Capitulo 5

Jilly no dejaba de repetirse la última frase de Matt. Estaba dispuesto a darle cualquier cosa que pidiera. Y por supuesto, se le ocurrieron varias de lo más interesantes.

– ¿Lo que te pida? Excelente. Entonces, espero que te sobren diez mil dólares…

– Bueno, pero doy por sentado que te comportarás con tu habitual sentido del juego limpio… Sin embargo, insisto. Te daré lo que quieras. Sin rechistar.

Jillian sabía lo que quería: hacer el amor con aquel hombre. A pesar del frío que hacía en el exterior del hotel, se sentía como si llevara dentro una estufa. Y lo más increíble de todo era que ni siquiera la había tocado.

Caminaron hasta el garaje y se detuvieron junto a un deportivo negro. Matt sacó unas llaves, lo abrió y dejó las bolsas sobre el asiento de cuero.

– ¿Quieres dejar tu caja de bombones aquí?

– Cómo no -respondió ella, sonriendo La dejaré aquí si tú me das las llaves del coche. Digamos que no me fío mucho.

– ¿Y ahora? ¿Quién es el desconfiado?

– No pienso arriesgar mis bombones sin motivo. Serías capaz de quedarte con ellos.

– No lo haré. Te ganaré limpiamente.

– En ese caso no tienes nada de lo que preocuparte.

¿Y cómo sé que no te quedarás tú con mi coche? Una caja de bombones a cambio de un deportivo me parece un poco exagerado.

– Se ve que no los has probado -dijo mientras sacaba un bombón y se lo llevaba a la boca-. Toma, pruébalos.

En lugar de extender una mano para tomarlo, él se inclinó y se lo comió directamente de sus dedos. Después, lo saboreó poco a poco, sin dejar de mirarla, y al final se pasó la lengua por los labios, relamiéndose.

Ella contempló el proceso con absoluto interés, sin apartar la vista de sus labios, nerviosa.

– Delicioso -dijo él.

Ella asintió.

– Ahora sé que quiero más -añadió.

– Pues desgraciadamente para ti, ese es el único que te vas a comer.

– Hasta que gane, querrás decir -puntualizó.

Jilly sonrió.

_Sigue engañándote, pero dame las llaves del coche.

Ella las tomó y acto seguido se alejó caminando hacia el otro extremo del aparcamiento. Matt todavía estaba intentando reaccionar y controlar su libido cuando una bola de nieve lo alcanzó.

– ¡Eh! -protestó-. ¡Todavía no hemos establecido las normas!

– ¿Las normas? El que acabe con más nieve encima, pierde.

– Eso no es justo, no sabía que hubiéramos empezado.

Matt se maldijo porque no llevaba guantes.

– Son normas europeas, más duras. Será mejor que te acostumbres.

Una segunda bola le impactó en la cabeza. Por lo visto, Jillian tenía una excelente puntería. Pero se las arregló para evitar la mayoría de sus lanzamientos mientras preparaba varias bolas a su vez.

– ¿Dónde has aprendido a hacer bolas tan deprisa? -preguntó él-. ¿Es que tienes diez brazos?

– No pienso contarte el secreto. Aunque llevar guantes ayuda mucho.

– ¿Y qué tal si me prestas uno de tus guantes?

– De eso, nada. Mis bombones están en juego.

– ¿Qué ha pasado con tu concepto del juego limpio?

– Nada. Yo diría que es una pelea completamente limpia -se burló-. Ahí va eso…

Esta vez, la bola de nieve le impactó en la barbilla.

– Empiezas a estar cubierto de nieve, Davidson.

– Todavía no he empezado.

Durante los diez minutos siguientes, Matt consiguió darle varias veces. Pero no tenía guantes y las manos se le estaban quedando heladas, así que pensó que sólo tenía una posibilidad de ganar: atacar a fondo.

Corrió hacia ella con las bolas que le quedaban y ella le acertó dos veces más, en un hombro y en la barbilla otra vez. Sin embargo, él aprovechó que se inclinaba para hacer otra bola, se arrojó sobre Jillian y la agarró por la cintura. Lamentablemente, perdieron el equilibrio y él terminó encima de ella, en el suelo.

– ¿Te encuentras bien, Jilly? -preguntó mientras se levantaba.

– Sí, estoy bien.

– ¿Te he hecho daño?

– Sólo en mi orgullo.

Él suspiró aliviado.

– Lo siento, no pretendía tirarte al suelo. Aunque está claro que he ganado.

– ¿Tú? Si no serías capaz de alcanzar a un elefante con un puñado de arroz…

– Pero dijiste que perdería el que tuviera más nieve encima, y es evidente que esa persona eres tú.

– Sí, pero sólo porque estás sobre mí.

– No lo he hecho a propósito. Además, no nos habríamos caído si no hubieras tropezado como una niña.

– La culpa es tuya, Matt. Y en cuanto al resto de tu comentario, te recuerdo que ya no soy una niña sino una mujer.

Matt no necesitaba que se lo recordara. La deseaba con toda su alma, y más ahora, en aquella posición. Intentó recordarse que eran compañeros de trabajo y que no estaban allí para mantener relaciones amorosas, pero cuando ella entreabrió los labios, no pudo evitarlo y la besó.

Sólo fue un beso corto y rápido, aunque suficiente para hacerle perder el aliento.

Nervioso, intentó decir algo. Pero ella se le adelantó.

Quiero confesarte una cosa.

– ¿De qué se trata?

– Bueno, me preguntaba si…

– En ese caso, yo también tengo que hacerte una confesión. También me preguntaba una cosa.

– Y supongo que tampoco es una buena idea.

– No.

– Ni una idea razonable.

– No, tampoco.

– Pero quién sabe, tal vez después de probarlo…

– No, será mejor que lo olvidemos -dijo él. -Olvidarlo, sí. Tienes razón. Será lo mejor. -Sí, será lo mejor.

Matt se levantó y la ayudó a levantarse. -Tienes las manos heladas, Matt. -Claro, te recuerdo que no llevo guantes. Entonces, él vio que aún había una bola de nieve en el suelo y añadió:

– Todavía te queda una.

– La estaba guardando para darte la estocada final.

– Aunque odie admitirlo, eres una gran tiradora. Si hubiera unos juegos olímpicos de lanzamiento de nieve, estoy seguro de que ganarías la medalla de oro.

– Es que jugué de delantera en un equipo de balonmano del instituto. Y ganamos cuatro campeonatos. ¿Había olvidado mencionarlo?

– Por supuesto que sí. Pero francamente, me has impresionado. Deberías dejar la publicidad y hacerte deportista profesional.

– Sí, claro, una forma excelente de librarte de mí…

Él se llevó una mano al corazón.

– Te aseguro que lo he dicho como amante del balonmano. Además, creo que es evidente que me has ganado. Aunque debiste comentarme ese pequeño detalle antes de empezar.

– Bueno, sólo es una de las muchas cosas que sé hacer bien.

Jilly sacó las llaves del coche, caminó hacia él y sacó su caja de bombones. Después, le devolvió las llaves.

– Voy a la habitación a ponerme ropa seca. Tengo que ver a Jack a las tres para dar una vuelta por los viñedos e ir a las bodegas.

– Comprendo. En tal caso, procuraré no interponerme en tu camino.

– Gracias.

– Yo he quedado con él a las cinco, en el bar.

– En ese caso, yo haré lo mismo si tú cumples tu palabra.

– No seas tan desconfiada, Jilly. Acabo de dejar que ganes la partida aunque tú tienes más nieve encima que yo.

Ella arqueó una ceja.

– ¿Quieres una revancha?

– No, no, no. Ya he tenido bastante, gracias.

Ella lo miró con malicia.

– Me alegro. Por cierto, pienso disfrutar de un bombón más en cuanto llegue al dormitorio…

– No me importa. Tengo coche y podría ir al pueblo y comprarme una caja para mí solo.

– Pero no sabrían tan buenos como los de esta caja. Los de esta caja se han ganado en una justa batalla y saben a victoria, a triunfo, a…

– De acuerdo, basta, ya me he hecho una idea. Ve a comerte esos bombones antes de que me aproveche de mi fuerza física y te los quite.

– Inténtalo si quieres, pero soy cinturón negro de kárate.

– Te creo.

– ¿Tú no vas a la habitación?

– Estaré allí dentro de unos minutos. Antes tengo que hacer unas cuantas llamadas telefónicas con mi móvil. Así tendrás tiempo de cambiarte de ropa en privado.

Sus miradas se encontraron y una vez más sintieron algo terriblemente intenso y eléctrico entre ellos.

– En ese caso, nos veremos dentro de un rato -dijo ella.

Jilly se despidió y él se quedó a solas en el aparcamiento. Por suerte, se había marchado y por fin podía respirar. Sin embargo, no consiguió borrarla de sus pensamientos.

Poco después de las cinco de la tarde, Jilly llamó por teléfono a su amiga Kate y rezó para que estuviera en casa.

– Necesito ayuda -dijo, en cuanto respondió-. El fin de semana está resultando desastroso.

– ¿Qué ocurre?

Jillian le contó toda la historia y añadió:

– Me he pasado dos horas con Jack Witherspoon, pero la situación con Matt me tiene tan tensa, que no sabría decir si he probado un merlot o un chardonnay en la bodega.

– Ya te dije que tu vida cambiaría cuando conocieras al hombre correcto.

– Sí, pero eso no es de gran ayuda.

– Tal vez no -dijo ella, entre risas-. Y dime, ¿qué tal está Matt sin camisa? Jilly cerró los ojos. -Increíble.

– ¿Has hecho algo más que mirar? -Bueno, me besó.

– ¿Y?

– Yo también lo besé.

– ¿y?

Ella suspiró.

– Fue como si hubiera durado mil años, como si hubiera podido derretir los casquetes polares…

– Vaya, vaya… ¿Y cómo reaccionó él?

Creo que se excitó bastante, pero el problema es que ahora quiero hacer mucho más que besarlo.

– ¿Y qué tiene eso de malo?

Que estamos trabajando juntos, compitiendo por el mismo proyecto. Si consigo esa campaña, seré su jefa. ¿Y cómo me sentiré entonces si me acuesto con él? Además, no es mi tipo. Es de los hombres a los que les gusta controlarlo todo. Ya sabes lo que pienso al respecto.

– Sí, lo sé. Pero tú no eres como tu madre. Además, estamos hablando de acostarte con él, no de casarte con él.

– Es cierto, pero de todas formas es demasiado complicado.

– Sea como sea, lo deseas y no puedes cambiar ese hecho. Tal vez deberías ceder a la tentación y disfrutar de una aventura durante el fin de semana -observó Kate-. Sólo tenéis que establecer algunas normas para que la situación no se descontrole.

– ¿Quieres que me acueste con él y que después lo olvidemos todo?

– Exactamente. Necesitas un hombre, Jillian. Y si Matt te gusta y tú le gustas a él… adelante.

– No me estás ayudando demasiado. Precisamente te he llamado para que me convencieras de lo contrario.

– Oh, lo siento, tienes razón. Acabas de decir que no quieres acostarte con él porque es un compañero de trabajo y te complicaría la vida.

– En efecto.

– Pero no niegas que necesitas un hombre.

– No, no lo niego. Sin embargo, había pensado en comenzar a buscar uno en cuanto llegue a Manhattan.

– Buena chica. Entre Ben y yo te encontraremos a alguien…

– Es una lástima que Ben no tenga hermanos.

– Tiene un hermano, pero es cura.

– Entonces, es una lástima que su hermano sea cura. Sin embargo, tengo cierto problema con la confianza…

– ¿Qué quieres decir?

Que hace tiempo que no me acuesto con nadie y ya ni me acuerdo de cómo es.

Kate sonrió.

– No te preocupes, es tan fácil como montar en bicicleta. No se olvida nunca.

– Eso lo dices porque haces el amor con frecuencia.

– Tú te encontrarás en esa misma situación dentro de muy poco.

– Sólo espero que tengas razón…

Jillian quiso añadir algo más, pero en ese momento se volvió y vio que Matt estaba apoyado en una pared, observándola. Estaba muy atractivo con sus pantalones grises y su jersey de color crema.

– Bueno, ahora tengo que dejarte -dijo a su amiga.

– ¿Es que ha llegado él?

– Sí, sí…

– En ese caso, llámame mañana y cuéntame lo que haya pasado. Suerte…

– Hasta luego…

Jilly cortó la comunicación y dijo a Matt:

– No te he oído entrar.

– Siento haberte asustado.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

– No mucho.

Ella entrecerró los ojos.

– ¿Has oído mi conversación? -No, no he oído nada.

– ¿Y qué haces aquí? ¿No tenías que estar con Jack en el bar?

– Sí, pero olvidé mi teléfono móvil y espero una llamada importante.

Matt caminó hacia la mesita y recuperó su móvil.

– Jack ha propuesto que esta noche cenemos los tres juntos -comentó él.

– ¿Cuándo ha dicho eso?

– Hace cinco minutos. Me dijo que te lo comentara si estabas en la habitación.

– Entonces, ¿sabe que la compartimos?

– Bueno, no hace falta ser un genio para saber que no hay dos habitaciones 312. Le expliqué lo del error del hotel y le pareció muy divertido.

– Sí, divertidísimo -se burló-. ¿Y a qué hora hemos quedado?

– A las seis y media en el restaurante. -Entonces, allí estaré.

– Ah, una cosa más, ya que estás aquí. Creo que es justo que tú también veas mi presentación -dijo él.

Ella lo miró con sorpresa y él sonrió. -Seguro que pensabas que lo había olvidado, pero soy un hombre de palabra.

Matt se acercó al ordenador, lo abrió y lo conectó para que pudiera verlo. Jilly se acercó y estuvo mirando su presentación por encima del hombro de él. Era impresionante, sin duda.

– Es muy buena -dijo ella.

– Gracias. Por lo menos, ahora estamos empatados.

– No exactamente. Aún me debes una por la pelea de nieve.

– Esperaba que te hubieras olvidado…

– De eso, nada. De hecho, es posible que te pida una revancha.

– Espero que no. No soy muy bueno.

Ella sonrió.

– Lo sé. Por eso quería jugar contigo.

Matt río.

– Bueno, en tal caso espero que me digas qué quieres a cambio de mi derrota -dijo, mientras se alejaba hacia la puerta-. Nos veremos a las seis y media en el restaurante.

Jillian suspiró y se sintió terriblemente mortificada al pensar que cabía la posibilidad de que hubiera oído su conversación con Kate. Pero por suerte para ella, no había oído nada.

O eso había dicho.

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