Capítulo 12

Andy detuvo el coche delante de la casa de Maggie alrededor de las siete, e inmediatamente sintió una tremenda desilusión. No había huella alguna sobre la nieve reciente de la entrada, ni luz en sus ventanas, y el coche aún no estaba.

No es que tuviera razón específica para contar con que ya estuviera de vuelta de Boulder a aquella hora, y comprendía que le era imposible precisar la hora de su vuelta, pero es que esperaba que estuviera en casa porque tenía un anillo quemándole en el bolsillo. Un anillo que había comprado aquella misma mañana. Su plan inicial era dárselo la noche de Nochebuena, pero es que quería estar con ella. Habían pasado sólo cuarenta y ocho horas separados, pero parecía una eternidad.

En fin, sólo le quedaba marcharse a casa e intentar llamarla más tarde. Uno no podía morirse porque su chica estuviera ausente cuarenta y ocho horas, ¿verdad? Sufrir, sí; morir, no.

Puso la marcha atrás del coche y volvió la cabeza… justo a tiempo para ver las luces de otro coche. Maggie se detuvo justo a su lado, y él tenía ya una brillante sonrisa esperándola incluso antes de que hubiera abierto la puerta. Demonios, tenía más esperándola, si no estaba demasiado cansada del viaje y del día de trabajo.

Vio sus largas piernas aparecer tras la puerta del coche y la recibió con un silbido de apreciación. Sabía bien cómo su trasero se dibujaba en unos vaqueros, pero era la primera vez que la veía con ropa seria. El abrigo ocultaba el traje, pero no las piernas y los zapatos de tacón. Llevaba el pelo recogido, y tenía el color de la miel a la luz de la luna.

– ¿Hay otra mujer aquí? ¿Se puede saber a quién silbabas, Gautier?

– Como si fuese capaz de fijarme en otra mujer estando tú en el mundo.

– ¡Vaya! ¿Es que has comprado encanto que estuviera de rebajas en algún sitio?

No podía esperar a besarla, y ya que ella tenía las manos ocupadas con la bolsa, el maletín y el bolso, le pareció que era el momento perfecto para aprovecharse, así que le hizo levantar la cara empujándola suavemente por la barbilla y saboreó sus labios.

Tardó un segundo en darse cuenta de que le temblaban. Incluso cuando reparó en ello, lo tomó por una respuesta a su proximidad, ya que Maggie nunca se había molestado en ocultar el deseo. Pero unos segundos más tarde, se dio cuenta de que la tensión marcaba sus miembros.

Levantó la cabeza, pero la luz de la luna no bastaba para poder estudiarla. Eso sí, parecía algo más pálida, y los ojos… ¿estaba llorando?

– ¿Ocurre algo? No habrás robado un banco en Boulder, ¿verdad?

Pensó que se reiría con la broma, pero lo que consiguió fue que pareciera aun más pálida, y aunque intentó contestar, no lo consiguió.

– Eh… -rozó su mejilla con preocupación-. ¿Ha pasado algo? ¿Has tenido algún problema con el trabajo?

Por fin recuperó la voz.

– No, el trabajo ha ido bien. Muy bien, incluso. Los chicos han estado geniales y hemos adelantado un montón…

– Entonces, ¿es que has visto algún accidente? ¿Algún problema en la carretera?

– No, nada de eso, pero Andy…

Al sentir sus dudas, le quitó todo lo que llevaba en las manos y con el otro brazo, la apretó contra él.

– Entremos, ¿de acuerdo? Te quitas los zapatos, el abrigo y te sientas.

Entró, pero no hubo forma de conseguir que se sentara. No quiso tomar una copa, pero consintió que le preparase una taza de té, del que no tomó ni un sorbo. Se quitó el abrigo y los zapatos, dejando al descubierto un cálido vestido de lana verde del mismo color que sus ojos, pero se cruzó de brazos como si tuviera frío y nada pudiese hacerla entrar en calor.

– Tengo que decirte algo, Andy.

– Dispara. Ya sabes que puedes decirme lo que sea…

– Puede que esto, no. De hecho, he estado pensando si debía decírtelo o no, pero siempre hemos sido sinceros el uno con el otro, y la honestidad es muy importante para los dos porque hemos pasado por otras relaciones en las que el otro intentaba ocultar sus verdaderos sentimientos sobre…

– Mags, eso es agua pasada. Sabes que pienso exactamente lo mismo que tú en ese sentido, así que déjate de rodeos.

Se apoyó contra la encimera de la cocina para darle espacio.

– Sé que siempre has pensado que el problema de mi amnesia no era demasiado importante.

– Sé que te inquietaba, eso sí.

– Bueno pues he recordado todo lo que ocurrió en esas veinticuatro horas anteriores al accidente.

– Eso es estupendo y…

– No exactamente -se quitó las horquillas que sujetaban el moño y el pelo le cayó sobre los hombros. Luego le empezó a contar toda la historia de Colin llevando puesta una cazadora robada al marcharse de casa. Ella sabía que era robada, ya que su sobrino no podía permitirse una prenda como aquella, y menos su hermana. Y Colin no intentó negarlo cuando se enfrentó a él.

Andy sintió que el pulso se le aceleraba tras oír la historia. Era imposible no sentir el empuje de la adrenalina, pero intentó calmarse hasta conocer toda la historia.

– Muy bien, así que tu sobrino robó una cazadora, y tú lo quieres, así que ese hecho te afectó a ti también. Pero ahora sabes con seguridad que la culpabilidad que sentías en esos sueños es falsa. No has hecho nada que…

– Sí que lo he hecho. Andy -se dio la vuelta y lo miró a los ojos-. No es fácil de explicar. Colin… sé que hizo mal, pero te juro que tiene un buen corazón. Ya te conté que el año pasado se metió en algún que otro problema por ir con aquel grupo de chicos que tenían tanto dinero, pero todo eso fue provocado por la muerte de su padre. El dolor en él se transformó en ira, y creo que en parte también pretendía llamar la atención de su madre. Durante un tiempo tuvo que tener la sensación de que había perdido a su madre también, porque Joanna estaba tan sumida en su propio dolor que…

– Olvidémonos de la psicología. ¿Qué has hecho tú?

Su tono áspero la sobresaltó.

– Estoy intentando decírtelo. Cuando lo vi con aquella cazadora, en lo único que podía pensar era en que tenía que encontrar la forma de arreglar aquello, de rescatar a Colin para que no se metiera en más problemas, y mi hermana estaba demasiado débil como para confiarle aquella situación. En lo único que podía pensar es que tenía que hacer algo para que…

– No sé por qué, pero cuanto más hablas, más nervioso me pongo. ¿Qué demonios hiciste tú?

Maggie elevó la mirada al cielo.

– Le dije a Colin que me diera la cazadora. Me fui a casa. Al día siguiente por la tarde, ya sabes lo abarrotadas que están las tiendas el día después de Acción de Gracias, me puse la cazadora debajo del abrigo y me fui a Mulliker’s. Hice ver que quería comprar una cazadora de caballero. Había tanta gente, y esas cosas caras tienen cadenas, así que tuve que engañar al vendedor para que le quitara la cadena a otra cazadora. Después esperé y esperé a que nadie mirase y devolví la que se había quedado Colin.

Andy escuchó, pero no podía dar crédito a lo que oía.

– Vamos a ver si lo he entendido: el chico robó la cazadora, pero tú le dejaste ir sin castigo alguno, sin obligarlo a responsabilizarse de lo que había hecho.

– Ahora me doy cuenta de que Colin me estaba pidiendo que hiciera algo. Ya sabes que te dije que, después del accidente, se había vuelto un ángel, siempre dispuesto a ayudar. Si hubiera recordado lo ocurrido, quizás hubiera… -la voz le falló al mirarlo a la cara-. No tiene sentido seguir dando explicaciones, ¿verdad?

– Y no se lo dijiste a tu hermana aunque se trataba de su hijo, de su problema, y que quizás tú no deberías haberte metido en medio.

– En eso también tienes razón -admitió.

– Ya hemos hablado antes de que estás protegiendo en exceso a tu hermana. No le das la oportunidad de hacer frente a las cosas, ni siquiera en el caso de que el problema sea verdaderamente importante, como en este caso.

– Tienes razón otra vez.

– Y después, te vas a la tienda como si fueras tú la ladrona, y devuelves la cazadora como si con eso pudieras arreglarlo todo. ¿Es que no te diste cuenta de que podían haberte arrestado a ti? ¿En qué demonios estabas pensando?

– Cometí un error. Un gran error. Pero lo que más miedo me ha dado durante este tiempo ha sido pensar cómo ibas a reaccionar tú cuando…

– ¿Miedo? ¿Miedo de qué?

– Es que tú estabas tan seguro de que yo no podía haber hecho nada malo…, tenía miedo de que cuando decías que me querías, no lo dijeras de verdad -movió la cabeza violentamente-. Esto no va a funcionar. Creo que es mejor que te vayas.

– ¿Que me vaya?

Aquello no tenía sentido, pero ella no parecía confusa; sólo abatida.

– Esta relación ha sido demasiado fácil, y tengo la sensación de que tú estás contando con que soy alguien… alguien que no soy en realidad. Alguien que nunca puedo llegar a ser. Yo cometo errores, Gautier. Si piensas que nunca podría hacerte daño, que nunca podría hacer determinadas cosas… siempre he sabido que terminaría por desilusionarte. No soy la mujer buena que tú piensas que soy. Nunca lo he sido.

Andy no estaba seguro de cómo había terminado saliendo por la puerta de atrás de su casa, pero al parecer le habían dado una patada en el trasero.

Increíble. ¿Mags estaba furiosa con él? ¡Pero si él no había hecho nada malo!

A grandes zancadas, caminó hasta su coche, metió la marcha atrás y se alejó de su casa, pero en lugar de irse a la suya, tomó la dirección de la oficina del sheriff. Era el único lugar en el que tenía garantizado absoluto silencio. Sus ayudantes estaban de guardia aquella noche, y estando tan cerca de Navidad, la oficina estaría desierta y tan silenciosa como la morgue.

Se sentó en su silla de despacho, sacó la caja del anillo del bolsillo, la dejó sobre la mesa y la abrió.

Todo se había ido al garete. Esa condenada mujer lo había echado de su vida porque ella había cometido un error.

Andy se levantó de pronto de la silla, recorrió el perímetro de la oficina y volvió a dejarse caer en la silla. Todo el mundo tenía sus momentos de locura. Hombres. Mujeres. Maggie. Se empeñaba en no deber nada a nadie, y era una leona protegiendo a su familia, y una cabeza loca por subirse a un tejado para arreglar una gotera en pleno invierno. Tenía algunas faltas, sí, pero eran faltas que él adoraba junto con el resto de su persona.

Volvió a levantarse de la silla, recorrió de nuevo la oficina y se sentó una vez más en su silla para contemplar el maldito anillo. La tontería más grande que había oído nunca: enfadarse con él cuando precisamente él no había hecho nada. Ella había cometido el error.

Pero aquella expresión suya llena de tristeza seguía persiguiéndolo, y recordó todas las bromas que le había gastado sobre los siete pecados capitales, los robos de bancos… quizás por eso se había hecho la idea de que esperaba que fuese perfecta.

Recordó entonces cómo ese recuerdo había permanecido bloqueado durante semanas… demonios, apenas podría nombrar a una persona que perdiese una sola noche de sueño por un problema así. Pero Maggie era diferente. Algo así jamás la dejaría vivir. Nunca comprometía su ética.

Y él le había gritado.

La había juzgado.

Se quedó mirando por la ventana, viendo cómo caían los copos de nieve, cómo bailaban iluminados por las luces de Navidad de Main Street… pero no era en la magia de los copos en lo que estaba pensando. Maggie esperaba ser capaz de solventar todos los problemas que se le presentasen; no se apoyaba en nadie… ni siquiera en él. Esa condenada mujer era lo bastante fuerte como para dirigir un país ella solita, pero su gran corazón era su talón de Aquiles. Lo había visto cada vez que había hablado de su hermana. Con la familia repartía amor a raudales, ciegamente, por encima del bien y del mal, sin tener en cuenta el riesgo que pudiera correr.

Y esa era la misma clase de amor que le había dado a él. Le había abierto las puertas de su corazón y de su vida, a pesar de que él la había presionado, a pesar de que amenazase su independencia. Ella no había contado con que él la apoyase, con que estuviera a su lado, y cuando por fin ocurría algo que ponía a prueba lo que de verdad significaba su amor, le había fallado.

Podía conseguirlo. Un sándwich yacía olvidado sobre la mesa, sin probar. Arriba, la ropa que se había quitado seguía en el suelo, y el largo y reparador baño de espuma que pretendía darse, había durado apenas cinco minutos.

Acurrucada con su vieja bata verde, tenía la mirada clavada en el monitor de su ordenador. Se había traído a casa un maletín lleno de trabajo de Boulder, y concentrándose en él quizás pudiera pasar las cuatro o cinco horas siguientes. Y si era capaz de concentrarse durante unas pocas horas, quizás fuese capaz de encontrar cómo pasar las siguientes.

Pero es que sus dedos se negaban a quedarse sobre el teclado. Sólo sentía ganas de frotarse la cara, de cubrirse los ojos. Le dolía el cuerpo entero, como si tuviese la gripe. Los ojos le quemaban. Tenía la sensación de que una mano enorme y poderosa le apretaba el corazón.

Lo había hecho todo fatal con Andy, con su hermana, con Colin… Con su familia sabía lo que tenía que hacer, y había empezado ese proceso contándole el episodio de la cazadora a su hermana delante de Colin. El chico parecía haberse sentido aliviado de que su culpabilidad saliese por fin a la superficie, y su hermana se había mostrado dispuesta a perdonar, pero Maggie sabía que no iba a ser tan fácil. Los cambios reales necesitan trabajo, al igual que ella lo iba a necesitar para cambiar sus patrones de comportamiento, pero al menos, había encontrado respuesta. Sabía lo que tenía que hacer para arreglar las cosas.

Andy era distinto, porque no sabía cómo hacer para arreglar las cosas con él. Tenía el corazón partido en dos: la mitad que le faltaba le pertenecía irrevocablemente a él, y ella lo había desilusionado… el único hombre del mundo al que por nada del mundo hubiera querido decepcionar. Su condena la había cortado con la agudeza de una máquina de afeitar, aunque evidentemente ella ya había anticipado que no iba a encantarle su participación en la historia del robo. Pero Andy era una de las personas con las que se podía ser muy sincera, y no tenían nada que mereciera la pena conservar si no podían confiar el uno en el otro sin una sombra de duda.

Cuando oyó sonar el timbre de la puerta de atrás, se sobresaltó. El timbre volvió a sonar, pero ella no se movió. Eran casi las diez, tarde para una visita normal, así que no era difícil imaginarse que debía tratarse de Andy. Siempre se había enorgullecido de ser fuerte, pero en aquel momento tenía los ojos enrojecidos, el estómago revuelto y se sentía más agitada que la hoja de un álamo temblón. Necesitaba tiempo. No podía asimilar más daño, no aquella noche.

Una mano se había apoyado en el timbre sin receso.

Su coche estaba aparcado delante de la casa, así que aquella visita tenía que darse cuenta de que no quería abrir la puerta, pero parecía dispuesto a quedarse apoyado en el timbre toda la noche, así que tragó saliva, se levantó de la silla y, descalza, entró en la cocina y abrió la puerta.

El timbre dejó inmediatamente de chillar. Había esperado encontrarse con una persona de pelo tan negro como el ébano y hombros increíblemente anchos, pero lo que había bloqueando la puerta era un árbol.

– Hazte a un lado y déjame meter esto. Pesa como el plomo y no…

– Andy, yo…

– Lo sé. No quieres hablar conmigo, y tampoco quieres yerme, pero déjame colocar esto en tu salón, ¿quieres? No está cortado, sino que viene con raíz, así que podrás plantarlo fuera más tarde. Precisamente por eso pesa tanto. En cuanto lo coloque, me marcharé.

Sin esperar a que le dijese que sí, entró con el abeto, que olía tan fresco como la propia Navidad. Era un árbol precioso, decorado ya con guirnaldas de luces y de por lo menos un metro veinte de altura, de modo que se manejaba bastante mal, y Andy tropezó en una de las alfombras.

No tenía más remedio que ayudarle, pero no quería mirar al árbol, porque sólo con verlo en la puerta, los ojos habían empezado a escocerle con las lágrimas, pero no tenía más remedio que mover una silla para hacer sitio.

En cuanto apartó la silla, él dejó el árbol junto a la puerta de cristal. Técnicamente el trabajo estaba hecho, pero él no parecía opinar así. Primero tenía que encontrar un sitio en el que enchufar las luces, y después salió al coche para buscar una tela de fieltro rojo con que arropar la base del árbol. Entre los pliegues de la tela, Maggie creyó ver un pequeño paquete con un lazo plateado, pero no quiso acercarse a comprobarlo. Se limitó a quedarse a un lado, cruzada de brazos, sin hacer nada e intentando no parecer lo agitada que se sentía.

Andy se levantó después de pelearse con el enchufe de las luces e intentó arreglar las guirnaldas en lo que a él le debió parecer una forma artística, lo cual sólo consiguió dejarlas peor de lo que estaban, y por alguna razón desconocida, eso volvió a llenarle los ojos de lágrimas a Maggie.

– Es que tenía que traerte un árbol, Mags -dijo él de pronto, con la voz tan suave como mantequilla derretida-. No era justo que me hubieras estado ayudando a poner uno en mi casa y que tú no tuvieras. Y tú y yo somos la mitad de una misma naranja en ese sentido, ya lo sabes. No podemos quedarnos de brazos cruzados cuando algo está mal.

Quería darle las gracias por el árbol y deshacerse de él lo antes posible, pero no había manera de articular palabra. Y Andy, haciendo lo contrario a lo que había dicho que iba a hacer, se quitó la cazadora y la lanzó al sofá.

– No quieres hablar conmigo, y lo comprendo. Yo tampoco te hablaría a ti si estuviera en tu lugar. Te he dejado colgada.

Aquel error tenía que ser corregido.

– He sido yo quien te ha decepcionado.

– De eso nada -no la había tocado, pero estaba muy cerca de ella-. Sólo desearía tener una excusa para haber actuado de una forma tan tonta. Lo mejor que puedo decir en mi defensa es que empezaste hablándome de un robo y que yo me dejé llevar por mi instinto y respondí como un agente de la ley.

– Es que eres agente de la ley.

– No contigo, Maggie. Contigo mi placa no vale. Soy sólo tu amante… o lo era. Pero nada más marcharme, empecé a sentirme fatal. Empecé a pensar en lo mal que te habían hecho sentir esas pesadillas, la ansiedad, toda la presión. Estaban mortificándote, y yo no dejaba de tomarte el pelo para que no las considerases en serio.

La estaba obligando a hablar.

– Andy, tú no has hecho nada malo. Simplemente no sabías, al igual que tampoco lo sabía yo, que la cosa había sido tan seria.

– Sí, intentaste salvar a tu familia. Yo diría que eso es algo que cualquier persona que haya amado alguna vez habría hecho, pero tú lo consideras un crimen capital -Andy miró por la ventana. Los copos de nieve brillaban como cristales a la luz de la luna-. Cuando me marché, me di cuenta de qué es lo que necesitabas: necesitabas a alguien que te ayudase a superarlo. A ver más allá. Alguien que te empujase a perdonarte a ti misma, ya que pareces demasiado testaruda como para hacerlo sin que te empujen.

Lo de llamarla testaruda volvió a ponerle un nudo en la garganta.

– Gautier, lo que hice no es una tontería. No según tus valores, y tampoco lo es según los míos.

– Puede que no hicieras lo que debías, pero por ahora no he conocido a nadie que no haya metido la pata alguna vez. Y tengo una teoría…

– ¿Una teoría?

Andy asintió.

– La teoría de que si vas a cometer más actos inmorales y salvajes como ese en el futuro, lo mejor sería que estuvieras casada con un agente de la ley. No estoy diciendo que deba ser conmigo, claro…

– ¿No?

Había dejado de mirar la nieve y la estaba mirando a ella. Sólo a ella.

– No. Sé que he echado a perder esa oportunidad. Si uno traiciona la confianza que alguien ha depositado en él, no puede esperar que le den una segunda oportunidad. Pero tengo una teoría sobre el hombre adecuado para ti. Tú valoras muchísimo tu autonomía, tu seguridad, y cualquier hombre que pretenda limitarte no será bueno. Tiene que ser alguien capaz de respetar tu independencia, capaz de respetar que hay cosas que tienes que hacer a tu manera, que necesitas un poco de peligro de vez en cuando. Y luego está lo de esa fachada de firmeza y fuerza que le ofreces al mundo. Es verdad que eres una mujer llena de coraje y valor, pero en esas raras ocasiones en las que la vida te gana la partida… necesitas que esa persona esté a tu lado. Que sea un hombre que te haga sentir a salvo, incluso cuando hayas perdido tu fuerza. Alguien en quien confíes ciegamente, porque sepas que tanto en los buenos como en los malos momentos, va a estar ahí.

Maggie nunca lloraba, y menos en una crisis. En esas ocasiones había que ser fuerte y mantener el tipo, porque nadie más quería hacer ese trabajo. Pero Andy sabía perfectamente que no estaba describiendo a un extraño, y la estaba mirando como si fuera el sol y la luna, y más preciosa que ambos.

Se secó la mejilla brevemente con el dorso de la mano y levantó la barbilla.

– ¿Y tienes… alguien pensado?

– No, a nadie. Pero creo que un par de niños encajarían a la perfección en ese escenario, Y un lugar diseñado teniendo en cuenta vuestras necesidades. Y los sueños son otra cosa. Ese hombre y tú no tenéis por qué tener los mismos sueños, pero pensando en el futuro, es algo que importa. Si no se pueden compartir los sueños, no se tiene nada.

– ¿Algo más?

Era una pregunta para ganar tiempo, porque no iba a poder soportar aquello mucho más.

– Eh… sí, sí. El sexo tiene que ser bueno. Teniendo en cuenta tu deseo y tu pasión, tendrá que ser un tipo que aprenda deprisa. No sé si un chaval de campo podría ser adecuado para el puesto… a no ser que estés dispuesta a concederle algunos puntos por entusiasmo y resistencia. Y luego está el ingrediente crítico que también debe poseer…

– ¿Qué?

Quizás él debió pensar que estaba exasperada consigo misma, porque Andy aprovechó la excusa para acercarse aún más y sacar un pañuelo del bolsillo para limpiarle los ojos y ofrecérselo después.

– Suénate -ordenó.

– Ni lo sueñes. No pienso sonarme delante de ti.

– Créeme, Mags, esto es parecido a lo de la pasta de dientes. Tienes que hacerlo sin pensar para luego no volver a sentir vergüenza.

Se sonó como si fuese la chimenea de un barco. La verdad es que confiaba en él. En las cosas de la pasta de dientes. En todo. Podía ser ella misma con él, sin tener que ocultar nada, sin fingir. Esa era una de las razones por las que lo quería tanto, por las que su corazón se había partido en dos al pensar que había cometido un error que iba a costarles lo que tenían juntos.

– Y… ¿cuál es el ingrediente crítico que debe tener ese hombre?

– Amor -contestó con gravedad-. No es que piense que el amor sea más importante que el resto, porque no lo es. Tiene que estar también todo lo demás: confianza, respeto, honor, sueños y buen sexo. Pero si al amor hubiese que darle puntos, yo seguiría dándole un nueve sobre diez -tragó saliva y su voz se volvió algo ronca-. Y yo te quiero más que a la vida misma, Maggie.

Ella se lanzó a sus brazos pensando que aquel condenado hombre debía haberla obligado a sonarse la nariz deliberadamente porque esperaba que hiciese precisamente aquello, abrazarla, besarla hasta dejarla sin sentido.

– Y yo te quiero a ti -declaró-. Andy… creía que te había perdido.

– Creo que nos hemos encontrado el uno al otro, en más de un sentido. Hay un anillo al pie de ese árbol…

– Que a mí me encantaría ver. Me encantaría llevarlo en el dedo… pero tiene que esperar un minuto más.

Y volvió a besarlo con el corazón rebosante de felicidad.

Llevaba mucho tiempo aferrada a su independencia, y creía que nunca iba a encontrar a alguien que pudiese conocerla, fallos incluidos, y aun así quererla. Pero Andy no sólo la quería, sino que había llegado a comprender que él padecía la misma vulnerabilidad y era igual de malo perdonando sus propios errores.

Pero ella estaría a su lado. Puede que él no estuviese completamente convencido de ello, pero tenía toda una vida por delante para hacer que su agente de la ley se sintiera infinitamente amado. Con el rabillo del ojo, vio las luces del árbol de Navidad… su árbol. Su magia. Y se arrodillaron junto a él, susurrando promesas para el futuro, sabiendo ambos que su amor tenía las raíces en la realidad… la mejor magia posible.

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