Tiel estaba lavándose el pecho con una de las toallitas de bebé cuando intuyó un movimiento a sus espaldas. Se dio rápidamente la vuelta y sería difícil afirmar quién quedó más desconcertado, si ella o Doc. Los ojos de él cayeron involuntariamente sobre su sujetador de blonda de color lila. Tiel notó que la inundaba un sofoco.
– Lo siento -murmuró él.
– Estaba hecha un asco -le explicó ella, devolviendo el tirante a su lugar para esconder su delantera. La blusa se le había quedado tiesa al secarse el líquido sanguinolento con el que se había empapado al coger a la recién nacida y apretarla contra su pecho. Doc estaba hablando con Ronnie, de modo que Tiel había aprovechado aquel momento de intimidad para quitarse la blusa y lavarse. Pero Doc había vuelto antes de lo esperado. He pensado que era mejor que me aseara un poco antes de aparecer ante la cámara.
Tiró la toallita y cogió la camiseta sobrante que antes había arrancado del expositor. Se la puso y entonces extendió los brazos. La parte frontal de la camiseta estaba estampada con la bandera del estado de Texas y debajo de ella aparecía la palabra «HOGAR».
– No es precisamente alta costura -comentó con tristeza.
– Por aquí sí lo es.
Fue a ver a Sabra y luego se reunió otra vez con Tiel cuando ésta se sentó con la espalda apoyada en el cajón frigorífico. Ella le pasó una botella de agua que él bebió sin remordimiento.
– ¿Cómo está? ¿Mejor?
Doc movió la cabeza en un dudoso gesto afirmativo, pero manteniendo la frente fruncida de preocupación.
– Ha perdido mucha sangre. Ha coagulado, pero necesita unos puntos de sutura.
– ¿No había sutura en el maletín de médico?
Él negó con la cabeza.
– Ya lo he mirado. De todos modos, aunque la hemorragia ha menguado, la infección me preocupa de verdad.
Sabra y el bebé dormían. Después de la conversación telefónica de Tiel con el agente Calloway para preparar la filmación, Ronnie había regresado a su puesto. Lo que más le preocupaban eran los mexicanos y Cain. Los vigilaba con atención. Vern y Gladys dormitaban con las cabezas una al lado de la otra. Donna hojeaba una revista de cotilleo, más o menos lo que debía de hacer cuando tenía poco trabajo.
De momento, todo estaba tranquilo.
– ¿Y la niña? -le preguntó Tiel a Doc.
– Va aguantando. -Había auscultado a Katherine con el estetoscopio del maletín de médico-. El latido cardiaco es fuerte. Los pulmones suenan bien. Pero me sentiré mucho mejor cuando reciba cuidados neonatales de manos expertas.
– Tal vez no falte mucho para eso. Mi amigo Gully dirige nuestra sección de noticias. Lleva varias horas al corriente de que me encuentro entre los rehenes. Estoy casi segura de que el personal de nuestro canal ya está ahí fuera. Calloway está comprobándolo y me ha prometido decirme algo lo antes posible. Tengo toda la confianza depositada en la efectividad del vídeo. Esto acabará pronto.
– Eso espero -dijo él, echando una mirada de preocupación a la joven madre y a su hija.
– Ha hecho usted un trabajo estupendo, Doc. -El la miró receloso, como a la espera de ver qué sucedía a continuación-. Lo digo sinceramente. Es usted muy bueno. A lo mejor debería haber elegido la obstetricia o la pediatría en lugar de la oncología.
– A lo mejor -dijo, triste-. Mi porcentaje de éxito en la lucha contra el cáncer no fue muy espléndido.
– Tuvo un porcentaje de éxito estupendo. Muy por encima de la media.
– Sí, bueno…
«Sí, bueno, pero no pude curar a quien de verdad importaba. A mi propia esposa.» Tiel acabó mentalmente la frase por él. No tenía sentido discutir lo dignos de elogio que habían sido sus esfuerzos por conquistar la enfermedad cuando, desde su perspectiva, la única baja le había hecho perder toda la guerra.
– ¿Qué fue lo que le llevó a la oncología?
Al principio no parecía dispuesto a responder. Pero al final dijo:
– Mi hermano pequeño murió de un linfoma a los nueve años.
– Lo siento.
– Fue hace mucho tiempo.
– ¿Cuántos años tenía usted?
– Doce o trece.
– Pero su muerte tuvo un impacto duradero sobre usted.
– Recuerdo lo duro que fue para mis padres.
Había perdido a dos seres queridos a manos de un enemigo que no había podido derrotar, pensó Tiel.
– Se sintió impotente para salvar a su hermano o a su esposa -comentó en voz alta-. ¿Por eso lo dejó?
– Usted estaba allí -dijo él, secamente-. Sabe por qué lo dejé.
– Lo único que sé es que no estaba dispuesto a compartirlo con los periodistas, lo que es muy poco.
– Y seguirá siendo muy poco.
– Estaba amargado.
– Estaba cabreado. -Levantó la voz hasta el nivel de un susurro encendido, pero fue lo suficiente como para que Katherine se estremeciera en brazos de su madre.
– ¿Con quién estaba cabreado? -Sabía que estaba tentando demasiado la suerte. Si le presionaba demasiado fuerte, demasiado rápido, acabaría cerrándose del todo. Pero estaba dispuesta a correr ese riesgo-. ¿Estaba enfadado con sus suegros por haberle interpuesto una alegación infundada? ¿O con sus socios por haberle retirado su apoyo?
– Estaba enfadado con todo el mundo. Con todos. Con el maldito cáncer. Con mi incompetencia.
– De modo que se limitó a tirar la toalla.
– Eso es. Pensé: «¿Y para qué sirve todo eso?».
– Ya entiendo. De modo que desapareció en esta tierra de nadie donde realmente podía ser útil.
El sarcasmo de sus palabras no pasó inadvertido a Doc. Sus facciones se tensaron, cada vez más molesto.
– Mire, no necesito que ni usted ni nadie analice mi decisión. Ni que la cuestione. Ni que la juzgue. Si decidí convertirme en ranchero, o en bailarina, o en holgazán, no le importa a nadie.
– Tiene razón.
– Y hablando de tópicos -añadió, con el mismo tono mordiente-, esa idea suya de la grabación…
– ¿Qué le pasa?
– ¿Es estrictamente en beneficio de Ronnie y Sabra?
– Naturalmente.
La miró con total desconfianza, y eso le dolió a ella. Incluso rió entre dientes, escéptico.
– Pienso que todo lo que podamos hacer para persuadir a Dendy ayudara a terminar con esta situación. -La explicación sonaba a la defensiva incluso para sus propios oídos, pero continuó de todos modos-. No tengo la impresión de que el agente Calloway se lo esté pasando bien con esta situación. Diga lo que diga Cain, Calloway parece un hombre decente que está haciendo su trabajo, pero al que no le gusta pensar en disparos y derramamiento de sangre. Creo que está dispuesto a probar y negociar un acuerdo pacífico. Simplemente he ofrecido mis servicios, que creo que facilitarán una resolución pacífica.
– Lo que también le generará un reportaje sensacional.
Su voz cálida e intuitiva, así como su penetrante mirada, la hicieron culpablemente consciente de la grabadora que llevaba en el bolsillo del pantalón.
– De acuerdo, sí -admitió, incómoda-, será un gran reportaje. Pero me siento personalmente implicada con estos chicos. Les he ayudado a traer a su hija al mundo, de modo que mi idea no es del todo egoísta. No es usted objetivo, Doc. No le gustan los periodistas en general y, dada la experiencia que ha tenido con los medios, su aversión es comprensible. Pero no tengo el corazón tan frío, ni carezco de sentimientos como usted evidentemente supone. Me importa mucho lo que les suceda a Ronnie y a Sabra y a Katherine. Me importa lo que nos suceda a todos nosotros.
Después de una prolongada pausa, dijo él muy despacio:
– Eso lo creo.
Su mirada era tan penetrante como antes, pero el contenido era distinto. El calor de la vejación que la había ido sofocando se intensificó gradualmente hasta convertirse en un calor de otro estilo.
– Ha estado estupenda, ¿sabe? -dijo él-. Con Sabra. Podía haberme dejado solo. Asustarse. Vomitar. Desmayarse. Cualquier cosa. Pero ha sido una influencia tranquilizadora. Una verdadera ayuda. Gracias.
– De nada. -Rió en voz baja-. Estaba tremendamente nerviosa.
– Y yo.
– ¡No! ¿De verdad? Nadie lo diría.
Él exploró su corazón, como si le hiciese una radiografía.
– Pues lo estaba. No tenía mucha experiencia en partos. Observé unos cuantos en mi época de estudiante. Asistí un par cuando estaba de residente, pero siempre en un hospital bien equipado, esterilizado, y con más médicos y enfermeras. Prácticamente había olvidado todo lo que pude aprender. Ha sido una experiencia espeluznante para mí.
Antes de volver a mirarlo, ella se quedó por un instante con la mirada perdida.
– Yo estuve nerviosa hasta el momento en que vi a la pequeña coronando. Entonces, la magia de todo aquello me superó. Fue… tremendo. -La palabra se quedaba corta para definir la memorable experiencia, pero no estaba segura de que una sola palabra fuera capaz de abarcarlo o capturar sus innumerables dimensiones-. De verdad, Doc. Tremendo.
– Sé a lo que se refiere.
Entonces, por lo que pareció un momento interminable, estuvieron mirándose fijamente.
Al final, dijo él:
– Si alguna vez vuelvo a encontrarme con un parto de urgencias…
– Ya sabe a quién llamar para ayudarle. Socio.
Tiel extendió la mano y él se la tomó. Pero no la estrechó como para confirmar con ello la sociedad que pretendían constituir. No la soltó. La retuvo con la fuerza suficiente como para que no resultase incómodo, pero sí con la necesaria presión como para convertirlo en algo personal, casi íntimo.
Exceptuando el momento en que ella le había colocado la gasa sobre la herida del hombro -y eso había sido tan pasajero que en realidad no contaba-, era la primera vez que se tocaban. La conexión de piel contra piel resultó eléctrica. Generó un hormigueo que llevó a Tiel casi a querer retirar la mano de inmediato. O a seguir allí para siempre.
– ¿Podría hacerme un favor? -le preguntó él en voz baja.
Ella asintió, sin decir nada.
– No quiero aparecer en pantalla.
Ella retiró la mano a regañadientes.
– Pero usted forma parte integral del reportaje.
– Ha dicho que el reportaje era algo secundario.
– También he admitido que era un reportaje estupendo.
– No quiero salir en pantalla -repitió-. Manténgame fuera de ella.
– Lo siento, Doc, no puedo. Ya está en ella. Está metido hasta el cuello en esta historia.
– Para los que estamos aquí sí que lo estoy. No tenía otra elección que la de verme implicado. Pero no le debo absolutamente nada a nadie de ahí fuera, y menos aún diversión a costa de mi privacidad. ¿De acuerdo?
– Veré qué puedo hacer. -La grabadora secreta pesaba cada vez más en el bolsillo del pantalón-. No puedo hablar por boca del cámara.
Le lanzó una mirada que le suplicaba que no se burlase de su inteligencia.
– Por supuesto que puede. Usted es quien manda. Manténgame lejos de la cámara. -Subrayó sus palabras, para que no hubiera malos entendidos en cuanto a su significado.
Se levantó para ir a ver cómo seguía Sabra. Cuando se alejó de ella, Tiel se preguntó si sus cumplidos y aquella manera de tomarle la mano habrían sido calculados con la intención de romper sus defensas, el estilo de un hombre guapo de camelarla. ¿Habría mostrado a propósito su lado más suave en lugar de adoptar una postura beligerante? ¿La estrategia agridulce, por decirlo de algún modo?
Se preguntó también qué haría cuando se enterara de que la cinta que estaba a punto de grabarse no sería el único vídeo que tuviera disponible cuando preparase su reportaje. Lo había grabado ya en vídeo y él no lo sabía.
Pero ya se preocuparía por esto más adelante. En aquel momento sonaba el teléfono.
Calloway se puso rápidamente en pie en cuanto se abrió la puerta de la camioneta. Entró primero el sheriff Montez, a quien Calloway había llegado a respetar como un hombre de ley listo, con experiencia e intuitivo. Invitó a pasar a un hombre de piernas arqueadas, barrigudo y calvo que olía igual que el paquete de Camel que asomaba por el bolsillo de su camisa.
– Me llamo Gully.
– Agente especial Calloway. -Y mientras se daban la mano, añadió-: A lo mejor tendríamos que hablar fuera. Aquí empieza a estar muy lleno.
En el interior de la camioneta había ya tres agentes del FBI además de Calloway, el psicólogo del FBI, Russell Dendy, Cole Davison, el sheriff Montez y el recién llegado, que dijo:
– Entonces eche a alguien, porque yo me quedo hasta que Tiel esté sana y salva.
– Usted es el jefe de redacción de informativos, ¿es eso correcto?
– Va por el medio siglo. Y esta noche he dejado mi despacho en manos de un novato inexperto con cabello decolorado y tres aretes en la ceja, un sabelotodo recién salido de la universidad con una licenciatura en televisión. -Resopló con mofa ante la presunción de que el periodismo televisivo era algo que podía aprenderse en las aulas-. Rara vez abandono mi puesto, señor Calloway. Y nunca lo dejo en manos de incompetentes. Que lo haya hecho esta noche le da una pista de la alta estima en la que tengo a Tiel McCoy. Así que no, señor Calloway, mi culo estará permanentemente sentado en esta camioneta hasta que el asunto esté acabado. Usted es Dendy, ¿verdad? -Se volvió de pronto hacia el millonario de Fort Worth.
Dendy no se dignó ni a responder a un saludo tan brusco como aquél.
– Sólo quiero que sepa -le explicó Gully- que si algo le sucede a Tiel, le arrancaré sus malditas entrañas. Para mí, usted es la causa de todo esto. -Dejando a Dendy echando humo, Gully se dirigió de nuevo a Calloway-. Y bien, ¿qué pretende hacer Tiel? Cuando se empeña en algo, siempre lo consigue.
– He accedido a su solicitud de enviarles un cámara.
– Está fuera, equipado y dispuesto a pasar.
– Primero, necesito establecer unas cuantas reglas de juego para la grabación.
Gully entrecerró los ojos con desconfianza.
– ¿Como cuáles?
– Esta cinta debe servir también para nuestros propósitos.
Cole Davison dio un paso al frente.
– ¿Qué propósitos?
– Quiero tener una visión de todo el interior del establecimiento.
– ¿Para qué?
– Estamos en punto muerto, señor Davison. Hay rehenes retenidos a punta de pistola. Necesito saber qué sucede ahí para responder en consecuencia.
– Me ha prometido que mi hijo no sufriría ningún daño.
– Y así será. Igual que los demás. Siempre que pueda evitarlo.
– Tal vez el chico se asuste si piensa que está usted concentrándose en el estado de las cosas en lugar de en su mensaje -apuntó Gully.
– Quiero saber quién es quién allí dentro. -Calloway habló con autoridad, cerrando con eso cualquier discusión sobre el tema. No le importaba si había alguien a quien no le gustaba su idea; era una condición no negociable.
– ¿Es eso todo? -preguntó con impaciencia Gully.
– Eso es todo. Ahora voy a llamar a la señorita McCoy.
Gully empujó a Calloway hacia el teléfono.
– Vamos. Si estaba esperándome, ya han llegado los refuerzos.
En otras circunstancias, Calloway se habría reído ante la insolencia de aquel hombre. Pero cuando empezó a hablar con Ronnie, su voz era totalmente formal.
– Soy el agente Calloway. Déjame hablar con la señorita McCoy.
– ¿Nos va a permitir rodar el vídeo?
– De eso quiero hablar con ella. Que se ponga, por favor.
En un segundo, la reportera estaba al teléfono.
– Señorita McCoy, su cámara…
– Kip -apuntó Gully.
– Kip está esperando.
– Gracias, señor Calloway.
– No estamos filmando un documental. Voy a limitar la grabación a cinco minutos. El reloj empezará a contar tan pronto el cámara cruce la puerta de la tienda. Estas serán sus instrucciones.
– Creo que serán aceptables. Ronnie y Sabra pueden transmitir su mensaje en ese tiempo.
– Voy a decirle a Kip que…
– No, no -le interrumpió ella rápidamente-. La pequeña está bien. Ya me ocuparé de que Kip le tome unos primeros planos.
– ¿Insinúa que no grabe el interior de la tienda?
– Eso es. Es preciosa. Ahora está durmiendo.
– Yo… ya… -Calloway no estaba muy seguro de lo que Tiel intentaba comunicarle. Después de la debacle de Cain, no podía permitirse más errores.
– ¿Qué dice? -quiso saber Gully.
– No quiere que filmemos el interior del establecimiento. -Y luego-: Señorita McCoy, voy a conectar el altavoz. -Pulsó la tecla.
– Tiel, soy Gully. ¿Cómo estás, niña?
– ¡Gully! ¿Estás aquí?
– ¿Puedes creerlo? Yo, que nunca me alejo más de quince kilómetros de la emisora, perdido en este país de liebres. Me he trasladado en helicóptero. El armatoste más condenadamente ruidoso en el que he tenido la desgracia de volar en mi vida. No me dejaron fumar durante el vuelo. Un día de lo más jodido. ¿Y tú cómo estás?
– Estoy bien.
– En cuanto salgas de aquí, te invito a unas margaritas.
– Te tomo la palabra.
– Calloway está confuso. ¿No quieres que Kip filme el interior de la tienda?
– Eso es.
– ¿Porque espantaría a la gente?
– Posiblemente.
– Está bien. ¿Y qué tal una toma general?
– Eso es muy importante, sí.
– Entendido. Una toma general, pero que nadie se dé cuenta de ello. Simulando que son primeros planos. ¿Es eso lo que quieres decir?
– Siempre puedo contar contigo, Gully. Estaremos esperando a Kip. -Colgó.
– Ya la ha oído -dijo Gully, dirigiéndose a la puerta de la camioneta para dar órdenes al fotógrafo que aguardaba en el exterior-. Tendrá su toma del interior, señor Calloway, pero por la razón que sea, Tiel no quiere que los demás sepan que se los está filmando.