Jilly se pasó el resto de la semana haciendo todo lo posible para dejar de pensar en Matt. Dedicó las horas de oficina a trabajar en varios proyectos que no requerían consultas entre compañeros. Permaneció en su escritorio y evitó acercarse al cuarto de descanso.
El miércoles por la mañana, se cruzó con Matt en varias ocasiones y en todas sintió que se le paraba el corazón. Por suerte, él paso gran parte del miércoles y todo el jueves reunido con clientes fuera de la oficina. Pero, por desgracia, no verlo no quería decir no pensar en él.
En lugar de volver a su casa después del trabajo, el miércoles y el jueves Jilly siguió yendo a bares con Kate. Bailó con banqueros y corredores de bolsa, charló con oficinistas y vendedores, y rió con abogados e ingenieros. A pesar de los esfuerzos, odió cada uno de los minutos que pasó en esos lugares.
Además, se torturaba a sí misma preguntándose qué estaría haciendo Matt mientras ella iba a los bares. Tal vez, estuviera haciendo lo mismo. Bailando con alguien más; tocando a alguien más o haciendo el amor con alguien más.
El viernes, Jilly estaba dispuesta a admitir la derrota. Se suponía que saldría con Kate y Ben a conocer un par de clubes nuevos, pero después de tres días saliendo, Jilly sabía que no podría soportarlo más. Había tratado de olvidar a Matt conociendo a otras personas, sin embargo, ninguno de los hombres con los que había estado le habían despertado el menor interés. Su plan para quitárselo de la cabeza y del corazón era un espectacular fracaso. El único hombre que le interesaba era Matt y era hora de que hiciera algo al respecto.
No sabía por dónde empezar. Pensar en la posibilidad de admitir sus sentimientos la horrorizaba. Seguramente, él huiría espantado si, de pronto, ella le decía que estaba enamorada de él. Pero como no había ninguna ley que le exigiera admitir todos sus sentimientos, podía limitarse a proponerle que siguieran con la aventura que habían iniciado en Long Island. El problema era que, si bien su cuerpo y sus hormonas se inclinaban por la segunda opción, su corazón le imploraba a gritos que dijera la verdad. En el fondo, sabía que involucrarse en un relación con alguien que no sentía lo mismo que uno era ponerse en peligro.
De pronto, sonó el teléfono; por los números que aparecían en el monitor del aparato, supo que se trataba de una llamada interna. Levantó el auricular y oyó la voz de su jefe que le pedía que se reuniera con él.
– Tengo novedades sobre el contrato con Jack Witherspoon y la campaña para ARC – dijo Adam.
Jilly colgó el teléfono y salió corriendo hacia el despacho de Adam. Estaba tan ansiosa, que sentía como si cientos mariposas le estuvieran revoloteando en el estómago. El tono amigable de Adam no le permitía saber si las noticias eran buenas o malas. Pero, en cualquier caso, su vida y su carrera estaban a punto de cambiar.
Cuando llegó al escritorio de Debra, la secretaria sonrió.
– Pasa, Jilly, te está esperando.
Jilly estaba tan nerviosa, que le temblaban las piernas, pero a pesar de todo consiguió entrar en el despacho. Sin embargo, no esperaba lo que estaba a punto de oír.
– Jilly, siento tener que decirte esto, pero no has conseguido la campaña de ARC.
– Comprendo -dijo, intentando mantener la calma-. Me siento decepcionada, claro está, pero me alegro por Matt. Sé que hará un gran trabajo para ARC.
– No dudo que lo haría, pero él tampoco lo ha conseguido. Jack Witherspoon no os ha elegido a ninguno de los dos.
– ¿Qué has dicho?
– Que ha optado por otra empresa a pesar de todo lo que hemos hecho.
– No tiene sentido… ¿Se lo has dicho ya a Matt?
– No.
– ¿Y con quién van a firmar?
– Con la agencia Enterprise. Una mujer que procede de Opus, de Los Ángeles, les ha presentado un proyecto que les gusta más. Se llama Carol Weber.
Jilly se quedó helada al oír el nombre.
– ¿Carol Weber? ¿La conoces?
– Sí, la he conocido esta misma mañana. Me la han presentado.
– ¿Es una rubia alta y atractiva con una marca sobre un labio?
– En efecto. ¿Tú también la conoces?
– Por desgracia, sí. Obviamente sabía que Jack iba a estar allí y fue a intentar seducirlo.
– Cosa que hizo, supongo.
– Exactamente.
– Bueno, eso ya es agua pasada. Ahora hay otra cosa más importante: Millenium Airlines quiere cerrar un trato con nosotros y estoy buscando a alguien que se encargue de la campaña. El trabajo incluye una bonificación importante, por no hablar de los vuelos gratis. ¿Te interesa?
– Sí, por supuesto, pero creo sinceramente que le deberías dar esa cuenta a Matt.
– ¿A Matt? ¿Por qué lo dices? -preguntó sorprendido.
– Porque hará un gran trabajo. Es un magnífico profesional y ya tiene experiencia con líneas aéreas porque el año pasado trabajó con Global Airways. Además, me consta que sus ideas para ARC eran brillantes. Jack ha cometido un tremendo error.
– ¿Me estás diciendo que sus ideas eran mejores que las tuyas?
– Creo que tanto las suyas como las mías eran buenas, pero francamente las suyas me gustaban más. Tiene mucho talento. Y yo también, claro… Sin embargo, estoy segura de que él es más apropiado para esa campaña.
Adam entrecerró los ojos.
– ¿Ha pasado algo durante el fin de semana, Jilly?
– No, en absoluto. Sencillamente creo que es la persona adecuada, nada más. El noventa y nueve por ciento de las veces creo que yo soy la persona más adecuada. Pero en este caso, creo que deberías dárselo a él.
– Bueno, tomaré en consideración tu consejo.
Adam se levantó, en inequívoco gesto de que la reunión había terminado, y Jillian salió del despacho y se dirigió rápidamente a los ascensores. Tenía una reunión con un cliente en media hora, pero sus pensamientos estaban muy lejos de la campaña que debía presentar.
Sólo podía pensar en Matt. Y estaba segura de que haría un gran trabajo con Millenium Airways.
Cuando Jilly dejó a su cliente, eran las seis en punto. Sólo estaba a tres manzanas de la estación Penn y decidió volver directamente a casa en lugar de regresar al trabajo. Estaba cansada y había cancelado su cena con Kate.
Durante el trayecto en tren, no dejó de pensar en su amante. Todavía no podía creer que hubiera renunciado a la oferta de Adam para dársela a Matt, pero había sido sincera al decir que era más apropiado para aquella campaña.
Unos minutos después, ya había descendido del tren y caminaba lentamente hacia su pequeña casa de Cape Code. Nevaba suavemente, lo que le recordó de inmediato la batalla de nieve con Matt. Y justo entonces, poco antes de llegar, divisó a lo lejos la inconfundible silueta de su deportivo negro.
En cuanto llegó a su altura, una de las portezuelas se abrió y Matt se plantó ante ella. Llevaba un abrigo negro, un pañuelo y una bolsa marrón. Y estaba tan atractivo, que lo habría devorado a besos allí mismo.
– Vaya sorpresa -dijo ella.
– Espero que no sea desagradable.
Jilly arqueó una ceja.
– Eso depende de lo que hayas venido a hacer.
– Te lo diré si me invitas a entrar. Hace frío y he venido sin guantes.
– ¿Cómo has sabido dónde vivía?
– Bueno, me gustaría poder decir que he hecho un arduo trabajo de investigación detectivesca, pero lo cierto es que encontré tu dirección en la guía telefónica.
– Ah, comprendo. ¿Y cuánto tiempo llevas esperando?
– Alrededor de una hora.
– ¿Y cómo sabías que vendría esta noche?
– No lo sabía, pero esperaba que lo hicieras.
Jilly le hizo un gesto para que la siguiera a la casa y él lo hizo.
– Está bien, no quiero ser responsable de que te congeles. De modo que entra un rato.
– Gracias -dijo él con una sonrisa.
Segundos más tarde, se encontraron en el interior de la pequeña casa. Jilly encendió las luces y él aprovechó la ocasión para echar un vistazo a su alrededor. El lugar estaba decorado con elegancia y había muchas fotografías por todas partes. En algunas se veía a la que debía de ser su madre. Y en otras, aparecía su difunto padre.
– Es un sitio muy bonito…
– Sí. El vecindario está muy bien. Tuve suerte de encontrarla antes de que los precios se pusieran por las nubes. El piso superior lo tengo alquilado y con eso gano lo suficiente para pagar la hipoteca. Mi alquilada, la señora Peterson, es un encanto. Es viuda y se podría decir que la heredé cuando compré la casa.
– No habré aparcado en su sitio, ¿verdad?
– No, ahora está en Florida, visitando a su hijo. En realidad la echo de menos porque aquí me siento sola…
– Sí, la soledad es algo terrible.
– Por cierto, ¿qué llevas en esa bolsa?
– Ahora te lo enseño…
– Está bien. ¿Quieres que te traiga algo de beber?
– No, gracias -respondió.
Ella se sentó en el sofá y Matt aceptó la invitación, aunque se acomodó a cierta distancia. -Espero no ser una molestia… ¿Esperabas a alguien?
– No, no tenía nada que hacer. Pero siento curiosidad por tu presencia aquí. ¿No es un poco pronto?
– Sí, pero me marché de la oficina después de hablar con Adam.
– Ah. Entonces, imagino que ya te habrás enterado de lo de Carol Weber.
– Desde luego. Pero ya estoy acostumbrado. No es la primera vez que me sucede. De hecho, quiero confesarte una cosa… Al principio, pensé que tú también eras de ese tipo de personas.
Ella arqueó una ceja.
– Yo pensé algo parecido de ti. Te creía capaz de cualquier cosa con tal de conseguir un cliente.
– Bueno, debo admitir que a veces no me he portado muy bien. Pero este fin de semana he aprendido muchas cosas. Cuando empecé a trabajar en Maxximum, me di cuenta de que tú serías mi competidora y supongo que fui especialmente agresivo contigo porque me recordabas a Tricia -le confesó-. Sin embargo, me equivoqué. Y de paso también he aprendido que tienes la sonrisa más maravillosa del mundo, que eres toda inteligencia y belleza, que adoro tu sentido del humor, que tu piel es increíblemente suave…
– ¿Le dices eso a todas las mujeres?
– No. Sólo te lo digo a ti, aquí y ahora – respondió, muy serio-. Pero he aprendido algo más: que pasar un solo minuto más sin ti sería una verdadera tortura.
Jillian contuvo la respiración e intentó encontrar las palabras para confesarle, a su vez, lo que sentía. Le costó un poco, pero al final lo consiguió.
– Yo también quiero confesarte algo. He admirado tu profesionalidad desde el principio, pero pensaba que eras muy controlador. Este fin de semana he aprendido que hay una gran diferencia entre ser controlador y simplemente considerado.
– Al parecer, ambos hemos aprendido cosas importantes… Pero dime una cosa, ¿por qué me has recomendado para la campaña de Airways?
Ella carraspeó.
– Veo que Adam es incapaz de mantener un secreto…
– No creas. No me lo dijo hasta que me lo propuso y lo rechacé. Le he dicho que tú eras más adecuada para ese puesto.
– ¿Le has dicho eso? ¿Es que te has vuelto loco?
– Yo diría que tú has hecho exactamente lo mismo…
– Sí, bueno, tenía mis razones.
– Pues cuéntamelas, si no te importa.
– Tú ya has trabajado con líneas aéreas y creo que lo harás mejor, eso es todo.
– ¿Esa es la única razón, Jilly? -preguntó con desconfianza.
– Sí -mintió-. ¿Y tú? ¿Por qué razón me has recomendado?
– Porque eres brillante, creativa y una verdadera profesional. Además, llevas más tiempo que yo en Maxximum y mereces una oportunidad. -Vas a conseguir que me ruborice.
– Bueno, estoy seguro de que el rubor te quedará precioso.
Ella sonrió.
– Me preguntó qué va a hacer ahora Adam. -¿Es que no lo sabes? -preguntó él. -No, pero parece que tú sí lo sabes.
– Sí, es verdad. Le ha dado la campaña a
David Garrett.
– ¿A David? ¿Al nuevo?
– Exacto. Dice que será bueno para que aprenda y además aceptó de inmediato. -Vaya, nos han dejado en fuera de juego… Matt rió.
– Sí, eso parece.
En ese momento sonó el teléfono y Jillian se levantó.
– Discúlpame un momento, ahora vuelvo… No tardó mucho en regresar.
– No podrías creer quién acaba de llamar
– dijo.
– No tengo la menor idea.
– Joe. Y resulta que su apellido es Galini.
No sólo trabaja allí: es que es el dueño de la propiedad. Pero lo más increíble de todo es que también posee los viñedos Tribiletto en Italia.
– ¿Los viñedos Tribiletto? ¿Como la bodega del mismo nombre? Es una de las más famosas del mundo…
– Exactamente. Ha dicho que se quedó encantado con nosotros y con nuestra sinceridad y que ha decidido darnos la campaña publicitaria de su empresa en Estados Unidos. Quiere que nos reunamos con él el miércoles que viene en el Trigal¡ Gill, en la Quinta Avenida. ¿No te parece maravilloso? -preguntó, entusiasmada.
– Sí, parece que las cosas vuelven a su sitio. Pero aún hay algo que tenemos que arreglar.
– ¿A qué te refieres?
– A ti y a mí.
– ¿A ti y a mí?
– En efecto. ¿Qué te parecería si siguiéramos con nuestra aventura?
– Sería maravilloso, desde luego, pero trabajando juntos…
– No hace falta que sigas, lo comprendo de sobra. Precisamente por eso, he decidido que no mantengamos una aventura. Y esa es la razón por la que te he comprado lo que llevo en esta bolsa.
Matt la abrió entonces y sacó una pequeña cajita, que le dio.
– Ábrela -dijo.
Ella tomó la cajita entre las manos, la abrió y vio una pequeña figurita de porcelana de un muñeco de nieve. En la parte inferior, se leía: te amo.
– No lo entiendo… -dijo ella.
– Vaya, no se puede decir que hayas reaccionado como esperaba. Pero, por lo menos, te he sorprendido.
– Sí, de eso no hay duda. Pero si no quieres mantener una relación conmigo…
– Te estoy diciendo que te amo, Jillian, con todo mi corazón -la interrumpió-. Estoy loco por ti y quiero saber si tengo alguna oportunidad contigo.
Jilly lo miró con verdadero amor, sin saber qué decir.
– Llevo días sin hacer otra cosa que pensar en ti. Y créeme, ahora me siento la mujer más afortunada de la Tierra.
– Entonces, ¿me amas?
– Sí, Matt, te amo.
– No sabes cuánto me alegra, porque en la bolsa llevo algo más para ti…
Matt sacó entonces una pequeña llave y se la dio.
– ¿Qué es? ¿La llave de tu corazón?
– Algo parecido.
Matt se inclinó de nuevo y sacó una caja de metal, bastante grande.
– Cada vez lo entiendo menos.
– Es la caja más grande y resistente que pude encontrar en el supermercado. Sirve para guardar cosas valiosas.
– Oh, bueno, gracias… -dijo, sin entender nada.
– No me des las gracias antes de abrirla.
Cuando por fin la abrió, Jillian se llevó una gran sorpresa: estaba llena de bombones de chocolate de todo tipo, y sobre todos ellos se leía una frase: «¿Quieres casarte conmigo?»
Jilly cerró los ojos durante unos segundos, asombrada y emocionada al mismo tiempo. Aquel era el hombre más generoso, tierno, romántico, dulce, apasionado y maravilloso que había conocido en toda su vida.
Carraspeó, tan emocionada que temía no poder hablar y dijo:
– Parece que le gusto mucho al pastelero de esa tienda.
– Eso no lo ha escrito el pastelero. ¡He sido yo! -protestó.
– Lo sé, lo sé, sólo era una broma…
– ¿Sabes lo que me costó hacerlo? Me puse perdido de chocolate, se me quemó la sartén varias veces y me quemé. Mira, todavía tengo una marca en el índice -declaró mientras se la enseñaba-. Pero lo peor de todo es que todavía no me has contestado.
– Hay una cosa que sigo sin comprender: ¿por qué has dicho antes que no querías seguir manteniendo nuestra relación?
– Yo no he dicho eso. He querido decir que no quiero que sigamos con una simple aventura, que quiero mucho más que eso. Quiero que nos casemos. Quiero que seamos marido y mujer. ¿Te casarás conmigo?
– Sí, por supuesto que sí. Me casaré contigo -dijo sin dudarlo.
Matt la abrazó entonces y se besaron durante un buen rato. Después, se apartaron un momento y él añadió:
– Hay algo más en el fondo de la bolsa. Jilly se inclinó y sacó una ramita fresca de muérdago.
– Vaya, parece que al final voy a poder reclamar mi premio…
– ¿Y qué quieres?
– Quiero que tú, yo y el muérdago nos vayamos a mi dormitorio y veamos qué clase de travesuras navideñas se nos ocurren.
Matt fingió que no estaba seguro de querer aceptar el ofrecimiento.
– Si podemos llevar los bombones… -Claro que sí. ¿Trato hecho, entonces? -preguntó con alegría. -Trato hecho, amor mío.