Jilly entró muy enfadada en la habitación 312. Estaba enojada con Matt Davidson, pero sobre todo consigo misma. Cerró la puerta a su espalda, dejó el maletín con el ordenador a un lado y se sentó en la cama.
No sabía qué diablos le estaba pasando. Nunca, hasta aquella mañana, había perdido la concentración durante una presentación con un cliente. Matt había dejado una huella muy profunda en ella, y la insinuación de que pretendía seducir a Witherspoon no le había hecho ninguna gracia. Pero lo que más le molestaba era otra cosa: el hecho indudable de que Matt la encontraba atractiva y el hecho, aún más evidente, de que a ella le encantaba.
– Maldita sea -dijo, pasándose una mano por el pelo.
Cerró los ojos y suspiró, frustrada. Matt había acertado al comentar que ella nunca se vestía de ese modo y que nunca se dejaba el pelo suelto. Pero había fallado, miserablemente, al interpretar sus razones. En realidad lo había hecho inconscientemente para gustarle a él.
Pero por insultantes que fueran sus comentarios, no lo culpaba. A fin de cuentas, apenas la conocía y no tenía forma alguna de saber que jamás habría utilizado malas artes en su trabajo. Él sólo sabía que era una mujer ambiciosa y extremadamente competitiva en su trabajo que deseaba, a toda costa, el contrato de ARC. Lo demás era una conclusión lógica: muchos hombres y mujeres del mundo de la publicidad aprovechaban cualquier cosa, incluido su atractivo personal, para salir adelante. De haber estado en el lugar de Matt, probablemente habría sospechado lo mismo.
Se levantó y caminó hasta la ventana. El servicio de habitaciones ya había estado en el lugar y habían dejado abiertas las cortinas. Frente a ella pudo ver una enorme extensión de viñedos cubiertos de nieve, con las vides en fila como un interminable batallón de soldados. Era invierno y todavía no tenían hojas, así que el paisaje resultaba algo triste.
Todavía estaba nevando, pero no tenía intención alguna de quedarse en la habitación hasta su cita de las tres con Jack, así que abrió el armario, se quitó el jersey grueso intentando no prestar atención a la ropa de Matt.
Estaba atándose los cordones de las botas de nieve cuando oyó que la puerta se abría. Era Matt.
Al verla, él se detuvo y los dos se miraron durante unos momentos. Todo el enfado de Jillian desapareció de repente. Tal vez fuera un hombre irritante, pero también era inmensamente atractivo.
– ¿Qué haces aquí? -preguntó ella-. No deben de ser más de las nueve y cuarto…
– Jack me ha pedido que retrasemos la cita hasta las diez. Así que decidí subir para revisar la presentación.
Ella arqueó una ceja.
– ¿Seguro que has subido para eso y no para ver lo que estaba haciendo? Con tu manera de pensar, no me extrañaría que hayas creído que estaba con Jack.
Matt dudó.
– Bueno, admito que me siento aliviado al verte aquí.
Ella rió sin humor alguno.
– ¿Aliviado? Querrás decir sorprendido…
– No, no, quiero decir aliviado -dijo, encogiéndose de hombros-. Y un poquito sorprendido ahora que lo dices. Sí, es cierto.
Jillian terminó de atarse los cordones de las botas.
– Bueno, no te preocupes. Estaba a punto de marcharme.
– Muy bien.
Sin decir una palabra más, Matt se sentó en el escritorio, puso el ordenador encima y lo encendió. Segundos después, frunció el ceño y miró la pantalla con cara de preocupación. Al parecer, algo iba mal. Pero a Jillian no le importó demasiado: pasara lo que pasara, seguramente se lo merecía.
Estaba a punto de marcharse cuando lo miró de nuevo y vio que estaba pálido. Sin poder evitarlo, preguntó:
¿Qué ocurre?
– ¿Alguna vez has tenido un día infernal?
– Sí, con cierta frecuencia. Hoy, por ejemplo. Y gracias a ti.
– Ja, ja. Muy graciosa.
– Tranquilízate, porque tendremos que estar juntos todo el fin de semana. ¿Te ha pasado algo malo?
– Sí, ayer tuve todo tipo de problemas y acabo de comprobar que no se han terminado.
¿A qué te refieres?
– El ordenador se me quedó colgado por culpa de un virus que lo ha infectado todo.
– Sí, he oído que hay un virus bastante peligroso circulando por ahí.
– Y tanto. Ahora enciendo el ordenador y aparece todo el tiempo un tipo de desnudo que hace una mueca horrible y borra todos mis archivos.
– Vaya, pues sí que es horrible… -dijo, conteniendo la risa.
– No te atrevas a reír.
– No se me ocurriría. El año pasado tuve un virus y sé lo mal que se pasa. Deberías llevar tu ordenador al departamento de informática de Maxximum. Yo se lo llevé y recuperaron casi todos mis archivos.
– Lo hice. De hecho, les pedí que me prestaran un ordenador nuevo para hacer la presentación. Y es precisamente este.
– Pues es un buen problema, sí.
– Además, la persona que cargó el sistema operativo olvidó cargar los programas de uso más común. No están por ninguna parte.
– ¿Lo has comprobado?
– Sí, dos veces. Y teniendo en cuenta que debo hacer esa presentación, no me queda más opción que ir a buscar una tienda de ordenadores para comprar otro. ¿Pero dónde podré encontrar una? Estamos en medio de ninguna parte y las carreteras están llenas de nieve.
– ¿No puedes darle a Jack una copia de la presentación, en un disquete?
– Los principales datos los tenía guardados en el ordenador. No tengo copia. Así que, como ves, me has ganado la partida antes incluso de empezar -respondió.
Jillian lo observó durante unos segundos.
Podía sentir su intensa frustración e intentó alegrarse de su triunfo, pero no pudo. No quería ganar de ese modo.
– Si quieres, puedes utilizar mi ordenador. Matt la miró con una mezcla de asombro, desconfianza y confusión.
Jo dices en serio? -Completamente.
Él entrecerró los ojos.
– Oh, vamos, aquí hay gato encerrado.
– En absoluto. Pero si no quieres aceptar mi ofrecimiento, puedes quedarte aquí lamentando tu mala suerte o ir a buscar una tienda de ordenadores. A mí no me importa.
¿Por qué quieres prestarme el tuyo?
– Buena pregunta, Matt. Tal vez debería retirar el ofrecimiento, porque sospecho que, si la situación fuera a la inversa, tú no me habrías ofrecido el tuyo. Pero es mi forma de ser, yo soy así. Además, de ese modo podré demostrarte que hablaba en serio con lo del juego limpio. Y si consigo esa campaña, no tendré que soportarte cuando empieces a decir que perdiste por dificultades técnicas.
– ¿Y no tienes miedo de que mire tus archivos?
– Están protegidos con contraseña.
– Al parecer, no soy el único desconfiado. -Prefiero ser cauta. Además, tú no eres quién para hablar de desconfianza. ¿Te comportas así con todo el mundo, o sólo conmigo?
– No te lo tomes de forma personal, no se trata de ti. Digamos que tengo mis razones.
Jillian sintió curiosidad, pero no preguntó.
– Bueno, me alegra saberlo.
Jill se dirigió al armario para sacar el abrigo y marcharse. Cuando se dio la vuelta, Matt estaba ante ella.
– ¿Adónde vas?
– Afuera.
– Pero hace frío y está nevando.
– Me gusta el frío y la nieve.
Matt le quitó el abrigo de las manos y se lo puso educadamente, como un caballero. Ella se estremeció al sentir su contacto y sus miradas se encontraron después en unos segundos que parecieron eternos.
Entonces, él le acarició una mejilla con un dedo.
– Jilly, siempre me sorprendes. Y te confieso que las sorpresas no me gustan demasiado.
– Vaya, muchas gracias.
– No lo decía con mala intención. Quería decir que las cosas inesperadas me ponen nervioso. Y bueno… todo esto es inesperado para mí -acertó a decir-. Gracias, Jilly. Te agradezco el gesto de prestarme tu ordenador. Sé que muy poca gente lo habría hecho en tu caso.
– De nada. Nos veremos más tarde.
Jillian sonrió y salió de la habitación. Necesitaba poner tanto espacio como fuera posible entre Matt y ella. Además, estaba deseando salir al exterior y sentir el frío para borrar la inquietante calidez que empezaba a dominarla y que desde luego no tenía nada que ver con la calefacción del hotel.
Quería estar lejos de él, sin duda. Pero no sabía lo que iba a hacer aquella noche, cuando se vieran obligados a dormir juntos otra vez.
Matt gimió cuando Jillian salió de la habitación. Aquello no iba bien, nada bien. Ya no se trataba únicamente de su atractivo, sino del gesto que había tenido con él. De haberse encontrado en su lugar, no sabía lo que habría hecho; pero con toda probabilidad, habría intentado aprovecharse de las circunstancias.
Además, empezaba a comprender que Jilly le gustaba mucho más de lo que había imaginado. En realidad, ella había acertado al suponer que había subido a la habitación sólo para saber si era la razón del retraso de Jack. Y al ver que se encontraba en el interior, se había sentido inmensamente aliviado. Mucho más aliviado de lo normal.
Aquella mujer le provocaba emociones que se había jurado no sentir nunca más. La admiraba, la deseaba y quería estar con ella. Pero no había ido a aquel hotel para mantener relaciones amorosas, sino para conseguir la campaña de ARC. Y para lograrlo, debía olvidarse de Jilly Taylor.
Entonces, su mirada se clavó en la cama que habían compartido horas antes. Y supo que iba a ser realmente difícil.
Poco después de la una de la tarde, Jilly avanzó por el largo camino que llevaba al edificio del hotel. Había estado toda la mañana paseando por el campo y se había acercado a la pequeña localidad cercana, donde había disfrutado de un café. Ya no nevaba y el frío había servido para que se olvidara de Matt.
Estaba decidida a comportarse de forma profesional, e incluso se dijo que llamaría a Kate por teléfono para pedirle que le presentara a un par de amigos. De ese modo, tal vez, conseguiría quitarse de la cabeza a Matt.
Justo entonces, vio al hombre que había conquistado sus pensamientos. Volvía del garaje y se dirigía a la entrada del hotel con una bolsa de plástico en una mano. Por el logotipo de la bolsa, resultaba evidente que había estado en una tienda de ordenadores. Pero Jilly estaba más ocupada observando su alta silueta y disfrutando de la visión de su fuerza y de su gran atractivo.
Matt debió notar que lo estaban mirando, porque se volvió y la miró a su vez. Después cambió de dirección y comenzó a andar hacia ella.
El corazón de Jillian se aceleró.
– No me digas que has estado afuera toda la mañana -dijo él-. Yo sólo llevo unos minutos y ya me siento como un hombre de nieve.
Jilly contempló su oscuro y revuelto cabello y tuvo que apretar los dedos dentro de los guantes para resistirse a la tentación de acariciarlo. No sabía qué diablos tenía aquel hombre, pero le resultaba tan masculino y atrayente que le costaba controlarse. Habría sido capaz de desnudarlo a bocados.
– ¿Qué piensas? -preguntó él, al notar su extraña mirada.
Ella sonrió.
– Nada. Pensaba que estarías muy gracioso cubierto de nieve.
Naturalmente, Jilly había mentido. En realidad se lo estaba imaginando desnudo.
Qué curioso. Yo estaba pensando lo mismo de ti.
– ¿Ah, sí? ¿Quieres que lo probemos?
– Mmm. Es una invitación interesante, así que la tendré en consideración. Aunque, dado que me has prestado tu ordenador, es posible que me deje ganar.
– No te dejarás ganar. Te ganaré yo.
– Como tú digas. Pero antes de divertirnos un poco con una batalla de bolas de nieve, tengo que dejar esto en alguna parte -dijo él, sonriendo
– Veo que has estado en una tienda de ordenadores…
– Sí, pero me he limitado a comprar un antivirus y los programas que necesitaba. Me dirigía a la habitación para dejarlo allí. Pero gracias por prestarme tu ordenador. Ha sido todo un detalle por tu parte.
– ¿Qué tal ha ido tu presentación?
– Muy bien. Mis ideas le gustaron mucho.
– Las mías también.
– Lo sé. A mí también me gustaron. Pero prefiero las mías.
– Yo no puedo decir gran cosa en ese sentido, porque no las conozco.
– ¿Te gustaría conocerlas? -preguntó él, con un tono repentinamente seductor.
– Sí, claro, si quieres enseñármelas…
Los ojos de Matt brillaron. Evidentemente, no estaba pensando en las ideas de la campana.
Pero después de unos segundos de silencio, carraspeó y dijo:
– ¿Qué nos jugamos con la batalla de nieve?
Jilly quiso responder que un largo y apasionado beso.
– Bueno, he comprado una caja de bombones en el pueblo. Me gustan mucho, pero no me los jugaría si no estuviera segura de que voy a ganar.
– ¿Qué tipo de bombones?
– De chocolate, rellenos de licor. -Mmm. Son mis preferidos. -¿En serio?
– En serio. Me han gustado desde siempre desde que era un niño. Así que mi victoria será aún más dulce.
¿Y qué te vas a jugar tú? ¿Qué quieres que me juegue? -¿Qué tienes?
Matt se inclinó sobre ella y respondió:
– Me siento tan seguro de mi victoria que si ganas tú… te daré cualquier cosa que me pidas.