Jo se quedó sentada de rodillas sobre la suave manta de franela que había extendido en la parte de atrás, esperando a que Dean se uniera a ella. Sus ojos recorrieron el estrecho espacio. Había puesto a un lado la caja de herramientas y la neverita portátil para que no estorbaran, pero aun así, aunque ella podía tumbarse y estirarse, le parecía que Dean iba a estar bastante incómodo.
Su vista fue a posarse entonces en el inutilizable teléfono móvil, que había dejado sobre la consola del tablero de mandos. Fue como un recordatorio no deseado de todo lo que la esperaba de regreso a su hogar: la realidad y un hermano estricto que la regañaría por lo que estaba a punto de hacer, fuera o no Dean inocente.
Sin duda Cole habría tratado de llamarla, y estaría preocupado al ver que no le contestaba, y más sabiendo que estaría acompañada por quien él pensaba era un delincuente. Era natural que se preocupara, cualquier hermano se preocuparía, pero al final no le quedaría otro remedio que confiar en ella, en su intuición y en su capacidad de arreglárselas sola. Y aquello desde luego sería casi imposible para Cole, concluyó Jo con un suspiro.
Sin embargo, en ese preciso momento quería olvidarse de todo, excepto de aquel hombre por el que se sentía tan atraída. No quería pensar en Cole, ni en el sermón que la esperaba, ni en cómo todo el mundo parecía cuestionar sus decisiones y juicios durante los últimos dos años… incluida ella misma. Ya no tenía dudas respecto a Dean, porque estaba logrando que recuperara una parte de sí que había perdido tras la muerte de Brian. De nuevo quería, necesitaba, sentirse viva y deseada, y Dean Colter había hecho aquello posible.
Todo su cuerpo se puso alerta al ver cómo su prisionero pasaba a la parte trasera entre los dos asientos, y su aroma cautivó los sentidos de la joven. No tenía sentido mostrarse tímida o recatada, así que se sacudió de encima todas las inhibiciones que podían impedir que disfrutase plenamente de aquel momento. Dean la excitaba en un sentido físico, pero en lo emocional y lo personal parecía comprenderla mejor que cualquiera de los hombres con los que había salido, y aquello también la excitaba enormemente.
Tras quitarse las deportivas y los calcetines húmedos, como ella había hecho, Dean se arrodilló frente a ella, y colocó las manos sobre sus muslos, atrayendo la atención de ella hacia la más que obvia erección que empujaba ya contra la cremallera de sus vaqueros. Jo tragó saliva para aliviar la repentina sequedad que notaba en la garganta. Era un hombre tan sólido, tan masculino… De algún modo, tuvo de repente la certeza de que lo que ocurriera entre ellos allí dentro sería distinto a cuanto había experimentado hasta entonces.
Dean podía darle todo lo que ansiaba, satisfacer el deseo que había reprimido durante años, pero sabía que cuando todo terminara, cuando tuvieran que separarse, no le exigiría nada. Volverían a sus vidas anteriores, en Estados alejados por kilómetros y kilómetros. Ninguno de los dos estaba buscando un compromiso, ni ataduras. Era agradable no tener que preocuparse por esas cosas, y estaba decidida a aprovechar el tiempo que pasara con él al máximo, tomando todo lo que él estuviera dispuesto a darle, porque ningún otro hombre la había hecho sentir y desear tan intensamente. Y lo cierto era que después de haber pasado los dos últimos años tratando de probarse a sí misma, pendiente solo del trabajo, le parecía que ya era hora de poner por delante sus propias necesidades.
Extendió el brazo y puso la palma de la mano sobre el pecho de Dean, absorbiendo los rápidos latidos de su corazón y el calor abrasador que transmitía, aun a través de la húmeda camiseta. Tocó con un dedo uno de los rígidos pezones, y observó cómo los ojos de Dean se oscurecían de hambre de ella.
Jo contuvo el aliento, excitada. La lluvia continuaba golpeando los cristales, creando un provocativo staccato que incrementó la sensualidad entre los dos. El escenario formado por los altos árboles que rodeaban el coche, junto con el cielo gris encima de ellos y el chorreo de la lluvia por las ventanas, añadía todavía más erotismo al momento.
Jo esbozó una lenta sonrisa.
– Sí que es estrecho esto, ¿eh? -dijo refiriéndose a la conversación que habían tenido momentos antes sobre todas las posiciones interesantes que dos personas podían adoptar en un espacio reducido.
Dean parpadeó, la lascivia aún más marcada en sus iris verdes.
– Pues le echaremos la creatividad que haga falta.
Sin apartar sus ojos de los de Dean, Jo bajó despacio la mano hacia el liso abdomen, que se tensó a su contacto.
– Y además hay bastante humedad y hace un poco de calor -dijo Jo en un tono quedo, sin aliento.
– Eso hace más placentera la fricción de piel contra piel -respondió Dean. Seguía teniendo las manos sobre los muslos, pero sus palabras y el profundo timbre de su voz eran tan eróticos como caricias-. Quítate la goma del pelo, Jo, quiero que tu cabello fluya libre.
Incapaz de negarle nada, la joven hizo lo que le decía, y su pelo se deslizó sobre sus hombros.
Inclinándose hacia delante, Dean enredó los dedos en los húmedos mechones, y atrajo el rostro de la joven hacia el suyo.
Jo cerró los ojos, y entreabrió los labios, segundos antes de que la boca de Dean los reclamara en un beso francés. Jo gimió suavemente al sentir la invasión de su lengua y saborearlo.
Dean hizo el beso aún más profundo, robándole el aliento hasta que todo pensamiento coherente abandonó su mente.
– La camiseta, Dean… -jadeó contra sus labios, tirando de ella-, quítatela…
Con un rápido movimiento, Dean agarró la prenda por el dobladillo y se la sacó por la cabeza.
– ¿Mejor?
– Oh, mucho mejor -aprobó Jo plantando las manos en el ancho tórax. Lo acarició, deleitándose en la sensación de la suave piel y los firmes músculos, y se inclinó hacia él, depositando un reguero de besos húmedos y cálidos por toda la garganta, lamiéndolo y aspirando con la boca. Dean se estremeció de arriba abajo al sentir sus labios descender hacia el pecho. Jo mordisqueó suavemente los pezones erectos, y lo escuchó contener el aliento y gemir cuando ella los chupó repetidamente.
Antes de que pudiera seguir hacia abajo, Dean la detuvo, haciendo que se echara hacia atrás. Se miraron largo rato. Un trueno rugió en el exterior, y la camioneta retumbó.
La lluvia comenzó a caer con más fuerza, y Dean volvió a fundir su boca con la de ella una vez más, mientras la empujaba despacio para tumbarla sobre la manta y se colocaba sobre ella, interponiendo una rodilla entre sus piernas.
Los besos empezaron a hacerse más lentos, y Dean fue desabrochándole uno a uno los botones de la blusa, volviéndola loca por la tranquilidad de sus movimientos, haciéndola sentir mareada por el acuciante deseo de experimentar la caricia de sus manos sobre la piel que quedaría al descubierto.
Cuando al fin hubo terminado, abrió la blusa y la sacó de la cinturilla de los vaqueros. Jo se estremeció cuando su boca exploró el contorno de sus senos, aún cubiertos por el sostén. Dean los probó con pequeños mordisquitos, hasta alcanzar las erguidas puntas, y apretó la lengua contra ellas a través del encaje.
Jo sintió que la impaciencia se apoderaba de ella, y casi se desvaneció de alivio cuando él desabrochó el cierre frontal del sujetador, liberando finalmente sus pechos. Apartando las copas a los lados, Dean repasó los dedos por los titilantes pezones, increíblemente rígidos por sus caricias, y húmedos, tanto por sus lengüetazos como por la humedad que había dentro del vehículo a causa de la lluvia y el calor combinado de sus cuerpos. Incluso las ventanas estaban empañadas por su agitada respiración.
Dean trazó círculos en tomo a la aureola, y la humedad de la piel de Jo incrementó la fricción, aumentando el placer de la caricia.
Le dirigió a la joven una sonrisa pícara.
– Sí, hace bastante calor y hay mucha humedad aquí dentro.
– Yo desde luego siento como si estuviera ardiendo -asintió Jo sonriendo también. Y, de algún modo, intuía que la temperatura iba a subir más todavía.
– Sí, sí que lo estás -reconvino Dean con voz ronca, acariciándole los brazos-. Veamos qué podemos hacer para refrescarte un poco.
Acercó la neverita portátil, retiró la tapa, y rebuscó entre las latas, pero en vez de extraer un refresco, como Jo esperaba, sacó un cubito de hielo y lo introdujo en su boca, para cerrara continuación la fría palma sobre su seno. Jo contuvo la respiración sorprendida ante la sensación, a la vez inesperada y excitante. Antes de que pudiera apartarle la mano, Dean bajó la cabeza y le pasó la helada lengua por el cuello, para capturar después sus labios, y abrirle la boca, deslizando dentro de ella el cubito a medio derretir.
Comenzaron un sensual juego de intercambio del trozo de hielo, hasta que este se deshizo por completo. El beso continuó, pero Jo necesitaba tocar a Dean, y sus manos se deslizaron por todo su cuerpo: los hombros, los brazos, el torso, el vientre, las caderas… Allí se topó con la frustrante barrera de los pantalones. Dean interrumpió el beso con un quejumbroso gemido e inspiró aire con fuerza.
– Compórtate, Jo -le dijo fingiéndose escandalizado.
Ella puso los ojos en blanco.
– ¿Es que sólo vas a poder divertirte tú?
Dean ladeó la cabeza y enarcó una ceja.
– ¿Pretendes decirme que no lo estás pasando bien?
Jo esbozó una sonrisa pícara lentamente.
– Es sólo que no creo que la balanza esté ni tan siquiera equilibrada. Tú te estás llevando todos los honores -le reprochó.
Mientras hablaba, Jo recorrió el muslo de Dean con la palma de la mano hasta detenerse junto a la enorme erección que parecía amenazar con reventar los botones del pantalón vaquero. Jo colocó la mano encima, sintiendo una cierta satisfacción al tenerlo completamente en su poder y al comprobar que ella no era la única que estaba tremendamente excitada. Con una sonrisa maliciosa, lo acarició despacio. Notó que la erección crecía más aún, poniéndose dura como el granito y, de pronto, lo único en lo que podía pensar era en rodear con su palma todo aquel agresivo calor masculino y saborearlo con la lengua.
Sin embargo, en el momento en que intentó desabrocharle el cinturón para dar rienda suelta a sus fantasías, Dean la agarró por las muñecas impidiéndoselo. Le dio un beso largo y profundo, mientras apartaba de su piel por completo el sujetador y la blusa. Jo levantó los brazos para facilitarle la maniobra, pero pronto comprendió que había sido un error, porque se encontró con las manos presas por los puños de la camisa, que Dean había anudado en tomo a sus muñecas.
Jo dio un tirón, pero el nudo era firme.
– Estoy empezando a creer que tienes cierta fijación erótica, Dean… -murmuró.
– ¿Te refieres a hacerte esclava de mis deseos? -sugirió él observando los generosos senos de Jo y los erguidos pezones.
La joven se preguntó si los tomaría en su boca o la haría suplicar para que lo hiciera. Si no lo hacía pronto, desde luego, estaba dispuesta a rebajarse.
Dean pasó los dedos por la cintura de Jo.
– ¿Te gusta estar así, a mi merced? -dijo acariciándola de nuevo.
Jo no podía negar lo que su cuerpo gritaba a voces.
– Sí, pero me gustaría más que me dejaras acariciarte yo también.
Pero Dean meneó la cabeza de lado a lado, y extendió el brazo para entrelazar sus dedos con los de ella.
– Si me tocas otra vez como lo has hecho antes, perdería el control.
– ¿Yeso sería tan malo? -le espetó Jo con voz mimosa.
Dean le acarició la muñeca con el pulgar repetidamente.
– Sí, en especial cuando quiero asegurarme de que tú estés satisfecha por completo antes de dejarme ir.
Jo pestañeó de un modo pícaro.
– Caray, sí que eres caballeroso…
– Si eso es lo que quieres pensar… -contestó él con una sonrisa lobuna. Y relumbró en sus ojos un brillo peligroso que hizo que los latidos de Jo se hicieran mucho más rápidos-. Lo cierto es que, en realidad, se trata sólo de egoísmo por mi parte, porque quiero verte disfrutar. Saber que estás así, atada y que eres cautiva de mis caprichos me excita aún más. Dime, ¿no te excita a ti también?
– ¿Qué crees tú? -respondió Jo sin ningún pudor.
– Hum… Yo diría que sí, pero quiero estar completamente seguro.
Y, sin retirar la mano con la que le sostenía las muñecas, introdujo la otra de nuevo en la neverita y extrajo otro hielo, que se metió en la boca. Esta vez, en cambio, lo masticó rompiéndolo en trozos, bajó la cabeza hacia su pecho y tomó uno de los pezones en su fría boca, abriéndola poco a poco para engullir tanto como podía del seno, succionando y repasando la lengua en espiral sobre el pezón.
Jo apretó los dedos y estuvo a punto de protestar ante el tremendo contraste entre la helada boca de Dean y su ardiente piel, pero de sus labios sólo escapó un gemido ahogado. Dean fue alternando entre un seno y otro seno, hasta que Jo estaba tan cerca del clímax que no sabía si podría aguantar más.
Lo escuchó rebuscar de nuevo en la neverita, sin saber qué se le ocurriría esa vez. Los fríos dedos de Dean se colocaron sobre su estómago y trazaron una senda circular en tomo al ombligo y a lo largo de la cinturilla de los vaqueros.
Dean se detuvo un momento para que Jo abriera los ojos y lo mirara. Entonces, empezó a juguetear con el primer botón de los vaqueros.
– ¿Quieres más? -murmuró en tono seductor.
Jo advirtió que de nuevo estaba pidiéndole permiso para continuar, dejándole la última palabra a ella. Si él acababa de decir que era egoísta, Jo estaba comenzando a sentirse codiciosa, porque quería más y más.
– Sí… por favor -susurró, ansiosa.
Con una agilidad que la maravilló, Dean le bajó los pantalones hasta las rodillas, pero, para su extrañeza, le dejó puestas las braguitas, empapadas por el deseo.
Dean introdujo por tercera vez la mano en la nevera y, con otro cubito en la mano, lo deslizó alrededor del ombligo, y descendió hacia el borde de las braguitas, para ascender de nuevo. Se inclinó sobre ella y echó una bocanada de aire caliente sobre la piel húmeda. Jo se estremeció de un modo incontrolable.
Dean colocó el cubito dentro de su ombligo, y subió la mano al pecho de la joven.
– No te muevas, Jo -murmuró cuando ella se retorció para hacer caer el frío hielo que abrasaba su piel.
Los ojos de la joven se abrieron como platos. ¡Dios!, ¿no estaría hablando en serio? Sin embargo, al mirarlo a los ojos comprendió que sí. Los segundos pasaban, y el hielo iba derritiéndose, chorreando hacia los lados por su estómago. La sensación era increíblemente erótica, y a la vez enloquecedora, porque él le había ordenado que no se moviera, cuando ella no podía pensar en otra cosa.
Jo cerró los ojos y gimoteó como una niña, pero no se movió.
– Dean, está muy frío…
– A-a, el hielo se queda ahí por ahora -insistió él. Se inclinó para besarla en el cuello y le susurró al oído-: Espera, voy a darte otra cosa en qué pensar.
Introdujo la mano entre sus piernas y apretó dos dedos helados contra su montículo.
– Aquí abajo estás ardiendo; creo que debería refrescarte un poco.
Jo sabía lo que iba a hacer antes siquiera de que él introdujera los dedos por debajo del elástico, pero aun así el helado tacto de su mano no le resultó menos intenso. Contuvo la respiración cuando los fríos dedos se aventuraron entre los cálidos y húmedos pliegues, para penetrarla después rápida y completamente.
Jo jadeó con fuerza al sentir cómo sus músculos internos lo abrazaban y se derritió contra sus dedos. El pulgar de Dean se unió, acariciándola desde fuera con pasadas rítmicas y firmes.
Jo emitió un largo e intenso gemido, sintiendo como si su cuerpo estuviera siendo bombardeado desde una docena de direcciones distintas, y ella fuera incapaz de concentrarse en una. Quería que le liberara las manos para poder darle el mismo placer a él, y quería abrir más las piernas, pero los vaqueros colgando en sus rodillas y la pierna de Dean interpuesta entre ellas se lo impedía. El vientre de la joven tembló al sentir que él incrementaba el ritmo de fricción con sus dedos, y el cubito seguía disolviéndose.
– Estás conteniéndote, Joelle -murmuró Dean-. Déjate llevar y entrégate a mí…
Y, tras decir eso, Dean apretó los dedos más adentro de ella, empujándolos contra el clítoris. Jo estaba al borde del éxtasis. La visión se le nubló, y de pronto un orgasmo increíble y voluptuoso le sobrevino. Jo se revolvía sobre la manta, gimiendo y jadeando mientras aquella gloriosa sensación la consumía.
En el exterior un relámpago iluminó el cielo, seguido del retumbar del trueno. Mientras el ruido y la luz se extinguían, Jo se sintió flotar de vuelta a la Tierra, saciada, completamente relajada, maravillosamente agotada.
Abrió los ojos buscando los de Dean. Su rostro estaba ligeramente enrojecido por el calor y la humedad, y sus iris verdes parecían brillantes ascuas. Despacio, muy despacio, para que ella disfrutara cada instante de su retirada, deslizó los dedos fuera de ella, la besó suavemente y finalmente la liberó, deshaciendo el nudo que restringía sus manos.
Pero Jo no quería ser libre aún, no cuando él no había recibido nada, habiéndose mostrado tan generoso con ella. No cuando aún se sentía vacía en lo más profundo de su ser, a pesar del fabuloso orgasmo que acababa de tener..Bajó los brazos y se empezó a incorporar, pero se detuvo al darse cuenta de que el hielo se había derretido por completo y el agua se estaba derramando hacia abajo.
Se rió ligeramente. Dean la había tenido tan ocupada que se había olvidado del hielo.
– He sido una buena chica y el cubito se quedó donde lo pusiste -le dijo.
– Has sido una chica muy buena -asintió él. Bajó la mirada hacia su estómago-. Pero el hielo se ha derretido y, de repente tengo mucha, mucha sed.
Dean bajó la cabeza y lamió el agua, introduciendo la lengua en su ombligo, y al instante Jo sintió que volvía a vibrar con renovado deseo. Sin embargo, aquella vez quería que la satisfacción fuera mutua. Los dientes de Dean rozaron uno de sus senos, y sus dedos se deslizaron por el muslo, pero antes de que la enviara a otro viaje por los cielos sin él, Jo le agarró la muñeca para detenerlo, y enredó los dedos de la otra mano en sus cabellos, alzándole la cabeza.
Dean, que estaba a punto de tomar un pezón entre sus labios la miró interrogante. Jo se sintió conmovida, al comprender que él no esperaba nada a cambio de todo el placer que le había dado, pero precisamente aquello le hizo desearlo aún más.
– Dean, te necesito… Dentro de mí…
Lo sintió estremecerse ante su ruego, pero a sus ojos asomó una sombra de pesar.
– Dios… No sabes cuánto lo deseo yo también, pero cuando planeé mi viaje no se me ocurrió ninguna razón por la que fuera a necesitar preservativos, y no querría dejarte embarazada.
– Estoy tomando la píldora -le dijo la joven. Viendo la curiosidad en sus ojos, le explicó-: Mi médico me lo recomendó hace unos años, porque el estrés y la ansiedad estaban volviendo locas a mis hormonas, y mis periodos eran muy irregulares.
Dean sonrió, y sus hombros se relajaron aliviados.
– Sea cual sea la razón, estoy profundamente agradecido a tu médico -le dijo-, siempre y cuando tú lo quieras, por supuesto…
– Lo quiero -aseguró Jo. En su vida había estado tan segura de nada-. Y como has sido tú quien me ha dejado así -le dijo indicando los vaqueros colgando en torno a sus rodillas-, voy a dejar que me quites el resto de la ropa.
Dean obedeció al punto, con una facilidad y una rapidez pasmosas, deslizando los vaqueros y las braguitas hacia abajo y sacándoselos por los pies.
Momentos después, Jo yacía completamente desnuda sobre la manta de franela, con él arrodillado entre sus piernas flexionadas y abiertas. Los ojos de Dean recorrieron cada centímetro de su cuerpo, bajando lentamente hasta detenerse en la parte más íntima de su ser.
El pecho de Dean subía y bajaba, su respiración trabajosa, y Jo vio su propio deseo reflejado en el masculino rostro, estremeciéndose una vez más. Aquella caricia visual resultó casi tan excitante como las caricias físicas, e hizo que su cuerpo titilara con renovadas ansias. Sin embargo, de pronto observó que él aún no se había quitado los pantalones.
– Dean -le susurró-, estoy a punto de perder el control…
Él esbozó una sonrisa pecaminosa.
– Bien, porque eso es exactamente lo que quiero.
Y antes de que ella pudiera decir nada, metió los brazos por debajo de sus piernas, manteniéndolas separadas, y bajó la cabeza, devorándola con la lengua.
Jo contuvo el aliento, y arqueó la espalda al sacudirla un intenso placer.
Aquella vez Dean no la trató con delicadeza, ni procedió con cautela, sino que sus lengüetazos fueron insistentes y agresivos, sus incursiones ardorosas y apasionadas. Parecía estar exigiéndole una nueva rendición, y Jo se la concedió. El clímax le sobrevino tan rápido que Jo gritó incoherente el nombre de él una y otra vez.
Dean se retiró, y se desabrochó el cinturón con urgencia.
– No puedo esperar más -jadeó-, tengo que poseerte…
Se bajó los pantalones y los calzoncillos, liberando la erección, y permitiendo que Jo lo admirara por primera vez en todo su esplendor.
Era tan magnífico como ella lo había imaginado cuando vislumbró su silueta a través de las puertas de la ducha la noche anterior.
En lugar de aproximarse a ella en la postura tradicional del misionero, Dean le deslizó los dedos por debajo de las rodillas, y la atrajo hacia sí, mientras le abría más las piernas, que quedaron flexionadas a ambos lados de las caderas. Colocó los muslos de Jo sobre los suyos, se inclinó hacia delante, y frotó la cabeza de su miembro contra los sensibles pliegues femeninos, compartiendo su humedad antes de introducirse en ella un centímetro, y entonces…
Se detuvo.
Jo emitió un gemido ahogado de frustración, y sus manos se aferraron como garras a la manta. Alzó la vista hacia el rostro de Dean para suplicarle que acabara con aquel tormento, pero las fieras emociones que danzaban en sus ojos la pillaron desprevenida.
– ¿Dean? -lo llamó sin aliento, preguntándose si habría cambiado de opinión.
– Te deseo, Jo Sommers -murmuró él en un tono posesivo-. ¿Estás lista para recibirme dentro de ti?
La joven se estremeció. Quería que aquello ocurriera, lo deseaba tanto como él.
– Sí -susurró. Y deslizo una mano entre sus muslos para acariciar con las puntas de los dedos el palpitante miembro introducido en parte dentro de ella-, estoy lista.
A Dean pareció bastarle con aquella respuesta, ya que inmediatamente se introdujo en ella hasta el fondo, penetrándola por completo. Sus gemidos de placer mutuo se confundieron con el ruido de otro trueno sobre sus cabezas y la lluvia golpeteando furiosa contra los cristales.
Dean apenas le concedió tiempo para acomodarse a esa primera embestida, ya que se retiró y, haciendo palanca con los fuertes muslos, le abrió las piernas un poco más y la penetró con mayor intensidad, haciéndola gemir de nuevo.
Con los ojos brillantes, Dean introdujo las manos por debajo de sus brazos, pasó las palmas por la espalda de la joven, y las apretó finalmente contra sus hombros para atraerla aún más hacia sí. Los senos de Jo quedaron aplastados contra su tórax, y sus piernas le rodeaban la cintura de un modo muy excitante, e increíblemente erótico.
– Eres maravillosa, Jo… -masculló Dean con la mandíbula apretada, intentando controlarse todo o que era capaz-. No sé si podré aguantar mucho más…
Jo deslizó las manos por la musculosa espalda de él, y le masajeó las nalgas.
– Pues entonces no lo hagas… -lo urgió.
Con un gruñido salvaje, Dean posó los labios sobre los de ella, robándole el aliento, al tiempo que empujaba hacia delante las caderas. Todo su cuerpo temblaba por la fuerza y el impacto de sus embestidas, pero Jo lo provocaba con las manos y la boca para que le diera más.
Estaban haciendo el amor de un modo desinhibido, apasionado, tan salvaje como la tormenta que estaba cayendo fuera. Era la clase de unión que Jo quería, y aparentemente él también la necesitaba.
Increíblemente, Jo sintió que el maravilloso ascenso comenzaba de nuevo, e iba aumentando. Y de pronto se encontró retorciéndose debajo de él, gimiendo extasiada al sentir que el orgasmo la invadía.
Dean echó la cabeza hacia atrás, empujando las caderas a un ritmo frenético, y gritó su nombre varias veces, enardecido, mientras caía irremediablemente por el precipicio del placer con ella.
Aquella vez, al compartir con él esa explosión de calor, Jo tuvo la sensación de que no sólo le había entregado a aquel hombre tan generoso su cuerpo, sino también un pedazo de su alma y su corazón.