12

Tras llamar a Brett a la oficina, Dean colgó el teléfono y se pasó la mano por el rostro. El estómago le latía por los nervios. La posible venta de Colter Traffic Control podía producirse antes de lo que ninguno de ellos había anticipado. Dean había desatendido aquellas decisiones importantes, aquellas decisiones que podían cambiar su vida, y entonces volvían a exigir su atención. Según le había comunicado Brett, los abogados de la otra empresa los habían avisado de que tenían solo hasta la semana siguiente para aceptar su oferta o rechazarla.

Pensando que estaría en su retiro monástico en las montañas, Brett no había esperado que lo llamara. Dean lo puso al corriente de lo ocurrido, de cómo lo habían arrestado y se había visto envuelto en un caso de identificación errónea. Como Dean esperaba, Brett se rió de lo lindo cuando le contó que había creído que Jo era una bailarina de striptease que le mandaba por su cumpleaños.

Sin embargo, había sido después, cuando Brett le había hablado de esa última oferta, cuando los dos se habían puesto serios. Brett le había dicho que detestaba interrumpir las primeras vacaciones que se tomaba en tres años, pero lo necesitaban en la oficina tan pronto como fuera posible para que estuviera presente en las reuniones y tomara la decisión final.

Lo cierto era que, en los dos últimos días, las dudas que había albergado acerca de la venta de la empresa familiar se habían visto resueltas sin que él siquiera las considerara. De pronto estaba muy claro para él que había llegado el momento de hacer otra cosa que lo llenara más que continuar con el legado de su padre. Él nunca lo había querido para sí, sino que lo había aceptado, sintiéndose obligado hacia la memoria de su progenitor, hacia los empleados, y para que su madre pudiera vivir sin preocupaciones el resto de sus días. Había sacrificado sus propias necesidades en beneficio de las de otros, y había dejado que aquello se antepusiera incluso a su relación con Lora. Sólo entonces comprendía lo importante que ella podría haber sido en su vida si no la hubiera dejado marchar. Tal vez, si se hubiera esforzado, habría encontrado el modo de lograr que su relación funcionara. Tal vez incluso se habrían casado.

Pero en ese momento había alguien más a tener en cuenta: Jo. Ella había puesto fin a la inquietud de su alma, y lo completaba de un modo que jamás habría alcanzado a soñar. Era una mujer por la que estaba más que dispuesto a hacer los sacrificios que fueran necesarios para que las cosas funcionaran, por la cual estaba dispuesto a comprometerse. La clase de sacrificio que su padre nunca había estado dispuesto a hacer a favor de su familia.

Quería que Jo fuera parte de su futuro, aunque aún no tenía una idea clara de cómo podría encajar él en la vida de ella. Aunque se había entregado a él físicamente, había estado todo el tiempo reprimiendo sus emociones. Obviamente albergaba miedos muy enraizados, yesos demonios atormentaban su alma en las horas más oscuras de la noche, tenían más poder sobre ella del que él había imaginado.

– Maldita sea -masculló Dean.

Se dejó caer sobre la cama de hotel en la que había pasado las dos últimas noches… Solo. No se sentía preparado para regresar a Seattle, no cuando aún tenía asuntos que resolver con Jo. Sin embargo, tampoco podía obviar su responsabilidad, las obligaciones que había contraído cuando tomó el relevo de la compañía, y aquello implicaba dejar a Jo para poder tomar esa decisión final.

Dean dejó escapar un profundo suspiro, que por desgracia no alivió la frustración y la tensión que sentía. Mantenerse alejado de Jo durante esos dos días había sido lo más difícil que había hecho en su vida, pero no le había dejado otra opción. Ella necesitaba tiempo para llegar a sus propias conclusiones, y para decidir qué quería de él.

Se las había apañado para mantenerse ocupado visitando la ciudad con Noah como guía, e incluso lo había pasado bien. El hermano de Jo le había preguntado abiertamente si había algo entre ellos, pero él había preferido no decir nada al respecto, evadiendo la pregunta lo mejor que pudo. Sorprendentemente, Noah no había insistido, aunque Dean estaba seguro de que él y Cole se le echarían encima como leones furiosos si osaba hacerle daño a su hermanita.

Eso era algo que nunca haría deliberadamente, aunque desde luego era imposible que se lo hiciera siquiera cuando ella se distanciaba de él de ese modo. Le había dejado el nombre del hotel y el número de la habitación, pero ella ni siquiera lo había llamado para decir un simple «hola» o preguntarle cómo estaba. Le había dejado ese espacio vital que parecía necesitar, y tiempo para que pensara en lo que había habido entre ellos, con la esperanza de que llegara a la misma conclusión que él: que se necesitaban.

Y aun así… ¿Qué podía hacer? Los asuntos que lo requerían en Seattle eran urgentes, pero no podía irse así. ¿Debería presionarla un poco? Tenía que haber algún tipo de compromiso mutuo al que pudieran llegar… A menos, claro, que ella verdaderamente no lo quisiese en su vida. Sin embargo, el recuerdo de la noche anterior y de las emociones que se habían manifestado mientras hacían el amor, lo convenció de lo contrario. Ella estaba huyendo porque estaba asustada… De qué, no sabría decirlo exactamente. Pero estaba decidido a romper esas barreras y averiguar si no podían al menos darse una oportunidad.

Sólo había un problema: tenía menos de veinticuatro horas. Habiendo tomado esa decisión, Dean tomó el coche que había alquilado y fue a Sommers, Investigadores Especialistas. Saludó a Melodie con una cálida sonrisa y le preguntó si Jo estaba en su despacho. Esta asintió y le dijo que pasara. Al llegar a la puerta entreabierta, observó que la joven estaba ocupada mirando algo en el ordenador. Llamó a la puerta con los nudillos.

– Adelante -contestó Jo sin apartar la vista de la pantalla.

Dean entró, y Jo se quedó tan sorprendida de verlo, que accidentalmente tiró al suelo varios papeles.

– ¡Vaya! -exclamó mientras los recogía azorada-, ¿qué te trae por aquí?

Dean la estudió con la mirada. Parecía feliz de verlo, porque el brillo en sus ojos era innegable. No le era tan indiferente como pretendía fingir.

– Tú, por supuesto -respondió Dean rodeando la mesa como dos días atrás y apoyándose en la mesa, junto a su sillón.

Jo se echó ligeramente hacia atrás y jugueteó con el bolígrafo que tenía en la mano.

– ¿Ya te ha enseñado Noah todo lo que hay que ver en la ciudad?

Dean tuvo que hacer un gran esfuerzo para resistir el impulso de levantarla del asiento, atraerla hacia sí en un fiero abrazo y besarla hasta dejarla sin sentido. No iba a permitir que se fuera por las ramas.

– Jo… Me vuelvo a Seattle mañana por la mañana.

Ella abrió mucho los ojos, como si repentinamente la hubiera inundado el pánico. Esa era la única señal que Dean necesitaba para saber que efectivamente estaba tratando de negarles a los dos, de un modo deliberado, la oportunidad de un futuro, de una relación sólida.

– Me han hecho una buena oferta para comprar la empresa -continuó-, y tengo que ir a allí para presidir las negociaciones.

– Entonces… ¿Vas a vender tu compañía? -inquirió Jo con la voz quebrada.

Dean asintió despacio.

– Si las condiciones se ajustan a lo que yo quiero, sí.

Jo se quedó callada largo rato, sin que su expresión dejara entrever lo que se le estaba pasando por la cabeza.

– ¿Y qué vas a hacer después… si la vendes?

Dean esbozó una pequeña sonrisa.

– No estoy seguro, pero las posibilidades son infinitas -dijo poniéndose serio de repente-. Cuando mi padre murió, yo me hice cargo de la empresa porque creía que era lo que se esperaba de mí, pero ahora quiero tomarme mi tiempo para averiguar qué es lo que quiero hacer con el resto de mi vida, en vez de tomar una decisión precipitada basada en las expectativas de otros. No te voy a negar que me asusta un poco la idea de volver a empezar de cero tras haber pasado tanto tiempo al amparo de esa seguridad que me dio mi padre, pero es uno de los retos que estoy dispuesto a enfrentar.

– No, volver a empezar nunca es fácil -musitó quedamente Jo.

Había en su voz algo que le dijo a Dean que esa afirmación estaba respaldada por algo más que una creencia. Ladeó la cabeza. No iba a permitir que ese comentario se quedara flotando en el aire, sin más, a pesar de que sabía que estaría adentrándose en arenas movedizas.

– ¿Lo dices por propia experiencia?

Jo se quedó dudando, y sus ojos azules se oscurecieron con la inconfundible sombra de la culpabilidad.

– Sí, supongo que sí.

Dean suspiró. ¡Había aún tantas cosas que le quedaban por saber de ella! Comenzaba a notarse tan frustrado que sentía deseos de empujar a la luz aquellos problemas emocionales, de destapar las inseguridades de la joven. Si tras aquella conversación Jo seguía dispuesta a alejarlo de ella, al menos quería conocer las razones por las que se negaba a abrirse a él.

– Lo sabes todo de mí, Jo, de mi pasado, y la razón por la que quiero vender la empresa de mi padre comenzó-. A mí, en cambio, me falta una pieza crucial para poder comprenderte… ¿Por qué dejaste la policía? -inquirió en un tono suave pero firme.

Jo apretó los labios y en sus ojos relumbró ese brillo de desafío que ya no le era desconocido a Dean. Por eso tampoco lo sorprendió que empujara el sillón hacia atrás, se pusiera de pie, y fuera junto a la ventana, cruzándose de brazos y dándole la espalda, poniendo aún más distancia entre ellos, y levantando de forma automática esas barreras emocionales.

Dean no se dejó intimidar. Iba a echarlas abajo, una a una.

– ¿Fue por lo que le ocurrió a Brian? -inquirió. Lo único que ella le había dicho era que había sido su compañero, y que había muerto de un disparo en el cumplimiento del deber, pero eran los detalles del incidente lo que desconocía, y donde sospechaba que estaba el quid de la cuestión-. ¿Es esa la razón por la que lo dejaste?

Jo se giró hacia él, con una mirada extraña, como si estuviera debatiéndose entre revelarle o no sus dolorosos secretos. Pasó un largo rato antes de que contestara.

– Dejé la policía porque yo fui responsable de lo que le ocurrió a Brian -las palabras se vieron ahogadas por las emociones que la azotaban.

A pesar de que Dean se había dicho que estaba preparado para oír cualquier cosa, aquella confesión lo dejó mudo.

– Yo tengo la culpa de que Brian esté muerto – reiteró Jo como en un trance. Las lágrimas habían acudido ya a sus ojos.

– Cuéntamelo, Jo -la instó él suavemente. Le dolía tremendamente verla sufrir de ese modo.

Jo inspiró temblorosa, tratando de recobrar la compostura, pero Dean no la presionó más.

– Cuando empecé a trabajar como policía, por mi condición de mujer, mis colegas estaban siempre bromeando, y dudaban de mis capacidades y de mi resistencia emocional. Y yo siempre me esforzaba por demostrarles lo contrario -la frustración se coló en su voz y sacudió la cabeza con disgusto-.. Pero nunca era bastante. Aunque hiciera bien mi trabajo, jamás me demostraron el respeto que merecía… -hizo una pausa.

» Y entonces fue cuando me asignaron como compañera de Brian -se volvió de nuevo hacia la ventana, como perdida en sus recuerdos-. Fue el primer hombre y colega que me respetó. Él creía en la igualdad entre hombres y mujeres, y nunca me t trató como si fuera inferior a él. Jamás cuestionó mis capacidades como policía, e incluso me ayudó a creer en mí misma… Pero la fe que tenía en mí… Le costó la vida.

Dean la observó estremecerse y comprendió que, a pesar de todo, solo había rascado la superficie de todo el dolor que la joven llevaba guardando dentro de sí tanto tiempo. Se incorporó y fue junto a ella, pero no la tocó.

– ¿Cómo ocurrió? -le preguntó suavemente. Para poder ayudarla, tenía que saberlo todo.

Jo tragó saliva con fuerza y lo miró con ojos llenos de culpabilidad y aflicción.

– Estábamos patrullando por la ciudad, y recibimos una llamada de un tipo sospechoso de secuestro de un niño de cinco años, que se había escondido en una casa abandonada -le explicó con voz ronca-. Acudimos allí, y encontramos al hombre. Tenía al chico con él. Le había tapado la boca con cinta adhesiva, y le había atado las manos a la espalda. Brian y yo sacamos nuestras armas, bloqueándole la salida, pero el tipo también tenía una pistola. Le grité que la arrojara al suelo, pero lo único que hizo fue dejarse llevar por el pánico. Tiró al chiquillo al suelo -hizo otra pausa en su historia-.Tratamos de hacer que el secuestrador entrara en razón, pero se negaba a cooperar.

» Yo sentía la adrenalina fluir por mi cuerpo. Nunca antes había estado tan asustada, tan tensa. El corazón parecía querer salírseme del pecho, y en mi cabeza rebullían cien mil pensamientos, pero a pesar de todo mantuve el arma apuntada sobre el secuestrador. En ese momento llegaron las unidades de refuerzo. El tipo se puso muy nervioso y nos amenazó con disparar al chico. Mientras yo seguía hablando para tratar de calmarlo, Brian se movió cauteloso hacia el niño, y entonces el secuestrador perdió por completo el control y disparó a mi compañero.

Jo se estremeció de nuevo, como si estuviera reviviendo los acontecimientos en su mente.

– Oh, Dios… -alzó la mirada hacia Dean en agonía-. En el instante en que ese canalla dejó de apuntarme y se giró hacia Brian yo debía haberle disparado, pero no lo hice. Mi cerebro me gritaba que apretara el gatillo, pero todo pasó tan deprisa y yo tenía tanto miedo… Y lo único que pude hacer fue observar horrorizada cómo la bala alcanzaba a Brian y él se desplomaba.

Jo parpadeó y una lágrima rodó por su mejilla.

Con mucha suavidad, Dean extendió la mano y la secó con el pulgar.

– Uno de los policías de refuerzo que nos habían enviado hizo lo que yo no había podido hacer: disparó al secuestrador -otra lágrima rodó por su mejilla, pero la secó ella misma con el dorso de la mano, como tratando aún de mantener esa compostura que él sabía no era más que fingida-. Lo único que puedo recordar es que dejé caer mi arma y fui corriendo hacia Brian. Llevaba puesto el chaleco antibalas, pero el tiro del secuestrador le había traspasado el cuello, rompiendo la arteria, y sangraba sin parar. Traté de hacer presión sobre la herida para parar la hemorragia, y le supliqué que no se muriera, pero expiró en mis brazos -concluyó Jo con la voz totalmente quebrada.

«No puedes morir… No puedes… No dejaré que, mueras…». Dean sintió que se le hacía un nudo en la garganta al recordar aquellas palabras que la joven había murmurado una y otra vez en sus sueños la primera noche que habían pasado juntos. Dean la atrajo hacia sí y la abrazó.

Notaba su cuerpo tenso y rígido, como reacia a aceptar el gesto de Dean, como si a pesar de que en el momento resultaba obvio que era tan vulnerable y frágil como el cristal, quisiera seguir aparentando que era fuerte.

A Dean se le encogió el corazón, y deseó poder hacer desaparecer esos terribles recuerdos, pero no tenía ese poder, así que hizo lo único que podía hacer: susurrarle palabras que la calmaran y acariciarle suavemente la espalda.

– Jo… Tú no podías saber que ese tipo iba a disparar.

Pero ella se apartó y sacudió la cabeza. La expresión en su rostro era de profundo reproche hacia sí misma.

– En el momento en que el secuestrador dejó de apuntarme a mí, yo debí haber apretado el gatillo sin cuestionármelo; No estaba pensando con claridad y no cubría a mi compañero como me habían enseñado que debía hacer. Además, ese día no hice sino demostrarles a mis hermanos y a mis colegas que aquello de lo que siempre me habían acusado era cierto, porque cuando llegó el momento de tomar una decisión de vida o muerte me quedé paralizada.

Dean sintió deseos de agarrarla por los hombros y zarandearla, de decirle que no podía echarse la culpa de aquello durante el resto de su vida, de que no podía seguir encadenada al pasado, porque así jamás podría abrazar un futuro emocionalmente satisfactorio.

– Sólo cometiste un error, Jo -le dijo con suavidad-. Nos pasa a todos alguna vez, incluso a las personas más preparadas, y a las más fuertes.

Jo dio un paso hacia atrás y sacudió la cabeza.

– Ese error le costó la vida a una persona, Dean -le espetó enfadada, probablemente con ella misma, no con él-. Y era el mejor amigo que he tenido jamás. Después de aquello no tenía otra elección más que dejar la policía, por mí y por todas las personas con las que trabajaba. Nadie quiere a una compañera que se queda paralizada en el momento de la verdad. Y yo no quería volver a ser responsable de la vida de otra persona… jamás -añadió en un susurro.

Dean sabía que era allí donde residía el problema. Jo tenía miedo de cometer otro error, de dejar que alguien se acercara a ella demasiado, de encariñarse, de tener que volver a fiarse de su instinto cuando había perdido en él toda su confianza. No quería experimentar otros fracasos, otras pérdidas, ni más dolor.

– Sin embargo, aunque intentemos escondernos, o protegemos, no hay garantía posible contra eso -concluyó ella.

– ¿Me incluye eso a mí? -inquirió Dean abiertamente, obligándola a afrontar lo que había estado evitando los dos últimos días.

Jo alzó ligeramente la barbilla y entornó los ojos.

– ¿Qué es lo que quieres saber exactamente, Dean?

Él se metió las manos en los bolsillos, tratando de calmarse, porque la sensación que tenía por dentro era la de que un remolino estuviera revolviendo su alma. Había llegado hasta allí y no iba a marcharse sin haber puesto todas las cartas sobre la mesa.

– ¿Vas a dejar que ese incidente del pasado se interponga entre nosotros?

Jo se puso a la defensiva.

– Lo que hay entre nosotros no tiene nada que ver con Brian, ni con mi pasado. Hemos tenido una aventura, un escarceo; ninguno de los dos hizo ninguna promesa al otro.

A pesar del tono de desesperación en la voz de la joven, Dean no pudo evitar que la ira se apoderara de él. Jo acababa de reducir su relación a algo totalmente superficial.

– Puede que no hubiera ninguna promesa verbal, pero hubo mucho más entre nosotros que solo sexo, y tú lo sabes, aunque no quieras admitirlo.

Jo rehuyó su intensa mirada, bajando la vista.

– Lo siento -susurró dolorida.

Dean sintió de nuevo que quería zarandearla. No sabía si ella estaba disculpándose por todo lo que había ocurrido entre ellos, o si se sentía mal por no poder comprometerse con él.

– No quiero tus excusas, Jo, te quiero a ti -le suplicó. De pronto decidió que ya había dado demasiada cancha a los miedos de la joven, que ella tenía el futuro de ambos en sus manos y no podía dejar que lo arriesgara-. Creo que podemos encontrar la manera de que lo nuestro funcione, aunque sea al principio una relación a larga distancia, hasta que resuelva el asunto de la venta de la compañía de mi padre.

Jo sacudió la cabeza.

– No estoy lista para algo así, no lo estoy.

Dean suspiró. ¿Acaso lo estaría alguna vez?, se preguntó. ¿Alguna vez se sentiría capaz de dar ese salto de fe por él? Se quedó mirándola largo rato. Estaba tan inmersa en sus remordimientos, que se negaba a avanzar en la vida, a seguir adelante. Pero si él tenía que darle un empujón, lo haría.

– Supongo que la culpabilidad es una fuente de motivación muy fuerte, ¿no es así, Jo?

La joven se notó enrojecer.

– No sé de qué me estás hablando.

– ¿No lo sabes? -la increpó Dean-. La culpabilidad que sientes por la muerte de Brian motiva todas tus acciones, te des cuenta de ello o no. Perdiste a Brian por culpa de un secuestrador de niños, y ahora dedicas todo tu tiempo a buscar a niños secuestrados. Además, siempre estás intentando demostrar que lo tienes todo bajo control, que eres fuerte y capaz. Únicamente tuviste un momento de debilidad, Jo, y depende de ti perdonarte, dejarlo atrás y seguir con tu vida -le dijo suavizando la ex- presión-. No tiene nada de malo ser vulnerable, y no tiene nada de malo necesitar a los demás. No puedes permitir que un incidente del pasado gobierne el resto de tu existencia. Sé que no querrías escuchar lo que voy a decirte, pero voy a decirlo de todos modos: estoy enamorado de ti, Jo.

Una vez hubo pronunciado las palabras, Dean supo inmediatamente que había sido lo correcto, porque su corazón así se lo decía. Acortando la distancia entre ellos, Dean extendió la mano y le acarició la mejilla.

– Tal vez tenga que esperar a que tú te des cuenta de que sientes lo mismo, o tal vez sea un tonto por creerlo. Lo único que quería que supieras es que me importas, y que te acepto tal y como eres, con tus faltas y virtudes.

Nuevas lágrimas acudieron a los ojos de Jo por las emociones contradictorias que surgían en ella. Se mordió el labio inferior, como si se resistiera a creer lo que Dean le estaba diciendo pero aun así las dudas rompieran su coraza y penetraran en su alma, haciendo tambalear sus convicciones.

La joven permaneció callada. Durante un largo rato se sostuvieron la mirada, pero Dean se sentía vacío, como si hubiera perdido una parte de sí mismo que nunca supiera que había existido hasta que se enamoró de ella.

No podía decir nada más para convencer a la obstinada joven de que su miedo a fracasar no era más que una lógica inseguridad después de todo lo que había pasado, de que sí podía si intentaba vencer a sus más oscuros temores. Sus heridas eran profundas, y estaban envueltas en culpabilidad y remordimientos que sólo ella podía absolver. Y, aunque él creía firmemente en esa fuerza interior que podía ayudarla a expulsar a aquellos demonios que la atormentaban dormida y despierta, tenía que ser ella quien lo creyera.

La puerta del despacho de Jo se abrió bruscamente. La joven dio un respingo y se apresuró a secarse las lágrimas.

Dean miró por encima de su hombro y encontró a Cole de pie en medio de la habitación, con una carpeta en una mano y el ceño fruncido.

Jo lanzó a su hermano una mirada furibunda, que a pesar de todo no logró borrar ni disimular de su rostro el dolor que había escrito en él.

– Cole, cuando una puerta está cerrada, significa que la persona quiere privacidad.

Los ojos de Cole se fijaron en Dean, con una expresión dura y penetrante, como si pensara que había hecho daño a su hermana.

– No sabía que tenías compañía -gruñó volviéndose hacia Jo.

– Pues la próxima vez llama antes de entrar – replicó la joven, irritada.

Cole fue hasta la mesa y dejó la carpeta sobre los papeles que Jo tenía allí desparramados. Se giró de nuevo hacia Dean.

– Creía que ya te habrías marchado, ahora que te han librado de los cargos.

Dean pensó para sí que seguramente eso era lo que el hermano de Jo habría querido. Se encogió de hombros, dispuesto a no dejarse intimidar por el otro hombre.

– Sólo estaba tratando de dejar algunos cabos atados antes de marcharme -le contestó vagamente, dejando que Cole sacara sus propias conclusiones.

El despacho se quedó en silencio durante unos segundos, hasta que Cole volvió a hablar.

– Pues ya que aún está aquí, al menos nos ahorrarás una llamada. Vince me ha dicho que han atrapado anoche al tipo que te suplantó, durante una redada en un almacén. Unos policías vestidos de paisano lo habían seguido hasta allí en un vehículo robado.

A Dean se le quitó en ese momento un peso de los hombros, pero aún le quedaba uno mayor, uno que sabía llevaría consigo hasta Seattle.

– Gracias -dijo extendiendo la mano hacia Cole-. Creo que es la mejor noticia que me han dado hoy.

Cole estrechó su mano con cierto recelo.

– Sí, bueno… Me parece que te debo una disculpa por todo este malentendido -le dijo con brusquedad.

Dean esbozó una pequeña sonrisa.

– En fin, ha sido una experiencia interesante – le contestó. «Y ha cambiado mi vida para siempre», añadió para sí.

Cole no parecía tener intención de salir del despacho, así que Dean no tuvo otra opción que despedirse de Jo delante de él.

Lo cierto era que le importaba muy poco que estuviera mirando. No iba a irse de allí sin asegurarse de que la joven supiera que sus sentimientos por ella eran sinceros. Así, tomándola por la barbilla, la besó suavemente, esperando que no fuera la última vez que lo hiciese.

Y después, le susurró al oído:

– Cuando estés lista para dejar atrás el pasado y mirar hacia el futuro, ya sabes dónde encontrarme.

Salió del despacho, oyendo los pasos de Cole detrás de él. Antes de que alcanzara la puerta de la calle, el hermano de Jo lo detuvo.

– Lo siento, pero tengo que preguntarte esto – le dijo bruscamente, repasándose la mano por el cabello en un gesto agitado-: ¿Cuáles son tus intenciones hacia mi hermana?

Dean consideró la pregunta un instante, pero lo cierto era que no le correspondía a él contestarla. Jo era la única que podía darle una respuesta. Se encogió de hombros.

– Eso depende de las intenciones que Jo tenga hacia mí.

Y se marchó, dejando a Cole perplejo, y a Jo sola en su despacho, para que pudiera decidir por sí misma con tranquilidad qué era lo que su corazón deseaba de verdad.

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