Matt se detuvo ante el pórtico con columnas del hotel Chateau Fontaine, tomó su chaqueta de cuero y su bolsa de viaje, dejó el coche para que lo aparcaran y se dirigió a la entrada. Tenía las piernas entumecidas por el viaje, de seis horas, y pensó que en tanto tiempo podría haber llegado a Canadá.
Sin embargo, sabía que la tardanza había sido culpa suya. Había optado por tomar la autopista de Long Island a sabiendas de que era famosa por los tremendos atascos que se organizaban en ella, pero había pensado, equivocadamente, que el tráfico estaría bien. A fin de cuentas, había salido de la ciudad después de las ocho de la tardé. Pero no había contado con la gente que se marchaba fuera a pasar el fin de semana, ni con la nieve ni con el camión que había sufrido un accidente y que había cortado la ruta.
En cuanto entró, caminó hacia la recepción como si hubiera encontrado un oasis en mitad del desierto. Tenía sed y no había comido nada en todo el día, pero estaba tan agotado que no le apetecía comer.
– Estoy tan cansado que no me apetecería ni hacer el amor -murmuró.
Sólo quería meterse en la cama y dormir. La experiencia del viaje se había sumado a la larga noche en vela, de modo que decidió descansar y levantarse a primera hora, con tiempo suficiente para echar un vistazo a sus notas antes de reunirse con Jack Witherspoon. Había charlado con él aquella mañana y no sabía cuándo llegaría al hotel, pero los dos se habían mostrado de acuerdo en que sería mejor que se reunieran por la mañana en lugar de hacerlo nada más llegar.
Matt sonrió a la recepcionista, que se llamaba Maggie a juzgar por la plaquita que llevaba en la blusa, y le dio el fax de la agencia de viajes de Maxximum.
– Ah, sí, señor Davidson… lo estábamos esperando -dijo, mientras le daba un folleto-. Aquí tiene información sobre nuestras actividades. Su habitación es la 312. Tome el ascensor de la izquierda hasta el tercer piso. La encontrará al final del pasillo.
– Me gustaría que me despertaran a las seis y media de la mañana, por favor.
Matt tomó su bolsa de viaje y cruzó el vestíbulo en dirección a los ascensores. Las paredes estaban decoradas con motivos navideños y una de ellas era un gigantesco ventanal que supuso daría a los viñedos, aunque la oscuridad del exterior no permitió que lo comprobara. Los techos eran altos, los suelos estaban cubiertos de alfombras y entre las plantas se distinguía un piano, cerca de la escalinata interior, y un árbol de Navidad.
Entró en el ascensor, medio dormido, y unos segundos después ya se encontraba en el tercer piso. Ahora sólo tenía que localizar su habitación.
Estaba al final del pasillo, tal y como le había indicado la recepcionista. Cuando llegó, abrió la puerta y entró. La repentina oscuridad le resultó muy agradable, sobre todo después de haber soportado la intensa luz del vestíbulo del hotel.
Sólo quería hacer una cosa: acostarse. Así que dejó la bolsa en el suelo, se quitó la chaqueta, se desnudó y se quedó sin más prenda que los calzoncillos antes de avanzar hacia la cama. A pesar de la oscuridad, notó que estaba algo revuelta y le extrañó, pero en ese momento no le dio mayor importancia.
Una vez bajo las sábanas, suspiró y se dispuso a caer en brazos de Morfeo. Pero entonces se estiró y notó que su brazo rozaba con algo cálido y suave. Pensó que las sábanas eran de satén y las acarició. Ciertamente, eran muy suaves. Suaves y redondeadas, como el pecho de una mujer. Incluso creyó notar lo que parecía ser un pezón.
Entre sueños, pensó que era una cama maravillosa y casi pudo sentir lo que parecía ser un cuerpo femenino contra su espalda. Pero aun así, habría seguido durmiendo tan tranquilamente de no haber oído, con total claridad, un grito ahogado.
– Pero qué diablos…
Matt abrió los ojos.
– ¡Sal de la cama ahora mismo, canalla! – gritó una voz femenina.
Matt encendió la luz y tardó unos segundos en ajustar la visión a la súbita claridad. Cuando lo consiguió, se encontró ante una morena de pelo revuelto y expresión furiosa. Parecía dispuesta a sacarle los ojos.
– ¿Tú? ¿Eres tú? ¿Matt?
Él todavía tardó unos segundos en reconocerla.
– ¿Jilly?
Los dos se miraron sin saber qué hacer, ni qué decir, durante un rato interminable.
Matt todavía no podía creer lo que había sucedido. Además, le resultaba increíble que aquella mujer impresionante, de largo cabello oscuro, ojos entre dorados y marrones y cuerpo maravilloso, fuera nada más y nada menos que Jillian Taylor.
La Jilly que él conocía no se parecía nada. Era estirada, conservadora, fría, justo lo contrario que aquella mujer. Y cuando cayó en la cuenta de que realmente le había acariciado uno de sus senos, no pudo evitar admirar su anatomía. Aunque se había tapado con las sábanas, distinguió curvas asombrosas y unas piernas interminables.
Por sorprendente que pudiera ser, Jillian ocultaba un precioso secreto bajo su apariencia profesional. Y desafortunadamente para él, le provocó una más que visible erección.
Desesperado, intentó reaccionar. Carraspeó y dijo:
– ¿Qué estás haciendo aquí?
– Eso mismo te pregunto yo. ¿Qué estás haciendo en mi habitación? ¿Qué es esto, algún tipo de broma?
– Yo no gasto bromas de ese tipo. ¿Y qué quieres decir con eso de que es tu habitación? La recepcionista me dio la 312 y esta es la 312, ¿verdad?
– Sí -respondió ella, frunciendo el ceño-. Supongo que habrán cometido algún tipo de error. Pero eso sigue sin explicar tu presencia en el Chateau Fontaine, aunque cualquiera podría adivinar que tienes intención de estropear mi reunión con Jack Witherspoon.
– ¿Tu reunión? -preguntó, asombrado.
– Claro. Adam me envió para que lo convenza de que firme con Maxximum.
Matt entrecerró los ojos y la observó con detenimiento. O era una mentirosa magnífica o su jefe les había gastado una broma a los dos.
– ¿Eso es cierto? Porque, si lo es, debo advertirte que Adam me envió precisamente para lo mismo.
Jillian lo observó intentando mantener la calma. Se había pegado un buen susto al descubrir que no estaba sola en la cama, pero el susto había sido aún mayor cuando comprendió que las caricias que había sentido no eran ningún sueño, sino algo real. Y después de comprobar la identidad del extraño, le extrañaba que no hubiera sufrido un infarto.
En cuanto a las palabras de su compañero de trabajo, no sabía si era sincero o si estaba mintiendo. Lo miró con atención, como intentando averiguar la verdad, pero sólo consiguió excitarse ante la contemplación de su cuerpo.
Sin querer, y desde luego contra su voluntad, recordó lo que Kate le había comentado: que cabía la posibilidad de que aquel fin de semana encontrara al hombre que estaba buscando. Pero expulsó aquella idea de su pensamiento y se dijo que se estaba volviendo loca.
– ¿Y bien? -preguntó él, sin dejar de mirarla.
– ¿Bien, qué? -preguntó ella a su vez, mientras se levantaba de la cama.
Matt extendió una mano para ayudarla y ella la aceptó. Al sentir su cálido contacto, sintió tal estremecimiento, que se apartó enseguida. Fue como si acabara de sufrir una descarga eléctrica.
Se sentía incómoda y expuesta en ropa interior y habría dado cualquier cosa por una bata. Pero no tenía ninguna a mano y él no parecía molesto por la situación, así que decidió que no le daría el gusto de demostrar inseguridad. Además, intentó tranquilizarse pensando que, al fin y al cabo, en la playa estaba igual de desnuda.
– Si estás diciendo la verdad, creo que es evidente lo que ha pasado -dijo Matt.
– Estoy diciendo la verdad. No soy ninguna mentirosa. En cambio, no estoy tan segura de ti.
– Pues créeme. Soy muchas cosas, lo admito. Pero la mentira no se encuentra entre mis defectos.
– Supongo que podría verificar tu historia con una simple llamada telefónica.
– Podrías sin duda, pero casi son las tres de la madrugada. ¿Quieres despertar a Adam a estas horas o prefieres aceptar mi palabra hasta mañana?
Jilly se preciaba de conocer bien a la gente y casi estaba segura de que Matt decía la verdad.
– Está bien, te concederé el beneficio de la duda hasta mañana. Pero la idea de que Adam nos haya enviado a los dos al mismo tiempo…
– Te recuerdo que no sería la primera vez. El verano pasado hizo lo mismo con la campaña de Lone Star Steak. Nos enfrentó a los dos y nos convenció de que uno conseguiría ese contrato.
– Es cierto. Al parecer, pretende repetir la historia. Muy listo, nuestro jefe…
– Sí, no hay duda de ello. Y hasta lo encontraría divertido si no fuera porque soy una de las víctimas y porque no pienso permitir que pase otra vez lo mismo.
– ¿A qué te refieres?
– A que tú te quedaste con aquel proyecto. Pero esta vez seré yo quien triunfe -respondió.
Jillian hizo un gesto de desprecio.
– Bah. Cree lo que quieras creer, pero te va a costar conseguir la campaña de ARC si tienes que pasarte todo el fin de semana explicando a la policía por qué has entrado en mi dormitorio sin permiso.
Matt la miró con cara de pocos amigos.
– Soy un ejecutivo, no un vulgar ladrón. Además, la llave me la han dado en recepción. De hecho, será mejor que llame por teléfono ahora mismo para averiguar qué está pasando aquí.
Matt se sentó en la cama, descolgó el teléfono de la mesita de noche y llamó a recepción.
– Hola, Maggie, soy Matt Davidson y…
Matt le explicó lo que sucedía, pero Jillian no prestó atención a la conversación. Estaba demasiado preocupada por lo que había sentido al verlo allí, ante ella. Su cuerpo la había traicionado, e intentó justificar su excitación con la excusa de que habían pasado muchos meses desde la última vez que había hecho el amor con alguien.
Cuando colgó el aparato, Matt se volvió hacia ella y preguntó:
– ¿Lo has oído?
– Esto… No exactamente. La verdad es que estaba intentando encontrar mi teléfono móvil. ¿Por qué no me lo resumes?
– ¿Quieres primero las buenas o las malas noticias?
– Las buenas.
– Pues me temo que no las hay. La primera mala noticia es que Maxximum Advertising sólo ha reservado dos habitaciones.
– Claro. Una para ti y otra para mí. ¿Cuál es el problema?
– No, ahí te equivocas. Una para Jack Witherspoon y la otra para mí.
– ¿Para ti? -preguntó, verdaderamente enfadada-. Por si no te has dado cuenta, yo ya estaba aquí cuando has llegado. Mi ropa está en el armario, mi cepillo de dientes y mi maquillaje están en el cuarto de baño y yo estaba en la cama, así que esta es mi habitación se mire por donde se mire. Te sugiero que te vistas y te marches ahora mismo.
Matt sonrió, aunque sus ojos la miraron con seriedad.
– Me encantaría hacerlo, créeme. La segunda mala noticia es que el resto de las habitaciones están ocupadas. No hay ninguna libre.
– No pretenderás que me crea eso…
Él se encogió de hombros.
– Llama a recepción si no lo crees, aunque si lo piensas un poco no será necesario. Este lugar es bastante pequeño. Dudo que tenga más de una docena de habitaciones.
A pesar de su respuesta, Jilly descolgó el teléfono y llamó a recepción. Una joven muy agradable, llamada Maggie, le confirmó que no había ninguna habitación disponible y que no se quedaría ninguna libre hasta el miércoles de la semana siguiente.
– Maxximum Advertising reservó una suite para tres días a través de la agencia de viajes Surety.
– Comprendo -dijo ella, suponiendo que se refería a la suite de Jack Witherspoon-. ¿Y qué más?
– También reservó una habitación sencilla por el mismo periodo. La reserva se hizo a las diez menos diez de la mañana.
– ¿Sólo una habitación?
– Sí.
Jilly se sintió desfallecer. Le dio las gracias a la recepcionista y colgó.
– ¿Cuándo hablaste con Adam sobre la campaña de Witherspoon? -preguntó ella.
– Ayer por la mañana.
– ¿A qué hora?
– Nos reunimos a las nueve y media.
Aquello lo aclaraba todo, pero no eran buenas noticias para ella. Eso significaba que a las diez menos diez de la mañana ella seguía reunida con su jefe, de modo que la reserva se había hecho, necesariamente, a nombre de Matt.
Él pareció adivinar sus pensamientos.
– Tú te reuniste con Adam después que yo. Y algo me dice que para entonces ya habían reservado esta habitación.
A Jillian le habría gustado negarlo, pero no podía. Era un hecho.
– Es evidente que cometieron un error en la agencia de viajes.
– Desde luego.
– Pero eso no es culpa mía, Matt.
– Ni mía, Jilly.
– Pues yo no pienso marcharme.
– Ni yo.
Se miraron durante un buen rato en silencio, como dos perros que lucharan por el mismo hueso. En aquel momento, el hueso era la habitación; pero a la mañana siguiente, sería la campaña de Jack Witherspoon y la ARC Software. Una campaña a la que ninguno quería renunciar.
Jillian miró por la ventana y vio que estaba nevando; echarlo de la habitación en semejantes circunstancias habría sido inhumano, pero no podía compartir la habitación con él. Sólo había una cama y no era muy grande. Además, no quería compartirla con él porque no estaba segura de ser capaz de controlarse.
– Estoy segura de que habrá un sofá o una cama libre en algún lugar del hotel -dijo ella.
Él arqueó una ceja.
– Ya he preguntado, pero según Maggie no hay ninguna cama libre. Y en cuanto al sofá, hay algunos en el vestíbulo. Pero no pienso dormir allí cuando aquí estaré perfectamente bien.
– La cama ya está ocupada.
– Es suficientemente grande para los dos.
Ella abrió la boca para protestar, pero no pudo porque Matt siguió hablando.
– No te preocupes, no pienso excederme contigo. Además, ni siquiera ronco y no te molestaré. ¿Y tú, roncas?
– No, pero…
– Excelente. En ese caso, no se hable más. Estoy agotado y necesito dormir unas horas. Mañana, cuando nos levantemos, ya arreglaremos el problema de la habitación.
Matt bostezó y ella contempló su magnífica anatomía. Después, él entró en el cuarto de baño y cerró la puerta. Unos segundos después, oyó que abría un grifo.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella.
– Cepillándome lo dientes -respondió él.
Matt volvió a salir un par de minutos después. Cuando pasó al lado de Jilly, le dejó un intenso aroma a hombre y a menta.
– Buenas noches, Jilly. Que tengas dulces sueños.
Jillian pensó que aquello era demasiado. No podría dormir, ni mucho menos tener dulces sueños, si se acostaba con aquel hombre.
Sin embargo, lo intentó. Clavó la mirada en el techo e intentó concentrarse en su trabajo y en las ideas que tenía para la nueva campaña. Pero enseguida notó el sonido de su respiración y recordó el contacto de sus manos y los nueve meses, tres semanas y dieciocho días que llevaba sin hacer el amor con nadie.
Llegó a considerar la posibilidad de dormir en una de las sillas. Pero Jilly sabía que despertaría en muy mal estado y no quiso hacerlo. Además, se dijo que si él era capaz de dormir tranquilamente, ella también lo era.
Apagó la luz de su lado de la cama y se situó de lado, tan lejos de él como le fue posible. Y en cuanto estuvo cómoda, suspiró de puro alivio.
Intentó convencerse de que aquello no estaba tan mal, de que podía dormir sin inquietud alguna a pesar de que un hombre realmente atractivo se encontrara a su lado.
Sin embargo, no consiguió engañarse. Su corazón latía con más rapidez de lo normal y sus pezones se habían endurecido.
Maldijo su suerte y por una vez deseó ser como Matt. Ser capaz de dormir, a pesar de todo, y descansar.
Cerró los ojos, desesperada, y rogó para conciliar el sueño. Lamentablemente, sabía que no iba a resultar tan fácil.
Matt estaba completamente despierto en la oscuridad. Hacía verdaderos esfuerzos por respirar despacio y llevar aire a sus pulmones, pero se sentía como si acabara de subir corriendo una montaña. Una hora antes estaba agotado y habría sido capaz de quedarse dormido de pie. Ahora, su cuerpo era como una central nuclear llena de energía y a punto de estallar.
Se preguntó adónde habría ido todo su cansancio, pero la pregunta sobraba. Lo sabía de sobra: había desaparecido en cuanto vio a la mujer que dormía al otro extremo de la cama, a Jilly Taylor. Y cuando pensó que había creído estar tan cansado como para no ser capaz de hacer el amor, estuvo a punto de soltar una carcajada.
No podía dormir. No conseguía hacerlo estando tan cerca de un cuerpo cálido, fragante, sedoso, femenino. De un cuerpo que ya había acariciado y que había sentido contra él. Deseaba tocarla de nuevo, pero esta vez, completamente despierto y consciente.
En su desesperación, buscó alguna excusa que explicara la excitación que sentía. Incluso llegó a pensar en las barritas de chocolate que se había tomado por la mañana y se dijo que el exceso de azúcar podía ser el culpable de su situación.
Pero no logró engañarse. La verdad estaba mucho más cerca y se llamaba Jillian.
En ese momento, oyó que ella suspiraba y se puso en tensión. Aquella situación era terrible. Y sospechaba que la noche iba a ser muy larga para él.