Capítulo 6

Sus manos en la piel desnuda le parecieron incitantes. Perfectas. Se sentía como si llevara esperando ese momento toda su vida. El momento en el que Adam sería sólo suyo, cuando lo recibiría dentro de su cuerpo y lo retendría allí.

Sentía un suave burbujeo en el estómago, una extraña combinación de nervios y champán. Su cerebro, desbocado, le gritaba advertencias y le daba ánimos al mismo tiempo. Pero Gina no necesitaba que la animaran más. Pasó la mano por el torso desnudo de Adam. Notó la respuesta de sus músculos y supo que él la deseaba tanto como ella lo deseaba a él.

El enorme dormitorio estaba a oscuras, sólo iluminado por la luz de la luna que entraba por el balcón entreabierto. Los visillos blancos se agitaban seductoramente con la suave brisa y daban paso al aroma del desierto.

La cama, ancha y alta, estaba cubierta con un lujoso edredón de seda blanca. Una montaña de almohadones se apoyaba contra el cabecero de hierro negro. Adam la llevó junto a la cama, la dejó en el suelo y apartó el edredón.

A Gina le temblaban las piernas, así que las tensó para no hacer una tontería como caer al suelo. Los ojos de Adam parecían casi negros mientras la miraban. Tenía los labios prietos, como si intentara mantener el control.

Pero ella no lo quería controlado.

Lo quería salvaje, deseoso y espontáneo. Mordiéndose el labio inferior, alzó las manos y le quitó la camisa de los hombros, brazos abajo, hasta que cayó al suelo. Luego deslizó las manos por su duro y cálido pecho. Sintió el suave roce del vello oscuro que salpicaba su piel morena y cómo se estremeció cuando rozó un pezón con la uña del pulgar.

Él puso las manos en su cintura, grandes y firmes. Después la atrajo hacia él, haciéndole sentir su abultada erección. Gina notó el calor de su mirada abrasarla por dentro, como si acercara una cerilla a un charco de gasolina.

La boca de él descendió sobre la suya con una fiereza que ella no había esperado. Su lengua le abrió los labios y aceptó gustosa la exploración. Sus lenguas se unieron en un baile apasionado que era un preludio de lo que estaba por llegar. Gina se quedó sin aliento y la cabeza empezó a darle vueltas.

Su cuerpo temblaba de deseo y dejó escapar un gemido sordo cuando las manos de Adam cubrieron sus senos. La acarició, raspando sus pezones con el encaje, creando una deliciosa fricción que casi la volvió loca. Cada roce era puro fuego que le hacía desear el siguiente. Cada caricia extremaba la tensión que sentía en su interior como un muelle a punto de saltar.

Adam dejó su boca para lamer y besar cuello abajo y Gina ladeó la cabeza para facilitarle el acceso. Su boca era una maravilla. Sentir sus manos en los senos, una deliciosa tortura.

Después, él llevó las manos a los finos tirantes del camisón y los deslizó hacia abajo. Gina se estremeció al sentir la caricia fresca de las yemas de sus dedos en la piel, y más aún cuando tiró del camisón y dejó que cayera a sus pies.

El viento fresco del desierto entró en la habitación y acarició su piel, pero la mirada de Adam era tan abrasadora que ni lo notó. La miró de arriba abajo y después la alzó y la dejó caer sobre el colchón.

Ella rebotó una vez y luego se acomodó en los almohadones. El centro de su placer, ardiente y dolorido, la llevaba a retorcerse sobre las suaves sábanas, buscando el alivio que su cuerpo reclamaba.

Observó a Adam desvestirse. Se le secó la boca cuando vio su impresionante erección.

Gina se obligó a relajarse, a soltar las piernas y a borrar la preocupación de su mente. Lo conocía desde siempre. Sabía que no le haría daño. Aunque no la amara, la trataría bien.

Entonces lo sintió sobre ella y su cerebro dejó de pensar. Sólo tenía fuerza para concentrarse en las sensaciones que la surcaban en oleadas. Las manos, boca y cuerpo de Adam le dedicaban toda su atención, haciendo que cada poro de su piel se sintiera vivo y tintineante.

Cuando cerró su boca sobre un pezón, Gina casi saltó de la cama. Labios, lengua y dientes la torturaron hasta que, gimiendo, intentó acercarse más a él. Deslizó las manos por la musculosa espalda, arañándolo con suavidad.

Él emitió un gruñido y Gina alzó las caderas hacia él. Levantó una pierna y acarició la de él con la planta del pie, desesperada por incrementar el contacto. Por sentirlo entero.

– Hueles de maravilla -susurró él, trasladando la boca al otro pezón.

Gina tomó nota de seguir comprando la loción corporal de cítricos y flores que solía utilizar. Miró el techo y el juego de luces y sombras que creaba la luna. Jadeaba. Su cuerpo ardía. Cuando él se movió y sintió el tenso y duro miembro rozar su sexo, gimió y se arqueó.

– Adam…

– Lo sé -susurró él, alzando la cabeza.

Sus miradas se encontraron y ella vio el brillo salvaje de los de ojos de él. Tomó su rostro entre las manos y atrajo su cabeza. Quería besarlo, sentir el vínculo de pasión y deseo crecer entre ellos. Percibir el peso de su cuerpo y el latido de su corazón sobre ella.

El beso fue abrasador. Gina se entregó por entero, poniendo su corazón, lo supiera él o no. Vertió los sentimientos que había ocultado durante años en ese instante de unión. Al notar que se movía y se situaba entre sus piernas, lo besó con más intensidad.

Deseaba su boca en la de ella cuando la penetrara, así que se movió con él, abriendo los muslos y alzando las caderas, sin abandonar sus labios. La lengua de él acarició su paladar mientras, más abajo, se introducía en su interior.

Adam alzó la cabeza y la miró a los ojos, inmóvil, esperando a que su cuerpo se acostumbrara a la invasión. Gina gimió y aplastó la cabeza contra los almohadones. Movió las caderas, sintiendo cómo se introducía lentamente en ella, centímetro a centímetro, y cómo su interior se distendía para acomodarlo.

– Oh, vaya… -suspiró y le sonrió. Gimió cuando él movió las caderas y entró aún más.

Después él se retiró un poco, puso las manos bajo sus nalgas y alzó sus caderas para atraerlo hacia él de nuevo.

– Sólo estamos empezando -dijo él.

Puso el pulgar en el botón duro y ardiente de su sexo y Gina alzó la espalda del colchón. Sus manos buscaron algo a lo que agarrarse y curvó los dedos sobre las sedosas sábanas. Sintió que su mundo empezaba a girar vertiginosamente, mientras él se retiraba para volver a penetrarla.

Sus dedos continuaron frotando y acariciando el punto más sensible de su anatomía, hasta que Gina se retorció bajo sus manos, moviendo las caderas e, inconscientemente, atrayéndolo hacia lo más profundo de su interior.

«Es demasiado. No puedo manejar tantas sensaciones. Tanto placer. Debe de haber un punto de saturación en el que mi cuerpo y mi mente se disuelvan, convirtiéndose en un charquito», pensó.

Entonces él le demostró que podía ir más lejos. Puso las manos en su cintura, la alzó de la cama y la colocó sobre su regazo, penetrándola por completo. Gina lo miró a los ojos mientras él se movía con ritmo suave, balanceándola sobre él.

El viento entró en la habitación, y el olor a salvia se fundió con el de sus cuerpos cálidos y el de su sexo. Piel contra piel, sus jadeos se convirtieron en una sinfonía de deseo.

Subiendo y bajando sobre él, Gina descubrió una magia que no había esperado. Su cuerpo se estremecía y se tensaba, buscando la liberación, el estallido. Su corazón se henchía con la excitación de, por fin, ser parte de Adam. En su mente flotaban imágenes que no podía permitirse: de Adam mirándola con ojos brillantes de amor, de ellos dos juntos para siempre.

A pesar de que una parte de ella se dolía por esa falta, las intensas sensaciones de su cuerpo la compensaban con creces. Se perdió en las profundidades oscuras de los ojos de Adam, viendo la pasión que llameaba en ellos y que sabía que ella había provocado.

La tensión creció y creció. Sintió una convulsión y, cuando volvió a descender sobre él, llegó el primer estallido.

– ¡Adam! -se aferró a sus hombros, intentando mantener el equilibrio en un mundo de repente caótico.

– Déjate ir -ordenó él con voz ronca-. Déjate ir, Gina.

Ella no pudo evitarlo. Ni siquiera lo intentó. Se rindió a las increíbles sensaciones que surcaban su cuerpo en oleadas de temblores y escalofríos.

Cuando Gina creyó que no podría seguir ni un momento más, Adam deslizó la mano hacia el punto en el que sus cuerpos se unían. Volvió a frotar el tierno botón que parecía formado por multitud de terminaciones nerviosas y eléctricas. Instintivamente, clavó las caderas contra él.

– Adam… -susurró con placer.

– Otra vez -dijo él, llevándola a lo más alto de nuevo. La mente de Gina estalló en mil pedazos y, cuando se sintió caer en el vacío, el gruñido ronco de Adam le indicó que la acompañaba en esa interminable caída libre.


El corazón de Adam estaba desbocado y su cuerpo se sentía más relajado que en muchos años. Giró la cabeza en la almohada para mirar a la mujer que yacía a su lado. Tenía los ojos cerrados, con un brazo estirado sobre la cabeza y el otro tendido hacia él por encima del colchón.

Su piel era más suave que la seda y, su cabello, un amasijo de rizos que no se cansaba de acariciar. Sus suspiros, su placer, lo tentaban a tomarla una y otra vez. Incluso en ese momento, sólo con mirarla, su cuerpo se endurecía por ella.

– Estás observándome.

– Tienes los ojos cerrados -dijo él-. ¿Cómo lo sabes?

– Lo siento -dijo ella, y giró la cabeza para mirarlo. Una sonrisa curvó su deliciosa boca y Adam sintió otra llamarada de deseo. Pensó que tal vez el trato no fuera tan buena idea; en una hora con ella había sentido más que en los últimos cinco años.

– Ahora estás frunciendo el ceño -dijo Gina, poniéndose de costado. La luna hacía resplandecer su piel lisa y bronceada-. Los ceños no están permitidos.

– No sé si podré complacerte -dijo él.

– Adam, no tienes por qué estar preocupado -suspiró ella, echándose la masa de rizos por encima del hombro.

– ¿Qué te hace creer que estoy preocupado?

La risa cristalina de Gina llenó la habitación.

– Por favor. Sé exactamente lo que estás pensando.

– ¿En serio? -se apoyó sobre un codo y la miró-. ¿Qué estoy pensando? -sonrió.

– Es fácil. Te preocupa haber cometido un error al aceptar este trato.

Él abrió la boca para discutir; odiaba que supiera leerlo tan bien. Pero ella volvió a hablar.

– Te preocupa que tenga ideas románticas, que tenga la esperanza de que te enamores de mí.

Él frunció el ceño aún más porque era verdad. Pero no estaba dispuesto a admitirlo.

– Te equivocas. Sé que no harás nada tan estúpido -al menos esperaba que no lo hiciese-. Al fin y al cabo, el trato fue idea tuya.

– Cierto -sonrió y se tumbó sobre el estómago, acercándose más a él. Lo bastante como para que él no pudiera resistirse a acariciar la línea de su columna y la curva de su trasero, preguntándose por qué diablos no había marcas de bañador y si tomaba el sol desnuda.

– ¿Por qué? -preguntó Adam.

– ¿Por qué, qué? -los ojos dorados brillaron en la oscuridad.

– ¿Por qué me ofreciste el trato? Sé que quieres un bebé, eso lo entiendo. Lo que quiero saber es por qué me elegiste a mí.

Ella se estiró perezosamente y el movimiento sinuoso del cuerpo moreno en las sábanas blancas hizo que a Adam volviera a hervirle la sangre.

– La explicación es sencilla, Adam. Querías la tierra, así que eso me daba cierta ventaja…

– Sí… -Adam quería oír más.

– Te conozco de toda la vida, Adam. Me gustas. Y creo que yo te gusto a ti.

Él asintió. Gina le gustaba, pero no le había prestado atención a lo largo de los años. Era más joven que él, así que no habían pasado mucho tiempo juntos de niños. Cuando crecieron, él había tenido otras prioridades.

– Así que era la solución perfecta para ambos -alzó una mano y acarició su pecho-. Además… creo que tendremos un bebé precioso.

Una punzada fría y oscura taladró la mente de Adam. Una vez se había jurado que no tendría más hijos, que no volvería a arriesgarse. Desechó la idea porque la situación era especial. Había hecho un trato y lo honraría. El niño que concibieran Gina y él no sería parte de su vida. No lo conocería, ni lo amaría, ni lo perdería. Lo mejor era no pensar en ese tema.

– Lo siento -murmuró Gina.

– ¿El qué?

– Hablar del bebé que deseo debe de hacerte recordar a tu hijo.

Adam se quedó paralizado. Sus rasgos se tensaron. Los recuerdos asaltaron su mente, pero los rechazó. Lo hacía con tanta facilidad como pulsaba el botón del mando a distancia de la televisión. Había tenido mucha práctica.

– No hablo de él. Nunca -Adam pensó que era mejor dejar claro que el hijo que había perdido cinco años antes era un tema tabú.

Los ojos de ella brillaron compasivos y eso lo irritó. No quería que tuviese lástima de él.

– Lo entiendo.

– Eso es imposible.

– De acuerdo, tienes razón -dijo Gina tras unos segundos de silencio-. No lo entiendo. Espero no tener que sufrir nunca la clase de dolor que tú…

Él agarró su mano y la apretó con fuerza para hacerla callar. No sabía cómo diablos había surgido el tema de su familia perdida. Su trato se limitaba al sexo, nada más.

– ¿Qué parte de «no hablo de él» no has entendido?

Ella liberó su mano, se incorporó en la cama y se inclinó hacia él. Escrutó sus ojos como si buscara algo, algún atisbo de calidez oculta en su interior. Adam podría haberle dicho que no se molestara en buscar.

– Comprendido, Adam -lo besó con suavidad-. Ese tema está prohibido.

– Bien.

– Además, no quiero hablar -Gina acarició su mejilla y se acercó más a él.

– Eso está mejor que bien.

Una sola caricia había hecho que su cuerpo volviera a estar listo para ella. Llevaba demasiado tiempo sin una mujer. Había sido un recluso durante cinco años, con sólo alguna aventura ocasional para sofocar necesidades apremiantes.

Eso explicaba su respuesta ante Gina. Era biológica, nada más. No tenía que ver con ella, era sexo, puro y duro.

Siguió repitiéndose eso mientras inhalaba su aroma y enredaba la mano en su cabellera. Lo repitió cuando tomaba su boca y paladeaba la inigualable dulzura de Gina.

No permitiría más que eso.

Ella intentó girar hacia sus brazos, pero él la mantuvo boca abajo para besar su espalda de arriba abajo. Piel suave de color miel tostada, líneas fluidas y curvas generosas. Oyó su suspiro cuando acarició sus nalgas. La miró y vio que tenía los ojos cerrados y los puños sobre los almohadones.

– Tenemos toda la noche, Gina -dijo. Quería disfrutar cada segundo. Quería sentirla sobre él y bajo él. Saborear y explorar cada glorioso centímetro de su cuerpo, y volver a empezar.

Una llamarada de fuego calentó su sangre y supo que tenía que hacerla suya. No era momento de pensar ni de preocuparse por el día de mañana ni por el siguiente. No perdería más tiempo.

Le dio la vuelta y sonrió al ver cómo abría los brazos para recibirlo. Aceptó su abrazo, cubrió su cuerpo con el suyo y ella alzó las caderas para que la penetrara hasta lo más profundo. Para retenerlo envuelto en su calor. Adam cerró su mente a todo lo que no fuera eso.

Se movieron juntos, con un ritmo que los dejó sin aliento. Sus cuerpos hicieron música, sus mentes se vaciaron y, cuando Gina se rindió al primer espasmo de placer, Adam la sujetó, observando sus ojos nublados de pasión, y se entregó al paraíso que también lo esperaba a él.

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