Capitulo 9

Rejuvenecida tras la limpieza de cutis, Jilly caminó hacia el bar del hotel donde había quedado en encontrarse con Matt para beber algo antes de regresar a la habitación a prepararse para la cena con Jack.

Una vez allí, se sentó en una banqueta de la barra cercana a la entrada para que Matt pudiera encontrarla enseguida. Comprobó la hora y vio que todavía faltaban de diez o quince minutos para que él llegara. De modo que sacó el móvil del bolso y aprovechó para llamar a Kate. Su amiga respondió rápidamente.

– Estaba ansiosa por saber algo de ti -dijo Kate-. ¿Cómo va todo?

Jilly suspiró antes de contestar. -¿Recuerdas cuando sugeriste que tal vez debería permitirme tener una aventura con Matt este fin de semana? -preguntó, con ironía-. ¿Que podría satisfacer mi deseo y luego ser perfectamente capaz de olvidarme de él? ¿Y que además insististe en que los dos aceptaríamos que sólo era por estos días y que después todo estaría bien?

– Sí, sí y sí. Lo recuerdo muy bien. Pero insisto, ¿cómo va todo?

– Bien y mal.

– Cuéntame lo bueno primero.

– Ya no puedes acusarme de celibato.

– Me alegra oírlo. ¿De qué puedo acusarte ahora?

– De ser una criatura insaciable -afirmó Jilly.

– ¿Cómo de insaciable?

– Mucho, créeme.

Kate rió por lo bajo.

– ¿Y eso qué tiene de malo? -replicó- ¿O es qué hay algo más?

– El plan era quitarme las ganas de hacer el amor con Matt y después volver a la rutina de siempre sin que nuestra aventura alterara nada -explicó-. Tengo que confesar que, lejos de quitarme las ganas, hacer el amor con él sólo ha servido para aumentar mi deseo y que me va a resultar muy difícil volver a mirarlo como si nada hubiera pasado.

– Matt te gusta más de lo que esperabas, ¿verdad?

Jilly se llevó una mano a la frente.

– Me temo que sí -admitió.

– Imagino que sabes que no existe ninguna ley que prohíba que sigáis con esta relación cuando volváis al trabajo.

– Kate, ya sabes que opino que mezclar el trabajo con el placer es un suicidio. Al menos, en términos profesionales -argumentó Jillian-. Y más, considerando que el que consiga la cuenta de ARC se convertirá en jefe del otro. Me estremezco de solo pensarlo. Pero hay algo más: Matt no es mi tipo.

– ¿Quieres decir que sólo te gusta en la cama?

– No exactamente.

– Entonces, ¿cuál es el problema con él? – insistió su amiga.

Jilly se sentía muy contrariada. Odiaba que Matt la conmoviera tanto y se odiaba por permitirle que lo hiciera.

– Es excesivamente caballeroso y ya sabes cuánto me disgusta que los hombres no me traten como a un igual.

– ¿Dices que atenta contra tu independencia? -preguntó Kate.

– Sí.

– ¿Cómo? ¿Qué ha hecho?

– Me está invadiendo. Hoy por ejemplo, salimos a comer y quiso pagar la cuenta. Después, me organizó una cita para que me hicieran una limpieza de cutis. Y más tarde me compró una botella de vino. Resulta que yo soy perfectamente capaz de pagarme mi comida, mi vino y mis tratamientos estéticos.

– Desde luego que lo eres. ¡Qué desgraciado! ¿Cómo se atreve? ¿Es que su crueldad no tiene límite? -ironizó Kate-. ¿Quieres que vaya al hotel y le patee el trasero?

Jilly frunció el ceño.

– Muy graciosa… -gruñó-. ¿No comprendes que esas pequeñas cosas evidencian qué clase de persona es?

– ¿Alguien romántico y amable?

– Te recuerdo que mi relación con Aaron empezó con este tipo de gestos y al poco tiempo pretendía que mi vida estuviera organizada en función de la suya.

– Es cierto, aunque por si lo has olvidado – señaló Kate-, Aaron también demostró no tener ni una pizca de amabilidad y romanticismo.

– Pero, ¿de qué lado estás?

– Del tuyo, tonta. Ocurre que odio ver cómo desaprovechas algo que podría ser precisamente lo que estás buscando.

– ¡Yo no estoy buscando nada! -objetó Jilly.

– Todos estamos buscando algo. Me acuerdo claramente que hace poco dijiste que en cuanto apareciese el hombre indicado no lo dejarías escapar.

– Puede ser, pero Matt no es el hombre indicado.

– ¿Sabes cuál es tu problema en mi opinión? -preguntó Kate con seriedad.

– No me atrevo a preguntar.

– Haces bien porque dudo que vaya a gustarte la respuesta. De todas formas, ¿puedo continuar?

– Sabes que sí -dijo Jilly, a regañadientes-. ¿Para que están los amigos si no para hacerte sentir fatal?

– Creo que estás confundida y molesta porque no esperabas que Matt te gustase tanto. Sospechas que podrías sentir algo más por él y eso te asusta. Y si bien es cierto que es algo que asustaría a cualquiera, te angustia la posibilidad de que una relación con Matt pueda afectar negativamente a tu carrera. Y yo sé mejor que nadie cuánto adoras lo que haces.

– No me psicoanalices.

– No te estoy psicoanalizando -afirmó Kate-. Estoy enamorada y reconozco los síntomas. Nada más.

A Jilly se le hizo un nudo en el estómago.

– Por lo que más quieras, no hables de amor -suplicó-. Si esa fuera la situación, sería terrible.

– Eso mismo pensé sobre Ben. Y cuando me di cuenta de que me había enamorado de él, me asusté -Lijo Kate-. Pero decidí correr el riesgo y tú misma puedes atestiguar que he hecho lo correcto.

– No estoy enamorada de Matt.

– Si tú lo dices…

– Lo digo y lo repito -subrayó Jilly-. Me molesta que sea tan encantador. Maldita sea, no quiero que me guste tanto. Quiero olvidarme de él.

– Si eso es lo que quieres, una manera de olvidarlo es conociendo a otro hombre.

– Podría ser… Prometo que saldré a buscar uno en cuanto regrese a Nueva York. Cuento contigo para la tarea, ¿verdad?

– Por supuesto -contestó Kate-. Quizá deberías empezar a buscar ahora mismo, en el hotel. Seguro que hay alguien interesante en la mesa de al lado.

– Tal vez lo haga.

– Debo advertirte, Jilly, que pretender olvidar a una persona conociendo a otra tiene sus complicaciones.

– ¿Cuáles?

– Sólo funciona si no estás enamorada del tipo al que tratas olvidar.

– Entonces no va a haber ningún problema porque no estoy enamorada de Matt.

– Si tú lo dices…

– Sí, yo lo digo -reiteró Jilly.

– ¿Vais a dormir juntos esta noche?

– Por supuesto. No estoy enamorada de él, pero no puedo negar cuánto lo deseo. De hecho, será mejor que te deje porque llegará en cualquier momento.

– De acuerdo. Disfruta del resto del fin de semana y llámame mañana desde tu casa – dijo Kate-. El martes por la noche podríamos ir a algún bar, así te quitarás a Matt de la cabeza cuanto antes.

– Me parece genial. Hasta mañana.

Acto seguido, Jilly apagó el móvil y lo guardó en el bolso. Suspiró y pensó en los planes que había hecho con su amiga. Por algún motivo, la idea de salir a conocer a otros hombres para olvidar a Matt ya no le parecía tan genial.

Matt caminó hacia el bar sintiéndose un hombre nuevo. Una larga hora de masaje le había servido para aliviar la tensión y poner las cosas en perspectiva. Sabía que todo lo que necesitaba para recuperar la cordura era pasar una hora alejado de aquella mujer.

Mientras le daban el masaje, se había ocupado de planear el resto del fin de semana. Se reuniría con Jilly; tomarían una copa; subirían a la habitación; harían el amor; se vestirían; cenarían con Jack; su propuesta publicitaria para ARC sería la ganadora; de vuelta en la habitación harían el amor durante toda la noche; harían las maletas, regresarían a Nueva York y todo volvería a la normalidad. Matt estaba convencido de que el plan era perfecto.

Por desgracia, la claridad mental que había recuperado desapareció en cuanto llegó a la entrada del bar y vio a Jilly. Llevaba puesto un jersey azul celeste de cuello alto y unos vaqueros. Estaba sentada en una de las banquetas de la barra, conversando animadamente con un hombre. Matt notó que el tipo la miraba como si ella fuese un helado de chocolate al que deseaba darle un largo lametazo.

La inquietante sensación que tuvo Matt al verlos, no admitía dudas. Eran simples y puros celos. Y no nacían del interés con que el hombre la miraba. De hecho, por mucho que le molestara, Matt podía comprender perfectamente que se sintiera atraído por ella. El verdadero problema estaba en el hecho de que Jilly le estuviera sonriendo y se riera de sus bromas.

Sabía que no era suya y que no tenía derecho a decir nada. Sin embargo, sólo tenían el resto del fin de semana para estar juntos y no estaba dispuesto a compartirla con aquel tipo parecido a Brad Pitt.

Respiró hondo para recobrar la calma y entró en el bar. Mientras se acercaba a la barra, vio que el hombre le daba una tarjeta de presentación a Jilly. A pesar de la distancia, alcanzó a oír lo que le decía al despedirse.

– Me encantaría quedarme a charlar, pero tengo que reunirme con mi socio en un restaurante del centro. Mi oficina está muy cerca de la tuya. Llámame si quieres tomar una copa.

Después, le dio un beso en la mejilla y se marchó.

Matt hizo un esfuerzo por dominar los celos, se acercó a la barra y se sentó junto a Jilly.

Ella lo recibió con una sonrisa.

– Hola, grandullón.

– Hola -contestó él -. ¿Quién era?

En cuanto terminó la frase, Matt se maldijo por haber preguntado apenas llegar. Lo bueno era que al menos había logrado sonar natural.

Jilly se encogió de hombros con despreocupación y guardó la tarjeta en su bolso.

– Sólo alguien que estaba sentado en la banqueta de al lado -respondió-. Se llama Brad, es dentista y tiene el consultorio cerca de las oficinas de Maxximum.

Matt se sentía cada vez más molesto y tuvo que concentrarse para contener el enojo.

– ¿Un dentista? Claro, ahora lo comprendo todo.

– No entiendo. ¿Qué es lo que comprendes?

– Ahora comprendo por qué te miraba como si quisiera limpiarte los dientes con la lengua.

Ella se sorprendió por el comentario y frunció el ceño.

– ¿Nunca se te ocurrió pensar que, si me miraba de ese modo, no era porque fuese dentista, sino porque tal vez me encontraba atractiva?

Matt se sintió estúpido y celoso.

– No quise que sonara de esa manera. Obviamente, le parecías muy atractiva -se disculpó y se obligó a sonreír-. Sin duda, el hombre tiene buen gusto.

– Gracias -dijo Jilly, mirándolo a los ojos-. Hace un minuto sonabas como un amante celoso.

Por el tono de voz, era imposible determinar si la idea la molestaba o la complacía. Fuera lo que fuera, Matt decidió ser sincero.

– Ahora mismo, soy un amante celoso. A partir del martes, ya no lo seré. Pero, durante el poco tiempo que nos queda, eres mía -afirmó, sin titubear-. Salvo que tengas otro plan…

– No -se apuró a contestar ella.

Matt respiró aliviado.

– Y bien, ¿qué tal tu masaje? -preguntó

Jilly.

Él pensó que, gracias a Brad el dentista, le haría falta otra hora de masaje para volver a relajarse. Con todo, sonrió y dijo:

– Genial. ¿Y tu limpieza de cutis?

– Increíble, me siento como nueva.

– ¿De verdad? No sé si alegrarme o apenarme porque, sinceramente, adoro a la Jilly vieja -bromeó Matt y le besó una mano-. Voto porque olvidemos las copas y subamos a la habitación para que puedas mostrarme lo renovada que estás después de la limpieza de cutis.

Él se estremeció al ver el deseo encendido en los ojos de su amante.

– Te mostraré mi piel rejuvenecida si a cambio me muestras tus músculos relajados – demandó Jilly.

– De acuerdo.

Después, se dirigieron al ascensor tomados de la mano. Matt estaba ansioso por tocarla. No podía recordar que jamás hubiera estado tan desesperado por tocar a una mujer. Al parecer, ella también estaba impaciente porque nada más cerrarse las puertas del ascensor aprovechó que estaban solos y lo empujó contra una pared.

Matt la besó con toda la intensidad de su deseo. Jilly se apretó contra la pelvis de su amante y, al sentir la potente erección, inclinó la cabeza y lo miró con expresión lujuriosa.

– Me parece que el masaje no ha servido de mucho -murmuró-. Estás mucho más tenso de lo que deberías.

– Me temo que es culpa tuya.

– Exijo pruebas que lo demuestren -desafió ella.

– Como quieras, cuando quieras y cuantas veces quieras…

Jilly se abrazó al cuello de su amante y arqueó la espalda para pegarse a él. Acto seguido, entrelazaron sus lenguas en un nuevo beso cargado de pasión. Matt deslizó las manos por debajo de la ropa de Jilly y se deleitó con el contacto de aquella piel cálida y suave. Ella ronroneó de placer y él se apartó de su boca para lamerle el cuello y la nuca.

En aquel momento, el ascensor se detuvo. En cuanto se abrieron las puertas, salieron al pasillo y caminaron hacia la habitación, besándose y tomados de la mano. Él sacó la llave de un bolsillo y se las ingenió para abrir la puerta mientras Jilly lo torturaba con sus caricias.

Preso de la ansiedad, Matt cerró la puerta con una patada. Al igual que había hecho en el ascensor, ella aprovechó la privacidad para empujarlo contra la pared. Tras besarlo frenéticamente durante algunos segundos, se apartó un poco y trató de quitarle la camiseta. Él levantó los brazos para facilitarle la tarea y la observó arrojar la prenda al suelo. Después, intentó aferrarse a la cintura de Jilly pero ella se adelantó, le tomó las muñecas y las llevó hacia la pared.

Cuando se miraron a los ojos, Matt soltó un gemido de satisfacción. Con los labios húmedos y enrojecidos por los besos, los ojos encendidos de deseo y el pelo revuelto, Jilly parecía más excitada, ansiosa y lujuriosa que nunca.

– Deja que te toque -susurró la mujer.

Él estaba tan excitado, que apenas podía hablar.

– Soy todo tuyo, preciosa.

Ella sonrió con malicia y, en menos de un segundo, pasó de la seducción salvaje a las caricias tiernas. Comenzó por besarle dulcemente la barbilla y el cuello y acariciarle el torso con la yema de los dedos. Matt cerró los ojos y apretó los puños contra la pared. Estaba desesperado por tocarla, pero le fascinaba la idea de dejarla hacer.

Entretanto, ella le recorrió el pecho con los labios entreabiertos. Le lamió las tetillas y se llevó uno de los pezones a la boca mientras le acariciaba el vientre con las manos. Siguió descendiendo con sus juegos de labios, dientes y lengua hasta alcanzar el borde de los vaqueros. Matt gimió a viva voz al sentir el roce del cabello contra los músculos del abdomen.

Abrió los ojos, bajó la vista y la observó bajar la cremallera. Contuvo la respiración y disfrutó del incomparable placer de entrar en la cálida boca de su amante. Con el aliento entrecortado, hundió los dedos en la cabellera de su amante y se deleitó con la visión de aquellos labios carnosos rodeándole el sexo.

La sensación de la lengua de Jilly deslizándose lentamente resultaba tan insoportablemente excitante, que Matt apenas podía controlar sus impulsos. Le temblaba todo el cuerpo y sabía que no podría contener el orgasmo por mucho más tiempo, de modo que le rogó que se detuviera.

– No puedo más, Jilly -jadeó-. Te deseo, te necesito y quiero entrar en ti ahora mismo.

Sin decir una palabra, ella se apartó, se incorporó y comenzó a desvestirse. Matt aprovechó para quitarse lo que le quedaba de ropa. Cuando estuvo completamente desnuda, Jilly lo tomó de la mano y lo llevó a la cama.

– Acuéstate -susurró.

A continuación, la mujer agarró uno de los preservativos que habían comprado y, en cuanto Matt lo tuvo puesto, se acomodó sobre él.

El ritmo pausado de Jilly era una dulce tortura para Matt. Mientras él se estremecía viéndola moverse, ella se apoyó sobre las rodillas y descendió lentamente sobre el pene hasta introducirlo, una vez más, en el calor de su sexo.

Matt le agarró los senos y le acarició los pezones, duros por la excitación. Sentía que Jilly era una especie de ninfa que lo rodeaba y acariciaba con su pubis húmedo y aterciopelado. Era una visión maravillosa y arrebatadora.

Extasiado, la tomó de las caderas, se enderezó y se llevó uno de los pezones a la boca. Ella le clavó las uñas en los hombros, arqueó la espalda y gimió con desesperación. Matt la sintió estremecerse y apretarse contra él ansiosamente y ya no pudo seguir conteniendo el orgasmo. Hundió la cara entre los pechos de Jilly, tensó las piernas y mientras temblaba de placer, murmuró el nombre de su amante.

Cuando recuperó el aliento, levantó la vista. Ella estaba con los ojos cerrados y se había llevado una mano a la cabeza. Matt le acarició la barbilla para llamarle la atención. En aquel momento, se miraron a los ojos y él tuvo la impresión de que una intensa corriente eléctrica le atravesaba el corazón. En toda su vida, jamás había sentido nada semejante.

Acto seguido, le soltó las caderas y le dibujó los rasgos de la cara con los dedos como si fuese un ciego tratando de ver a través de sus manos. Sentía la imperiosa necesidad de decir algo, pero la emoción le impedía hablar. Se inclinó hacia delante, recostó la frente en el pecho de su amante y murmuró una sola palabra. La única palabra capaz de resumir todo lo que estaba sintiendo.

– Jilly…

Ella le acarició el pelo y lo besó tiernamente. Después, dijo una sola palabra, pero fue más que suficiente.

– Matt…


Una hora más tarde, Jilly estaba frente al espejo, terminando de arreglarse antes de bajar a cenar con Jack. Estaba vestida con un conjunto blanco de chaqueta y minifalda y unos zapatos de tacón alto haciendo juego. Del cuello para abajo, tenía una actitud tranquila y profesional. Del cuello para arriba, parecía una mujer a la que acababan de hacerle el amor. Se había recogido el pelo, pero eso no bastaba para disimular el brillo en sus ojos, el color en sus mejillas y la leve hinchazón de sus labios. Y aunque en esa hora lo habían hecho dos veces, Jilly se moría de ganas de hacerlo otra vez.

Matt estaba detrás de ella y la miraba con detenimiento. A través del espejo, la mujer podía ver el intenso deseo que había en aquellos ojos azules. En aquel momento, él le rodeó la cintura con los brazos, la atrajo hacia sí y comenzó a besarle la nuca. Aunque Jilly sabía que necesitaba alejarse de él, no pudo evitar inclinar la cabeza para facilitarle la tarea.

– Estás preciosa, Jilly -le susurró él al oído.

Acto seguido, deslizó las manos hacia arriba y le acarició los senos por encima de la chaqueta.

– Y hueles muy bien -agregó-. ¿Qué perfume usas?

Ella estaba tan excitada, que apenas podía hablar. Respiró hondo y trató de recobrar el sentido.

– Se llama Ropa Limpia.

Él levantó la cabeza y la miró sorprendido. -¿Bromeas?

– No.

Jilly no necesitaba decirle que las caricias la desconcentraban, tanto que era incapaz de hacer algo tan complicado como bromear.

– Es exactamente a lo que hueles: a ropa limpia secada al sol -afirmó Matt.

Ella lo miró en el reflejo del espejo y sonrió, tratando de no concentrarse en la visión y la sensación de las manos sobre sus senos.

– Pues así se llama la colonia -afirmó-. Es de una perfumería que tiene varias fragancias muy interesantes. Otra de mis favoritas es «Sandía fresca».

– Suena delicioso -murmuró él mientras le mordisqueaba un lóbulo-. Adoro la sandía.

Jilly cerró los ojos y durante algunos segundos se dejó llevar por el placer del momento. Después, volvió a mirarlo a los ojos y trató de ignorar la evidente excitación de Matt.

– Me temo que, si no dejas de tocarme y de mirarme de ese modo, nunca bajaremos a cenar -dijo, como si rogara-. Y aunque bajemos, si sigues con esto, Jack se dará cuenta de qué es lo que hemos estado haciendo estos días.

– Desde que conoció a esa mujer, ha dedicado su tiempo a hacer lo mismo que nosotros, así que dudo que vaya a escandalizarse.

Sin dejar de mirarlo en el espejo, Jilly se quitó las manos de Matt del pecho y aclaró:

– No se trata de eso, pero te recuerdo que esta es una cena de negocios. Es mejor que, no mezclemos las cosas, así que nada de toqueteos hasta que regresemos a la habitación.

Él suspiró resignado.

– Supongo que los besos también están prohibidos -comentó.

– Por supuesto.

– ¿Y las caricias?

– También.

Matt frunció el ceño y simuló estar molesto.

– ¿Puedo mirarte al menos? -preguntó.

– Desde luego, siempre y cuando no me mires de ese manera…

– ¿De qué manera?

Como si estuvieses a punto de darme un bocado.

– Es que tengo hambre, Jilly -exclamó él y le guiñó un ojo-. ¿Existe alguna posibilidad de que estés en el menú?

Ella se sonrojó como si fuese una jovencita inexperta. Era irracional, ridículo, tonto e inexplicable, pero Matt la hacía sentirse así; bastaba que le guiñara un ojo para que se sintiera en las nubes. Necesitaban salir de la habitación cuanto antes porque no sabía cuánto podría resistirse a la tentación de desnudarlo y hacerle el amor alocadamente.

De modo que agarró el bolso y se encaminó hacia la puerta.

– Estoy en el menú de los postres. Pero tienes que ser un buen chico. Recuerda, no habrá postre hasta que la cena se haya terminado.

El viaje en ascensor fue una tortuosa prueba de voluntad. Se mantuvieron alejados y en silencio hasta que, finalmente, Matt carraspeó y dijo:

– Quiero que sepas que aunque me muera de ganas de desnudarte, comprendo que es una cena de negocios y me comportaré como corresponde.

– Genial, porque resulta que yo también quiero desnudarte, pero dado que tenemos una cena de negocios, sabré comportarme como corresponde.

Acto seguido, él se acercó y la miró a los ojos. A pesar de que no la estaba tocando, Jilly se sentía abrasada por el calor que emanaba el cuerpo de Matt.

– Pero, después de la cena, preciosa -susurró él con la voz cargada de deseo-, haré contigo lo que me apetezca.

Ella lo odió por hacerle eso. No era justo que se acercara tanto y le hablara de ese modo cuando estaban a punto de sentarse a cenar. Ahora estaba acalorada y distraída. Sin embargo, no estaba dispuesta a dejar las cosas así.

El ascensor se detuvo y Matt se alejó de ella. Atravesaron el vestíbulo del hotel en silencio y entraron en el restaurante. Mientras el camarero los acompañaba hasta la mesa, Jilly se acercó a él y le habló al oído.

– ¿Matt?

– ¿Sí?

– No llevo ropa interior.

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