Jilly se puso pálida. Miró a Matt a los ojos durante unos segundos y luego bajó la vista, avergonzada. Ahora estaba segura de que había oído parte de su conversación con Kate.
Con la cabeza gacha, repasó lo que había dicho en la conversación con su amiga y se sonrojó. Le había confesado que quería hacer mucho más que besarlo y que llevaba tanto tiempo sin hacer el amor que apenas recordaba cómo era.
Acto seguido, apoyó los codos sobre la mesa y hundió la cara entre las manos. Estaba tan mortificada que, a pesar de su agnosticismo, le rezó a todos los santos para que ocurriera algún milagro que la librase de tener que enfrentar a Matt. Le había dicho a Kate que deseaba hacer el amor con él más que ninguna otra cosa; sin embargo, en ese momento, lo que quería era poder hundir la cabeza en la tierra como un avestruz.
– ¿Cuánto has oído? -preguntó, finalmente.
Él le levantó la barbilla con los dedos y la obligó a mirarlo a la cara.
– Lo suficiente como para saber que me deseas. Lo cual está muy bien porque también te deseo. Y lo necesario como para saber que llevas tiempo sin hacer el amor; lo mismo me ocurre a mí también. En toda mi vida, jamás me había sentido tan irremediablemente atraído por una mujer. En lo que a mí respecta, no debiéramos perder más tiempo. Así que, si estás de acuerdo, podríamos…
Las palabras y el tono ronco y sensual de Matt sirvieron para que Jilly perdiera definitivamente la vergüenza. El había elevado la apuesta al afirmar que la deseaba y estaba esperando una respuesta. Ella tenía que elegir entre aceptar el juego o recoger sus cosas y escapar a toda velocidad. Tardó menos de cinco segundos en decidirse. A fin de cuentas, Matt tenía razón: no tenía sentido perder más tiempo. Además, lo deseaba desesperadamente y estaba ansiosa por hacer el amor.
Nueve meses, tres semanas y diecinueve días habían sido suficientes.
Sin más, Jilly exhaló una larga bocanada de aire y afirmó:
– Apostaría que llevas menos tiempo sin tener relaciones sexuales que yo.
– Entonces, remediemos nuestra situación.
Después, Matt comenzó a deslizar los dedos hacia el cuello de su amante y disfrutó al ver cómo se estremecía de placer con cada roce.
– Definitivamente, hay electricidad entre nosotros, preciosa -comentó.
– Lo que notas es que mi cerebro tiene un cortocircuito. Y debo admitir que tu propuesta ha despertado mi interés.
– Me alegra saberlo, aunque te advierto que ha despertado otras cosas en mí…
– Mmm… no lo dudo -murmuró Jilly-. Sin embargo, no imaginas cuánto podría mejorar la situación con un poco de esfuerzo.
– Créeme, lo imagino. Sueño con ello, constantemente.
Tras lo cual, él bajó la vista y se concentró en la boca de la mujer. Luego se inclinó hacia ella y susurró:
– Adoro tus labios.
Jilly estaba tan decidida a seguir adelante que no opuso ninguna resistencia al deseo y la necesidad que la dominaban. Bien por el contrario, llevó el dedo índice hasta la boca de Matt y comenzó a desplegar sus juegos de seducción.
– También adoro tus labios -murmuró-. ¿Te gustaría que te demuestre hasta qué punto?
Él la miró apasionadamente y le besó la palma de la mano.
– Me encantaría, preciosa.
– De acuerdo. Espera y verás.
Acto seguido, ordenaron que les llevaran el resto de la comida a la habitación, se tomaron de la mano y, sin más demora, se marcharon del restaurante.
Mientras avanzaban por el vestíbulo del hotel, Jilly apenas podía contener las ganas de correr sobre el piso de mármol para arrastrar a su amante a la cama. Le sudaban las manos y estaba tan tensa y caliente, que estaba ansiosa por desvestirse para sentir las manos de Matt sobre su cuerpo desnudo. Por algunos segundos, fantaseó con la posibilidad de empujarlo contra una pared y besarlo hasta quedar sin aliento. Pero sabía que una vez que empezaran ya no podrían detenerse, de modo que asaltarlo en un lugar público no parecía una buena idea.
– ,¿Tienes preservativos? -preguntó ella con preocupación.
– Sí, descuida.
Jilly respiró aliviada. En toda su vida jamás se había sentido tan impaciente por que un hombre la tocara; deseaba sentir el roce de su piel y el sabor de sus labios. Trató de mantener la calma y actuar con naturalidad. Sólo tenía que contenerse hasta llegar a la habitación. Una vez allí, se rendiría sin condiciones a sus anhelos.
Sin embargo, no tuvo que esperar tanto. En cuanto se cerraron las puertas del ascensor, Matt la atrajo hacia él y la besó con desesperación. Y mientras movía la lengua febrilmente, le acariciaba la espalda y el trasero. Ella se arqueó contra él y se excitó al sentir la presión del pene erecto contra su pubis. Acto seguido, hundió los dedos en la abundante cabellera de Matt y disfrutó del sabor de aquella boca ansiosa y cálida.
Se abrieron las puertas del ascensor y, entre risas y besos, los dos amantes se dirigieron hacia la habitación. Matt hurgó en los bolsillos de los pantalones y frunció el ceño. Después de una rápida búsqueda en el resto de los bolsillos, la miró con ojos desorbitados y dijo:
– No tengo la llave. La debo haber olvidado cuando vine a buscar mi teléfono móvil.
– No te preocupes, tengo la mía.
Entonces Jilly se volvió hacia la puerta y, con impaciencia, buscó el llavero en su bolso. Matt la abrazó por detrás y le mordió dulcemente la nuca.
– Eso no me facilita la búsqueda… -dijo ella, mirándolo de reojo.
– Deberías ser más precavida y tener las llaves siempre a mano -le susurró Matt al oído-. Hay muchos acosadores sueltos.
– Este parecía ser un pasillo bastante seguro… hasta ahora.
– Exacto. ¿Qué pasaría si alguien viene tras de ti?
Luego, Matt le rodeó la cintura con los brazos. Sin pensarlo, Jilly se entregó al calor del abrazo y al recostarse contra él pudo sentir el sexo excitado de su amante apretándose contra sus nalgas.
Después, volvió la cabeza para mirarlo.
– Creo que el acosador me ha atrapado – bromeó.
Él gruñó sensualmente y confesó:
– Estoy desesperado, no puedo esperar ni un minuto más.
– No puedes estar más ansioso que yo. Hace nueve meses, tres semanas y diecinueve días que no hago el amor.
– ¿Bromeas?
– Juró que no -afirmó ella.
Matt le acarició la nuca.
– En ese caso, estaré feliz de poner punto final a tu larga abstinencia. ¿Has encontrado la llave?
Jilly extrajo el llavero del bolso y sonrió con picardía.
– Aquí está. Disculpa, ¿te molestaría que la primera vez lo hagamos sin juegos previos?
Él se apretó contra las caderas de la mujer y deslizó una mano hacia los senos.
– No sólo no me molesta si no que, si no abres la puerta ahora mismo, montaré una escena erótica en medio del pasillo.
Ella rió con complicidad y metió la llave en la cerradura. Matt la apuró a entrar en la habitación y, en cuanto cerró la puerta, abandonaron los coqueteos previos para pasar a la acción. Jilly le puso las manos en el pecho y lo empujó contra una pared. Él acercó la boca a la de su amante y comenzó a besarla apasionadamente mientras le soltaba el cabello con impaciencia. Jilly gimió y se arqueó contra él, rozándole el pene erecto con su pubis. Matt la tomó por las caderas y la acercó más.
El deseo la abrasaba de un modo tan desesperado, que Jilly sentía que su cuerpo era un volcán a punto de entrar en erupción. Metió las manos bajo el jersey de Matt y le acarició el vientre. Después, interrumpió los besos para pedirle que se quitara la prenda.
– Fuera -murmuró.
Mientras él se sacaba el jersey, ella dio un paso atrás y se llevó las manos a la espalda para bajar la cremallera del vestido.
Él se quitó también los zapatos y los calcetines y, acto seguido, le puso las manos sobre los hombros y le indico que se diera media vuelta.
– Déjame a mí -dijo, con voz ronca.
Matt le bajó el cierre a toda prisa y la giró para volver a quedar frente a frente. Entonces dejó que el vestido cayera al suelo. Jilly estaba tan sensibilizada, que el simple contacto de la tela la hizo temblar. La palidez de su piel contrastaba con el negro del sostén y de las medias con liguero. Permaneció inmóvil durante algunos segundos y, luego, con el aliento entrecortado y el corazón latiendo a toda velocidad, llevó las manos al cinturón de Matt.
Pero él no la dejó hacer. La aferró por los brazos y, con un movimiento rápido, la apoyó contra la pared. La miró a los ojos por un instante y volvió a besarla con frenesí. Mientras que con dedos torpes y ansiosos Jilly intentaba desabrocharle el cinturón, Matt le quitó el sostén y se llenó las manos con los senos desnudos de su amante. Ella sintió ganas de gritar de placer al sentir las caricias. En aquel momento, él comenzó a besarle el cuello y, lentamente, fue bajando hacia el pecho. Levantó la vista y, sin dejar de mirarla, empezó a lamerle y a mordisquearle los pezones.
A Jilly se le escapó un largo gemido y, durante un buen rato, se olvidó del cinturón, recostó la cabeza en la pared, cerró los ojos y le hundió los dedos en el pelo. Arqueó la espalda para apretarse contra la boca de Matt y le rogó que siguiera. Él accedió complacido; adoraba los pechos de aquella mujer y estaba encantado de satisfacerla con los juegos de su lengua y sus dientes. Ella estaba fascinada, se mordía los labios y podía sentir cómo se le humedecía el sexo por la excitación.
Con un gruñido casi visceral, Matt le deslizó las manos por los costados y le bajó las medias. Jilly las pateó a un lado con impaciencia y, al abrir los ojos, se topó con la boca de su amante dispuesta a volver a robarle el aliento con sus besos. Lo deseaba tanto, que ya no podía contener la desesperada necesidad de sentirlo en su interior. Casi sin pensarlo, se colgó de los hombros de Matt y le rodeó las caderas con una pierna. Él le apretó las nalgas con una mano y le metió la otra entre los muslos. Se miraron con complicidad y, cuando le rozó el clítoris, caliente y humedecido, gimieron al unísono.
– Jilly… -murmuró él, entre jadeos.
Entregada a la pasión del momento, la mujer separó las piernas y exclamó:
– Quiero que entres en mí ahora mismo.
Matt le introdujo dos dedos en el centro de su ser y ella soltó un grito ahogado. Era tal la desesperación, que le bastó sentirlo en su interior para estremecerse. En pocos minutos, alcanzó el éxtasis. Arqueó la espalda, tensó las piernas y lo miró a los ojos. Quería que supiera lo que estaba sintiendo; que descubriera la electricidad del orgasmo en su mirada.
Cuando cesaron los espasmos, apoyó la cabeza en el hombro de Matt y le besó el cuello con los labios entreabiertos. Entretanto, él le acarició la espalda con ternura.
– Ha sido genial -dijo Jilly-. Gracias, necesitaba recuperar esta sensación.
– Ha sido un placer.
– Tienes razón, pero ha sido mi placer. Ahora, es tu turno.
– Soy todo tuyo…
Matt sentía que su cuerpo era una bomba a punto de estallar. Sin decir una palabra, la alzó en sus brazos, la llevó hasta la cama y la recostó con delicadeza sobre las mantas. Ella trató de abrazarlo, pero él se apartó y, dándose media vuelta, murmuró:
– Boy a buscar los preservativos.
Al tiempo que se alegraba de tener unos cuantos preservativos, se lamentaba de que estuvieran en su maleta. La idea de verse obligado a alejarse de Jill, así fuera por un par de segundos, le resultaba horrible.
Alcanzó el bolso con dos zancadas y comenzó a revolver entre sus ropas. La habitación estaba a oscuras. Ella lo miró desde la cama y, con una amplia sonrisa en los labios, encendió la lámpara de la mesita de noche.
– Gracias -dijo él, sin apartarse de su objetivo.
Matt maldijo en voz baja porque no conseguía encontrar los preservativos. Comenzó a sacar la ropa y arrojarla por los aires. En unos segundos, el suelo de la habitación estaba cubierto de calcetines, calzoncillos, camisetas y pantalones. Estaba a punto de entrar en pánico cuando por fin los localizó en un bolsillo lateral. Agarró uno y regresó a la cama.
Jilly estaba recostada sobre las mantas con la negra cabellera revuelta cubriéndole los hombros. En su rostro había un aire angelical que contrastaba con el resto de la imagen ya que, en cierta medida, Jilly parecía la personificación del pecado. Estaba de costado, apoyada sobre un codo, con las piernas estiradas y apenas vestida con el liguero de encaje negro. La posición revelaba toda la magnificencia de sus formas, y la mirada encendida, el deseo que sentía por Matt.
Él se maravilló tanto al verla, que dedicó unos cuantos segundos a recorrerla casi milimétricamente. Primero se concentró en el gesto lujurioso de aquella boca de labios rojos y carnosos; siguió por la piel sonrosada, los pezones erectos y luego, descendió lentamente por la femenina curva de las caderas hasta el triángulo de vello rizado que coronaba el vértice de las piernas. Respiró hondo y el perfume de Jilly le inundó los sentidos. Ardía de pasión por aquella mujer, le parecía una imagen surgida de sus fantasías.
– Oye, Matt -dijo ella, con la voz ronca-, acabas de hacerme pasar un momento maravilloso y te lo agradezco… Sin embargo, sigo sintiéndome muy excitada así que, si piensas quedarte parado ahí sin hacer nada, me obligarás a salir al pasillo a ver si alguien dispuesto a saciar mi necesidad.
– Ni se te ocurra -gruñó él.
Acto seguido, arrojó el preservativo sobre la cama y, mientras se quitaba el cinturón, agregó:
– Espero que te siga pareciendo bien que lo hagamos sin demoras porque, a decir verdad, estoy tan ansioso, que dudo que resista mucho.
Ella sonrió con picardía.
– Cuanto antes entres en mí, mejor.
Matt se libró de los pantalones y los calzoncillos a toda prisa. A Jilly le brillaron los ojos al ver la impresionante erección de su amante. Él se inclinó para agarrar el preservativo pero se detuvo cuando la vio arrastrarse de rodillas hasta el borde de la cama como una gata hambrienta lanzándose sobre un tazón de leche.
Ella se enderezó y se deslizó para alcanzar el sexo de Matt. Él comenzó a jadear y a acariciarle la espalda mientras contemplaba con adoración cómo la mujer de sus fantasías lo tomaba entre sus manos. Soportó la dulce tortura de las caricias tanto como pudo hasta que, mirándola con desesperación, le apartó la muñeca delicadamente.
– No puedo más -gimió.
Después de ponerse el preservativo, Matt se recostó sobre ella. Unieron sus bocas en un acalorado juego de lenguas y labios y se introdujo en el aterciopelado y húmedo sexo de Jilly. Él estaba tan tenso y ansioso, que apenas podía controlarse. En aquel momento, su mundo estaba limitado al cálido lugar en el que se hallaba inmerso. Para él no había más que el placer de estar con ella, la intimidad, las caricias, la complicidad y el desesperado ritmo de sus pelvis. Apretó los dientes y trató de contener el abrupto orgasmo que se aproximaba. Pero cuando ella pronunció su nombre entre jadeos, perdió la batalla. Dejó caer la cabeza sobre el hombro de Jilly, soltó un prolongado gemido y se entregó al placer de la liberación.
No estaba seguro de cuánto tiempo pasó abstraído en la acogedora calidez de su amante, respirando la delicada esencia de sus fluidos femeninos y con el corazón acelerado antes de que ella lo empujara suavemente con las caderas.
– Sí que ha sido rápido -susurró Jilly.
Matt se apoyó en la palma de sus manos, levantó el torso y la miró con detenimiento. Parecía tan agotada como él. Le acomodó el pelo y, mientras le secaba el sudor de la frente, dijo:
– Quiero que sepas que no siempre es así, en general soy mucho más generoso. Pero comprenderás que estaba desesperado.
– No tengo ninguna queja al respecto – aseguró ella, con una sonrisa ladeada-. Sin embargo, estoy deseando averiguar lo generoso que puedes llegar a ser. En cualquier caso, gracias por el cumplido. Es agradable saber que te desespero.
– Cariño, no sólo me desesperas: me enloqueces.
Acto seguido, bajó la cabeza y le pasó la lengua por los labios.
– Definitivamente, la próxima vez que pases nueve meses, tres semanas y diecinueve días sin tener relaciones sexuales -agregó Matt-, llámame. Estaré encantado de complacerte.
– ¿También estarás encantado de complacerme aunque sólo hayan pasado cinco minutos desde mi última vez?
Él soltó una carcajada.
– Me temo que voy a necesitar un rato más para recuperarme -confesó.
Jilly comenzó acariciarle la espalda y las nalgas.
– A menos que continúes haciendo eso – rectificó Matt, besándole la barbilla-. Sin duda, las caricias servirán para acelerar el período de recuperación.
– Mmm… -murmuró ella, sin dejar de tocarlo-. Acelerar la recuperación suena bien. He esperado mucho tiempo para esto y ahora que sé lo entusiasta que puedes llegar a ser, odiaría tener que salir al pasillo a buscar otro amante.
Matt se sintió ligeramente celoso ante el comentario. Sabía que Jilly estaba bromeando, pero, aun así, lo exasperaba la posibilidad de que otro hombre la tocara. Se reprendió por pensar de ese modo. Tenía que asumir que después de aquel fin de semana cualquiera podría tocarla, menos él.
Se dijo que lo mejor era no pensar en ello, que aún tenía todo el fin de semana para estar con ella y que lo aprovecharía hasta el último minuto.
– Ahora que hemos experimentado el placer del sexo apresurado -dijo él, mirándola a los ojos-, sugiero que probemos cómo es si nos damos tiempo para jugar con nuestros cuerpos.
– Me parece genial. ¿Qué tienes en mente?
– Empecemos por ducharnos juntos… después, tal vez te apetezca un masaje.
– Depende de quién vaya a darme el masaje -bromeó Jilly-, si tú o Steven, el masajista musculoso del hotel…
Matt levantó una ceja.
– ¿A cuál de los dos prefieres?
– A ti -respondió ella sin vacilar.
– Entonces ven conmigo.
Jilly sonrió.
– Esta es la mejor oferta que me han hecho en los últimos nueve meses, tres semanas y diecinueve días.
Jilly estaba en la ducha, disfrutando del agua caliente que caía sobre su cuerpo. Con las manos enjabonadas, Matt le masajeaba la espalda, la cintura y el trasero. Era tan relajante, que ella tenía que esforzarse para que no se le doblaran las piernas.-Manos mágicas -murmuró Jilly-. Tienes unas manos mágicas y atrevidas.
Acto seguido, él la abrazó por detrás, la apretó contra su cuerpo y apoyó el pene erecto en las nalgas. Mientras le besaba el cuello, comenzó a acariciarle los senos y el vientre. Lentamente fue deslizando los dedos hasta el nacimiento de los muslos de Jilly y, cuando le rozó el pubis, ella gimió con desesperación.
– Tengo algo que confesarte-le susurró Matt al oído-. Me preguntaba qué cuerpo ocultabas debajo de esos trajes tan serios que usas.
Ella se sintió halagada por el comentario.
– ¿Y ahora que lo sabes? -preguntó con picardía.
En aquel momento, él le introdujo un dedo en el sexo y, con la otra mano, le pellizcó los pezones. Jilly volvió a gemir, complacida.
– Suponía que eras preciosa -dijo Matt-, pero nunca imaginé que fueras tan desinhibida.
– ¿Y eso te molesta?.
– En absoluto -afirmó él-. Admiro a las mujeres que saben lo que quieren y no temen hacer lo necesario para conseguirlo.
– ¿De verdad?
– De verdad.
– Bueno, me alegra saberlo…
Jilly se dio vuelta, se apretó contra la pelvis de su amante y mientras le acariciaba el cabello, agregó:
– Porque quiero que me hagas el amor otra vez. Despacio y con calma, pero ahora mismo.
A él se le encendió la mirada. Se metió bajo el agua junto a ella, enjuagó los restos de jabón que tenían en el cuerpo y la apoyó contra la pared. Jilly se estremeció; el frío de los azulejos contrastaba con el calor de su piel. Era una sensación agradable y excitante.
– Yo también tengo algo que confesarte – murmuró, mientras él la acariciaba-.Esta mañana, cuando te vi. envuelto en la toalla, se me aceleró el corazón. Pero ahora, al verte desnudo, creo que me va a estallar. Verte desnudo destroza la teoría de que todos los hombres son iguales.
Matt sonrió y la acarició suavemente entre los muslos.
– ¿Sabías que tus ojos tienen vetas verdes? -le preguntó-. ¿Y que adquieren una tonalidad increíblemente ahumada cuando te excitas?
– Sabía lo de las vetas verdes, pero no sabía lo segundo -confesó-. Supongo que eso quiere decir que ahora están ahumados…
– En efecto. ¿Preparada para otra sesión de juegos suaves y lentos?
– No estoy segura de que me apetezca algo suave y lento, pero adelante…
Como gustes.
Él comenzó a besarla por todo el cuerpo y ella sencillamente se dejó hacer, sucumbiendo a sus manos y a su boca. Y cuando vio que introducía la cabeza entre sus muslos, se sintió perdida.
Unos segundos después, empezó a lamerla. La agarró con fuerza de las caderas y la atrajo hacia sí, sin dejar de besarla, lamerla, sin dejar de hacerle el amor con la boca hasta volverla loca de necesidad. Ella se aferró a sus hombros y no tardó en alcanzar el orgasmo.
Cerró los ojos y entonces oyó el inconfundible sonido de un preservativo al sacarlo del paquete. Decidió abrirlos de nuevo y descubrió a Matt en el preciso momento en que se lo ponía. Después, la atrajo hacia sí, ella cerró las piernas alrededor de su cintura y Matt la penetró.
– Oh, Dios mío…
Jilly lo besó con apasionamiento y el comenzó a moverse una y otra vez, disfrutando del instante, hasta que ella volvió a alcanzar el clímax.
– ¿Preparada para otro? -preguntó él.
Ella sonrió.
– Oh, sí…
– Entonces, sígueme…
El ritmo fue esa vez más rápido y violento. Hicieron el amor durante unos minutos y luego se sentaron al borde de la cama, cambiaron de posición y siguieron hasta agotarse.
– Eres muy bueno en esto -dijo ella, más tarde.
– Gracias, pero el cumplido sonaría mejor si no parecieras tan sorprendida…
– No estoy sorprendida, sólo asombrada.
En realidad, Jillian había mentido. Estaba sorprendida, pero no por las habilidades amatorias de Matt, sino por la intensidad de aquellas sensaciones. Sencillamente, no lo esperaba. Nunca había pensado que pudiera ser algo tan profundo, dulce y maravilloso a la vez. Y por supuesto, no se le había ocurrido pensar que Matt fuera tan generoso y atento.
– ¿Sabes que eres preciosa? -preguntó él.
El ronco tono de su voz, el contacto de sus dedos y el brillo de sus ojos la dejaron sin habla.
– Eres preciosa, sí. Me gusta tu olor, tu sabor, tu aspecto…
– Gracias -acertó a decir ella-. Tú tampoco estás mal.
Matt sonrió.
– Entonces, tengo que confesarte algo: estoy hambriento.
– ¿Ya? Eres muy rápido…
Matt rió.
– No, no… Tengo hambre de comida. Necesito tomar algo para poder seguir.
– ¿Estás pensando en el servicio de habitaciones?
– No exactamente.
– Oh, no… Estás pensando en mis bombones.
– ¿Yo? -preguntó con inocencia fingida-. Jamás te robaría los bombones. Aunque, si me ofreces alguno, creo que lo aceptaría de buen grado.
– Ya, ya… ¿Sabes lo que creo? Que has hecho esto para poder comerte mis bombones.
– Te equivocas. Quería comerme tus bombones, pero también quería comerte a ti -declaró, con un brillo de pasión en la mirada-. Además, podríamos poner los bombones sobre tu cuerpo y jugar un poco a ver lo que pasa, ¿no te parece?
– Sí, no estaría mal. Sería una gran idea.