Capitulo 1

Matt Davidson salió del despacho de Adam Terrell, cerró la pesada puerta de roble y contó hasta cinco para mantener la calma. Llevaba mucho tiempo esperando una oportunidad como aquella y estaba convencido de que podría conseguir el contrato de ARC. Si lo lograba, podría despedirse del cubículo donde trabajaba y tener despacho propio, lograr un ascenso e incluso un salario mejor.

Mientras daba vueltas al sinfín de ideas que lo asaltaban, se dirigió al escritorio de la secretaria de Adam, Debra. Su jefe le había dicho que le pidiera el número telefónico de la agencia de viajes de Maxximum y que se reservara una habitación en el Chateau Fontaine para pasar el fin de semana. Adam ya había reservado una suite en el mismo establecimiento, uno de los hoteles más elegantes y caros de Long Island, a Jack Witherspoon; tenía intención de ganarse su apoyo y Matt no dudaba que la lujosa decoración, los vinos, las cenas, la piscina interior y los puros habanos serían un poderoso estímulo.

Debra estaba hablando por teléfono en aquel momento, pero sonrió al verlo y le hizo un gesto para que supiera que no tardaría en colgar. Matt asintió y se apoyó en una columna de mármol blanco que decoraba la sala.

En el hilo musical sonaban villancicos y alguien había instalado un árbol de Navidad junto a las cristaleras. Aquello le recordó que tendría que comprar los regalos de rigor; había pensado comprar un DVD a su hermana y a su cuñado, una casa de muñecas a su sobrina y algo más especial, una pequeña sorpresa, para su padre y su madre. A fin de cuentas, sus padres se lo merecían; habían pasado una temporada muy mala; de hecho, esperaban tener los resultados de las pruebas de su madre ese mismo fin de semana, así que cruzó los dedos para que fueran buenas noticias. Todos estaban preocupados por ello, pero no estaba dispuesto a dejarse llevar por el pesimismo.

En aquel momento, la voz de Debra lo devolvió a la realidad.

– Siento haberte hecho esperar -dijo, con un destello de deseo en sus ojos azules.

Matt pensó que debería haberse sentido halagado por la mirada de Debra; pero a pesar de que era una mujer inteligente y muy guapa, no se sentía atraído por la secretaria. Sin embargo, su reacción habría sido igualmente fría de haber sentido algo por ella. Ya había aprendido la dura lección de no mantener relaciones físicas con compañeros de trabajo, y por supuesto, no pensaba tropezar dos veces en la misma piedra.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó ella, humedeciéndose los labios.

Por el gesto de Debra, Matt supo que se le estaba insinuando.

– Necesito el número de la agencia de viajes -respondió con una sonrisa educada.

– Ahora te lo doy -dijo mientras consultaba su agenda-. Por cierto, esta noche vamos a ir a Little Italy, a cenar al Carmine. ¿Te apetece venir con nosotros?

Matt negó con la cabeza.

– Lo siento, pero ya tengo planes.

– ¿Con una mujer?

Matt consideró la posibilidad de mentir, pero en ese momento no estaba saliendo con nadie y nunca le habían gustado las mentiras: le habían hecho demasiado daño a lo largo de su vida. Además, y como solía decir su padre, una de las ventajas de decir la verdad es que luego no había que hacer un esfuerzo para recordar en qué se había mentido.

– No, me temo que es una cita con mi ordenador y con el trabajo. Tengo que desarrollar varias ideas.

Debra le apuntó con un dedo.

– Ya sabes lo que dicen de los que trabajaban mucho y no se divierten…

– Sí, lo sé, pero yo soy así.

Matt había sido completamente sincero. Era jueves y debía marcharse al día siguiente al hotel de Long Island, así que apenas tenía tiempo para poner en orden sus ideas y preparar una presentación rápida. Con toda probabilidad, tendría que pasarse toda la noche trabajando. Y en cuanto a las relaciones con las mujeres, no había tenido nada serio desde su ruptura con Tricia, el año anterior; pero eso no le incomodaba en absoluto: prefería vivir sin problemas.

Unos segundos después, captó un movimiento a su lado, se volvió y estuvo a punto de gemir. Era Jillian Taylor, todo un ejemplo de mujer problemática y una de sus peores pesadillas. Como siempre, se había recogido su oscuro cabello en una coleta tan severa, fría y discreta como su corte de pelo y su traje.

Aquel día había optado por una indumentaria marrón, de pantalones estrechos y unos zapatos que parecían una especie de mocasines de tacón alto, sin mencionar la actitud desconfiada y agresiva de la que hacía gala siempre.

Gracias a su experiencia con Tricia, Matt reconocía con facilidad a ese tipo de mujeres, de aspecto reservado en apariencia y un corazón frío, competitivo y ambicioso. Desde el momento en que había llegado a Maxximum, supo que le daría problemas y que ella era el enemigo a batir, o más exactamente, el enemigo público número uno.

Matt detestaba las habladurías y se mantenía bien lejos de ellas, pero no era sordo y había oído que algunos compañeros de trabajo, de ambos sexos, se referían a ella como La reina de hielo. Le parecía un título bastante ajustado a la realidad; sin embargo, en más de una ocasión se había sorprendido a sí mismo preguntándose si verdaderamente sería tan fría o si se trataba de simple fachada.

Sin poder evitarlo, recordó a Tricia. Recordó sus ojos azules, su sonrisa y sus promesas de amor. Pero reaccionó enseguida y la expulsó de sus pensamientos en cuestión de segundos, algo aliviado al comprobar, de nuevo, que había superado la fase de sentirse traicionado y que sólo le provocaba irritación.

Por desgracia para él, resultaba difícil no pensar en Tricia cuando se encontraba cerca de Jilly Taylor. Tenían personalidades tan parecidas, que parecían cortadas por el mismo patrón. Las dos eran inteligentes, las dos tenían talento y las dos eran extremadamente ambiciosas. Sin embargo, no podían ser de apariencia más distinta: Tricia era rubia, pequeña y vestía de forma femenina; Jilly era morena y solía llevar ropa de color oscuro y trajes.

Entrecerró los ojos y vio que Jilly se detenía un momento para intercambiar un breve cruce de palabras con alguien. Después, siguió avanzando sin levantar la cabeza de los documentos que llevaba, como si estuviera muy concentrada en ellos. A pesar de la distancia, Matt notó la tensión de sus labios y su ceño fruncido. Caminaba de forma brusca, sin relajación alguna, con sus negras y rectangulares gafas apoyadas en el puente de la nariz.

Sin duda alguna, era el arquetipo de la profesional competente; y por mucho que le disgustara admitirlo, tenía talento. Los dos estaban luchando por conseguir un ascenso merecido, pero naturalmente estaba convencido de que al final ganaría él.

Cuando se aproximó al escritorio de Debra, Jillian alzó la cabeza. Y al verlo, su paso se hizo más lento.

La expresión de la mujer no cambió en absoluto, pero Matt notó un brillo en sus ojos cuya interpretación no dejaba lugar a dudas: su presencia le disgustaba. Por su parte, tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Disfrutaba con el perverso placer de molestarla, pero nunca había perdido los estribos delante de él y valoró la posibilidad de intentar romper su aplomo y conseguir que la despidieran.

Esperaba que se alejara, pero sorprendentemente, se detuvo. Matt notó su aroma enseguida; olía fresca y limpia como siempre, como si tuviera la costumbre de secar la ropa tendiéndola al sol. Sin embargo, era invierno y sabía que debía atribuir el olor, más bien, a los productos que usaran en su tintorería.

– Debra, Matt… -los saludó.

La voz de Jillian sonaba suave y algo ronca al mismo tiempo, como si acabara de levantarse de la cama.

– Hiciste un gran trabajo con el encargo de Heavenly Chocolate -le dijo-. Muy inteligente, fresco y moderno.

Matt buscó algún gesto de ironía o de falta de sinceridad en su expresión, pero no lo encontró.

– Gracias. Fue un trabajo agradable.

– No lo dudo, aunque puedes estar seguro de que te lo habría puesto difícil si no hubiera estado en cama con la gripe.

– Sé que me lo habrías puesto difícil, pero mi proyecto habría ganado de todas formas.

– Comprendo que quieras engañarte.

Matt sonrió.

– Me alegra que te sientas mejor -dijo, cambiando de tema.

Ella le devolvió la sonrisa.

– Muchas gracias. Pero dime, ¿cómo te va con el encargo de Fabulous Feline Food?

– Muy bien, pero ya me conoces… Soy todo creatividad.

– Oh, sí, ya te conozco -Lijo mientras se volvía hacia Debra-. ¿Sabes si Adam está en su despacho?

Debra asintió.

– Sí, te está esperando.

Jillian avanzó por el pasillo y llamó a la puerta del despacho de Adam. Segundos después, entró y desapareció en su interior.

Matt sintió una enorme curiosidad. Le habría encantado saber de qué tenían que hablar.

Ahora lo entiendo -dijo Debra.

Matt la miró y el brillo de los ojos de la mujer le puso algo nervioso.

– ¿Qué es lo que entiendes?

– Que no hayas reaccionado a ninguna de mis señales. Por lo visto, tu atención está en otra persona -respondió, haciendo un gesto hacia la puerta del despacho de Adam-. He notado la tensión que hay entre vosotros dos.

Matt dejó escapar una risa nerviosa.

– No sabes lo que dices. Te has equivocado por completo.

Debra arqueó una ceja con escepticismo.

– Te aseguro que reconozco las chispas cuando las veo.

– Pues si has visto chispas, no son de la clase que imaginas. Son más bien de disgusto.

– Eso no importa -declaró ella con ironía-. Cualquier tipo de chispa puede provocar un fuego.


A las siete y media de aquella tarde, Jilly se sentó en un reservado de su restaurante preferido de Chinatown frente a Kate Montgomery; la cena de los viernes se había convertido en una tradición para las dos amigas desde que habían terminado la carrera, seis años antes.

Jilly puso las manos sobre la mesa y miró a su amiga con una gran sonrisa. Kate trabajaba en un bufete de abogados de Park Avenue y se había especializado en impuestos. Jilly la adoraba a pesar de que era increíblemente atractiva, brillante y lista. Aquel día se había puesto un traje muy elegante, y su cabello rubio le caía de tal forma sobre los hombros, que pensó que se parecía mucho a Grace Kelly de joven.

– Parece que has tenido un buen día -comentó Kate, sonriendo.

– Ni te lo imaginas -observó ella-. Me han dado la oportunidad de conseguir un contrato muy importante para Maxximum.

– Suena interesante -dijo mientras le pasaba la carta-. ¿Y de qué cliente se trata?

– De ARC Software. Quieren una campaña de publicidad para promover su nuevo sistema operativo, que al parecer se va a instalar en todos los ordenadores WellCraft.

Kate se quedó muy impresionada.

– Eso es magnífico… Si consiguieras ese trabajo, podrías fortalecer mucho tu posición en Maxximum.

– Exacto. Además, el proyecto incluye un ascenso, una paga extra y un montón de beneficios al margen. Mi jefe, Adam, me ha organizado una reunión con la dirección de ARC para este fin de semana. Y adivina dónde…

– Supongo que en algún lugar interesante. ¿En Maui?

Jilly rió.

– No, no es tan interesante. En el Chateau Fontaine.

– Oh… Creo que me voy a morir de envidia. El año pasado, Ben y yo pasamos un fin de semana en ese hotel y nos encantó.

Jilly notó que los ojos de Kate se iluminaban al hablar de su prometido.

– Sólo espero tener tiempo para darme un masaje…

Kate sonrió.

Oh, sí, debes de estar realmente angustiada -dijo su amiga con ironía-. Qué gran problema: divertirte un rato con unos clientes en el Chateau Fontaine. ¿Cuándo te marchas?

– Mañana, cuando salga del trabajo. No volveré hasta el lunes por la noche, así que no podremos ir a tomar nada después de cenar. Apenas me queda tiempo y debo preparar algún tipo de presentación…

– No te preocupes por eso. Yo también tengo que trabajar esta noche. Mañana me espera una reunión en el bufete.

El camarero llegó en aquel momento, así que las dos mujeres interrumpieron su conversación para pedir la cena. Pero no tardaron mucho: todas las semanas pedían lo mismo.

– Bueno, ¿cómo va el resto de las cosas? ¿Qué tal tu vida social? -preguntó Kate.

– ¿Además de nuestras cenas de los viernes? No existe, no tengo vida social. ¿Y tú? A juzgar por la cara de felicidad que tienes, las cosas te van bien con Ben…

– Oh, sí, me van muy bien. Los planes de la boda siguen adelante… La verdad es que yo le recomendaría el amor a cualquiera.

– No me extraña. A fin de cuentas, has conseguido encontrar al último hombre decente de toda Nueva York, honesto, soltero, heterosexual, estable emocionalmente hablando y hasta con dinero.

– Bueno, lo encontré porque lo estaba buscando…

– Mentirosa, no estabas buscando nada. Si no recuerdo mal, estabas totalmente centrada en tu trabajo.

– Sólo al noventa por ciento -puntualizó-. El diez por ciento restante se dedicaba a buscar al hombre adecuado, a diferencia de ti. Tú te dedicas al cien por cien al trabajo.

– Eso no es cierto. He mantenido más relaciones de las que puedo recordar. Y en todos los casos han sido un desastre.

– Oh, vamos… ¿Y cuándo fue la última vez?

Jillian pensó que su amiga tenía razón. Habían transcurrido nueve meses, tres semanas y diecisiete días desde la última vez.

– Bueno, es verdad que ha pasado bastante tiempo, pero puedo resumir mi actual falta de interés en dos palabras: Aaron Winston.

– Eso ya es historia. Además, que te fuera mal con él no quiere decir que siempre te vaya a ir mal con todo el mundo.

¿Y qué me dices de los anteriores, de Carl, Mike, Kevin, Rob…? Al parecer, todos los hombres que conozco son unos idiotas. Es como si sólo consiguiera atraer a individuos que quieren controlarme… y a homosexuales. Y por desgracia, ninguna de las dos categorías me atrae.

– No exageres.

– Es posible que me haya vuelto un poco paranoica, pero ¿cómo puedes culparme después de semejante experiencia?

Kate suspiró.

– Sí, supongo que es comprensible.

– Créeme, a mí me encantaría mantener una relación como la que tienes con Ben.

– ¿Y si aparece el tipo adecuado?

– Entonces, me aferraré a él. Pero tampoco estoy loca por encontrarlo. Tengo demasiado trabajo como para perder el tiempo con sueños sin fundamento.

– Excelente, porque eso quiere decir que lo encontrarás pronto. Los hombres perfectos siempre aparecen cuando no se está mirando.

– Ya. Si tú lo dices…

Confía en mí. Cuando menos te lo esperes, pasará algo inesperado y tu vida cambiará por completo.

El camarero les sirvió entonces la comida y Jilly se abalanzó sobre su plato de gambas y brécol con los palillos.

– Me gustaría que en mi oficina hubiera alguien que te pudiera presentar, pero todos están casados, son homosexuales, están a punto de jubilarse o son tan maduros como un adolescente -comentó Kate.

– Mmm. Yo diría que todos los hombres encajan en esas categorías.

Kate rió.

– Sólo al noventa y nueve por ciento. El secreto consiste en buscar al uno por ciento restante. Y Ben es la prueba viva de que existe.

– Bueno, pero no tengo tiempo para andar buscando la única manzana sana en un barril de manzanas podridas. Los hombres exigen mucha atención. Además, ¿dónde están todos esos tipos que salen en las revistas y que dicen que quieren mujeres independientes y no sumisas? Todavía no he conocido a ninguno. Al principio, todos dicen que te quieren así. Pero luego, intentan controlarte. Y se enfadan terriblemente si alguna vez tengo que cancelar una cita por motivos de trabajo.

– Te entiendo perfectamente. La mayoría de los hombres a los que conocí antes de encontrar a Ben eran tal y como los describes.

– Exacto. Y el interés desaparece por ambas partes cuando se dan cuenta de que tienes otros intereses en la vida, de que no van a conseguir que cambies de opiniones políticas ni de corte de pelo ni de forma de vida. Mira, yo no necesito que nadie cuide de mí, y mucho menos, que me controle. No quiero que me pase lo que le pasó a mi madre ni quiero cometer el error que estuve a punto de cometer con Aaron. He trabajado mucho y puedo cuidar de mí misma. Emocional y económicamente.

– Estoy totalmente de acuerdo contigo – dijo Kate con una sonrisa maliciosa-, pero créeme: contar con alguien que cuide de ti físicamente puede ser muy placentero.

Jilly negó con la cabeza.

– Me vas a matar, ¿lo sabías? Destilas tanta felicidad que das asco. Si no te quisiera tanto, te daría unas cuantas bofetadas para quitarte esa estúpida sonrisa de mujer enamorada y sexualmente satisfecha.

Kate rió.

– No seas envidiosa. ¿Quién sabe? Es posible que conozcas al hombre que buscas este mismo fin de semana, en el Chateau Fontaine.

– Lo dudo. Será una reunión de negocios.

– Sea como sea, mantente atenta por si aparece -dijo, mientras alzaba su copa para brindar-. ¿Me lo prometes?

Jill miró al techo con desesperación, pero aceptó el brindis.

– Está bien, te lo prometo. Pero eres demasiado optimista. Como estás enamorada, crees que todo el mundo debería estarlo.

– Es que todo el mundo debería estarlo. Enamorarse no implica perder el control ni la independencia. Yo también pensaba como tú, pero cambié de opinión cuando conocí a Ben. Existe una gran diferencia entre renunciar a los sueños, a las ambiciones, y compartirlos con alguien. Lo entenderás cuando encuentres al hombre adecuado.

Jilly se estremeció, dominada por una sensación que no supo definir. Podía ser envidia. O simplemente, necesidad.

– Tal vez. Pero hasta ese momento, me concentraré en mi trabajo. Y conseguir el proyecto de ARC sería un gigantesco triunfo…

– Ahora que lo dices, me preguntó qué pensará Matt Davidson cuando lo sepa…

Jilly se estremeció por segunda vez. La mención de aquel nombre había estado a punto de provocarle una indigestión.

– Si lo consigo, dirá con esa petulancia suya que él lo habría hecho mejor y en menos tiempo. Ahora se comporta peor que nunca porque consiguió una campaña importante mientras yo estaba en cama con la gripe. Es el hombre más arrogante, ambicioso y egoísta que he tenido la desgracia de conocer.

El simple hecho de pensar en él bastaba para sacarla de sus casillas. Era su enemigo desde el principio, desde que había conseguido hacerse con la campaña de Strattford Furniture, una campaña en la que ella había estado trabajando durante varias semanas. Cuando se enfrentó a él para acusarlo de haberle robado el trabajo, él se defendió diciendo que no se lo había robado en absoluto y que Walter Strattford, un viejo amigo de su familia, le había pedido que se encargara personalmente del asunto.

Poco después, Jilly supo que la historia de Matt era cierta y quiso hacer las paces con él. Pero Matt no le hizo ningún caso y ella no estaba dispuesta a permitir que le robara su espacio en Maxximum.

Sin embargo, Jilly era una profesional y en el fondo de su corazón sabía que Matt Davidson era un excelente publicista y que sus trabajos eran, siempre, impresionantes. Pero eso sólo servía para irritarla aún más. Como la irritaba, y mucho, que además fuera atractivo: con su cabello oscuro y sus profundos ojos azules, era un hombre que le habría llamado la atención a cualquiera.

– Bueno, puede que sea tu peor rival e insoportable. Pero tuve ocasión de verlo una vez y no me negarás que también es muy atractivo…

– Sí, tan atractivo como una serpiente de cascabel. Tú lo viste a distancia. Y créeme cuanto más cerca estás de él, menos atractivo es.

Por supuesto, Jillian había mentido. Pero no quería pensar en eso.

Ahora sólo quería concentrarse en su trabajo. Tenía la sensación de que aquel fin de semana en Chateau Fontaine era la gran oportunidad que había estado esperando. La ocasión de conseguir todo lo que había soñado.

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