Ya en Medford, y habiéndose despedido de Frank, Dean y Jo dejaron el vehículo en un taller de reparación y buscaron un motel donde pasar la noche.
Mientras Jo firmaba en el libro de registro, el cielo comenzó a anunciar tormenta de nuevo. Corrieron hacia el apartamento que les habían asignado, pero el aguacero ya había empezado a caer y acabaron de nuevo con el cabello y las ropas mojadas.
Riéndose de la mala suerte que tenían, Jo cerró la puerta y colocó en la mesita redonda que había junto a la pared la bolsa con la comida que Iris les había dado. Dean dejó las mochilas de los dos sobre la cama de matrimonio, y se volvió hacia ella con la misma sonrisa íntima que había tenido en los labios desde que dejaran la casa de Iris y Frank.
Volvían a estar solos, pensó Jo excitada, e iban a pasar otra noche juntos. Notó que el estómago empezaba a cosquillearle, como si tuviera media docena de mariposas revoloteando dentro.
– ¿Por qué me sonríes de ese modo, «marido»? -lo picó mientras se desenganchaba el teléfono móvil del cinturón. Al fin tenía cobertura. Tenía una llamada perdida y tres mensajes de voz. Sin duda se trataba de Cole, que habría intentado contactar con ella. Tenía que llamar lo para informarlo de su paradero y de la inocencia de Cole, pero lo cierto era que temía esa conversación.
Dean se encogió de hombros.
– No puedo sacarme de la cabeza los consejos matrimoniales de Iris.
– Bueno, parece que a ellos les ha ido muy bien… ¡Cuarenta y tres años juntos! No se encuentran relaciones así muy a menudo -le dijo pensando en la incapacidad de sus padres para resolver sus diferencias. Dejó el móvil sobre la cómoda. Ya llamaría a Cole después, cuando tuviera unos momentos a solas-. ¿Tus padres tenían una relación parecida a la de ellos antes de que tu padre muriera?
Dean se sentó al borde del colchón, dudando antes de contestar:
– Por desgracia no. Siguieron casados hasta que mi padre falleció, pero, por lo que yo puedo recordar, su relación era bastante tirante.
Intrigada, Jo se apoyó en la cómoda y se metió las manos en los bolsillos.
– ¿Por qué?
Dean, que estaba desatándose las deportivas, se descalzó y se sacó los calcetines.
– Sobre todo porque Colter Traffic Control era como una amante para mi padre. Pasaba demasiado tiempo ocupándose del negocio, y mi madre y yo casi nunca lo veíamos. En muchos sentidos era como un extraño para mí. Por otra parte, mi madre jamás le insistió en que nos dedicara un poco de atención. Aceptaba como algo normal que el trabajo estaba por delante incluso de la familia, pero estoy seguro de que en el fondo sí se sentía resentida por la ausencia de mi padre -se pasó una mano por el cabello-. ¡Diablos, si hasta yo de niño estaba siempre enfadado con él por su adicción al trabajo! No asistía a mis partidos de béisbol, nunca se tomaba vacaciones y entre semana rara vez llegaba a casa antes de medianoche.
Mientras Jo escuchaba la historia, pensó en el desastroso matrimonio de sus propios padres. Las circunstancias habían sido distintas, pero el resultado final también había sido el de una pareja que se había distanciado.
– ¿Y no crees que ambos eran igualmente culpables de que la relación entre ellos se deteriorara?
– Oh, sí, desde luego -asintió Dean-. En eso mismo estaba pensando mientras cenábamos con Iris y Frank. Mi madre tendría que haber insistido en que se merecía más atención, y mi padre debería haber estado más pendiente de la necesidad de cariño y apoyo de su familia. Sin embargo, tenía tanto miedo a ser tan pobre como su propio padre y a tener que dejamos tirados, que le resultaba imposible descuidar un minuto su negocio, incluso a costa de nuestra felicidad -los ojos de Dean buscaron los de ella, y Jo pudo entrever en sus iris verdes unas emociones que no pudo descifrar del todo-. Mi mayor temor es acabar siendo como mi padre, igual que le sucedió a él con mi abuelo. Parece que es un círculo vicioso, ¿verdad?
Comparando lo que Dean le había contado de su progenitor con lo que había visto en él durante las escasas pero intensas horas que habían compartido.
Jo no podía imaginar que un hombre tan sensible, ético y cariñoso como aquel llegara nunca a convertirse en alguien como su padre, y mucho menos como su abuelo.
– No creo que eso suceda jamás, Dean. Además, tú cuentas con una ventaja sobre ellos: estás luchando por ser distinto, por hacer lo correcto.
– Pero ya sucedió, Jo -murmuró Dean en un tono pesimista y avergonzado-.Antes de tomar las riendas de la compañía llevaba una vida sin demasiadas preocupaciones, salía con mis amigos, e incluso era un poco rebelde, pero después… Puede que sea cierto, como quiero pensar, que me he visto absorbido por el trabajo debido a que me sentía presionado y culpable, pero por culpa de esa actitud perdí a la chica con la que estaba prometido, porque era incapaz de compaginar nuestra relación y las exigencias de la empresa.
Jo inspiró y retuvo el aire por la sorpresa. ¡Había estado comprometido! Era como si un rayo la hubiese golpeado, y después sintió en su interior un picotazo de celos hacia aquella desconocida que había sido algo importante en la vida de Dean. Esa reacción la dejó totalmente descentrada, porque para ella era algo totalmente nuevo; nunca había sentido celos por un hombre. Lo cierto era que le parecía ridículo y reprochable tener celos de aquella mujer, sobre todo cuando no tenía derecho, porque ella era solo algo temporal en la vida de Dean.
– Tal vez simplemente no te había llegado aún el momento de sentar la cabeza y casarte -le dijo con más calma de la que sentía en ese instante.
– Es posible, pero al echar la vista atrás, no importa por dónde lo mire, llegué a parecerme más a mi padre de lo que me atrevo a admitir -dejó escapar un profundo suspiro, como si quisiera expulsar de sí ese sentimiento de auto culpabilidad-. Sacrifiqué a la mujer que amaba por un negocio que me ha consumido tanto como lo hizo con mi padre. De hecho, los tres últimos años los he pasado preocupándome únicamente del trabajo, excluyendo todo lo demás. Quiero recuperar mi antigua actitud ante la vida, y estoy dispuesto a cambiar las cosas para lograrlo.
Jo lo miró con cariño.
– Estoy segura de que así será, porque te lo mereces, Dean.
– Todos deberíamos ser fieles a nosotros mismos -contestó él mirándola fijamente a los ojos. Cuando la miraba de ese modo, era como si conectara con ella de una manera que hacía que todas las emociones ocultas que había en ella salieran a la superficie-. ¿No piensas igual, Jo?
La joven tragó saliva, porque de pronto se notaba un nudo en la garganta. Por alguna razón, le pareció que Dean, con aquella pregunta, quería referirse a ellos dos.
– Yo… Sí, creo que todo el mundo se merece esa oportunidad.
Sin embargo, a diferencia de él, Jo no sabía lo que j, quería de la vida aparte de su trabajo, que la llenaba y la hacía sentirse útil. Lo cierto era que no se atrevía a correr el riesgo que implicaba el abrirse a los demás, porque tenía miedo de perder una parte integrante de su alma, como le había ocurrido con su compañero, Brian. Él había sido el único de sus colegas que la había creído tan capaz como a cualquier hombre, se había convertido en una de las personas en quien más confiaba, y la había ayudado incluso a tener confianza en sí misma… hasta la noche en que el destino puso a prueba su valor, y Brian había pagado con su vida.
Jo sintió que el pecho se le ponía tirante por el fa familiar dolor de la pérdida. No quería volver a experimentar esa clase de sacrificio emocional nunca más. Y, siendo así, sintiéndose incapaz de volver a entregarse por completo, de abrirse a nadie, ¿podría jamás ser fiel a sí misma como Dean le estaba preguntando? Era una pregunta espinosa, considerando que ya no se fiaba de sus sentimientos en el plano de lo personal. Para ella era más sencillo, más seguro, mantener su existencia cuidadosamente controlada, y no permitir que nadie se acercara a ella lo suficiente como para que pudiera leer las dudas en su corazón, la culpabilidad que acarreaba, y la vulnerabilidad que se ocultaba tras la fachada de mujer dura e independiente.
Se había hecho un prolongado silencio entre los dos, que se vio roto en ese instante por un trueno. Era obvio que no había nada más que decir, así que Dean se puso de pie, se quitó la camiseta y se desabrochó los vaqueros.
– Voy a darme una ducha caliente de al menos un cuarto de hora -le dijo bajándose los pantalones y sacándoselos.
La mente de Jo sufrió una sobrecarga sensorial, y fue como si el aire se escapara de golpe de los pulmones. Tras lo ocurrido en la parte trasera de la camioneta, Dean no había vuelto a ponerse los calzoncillos, de modo que allí estaba, completamente desnudo ante ella, luciendo una excepcional sonrisa en los labios. Parecía una de esas personas que frecuentan las playas nudistas, cómodo con su desnudez. «¿Y por qué no iba a estarlo?», pensó Jo. Después de todo, tenía un cuerpo maravilloso, que daba la impresión de estar hecho para el sexo y el pecado.
Jo alzó la vista hacia un territorio más seguro: su rostro. Aunque no le había preguntado directamente si quería unirse a él, la invitación estaba escrita en sus ojos verdes, inequívoca. Estaba claro que quería que lo acompañara, pero le dejaba a ella la decisión, tal vez porque no quería empujarla más allá de lo que estuviera dispuesta a dar.
Jo sonrió, apreciando su tacto, su sensibilidad, porque la verdad era que ya no sabía dónde poner los límites con él. Aquella idea la asustó, y sintió que su mente se inundaba de confusión, y que en su interior el corazón y el cerebro jugaban al tira y afloja. Lo que había comenzado como una forma de saciar el deseo mutuo se había convertido en una agridulce ansia que amenazaba con derrumbar las barreras que había levantado tras la muerte de Brian.
Dándose cuenta de que estaba a punto de ceder, tomó el teléfono móvil como quien se aferra a un clavo ardiendo.
– Tengo que llamar a Cole para decirle cómo va todo.
Dean asintió, aceptando su excusa con dignidad, como si comprendiera la necesidad de privacidad de Jo para hablar con su hermano.
– Si me necesitas para algo, ya sabes dónde encontrarme -le dijo guiñándole un ojo.
Jo se mordió el labio inferior mientras lo veía alejarse, y no pudo remediar quedarse admirando los anchos hombros, la suave espalda, y el sexy y bien definido trasero. Finalmente desapareció por la puerta del cuarto de baño, y segundos más tarde se escuchó el ruido del agua cayendo.
Alejando de su mente las más provocativas imágenes, porque la joven sabía muy bien adónde la conducirían, marcó en su móvil el número para escuchar los mensajes. En efecto eran de Cole, y nada más empezar a escuchar el primero, Jo contrajo el rostro ante su brusco tono.
No, no parecía muy contento. En cada uno de los mensajes decía prácticamente lo mismo, exigiendo, iracundo, que lo llamase lo antes posible. Jo tecleó su nombre en la agenda del móvil, y apretó el botón de llamada. Cole contestó a la primera.
– Sommers al habla -respondió con voz ronca e irritada.
«Allá vamos…», pensó Jo contrayendo el rostro y cruzando los dedos.
– Cole, soy yo, Jo…
– ¡Maldita sea, Jo!, ¡ya era hora! -rugió Cole. Jo apartó un poco el aparato de su oído-. ¿Te das cuenta de que ya deberías estar de regreso, de que he estado pensando lo peor y…?
– La camioneta se estropeó antes de llegar a Medford y no había cobertura -dijo interrumpiendo su conocida retahíla. Por experiencia sabía que sus sermones podían durar horas si lo dejaba hablar-. Finalmente conseguí que la remolcaran hasta la ciudad, pero hasta mañana no la habrán terminado de reparar. El manguito del radiador reventó.
Cole se había quedado callado, escuchándola, pero su silencio no hizo sino ponerla más nerviosa.
– ¿Tienes a Dean Colter contigo? -preguntó él finalmente.
– Sí, está aquí -contestó Jo quitándose la goma de pelo y masajeándose la nuca con los dedos-. Lo detuve en el lugar hasta el que le habías seguido la pista, su residencia en Seattle.
– ¿Te lo está poniendo difícil?
«¿Difícil? Depende en qué sentido…», se dijo Jo con una sonrisa pícara. Desde luego se lo estaba poniendo francamente difícil para no pensar en él cada minuto. En fin, a Cole evidentemente le daría algo si la oyese decir aquello, así que se limitó a decir:
– No, no, ningún problema, Cole. Y estoy perfectamente, no te preocupes.
– Salgo ahora mismo para allá -le dijo su hermano como si no hubiese escuchado la conversación. ¿Por qué nunca la creía? Ya estaba comportándose como siempre, como el hermano sobreprotector que era-. Estaré allí en unas horas… Cole, no hace falta que vengas. Puedo arreglármelas sola -protestó Jo indignada-. No es la primera vez que hago esto, así que deja de tratarme como a una novata, ¿quieres? -recalcó. Sabiendo, que tenía que decirle la verdad acerca de Dean antes o después, optó por acabar con aquello cuanto antes-. Además, Dean Colter es inocente.
– ¿De qué diablos estás hablando? -gritó Cole al otro lado de la línea.
Jo volvió a contraer el rostro y sentó al borde de la cama, masajeándose la sien.
– Tendrás que llamar a Vince y decirle que estás detrás del tipo equivocado. El delincuente al que está buscando no es Dean Colter, sino que está por ahí, suelto.
– ¡Maldita sea, Jo!, ¿te has vuelto loca? -exclamó Cole fuera de sí. Desde luego, por su tono parecía que creyera en efecto que había perdido la razón-. ¿Tienes o no tienes a Dean Colter bajo tu custodia? -le preguntó sucintamente.
– Ya te he dicho que sí -contestó Jo muy calmada-, pero este es un caso de identificación errónea.
– ¿Es eso lo que te ha dicho?, ¿y tú lo has creído? -le espetó Cole riéndose burlón-. Jo, ese es el ruco más viejo que conocen esos granujas, y si has caído como una tonta ante algo así, este será el último caso que te asigne, te lo aseguro.
La falta de confianza de su hermano en ella la lizo ponerse a la defensiva.
– Yo lo creo, Cole -le dijo-. Y antes de saltar como un cigarrón, haz el favor de escucharme. A Dean Colter, al verdadero Dean Colter, le robaron el maletín junto con la billetera en San Francisco. Y en la billetera llevaba toda su documentación: la tarjeta de la Seguridad Social, las tarjetas de crédito, el permiso de conducir… El tipo al que arrestaron puede que se pareciera a él porque también tiene el pelo negro y los ojos verdes, pero no es él, sólo lo suplantó.
– Eso no puedes saberlo con seguridad -replicó Cole-. Además, no es asunto tuyo decidir si es o no inocente. Tráelo aquí lo antes posible para que podamos tomarle las huellas dactilares y verificar esa historia de ficción.
– Eso es precisamente lo que iba a hacer -contestó Jo molesta.
– Bien, porque es lo que debes hacer. Y mantenlo esposado todo el tiempo, ¿me…? -Cole se quedó callado de repente, al asaltarle una duda más que razonable-. ¡Dios!, ¿lo tendrás esposado, no es cierto? Dime que lo tienes esposado.
Jo se quedó en silencio. No podía mentir a su hermano, pero tampoco sabría, ni querría explicarle cómo se las había apañado Dean para quitarse las esposas, ni cómo se las había puesto a ella, ni cómo sus pesadillas la habrían hecho completamente vulnerable si el prisionero no hubiera sido alguien honrado como Dean. No podía contarle eso, a Cole le daría un ataque solo de pensar lo que le había permitido a un sospechoso cuyo nombre estaba ligado al robo de coches a gran escala. Su silencio fue suficiente confirmación para su hermano, que rápidamente sacó sus conclusiones.
El improperio que soltó la devolvió al presente.
– ¡No estás pensando con claridad, Jo, y acabarás cometiendo alguna estupidez si no la has cometido ya! O lo que es peor, acabarás haciéndote daño o muerta, como Brian.
Para la joven fue como si le hubieran pegado una bofetada. El veneno de aquellas duras palabras penetró en sus venas e hizo que el estómago le diese un vuelco. Cole dudaba de su capacidad para tomar decisiones sensatas, para distinguir lo que estaba bien de lo que estaba mal y, aunque no podía culparlo por juzgarla por sus acciones del pasado, no pudo evitar preguntarse si alguna vez lograría borrarse ese estigma. Debilidad, incompetencia, fracaso… ¿Hasta cuándo cuestionarían los demás su credibilidad, su estabilidad mental cuando se trataba de situaciones arriesgadas? Ella ya cargaba con la culpabilidad por lo ocurrido dos años atrás, ¿qué tendría que hacer entonces para disipar las dudas que todo el mundo tenía de ella?
Inspiró profundamente antes de contestar.
– La confianza que demuestras en mí es abrumadora -le dijo sarcástica.
– Maldita sea, Jo, no quería decir eso… -parecía sincero, y arrepentido, pero el daño ya estaba hecho- Me preocupo por ti, y creo que ese tipo sólo está intentando engañarte.
Ése era otro problema. Cole no la consideraba capaz de controlar la situación.
– Piensa lo que quieras -le dijo con voz calmada-. No tengo razones para no creer en su inocencia por lo que he visto hasta ahora y por su comportamiento. Incluso encontré en su billetera un permiso de conducir nuevo, y tarjetas de visita que corroboran su historia.
– Escucha, Jo, la cabeza de este tipo se cotiza en nada menos que diez mil dólares, así que no trates de fastidiamos el negocio, ni a ti, ni a mí, ni a Vince.
– No puedes exigir la fianza por un hombre inocente -le espetó Jo dejándose llevar por la ira que sentía.
– Eso no puedes saberlo hasta que tengamos pruebas concluyentes -replicó Cole con el mismo retintín en la voz-. ¿Qué es lo que te pasa, Jo?
– Nada de lo que no pueda hacerme cargo por mí misma. Ya soy mayor -las palabras habían abandonado sus labios antes de que pudiera contenerlas. Maldijo para sus adentros. Había revelado más de lo que tenía intención de revelar-. Llama a Vince y ponlo al corriente de la situación. Si todo va bien y tienen la camioneta reparada a tiempo, te veré mañana en la oficina -y colgó el teléfono y lo apagó antes de que su hermano pudiera decir una palabra más.
Se puso de pie y dejó el móvil de nuevo sobre la cómoda, sintiéndose frustrada y mentalmente agotada. Por mucho que tratara de bloquear las palabras de su hermano de su mente, no lo lograba: «¡No estás pensando con claridad, Jo, y acabarás cometiendo alguna estupidez si no la has cometido ya!».
Sabía que Cole se refería a que confiar en su prisionero podría poner en peligro su vida, pero lo cierto era que lo único que había arriesgado con Dean era su corazón. En solo unas horas había logrado sacudir los cimientos del controlado mundo que había creado a lo largo de los dos últimos años. Sin embargo, a pesar de esa amenaza emocional, a pesar de saber que cada vez que hacía el amor con él la arrastraba más y más, incluso en ese momento sintió que lo necesitaba de un modo que no podía explicar… ni ignorar.
La necesidad de Dean que había desarrollado era intensa, preocupante, pero innegable. Queriendo olvidar la bronca de su hermano y no pensar en lo que la esperaba a su regreso a San Francisco, y muriéndose por saborear esa última noche con Dean, se rindió a los deseos más profundos de su cuerpo. Sería un recuerdo más para atesorar antes de que Dean volviera a su vida y ambos tornasen caminos separados.
Se quitó la ropa, entró en el cuarto de baño y abrió las puertas de la ducha, donde Dean estaba enjabonándose el pecho y los brazos. El vapor flotaba en tomo a ella, besando las puntas de sus senos, humedeciéndole la piel, y una oleada de calor la invadió cuando Dean la recorrió de arriba abajo con la mirada.
Jo puso la palma de la mano entre sus senos y trazó una senda hasta el vientre, maravillándose por la falta de inhibición que demostraba ante aquel hombre tan sensual, como también la maravilló ver que lo estaba excitando tanto como él lo excitaba a ella.
– ¿Te importa si me uno a ti?
Los labios de él se curvaron en una sonrisa lobuna.
– En absoluto. Me vendría bien alguien que me frotara la espalda, y todos esos otros lugares a los que no llego bien.
Jo sonrió a su vez, notándose ya más animada, y la conversación con Cole se desvaneció de su mente.
– Sólo si tú me frotas a mí también en esos mismos lugares.
– Será un placer -murmuró Dean dando un paso atrás para dejarle espacio en el pequeño cubículo.
Jo entró y cerró las puertas de cristal tras de sí, envolviéndolos a los dos en humedad y calor, mucho calor… Dean extendió el brazo y la tomó por la barbilla, alzándole el rostro para que lo mirara a los ojos. Sus iris verdes parecían querer penetrarla hasta el alma y descubrir aquellas emociones que trataba de ocultar con tanto ahínco a los demás.
– Eh, ¿estás bien? -inquirió él mirándola muy serio.
¿Cómo lograba aquel hombre intuir sus sentimientos? Era maravilloso, siempre preocupándose por su bienestar. Incluso en aquel momento, consumido por el deseo, como Jo podía advertir en sus músculos tensos, quería ofrecerle antes apoyo y comprensión.
– Sí, estoy bien -le aseguró. No quería hablar de ello. Ese momento era de los dos, Y Cole no iba a robárselo. Le quitó la manopla de la mano-. Y ahora date la vuelta para que pueda frotarte la espalda.
Dean dudó un momento, pero finalmente obedeció. Jo repasó la manopla por los anchos hombros, y lo deslizó lentamente hacia abajo, siguiendo la línea de la espina dorsal, para continuar luego hacia las caderas, las nalgas y los muslos. El agua caliente de la ducha chorreaba sobre ellos, llevándose la espuma del cuerpo de Dean, y dejando la piel suave y resbalosa al tacto.
Jo dejó caer la manopla y pasó las manos por los costados de Dean, dirigiéndolas al torso, que recorrió con ávidas caricias, para bajarlas después hacia el abdomen mientras le lamía el cuello. Se puso de puntillas, apretando los senos mojados contra su espalda, y el sexo húmedo contra sus nalgas, y se frotó sinuosa, arriba y abajo, sin dejar de besarlo en el cuello. Dean gimió suavemente y giró la cabeza, buscando sus labios, pero Jo continuó jugueteando, imprimiendo breves besos por los hombros y la espalda, mientras sus dedos se introducían entre la densa mata de vello púbico, para cerrarse en torno al duro miembro.
Instintivamente, Dean sacudió las caderas adelante y atrás para que su erección se deslizara en aquel estrecho abrazo, mientras Jo acariciaba con el pulgar la sedosa y palpitante cabeza. Dean aspiró una bocanada de aire y la detuvo por la muñeca antes de que aquella exquisita fricción le hiciera perder el control.
En un solo movimiento, la volvió hacia la pared. Jo apartó el rostro del reguero de agua que caía sobre ella, y Dean movió la alcachofa de modo que la cascada chorreara sobre sus senos, lamiera su vientre, le acariciara las piernas, y se derramara entre sus muslos, alcanzando los tiernos pliegues, con la dulzura de los lengüetazos de un amante. Los provocadores pensamientos de Jo se entremezclaron con aquel erótico juego, haciéndola aún más consciente de las sensaciones de su propio cuerpo, haciéndola vibrar con descarada expectación.
Dean hizo que pusiera las palmas contra la pared, y colocó su pie y su rodilla entre las piernas abiertas.
– ¿Te han cacheado alguna vez, Jo?
Un escalofrío de excitación la sacudió, sumándose a la deliciosa sensación del agua chorreando sobre su sensible piel. En un sentido profesional sí la habían cacheado, durante los entrenamientos en el cuerpo de policía, pero nunca lo había hecho un hombre que la excitara de aquel modo, que prendiera fuego a sus sentidos con una voracidad y un deseo que no podía ni quería controlar.
– No de este modo -musitó esperando que lo hiciera.
– Es sólo un cacheo rutinario, señorita Sommers… -murmuró él remedando sus palabras del día en que lo arrestó-. Para asegurarme de que no lleva ninguna arma oculta.
Jo profirió unas risitas, y gimió extasiada cuando Dean deslizó las manos por sus brazos húmedos, tomó posesión de sus senos y acarició repetidamente los pezones erguidos de un modo incitante. Sus dedos recorrieron las sinuosas curvas femeninas de un modo sensual, lento, poniendo en alerta todas sus terminaciones nerviosas. A Jo no se le escapó que, una vez más, Dean había tomado las riendas, controlando cada una de sus respuestas corporales, tratando de hacerla rendirse a él, pero estaba tan excitada y tenía una necesidad tan grande de él, que no le importó.
– Mmmm… Sólo queda un lugar en el que buscar -dijo acercándose más a ella. Su tórax quedó aplastado contra la espalda de ella, su entrepierna contra las nalgas, acomodando allí su tremenda erección.
Entonces deslizó una mano hacia el vientre de Jo, que descendió, abriendo con los dedos los hinchados pliegues. Jo gimió. Aquella primera incursión le provocó una sensación abrasadora, increíble, y se notaba tan húmeda, tan dispuesta… Estaba a punto de tener un orgasmo.
– Oh, sí -la instó Dean murmurando a su oído-. Entrégate a mí, Joelle, así…
Con caricias hábiles y lánguidas, las mismas que ella le había enseñado en la camioneta, Dean consiguió volver líquido su cuerpo, intoxicar su mente de deseo y llevarla al borde del éxtasis. La presión y la tensión internas ascendían como en una espiral, y de pronto se encontró cayendo, gritando y estremeciéndose por el intenso placer.
Jo aspiró el aire que hacía rato le faltaba, y sacudió las caderas temblorosas hacia atrás. Dean le rodeó la cintura, sosteniéndola, manteniéndola a salvo en el refugio de sus brazos, para girarla después hacia él.
Sus ojos se encontraron, y Dean la empujó suavemente contra la pared, tomando sus labios en un beso apasionado y profundo mientras el agua de la ducha caía sobre ambos sin cesar. Dean se frotaba contra ella, y esa fricción de piel con piel, ambos mojados, encendió un fuego en su interior.
Jo necesitaba más. Despegó los labios de los de Dean, y tras dejar escapar un gemido le suplicó:
– Dean, te quiero dentro de mí, por favor…
– Enseguida -le prometió él.
Puso las manos debajo de sus nalgas y la levantó del suelo de la ducha. La colocó con las piernas bien abiertas sobre sus caderas, y hundió su rígida erección hasta el fondo. Un calor ardiente la hizo estremecer, al tiempo que se quedaba sin respiración. Tenía los hombros apretados contra la pared, y de un modo automático le echó los brazos al cuello y le rodeó firmemente las caderas con sus piernas para ayudarlo a sostenerla.
– Oh, Dios, ¿estás seguro de esta postura? -le preguntó sin aliento. Estaba tan excitada que le parecía que no iba a aguantar mucho más.
– Oh, sí muy seguro -le susurró él en el oído, haciéndole cosquillas con el aliento-. Esa es una de las ventajas de que seas un peso pluma. Simplemente agárrate y disfruta del paseo.
Con una fuerza y una agilidad que la sorprendieron, Dean la tomó por las caderas con sus grandes manos, y se deslizó despacio fuera de ella, para volver a invadirla, retirándose de nuevo, una y otra vez. Dean se sentía vibrar, más vivo que nunca, como una llama ardiendo dentro de ella, consumiéndola. Jo se aferró a él con fuerza cuando incrementó el ritmo de sus embestidas, hundiéndose más y más dentro de su suave cuerpo. Y, aun así, no era bastante.
La piel de ambos, húmeda y resbalosa, generaba una fricción insoportable, y Jo enredó los dedos en el sedoso cabello de Dean mientras se arqueaba en su abrazo con cada embestida, fundiéndose aún más íntimamente con él. Podía oír cómo su respiración se volvía más rápida y entrecortada contra su cuello, y lo notaba empujar contra sus caderas con mayor fuerza, más deprisa. La necesidad del otro se tomó frenética.
Por fin el placer llegó a un punto álgido, explosionando en ambos al mismo tiempo. Jo gemía extasiada, y Dean atrapó sus labios entre los suyos una vez más, disfrutando los espasmos de su cuerpo y descargando su semilla dentro de ella.
Totalmente saciado, Dean se dejó caer lentamente, la espalda resbalando contra las puertas de la ducha, hasta que se quedó sentado en el suelo, con ella aún a horcajadas sobre él, aún unidos. Los latidos de su corazón golpeaban contra el pecho de Jo, y la joven saboreó ese momento de calma, de perfecta conexión.
El agua seguía cayendo sobre ellos, casi refrescante, en comparación con el calor que sentían. Jo lo besó con ternura y se quedó con la frente pegada a la de él.
– Parece que tú eres el único con una arma oculta -lo picó.
Dean sonrió exhausto.
– Pero al menos sé cómo usarla.
Jo se echó a reír ante aquella respuesta tan sensual.
– Oh, ya lo creo que sí, señor Colter.
La mirada en los ojos verdes de Dean se tomó seria y reflexiva de repente.
– Creo que me he vuelto adicto a ti, Jo Sommers.
La joven tragó saliva con dificultad, temiéndose que a ella le estaba ocurriendo lo mismo, que aquel hombre se estaba convirtiendo en un hábito para ella del que no quería prescindir.