Capítulo 15

El desinfectante que la enfermera le aplicaba en las manos y en las rodillas escocía. Los cristales rotos habían traspasado el tejido de los pantalones, que habían sido cortados por encima de las rodillas.

Tiel no se había dado cuenta de los cortes hasta que la enfermera empezó a retirar las esquirlas de cristal con unas pinzas diminutas. Sólo entonces habían empezado a dolerle. Pero el dolor carecía de importancia. Le interesaba más lo que sucedía a su alrededor que lo que pasaba en las heridas superficiales que había sufrido.

Sentada en una camilla -se había negado a entrar en la ambulancia-, intentaba ver más allá de la mujer que estaba ocupándose de ella. Era una escena caótica. Bajo el pálido resplandor del amanecer, las luces de una docena de vehículos de policía y ambulancias creaban un vertiginoso calidoscopio de brillos centelleantes y coloristas. El personal médico (los que no habían corrido en ayuda de Ronnie) se ocupaba de ella, del agente del Tesoro Martínez y de Cain.

Se había negado el acceso a la zona a los medios de comunicación, pero los helicópteros de la prensa zumbaban en el aire como insectos monstruosos. Estacionado en una altiplanicie que dominaba el valle conocido como Rojo Flats, se encontraba un convoy de vehículos de la televisión. Las antenas para transmitir vía satélite que coronaban sus techos reflejaban la luz del sol naciente.

Normalmente, aquélla habría sido el tipo de escena en el que Tiel McCoy florecía. Estaría en su elemento. Pero cuando miró por la lente de la videocámara para realizar su reportaje en directo, la conocida subida de adrenalina no estaba allí.

Había intentado provocar su habitual nivel de entusiasmo, pero sabía que no lo tenía y sólo esperaba que el público que la veía no se diera cuenta de ello, o que si se daba cuenta, atribuyera su falta de brío a la dura experiencia por la que había pasado.

El reportaje tenía un telón de fondo dramático. Había tenido que hablar a gritos al micrófono mientras el helicóptero de cuidados intensivos se elevaba para transportar a Ronnie Davison al centro hospitalario más cercano, donde le esperaba un equipo para tratar la herida de bala que había recibido en el pecho. El terrible viento generado por las aspas en rotación le hacía entrar arena en los ojos. Atribuyó a aquella arena sus poco profesionales lágrimas.

Tan pronto como finalizó su improvisado resumen de los acontecimientos sucedidos a lo largo de las últimas seis horas, devolvió lánguidamente el micrófono inalámbrico a Kip, quien le dio un beso en la mejilla y le dijo «Estupendo», antes de salir corriendo para filmar más secuencias, aprovechando el acceso que tenía a la escena gracias a su relación con Tiel.

Sólo después de concluir aquel trabajo había consentido que le examinaran las manos y las rodillas ensangrentadas. Ahora, hablando con la enfermera, dijo:

– Tiene que saber alguna cosa.

– Lo siento, señorita McCoy. No sé nada.

– O no quiere contármelo.

La mujer le lanzó una mirada esquiva.

– No sé nada. -Tapó la botella de desinfectante-. Debería ir al hospital y dejar que alguien le examinara con más atención estas manos. Podría haber esquirlas de cristal…

– No hay nada. Estoy bien. -Saltó de la camilla. Las rodillas le dolían cada vez más por los diversos cortes, pero ocultó a la enfermera su mueca de dolor-. Gracias.

– Tiel, ¿estás bien? -Gully se acercaba corriendo y resoplando-. Esos desgraciados no me dejaban pasar hasta que te hubiesen revisado las manos y las rodillas. El vídeo ha quedado estupendo, pequeña. Lo mejor que has hecho en tu vida. Si eso no te da el puesto en Nine Live, entonces es que la vida no es justa y abandono el negocio de la televisión.

– ¿Tienes noticias sobre el estado de Ronnie?

– Nada de nada.

– ¿Y de Sabra?

– Nada. Nada desde que el vaquero la entregó a ese tal doctor Giles y se largaron en el helicóptero.

– Hablando de Doc, ¿está por aquí?

Gully no la escuchó. Movía la cabeza y murmuraba:

– Ojalá hubieran dejado a Dendy en mis manos. Con un par de minutos me bastaba para que ese tipo odiara estar vivo.

– Me imagino que lo habrán arrestado.

– El sheriff ha enviado a tres comisarios -los tipos con pinta más ruin que he visto nunca- para que le metan de culo en la cárcel.

Pese a que lo había visto con sus propios ojos, seguía resultándole imposible creer que Dendy hubiera disparado contra Ronnie Davison. Le expresó su malestar a Gully.

– No comprendo cómo ha podido pasar.

– Nadie le prestaba atención. Le había montado un buen espectáculo a Calloway. Llorando, suplicándole. Había admitido que la cosa se le había ido de las manos. Nos indujo a creer que había comprendido que había actuado mal, que todo estaba perdonado y que lo único que quería era que Sabra estuviese a salvo. El mentiroso cabrón.

Las emociones reprimidas de Tiel salieron entonces a la superficie y se puso a llorar.

– Es culpa mía, Gully. Le prometí a Ronnie que no le pasaría nada si salía, que si se rendía saldría ileso de ésta.

– Eso es lo que todos le prometimos, señorita McCoy.

Se volvió al oír una voz familiar y sus lágrimas se secaron al instante.

– Estoy muy enfadada con usted, agente Calloway.

– Tal y como su colega acaba de explicarle, me creí el acto de arrepentimiento de Dendy. Nadia sabía que llevaba con él una escopeta de caza.

– No sólo eso. Podría haberme avisado sobre ese personaje de Huerta cuando salí con el bebé.

– ¿Y qué habría hecho de haber sabido quién era?

¿Qué habría hecho? No lo sabía, pero ahora aquello le parecía irrelevante. Le preguntó:

– ¿Sabía que Martínez era un agente del Tesoro?

Calloway parecía muy disgustado.

– No. Suponíamos que era uno de los esbirros de Huerta.

Al recordar cómo aquel hombre, herido y esposado, se había abalanzado sobre Dendy, Tiel observó:

– Hizo algo terriblemente valiente. No sólo no destapó su identidad, sino que además arriesgó su vida. Si alguno de los demás oficiales hubiese reaccionado con más rapidez… -Se estremeció al pensar en el cuerpo de aquel hombre abatido por las balas de las armas de sus colegas.

– Ya lo he pensado -admitió apesadumbrado Calloway-. Le gustaría hablar con usted.

– ¿Conmigo?

– ¿Se encuentra bien para hacerlo?

Calloway la condujo a otra ambulancia, poniéndole por el camino al corriente de la situación de Martínez.

– La bala le atravesó directamente la pierna sin hacer mella en ningún hueso o arteria. Esta noche ha estado de suerte por dos veces. -La ayudó a subir a la ambulancia por la parte trasera.

El aposito temporal que Doc le había colocado a Martínez en el muslo había sido sustituido por un vendaje de gasa estéril. La camiseta ensangrentada estaba amontonada junto a otra pila de material de desecho. A Tiel se le encogió el corazón al ver aquello. Recordó las manos de Doc preparando el simple vendaje para la herida que él mismo había infligido.

Martínez estaba conectado a una vía intravenosa y además le estaban realizando una transfusión. Pero su mirada era clara y transparente.

– Señorita McCoy.

– Agente Martínez. Es usted muy bueno en su trabajo. Nos había engañado a todos.

El hombre sonrió, mostrando la hilera perfecta de dientes blancos que ella ya había visto antes.

– Ése es el objetivo de nuestro operativo secreto. Gracias a Dios también engañé a Huerta. Entré en su organización el pasado verano. Anoche cruzó la frontera un camión cargado de gente.

– Ha sido interceptado hace una hora -les informó Calloway-. Como es habitual, las condiciones en su interior eran deplorables. De hecho, la gente que estaba encerrada allí dentro se sintió agradecida de que nos hiciésemos cargo de ellos. Lo consideraron como un rescate.

– Huerta y yo íbamos de camino para cerrar la venta con un granjero de Kansas. Huerta tenía que ser arrestado tan pronto como la transacción estuviese terminada. Nos detuvimos aquí para comer algo.

Se encogió de hombros, como queriendo decir que ya conocían el resto.

– Me alegro de que no entráramos en esa tienda armados. Habíamos dejado las armas en el coche…, algo que nunca sucede. Fue cosa del destino, o de la intervención divina, da lo mismo. Si Huerta hubiese ido armado, las cosas se habrían puesto muy feas enseguida.

– ¿Corre riesgo de sufrir represalias?

Volvió a sonreír.

– Confío en que el departamento me haga desaparecer. Si alguna vez vuelven ustedes a verme, es probable que no me reconozcan.

– Comprendo. Una pregunta más. ¿Por qué trató de hacerse con el bebé?

– Huerta quería abalanzarse sobre Ronnie, abatirlo. Me presté como voluntario para distraer a los demás haciéndome con el bebé. De hecho, tenía miedo de que le hiciese alguna cosa a la niña. Era la única forma que se me ocurrió de protegerla.

Tiel se estremeció al pensar en lo que podría haber pasado.

– Parecía especialmente hostil hacia Cain.

– Me reconoció -exclamó Martínez-. Hace un par de años habíamos trabajado juntos en un caso. No tuvo el sentido común de mantener la boca cerrada. Estuvo a punto de delatarme varias veces. Tuve que silenciarlo. -Y mirando a Calloway, añadió-: Creo que necesita un curso de refresco en Quantico.

Tiel ocultó su sonrisa.

– Tenemos que darle las gracias por sus diversos actos de valentía, señor Martínez. Siento que saliera herido de todo esto.

– Ese tipo, Doc, hizo lo que tenía que hacer. Si la situación hubiese sido al contrario, yo habría hecho lo mismo. Me gustaría decirle que no le guardo rencor.

– Ya se ha marchado -dijo Calloway.

Ocultando su decepción y a pesar de los pequeños cortes, Tiel le estrechó la mano a Martínez y le deseó una pronta recuperación. Luego bajó de la ambulancia. Gully la esperaba fuera fumando un cigarrillo.

Cuando la ambulancia arrancó, se les unieron Gladys y Vern.

Al parecer habían vuelto a su furgoneta, pues se habían cambiado de ropa, olían a jabón y tenían un aspecto ágil y espabilado, como si acabaran de regresar de una estancia de dos semanas en un balneario. Tiel los abrazó.

– No podíamos irnos sin darle nuestra dirección y tener su promesa de que seguiremos en contacto. -Gladys le entregó una hojita de papel en la que había escrito una dirección de Florida.

– Se lo prometo. ¿Van a seguir con su luna de miel desde aquí?

– Después de una parada en Luisiana para ver a mi hijo y a mis nietos -dijo Vern.

– Que son sin lugar a dudas los cinco cabroncetes más tozudos del mundo.

– Calla, Gladys.

– Sólo estoy contándolo tal y como es, Vern. Son unos traviesos, y lo sabes. -Entonces, su tono cambió. Se secó las lágrimas que de pronto habían aparecido en sus ojos-. Sólo espero que estos dos jóvenes superen esto. Estaré preocupadísima hasta que sepa que están bien.

– Y yo. -Tiel le apretó la mano a Gladys.

– Hemos tenido que dar nuestra declaración al sheriff -dijo Vern-, luego a los agentes del FBI. Les dijimos que no pudo evitar darle a Cain con el bote de chile por ser tan idiota.

Gully rió con disimulo. Calloway se puso tenso, pero dejó pasar la pulla sin comentarios.

– Donna está acaparando las cámaras de televisión -dijo Gladys, algo picada-. Si la oyera contarlo, parece la heroína.

Vern hurgó en el interior de su bolsa y extrajo una pequeña cinta de vídeo que depositó en la mano de Tiel.

– No se olvide de esto -susurró.

De hecho, se había olvidado de la cinta de la video-cámara.

– Nos colamos en la tienda para ir a buscarla -dijo Gladys.

– Gracias. Por todo. -Tiel volvió a emocionarse cuando se despidieron y se dirigieron a su camioneta.

– ¿Luna de miel? -preguntó Gully en cuanto se hubieron alejado.

– Fueron estupendos. Voy a echarles de menos.

Él la miró sorprendido.

– ¿Te encuentras bien?

– Sí. ¿Por qué?

– Porque actúas de una forma un poco rara.

– He estado toda la noche despierta. -Enderezando la espalda y adoptando la compostura que asumía cuando las cámaras estaban a punto de rodar, se volvió hacia Calloway-. Me imagino que debe de tener muchas preguntas para mí.

En la furgoneta, Calloway la obsequió con café y burritos donados por las damas de la iglesia baptista. Tardó cerca de una hora en recabar de ella toda la información que necesitaba.

– Creo que es todo por ahora, señorita McCoy, aunque probablemente tendremos algunas preguntas más de seguimiento.

– Comprendo.

– Y no me sorprendería si los respectivos jueces del distrito le pidiesen comparecer cuando acordemos discutir los cargos contra Ronnie Davison.

Si es que lo acuerdan -dijo ella en voz baja.

El agente del FBI apartó la vista y Tiel comprendió que cargaba con un gran sentimiento de culpa por todo lo sucedido. Quizá incluso más que ella. Admitió haber sido engañado por la actuación de Russell Dendy. No se había dado cuenta de que Dendy entraba de nuevo en el helicóptero privado en el que había llegado y salía de él con una escopeta de caza. De haber sucedido lo impensable y de haber muerto Ronnie, Calloway habría sido en gran parte responsable de ello.

– ¿Ha recibido noticias sobre el estado de Ronnie?

– No -respondió Calloway-. Todo lo que sé es que cuando lo trasladamos al helicóptero estaba con vida. No he sabido nada más. La pequeña está bien. Sabra ha ingresado en muy malas condiciones, que es mejor de lo que me esperaba. Ha recibido varias unidades de sangre. Su madre está con ella.

– No he visto al señor Cole Davison.

– Permitieron que acompañara a Ronnie en el helicóptero. Estaba… bueno, ya puede imaginárselo.

Permanecieron un momento en silencio, insensibles a la actividad de los demás agentes, que estaban ocupados con la «limpieza». Finalmente, Calloway le indicó que se levantara de su asiento y la escoltó fuera, donde la mañana brillaba ya con todo su esplendor.

– Adiós, señor Calloway.

– ¿Señorita McCoy? -había empezado ya a caminar para irse, pero se volvió. El agente especial Calloway parecía bastante incómodo por lo que estaba a punto de decir-. Ha sido una experiencia terrible para usted, estoy seguro. Pero me alegro de que tuviéramos allí dentro a alguien tan sensato como usted. Ha ayudado a mantener la cordura y ha actuado con un aplomo notable.

– Yo no soy en absoluto destacable, señor Calloway. Mandona, tal vez sí -dijo con una débil sonrisa-. De no haber sido por Doc… -Ladeó la cabeza, inquisitivamente. ¿Le ha dado su declaración?

– Se la ha tomado el sheriff Montez.

Hizo un ademán en dirección al sheriff, a quien ella no había visto y que estaba en la sombra, apoyado contra la camioneta. Se tocó el sombrero de ala ancha a modo de saludo y se aproximó a ella sin prisas, aunque ignorando su pregunta no expresada sobre Doc.

– Nuestro alcalde se ha ofrecido a hospedarla en el motel de la ciudad. No es el Ritz -le advirtió riendo entre dientes-. Pero puede quedarse en él todo el tiempo que precise.

– Gracias, pero voy a regresar a Dallas.

– No, enseguida no. -Gully acababa de unirse a ellos, y junto a él estaba Kip-. Vamos a regresar en helicóptero y entregaremos esta cinta a edición para que puedan empezar el montaje.

– Iré yo también y mandaré a alguien a recoger mi coche.

Gully empezó a negar con la cabeza antes de que Tiel terminara de hablar.

– Sólo hay espacio para dos pasajeros, y tengo que regresar. No quiero ni pensar lo que ese extravagante con anillos en la ceja habrá hecho con mi sala de prensa. Tú aceptarás el amable ofrecimiento del alcalde. Enviaremos luego el helicóptero a recogerte, junto con un alumno en prácticas para que conduzca de nuevo tu coche hasta Dallas. Además, apestas. Una ducha no te iría mal.

– La verdad es que sabes cómo quitarle el encanto a una situación cuando te lo propones, Gully.

Parecía que todo estaba solucionado, y ella estaba demasiado agotada como para oponer mucha resistencia. Concretaron el momento y el lugar para coger luego el helicóptero y el sheriff Montez prometió llevarla más tarde allí. Gully y Kip se despidieron y se apresuraron hacia el helicóptero con el anagrama de su canal pintado en los laterales que estaba ya esperándoles.

Calloway le tendió la mano.

– Buena suerte, señorita McCoy.

– Igualmente. -Se estrecharon la mano, pero antes de que él la retirara, ella le detuvo-. Ha dicho que se alegraba de que yo estuviera allá dentro -dijo, moviendo la cabeza en dirección a la tienda-. Yo me alegro de que usted estuviese aquí fuera, señor Calloway. -Y lo decía en serio. Habían tenido mucha suerte de tenerlo a él como agente al cargo de una misión tan delicada como la que habían vivido. Otro tal vez no la habría gestionado con la sensibilidad que él había demostrado.

El indirecto cumplido le puso en una situación embarazosa.

– Gracias -dijo rápidamente, luego se volvió para entrar de nuevo en la camioneta.

El sheriff Montez retiró sus maletas del coche y las colocó en el asiento trasero de su coche patrulla. Tiel protestó al ver que pretendía hacerle de chófer.

– Puedo conducir, sheriff.

– No es necesario. Está tan fatigada que me temo que se quedaría dormida al volante. Si le preocupa el coche, enviaré un agente a por él. Lo dejaremos aparcado delante de nuestra oficina para poder vigilarlo.

Sorprendentemente, agradeció el cambio que suponía poder renunciar al control de la situación y no tener que tomar decisiones comprometedoras.

– Gracias.

El viaje hasta el motel fue muy corto. Había seis habitaciones a ambos lados de un pasillo techado entre los edificios que proporcionaba una estrecha franja de sombra. Las puertas estaban pintadas del color naranja característico de la Universidad de Texas.

– No es necesario que se registre. Es la única hospedada. -Montez abandonó el volante y dio la vuelta al vehículo para ayudarla.

Tenía la llave de la habitación y abrió con ella la puerta. El aire acondicionado estaba ya conectado. La unidad, situada junto a la ventana, zumbaba con fuerza y alguna de sus piezas interiores emitía un sonido metálico intermitente, pero no eran más que ruidos conocidos. En la única mesita de la habitación alguien había colocado un jarrón con girasoles y una cesta llena de fruta fresca y productos de bollería envueltos en plástico de color rosa.

– Las damas católicas no iban a verse superadas por las baptistas -le explicó el sheriff.

– Han sido todos muy amables.

– Y qué menos, señorita McCoy. De no haber sido por usted, todo podría haber ido mucho peor. Ninguno de nosotros quiere ver el nombre de Rojo Flats en el mapa dando título a una masacre. -Se tocó el ala del sombrero al retirarse y antes de cerrar la puerta a sus espaldas, dijo-: Cualquier cosa que quiera, llame a la oficina. Por lo demás, nadie la molestará. Descanse. Vendré a por usted más tarde.

Normalmente, lo primero que hacía Tiel cuando entraba en la habitación de un hotel era encender el televisor. Era una adicta a las noticias. Mirase o no la pantalla, siempre la tenía sintonizada en un canal de noticias de veinticuatro horas. Se quedaba dormida frente a él, se despertaba con él.

Pero ahora, de camino al minúsculo baño cargada con su neceser, pasó por delante del televisor sin siquiera percatarse de su presencia. El espacio de la ducha apenas permitía moverse en ella, pero el agua estaba caliente y era abundante. Debajo del chorro humeante, dejó que le empapara bien la cabeza antes de lavársela. Se enjabonó con placer con su jabón de importación y de venta exclusiva en Neiman's. Se depiló las piernas con la cuchilla, evitando las heridas de las rodillas. Utilizó el secador sólo para quitar la primera humedad del cabello y luego se inclinó sobre el lavabo para lavarse los dientes.

Todo resultaba maravilloso.

¿Pero por qué se sentía tan mal?

Acababa de obtener el reportaje más importante de su carrera. Nine Live era suyo. Así lo había dicho Gully. Tendría que sentirse feliz como un cascabel. Pero tenía en cambio la sensación de que todos sus miembros le pesaban una tonelada. ¿Dónde estaba aquel cosquilleo que aportaba un buen reportaje? Se sentía tan apática como una botella de champán abierta tres días atrás.

Falta de sueño. Eso era. En cuanto hubiese dormido unas horas estaría otra vez bien. Habría recuperado su antigua personalidad. Habría recargado las pilas y estaría lista.

De nuevo en la habitación, buscó en su maleta una camisetilla de tirantes y unas bragas, se las puso, conectó la alarma del despertador y abrió la cama. Las sábanas tenían un aspecto cálido y acogedor. Le pasó por la cabeza que igual las manchaba con la sangre de las rodillas y las manos, pero no le importaba.

Cuando oyó que llamaban a la puerta lo confundió con un nuevo sonido del mecanismo del aire acondicionado. Pero cuando llamaron de nuevo, se dirigió a la puerta y la abrió.

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