El sonido del teléfono lo despertó. Abrió un ojo, vio que todavía estaba oscuro y se preguntó a quién se le habría ocurrido llamar en mitad de la noche.
Estiró un brazo y levantó el auricular. Antes de que pudiera decir nada, una voz metálica y automática declaró:
– Buenos días. Este es el servicio de despertador que usted ha solicitado. Son las seis y media de la mañana. Que tenga un buen día.
Entonces lo recordó todo. Estaba en el Chateau Fontaine y tenía que ver a Jack Witherspoon.
Pero eso no era todo. También estaba durmiendo con Jilly Taylor.
Se sentó en la cama, sobresaltado, y echó un vistazo. Pero Jilly no estaba allí. Aliviado, se pasó las manos por la cabeza y justo en ese momento oyó el ruido de la ducha.
De inmediato, y sin poder evitarlo, la imaginó desnuda. Aquello era más de lo que podía soportar, así que intentó mantener la calma y se dijo que la falta de comida y de sueño lo estaban volviendo loco. Resultaba evidente que en algún momento de la noche se había quedado dormido, pero se sentía como si no hubiera pegado ojo. Necesitaba un par de cafés.
Se levantó y caminó hacia la ventana. En el exterior todavía estaba oscuro y apenas se podía ver otra cosa que las luces del propio hotel. Además, seguía nevando.
Segundos después, oyó que Jillian salía de la ducha y él corrió a vestirse, pero sólo le dio tiempo de ponerse unos pantalones azules. La puerta del cuarto de baño se abrió entonces y Jilly Taylor se materializó ante él, como una diosa, envuelta por el vaho.
Por suerte para él, se había cubierto con una toalla. Pero estaba tan bella, que Matt se quedó sin palabras. Ni siquiera podía pensar con claridad.
– No sabía que te hubieras despertado – comentó ella.
– Pedí que me despertaran a las seis y media. He quedado con Jack a las nueve, para desayunar. ¿Y tú? ¿A qué hora vas a verlo?
Ella dudó antes de responder.
– A las siete y media, y también para desayunar.
Matt apretó los puños. El hecho de que se reuniera antes con ella no era nada bueno.
Pero la verdadera cuestión era otra: hasta dónde pensaba llegar para conseguir el contrato de la ARC. Sabía que era una mujer ambiciosa, pero no sabía si carecía de ética. Sabía que era perfectamente capaz de competir con cualquiera, pero no sabía si además jugaba sucio.
Incluso cabía la posibilidad de que fuera como Tricia y estuviera dispuesta a utilizar sus encantos femeninos para salirse con la suya. Y él no podía competir con eso.
– Mira, Matt, he estado pensando en todo este asunto. A mí tampoco me agrada en absoluto. Adam nos ha colocado a los dos en una situación muy desagradable y el asunto ha empeorado por culpa de la habitación. He llamado hace un rato a recepción, pero no se puede hacer nada.
– Pues no pienso marcharme, te lo advierto.
– Yo tampoco -dijo ella mientras se echaba el pelo hacia atrás-. De modo que será mejor que establezcamos una serie de reglas para que lo llevemos lo mejor posible.
¿Qué tipo de reglas?
– Bueno, en primer lugar… Creo que deberíamos estar vestidos todo el tiempo.
Él asintió lentamente.
– De acuerdo, estaremos vestidos todo el tiempo. Pero tengo que advertirte que ducharse en esas condiciones va a resultar difícil – bromeó.
– Está bien. Iremos vestidos excepto en la ducha -dijo ella.
Matt asintió.
– ¿Qué más?
– Quiero esa campaña y pienso hacer lo posible por conseguirla. Supongo que tú también la quieres, pero siempre juego limpio y espero lo mismo de ti.
Matt la observó durante unos segundos, intentando averiguar si era sincera. Ciertamente, lo parecía.
– ¿Sugieres que nos comportemos con elegancia?
– Exactamente. Y que no intentemos sabotearnos.
Matt arqueó una ceja.
– Por lo visto, no tienes muy buena opinión de mí.
– Soy desconfiada por naturaleza.
– Y yo.
– Razón de más para que establezcamos normas. Tengo intención de pelear, pero te prometo que lo haré limpiamente si tú me aseguras lo mismo.
– Contrariamente a lo que puedas creer, nunca hago trampas. No necesito hacerlas.
– Yo tampoco. ¿Trato hecho?
Ella extendió una mano y él se la estrechó.
Fue un contacto firme y simplemente profesional, pero Matt tuvo que resistirse a la tentación de tomarla entre sus brazos y romper la norma de la desnudez en aquel preciso instante.
Era consciente de que estaba empezando a perder el control, de modo que hizo un esfuerzo y se recordó que Jillian no era una mujer encantadora, sino una ambiciosa compañera de trabajo que competía con él por la campaña de ARC.
A pesar de ello, estuvo a punto de gemir. Incluso vestida, le parecía tan bella, que no dejaba de imaginarla desnuda, en la ducha. Sin embargo, sabía que podría superarlo.
– Muy bien, en tal caso voy a recoger mis cosas y te dejaré el cuarto de baño para ti solo.
– Gracias.
Jillian salió del cuarto de baño unos segundos más tarde, con su bolsa de maquillaje. Él la observó al pasar y clavó la mirada en su trasero. Le gustó tanto, que su erección empeoró y entró en el cuarto de baño tan deprisa como pudo, para ocultarse.
En cuanto se quedó a solas, bajó la mirada, contempló su sexo y se preguntó cómo era posible que la encontrara atractiva.
Pero fuera como fuera, lo excitaba. Y el problema no tenía fácil solución.
Jilly cerró los ojos cuando se cerró la puerta del cuarto de baño y dejó escapar un suspiro.
Cuando volvió a abrirlos, su mirada se clavó en la cama donde habían dormido. O más bien, en la cama donde ella había intentado dormir, sin éxito. Había pasado toda la noche en vela, perfectamente consciente del hombre que estaba a su lado y preguntándose qué se sentiría al hacer el amor con él.
Por fin, el despertador había sonado a las seis en punto y se había dirigido a la ducha con la esperanza de que el agua caliente borrara aquellos pensamientos. Pero en lugar de eso, se había dejado llevar por imágenes nuevas y no menos inquietantes: Matt y ella en la ducha, acariciándose.
Disgustada con el rumbo que estaban tomando las cosas, había decidido establecer las normas que acababa de plantearle. Era lo mejor para los dos. Aunque no tenía intención alguna de ir desnuda por la habitación estando en su presencia, tampoco quería verlo desnudo o semidesnudo a él. Y el problema no era tanto el deseo que sentía como el hecho, indiscutible, de estar compartiendo cama con su peor enemigo.
Abrió el armario, observó su ropa durante unos segundos y finalmente se decidió por ponerse el traje rojo. Era un color alegre y directo, y la falda le llegaba justo por encima de las rodillas; resultaba femenino y profesional al mismo tiempo.
En cuanto eligió el traje, se sintió mucho mejor. Ahora sólo tenía que olvidarse de Matt Davidson y concentrarse en el proyecto de Jack Witherspoon y ARC Software.
De haberse tratado de una cuestión exclusivamente profesional, estaba segura de que se habría podido concentrar, sin ningún problema, en el trabajo. Pero, por desgracia para ella, su instinto femenino se había despertado y no podía dejar de pensar en Matt Davidson.
Matt salió de la ducha y se enrolló una toalla alrededor de la cintura. El agua le había sentado bien y se sentía mucho más relajado.
El sonido de un secador de pelo le advirtió que Jillian seguía en la habitación. Pero pensó que todavía tenía que cepillarse los dientes y afeitarse, y que ella ya se habría marchado para cuando terminara. Después, pediría que le subieran un café y se concentraría en la presentación para Jack.
Acababa de aplicarse la crema de afeitar en la cara cuando ella llamó a la puerta.
– Siento molestarte, Matt, pero ¿vas a tardar mucho?
Matt se puso en tensión al oír su voz. -Tengo que afeitarme. ¿Por qué?
– Porque quiero cepillarme los dientes. Supongo que puedo soportar la visión de tu maquinilla si tú eres capaz de soportar la visión de mi cepillo dental. ¿Qué te parece si compartimos el lavabo?
Él dudó, pero al final decidió dejarla entrar. A fin de cuentas, aquella no sería la primera vez que compartía cuarto de baño con una mujer.
– Claro, pasa…
Matt se quedó sin aliento cuando la vio. Llevaba un traje rojo que le quedaba maravillosamente bien y estaba muy guapa. Además, se había dejado el cabello suelto: un detalle que le llamó la atención.
– No te has recogido el pelo -dijo él, con tono de desconfianza.
Ella arqueó las cejas y lo miró como si acabara de decir la mayor estupidez del mundo.
– ¿Ahora te preocupa mi aspecto? Imagino que en algunas partes del mundo sería ilegal, pero estamos en Nueva York y no creo que nadie se sorprenda -comentó con ironía.
– No lo digo por eso, sino porque siempre lo llevas recogido.
Matt empezaba a pensar que Jilly le había engañado al asegurar que jugaría limpio. Si utilizaba sus artes de seducción con Jack, estaba perdido.
– Eso no es verdad. A veces, como hoy, me lo dejo suelto -declaró-. Además, te advierto que tú no eres quien para protestar por el aspecto de los demás… con tanta crema en la cara, pareces Papá Noel.
– Me estoy afeitando, eso es todo. Yo no pierdo el tiempo acicalándome, como otras personas.
– ¿Acicalarme? ¿Yo? Será una broma. Pero ya que vamos a compartir habitación durante el fin de semana, será mejor que sepas que no soy de las que se pasan una hora en el cuarto de baño. Además de la ducha, apenas necesito un par de minutos para cepillarme los dientes, que es lo que voy a hacer ahora. Si no te importa, claro.
Matt se apartó un poco para dejarle espacio en el lavabo y ella se lo agradeció.
– Gracias -dijo.
Jillian empezó entonces a cepillarse. Él intentó aparentar desinterés y se concentró en afeitarse, pero en realidad estaba concentrado en la presencia de la mujer.
Sin embargo, el momento no duró mucho. En cuanto terminó, Jilly salió del cuarto de baño y segundos después reapareció en la puerta. Llevaba un maletín de cuero con su ordenador portátil.
– Me marcho -dijo ella-. Supongo que nos veremos después.
– Sí, supongo que sí.
– Ya que vamos a jugar limpio, te deseo buena suerte. Que gane el mejor -declaró. -Que gane el mejor, jilly.
Jilly se marchó entonces y él entrecerró los ojos.
No creía ni por un momento que Jillian fuera a ser justa con él. Pero en cualquier caso, no importaba: tenía intención de conseguir la campaña de ARC.
– Eh, ¿por qué tardas tanto tiempo en llenarme la taza otra vez? -preguntó Jack Witherspoon a la camarera, irritado-. Caramba, sirven mejor en el bar de mi oficina. Con lo caro que es este hotel, deberían ser algo más rápidos. A fin de cuentas no es tan difícil.
Jilly tuvo que morderse la lengua para no decir lo que pensaba. Witherspoon era un cliente, pero le pareció increíble que se molestara por algo así. Sobre todo, porque era la única persona que conocía que tomaba café solo en cantidades industriales y que exigía que le rellenaran la taza cada diez o quince segundos.
Por fin, la camarera se aproximó a la mesa donde se habían sentado y se disculpó.
– Lo siento, señor. Estábamos preparando más café.
– Está bien, pero deje la cafetera aquí y vaya a preparar otra. No quiero esperar hasta la hora de comer para que me traigan la siguiente.
La camarera se ruborizó y apretó los labios antes de alejarse. Jilly pensó que le habría gustado mandarlo al diablo, pero naturalmente no podía hacerlo.
Aunque no esperaba nada de Jack Witherspoon, había pensado que un hombre de su posición, de cincuenta y tantos años y todo un profesional, sería también educado. Pero al parecer, se había equivocado totalmente.
– Bueno, háblame de esas ideas que tienes para mí, Jilly -dijo Jack mientras echaba una cucharilla de azúcar a su enésimo café.
– La queja más común de los usuarios de sistemas operativos es que son inestables. Así que creo que sería oportuno que subrayáramos la idea de que Lazer, vuestro sistema operativo, es perfectamente fiable. En mi opinión, la campaña se debería basar en ese detalle y en los mecanismos que habéis creado para evitar las infecciones de virus y la pérdida de datos.
Jillian abrió su ordenador portátil y lo conectó para enseñarle sus ideas.
– He preparado una pequeña presentación para darte una idea del concepto que tengo para Lazer.
Jill giró el ordenador para que él pudiera ver la pantalla.
– Organizaremos una campaña a nivel nacional, con anuncios en la radio en todas las grandes ciudades, publicidad a toda página en periódicos y revistas y spots de televisión de treinta segundos de duración -dijo mientras le enseñaba el logotipo que había preparado-. Lazer. Precisión en informática, exactitud en los resultados. No podrá encontrar mejor por alguna razón, Jill empezó a pensar en ese momento en Matt Davidson. Su cabeza se llenó de imágenes eróticas y perdió totalmente la concentración. De hecho, le costó recuperarse.
_También he estado trabajando en los costes y en los análisis de beneficios, con comparativas a seis, doce y dieciocho meses.
Jack sacó unas gafas de leer y se las puso. Después, comenzó a bombardearla con todo tipo de preguntas sobre la campaña que había proyectado. Jill contestó a sus preguntas y después dejó que el cliente se concentrara en las tablas de resultados que había preparado. Eran las ocho y media y aún tenía veinte minutos por delante para sacar ventaja a Matt.
Se recostó en su asiento y se relajó un poco. Aprovechó la ocasión para echar un vistazo al salón del hotel, que estaba decorado con tanta elegancia como el resto de las estancias del lugar. Las paredes estaban cubiertas de cuadros, los suelos eran de mármol y a través de las ventanas se veía un paisaje nevado. Incluso había una gran chimenea en uno de los extremos y un árbol de Navidad en una esquina.
Pero en aquella imagen había algo en lo que no había reparado antes. Entre los clientes que disfrutaban de sus desayunos estaba Matt Davidson, observándola.
Al verlo, lo saludó con una leve inclinación de cabeza. Sin embargo, su presencia la irritó.
Si llevaba mucho tiempo allí, habría podido ver la presentación que había preparado e incluso oír la pequeña charla. Pero en cierto sentido, se alegró. Había querido jugar limpio con él y Matt le había demostrado que no era posible. Ahora sabía a qué atenerse.
– Es un trabajo impresionante, Jilly. Me gustan tus ideas y creo que tu proyecto es original y muy interesante. Justo el tipo de concepto que estamos buscando -declaró Jack.
Ella sonrió.
– Me alegra saberlo. Pero si quieres que cambiemos algo, huelga decir que estaré encantada.
– Magnífico -dijo él, consultando la hora en su reloj-. En fin, supongo que ya sabes que he quedado con Matt Davidson a las nueve…
– Sí, claro.
Jack rió.
– Ese jefe tuyo… Adam Terrell puede resultar realmente maquiavélico en ocasiones. Mira que enviaros aquí a los dos…
– Bueno, ya conoces a Adam -dijo ella, sin dejar de sonreír.
– En ese caso, demos por terminada la reunión. Quiero subir a mi habitación un momento, antes de hablar con Matt, para hacer unas llamadas telefónicas.
– Por supuesto. Por cierto, se me ha ocurrido que tal vez te apetezca dar un paseo por los viñedos esta tarde. ¿Te parece bien a las tres?
– Me parece perfecto.
– En ese caso, nos veremos en el vestíbulo.
Jack asintió, se levantó y salió del salón sin darse cuenta de la presencia de Matt. En cuanto desapareció de la vista, Matt se acercó y se sentó en la silla que había dejado vacía.
– Una presentación magnífica -dijo.
– Espero que te haya gustado, porque es evidente que me has estado espiando -protestó.
– No estaba espiando. Sólo me estaba tomando un café. Yo no tengo la culpa de que las mesas no estén separadas con biombos o algo así.
– Pero podrías haberte tomado el café en la barra o haber pedido que te subieran el desayuno a la habitación. No debí confiar en ti.
– Déjalo ya, Jilly.
– ¿Qué quieres decir con eso?
Que sé muy bien lo que intentas. Sé por qué te has puesto ese traje, por qué te has dejado suelto el pelo y por qué te has pintado los labios de rojo.
Jilly lo miró con furia.
– Te dije que jugaría limpio contigo y lo estoy haciendo. Soy una profesional y te aseguro que nunca, en toda mi vida, he utilizado mi atractivo físico para conseguir un cliente -dijo mientras se levantaba de la silla, ofendida-. Y si crees que mi aspecto es atractivo, me temo que el problema es tuyo, no mío.
Entonces, Jillian recogió su ordenador y se marchó del salón sin decir nada más.
Matt la miró mientras se alejaba y pensó que había cometido un grave error con ella. Su indignación parecía absolutamente sincera; y por otra parte, debía admitir que no había nada excesivo en su apariencia. Tal vez había exagerado al asumir que pretendía seducir a Witherspoon.
Lo único seguro, en aquel asunto, era que la deseaba. Y ese sí que era un gran problema. Un problema que no sabía cómo afrontar.