14

Era viernes por la noche. Jo había tomado un avión a Seattle que había llegado con bastante retraso, y nada más pisar tierra, se había apresurado a alquilar un coche, coche que en ese preciso momento estaba aparcando en la acera, frente a la casa de Dean. Sintió que los nervios se le metían en el estómago. En fin, aún tenía tiempo para prepararse un poco, para pensar cómo lo iba a abordar. Aunque tenía confianza en sí misma, no sabía cómo reaccionaría él ante su inesperada visita, si con un cálido abrazo de bienvenida o fríamente.

No, en realidad su reacción inicial no importaba, se dijo. Ella lo quería y estaba dispuesta a luchar por él, por los dos.

Salió del coche y fue hasta la puerta. A través de la ventana delantera de la vivienda se veía luz. Jo rogó mentalmente por que estuviera en casa. Claro que cabía la posibilidad de que hubiera salido a celebrar su cumpleaños… Sacudió la cabeza. Si así era, estaba dispuesta a hacer guardia en el coche hasta que regresara. Ella iba a ser su regalo de cumpleaños. Sin embargo, al llamar al timbre descubrió que sí estaba, porque abrió la puerta al cabo de unos segundos. Parecía totalmente sorprendido de verla allí.

– Jo… -musitó, mirándola como si no pudiera creer que estaba delante de él, en carne y hueso.

Estaba tan sexy, vestido tan solo con aquellos pantalones de chándal grises, que Jo tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para no lanzarse inmediatamente a sus brazos y cubrirlo de besos. Había echado de menos esa atracción entre ellos, pero aún más lo había echado de menos a él.

Esbozó una sonrisa esperanzada.

– Feliz cumpleaños.

Dean enarcó sus oscuras cejas incrédulo.

– ¿Has venido hasta Seattle solo para desearme feliz cumpleaños?

Jo asintió. No podía culparlo por mostrarse cauteloso ante su repentina aparición, no cuando no le había dado ninguna razón para creer que volvería a él, no cuando había rechazado su amor. Sin embargo, después de todo lo que había pasado en los últimos días, no iba a permitir que sus inseguridades impidieran que luchase por su felicidad.

– También he venido porque el regalo que te quería hacer solo puedo dártelo en persona -añadió. Dean no dijo nada, sino que se quedó mirándola con aquellos maravillosos ojos verdes. Jo notó que tenía un nudo en la garganta y tragó saliva-. ¿Puedo pasar?

– Claro, ¿cómo no? -asintió Dean haciéndose a un lado e indicándole con un gesto de la mano que entrara, como si fuera una vieja conocida en vez de la amante que había sido-. Ahora mismo estaba tomando un trozo de la tarta de fresas que mi madre me ha traído por mi cumpleaños. ¿Te apetece un trozo?

Jo lo siguió hasta la cocina y le echó un vistazo a la tarta sobre la mesa, pero sacudió la cabeza.

– No, gracias.

Dean le ofreció asiento, pero ella lo rechazó. Dean sí se sentó, y tomó el tenedor de su plato. Le dirigió una sonrisa maliciosa a Jo.

– Seguro que si tuviera chocolate me habrías dicho que sí.

Jo no pudo evitar sonreír también. Aquella actitud galante le hizo albergar esperanzas, a pesar de que él se mostraba tan distante con ella como ella se había mostrado con él los últimos días.

– Supongo que tienes razón.

Se quedó allí de pie, en medio de la enorme cocina. Los nervios volvieron a hacer presa de ella. Ya no sabía en qué términos estaban. No se lo estaba poniendo fácil, pero lo cierto era que tampoco sabía por qué estaba ella allí ni qué quería de él.

Jo fue hasta el extremo de la cocina y se apoyó en la encimera, agarrando el borde con las manos, e inspiró profundamente.

– Dean, hay algo que necesito decirte.

– Está bien, te escucho -asintió él dejando el i tenedor sobre el plato y apartándolo. Se reclinó en el asiento.

Jo le explicó todo lo referente al rescate de Lily Edwards, secuestrada por su parte, y sobre cómo había encontrado dentro de sí la fortaleza necesaria para disparar y salvar así a la pequeña, sin dudar un instante que podría hacerlo.

Esbozó una sonrisa trémula.

– Fue maravilloso poder salir de allí sin ningún remordimiento.

– Lo sé -contestó Dean-. Me siento muy orgulloso de ti, Jo, de que hayas logrado superar tus miedos -añadió sonriéndole con la mirada-. Y según creo, tus hermanos están orgullosos también.

Jo le contó que había llegado a un acuerdo con ellos, que le habían mostrado su apoyo, y que después se habían sentido muy orgullosos de cómo había manejado la situación. De pronto Jo cayó en la cuenta de que Dean había dicho «lo sé» y «según creo». ¿Acaso ya estaba enterado de ello?

– ¿Ya lo sabías? -inquirió incrédula.

Dean se encogió de hombros.

– Noah me llamó para contármelo, porque pensó que yo querría volver a Oakland para celebrarlo con tigo.

Jo se quedó callada, notando una cierta tirantez en el pecho.

– Pero no viniste -murmuró.

– No, no lo hice -dijo Dean poniéndose de pie y acortando la distancia que los separaba-. Pero por una buena razón.

– ¿Y qué razón es esa? -preguntó Jo con voz ronca.

– Porque esta vez eras tú quien tenía que venir a mí -le dijo acariciándole la mejilla con las puntas de los dedos. Su tacto fue como un bálsamo para su alma-. Y sabía que no podías hacerlo hasta que no estuvieses dispuesta a admitir que podíamos compartir juntos un futuro.

Jo se estremeció aliviada, pero sus dedos seguían aún aferrados a la encimera.

– Pues ahora estoy aquí -murmuró. Esas palabras lo decían todo.

Dean sonrió con dulzura, con calidez.

– Aquí estás -asintió.

Dean quería más, y Jo se lo dio, le entregó toda la honestidad que había en su corazón, sabiendo que no tenía nada que perder.

– No he superado por completo mis miedos e inseguridades, pero estoy segura de que podré hacerlo si tú estás a mi lado, porque tú eres la razón por la encontré en mi interior el valor necesario para creer en mí y apretar el gatillo.

– Yo no tuve nada que ver con eso, Jo -negó él. Jo no podía creer lo modesto que era, que no quisiera llevarse ningún mérito-. Siempre supe que tenías esa fuerza para confiar en tu instinto, pero me alegro de que no te haya llevado más tiempo darte cuenta de ello.

Jo se pasó la lengua por los labios y trató de calmar los rápidos latidos de su corazón.

– Y, en este preciso momento, es ese mismo instinto, el que me está diciendo que no podría vivir sin ti.

Dean ladeó la cabeza sin dejar de sostenerle la mirada.

– ¿Eso te dice?

– Sí -asintió Jo. La necesidad y el anhelo de él crecieron en su interior, y la joven no dudó en abrazar esas sensaciones, ni en compartirlas con aquel hombre tan increíble que había transformado su vida para mejor-. Te quiero, Dean Colter, y no pienso aumentar mis faltas dejándote ir.

Dean tomó el rostro de Jo entre sus grandes manos y le sonrió, dejándole entrever las mismas emociones profundas y sin límites que ella sentía.

– Eso es exactamente lo que quería oír, Joelle Sommers.

Bajó la cabeza y selló sus labios, besándola apasionadamente hasta que ella se derritió entre sus brazos.

– Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora? -inquirió Dean entre besos lánguidos a lo largo de la mandíbula de Jo.

Jo enredó los dedos en los suaves mechones de la nuca de Dean, deleitándose en su textura y su calidez.

– Eso depende de dónde quieras vivir -le dijo sin aliento-. Yo te seguiré a donde vayas.

– ¿Tendrías alguna objeción en que fuera yo quien te siguiera hasta Oakland? -murmuró Dean.

El aliento de Dean chocaba contra la piel del cuello de Jo, haciéndola estremecer de la cabeza a los pies.

– ¿Harías eso por mí?

– Ya lo creo que sí. Intenta detenerme si puedes -le dijo con voz ronca besándola en la base del cuello y mordisqueándole el lóbulo de la oreja-. Tendrás que esperar a que se cierre la venta de Colter Traffic Control, pero después seré todo tuyo.

Una ola de felicidad invadió a Jo con la intensidad de un maremoto. Era un nuevo comienzo para ella.

– Me gusta cómo suena eso.

Dean se apartó un poco, buscando sus ojos.

– ¿Y qué hay de tus hermanos? ¿Crees que estarán de acuerdo?

Jo asintió.

– Si hemos alcanzado un acuerdo respecto a mí y a lo que puedo manejar yo sola -le dijo con una sonrisa-, creo que no tendré problemas en comunicarles esto.

Dean rió.

– Esa es mi chica. Por cierto, ¿dónde tienes escondido mi regalo de cumpleaños?

– Debajo de la ropa.

Dean meneó las cejas de un modo provocativo y deslizó las manos por la espalda de Jo para dejarlas finalmente en su trasero.

– ¿Y puedo desenvolverte yo?

– Esta vez no -replicó ella con una sonrisa pícara. Se zafó de su abrazo y lo echó hacia atrás suavemente, hasta sentarlo en la silla de madera. Entonces, se alejó unos cuantos pasos para que pudiera admirar bien el espectáculo-. Creo que te debo un striptease por tu cumpleaños -le dijo-, ése que estabas esperando el día que te arresté -añadió mientras empezaba a desabrocharse la blusa y le guiñaba un ojo.

La mirada ardiente en los ojos verdes de Dean le indicó que apreciaba el regalo.

– ¿Qué te parecería si nos casáramos? -le preguntó.

Jo abrió la blusa y dejó que se deslizara por sus brazos y que cayera al suelo.

– ¿Qué te parecería a ti tener por esposa a una cazarrecompensas? -contestó desabrochándose el sostén de encaje. Se lo quitó dejando un brazo posicionado estratégicamente delante de sus senos, cubriéndolos.

– Bueno, he de admitir que la idea no me enloquece, precisamente -confesó Dean, frunciendo el ceño al ver que ella no le dejaba vislumbrar del todo sus pechos desnudos-, pero podemos encontrar el modo de alcanzar un acuerdo, estoy seguro. ¿Qué te parecería tener un compañero en tus viajes por carretera?

– Me encantaría -dijo Jo echando a un lado las sandalias. Se dio la vuelta, dándole la espalda y se desabrochó los vaqueros. Fue bajándose lentamente los pantalones con un sensual contoneo de caderas, y lo miró candorosa por encima del hombro. Lo encontró con la mirada fija en su trasero, y sonrió al ver la reacción que su striptease estaba provocándole en la entrepierna-.Al menos, hasta que empecemos a formar una familia.

Dean la miró sorprendido.

– ¿Te gustaría tener hijos?

Jo acabó de bajarse los pantalones del todo, sacándoselos al fin. Se giró para mirarlo a los ojos, vestida sólo con unas braguitas blancas de encaje, y las palmas de las manos tapando sus senos.

– Sólo contigo.

El corazón de Jo latió apresuradamente ante la mirada amorosa de Dean, y sintió que su deseo por él empezaba a crecer.

– Déjame verte, Jo -murmuró Dean con voz ronca.

Pero ella volvió a darse la vuelta y enganchó los pulgares en el elástico de las braguitas.

– A-a, por esto lo llaman striptease… -empezó a bajárselas poco a poco. Cuando se las hubo quitado, las arrojó por encima del hombro, y fueron a caer justamente sobre la enorme erección de Dean-. ¡Diana! -exclamó divertida.

Dean rió. Tomó las braguitas y las refregó contra su mejilla, inhalando el aroma de Jo y gimiendo.

– Dentro de un rato te daré tu merecido.

– Eso espero -replicó ella sin ningún pudor. Y finalmente se volvió para regalarle la vista.

Los ojos de Dean la devoraron ansiosos. Se sentía increíblemente femenina y deseada, mientras avanzaba hacia él, contoneándose. Se inclinó para agarrar el elástico de sus calzoncillos y se los quitó.

Se arrodilló frente a las piernas abiertas de Dean, y cerró los dedos en torno a su miembro, volviéndolo loco con sus caricias, tomándolo después en la boca y lamiéndolo sensualmente hasta que él le rogó que se detuviera y la hizo incorporarse.

Jo se colocó a horcajadas sobre él, que la sujetaba por las caderas. Jo estaba tan dispuesta que Dean se deslizó por completo dentro de ella, entre sus pliegues cálidos y húmedos, de modo que quedaron perfectamente ajustados y gimieron al unísono.

Dean colocó las manos en la espalda de Jo para atraerla más hacia sí y ella murmuró contra sus labios:

– Feliz cumpleaños, Dean -y movió las caderas rítmicamente contra las de él, enviándolos a ambos a un mundo de estáticas sensaciones.

Cuando Dean y ella hubieron recobrado el aliento, él alzó la cabeza y le dirigió una sonrisa, de la que Jo pensaba que jamás se cansaría.

– Es usted culpable de un delito de robo, señorita Sommers -le dijo en un tono juguetón-. Por ello, tendré que detenerla y mantenerla presa.

Jo sonrió también.

– ¿Cómo es eso?

Dean la besó suavemente.

– Porque me has robado el corazón. Y tu condena será… Ser para siempre mi esposa.

Y esa era una condena quejo estaba más que dispuesta a cumplir.

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