Capítulo 7

Gina estaba segura de que había engordado tres kilos en cuatro días, gracias a Esperanza Sánchez, el ama de llaves de Adam. La mujer estaba tan contenta de verlo casado de nuevo que no había dejado de guisar en toda la semana. Y cada vez que Gina intentaba ayudar en la cocina, ordenar la sala o limpiar el polvo, la echaba de la habitación y le decía que fuera a pasar tiempo con su nuevo esposo.

Eso no era tan fácil como sonaba.

Esperanza estaba empeñada en que Gina se sintiera como en casa, pero Adam no parecía igualmente dispuesto. Gina, ante el espejo del dormitorio que compartía con Adam, contemplaba el reflejo de la enorme cama que había tras ella. Ése era el único lugar en el que se sentía como si Adam se alegrara de su presencia.

– Al menos le gusta tenerme en su cama -masculló, intentando centrarse en lo positivo.

Al menos había pasión y conectaban de vez en cuando, aunque sólo fuera de forma física.

– Lamentable, Gina, lamentable -movió la cabeza y echó un vistazo a su imagen. Admitió que no parecía una mujer fatal. Con vaqueros gastados, botas y camiseta rosa, parecía una vaquera más que una recién casada. Llevaba el pelo recogido atrás en una larga trenza.

Había tenido grandes esperanzas con respecto a su trato, pero Adam estaba resultando más difícil de manejar de lo que había creído. Parecía empeñado en mantener las distancias y en que su relación fuera lo más superficial posible, a pesar de que estaban casados y vivían juntos.

Gina abrió las puertas que daban a la terraza y salió. El cielo matutino era de un color azul intenso, pero se veían nubes de tormenta acumulándose sobre el océano. Pensó que era una metáfora perfecta para describir su matrimonio.

Hacía casi una semana desde su regreso de Las Vegas y era como si la breve «luna de miel» no hubiera tenido lugar. Apoyó ambas manos en la barandilla y curvó los dedos sobre el hierro templado por el sol. En cuanto llegaron al rancho, Adam se había encerrado en sí mismo. Ella se había sentido como si fueran una pareja durante el par de días y noches que pasaron en Las Vegas. Pero era como si Adam hubiera pulsado el botón de apagado y volviera a ser el recluso de los últimos cinco años. Apenas lo veía durante el día y siempre estaba distante, aunque cortés. Sólo se abría a ella durante la noche.

Entonces era el hombre con el que siempre había soñado. Se entregaba y recibía. Cada vez era mejor que la anterior. De hecho, el sexo era increíble. Gina nunca había disfrutado igual. Pero si lo único que compartían era el sexo, tal vez no hubiera nada más entre ellos por lo que mereciera la pena luchar.

– Sigue así, Gina -masculló-. Deprímete.

Entrecerró los ojos contra el sol y observó a Adam caminar con pasos largos hacia el establo. Una vez se lo tragaron las sombras, Gina suspiró, preguntándose qué estaría haciendo, qué pensaría. No hablaba con ella. No compartía sus planes para el día. No le permitía saber lo que le pasaba por la cabeza. Era como si ella fuera una huésped en el rancho, una invitada que pronto se iría.

Se le escapó otro suspiro. Apoyó los codos en la barandilla y estudió la banda de oro que lucía en el dedo. No era una invitada, era su esposa. Al menos, de momento.

Hasta que se quedara embarazada.

Ésa era la razón de que siguiera utilizando su diafragma. Un pinchazo de culpabilidad la aguijoneó. Admitió para sí que lo que estaba haciendo no era justo, técnicamente hablando. Pero estaba dispuesta a arriesgarlo todo por la oportunidad de alcanzar el amor verdadero. Incluso si eso implicaba que Adam descubriera su estratagema algún día. Si llegaba el caso, confesaría y esperaría que lo entendiera.

Todas las noches él se esforzaba por dejarla embarazada, sin duda para poner fin al matrimonio y enviarla de vuelta a casa. No tenía ni idea de que estaba saboteando el trato que ella misma había propuesto.

– Gina, esto podría ser mucho más difícil de lo que habías previsto -pensó que, incluso podría ser imposible. Pero no iba a rendirse tan pronto.

Ya antes de la boda había tomado la decisión de seguir utilizando el diafragma. Quería un bebé, el bebé de Adam. Pero también quería la oportunidad de que Adam deseara seguir con ella cuando acabara el trato. Necesitaba tiempo para que se acostumbraran el uno al otro. Tiempo para que él comprendiera que podía haber algo muy especial entre ellos.

Tiempo para que se enamorase de ella.

Era un riesgo, sin duda. Pero si conseguía su objetivo, habría merecido la pena.

Mientras su mente recorría esos caminos ya tan trillados, vio un deportivo rojo acercarse hacia la casa. Antes de que pudiera preguntarse quién sería el visitante, otro vehículo tomó la carretera que llevaba al rancho: un enorme remolque para caballos.

– ¡Están aquí! -entusiasmada, entró al dormitorio.

Salió y corrió escaleras abajo. Ya estaba en la puerta cuando el coche y el remolque para caballos llegaron a la casa y se detuvieron.

Un hombre alto y guapo bajó del deportivo rojo y echó un vistazo a Gina antes de hablar.

– ¿He de suponer que esa entusiasta recepción no es para mí?

Gina sonrió al hermano de Adam. Travis era agradable y tranquilo. Siempre con una sonrisa a punto y dispuesto a reír. Su vida habría sido mucho más fácil si se hubiera enamorado de él. Por desgracia, cuando lo miraba no sentía una descarga eléctrica, sólo admiración femenina por un excelente ejemplar del género masculino.

– Hola, Travis. Me alegro de verte -señaló el remolque-. Han llegado mis caballos.

– ¿Un remolque de caballos te importa más que yo? -Travis se apoyó en la parte delantera de su coche-. Debo de estar perdiendo mis dotes. He venido a ver a mi nueva cuñada y a darle la bienvenida a la familia.

Gina sabía que Travis y Jackson conocían las verdaderas circunstancias de su matrimonio, pero Travis había ido a darle la bienvenida, por breve que fuera, a la familia King. Deseó besarlo por eso. Se acercó y lo abrazó.

– Gracias. Te lo agradezco de verdad.

Él la estrechó entre sus brazos y bajó la cabeza para mirarla a los ojos.

– ¿Cómo va todo, Gina? ¿Ya te está sacando Adam de tus casillas?

– No del todo -Gina sonrió, agradeciendo su comprensión.

– Dale tiempo -Travis le guiñó un ojo. Después su sonrisa se desvaneció-. Gina, quiero que tengas cuidado, ¿de acuerdo? No quiero verte sufrir y…

– ¿Por qué estás abrazando a mi esposa, Travis? -bramó Adam, saliendo del establo.

– Porque es de lo más «abrazable», ¿no crees? -dijo Travis con tono divertido, dándole otro apretón. Le guiñó un ojo antes de soltarla.

Adam tenía el rostro tenso y los ojos entrecerrados. Gina deseó poder creer que estaba celoso, pero presentía que era la imprevista visita de Travis, no el abrazo, lo que lo irritaba.

– ¿Qué haces aquí? -le preguntó Adam a su hermano.

– Hola a ti también, hermano -contestó Travis.

Gina miró a su esposo e intentó controlar su inmediata respuesta física. Su cuerpo se encendía al ver a Adam. Si miraba a Travis o a Jackson, veía hombres guapos, bien hechos y con mucho encanto, pero nada más. Sin embargo, si miraba a Adam sentía un revoloteo de mariposas en el estómago y su pulso se disparaba.

A pesar de su carácter gruñón y su tendencia a rechazar a cualquiera que amenazara con acercarse a él, lo amaba. Sabía que bajo su coraza seguía estando el tipo que la había llevado a casa cuando se cayó del caballo a los dieciséis años. Dentro de Adam seguía estando el héroe que la rescató en un baile del instituto, cuando su acompañante intentaba propasarse con ella.

Al mirarlo no sólo veía el pasado, sino también el posible futuro. El amor que había ocultado durante años seguía vivito y coleando. Más le valía que Dios la ayudara. Tomó aire y esperó a que la mirase.

– Mis caballos están aquí -dijo.

– Ya lo veo -echó un vistazo al remolque que estaba aparcando junto al corral-. ¿Por qué?

– ¿Qué quieres decir? -Gina no había esperado esa reacción.

– Es una pregunta fácil, Gina -cruzó los brazos sobre el pecho y abrió las piernas, como si se preparara para una batalla-. ¿Por qué están aquí? ¿Por qué no los has dejado con tus padres?

Gina lo miró fijamente. Estaba enfadado porque había trasladado a sus caballos.

– Porque ahora vivo aquí -contestó.

– Temporalmente -dijo Adam.

Gina pensó que eso sí era un golpe directo.

– Por Dios santo, Adam -Travis se situó al lado de Gina, tomando claro partido por ella.

– Esto no es asunto tuyo, Travis.

– Tiene razón, Travis -Gina apreciaba el intento de ayuda, pero tenía que ocuparse del asunto ella misma-. Es algo entre Adam y yo.

Fue hacia su esposo, cuya mirada habría podido agriar leche sólo con mirarla.

– Adam, estamos casados. Vivo aquí. Trabajo con los Gypsy todos los días. No es nada conveniente tener que ir al rancho de mis padres todos los días para hacer mi trabajo.

Adam siseó entre dientes y miró a Travis de reojo antes de volver a centrarse en ella. Era obvio que tenía mucho que decir al respecto, pero no le interesaba tener a Travis como testigo.

Agarró su brazo y la llevó hacia el establo, para alejarla de su hermano.

– No tienes que simular, Gina. Ambos sabemos que este matrimonio no es real.

Otro dardo que dio en el centro de la diana. Pero ni en sueños permitiría que él lo notara. Si quería que Adam la viera de verdad, tenía que enfrentarse a él. Hacerle saber que no iba a permitir que la ignorase, aplacase o pisotease.

– Te equivocas -afirmó-. Este matrimonio es muy real -alzó la mano izquierda y agitó el dedo en el que lucía la alianza-. Estamos legalmente casados, Adam, el tiempo que dure.

– Sé que es legal, pero no es un matrimonio normal, ¿verdad? -soltó su brazo.

– ¿Qué matrimonio es normal, Adam?

– Estás malinterpretando mis palabras a propósito -resopló él con frustración.

– Las interpreto de maravilla -dijo ella, clavando la punta del dedo índice en su pecho-. Quieres simular que no estoy aquí. Sólo quieres verme en el dormitorio. Pues olvídalo. Estoy aquí y no pienso irme a ningún sitio de momento.

– Eso lo sé -miró a Travis y bajó la voz-. Sólo digo que no tiene mucho sentido desenraizar a tus caballos. Además, aquí no hay sitio para ellos. Por no mencionar que podrías haberme hablado del tema antes de organizar su traslado.

Por mucho que lo amara, Gina no iba a permitir que la tomara por tonta.

– En este rancho hay sitio más que suficiente para mis caballos, Adam. Ni siquiera utilizas el corral delantero y el establo está medio vacío.

– No se trata de eso…

– Tú acabas de hacer que se trate de eso. Además -se apresuró a continuar-, sabías que trabajo con esos caballos a diario.

– No pensé qué…

– ¿Qué? -sus ojos se agrandaron y agitó las manos en el aire-. ¿No pensaste que trabajaría con ellos aquí? ¿En el lugar donde vivo? -bajó la voz un poco y se acercó a él-. ¿Qué pensabas, Adam? ¿Tal vez que me quedaría encerrada en el dormitorio, esperando tus atenciones? Dije que quería un bebé, pero también tengo una vida. Y no estoy dispuesta a renunciar a ella.

– Podrías haberme dicho…

– Tal vez, sí. Pero no había caído en la cuenta de que tendría que comentar cada una de mis decisiones contigo para obtener tu aprobación.

– No he dicho que…

– ¿Qué has dicho entonces? -Gina casi estaba disfrutando. Adam parecía desconcertado y confuso; eso era mucho mejor que la indiferencia. Al menos estaba mirándola y hablando con ella. Tal vez desconcertarlo fuera la solución.

– De acuerdo -se frotó el rostro con gesto impaciente-. No voy a discutir sobre esto.

– Ya es tarde para eso.

– Si quieres tener aquí a los malditos caballos, de acuerdo.

– Oh -Gina se llevó una mano al pecho-. Muchas gracias.

– Estás empezando a irritarme de verdad, Gina -le advirtió él, tensando la mandíbula.

– Bien -dijo ella, sonriéndole. Si lo estaba irritando, estaba atravesando sus defensas-. Me alegra saber que puedo hacerte sentir algo.

Se daba la vuelta para alejarse cuando él agarró su brazo y la hizo girar. Antes de que pudiera protestar, la besó. Capturó su boca con un beso hambriento que la dejó temblando. Después la soltó y dio un paso atrás como si le sorprendiera lo que había hecho.

– Ten cuidado con lo que deseas, Gina. No todos lo sentimientos son bonitos.

Ella se llevó una mano a la boca, se frotó los labios y alzó la vista hacia él.

– Incluso ésos son mejor que no sentir nada.

– Ahora eres tú quien se equivoca -dijo él. Señaló el remolque con la cabeza; el conductor acababa de bajar de la cabina-. Ve a acomodar a tus caballos.

Le dio la espalda y se alejó sin volver a mirarla.


* * *

Adam fue hacia la parte trasera del establo, donde había construido una pequeña oficina en lo que antes había sido un cubículo más. Se sentó tras el arañado escritorio que solía utilizar su capataz. Se alegró de que Sam no estuviera allí.

Travis apareció en el umbral, apoyó un hombro en la jamba y lo miró.

– ¿Disfrutas comportándote como un asno?

– Lárgate -Adam apoyó un bota en la esquina del escritorio y cruzó las manos sobre el estómago.

Aún sentía el sabor de Gina y eso no era bueno. No había pretendido besarla. Pero lo había pinchado hasta que fue incapaz de controlar la necesidad de tocarla.

Desde que habían vuelto de Las Vegas, había hecho lo posible por no pasar tiempo con ella. Si se mantenía lo bastante ocupado y seguía su rutina habitual, casi podía imaginar que no vivía allí, que nada había cambiado en su vida.

Pero cada tarde, su mente empezaba a centrarse en ella. Su cuerpo empezaba a anhelarla. Y todas las noches la buscaba como un hombre en llamas.

No había contado con eso. No había esperado que la presencia de Gina lo afectara. Se trataba de un negocio; un trato más entre muchos.

Sin embargo, ella estaba introduciéndose en sus pensamientos y en su vida con una fuerza que lo inquietaba en gran medida.

– Gina se merece que la traten mucho mejor.

Adam entornó los ojos y le lanzó a Travis una mirada que debería haberlo frito como un rayo. Por supuesto, Travis ni se inmutó.

– Lo que hay entre Gina y yo es privado, entre ella y yo -afirmó Adam.

Travis entró en el despacho y quitó el pie de Adam del escritorio de un manotazo antes de sentarse. Arqueó una ceja y esbozó media sonrisa.

– Te está afectando.

– No -mintió Adam-. Ella no me afecta.

– Podría, si se lo permitieras.

– ¿Por qué iba a hacer eso? -los dedos de Adam se tensaron hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

– Deja que conteste con otra pregunta. ¿De verdad te gusta vivir como un maldito monje? -exigió Travis-. ¿Disfrutas encerrándote en este rancho? ¿Alejando a todo el mundo menos a Jackson y a mí?

– No me encierro -dijo Adam, controlando un destello de ira-. Estoy trabajando. El rancho exige mucho tiempo y…

– Eso cuéntaselo a otro -interrumpió Travis-. Yo también crecí aquí. Sé cuánto tiempo requiere. ¿Acaso no vi a papá dirigirlo año tras año?

– Papá no tenía los planes que tengo yo.

– No -aceptó Travis con amabilidad-. Papá además tenía una vida.

– Yo tengo una vida.

– Después de ver ese beso, adivino que al menos tienes la oportunidad de tenerla -Travis sonrió-. Si no la fastidias.

– ¿Hay alguna razón para que hayas venido aquí hoy? -Adam lo taladró con la mirada-. ¿O sólo pretendes ser la proverbial espina?

– Admito que lo de ser la espina me atrae, pero sí he venido por una razón -Travis se puso de pie y metió las manos en los bolsillos del pantalón negro-. Voy a llevarme uno de los jets de la familia a Napa durante un par de semanas.

– Buen viaje -Adam se levantó-. Pero, ¿qué tiene eso que ver conmigo?

– Sólo quería que lo supieras. Hay una bodega que está haciendo cosas interesantes con cabernet. Voy a ver qué averiguo sobre su proceso.

– ¿Y por qué cuando tú trabajas para el viñedo está bien, pero cuando yo me concentro en el rancho soy un recluso?

– Porque… -Travis sonrió- yo tengo tiempo para las damas. No vivo y muero por las uvas, Adam. Ahora que has vuelto a casarte, quizá sea hora de que recuerdes que la vida no se reduce a este maldito rancho.

– Conoces el por qué de mi matrimonio. No le des más importancia de la que tiene.

– Eso no implica que no pueda funcionar. Para los dos.

– No me interesa.

– Sólo porque Monica y tú… -calló al ver que Adam enrojecía de ira-. Vale. No hablaremos de eso. Aunque deberías…

– No necesito que me psicoanalicen.

– Yo no estaría tan seguro de eso -comentó Travis-. Adelante, Adam. Entierra tu futuro por culpa de tu pasado -dio medio giro para señalar el corral que había ante el establo-. Pero ésa de ahí fuera es una buena mujer. Demasiado buena para que la utilices y la descartes. Se merece más -al ver que su hermano no contestaba, Travis siguió-. Diablos, Adam, tú te mereces más.

– ¿No tienes ninguna vinicultura a quien seducir? -dijo Adam, para cerrar el tema.

– Desde luego que sí -Travis fue hacia la puerta y se detuvo en el umbral-. ¿Podrías hacerme un favor mientras estoy fuera?

– Depende.

– Intenta no ser tan zopenco a todas horas. Dale una oportunidad a Gina. Date a ti mismo un respiro, ¿vale?

Adam se quedó inquieto tras la marcha de Travis. Paseó por el pequeño despacho, escuchando los sonidos que llegaban de fuera. El ruido de cascos de caballo sobre metal, relinchos nerviosos y la risa jubilosa de Gina. Se quedó quieto, concentrándose en su musicalidad.

Pensó que, sintiera lo que sintiera por Gina, cuando se quedara embarazada pondría fin al trato. Fin al matrimonio. Ella se iría y él seguiría con su vida. A pesar de lo que parecía pensar Travis, no había esperanza de futuro. Adam ya se había demostrado a sí mismo que no era de los que servían para casarse.

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