Tras una noche de intenso placer e increíble pasión, Dean se sintió decepcionado, aunque no del todo sorprendido al comprobar que Jo se había despertado aquella mañana con todas las emociones dobladas y guardadas, como la ropa que había metido en la mochila, y su actitud profesional y distante.
Habían desayunado en una cafetería de la ciudad, y a continuación habían ido a recoger la camioneta al taller de reparaciones. Después se habían puesto en marcha y, en las horas de carretera que siguieron, Jo había evitado todo el tiempo los temas serios o profundos que pudieran llevar a una conversación más personal, como por ejemplo su relación, y adónde se dirigía esta, si es que se dirigía en alguna dirección…
Aquella mañana no había más bromas entre ellos, y la mujer cariñosa y cercana parecía haber desaparecido, siendo reemplazada por una damisela callada y reflexiva que parecía querer ignorar los momentos íntimos que habían compartido esos dos días. Y lo peor era que cuanto más se acercaban a su destino, más acusado parecía hacerse ese distanciamiento emocional. Cada kilómetro parecía alejarlos más y más.
Dean se removió incómodo en su asiento y dejó escapar un suspiro largo y profundo. A pesar de la frustración que sentía, trató de concentrarse en la carretera para no mirar ajo, y guardó sus pensamientos para sí. Eso último, sin embargo, era lo que le resultaba más complicado, porque había tantas cosas que, quería decirle, tantos interrogantes sobre el futuro inmediato a los que quería que dieran respuesta juntos…
En un espacio de tiempo tan corto se había ido encariñando con Jo de un modo que jamás habría imaginado. Sus sentimientos por ella iban más allá del mero afecto, e incluso más allá de la pura atracción física. Provocaba en él unas emociones y un ansia que hacían que la cabeza le diera vueltas y que el pulso se le acelerara. No estaba dispuesto a salir de su vida con un «adiós» una vez que el asunto se hubiera aclarado, como si no hubiera habido nada especial entre ellos. Claro que ella no le había dicho en ningún momento que aquello fuera para algo más que un escarceo, y él tampoco tenía derecho a pedirle que se comprometiera con él en una relación más seria cuando tenía todavía que poner; en orden su vida.
Estaba dispuesto, en cambio, por difícil que resultase, a respetar los límites que ella había marcado de un modo implícito. Si algo había aprendido acerca de aquella mujer cabezota y autosuficiente era que necesitaba su propio espacio, necesitaba que no lo invadieran, y no le gustaba que la presionaran, ni que la instaran a tomar una decisión con un ultimátum.
Finalmente llegaron a un edificio de una sola planta, construido en ladrillo, con un letrero junto a la puerta que rezaba: Sommers, Investigadores Especialistas. Jo aparcó junto a él. La tensión de la joven casi podía mascarse en el interior del vehículo. Apagó el motor con un suspiro y miró a Dean.
– Bueno, aquí estamos. Ya estás un paso más cerca de volver a ser un hombre libre.
Dean rió, tratando de quitar seriedad al momento.
– Durante estos dos días no creí que me alegraría tanto al oír esas palabras.
Jo, sin embargo, mantuvo la expresión seria que había lucido en su rostro hasta ese momento.
– Dean… Yo creo en tu inocencia, pero… Bueno, me parece que no está de más que te advierta que a Cole no le hizo mucha gracia cuando se lo dije, y que se puso furioso cuando supo que te había quitado las esposas.
Saber que ella lo había defendido de las acusaciones de la policía frente a su hermano mayor lo hizo sentirse inmensamente feliz y agradecido.
– ¿Le dijiste que pensabas que era inocente? -repitió deseando besarla.
Jo asintió y se frotó las palmas de las manos por las perneras de los vaqueros.
– Sí, anoche, cuando hablé con él por teléfono. Traté de explicarle lo de tu último viaje a San Francisco, y cómo allí te habían robado y habían suplantado tu identidad, pero se mostró muy escéptico.
Y, a lo que parecía, no solo escéptico en cuanto a su inocencia, pensó Dean, sino también respecto a la decisión de Jo de haberle quitado las esposas. Seguramente aquella confesión había hecho que su hermano le echaran un buen rapapolvo por inconsciente, y tal vez incluso le hubiera dicho que no podía confiar en ella. Con lo que a Jo le fastidiaba eso…
Sin poder reprimirse más, extendió la mano y le acarició la mejilla con las puntas de los dedos. Necesitaba sentir algún tipo de conexión con ella antes de que entraran en la oficina, se enfrentaran a su hermano y todo cambiara entre ellos aún más.
– Gracias, Jo -le dijo con voz suave.
– ¿Por qué? -inquirió ella frunciendo las cejas ligeramente.
Dean sonrió, ansiando poder saber qué estaba pensando ella en aquel momento. Aunque, tal vez, fuera mejor que no lo supiera.
– Por creer en mí.
La tomó por la barbilla y la atrajo hacia sí, imprimiendo un suave beso en sus labios.
Jo se apartó al cabo de unos segundos, como si tuviera miedo de dejarse ir, de darle más. Dean la miró a los ojos y allí encontró, para su sorpresa, una sombra de anhelo que contradecía esos intentos suyos por distanciarse de él. Entonces supo que, de algún modo, tenía que hallar la manera de convencerla de que él también creía en ella.
Inspirando profundamente para reunir fuerzas, Jo empujó la puerta de cristal que daba paso al área de recepción y entró, con Dean detrás de ella. Tan pronto como vio a Melodie, la mirada de aprensión en el rostro de esta le indicó que la confrontación con su hermano no iba a ser nada fácil.
Melodie apretó el botón del intercomunicador, con los ojos fijos en Cole, llenos de curiosidad.
– Cole, Jo ya está aquí.
Jo habría querido detenerla, pero era demasiado tarde, y seguramente su hermano le había dado instrucciones para que lo avisara en cuanto llegasen.
– Me sorprende que el dragón escupefuego no estuviera en la puerta haciendo guardia -le susurró a Melodie con ironía.
La secretaria reprimió una risita.
– No te imaginas lo agitado que ha estado toda la mañana. Por lo menos, gracias a Dios, Noah se presentó aquí hace una media hora para entregar el informe de vigilancia del caso de divorcio de los Blythe. Eso los ha tenido ocupados un buen rato dentro de su despacho y lejos de mi vista, pero hasta entonces Cole había estado andando arriba y abajo por la recepción, volviéndome loca.
Unos instantes después, Cole y Noah salían del despacho del primero. Cole avanzó hacia ellos con amenazantes zancadas, mientras que Noah lo seguía con paso tranquilo, dejando que su hermano mayor se encargara del asunto. Siempre había sido así. Cole era agresivo en los negocios, e incluso en las relaciones personales. Noah, en cambio, no se metía en nada sin antes analizarlo desde todos los ángulos posibles.
Cuando llegaron a su lado, Jo no estaba segura de a cuál de los dos temía más en aquel momento, ya que los dos parecían estar analizando minuciosamente a Dean, aunque de un modo completamente opuesto: Cole con clara desconfianza, y Noah con reservas, pero también con cierto interés.
Dean, por su parte, estaba allí de pie, junto a ella, muy calmado, con los pulgares metidos en los bolsillos de los vaqueros, y la mirada tranquila. Tal vez fuera porque estaba sobre aviso por lo que Jo le había dicho y no estaba dispuesto a dejarse intimidar, pero en cualquier caso aquella imperturbabilidad de Dean hizo que Jo sintiera deseos de sonreír, porque parecía que sólo lograba irritar más a Cole.
No eran necesarias las presentaciones, y dado que Cole no parecía muy inclinado a dar un apretón de manos a Dean, Jo obvió las formalidades.
– ¿Llamaste a Vince? -le preguntó a Cole. Su hermano despegó los apretados labios.
– Sí, lo llamé -le contestó en tono brusco, bajando la mirada hacia ella-. Y tu historia le parece tan increíble como a mí.
Jo alzó la barbilla y suspiró. Ya se había esperado aquello.
– Bueno, entonces lo único que hay que hacer es llevarlo a que le tomen las huellas dactilares y verificar la credibilidad de su versión.
Cole se cruzó de brazos y giró la cabeza hacia Dean con los ojos entornados.
– Sí, supongo que sí.
Como si estuviera presintiendo la tensión entre su hermano mayor, su hermana y el presunto delincuente, Noah dio un paso adelante.
– Yo lo llevaré a la comisaría y me encargaré del papeleo.
Cole y Noah habían estado cuidando de ella durante tanto tiempo que, de un modo automático, solían hacer eso con frecuencia: entrometerse y hacer su trabajo.
Dean era responsabilidad suya, pero por una vez, Jo no protestó. No tenía en ese momento fuerzas para discutir con sus hermanos, y tampoco quería montar una escena delante de Dean.
Además, siendo honesta consigo misma, tenía que admitir que se sentía agradecida por que Noah fuera a relevarla de esa tarea. Necesitaba pasar algunas horas lejos de Dean para recobrar la perspectiva, mental y emocionalmente.
– Soy Noah Sommers -se presentó este a Dean extendiendo la mano.
El otro hombre la estrechó, agradeciendo aquella muestra de civismo.
– Dean Colter -respondió. Pero inmediatamente una media sonrisa se dibujó en sus labios-. Bueno, eso ya lo sabríais.
Noah enarcó una ceja divertido.
– Sí, pero ¿cuál de los dos Dean Colter? -bromeó.
Dean se rió suavemente.
– Bueno, me parece que dentro de nada lo averiguaremos, ¿no es así?
– Eso espero -asintió Noah, extrayendo las llaves de su coche del bolsillo. Le lanzó una mirada rápida a Jo y a Cole-. Volveremos dentro de unas horas.
Noah le hizo un gesto a Dean con la cabeza para que lo siguiera, y se dirigió hacia la puerta, pero este se quedó un momento allí parado, buscando los ojos de Jo. Ella lo miró, y se hizo de pronto un silencio atronador, mientras todos los demás esperaban a oír qué tenía que decirle.
– ¿Te veré luego? -le preguntó en un tono quedo e íntimo, claramente cargado de esperanzas.
Jo sintió que sus mejillas se teñían de rubor, y sintió deseos de abofetearse para evitar que las reacciones de su cuerpo la delataran ante sus hermanos.
– Claro -dijo tratando de parecer indiferente para contrarrestar el sonrojo que le quemaba la piel. Sí, lo vería una última vez, para llevarlo al aeropuerto y enviarlo de regreso a Washington, antes de que se enamorara aún más de él.
Habiendo obtenido aquella promesa de ella, Dean siguió a Noah, y salieron de la oficina, dejando, solos a Cole, Jo y Melodie. Nada más cerrarse la puerta, Cole se giró sobre los talones y regresó como un león a su cubículo, con los enamorados ojos de Melodie siguiéndolo en su retirada. Jo pensó en ir tras él para confrontarlo, pero ya sabía lo que opinaba y sentía respecto a ella y a la situación con Dean. Le había expresado su desaprobación con palabras lo suficientemente claras y, por propia experiencia, Jo sabía que no se podía razonar con él cuando ya se había pronunciado sobre un asunto, así que decidió no intentarlo siquiera.
Entró a su despacho, planeando pasar el resto de la tarde acallando sus pensamientos con los nuevos casos que esperaban su atención, pero por desgracia no iba a tener ese descanso en soledad y paz que deseaba. Antes de que tuviera oportunidad de sentarse, Melodie se coló por la puerta entreabierta.
– Esta mañana te han dejado unos cuantos mensajes -le dijo entregándole un manojo de papeles donde había apuntado los recados.
– Gracias -respondió Jo tomándolos y mirándolos por encima. Por fortuna nada era urgente ni importante. Melodie no se había retirado, sino que seguía allí de pie. Jo alzó la mirada interrogadora. -¿Hay algo más, Mel?
La secretaria interpretó aquello como un permiso para tomar asiento en una de las sillas frente al escritorio de Jo con una sonrisa infantil.
– Bueno, ¿quién hubiera pensado que un delincuente fugitivo pudiera ser tan sexy y tan encantador?
No había duda de a quién se refería.
– Dean no es un delincuente fugitivo.
Melodie sonrió de nuevo con infantil satisfacción.
– Sí, puede que eso sea cierto, pero no me negarás que es sexy y encantador.
Jo le lanzó una mirada impaciente.
– Mel, ¿adónde quieres llegar con todo esto?
– Quería preguntarte lo que ninguno de tus hermanos se ha atrevido a preguntar… -le dijo, demostrando un atrevimiento que sorprendió a Jo. Melodie por lo general era muy reservada y no se metía en los asuntos de los demás. Era una pena que no pudiera mostrarse así con Cole.
Jo, imaginando de qué se trataba, se sintió algo violenta, pero trató de disimularlo haciendo que ordenaba unos papeles que tenía sobre el escritorio.
– ¿Y qué pregunta es esa?
Melodie se inclinó hacia delante con los ojos brillantes, como si fuera a cometer una travesura.
– ¿Hay algo entre él y tú?
– ¿Qué te hace pensar eso? -inquirió Jo mostrándose ofendida.
– Ooh, vamos, Jo. Puede que hayas disimulado bastante bien la atracción que hay entre vosotros ahí fuera, en el área de recepción, pero a juzgar por las miradas tan íntimas que él te dirigía, es obvio que hay algo entre vosotros.
Jo quería que se la tragara la tierra. Si Melodie lo había advertido, sin duda sus hermanos también se habrían dado cuenta. Sin embargo, no estaba dispuesta a admitirlo abiertamente.
Melodie continuó sin esperar esa confirmación.
– Yo solo puedo fantasear con que el hombre de mis sueños me mire de ese modo. No seas cruel, Jo, podrías compartir al menos esa experiencia conmigo…
Imágenes de Dean deslizando el hielo por sus senos y su vientre pasaron por la mente de Jo, seguidas de otras en las que Dean la besaba por todas partes, y se colocaba sobre ella, penetrándola despacio y con certeza, haciéndola rendirse a sus deseos, una y otra vez.
Jo sacudió la cabeza, tanto para negar la petición de Melodie, como para sacudir esas provocativas imágenes de su mente. No tenía intención de compartir esos momentos tan privados con nadie.
– Lo siento, pero no hay nada que contar.
Melodie se quedó mirándola en silencio un buen rato.
– Creo que lo que ocurre es que no me lo quieres contar, pero si es lo que quieres… Bueno, si necesitas hablar con alguien, ya sabes dónde estoy.
Y, diciendo eso, Melodie abandonó el despacho. Jo se sintió un poco mal por haberla tratado con tanta brusquedad, pero lo cierto era que no estaba de humor para nada ni para nadie.
Jo se dejó caer en su sillón con un profundo suspiro, y se reclinó, cerrando los ojos, forzándose a relajarse. Para su alivio, nadie volvió a molestarla a lo largo de la tarde, hasta que Noah regresó con Dean unas horas después.
Tras guardar el informe que había estado escribiendo en el ordenador, Jo alzó la vista para mirar a Dean, que entraba en ese momento en su oficina con una de esas encantadoras sonrisas que le salían tan naturales.
Inmediatamente, Jo notó que el pulso se le aceleraba, y que el estómago se le llenaba de mariposas. Al punto, trató de controlar y aplastar esas sensaciones. No podía seguir alimentando aquella atracción que amenazaba con destruir el orden que había impuesto en su mundo. Estaba decidida a hacer que a partir de ese punto su relación únicamente fuera platónica. Un par de horas más, y Dean estaría ya lejos de allí. No tenía sentido complicar más las cosas rindiéndose ante la tentación que suponía.
– ¿Cómo ha ido? -inquirió cerrando la carpeta que tenía sobre la mesa.
– Bueno, tu hermano Noah no me hizo demasiadas preguntas después de todo -respondió Dean guiñándole un ojo.
Jo contrajo el rostro. No quería ni imaginar la clase de preguntas que Noah le habría hecho sobre ellos y el viaje.
– Me refería a la comisaría -puntualizó a pesar de que sabía que la aclaración era innecesaria.
Jo esperaba que tomara asiento en una de las sillas frente a su escritorio, pero Dean lo rodeó y se apoyó ligeramente en el borde de este, junto a ella.
– Me tomaron las huellas dactilares y, como yo esperaba, demostraron que yo no era ese tío de la ficha. En fin, estoy limpio de todos los cargos, pero por desgracia ese tipo anda suelto por ahí suplantándome, y hasta que no lo atrapen seguiré compartiendo mi nombre con un delincuente.
– Lo siento -dijo Jo con sinceridad.
– Sí, toda esta situación es endiabladamente frustrante -asintió él.
Jo inspiró y se obligó a sonreír.
– Al menos ahora eres libre y puedes volver a Seattle para tomarte esas vacaciones que yo interrumpí.
Dean movió la pierna, rozándola accidentalmente con el muslo de Jo, y ésta se sintió estremecer por dentro.
– En realidad había pensado quedarme unos días.
Jo parpadeó sorprendida.
– ¿De veras?
Dean se encogió de hombros.
– La última vez que estuve en San Francisco solo pude ocuparme de los negocios, y no tuve tiempo de ver nada. Además, creo que sería divertido celebrar mi trigésimo tercer cumpleaños este viernes en la ciudad en vez de una cabaña, solo, en medio, de las montañas. Pero no te preocupes, no tengo intención de interferir en tu trabajo ni robarte tiempo -le aseguró con una sonrisa-. De hecho, Noah ha sido muy amable conmigo, y en el camino de vuelta paramos en una agencia de alquiler de coches para poder moverme sin depender de nadie; y también me he registrado en un hotel.
– Oh -fue lo único que acertó a decir Jo. Parecía que lo tenía todo bajo control, y tampoco le había pedido que pasara tiempo con él. ¿Por qué tenía que sentirse mal? Era ella misma quien había querido distanciarse. Sin embargo, no había esperado un rechazo tan flagrante por parte de Dean, ni que pudiera dolerle tanto.
Dean extrajo un papel doblado del bolsillo del pantalón y lo puso sobre su mesa.
– Ahí te dejo el nombre del hotel y el número de la habitación, por si me necesitaras para algo -le dijo echando un vistazo rápido a su reloj de pulsera. Después, volvió a alzar la vista hacia ella-. Sólo quería que supieras dónde voy a estar.
Dónde iba a estar… sin ella. Jo sintió una profunda puñalada de envidia clavándosele en el pecho.
– ¿Y te vas al hotel ahora?
Dean se había incorporado, y estaba frente a ella, tan sexy y maravilloso como siempre, con el cabello revuelto y los vaqueros ajustados a su atlético cuerpo. Jo estuvo a punto de perder la dignidad y suplicarle que se quedara con ella aquella noche, pero se contuvo a tiempo.
– No, parece que Noah y yo hemos hecho buenas migas -le dijo con expresión divertida-, y se ha ofrecido a enseñarme la ciudad y a llevarme a uno de los locales de moda esta noche.
– Vaya. Bueno, pues espero que lo paséis bien – le deseó Jo en un tono muy poco convincente.
– Seguro que sí -asintió Dean. Se dirigió hacia la puerta y, antes de salir del despacho, giró la cabeza por encima del hombro y le dijo-: Me pasaré mañana si tengo oportunidad.
Y se marchó.
¡Si tenía oportunidad! Su tono había sonado tan indiferente, que Jo quiso morirse. Hundió el rostro entre las manos y gimió de pura frustración. Cortar los lazos con él era lo que había pretendido, porque no quería que su relación se convirtiera en algo más serio. Pero entonces, ¿por qué se sentía tan confusa y vacía por dentro?
No tenía respuesta para esa pregunta, ni podía explicar el anhelo que se había alojado en su interior, pero ya estaba acostumbrada a acallar las emociones que le resultaban difíciles de manejar. Dejando a un lado el dolor y la agitación interior que sentía, volvió al trabajo hasta que el cansancio la obligó a ir a casa, a su solitario y silencioso apartamento.
Calentó un paquete de comida precocinada y comió sola; pasó un par de horas tornando notas sobre unos casos que se había llevado consigo y, finalmente se metió bajo las frías sábanas de su cama. Dio vueltas un buen rato en ella hasta lograr conciliar el sueño. Pero, aquella vez, cuando volvió a despertarla aquella horrible pesadilla, bañada en sudor y en lágrimas, no había nadie para consolarla.