Capítulo 14

Tiel se quedó frente a la puerta del establecimiento durante un buen minuto y medio antes de que se escuchara el pestillo. Cuando volvió a entrar, Ronnie la miró con cautela.

Disipó enseguida sus sospechas.

– No llevo ningún arma escondida, Ronnie.

– ¿Qué ha dicho Calloway?

– Se lo está pensando. Ha dicho que tenía que hacer algunas llamadas.

– ¿A quién? ¿Para qué?

– Me imagino que no tiene autoridad para garantizarte la clemencia.

Ronnie se mordió el labio inferior, que estaba ya en carne viva.

– Está bien. ¿Pero por qué ha regresado?

– Para hacerte saber que Katherine está en buenas manos. -Le explicó que la había dejado con la doctora Emily Garrett.

– Cuénteselo a Sabra. Le gustará saberlo.

La joven madre tenía los ojos entrecerrados. Respiraba de forma superficial. Tiel no estaba segura de que estuviera totalmente consciente y escuchándola, pero despues de describirle a la especialista en neonatos, Sabra susurró:

– ¿Es agradable?

– Mucho. Ya lo verás cuando la conozcas. -Tiel miró de reojo a Doc, que estaba tomándole la tensión arterial a Sabra con las cejas casi juntas, formando una mueca que Tiel empezaba ya a reconocer-. Ahí fuera hay otro médico muy agradable que está esperando ocuparse de ti. Se llama doctor Giles. No tendrás miedo a volar en helicóptero, ¿verdad?

– Lo hice una vez. Con mi padre. Estuvo bien.

– El doctor Giles te espera fuera para trasladarte enseguida al hospital de Midland. Katherine se alegrará de verte cuando llegues. Seguramente estará hambrienta.

Sabra sonrió y luego cerró los ojos.

Por acuerdo tácito, Tiel y Doc se retiraron a sus ya conocidos puestos. Sentados en el suelo, con la espalda apoyada en el cajón congelador, las piernas estiradas, observando cómo el minutero del reloj iba acercándose al límite de tiempo impuesto por Ronnie, era el momento ideal para que Doc formulara la pregunta que Tiel esperaba de él.

– ¿Por qué ha vuelto?

Incluso asumiendo que se lo preguntaría, no tenía una respuesta clara preparada.

Pasaron unos momentos. Vio que una barba incipiente empezaba a ensombrecerle la mandíbula, pues debían de haber transcurrido ya veinticuatro horas desde su último afeitado. Las arrugas en torno a sus ojos parecían más definidas que antes, un signo inequívoco de cansancio. Su ropa, igual que la de ella, estaba sucia y manchada de sangre.

Se dio cuenta de que la sangre era un agente cohesivo. No era necesariamente la mezcla de la sangre de dos personas lo que formaba un vínculo irrevocable y casi místico entre ellas. Podía ser sangre derramada por cualquiera lo que unía a la gente.

Basta con pensar en los supervivientes de accidentes aéreos, choques de tren, desastres naturales y ataques terroristas, que han desarrollado amistades duraderas debido al trauma que compartieron. Los veteranos de una misma guerra que hablan entre ellos un idioma incomprensible para aquellos que no estuvieron allí ni experimentaron horrores similares. La sangre derramada en la explosión de Oklahoma City, en los tiroteos de la escuela pública, y en otros sucesos impensables que han unido a desconocidos de manera tan sólida que son relaciones que nunca se cortarán.

Los supervivientes compartían un territorio común. Su conexión era especial y única, a veces mal interpretada e incomprendida, pero casi siempre inexplicable para aquellos que no habían experimentado miedos idénticos.

Tiel tardaba tanto en responder que Doc repitió la pregunta:

– ¿Por qué ha vuelto?

– Por Sabra -respondió ella-. Yo era la única mujer que quedaba. He pensado que podría necesitarme. Y…

Él levantó las rodillas, apoyó en ellas sus antebrazos y la miró, esperando impaciente que completara su frase.

– Y odio empezar las cosas y no terminarlas. Yo estaba aquí cuando todo empezó, de modo que pensé que debería quedarme hasta que todo estuviera acabado.

No era tan sencillo como eso. Los motivos de su regreso eran más complejos, pero estaba confusa sobre cómo explicar a Doc unas motivaciones tan diversas que ni siquiera ella tenía claras. ¿Por qué no estaba allí fuera realizando un reportaje en directo, aprovechando el profundo conocimiento que tenía de la historia? ¿Por qué no estaba poniendo voz a las dramáticas imágenes que Kip estaba registrando con su cámara?

– ¿Qué estaba haciendo aquí?

La pregunta de Doc la despertó de sus ensoñaciones.

– ¿En Rojo Flats? -Se echó a reír-. Estaba de vacaciones. -Le explicó que iba camino de Nuevo México cuando escuchó en la radio la noticia del supuesto secuestro-. Llamé a Gully, quien me asignó el trabajo de entrevistar a Cole Davison. Me perdí de camino a Hera. Me detuve aquí para ir al lavabo y llamar a Gully para que me indicase las direcciones.

– ¿Así que estaba hablando con él cuando yo entré?

La mirada de Tiel se hizo más punzante, su expresión inquisitiva.

Él se encogió levemente de hombros.

– Me di cuenta de que estaba allí detrás, hablando por teléfono.

– ¿Sí? ¡Oh! -Sus miradas conectaron y no se retiraron, y a ella le costó un esfuerzo hacerlo-. Bueno, pues acabé mi llamada y estaba comprando alguna cosa que picar para el viaje cuando… resulta que entran precisamente Ronnie y Sabra.

– Esto ya es de por sí un reportaje.

– No podía creer mi buena suerte. -Sonrió tímidamente. Cuidado con lo que deseas…

– Voy con cuidado. -Después de chocar con ella los cinco, añadió en voz baja-: Ahora.

Aquella vez fue ella quien le esperó a él, dándole la oportunidad bien de exponer sus pensamientos, bien de dejar correr el tema. Doc debía de sentir la misma presión implícita provocada por el silencio de Tiel que ella había sentido antes por el de él, pues bajó los hombros, como si sobre ellos cargara sus pesadas reflexiones.

– Después de descubrir lo del romance de Shari, quería que… -Titubeó y empezó de nuevo-. Estaba tan cabreado que quería que…

– Sufriese.

– Sí.

El prolongado suspiro con el que envolvió aquella palabra puso de manifiesto el alivio que le suponía quitarse por fin de encima aquella confesión. Las confidencias no resultaban fáciles para un hombre que, como él, había tenido que afrontar a diario situaciones de vida o muerte. Para tener el coraje y la tenacidad para batallar contra un enemigo tan omnipotente como el cáncer, era obvio que Bradley Stanwick tenía una dosis generosa de complejo de deidad. La vulnerabilidad, cualquier signo de debilidad, era incompatible con ese rasgo de personalidad. No, más que incompatible. Intolerable.

Tiel se sintió adulada ante aquella confesión de debilidad, ante el hecho de que le hubiese revelado aunque sólo fuese un destello de aquel aspecto de sí mismo tan humano. Se imaginaba que las experiencias traumáticas eran buenas para eso. Como si de una confesión en el lecho de muerte se tratara, Doc debía de estar pensando que aquélla era la última oportunidad que tenía para quitarse de encima el sentimiento de culpa con el que había cargado desde la enfermedad terminal de su esposa.

– El cáncer no fue un castigo por su adulterio -dijo ella con delicadeza-. Y es evidente que no formó parte de tu venganza.

– Lo sé. Lo sé, racional y razonablemente. Pero era lo que yo pensaba cuando ella estaba en lo peor de la enfermedad…, y créame, aquello fue un verdadero infierno. Pensaba que lo había deseado inconscientemente.

– De modo que ahora te castigas imponiéndote esta prohibición de ejercer tu profesión.

Él se la devolvió.

– ¿Y tú no?

– ¿Qué?

– ¿No te estás castigando porque mataron a tu esposo? Estás haciendo el trabajo de dos personas para cubrir la pérdida para el periodismo que supuso su muerte.

– ¡Eso es ridículo!

– ¿Lo es?

– Sí. Trabajo duro porque me gusta.

– Pero nunca trabajas lo suficiente, ¿verdad?

Se calló una respuesta rabiosa. Nunca se había parado a examinar el elemento psicológico que había detrás de su ambición. Nunca se había permitido examinarlo. Pero ahora, enfrentada a aquella hipótesis, no le quedaba otro remedio que admitir que tenía su mérito.

Siempre había tenido ambición. Había nacido con una personalidad fuerte, siempre había sido tremendamente competente.

Pero no hasta los extremos de aquellos últimos años. Perseguía sus objetivos con ánimo de venganza y llevaba muy mal los fracasos. Trabajaba hasta excluir de su vida todo lo demás. No era que su carrera profesional dominara por encima de los demás aspectos de su vida; es que era su vida. ¿Sería su loco y singular deseo de éxito un castigo que se había impuesto por aquellas pocas palabras mal dichas en un momento de rabia? ¿Sería el sentimiento de culpa lo que lo propulsaba todo?

Se quedaron en silencio, cada uno perdido en sus propios pensamientos y preocupaciones, enfrentándose con los demonios personales que acababan de verse obligados a reconocer.

– ¿Qué parte de Nuevo México?

– ¿Qué? -Tiel se volvió hacia Doc-. ¡Oh!, ¿que cuál era mi destino? Angel Fire.

– Me suena. Pero nunca he estado.

– Aire puro de montaña y riachuelos transparentes. Alamos. Ahora deben de estar verdes, no dorados, pero me han dicho que es bonito.

– ¿Te han dicho? ¿Tampoco has ido nunca?

Ella negó con la cabeza.

– Una amiga iba a prestarme su casa para toda la semana.

– A estas alturas ya estarías allí, bien escondida. Es una pena que llamases a Gully.

– No lo sé, Doc. -Miró de reojo a Sabra, luego a él. Con atención. Absorbiendo cada matiz de su duro rostro. Sumergiéndose en las profundidades de sus ojos-. No me habría perdido esto por nada del mundo.

La necesidad de tocarle era casi irresistible. Se resistió, pero no interrumpió el contacto visual. Se prolongó durante mucho rato, mientras el corazón le retumbaba con fuerza contra sus costillas y sus sentidos canturreaban con aquella dulce y vivaz conciencia de su presencia.

Cuando el teléfono sonó, dio un auténtico brinco.

Se puso torpemente en pie y Doc la siguió.

Ronnie cogió el auricular.

– ¿Señor Calloway?

Permaneció a la escucha durante lo que a Tiel le pareció una eternidad. Reprimió de nuevo el impulso de tocar a Doc. Deseaba darle la mano y apretársela con fuerza, como se supone que hace la gente cuando espera oír noticias que pueden cambiarle la vida.

Finalmente, Ronnie se volvió hacia ellos y se puso el auricular contra el pecho.

– Calloway dice que ha conseguido que el fiscal del distrito de Tarrant County, y el de como quiera que se llame este condado, más un juez, más él mismo, más los respectivos padres, accedan a reunirse y alcancen un acuerdo para acabar con este tema. Dice que si admito mis actos y me someto a asesoramiento psicológico a lo mejor consigo la libertad condicional y no tengo que ir a la cárcel. A lo mejor.

Tiel casi se desmaya de alivio. De su garganta surgió una pequeña carcajada.

– ¡Eso es estupendo!

– Es un buen trato, Ronnie. Si fuera tú, accedería -le dijo Doc.

– ¿Te parece bien, Sabra?

Viendo que no respondía, Doc casi tumba a Tiel de un golpe al pasar por su lado para ir corriendo a arrodillarse junto a la chica.

– Está inconsciente.

– ¡Oh, Dios! -exclamó Ronnie-. ¿Está muerta?

– No, pero necesita ayuda, pronto. Rápidamente.

Tiel dejó a Sabra al cuidado de Doc y avanzó hacia Ronnie. Temía que en su estado de desesperación pudiera disparar la pistola contra sí mismo.

– Dile a Calloway que estás de acuerdo con las condiciones. Voy a quitarles la cinta adhesiva -dijo, señalando en dirección a Cain, Juan y Dos-. ¿De acuerdo?

Ronnie se había quedado paralizado al ver que Doc cogía en brazos a Sabra. La sangre impregnó de inmediato su ropa.

– Dios mío, ¿qué he hecho?

– Guárdate el arrepentimiento para luego, Ronnie -dijo Doc, con un tono muy severo-. Dile a Calloway que salimos.

El aturdido joven empezó a murmurar contra el auricular. Tiel se hizo enseguida con las tijeras que habían utilizado antes y se arrodilló al lado de Cain. Cortó la cinta que lo inmovilizaba por los tobillos.

– ¿Y las manos? -Hablaba mal. Seguramente había sufrido un par de conmociones.

– Cuando esté fuera. -Seguía sin estar segura de que no quisiese hacerse el héroe.

La miró con los ojos entrecerrados.

– Está metida en la mierda hasta el cuello, señora.

– Lo normal -le dijo con sarcasmo Tiel. Avanzó hacia los mexicanos.

Juan soportaba estoicamente su herida, pero Tiel percibió el rencor que emanaba de él como el calor de un horno. Manteniendo el máximo de distancia posible entre él y ella, Tiel cortó la cinta aislante que le rodeaba los tobillos. Le costó lo suyo, Vern había hecho un trabajo excelente.

Sentía incluso más aversión si cabe por el hombre al que había apodado Dos. Sus oscuros ojos la repasaron con descarada malicia y con una connotación intencionadamente denigrante y sexual que la hizo sentirse aún más necesitada de una ducha de lo que lo estaba.

Terminada su tarea, dijo:

– Pasa tú primero, Doc -e hizo un gesto en dirección a la puerta-. ¿Te parece bien, Ronnie?

– Sí, sí. Lleve a Sabra enseguida con alguien que pueda ayudarla, Doc.

Tiel avanzó hacia la puerta y se la abrió. Sabra parecía en sus brazos una muñeca de trapo rota. Parecía muerta. Ronnie le acarició el cabello cariñosamente, la mejilla. Viendo que no respondía, empezó a gemir.

– Tranquilo, Ronnie, está viva -le garantizó Doc-. Se pondrá bien.

– Ése es el doctor Giles -le dijo Tiel a Doc cuando pasó por su lado con la chica.

– Entendido.

En un abrir y cerrar de ojos había salido y corría por el aparcamiento llevando en brazos a la chica inconsciente.

– La siguiente es usted -le dijo Ronnie a Tiel.

Ella negó con la cabeza.

– Me quedo contigo. Saldremos juntos.

– ¿No confía en ellos? -preguntó con un tono de voz agudo provocado por el miedo-. ¿Piensa que Calloway intentará alguna cosa?

– No confío en ellos. -Movió la cabeza en dirección a los tres rehenes restantes-. Que salgan ellos primero.

Ronnie lo reflexionó, sólo por un instante.

– De acuerdo. Usted. Cain. Salga.

El derrotado agente del FBI se escabulló entre los dos. Seguía con las manos atadas, por lo que Tiel sujetó una vez más la puerta. Más dañino que los dos porrazos en la cabeza era el golpe que había sufrido su orgullo. Sin duda alguna, temía enfrentarse a sus colegas, sobre todo a Calloway.

Antes de empujar a Juan y a Dos hacia la puerta, Ronnie esperó a que Cain fuera engullido por la multitud de personal sanitario y agentes.

– Ahora vosotros.

Después de haber intentado escapar por dos veces, ahora parecía que no querían marcharse. Avanzaron arrastrando los pies, murmurando entre ellos en español.

– Vamos -dijo Tiel, indicándoles impaciente que cruzaran la puerta. Se moría de ganas de saber cómo estaba Sabra.

Juan pasó primero, cojeando ostensiblemente. Una vez en el umbral, dudó, sus ojos clavados en diversos puntos del aparcamiento. Tiel se dio cuenta de que Dos iba prácticamente pegado a Juan, su cuerpo enganchado al trasero del otro como si pretendiese utilizarlo a modo de escudo. Cruzaron la puerta.

Tiel se había vuelto para hablar con Ronnie cuando, de pronto, la parte delantera del establecimiento se vio bañada por una luz cegadora. Como escarabajos negros, los miembros del equipo de fuerzas especiales salieron corriendo de cualquier escondite concebible. Su cantidad la llenó de asombro. Cuando había salido para negociar con Calloway no había visto ni la tercera parte de los que en realidad eran.

Ronnie maldijo entre dientes y se escondió detrás del mostrador. Tiel gritó, pero de rabia, no de miedo. Estaba demasiado furiosa como para tener miedo.

Curiosamente, sin embargo, los agentes tácticos rodearon a Juan y a Dos, ordenándoles que se tendieran en el suelo bocabajo. A Juan, herido, no le quedó otra alternativa que obedecer. Se derrumbó, prácticamente.

Ignorando las advertencias que le lanzaban a gritos, Dos emprendió una huida mortal, pero fue casi de inmediato reducido y aplacado contra el suelo. Todo había acabado antes de que a Tiel le diera tiempo de asimilar lo sucedido. Los dos hombres estaban esposados y eran retirados del lugar por los agentes de las fuerzas especiales.

Las luces desaparecieron tan repentinamente como habían aparecido.

– ¿Ronnie? -Gritaban su nombre por un megáfono. ¿Ronnie? ¿Señorita McCoy? -Era Calloway-. No se asusten. Han estado en compañía de hombres muy peligrosos. Los vimos en la grabación y los reconocimos. Están buscados por las autoridades aquí y en México. Por eso estaban tan impacientes por poder huir. Pero los tenemos ya bajo nuestra custodia. Pueden salir sin peligro.

Lejos de tranquilizarse con aquella información, Tiel estaba furiosa. ¡Cómo se atrevían a no avisarla de aquel peligro potencial! Pero no era el momento de descargar su rabia. Ya lo haría más tarde con Calloway y compañía.

Con toda la compostura que fue capaz de reunir, le dijo a Ronnie:

– Ya lo has oído. Todo está bien. Las luces, las fuerzas especiales, no tenían nada que ver contigo. Salgamos de aquí.

El chico seguía asustado y dudoso. En cualquier caso, no se movió de detrás del mostrador.

«Dios, por favor, no permitas que ahora cometa yo un error imperdonable», suplicó Tiel. No podía forzarle en exceso, pero sí lo suficiente para que reaccionara.

– Creo que lo mejor es que dejes aquí las armas, ¿no crees? Déjalas sobre el mostrador. Luego puedes salir con las manos en alto y así sabrán que de verdad quieres solucionar las cosas. -No se movía-. ¿De acuerdo?

Ronnie parecía cansado, agotado, derrotado. «No, no, derrotado no», se corrigió ella. Si consideraba todo aquello como una derrota no saldría de allí. Tomaría la que le pareciese la salida más fácil.

– Has hecho algo terriblemente valiente, Ronnie -dijo, tratando de conversar con él-. Plantarle cara a Russell Dendy. Al FBI. Has ganado. Lo que siempre quisisteis tú y Sabra era un público, alguien que os escuchara y se portase con justicia con vosotros. Y acabas de conseguir que accedan a ello. Es un buen logro.

La observaba con la mirada perdida. Ella sonrió, esperando no parecer tan falsa e inexpresiva como se sentía.

– Deja aquí las armas y salgamos. Te daré la mano, si quieres.

– No. No. Saldré por mis propios medios. -Dejó las dos pistolas sobre el mostrador y Tiel exhaló el suspiro de alivio que había estado reteniendo cuando lo vio secarse las manos húmedas en la pernera del pantalón.

– Adelante. La sigo.

Ella dudó, preocupada por las pistolas que seguían al alcance del chico. ¿Sería un truco su aparente sumisión?

– Muy bien. Voy. ¿Vienes?

Él se pasó la lengua por los labios cortados.

– Sí.

Nerviosa, se volvió hacia la puerta, la abrió y la cruzó. Vio que el cielo ya no era negro, sino que había adoptado un matiz gris oscuro contra el que se recortaban las siluetas de los vehículos y la gente. El aire era ya caliente y seco. Corría una ligera brisa, cargada de arena que le raspaba la piel al chocar contra ella.

Dio unos cuantos pasos antes de mirar atrás. Ronnie tenía la mano en la puerta, listo para empujarla y abrirla. No había señales de armas en sus manos. «No hagas nada malo ahora, Ronnie. Eres libre para irte a casa.»

Delante, esperándola, vio a Calloway. Al señor Davison. A Gully. Al sheriff Montez.

Y a Doc. Estaba allí. Un poco apartado de los demás. Alto. Ancho de hombros. El cabello despeinado por el viento.

Vio de reojo cómo los hombres del equipo de las fuerzas especiales empujaban a Dos hacia el interior de una furgoneta fuertemente custodiada. La puerta se cerró de un portazo y la camioneta salió a toda velocidad del aparcamiento con un rechinar de neumáticos. Juan estaba tendido en una camilla y lo asistía el personal sanitario.

Lo había ya pasado de largo cuando volvió a fijar su atención en él. Había empezado a pelear contra el enfermero que intentaba insertarle una aguja intravenosa en la parte superior de la mano esposada. Como un loco en una camisa de fuerza, agitaba el cuerpo, la cabeza, los brazos. Movía la boca, formando palabras, y se preguntó por qué aquello le resultaba tan sorprendente.

Entonces se dio cuenta de que estaba gritando en inglés.

Pero él no hablaba inglés, pensó estúpidamente. Sólo español.

Más aún, aquellas palabras no tenían sentido porque gritaba con toda la fuerza que sus pulmones le permitían:

– ¡Tiene un rifle! ¡Allí! ¡Alguien! ¡Oh, Dios, no!

Tiel registró aquellas palabras una décima de segundo antes de que Juan saltase de la camilla, aterrizase horizontalmente sobre el asfalto y se levantara volando. Se abalanzó sobre el hombre, atizándole en el pecho un golpe con el hombro y mandándolo al suelo.

Pero no antes de que Russell Dendy disparara con un rifle de caza.

Tiel oyó un estrépito de cristales rotos y se volvió enseguida para ver cómo la puerta del establecimiento caía hecha añicos sobre la figura de Ronnie derrumbándose en el suelo. No llegó a recordar si después de aquello gritó o no. No llegó a recordar cómo recorrió a toda velocidad la distancia que la separaba de la puerta de la tienda, o cómo cayó arrodillada a pesar de los cristales.

Lo que sí recordó era que Juan gritaba, para salvar su vida:

– ¡Martínez, agente secreto del Tesoro! ¡Martínez, agente del Tesoro, en servicio secreto!

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