Jilly despertó lentamente. Estaba recostada de costado y las mantas la tapaban hasta el cuello. Abrió los ojos, miró el reloj y vio que eran las 11.43. Gracias a las gruesas cortinas de terciopelo, la habitación permanecía a oscuras. De todas maneras, no necesitaba ver, sólo sentir.
Matt dormía abrazado a ella, con las piernas presionadas contra sus muslos y una mano abierta sobre el seno derecho. Respiraba pausadamente contra su nuca y, al hacerlo, le rozaba los hombros con el vello del pecho.
Jilly cerró los ojos y se deleitó con la sensación del calor de su amante recostado a su espalda. Cientos de imágenes de la noche anterior volvieron a su mente. Sabía que algunas de esas imágenes la perseguirían durante mucho tiempo. Recordó una escena en la bañera, Matt y ella alimentándose el uno al otro con uvas y fresas, bebiendo vino y haciendo el amor mientras el agua caliente burbujeaba a su alrededor. También se acordó de cuando regresaron a la cama y pelearon por los bombones que habían comprado en la tarde. Estaba casi convencida de que los fabricantes jamás habrían imaginado que alguien pudiera disfrutar de sus golosinas como ellos dos.
Habían pasado toda la noche riendo, charlando y haciéndose el amor hasta caer rendidos de cansancio. Pero la llegada del lunes señalaba el final de su romance.
Aquella era la última vez que Matt la abrazaría de esa forma. La última vez que ella sentiría el calor de su piel. Le dolía el pecho de solo pensarlo. Se preguntó si acaso él lamentaría la pérdida tanto como ella. Cuando pensaba que al día siguiente tendría que verlo en la oficina y pretender que nada había pasado, Jilly tenía ganas de llorar. No podía precisar si Matt estaba tan angustiado como ella o si sería capaz de olvidar la intimidad que habían compartido y volver a la relación de siempre. Había gestos que la hacían dudar. La intensidad con la que la miraba, cómo la tocaba y la pasión con la que le hacía el amor permitían pensar que a él le pasaba algo parecido. No había hecho ningún comentario, pero los ojos le brillaban con una emoción particular.
Jilly no se había atrevido a preguntar. Le aterraba que la respuesta fuese negativa porque entonces se sentiría una idiota que había permitido que una aventura de fin de semana le tocara el corazón. Y si decía que sí, que no soportaba la idea de tener que separarse, la situación no sería más fácil. No podían permitirse anhelar una relación de otro tipo porque una vez que Jack Witherspoon eligiera una de las propuestas, Matt se convertiría en su jefe, o ella en la jefa de Matt. En esas circunstancias, una relación entre compañeros de trabajo estaba fuera de discusión. Además, tenían personalidades muy distintas. Matt quería controlarlo todo y ella odiaba que se entrometieran en sus asuntos. Eran diferentes y, además, competían por un mismo puesto. Definitivamente, debían poner punto final a su historia.
En cuanto ese pensamiento cruzó por la mente de Jilly, Matt se desperezó a su espalda. En silencio, le acarició los pezones. Ella se arqueó hacia atrás para apretarse contra él y ronroneó de placer.
– Buenos días, preciosa -le susurró Matt al oído.
– Buenos días, grandullón -murmuró ella y le acarició la cabeza-. Aunque la verdad es que casi es mediodía.
Jilly se sorprendió al ver que ya era la una de la tarde. No podía creer que hubiera pasado más de una hora entre cavilaciones y recuerdos.
Matt hundió la cara en el pelo de su amante e hizo lo imposible para tratar de olvidar que esa sería la última vez que la tocaría, pero no lo consiguió.
Acto seguido, le recorrió el torso con la mano y visualizó la piel de Jilly mentalmente. Las pecas que le decoraban el pecho; el pequeño lunar debajo del seno derecho y los bordes del ombligo. Le mordió la nuca con delicadeza y luego la lamió desde el cuello hasta los hombros.
– ¿Te he dicho lo bien que sabes? -preguntó.
– No al menos en las últimas horas -contestó ella.
Él la acarició detrás de la oreja y respiró hondo.
– ¿O lo increíblemente bien que hueles? – insistió Matt-. ¿O lo suave que es tu piel?
Cuando él le acarició el pubis, ella gimió complacida, separó las piernas y se frotó las nalgas contra el miembro erecto. Entre jadeos, Matt le introdujo dos dedos en el sexo y añadió:
– ¿O lo húmeda, suave y cálida que eres?
El contacto de aquellas nalgas firmes y redondeadas apretándose contra su pene lo hacía temblar. A pesar de las protestas de Jilly,
Matt le quitó la mano del pubis y se estiró para buscar un preservativo en el cajón de la mesita de noche. Se lo puso a toda velocidad y volvió a su amante. Se acomodó por detrás y entró en ella. Le hizo el amor sin prisas y saboreó cada movimiento, cada suspiro y la soberbia sensación de tenerla pegada a él. El orgasmo de Jilly lo sacudió como un rayo. Un segundo después, la aferró por los muslos, dejó caer la cabeza hacia delante y alcanzó el éxtasis. En cuanto dejó de temblar, comprendió que acababan de hacer el amor por última vez.
Matt salió de la ducha una hora y media después y se lamentó de que Jilly no se hubiera reunido con él. Sabía que había sido una esperanza vana porque, de hecho, ella ya se había duchado. Sin embargo, no podía evitar sentirse contrariado al comprobar que la aventura había terminado.
Se obligó a apartar los pensamientos dolorosos, se afeitó deprisa y mientras guardaba el cepillo de dientes y la maquinilla, notó que las cosas de Jilly ya no estaban sobre la encimera del lavabo. Abrió la puerta del baño y se quedó paralizado en el lugar. Cuando la vio vestida con unos vaqueros, con un jersey negro, botas militares y el pelo recogido, sintió que era la mujer más sexy del universo y que lo único que él deseaba en ese momento era desnudarla y amarla una vez más. Estaba parada en medio de la habitación, con la maleta, el ordenador portátil y la caja de flores que él le había regalado a su lado.
– Estoy lista para irme -dijo ella.
Matt tuvo que hacer un esfuerzo para poder hablar.
– Está bien. Sólo necesito cinco minutos para…
– He pedido un taxi para que me lleve a la estación. El próximo tren sale dentro de veinte minutos.
Él se llevó una mano a la cabeza y se quedó parado, apenas cubierto por una toalla y absolutamente aturdido. Quería decir muchas cosas, pero no sabía cómo expresarlas con claridad. Lo aterraba decir algo que no fuera suficiente, o mencionar otra cosa y que fuera demasiado.
Quería llevarte a tu casa, Jilly -dijo, finalmente-. De hecho, había planeado o, al menos, esperado, que regresáramos juntos.
– Gracias, pero ya me las he arreglado por mi cuenta.
Si bien no dijo que no necesitaba o no quería que se ocupara de ella, fue como si lo hubiera hecho. Matt se sentía tan frustrado que tuvo que controlarse para no gritar.
– Creo que es mejor así -agregó ella.
Racionalmente, él sabía que Jilly tenía razón. Un adiós rápido en el hotel facilitaría la despedida. Sin embargo, por mucho que lo comprendiera no dejaba de sentirse mal.
– Ha sido un fin de semana maravilloso – dijo ella.
– Sí.
En los labios de Jilly se insinuó una ligera sonrisa. Matt la miró y pensó que jamás conseguiría olvidar cómo sabía aquella boca.
– Supongo que mañana nos veremos en la oficina -comentó ella.
– Mañana, sí…
Jilly vaciló algunos segundos y él se puso tenso, ansioso por saber si diría algo más. Pero tal como suponía, ella sólo podía decir una cosa.
– Adiós, Matt.
Era todo lo que cabía decir en esa situación y ella lo había dicho. Acto seguido, Jilly se agachó para recoger su equipaje, luego se acercó a él y lo besó tímidamente en la boca. Matt respiró hondo para quedarse con el recuerdo de su perfume y la observó abrir la puerta y salir de la habitación. Se quedó parado allí, solo, con el recuerdo de tres días increíbles y un profundo dolor en el corazón.
El martes por la mañana, Jilly entró en las oficinas de Maxximum con su actitud profesional como arma de defensa. Peinada con su clásico moño, vestida con un traje negro y con las gafas de sol puestas, se sentía capaz de afrontar cualquier situación. Incluyendo su encuentro con Matt Davidson.
No podía negar que el corazón le latía a toda velocidad, pero se dijo que era porque había tenido que correr hasta el ascensor. También era cierto que tenía los nervios alterados, pero eso se debía a que había cometido el error de tomar un café doble con el estómago vacío. En cuanto comiera algo se sentiría mejor. Fue hasta su escritorio, colgó el maletín en el respaldo de la silla, encendió el ordenador y después se dirigió al cuarto de descanso para calentar la tarta de fresas que había comprado en la tienda de la esquina. Cuando entró, se detuvo de golpe como si acabara de toparse con un muro.
Matt estaba apoyado en la encimera, tomando un café y leyendo el periódico. Levantó la vista y se quedó paralizado. Se miraron en silencio durante un par de minutos. Cientos de imágenes se agolparon en la mente de Jilly. Matt sonriéndole, riendo con ella, besándola, tocándola, haciéndole el amor.
Se aferró al plato, trató de borrar las imágenes de su cabeza y se obligó a avanzar con una sonrisa, esperando que no se notara lo tensa que estaba.
– Buenos días -dijo ella.
– Buenos días -contestó él y señaló hacia la cafetera-. Está recién hecho, ¿por qué no te sirves un poco?
– Genial.
Jilly se concentró en desenvolver la tarta. Mientras tanto, pretendía no haber notado lo bien que le sentaba a Matt el traje gris que llevaba puesto. Sobre todo, porque sabía qué era lo que había debajo de esa ropa.
– Me pregunto si Jack Witherspoon se habrá puesto en contacto con Adam -comentó él.
– No lo sé. Pero si no es hoy, con seguridad lo hará durante la semana. Jack quiere empezar a trabajar en la campaña lo antes posible.
Por el rabillo del ojo, Jilly vio que Matt iba hasta el frigorífico. Después, se acercó a ella y dejó la botella de leche cerca de su taza.
– ¿Para qué es eso? -preguntó la mujer.
– Para tu café.
Cuando se miraron a los ojos, Jilly se sintió tensa y relajada al mismo tiempo. Luego enarcó una ceja y dijo:
– Antes nunca me habías traído la leche para el café.
– Antes no sabía que le ponías leche…
El comentario bastó para poner en evidencia que la intimidad que habían compartido había alterado su rutina por completo. Un detalle tan insignificante como el del café con leche les señalaba el nivel de complicidad que había entre ellos.
Jilly tragó saliva y se preguntó cómo haría para soportar el trabajo diario junto a Matt si ni siquiera podía manejar un simple encuentro en la cocina.
Tenía que encontrar el modo de recuperar el control de la situación. Debía olvidar los momentos que habían compartido durante el fin de semana y convencerse de que la botella de leche era tan sólo una cortesía por su parte, que no tenía ningún significado oculto y que, en todo caso, lo único que probaba era que Matt siempre quería estar en todo.
Trató de borrar cualquier emoción de su rostro y se obligó a sostenerle la mirada.
– Gracias, pero soy perfectamente capaz de buscarme mi propia leche -afirmó.
– Y yo soy perfectamente consciente de eso.
– Imagino que respetaras nuestro pacto y que volveremos a la relación de siempre…
– Por supuesto -dijo él y arqueó una ceja-. Salvo que hayas cambiado de opinión.
– No, en absoluto -ratificó Jilly-. Sólo sentí que necesitaba recordarte cuál había sido el acuerdo.
– ¿Lo dices porque te he traído la leche para el café?
Antes de que ella pudiera responder, él se acercó un poco más. Jilly sentía en peligro. Necesitaba conservar cierta distancia para no ceder a la tentación de tocarlo. Dio un paso atrás pero se topó con la encimera. Él siguió avanzando hasta dejar unos pocos centímetros entre ellos. Se inclinó hacia delante y apoyó los brazos sobre la tabla, dejando a Jilly completamente atrapada. A ella se le aceleró el corazón y, aunque su cerebro le gritaba que huyera cuanto antes, sus pies se negaban a obedecer. Se sentía intimidada, pero no encontraba fuerzas para protestar. Además, no podía negar que la situación le resultaba muy excitante.
– Te prometo que tengo toda la intención de cumplir con nuestro acuerdo y olvidar cuanto antes lo que ha pasado entre nosotros -dijo Matt con voz firme-. Pero debo reconocer que va a costarme mucho más de lo que suponía. Me encantaría poder olvidarlo todo en un instante, pero no soy una máquina. Es mi problema y espero superarlo con el tiempo. Sin embargo, agradecería que por el momento confíes en mí cuando te digo que lo estoy intentado y haré lo imposible para no estropearlo.
Antes de continuar, la miró de arriba abajo.
– Créeme, si no me importara el trato que hemos hecho, te habrías enterado porque en lugar de darte la maldita leche, te habría besado -aseguró-. La verdad es que esta mañana me siento pésimo, ya que no he podido pegar un ojo en toda la noche porque no podía dejar de pensar en ti. Y no me hace ninguna gracia pensar los días, semanas o meses que puedo llegar a necesitar hasta poder estar en una habitación contigo sin sentir esto que siento. Dicho lo cual, quería invitarte a cenar esta noche.
Jilly se quedó inmóvil. Sentía que el corazón se le iba a salir por la boca. Estaba tan hipnotizada por la clara frustración con la que la miraba Matt, que ni siquiera recordaba por qué se había enfadado antes. Él estaba tan cargado de tensión, calor y deseo, que lo único que ella podía hacer para no arruinarlo todo era tratar de mantenerse quieta. Evidentemente, él estaba experimentando la misma angustia y frustración que ella. Sabía que no debía sentirse complacida por la confesión de Matt, pero era humana y no podía negar lo mucho que le gustaba ese hombre.
Respiró hondo y dio un paso a un lado. Él apartó los brazos y ella aprovechó para aumentar la distancia. En cuanto se sintió más segura, relajó la frente y dijo:
– Sí, esto es muy incómodo, pero sabíamos que iba a ser así. Y como tú has dicho, con el paso de los días, será cada vez más fácil. Sobre la invitación a cenar, me temo que tengo que rechazarla. No sólo porque violaría nuestro pacto, sino porque ya tengo una cita.
Se hizo un largo silencio entre ellos y Jilly tuvo que hacer un esfuerzo para poder sostenerle la mirada. Se moría de ganas de aclararle que no podía cenar con él porque había quedado en salir con Kate. Pero se contuvo y se convenció de que no era culpa suya si Matt su ponía que la cita era con otro hombre y de que, en cierta medida, era mejor que pensara eso. Por otra parte, el objetivo de la salida con su amiga era conocer a alguien más, de modo que las sospechas de Matt no serían tan erradas.
– No te preocupes -dijo él con sequedad-. Ni voy a insistir con mi invitación ni voy a preguntarte por tu cita. Entiendo cuáles son las reglas.
Sin decir una palabra más, Matt agarró su taza y su periódico y abandonó la cocina. Jilly se quedó mirando la puerta, se mordió el labio inferior y se dijo que era mejor así.
Sin embargo, se sentía más derrotada que nunca.
– ¿Qué te parece aquel rubio alto que está al final de la barra? -preguntó Kate-. ¿El que tiene un jersey azul celeste?
Jilly miró hacia el lugar que le señalaba su amiga y negó con la cabeza.
– No, prefiero a los de cabello oscuro.
– De acuerdo. ¿Qué tal entonces el tipo que está con él? Tiene el pelo casi negro y es muy guapo.
Jilly le echó un vistazo al hombre y comprobó que, ciertamente, tenía el pelo oscuro y era guapísimo. Pero no la emocionaba más que el teléfono público que tenía al lado.
– Lo veo y no me pasa nada.
Kate la miró con exasperación.
– Tal vez te pasaría algo si te levantaras de la silla y fueras a charlar con alguien -protestó-. ¿Cómo piensas encontrar a un hombre con quien salir si te pasas toda la noche hablando conmigo?
– Me gusta charlar contigo.
– Gracias, a mí también me gusta charlar contigo. Y apostaría a que, si le dieras una oportunidad al tío de la barra, también disfrutaría de hablar contigo.
Jilly se encogió de hombros.
– Tal vez más tarde me acerque a él -prometió-. Ahora prefiero que me sigas contando sobre tu fin de semana con Ben.
– De acuerdo -dijo Kate-. Pedimos comida china, decidimos la lista de invitados para la boda e hicimos el amor apasionadamente. ¿Qué tal el tipo de camisa blanca que está tomando un martini?
Jilly le echó un vistazo y comentó:
– Tiene el pelo demasiado largo y no me gustan los hombres con barba.
– Si ese es todo el problema, se puede afeitar y cortar el pelo.
– Ya sabes lo que dicen: nunca trates de cambiar a un hombre.
Kate se quedó mirándola durante varios segundos y Jilly hizo un infructuoso esfuerzo por mostrarse indiferente al escrutinio de su amiga.
– Ya comprendo -dijo la amiga.
– ¿Comprendes qué?
– Cual es el problema con todos estos hombres -puntualizó Kate-. Todos tienen el mismo problema.
– Desde luego, el problema es que yo no me siento atraída por ninguno.
– Exactamente. Y el motivo por el cual no te sientes atraída es porque ninguno de ellos es Matt Davidson.
Jilly quería refutar esa afirmación, pero era tan cierta, que no tenía sentido molestarse. Se llevó las manos a la cabeza y miró a su amiga con los ojos llenos de frustración.
– ¿Qué voy a hacer, Kate?
– Eso depende de lo fuertes que sean tus sentimientos hacia él.
– Muy fuertes. De verdad siento que él no es para mí.
Kate miró hacia el techo y suspiró con resignación.
– Me estoy refiriendo a tus sentimientos más profundos.
Jilly se sintió incómoda.
– No estoy segura…
– De acuerdo, puede que tú no estés segura, pero yo sí lo estoy. Jilly, sólo hay una clase de mujer capaz de mirar a esos hombres a cual más guapo y no ver nada que le resulte interesante.
La publicista frunció el ceño.
– Me conoces hace años, sabes que no soy lesbiana.
Kate no pudo contener las carcajadas.
– Claro que lo sé, tonta. Trato de decirte que estás enamorada.
Jilly se bebió el margarita de un trago.
– No, no lo estoy.
– Por supuesto que lo estás. ¡Reacciona, por favor! Hasta un ciego se daría cuenta de que estás loca por Matt. Lo sospechaba desde que hablamos por teléfono hace un par de días, pero cuando ni siquiera te molestaste en mirar a ese Adonis de pelo negro lo supe definitivamente.
– Tampoco te he visto mirar al supuesto Adonis con demasiado interés.
– Claro que no. ¿Y sabes por qué? Porque estoy enamorada de Ben -argumentó Kate con gesto triunfante-. A las pruebas me remito.
Jilly la miró con fastidio y se dijo que necesitaba encontrar alguna amiga que no fuese abogada. Sin embargo, sabía que Kate tenía razón y no podía dejar de pensar en lo que acababa de decir. No sólo se sentía irremediablemente atraída por Matt, sino que lo amaba. Amaba su sonrisa, su risa, su sentido del humor, su integridad y su ética laboral. Amaba el modo en que le importaba su familia y lo torpe que era para los deportes. Amaba el modo en que la tocaba, la besaba y le hacía el amor. De pronto, el malestar que sentía se transformó en un pánico devastador. Sin quererlo, gimió angustiada.
– ¿Qué te ocurre? -preguntó Kate.
– Estoy aterrorizada. ¡Maldita sea, no puedo enamorarme de él!
Los ojos de su amiga se llenaron de compasión.
– Lo siento, pero ya es tarde para lamentos. Cuéntame cómo ha sido el día de trabajo con él.
Jilly suspiró y la miró con desesperación.
– Horrible. Incómodo. Incluso cuando no estábamos juntos… -confesó-. Juro que no dejé de ser consciente de su presencia ni un solo minuto.
– ¿Y cuando estabais juntos?
– Una tortura. Se me aceleraba el corazón, me transpiraban las manos, se me hacía un nudo en el estómago y me moría por arrancarle la ropa con los dientes.
– Vaya por Dios, sí que estás loca por él… -comentó Kate.
– Pero no quiero estar enamorada de él. ¿Por qué he tenido que enamorarme así? Es mi compañero de trabajo, ¿comprendes? Y además siempre quiere estar en todo y sabes cuánto me irrita que se metan en mis asuntos.
Kate arqueó las cejas.
– ¿A qué te refieres con eso de que siempre quiere estar en todo? -preguntó con cierta ironía-. ¿Es tan terrible que haya querido pagar una comida?
– Muy graciosa. Son muchas cosas. Por ejemplo, tenía decidido traerme de vuelta a casa desde el hotel…
– Tienes razón, se merece que le pateen el trasero.
Jilly miró a su amiga con mala cara.
– No necesitaba que me trajera a casa, ya había pedido un taxi.
– De acuerdo -consintió Kate, resignada-. ¿Discutió contigo por ese tema? ¿Trató de obligarte a entrar en su coche?
– A decir verdad, no.
– ¿Qué más?
A pesar de que se daba cuenta de que estaba perdiendo la batalla, Jilly sentía que no podía ceder en la discusión.
– Esta mañana me trajo leche para el café -dijo, casi susurrando.
La abogada soltó una carcajada y después se inclinó hacia delante.
– Jilly, llevas tanto tiempo insistiendo en que puedes con tus asuntos y que no necesitas la ayuda de ningún hombre, que empiezas a ser incapaz de distinguir la diferencia entre autoritario y amable -declaró-. Supongamos que Matt haya querido meterse en alguno de tus asuntos, en la medida que siempre haya acatado tu voluntad, no veo cuál es el problema.
Jilly reflexionó durante algunos segundos y comprendió que lo que Kate acababa de decirle era absolutamente cierto. En el trabajo, Matt trataba de estar en todo y esa era una de las razones por las que era tan bueno en lo que hacía. No podía culparlo por eso. Y fuera del trabajo, esa misma actitud se convertía en una suma de gestos amables y románticos. De hecho, siempre se había comportado con ella como un auténtico caballero.
– Creo que tal vez lo estaba prejuzgando y asignándole defectos que en verdad no tiene -admitió Jilly.
– Desde luego, eso es lo has estado haciendo.
– Diablos, Kate, ¿en qué clase de monstruo me he convertido?
– No eres un ningún monstruo. Te han lastimado y te has vuelto excesivamente cautelosa. Es comprensible.
– Pero sigo sin querer enamorarme de Matt, Kate. Este romance podría arruinarme la carrera. ¿Cómo hago para quitármelo del corazón?
– Es amor, Jilly, no se cura con antibióticos.
– Pero duele mucho.
– Nadie ha dicho que el amor sea algo sencillo. ¿Pero no es mucho mejor que no sentir nada?
La publicista suspiró acongojada.
– La verdad es que no sé que decir. Supongo que tengo tres opciones -dijo y comenzó a enumerar con los dedos-. La primera posibilidad es continuar la relación con Matt, asumiendo qué él está de acuerdo, y ver qué ocurre.
– ¿Cuáles son los pro y los contra de esa opción?
– Tiene de bueno que estaría con el hombre al que amo y de malo que en algún momento las cosas se van a complicar y acabaría con el corazón roto y con una situación laboral muy delicada, con todo lo que eso supone para mi desarrollo profesional.
Kate se estremeció.
– ¿La segunda alternativa? -preguntó.
– Tratar de mantenerme alejada de Matt todo lo que pueda y rezar para que mis sentimientos hacia él desaparezcan.
– No pretendo desanimarte, pero no creo haya plegaria que sirva para estas cosas. ¿Cuál es la tercera opción?
– Iniciar una conversación con el Adonis de la barra y esperar que resulte. Si consigue que me olvide de Matt aunque sólo sea por un minuto, estoy dispuesta a darle una oportunidad.
Acto seguido, se puso de pie.
– Deséame suerte, Kate… Allá voy.
Matt estaba sentado en su sofá favorito, vestido con su camiseta favorita y unos vaqueros viejos, con un vaso de cerveza en una mano y el mando a distancia en la otra. Llevaba varias horas haciendo lo imposible por no pensar en Jilly. Pero no podía evitarlo.
Miró el reloj y vio que casi eran las diez. Pensó que probablemente a esa hora ella estaría en algún restaurante romántico, sonriéndole a Brad, el dentista. O quizá, ya habían terminado de cenar y se habían marchado a otra parte. Tal vez, a la casa de Jilly.
Bebió un trago de cerveza y trató de borrar de su cabeza la imagen de otro hombre disfrutando de su compañía. Tocándola. Besándola. Haciendo el amor con ella.
Tener que compartir el día de trabajo con ella había sido una tortura insoportable. Desde que la había visto entrar en el cuarto de descanso por la mañana, había estado deseando acariciarla. De hecho, había tenido que hacer un enorme esfuerzo para poder trabajar. Pero hasta cuando conseguía concentrarse en alguna tarea, había una parte de él dedicada a atender todo lo que Jilly estaba haciendo.
Respiró hondo y movió la cabeza de lado a lado como si intentase librarse de su propia locura. Sin duda, tenía alguna tendencia masoquista porque insistía en relacionarse con sus compañeras de trabajo cuando sabía perfectamente que esas relaciones nunca acababan bien.
El mayor error que había cometido había sido presuponer que podría olvidar a Jilly con relativa facilidad. Por alguna extraña razón, se había convencido de que podría compartir un fin de semana de juegos y diversión sexual con ella y, de la noche a la mañana, actuar como si nada hubiera ocurrido. Ahora comprendía que no sólo había estado equivocado, sino que se había metido en un problema enorme. Un problema sin solución aparente.
Desde luego, no había contado con la posibilidad de sentirse de ese modo. Jamás había pensado que al separarse de Jilly se sentiría tan mal. Como si le hubieran arrancado el alma y el corazón.
Echó la cabeza hacia atrás, cerró los ojos y se preguntó qué demonios le estaba pasando.
Su voz interior le dijo que el problema era que estaba enamorado de Jilly.
Matt abrió los ojos y se enderezó de golpe. Se dijo que podía tener tendencias masoquistas pero que, definitivamente, no estaba tan loco como para enamorarse de ella.
Sin embargo, la palabra «amor' seguía resonando en su mente y por mucho que intentara refutarla, no podía. Una vez más, había cometido el error de enamorarse de una mujer con la que trabajaba y las consecuencias de esa equivocación podían ser fatales. Si haber mantenido una aventura romántica con Jilly había sido una imprudencia, enamorarse de ella merecía la medalla de oro a la estupidez.
Soltó el mando a distancia y se llevó una mano a la cara. Estaba aterrorizado y trató de tranquilizarse pensando que tal vez no, fuera amor, sino un deseo tan intenso que lo hacía bordear la locura.
Pero nada lo convencía. Podía engañarse durante algunos segundos, pero de inmediato su corazón lo enfrentaba a la verdad. No era sólo deseo. Sabía cómo era la mera atracción física y, por muy intensa que fuera, no era comparable a lo que sentía por Jilly. No había duda, estaba perdidamente enamorado de ella. Había amado a Tricia, pero lo que había sentido por ella no se asemejaba en nada a los sentimientos y emociones que le inspiraba Jilly. Le gustaba y la deseaba, dentro y fuera de la cama, con una intensidad asombrosa. Sencillamente, Jilly era más importante que cualquier otra cosa.
De repente, comprendió que se sentía atraído por ella desde hacía mucho tiempo. Durante el año anterior, había disfrutado de las batallas verbales en la oficina y valorado la inteligencia con que planteaba sus campañas publicitarias. El tener que competir con ella lo había obligado a mejorar en su propio trabajo. Admiraba su profesionalidad, a pesar de la desconfianza que le tenía por culpa de la experiencia con Tricia.
Pero Jilly había demostrado ser extraordinariamente íntegra y no sólo se había ganado su confianza y admiración, sino que además le había robado el corazón. Sin embargo, sabía que era una situación muy delicada porque competía con ella en el trabajo; y en breve, uno de los dos se convertiría en jefe del otro.
Se dijo que aquello ya no era relevante. Se había enamorado de ella y no podía hacer nada salvo decir qué hacer al respecto. Estaba aturdido, pero había algo que tenía muy claro: quedarse en casa mientras ella salía con otro hombre era un completo desatino. Había llegado la hora de hacer planes.