahí.

– Henderson habla demasiado -él recorrió lentamente el cuerpo de Savannah con la mirada, deteniéndose en sus senos-. Y tú eres demasiado curiosa para tu propio bien. Siempre lo has sido.

– ¿Por qué has vuelto? -insistió Savannah una vez más, con un nudo en la garganta.

– No quiero hablar de ello.

– ¿Por qué no?

Travis hizo una mueca y se concentró en su copa vacía.

– Porque primero quiero hablar con Reginald. Algo no va bien.

– ¿Qué?

Él se pellizcó el puente de la nariz y cerró los ojos.

– Pues todo. El bufete, la campaña… Hay varias cosas que no encajan y… -se interrumpió de pronto-. Confía en mí, ¿quieres? Todo se arreglará una vez que haya hablado con tu padre.

– ¿Qué tiene que ver Wade con todo esto?

– Sospecho que está implicado.

– ¿En qué?

– Todavía no lo sé -admitió, disgustado-. Y, francamente, tampoco estoy muy seguro de querer saberlo.

– Tienes miedo.

Travis sonrió con expresión triste, moviendo la cabeza.

– Algo te reconcome por dentro -insistió ella.

– No me gusta ser un peón en una partida de ajedrez que no controlo, eso es todo -se levantó y se puso a pasear por la habitación-. ¿Te has preguntando alguna vez por qué tu padre tiene tanto interés en que me presente a las elecciones?

– La verdad es que no.

– Bueno, pues tiene un «gran» interés, Savannah. Está presionando mucho. Y la única razón que se me ocurre es que busque algún beneficio personal.

– Realmente te has convertido en un cínico, ¿lo sabías? -le espetó, indignada.

– Piensa en ello. ¿Por qué, si no, le importaría tanto? Sospecho que espera algo de mí.

– ¿El qué?

– No lo sé… -alzó una mano y volvió a dejarla caer, impotente-. Quizá tú puedas decírmelo:

– Mira, yo no tengo ni la menor idea de de qué estás hablando.

– ¿De veras? -la miró con expresión desconfiada-. Tú podrías estar conchabada con ellos.

– ¡Estás loco! -exclamó, furiosa.

Travis soltó una carcajada. Apoyado en la repisa de la chimenea, se pasó una mano por el pelo.

– Ojalá lo estuviera.

– No puedes volver aquí, con el hombre que te educó como a un hijo, y empezar a acusarlo de Dios sabe qué estupideces. ¡Tú, precisamente!

– Todavía no he acusado a nadie de nada.

– ¡Todavía! Pero lo harás.

– De acuerdo, usemos la lógica. Un gobernador tiene mucho poder, en eso estarás de acuerdo conmigo. Por ejemplo: es la máxima autoridad del Consejo de Carreras de Caballos de California. Elige a sus miembros y los destituye si consigue demostrar su negligencia o ineptitud para el cargo. Por no hablar de su influencia en cualquier tema relacionado con propiedades, contratas, etcétera. El gobernador acumula mucho poder. El tipo de poder del que cualquiera podría sentirse tentado de abusar.

– ¿Te refieres a mi padre?

– Tal vez. Wade y Willis Henderson no estarían muy lejos de él.

Savannah abrió mucho los ojos. Travis creía realmente lo que le estaba diciendo.

– Ten cuidado, Travis. Estás hablando de mi padre. Un hombre que siempre ha hecho lo mejor para ti.

– Quizá no siempre.

– Eso es una simple especulación…

– No lo creo. Cuatro de los miembros del Consejo serán sustituidos durante la próxima legislatura del gobernador. Cuatro. Cuatro de siete.

– ¿Y crees que eso le importa a mi padre? -Savannah estaba hirviendo de furia.

– ¡Claro que le importa! ¡A cualquiera que posea un solo caballo de carreras en California le importa! -se plantó ante ella-. Reginald podría querer entrar en esa junta o intentar convencerme de que eligiera a la gente más adecuada, amigos suyos sobre los que pudiera influir.

– Pero ¿por qué?

– Por una cuestión de poder, Savannah.

– Esto es una locura…

– Poder y dinero. Los dos principales móviles de la humanidad.

– No te olvides de la venganza -le recordó.

– Oh, por supuesto que no la he olvidado -una amarga sonrisa asomó a sus labios-. La otra noche estuve visitando a mi socio, Henderson.

– ¿La noche que le dijiste que querías disolver la sociedad?

– Exacto. La misma en la que él se reunió con Wade.

– No entiendo…

– Parece que Wade y Willis andan trabajando juntos en ciertos temas.

– ¿Como cuáles?

Tras reflexionar por un momento, Travis decidió contárselo.

– Como por ejemplo que Wade Benson ha estado llevando los libros de contabilidad del bufete… sin mi conocimiento.

Savannah no pudo disimular su sorpresa. Por lo que sabía, Wade solamente llevaba los libros del rancho.

– Pero ¿qué tiene eso que ver con nada?

– En sí mismo, no mucho. Pero el hecho de que Henderson admitiera que Wade y él habían estado recabando donaciones para mi campaña -sacudió la cabeza-, resulta bastante significativo. Y además Henderson me dijo que tu padre lo sabía. Que estaba implicado.

– Pero si tú todavía no has anunciado tu candidatura…

– Ni pienso hacerlo -apuró su copa-. Espero que ahora entiendas mi situación.

– Si todo lo que estás diciendo es cierto…

– ¿Por qué habría de mentirte? -replicó Travis con la mirada clavada en el fuego.

– No lo sé. En realidad, ya no te conozco.

– Claro que me conoces -repuso con ternura. La misma ternura que había exhibido años atrás, antes de que la amargura y el dolor se instalaran en su mirada.

– Has cambiado.

– No para mejor, supongo.

– ¿Qué es lo que te amargó tanto?, ¿la muerte de Melinda?

– Ojalá todo fuera tan sencillo -musitó-. A ella no le habría gustado nada esto, ya lo sabes. Esperaba que me metiera en política, deseaba respaldar mis ambiciones. Ella… y Reginald -frunció el ceño, mirando el vaso vacío-. Hasta que surgió el caso Eldridge -añadió, triste.

– Pero yo creía que lo habías ganado -Savannah conocía los detalles por los medios informativos. Travis había conseguido llevar a un poderoso grupo farmacéutico ante los tribunales, en defensa de los intereses de la familia de Eric Eldridge, fallecido por culpa de un medicamento contaminado.

– Y gané.

– ¿Qué es lo que te hizo cambiar de opinión sobre lo de entrar en política?

– Todo -murmuró disgustado mientras se servía otra copa de whisky-. Nuestro bufete ganó mucho dinero. Los Eldridge recibieron una indemnización millonada. Nos enviaron una caja del mejor champán para brindar por su éxito. Se compraron dos coches nuevos y un yate.

– Lo que hicieran con el dinero no importa.

– Pero eso no les devolvió a su hijo, ¿verdad? -sacudió la cabeza-. Grace Eldridge lloró inconsolablemente la muerte de su hijo. Pero un mes después de dictada sentencia, apareció en el bufete con un abrigo de pieles y un bronceado caribeño preguntándome si existía alguna posibilidad de que presentáramos otro pleito contra la compañía farmacéutica. Aquello me dejó muy mal sabor de boca. A esto es a lo que me refería al decirte que lo único importante eran el poder y el dinero.

– Y la venganza -volvió a recordarle Savannah.

Travis se plantó de nuevo frente a ella. Parecía taladrarla con sus ojos brillantes.

– Exacto. La venganza.

Cuando ella vio que iba a tomarla por los hombros, no se movió. El calor de sus manos penetró en su piel a través de la lana del suéter. Estaba temblando por dentro, tanto por el contacto con Travis como por las sospechas de éste sobre su padre.

– Así que eso es lo que has venido a averiguar -susurró-. El grado de implicación de mi padre en tu inexistente campaña para gobernador.

– En parte, sí -admitió él con voz ronca.

– ¿Y qué más? -el corazón le latía a toda velocidad.

– Sólo eso -inclinando la cabeza, rozó apenas sus labios con los de ella.

– No, no quiero… -musitó Savannah-. Otra vez no… -liberándose bruscamente, retrocedió un paso-. Dime… dime lo que crees que puede estar tramando mi padre -le espetó, negándose a pensar en la pasión que latía detrás del beso de Travis o en su propia e inmediata reacción.

– No estoy seguro. Necesito tu ayuda para averiguarlo.

– No, Travis. Supongo que no esperarás que vaya contra mi propio padre…

– Yo no te he pedido eso.

Estaba tan cerca que ella apenas podía pensar en nada que no fuera la atracción que el cuerpo de Travis ejercía sobre el suyo.

– Pero tú lo que quieres es…

– Descubrir la verdad. Nada más.

– ¡Pues entonces habla con papá! -replicó, desesperada.

– Lo haré. Cuando vuelva. Pero hasta entonces, puede que necesite tu colaboración.

– ¡Yo no puedo ayudarte, Travis!

– Si lo que voy a decirte sirve para que te sientas mejor, espero sinceramente que todo esto no sea más que un enorme malentendido. Me gustaría pensar que las motivaciones de Reginald son tan puras como tú pareces pensar.

– Pero no lo crees así.

– Soy demasiado realista.

– Malpensado, querrás decir.

– Demuéstrame entonces que me equivoco -la desafió.

– No lo sé, yo…

– ¡Que me demuestres que estoy equivocado, maldita sea! -estalló-. Fuiste tú la que me tiró de la lengua. Yo no quería decirte nada, pero tú has insistido.

– Pero tú me estás pidiendo que te demuestre que mi padre, un respetable empresario y criador de purasangres, está… ¿qué? ¿Intentando conseguir que te elijan gobernador para poder defraudar al fisco o enriquecerse de manera ilegítima? ¿Es eso lo que estás sugiriendo?

– Quizá puedas defender tu opinión de alguna manera, ¿no?

– ¡Por supuesto que puedo! En el caso de que papá quisiera servirse de tu influencia como gobernador, eso sólo le serviría aquí, en California… ¿Qué sentido tendría entonces el traslado de los caballos a Florida? Trasladarlos allí no tendría ningún sentido… ¡no cuando aquí, en suelo californiano, podría manipular a esa junta de carreras de caballos según su capricho!

– Déjate de sarcasmos.

– ¡Es que estás diciendo tonterías! -gritó, furiosa consigo misma por haberle hecho caso. Aquella conversación no tenía ningún sentido.

– Demuéstramelo -insistió él.

– Lo haré -replicó Savannah, echando chispas por los ojos.

– Muy bien -apoyándose en la repisa de la chimenea, Travis esbozó una irónica sonrisa. Ya se había cansado. Iba a decírselo-. Tu padre te lo cuenta todo, ¿verdad? Pero supongo que nunca te dijo quién estaba aquella noche en el estanque, hace nueve años -extendió una mano para alzarle la barbilla con un dedo.

Savannah se apartó bruscamente.

– ¿Qué? ¿Papá lo sabía?

– Por supuesto que sí.

– ¡No me lo creo! Me habría dicho algo al respecto…

– ¿Por qué habría de hacerlo?

– Pero… ¿cómo pudo enterarse?

– Porque Melinda se lo dijo.

– ¿Y cómo lo sabía Melinda? ¿Se lo dijiste tú? -inquirió. Apenas se atrevía a respirar mientras evocaba aquella lejana noche.

– Ella nos vio.

– Dios mío… -el recuerdo se volvió claro como un cristal. El sonido de una ramita al romperse, Travis saliendo a investigar… ¡Melinda era la intrusa del estanque! Avergonzada y humillada, se dirigió hacia la puerta, pero él la agarró delicadamente de un brazo-. No, no quiero escuchar nada -susurró Savannah-. Todo eso ya es pasado y…

– ¿De veras? -en la penumbra de la habitación, la mirada de Travis parecía traspasarle el alma-. Yo nunca he dejado de desearte -admitió con una sonrisa cínica.

– No hay razón para mentir.

– Maldita sea, Savannah -la sacudió levemente. Una cruda emoción tensaba sus rasgos-. No te estoy mintiendo. Me pesa y me cuesta admitirlo, pero ni un solo día he dejado de pensar de ti. Nunca debí haberme separado de ti.

– Pero entonces ¿por qué no volviste? -susurró con el corazón acelerado.

– ¡Porque estaba casado! ¡Y porque tú eras la hija de Reginald!

Savannah no quería escuchar más excusas, ni pensar en las mentiras de esos nueve largos años.

– Mira, no tiene ningún sentido que hablemos de esto -murmuró. Intentó liberarse, pero Travis se lo impidió.

– Yo no quería -confesó con voz ronca-. De hecho, intenté mentirme a mí mismo, convencerme de que no significabas nada para mí, pero no funcionó. Durante todo el tiempo en que estuve casado con Melinda… jamás pude olvidarte. Aquella noche en el estanque me quemaba el corazón y el alma como ningún otro recuerdo… -suspiró profundamente-. Por las noches… por las noches me quedaba despierto recordándote y no podía dejar de desearte, maldita sea. Melinda estaba a mi lado, en la cama… ¡y yo sólo podía pensaren ti!

– ¿Qué sentido tiene todo esto? -inquirió Savannah con un nudo en la garganta y los ojos llenos de lágrimas. Aquellas palabras de amor que tanto había ansiado oír se le antojaban en aquel momento absurdas, fuera de lugar.

– Sólo uno: que me he acostumbrado a vivir una mentira. Pero una mentira que ya no tengo por qué seguir soportando.

– ¿Por qué? ¿Porque Melinda ha muerto?

– Sí.

Savannah cerró los ojos para contener las lágrimas y alzó la barbilla.

– No me gusta ser segundo plato de nadie, Travis. Nunca me ha gustado.

– ¿Ni siquiera quieres saber por qué me casé con ella?

– ¡No! Eso no importa. Ya no… -se le quebró la voz con aquella mentira.

Él la atrajo hacia sí. Savannah podía sentir la furia reverberando en su cuerpo, oler su aliento a whisky, ver la rabia que fulguraba en sus ojos.

– Claro que importa. ¿Es que no te das cuenta? He venido aquí a acabar con todas las mentiras del pasado…, todas y cada una. Incluyendo la mentira de haberme casado con la mujer que no debía. Yo te amaba a ti, Savannah, y por ello me condené. Porque tú eras la hija del hombre que me crió y me educó… y hasta aquel momento yo siempre había pensado en ti como en una hermana pequeña.

En el denso silencio que siguió a sus palabras, Savannah lo miró fijamente a los ojos y vio la abrasadora pasión que ardía en ellos. El corazón se le aceleró al pensar que, nueve años atrás, Travis la había amado realmente. Y que en aquel momento, nueve años después, seguía deseándola.

– Y tú también me amabas -añadió él finalmente.

Savannah sentía que las lágrimas le quemaban los ojos, pero se negaba a derramarlas.

– El hombre al que amaba jamás me habría abandonado -pronunció con voz temblorosa-. Jamás se habría marchado sin despedirse siquiera.

– Reconozco que cometí muchos errores. Dios sabe que no soy ningún santo y que debí haber intentado verte antes de aceptar casarme con Melinda. Pero todo el mundo, incluido tu padre, juzgó que lo mejor era que me marchara sin más.

Savannah se estremeció visiblemente.

– ¿Cómo se enteró papá de lo nuestro?

– Melinda fue a Reginald con la historia de que se había quedado embarazada. O eso, o urdieron la mentira juntos.

– No entiendo… -sintió que le flaqueaban las rodillas, pero Travis la sujetó a tiempo.

– Le dijo a Reginald que la única razón por la que nosotros habíamos discutido antes, aquella misma noche, fue porque estaba asustada. Porque tenía miedo de que yo la abandonara a ella y al niño. Y que después se lo pensó mejor y fue a buscarme al estanque.

– ¿Cómo sabía que estabas en el estanque?

– Pura casualidad. Mi coche estaba en el garaje, y no me encontró ni en el apartamento ni en la oficina. Melinda sabía que siempre que quería estar solo iba al estanque, así que…

– Nos descubrió -susurró ella con un brillo en sus ojos azules, mezcla de humillación y de furia.

– Sí.

– De modo que te casaste con ella porque estaba embarazada…

– No. Porque ella «me dijo» que estaba embarazada.

– ¿Y el niño?

– Probablemente nunca existió.

– ¿Qué?

Una amarga sonrisa asomó a los labios de Travis.

– Melinda me aseguró que se había quedado embarazada. Yo no lo puse en duda, lo cual probablemente fue un error -bajó la mirada hasta los senos de Savannah, que destacaban bajo el suéter, antes de mirarla de nuevo a los ojos-. Evidentemente no el primero.

Una vez más ella intentó apartarse, pero él se lo impidió.

– Tres semanas después de la boda, Melinda me dijo que había tenido un aborto. No dudé de ella hasta mucho después, cuando le sugerí que tuviéramos un hijo para salvar nuestro matrimonio -leyó la protesta en los ojos de Savannah-. Sí, ya sé que es una pobre excusa para tener un hijo, pero yo estaba desesperado. Quería arreglar las cosas entre nosotros como fuera, porque durante todo el tiempo que estuvimos casados, ella siempre supo que yo no te había olvidado. ¿Tienes idea de lo mucho que debió sufrir?

– O de lo mucho que ella te hizo sufrir a ti.

– Era mi esposa, tanto si la amaba como si no. En cualquier caso, para entonces Melinda ya no tenía intenciones de tener un bebé y dudo que las hubiera tenido alguna vez. Creo que Melinda me mintió, Savannah, para forzar nuestro matrimonio -su mirada se oscureció-. Y en eso contó con la complicidad de tu padre.

– Pero eso no tiene sentido… -a Savannah le costaba trabajo digerir aquellas palabras.

– Claro que lo tiene. Sobre todo si él creía que Melinda estaba embarazada.

– ¿Por qué no fuiste a buscarme para explicármelo todo?

– ¿Cómo te habrías sentido si lo hubiese hecho?

Ella se ruborizó visiblemente.

– Bueno, quizá un poco menos… utilizada.

Travis cerró los ojos y apoyó la frente en la suya.

– Yo nunca pretendí utilizarte. Ni que te sintieras utilizada.

– Pero ¿de qué otra manera podía sentirme? -su orgullo herido pareció resucitar-. ¿Crees que pasar una sola noche contigo era lo único que quería?

– ¡Claro que no! Pero yo pensé que, cuanta menos gente supiera lo nuestro, mejor.

La cólera acumulada durante nueve largos años la desbordó de golpe. Quiso golpearlo, devolverle todo el dolor que él le había infligido. Pero no podía, porque Travis seguía sujetándola de los brazos.

– ¿Y qué hubiera pasado si hubiera sido yo la embarazada?

– Pensé en ello. Mucho.

– ¿Y?

– Me habría divorciado de Melinda.

– ¿Y habrías esperado también que me echara a tus brazos? -ella sacudió la cabeza, tensa-. Yo nunca me habría casado contigo, Travis -afirmó con los dientes apretados-. Porque eso habría sido una trampa, para ti, para mí y para nuestro hijo, ¡y al final él habría terminado pagando las consecuencias, como Josh las está pagando por culpa de Charmaine y de Wade!

– No puedes creer una cosa semejante…

– Claro que sí -insistió ella-. Yo nunca…

Pero Travis acalló sus protestas con un beso apasionado. Savannah quiso empujarlo y salir de la habitación con la cabeza bien alta, pero no pudo resistirse.

– No -susurró de nuevo, pero él la estrechó entre sus brazos, apretándola contra su cuerpo. Y cuando ella sintió que su lengua le presionaba los dientes, entreabrió los labios.

Un dulce calor comenzó a expandirse por su cuerpo y le aceleró el pulso. Travis gimió y profundizó el beso. Savannah tembló cuando notó que los labios abandonaban su boca para recorrer la aterciopelada piel de su cuello.

– Travis… -susurró, jadeante, mientras sentía unas manos buceando bajo su suéter, explorando su piel desnuda… hasta que encontraron un seno.

Él volvió a besarla en los labios mientras le acariciaba el endurecido pezón. Vagos pensamientos de que debía detenerse asaltaron la mente de Savannah, pero no podía concentrarse en nada más que en el poder de su contacto, de sus caricias. Travis se apoyó entonces en la chimenea, abrió las piernas y la obligó a sentir la dura prueba de su excitación.

– Vuelve a decirme que no me deseas -susurró contra su pelo.

Savannah se sentía embriagada de pasión. Cuando Travis la agarró de las nalgas para estrecharla una vez más contra sí, pudo sentir el alocado latido de su pulso.

– Yo no… no puedo…

– Dime que nunca me has amado.

– Travis… por favor… -jadeó en un intento desesperado por asimilar lo que estaba sucediendo. No podía caer nuevamente bajo su hechizo, no podía volver a amarlo… y, aun así, su cuerpo se negaba a moverse.

Travis se apartó para mirarla a los ojos. No había resto alguno de pasión en su mirada, pese a que sus cuerpos seguían en íntimo contacto.

– Nunca te avergüences de lo que sucedió entre nosotros. Tanto si lo crees como si no, lo cierto es que yo te amaba con locura.

– Pero aun así no fue suficiente…

– Nos vimos atrapados en una maraña de mentiras, Savannah. Mentiras tejidas por gente en la que confiábamos. De lo contrario, las cosas habrían sido muy diferentes, eso te lo puedo asegurar -declaró, sincero.

– No importa -repuso ella.

– Claro que importa -la soltó con brusquedad-. ¡Y mucho! -se acercó al mueble de las bebidas para servirse otra copa-. Porque ahora que he vuelto, las cosas van a cambiar radicalmente. Nadie, ni Henderson, ni tu padre ni tu cuñado van a seguir manipulándome por más tiempo. Eso se ha acabado. Y cuando haya arreglado las cosas con Reginald, me iré.

– Querrás decir que huirás.

– Todo lo contrario -la corrigió, decidido-. Por primera vez en mi vida estoy haciendo las cosas exactamente como quiero. No estoy huyendo de nada, sino enterrando el pasado. Y con ese pasado, todos mis errores.

– ¿Los errores como yo? -le espetó-. Por si acaso lo has olvidado, yo nunca te he manipulado. Jamás.

– Intencionadamente no, supongo. ¡Pero ten por seguro que siempre has sido capaz de poner mi mundo patas arriba!

Y, tras fulminarla con la mirada, se marchó. Savannah se quedó en el despacho, abrazándose estremecida. «Oh, Travis», pensó, furiosa. «¿Por qué te has molestado en volver? ¿Por qué no te marchaste para siempre y me dejaste en paz de una vez por todas?».

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