Capítulo 13

– ¿Por qué no responden al teléfono? -Los acontecimientos habían reducido el característico rugido de Dendy a un agudo chillido. Estaba fuera de sí.

De hecho, los disparos habían sumido en un estado próximo al pánico a todos los reunidos en la camioneta. Cole Davison había salido corriendo, sólo para regresar instantes después y gritarle a Calloway por haber movilizado el equipo de fuerzas especiales.

– ¡Lo prometió! Dijo que Ronnie saldría ileso. Si lo presiona, si piensa que está sitiándolo, podría… podría hacer algo como lo que ya hizo.

– Cálmese, señor Davison. Estoy tomando las medidas de precaución que considero adecuadas. -Calloway se llevó el auricular del teléfono al oído, pero su llamada al supermercado seguía sin obtener respuesta-. ¿Ve alguien algo?

– Movimiento -vociferó uno de los agentes. A través de unos cascos comunicaba con otro agente apostado en el exterior y que vigilaba con prismáticos-. Imposible descifrar quién está haciendo qué.

– Mantenme informado.

– Sí, señor. ¿Va a contarle al chico lo de Huerta?

– ¿Quién es ése? -quería saber Dendy.

– Luis Huerta. Uno de nuestros «diez más buscados». -Y, dirigiéndose al otro agente, dijo Calloway- No, no voy a decírselo. Cundiría el pánico entre ellos, incluyendo a Huerta. Es capaz de casi todo.

Ronnie respondió el teléfono.

– ¡Ahora no, estamos ocupados!

Calloway maldijo profusamente cuando el tono de marcar sustituyó la voz angustiada de Ronnie. Marcó de nuevo de inmediato.

– ¿Que uno de los mexicanos de ahí dentro está en la lista de los diez más buscados por el FBI? -Cole Davison estaba cada vez más confuso-. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho?

– Contrabando de mexicanos en la frontera, con la promesa de proporcionarles visados de permiso de trabajo y buenos puestos, para luego venderlos como esclavos. El verano pasado, la patrulla fronteriza recibió un chivatazo de una entrada y estaba siguiéndole la pista. Huerta y dos de sus esbirros, al darse cuenta de que estaban a punto de ser atrapados, abandonaron el camión en el desierto de Nuevo México y se dispersaron como cucarachas que son. Todos escaparon.

»Pasaron tres días hasta que se descubrió el furgón. Habían encerrado en él a cuarenta y cinco personas, hombres, mujeres y niños. El calor en el interior del furgón debió de alcanzar los noventa grados o más. Huerta está buscado por cuarenta y cinco casos de asesinato y otros crímenes diversos. Ha estado escondido en algún rincón de México durante casi un año. Las autoridades de allí cooperan y quieren hacerse con él tanto como nosotros, pero es un astuto cabrón. Sólo existe una cosa capaz de hacer que se arriesgue. El dinero. Mucho dinero. De modo que si ha vuelto a aparecer por aquí, es porque me imagino que en algún lugar cercano hay un cargamento de gente a la espera de ser vendido.

Davison parecía estar a punto de devolver su última comida.

– ¿Quién es el hombre que va con él?

– Uno de sus guardaespaldas, estoy seguro. Son hombres peligrosos, despiadados, y comercian con seres humanos. Lo que me sorprende es por qué no están armados. O, si lo están, por qué no han salido de ahí dando tiros hasta ahora.

El pecho de Dendy subía y bajaba, emitiendo un sonido gorjeante que parecía un sollozo.

– Escuche, Calloway, he estado pensando.

Aunque Calloway seguía con el auricular pegado al oído, prestó a Russell Dendy toda su atención. Sospechaba que Dendy estaba tenso. Llevaba toda la tarde bebiendo de su petaca. Parecía tremendamente contrariado, a punto de perder el control de sus emociones. Había dejado de ser un pesado beligerante.

– Le escucho, señor Dendy.

– Limítese a sacarlos de allí sanos y salvos. Eso es lo que ahora importa. Dígale a Sabra que puede quedarse con el bebé, que no interferiré en eso. Esa cinta de mi hija… -Se pasó la mano por unos ojos llorosos-. Me ha calado muy hondo. Ya no me importa nada, sólo quiero ver a mi hija sana y salva y fuera de ahí.

– Ése también es mi objetivo, señor Dendy -le garantizó Calloway.

– Acceda a lo que pida el chico. -Negociaré para él el mejor trato que pueda. Pero primero tengo que conseguir que hable conmigo. El teléfono seguía sonando.


– ¿Ronnie?

El joven no se dio cuenta de que Doc estaba en posesión de la pistola. Era evidente que con toda la confusión Ronnie se había olvidado del arma que le habían quitado a Cain. Doc levantó la mano y, al ver el arma, el joven se encogió. Donna soltó un grito de miedo antes de llevarse las dos manos a la boca.

Pero Doc cogió la pistola por el cañón recortado y se la tendió a Ronnie por la parte de la empuñadura.

– Ésta es la fe que tengo en ti de que tomes la decisión correcta.

Ronnie, con un aspecto terriblemente joven, inseguro y vulnerable, cogió el arma y la guardó en la cintura de sus vaqueros.

– Ya conoce mi decisión, Doc.

– ¿El suicidio? Eso no es una decisión. Es escaquearse por cagarse de miedo.

El chico pestañeó, sorprendido ante un lenguaje tan grosero que, de todos modos, sirvió para hacer tambalear su postura, lo que Tiel supuso que era la intención de Doc.

– No quiero hablar del tema. Sabra y yo nos hemos hecho a la idea.

– Responde al teléfono -le animó Doc, con un tono de voz tranquilo y persuasivo-. Explícales lo que ha sucedido. Han oído disparos. No saben qué demonios sucede, pero seguramente piensan lo peor. Disipa sus temores, Ronnie. De lo contrario, en cualquier momento irrumpirá por aquí un equipo de las fuerzas especiales y alguien acabará ensangrentado, posiblemente muerto.

– ¿Qué equipo de las fuerzas especiales? Está mintiendo.

– ¿Mentiría después de entregarte una pistola cargada? Creo que no. Mientras estabas distraído atando a esos mexicanos he visto a hombres tomando posiciones. El equipo de las fuerzas especiales está ahí fuera, esperando una señal de Calloway. No le des motivos para ponerlos en acción.

Ronnie miró nervioso a través de la luna del escaparate, pero no vio nada excepto el número creciente de vehículos que se habían reunido en la zona de aparcamiento y que creaban un atasco en la carretera.

– Déjame responder el teléfono, Ronnie -sugirió Tiel, adelantándose con el objetivo de aprovecharse de su indecisión-. Veamos qué dicen del vídeo. Su reacción podría ser muy positiva. A lo mejor están llamando porque acceden a todas tus condiciones.

– Está bien -murmuró el chico, indicándole que cogiera el teléfono.

Para ella fue una bendición responder a aquel sonido infernal.

– Tiel al habla -dijo en cuanto descolgó el auricular.

– ¿Quién ha hecho esos disparos, señorita McCoy? ¿Qué sucede ahí?

La brusquedad de Calloway transmitía la preocupación que el hombre sentía. No queriendo mantenerlo en suspense, le explicó lo más sucintamente posible cómo había acabado disparándose la pistola de Cain.

– Ha sido espantoso durante un par de minutos, pero la situación vuelve a estar controlada. Los dos hombres que han provocado la gresca están contenidos -dijo, utilizando la terminología eufemística de Doc.

– ¿Se refiere a los dos mexicanos?

– Correcto.

– ¿Están seguros?

– De nuevo correcto.

– ¿Y dónde está ahora la pistola del agente Cain?

– Doc se la ha dado a Ronnie.

– ¿Perdón?

– Como señal de confianza, señor Calloway -dijo ella, irritada, en defensa de Doc.

El agente del FBI suspiró largamente.

– Eso es mucha confianza, señorita McCoy.

– Era lo que se tenía que hacer. Tendría que estar aquí para entenderlo.

– Al parecer, sí -dijo secamente.

Mientras hablaba con Calloway, escuchaba por el otro oído a Doc, que seguía intentando convencer a Ronnie de que se rindiese. Le oía decir: «Ahora eres padre. Eres responsable de tu familia. El estado de Sabra es crítico y ya no puedo hacer más por ella».

Calloway preguntó:

– ¿No cree que el chico supone un peligro?

– En absoluto.

– ¿Corre peligro alguno de los rehenes?

– En este momento no. Pero no puedo predecir lo que pasará si esos tipos con chaleco antibalas asaltan esto.

– No pretendo dar la orden.

– ¿Entonces por qué están aquí? -Calloway permanecía sin hablar y Tiel tuvo la incómoda e inconfundible sensación de que le ocultaba algo, algo importante. Señor Calloway, ¿hay algo que debería saber…?

– Hemos tenido un cambio de actitud.

– ¿Lo dejan y se van? -En aquel momento era su más profundo deseo.

Calloway ignoró su impertinencia.

– El vídeo ha sido efectivo. Se alegrará de saber que ha conseguido exactamente lo que usted esperaba. El señor Dendy ha acabado conmoviéndose con las palabras de su hija y está dispuesto a hacer concesiones. Quiere que todo esto acabe pacíficamente y sin daños. Igual que todos. ¿Cuál es el estado de ánimo actual de Ronnie?

– Doc está trabajando con él;

– ¿Qué tal responde?

– Favorablemente, creo.

– Bien. Eso es bueno.

Parecía aliviado y, una vez más, Tiel tuvo la impresión de que el agente federal le ocultaba algo que ella no sabía.

– ¿Cree que aceptará una rendición total?

– Ya ha especificado las condiciones bajo las que se rendiría, señor Calloway.

– Dendy aceptará que esto ha sido una huida y no un secuestro. Naturalmente, el resto de cargos seguiría ahí.

– Y se les debe permitir quedarse con la niña.

– Dendy lo ha dicho hace unos minutos. Si Davison está de acuerdo con estos términos, tendrá mi garantía personal de que no se utilizará ningún tipo de fuerza.

– Voy a transmitir el mensaje y le digo algo.

– Estaré esperando.

Colgó. Ronnie y Doc se volvieron hacia ella. De hecho, todo el mundo escuchaba con atención. Era como si el papel de mediadora hubiera recaído en ella. Y a ella no le gustaba especialmente. ¿Y si resultaba que, pese a las buenas intenciones de todos, algo acababa saliendo terriblemente mal? Si aquella situación terminaba en desastre se sentiría responsable del trágico resultado durante el resto de su vida.

Las prioridades de Tiel habían cambiado en el transcurso de las últimas horas. Había sido un cambio gradual, y hasta aquel momento ni siquiera se había dado cuenta de que se había producido. El reportaje se había convertido en un tema secundario. ¿En qué momento había pasado a un segundo plano? ¿Cuando vio la sangre de Sabra en sus manos enguantadas? ¿Cuando Juan amenazó la frágil vida de Katherine?

La gente que constituía aquel reportaje había pasado a ser para ella mucho más importante que el reportaje en sí. Producir un relato exclusivo de aquel drama, con el que podía ganar premios y asegurarse un puesto, ya no era un objetivo tan vital como antes. Lo que ahora deseaba era una resolución que celebrar, no que lamentar. Si fallaba…

No podía hacerlo, así de simple.

– La acusación de secuestro ha sido retirada -le explicó a Ronnie, que escuchaba expectante-. Tendrás que afrontar otros cargos criminales. El señor Dendy ha accedido a que Sabra se quede con el bebé. Si estás de acuerdo con estos términos y te rindes, el señor Calloway te da su garantía personal de que no se utilizará ningún tipo de fuerza.

– Es un buen trato, Ronnie -dijo Doc-. Acéptalo.

– Yo…

– No, no lo hagas.

Sabra habló casi como un lamento. De un modo u otro, había conseguido ponerse en pie. Estaba apoyada contra el cajón congelador para mantenerse derecha. Tenía los ojos hundidos y su figura carecía de color. Parecía como si un maquillador de teatro se hubiera aplicado para conseguir el aspecto de un personaje saliendo del ataúd.

– Es una trampa, Ronnie. Una de las trampas de mi padre.

Doc corrió hacia ella para ayudarla.

– No lo creo, Sabra. Tu padre ha respondido al mensaje que le has enviado a través del vídeo.

Se aferró a Doc agradecida, pero sus adormilados ojos imploraban a Ronnie.

– Si me quieres, no accedas a esto. No saldré de aquí hasta que sepa que estaré contigo para siempre.

– ¿Y tu bebé, Sabra? -preguntó Tiel-. Piensa en la pequeña.

– La coge usted.

– ¿Qué?

– La saca fuera. La entrega a alguien que se haga cargo de ella. Independientemente de lo que a nosotros nos suceda, a Ronnie y a mí, es importante que sepa que Katherine estará bien.

Tiel miró a Doc con la esperanza de que fuese su fuente de inspiración, pero su expresión era desalentadora. Parecía sentirse tan inútil como ella.

– Eso es, entonces -declaró Ronnie con firmeza-. Eso es lo que haremos. Le permitiremos que saque de aquí a Katherine. Pero nosotros no saldremos hasta que nos dejen irnos. Libres y sin cargos. Sin compromiso.

– Nunca accederán a eso -dijo Tiel, desesperada. Es una demanda irrazonable.

– Has cometido un atraco a mano armada -añadió Doc-. Tienes que rendir cuentas de eso, Ronnie. Aunque gracias a las circunstancias atenuantes, tienes buenas probabilidades de evitar el castigo. Huir sería lo peor que podrías hacer. Eso no solucionaría nada.

Tiel miró a Doc de reojo, preguntándose si estaría escuchando su propio consejo. La advertencia en cuanto a huir era también aplicable a él y a sus circunstancias tres años atrás. Pero Doc no se percató de su mirada porque tenía toda la atención centrada en Ronnie, que discutía su opinión.

– Sabra y yo juramos que nunca nos separaríamos a la fuerza. Pasase lo que pasase, nos prometimos permanecer juntos. Y lo dijimos en serio.

– Tu padre…

– No pienso hablar de ello -dijo el joven. Y volviéndose hacia Tiel, le pidió si podía sacar a Katherine de la tienda y transmitir ese mensaje.

– ¿Y los demás? ¿Los liberarás?

El chico miró a los demás rehenes.

– A los dos mexicanos no. Y tampoco a él -dijo, refiriéndose al agente Cain. Había recuperado el conocimiento pero parecía seguir atontado por el puntapié en la cabeza que le había dado Juan.

– Los ancianos y ella. Pueden irse.

Cuando señaló a Donna, ésta unió aquellas manos que parecían garras bajo la barbilla y dijo:

– Gracias, Señor.

– No quiero irme -anunció Gladys. Seguía con el bebé dormido en brazos-. Quiero ver qué sucede.

– Mejor que hagamos lo que nos dice -dijo Vern, dándole golpecitos en el hombro-. Podemos esperar a los demás fuera. -Ayudó a Gladys a incorporarse-. Antes de que nos vayamos, estoy seguro de que Sabra querrá despedirse de Katherine.

La anciana acercó a la niña a Sabra, que seguía apoyándose en Doc.

– ¿Notifico tu decisión a Calloway? -le preguntó Tiel a Ronnie.

El chico miraba a Sabra y a su hija.

– Media hora.

– ¿Qué?

– Es el tiempo límite que les doy para que me comuniquen su decisión. Si no nos dejan marchar en media hora, llevaremos… llevaremos a cabo nuestro plan -dijo con voz poco clara.

– Ronnie, por favor.

– Eso es, señorita McCoy. Puede explicárselo.

Calloway respondió a su llamada antes de que el teléfono acabara su primer tono.

– Salgo con el bebé. Tenga personal médico esperando. Traigo a tres rehenes conmigo.

– ¿Sólo tres?

– Tres.

– ¿Y el resto?

– Se lo explicaré cuando llegue ahí.

Colgó.

Cuando Tiel se acercó a Sabra, la joven estaba llorando.

– Adiós, dulce Katherine. Mi niña preciosa. Mamá te quiere. Mucho.

Estaba inclinada sobre la niña, oliendo su aroma, tocándola por todas partes. Besó varias veces la carita de Katherine y luego hundió la suya en la camisa de Doc y sollozó.

Tiel le cogió la niña a Gladys, que había estado sujetándola porque Sabra no tenía ni fuerzas para hacerlo. Tiel llevó a Katherine hasta Ronnie. Cuando el joven miró al bebé, se le llenaron los ojos de lágrimas. Su labio inferior temblaba de forma incontrolada. Intentaba con todas sus fuerzas ser duro, pero fracasaba sin poder remediarlo.

– Gracias por todo lo que ha hecho -le dijo a Tiel-. Sé que a Sabra le ha gustado tenerla a su lado.

Los ojos de Tiel eran suplicantes.

– No puedo creer que vayas a hacerlo, Ronnie. Me niego a creer que seas capaz de apretar este gatillo y de acabar con la vida de Sabra y con la tuya.

El chico eligió no responder y besar la frente de la pequeña.

– Adiós, Katherine. Te quiero. -Entonces, con movimientos espasmódicos y bruscos, se colocó detrás del mostrador para accionar el mecanismo eléctrico que abría la puerta.

Tiel dejó que los demás pasaran delante. Antes de cruzar la puerta, miró a Doc por encima del hombro. Había colocado de nuevo a Sabra en el suelo, pero levantó la cabeza como si la mirada de Tiel le hubiese llamado. Sus ojos conectaron durante sólo una milésima de segundo pero, innegablemente, fue un espacio de tiempo y un contacto con mucho significado.

Ella cruzó entonces la puerta y oyó que se cerraba de nuevo a sus espaldas.


El personal sanitario emergió de la oscuridad. Era evidente que habían sido asignados por parejas y con antelación a cada uno de los rehenes. Vern, Gladys y Donna se vieron rodeados y bombardeados a preguntas, que Gladys respondió en un tono decididamente quejumbroso.

Un hombre y una mujer vestidos con batas de quirófano idénticas se materializaron delante de Tiel. La mujer extendió los brazos para coger a Katherine, pero Tiel no se la entregó aún.

– ¿Quién es usted?

– La doctora Emily Garrett. -Se presentó como jefa de la unidad de neonatos de un hospital de Midland-. Y éste es el doctor Landry Giles, jefe de obstetricia.

Tiel agradeció las presentaciones y dijo:

– Independientemente de cualquier cosa que hayan oído que indique lo contrario, los padres no desean dar a la niña en adopción.

La expresión de la doctora Garrett fue tan inalterable y candida como Tiel podía esperar.

– Lo comprendo perfectamente. Estaremos esperando la llegada de la madre.

Tiel besó la cabecita de Katherine. Tenía un vínculo con aquella niña que seguramente nunca tendría con cualquier otro ser humano: había sido testigo de su nacimiento, de su primera respiración, había oído su primer llanto. Incluso así, la profundidad de sus emociones la cogió por sorpresa.

– Cuídenla mucho.

– Tiene mi palabra.

La doctora Garrett cogió al bebé y corrió con él en brazos hacia el helicóptero que estaba esperándolos, cuyas aspas giraban ya y levantaban un fuerte vendaval. El doctor Giles tuvo que gritar para hacerse oír por encima de aquel estrépito.

– ¿Cómo está la madre?

– No está bien. -Tiel le ofreció una versión resumida del parto y el nacimiento, luego describió el estado actual de Sabra-. Lo que más preocupa a Doc es la pérdida de sangre y la infección. Sabra está cada vez más débil. Su tensión arterial está cayendo, ha dicho. Con lo que le he contado, ¿cree que podría aconsejarle hacer alguna cosa en concreto?

– Llevarla al hospital.

– Estamos trabajando en ello -dijo ella con tristeza.

El hombre que se aproximaba con paso firme y decidido no podía ser otro que Calloway. Era alto y delgado, pero incluso en mangas de camisa desprendía un aire de autoridad.

– Bill Calloway -dijo, confirmando su identidad tan pronto como llegó donde estaban Tiel y el doctor Giles. Se dieron la mano.

Gully llegó cojeando con sus piernas curvadas.

– Por Dios, niña, si después de esta noche no muero de un infarto, es que voy a vivir eternamente.

Ella le abrazó.

– Nos sobrevivirás a todos.

Al margen del cada vez más numeroso grupo, se percató de la presencia de un hombre corpulento vestido con una camisa blanca de vaquero con cierres nacarados. Sujetaba en las manos un sombrero de vaquero similar al de Doc. Antes de que pudiera presentarse, se encontró toscamente arrastrada hacia un lado.

– Señorita McCoy, quiero hablar con usted.

Reconoció de inmediato a Russell Dendy.

– ¿Cómo está mi hija?

– Se está muriendo.

Aunque la afirmación parecía innecesariamente dura, Tiel no albergaba ni un mínimo de compasión por el millonario. Además, si lo que pretendía era hacer mella en aquel punto muerto, debía darle fuerte.

Kip estaba al fondo, capturando con su cámara aquella reunión llena de suspense. La luz de la cámara resultaba cegadora. Por primera vez en su carrera, Tiel sintió aversión por aquella luz y la invasión de la intimidad que representaba.

Su tajante respuesta a la pregunta tomó momentáneamente a Dendy por sorpresa, lo que permitió a Calloway presentarle a otro hombre.

– Cole Davison, Tiel McCoy. -El parecido entre Ronnie y su padre era inequívoco.

– ¿Cómo está mi hijo? -preguntó ansioso.

– Decidido, señor Davison. -Antes de proseguir, miró a ambos hombres por separado-. Estos jóvenes hablan en serio. Hicieron un juramento y pretenden mantenerlo. Ahora que ya saben que Katherine está a salvo y recibiendo atención médica, no hay nada que les detenga para llevar a cabo su pacto de suicidio. -Utilizó aquellas palabras expresamente para subrayar la gravedad y la urgencia de la situación.

Calloway mantuvo su distancia profesional y fue el primero en tomar la palabra.

– El sheriff Montez dice que ese tal Doc es un hombre alto y musculoso. ¿No podría doblegar a Ronnie y hacerse con el arma?

– ¿Y arriesgarse a tener otro herido? -cuestionó ella, de forma retórica-. Hace poco rato dos de los hombres intentaron utilizar la fuerza. Y acabó con derramamiento de sangre. Creo que puedo descartar esta idea en nombre de Doc. Está intentando convencer a Ronnie para que esto termine de forma pacífica. Si de pronto intentara saltar sobre el chico, perdería todo lo que pudiera haber ganado con él.

Calloway se pasó la mano por su escaso cabello mientras observaba cómo se elevaba el helicóptero con la doctora Garrett y la recién nacida.

– ¿Corren algún riesgo los rehenes? -preguntó.

– No creo. Aunque entre Ronnie y el agente Cain o los mexicanos no queda nada de amor.

Todos intercambiaron una mirada de incomodidad, pero antes de que Tiel pudiera preguntar qué auguraba, dijo Calloway:

– En resumen, Ronnie y Sabra ponen a cambio su propia vida.

– Exactamente, señor Calloway. Me han enviado para decirle que dispone de media hora para darles una respuesta.

– ¿Sobre qué?

– Clemencia, y libertad para seguir su propio camino.

– Eso es imposible.

– Entonces tendrá en sus manos la responsabilidad de la muerte de dos niños.

– Usted es una persona razonable, señorita McCoy. Sabe que no puedo hacer este tipo de pacto de silencio con un supuesto criminal.

Tiel se sintió inundada por la desesperación y la derrota.

– Lo sé, y, sinceramente, comprendo su postura, señor Calloway. Soy sólo la mensajera. Le digo lo que Ronnie me ha dicho. Intuyo que habla en serio y que hará lo que dice. Aunque él esté marcándose un farol, Sabra no.

Miró directamente a Dendy.

– Si no puede tener a Ronnie, vivir libremente con él, está dispuesta a quitarse la vida. Si es que antes no muere desangrada. -Y dirigiéndose de nuevo a Calloway, añadió-: Desgraciadamente para usted, mi intuición no es la que cuenta. La decisión no es mía, sino suya.

– No lo es del todo -declaró Dendy-. Yo también tengo algo que decir en todo esto. Calloway, por el amor de Dios, prométale cualquier cosa al chico. Simplemente saque a mi hija de ahí.

Calloway consultó el reloj.

– Media hora -dijo rápidamente-. Poco tiempo, y tengo que realizar algunas llamadas. -Se volvieron al unísono hacia la camioneta estacionada en el aparcamiento del establecimiento.

Gully fue el primero en darse cuenta de que Tiel no seguía el paso de todos ellos. Se volvió y la miró con curiosidad.

– ¿Tiel?

Caminaba en dirección contraria.

– Regreso allí.

– ¿No lo dirás en serio? -Gully habló por boca de todos, que la miraban con pura consternación.

– No puedo abandonar a Sabra.

– Pero…

Ella negó enérgicamente con la cabeza, hasta terminar con las protestas de Gully. Mientras desandaba sus pasos y ampliaba la distancia entre ellos, dijo:

– Estaremos esperando su decisión, señor Calloway.

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