Capítulo 11

Tiel se miró en el espejito que llevaba en el bolso, pero lo cerró sin retocarse.

Pensó que cuanto más desarreglada estuviera, mayor impacto tendría el vídeo. La única concesión que haría sería la de cambiar la blusa manchada por la camiseta. Si los telespectadores la veían como siempre -bien peinada, bien vestida y maquillada-, el vídeo perdería parte de su vigor.

Quería que fuese un gran golpe. No sólo para los telespectadores en sus casas, sino también para los poderes fácticos del canal de televisión. Se le había presentado aquella oportunidad y quería capitalizarla. Pese a que ya tenía un trabajo maravilloso y era muy respetada por su instinto periodístico y sus conocimientos, su carrera daría un giro drástico si conseguía el codiciado puesto de presentadora de Nine Live.

El magacín diario de noticias llevaba meses en fase de planificación. Al principio se creía que era sólo un rumor, el sueño imposible de la directiva de la emisora, algo en su lista de deseos para un futuro inconcreto.

Pero por fin parecía que acabaría haciéndose realidad. El programa de media hora saldría al aire entre Jeopardy! y la primera edición de las noticias de la noche. Los directores artísticos empezaban a presentar diseños a revisión. Se habían celebrado reuniones para discutir el concepto del programa, su profundidad y su enfoque. El departamento de promociones estaba trabajando en un logotipo exclusivo y fácilmente identificable. Se había cerrado el presupuesto para llevar a cabo una campaña publicitaria a gran escala. Nine Live sería pronto una realidad.

Tiel quería que fuese su realidad, su futuro.

Aquel reportaje beneficiaba sus oportunidades de conseguir el puesto. Aquella situación se convertiría al día siguiente en una gran noticia y seguramente continuaría siéndolo durante unos días. Los reportajes de seguimiento sobre los implicados aparecerían indefinidamente y las posibilidades serían interminables: cómo iba Katherine; el juicio y la sentencia de Ronnie; el punto muerto entre Davison y Dendy: una retrospectiva un año después.

Podría entrevistar al agente especial Calloway, a los Dendy, al padre de Ronnie y al sheriff Montez. Y al esquivo doctor Bradley Stanwick.

Por supuesto, quedaba por ver si Doc accedería a una entrevista, pero todo era posible y Tiel era optimista por naturaleza.

Durante los días y las semanas siguientes, sería el foco de atención de los medios de comunicación. Sin duda alguna, recibiría también mucha cobertura en las revistas y los periódicos. La emisora de televisión se beneficiaría de su exposición a nivel nacional. Los índices de audiencia subirían como la espuma. Sería la niña mimada de la sala de prensa y su popularidad se extendería hasta los despachos alfombrados de las plantas superiores.

Te corroerá la envidia, Linda Harper.

Ronnie interrumpió sus ensoñaciones.

– ¿Señorita McCoy? ¿Es él?

El responsable de filmar el vídeo se materializó entre las sombras que había más allá de los surtidores de gasolina. El peso de la cámara le forzaba el brazo derecho, pero era también como una extensión del mismo. Rara vez se le veía sin ella.

– Sí, es Kip.

Ensayó mentalmente lo que iba a decir como introducción. «Les habla Tiel McCoy desde el interior de un supermercado en Rojo Flats, Texas, donde desde hace varias horas se está desarrollando un drama en el que están implicados dos adolescentes de Fort Worth. Tal y como se ha informado ya, a primera hora de hoy, Ronnie Davison y Sabra Dendy…»

¿Qué era lo que estaba sintiendo? ¿Un remordimiento de conciencia? Lo ignoró. Era su trabajo. Se dedicaba a aquello. Igual que el doctor Stanwick había aplicado sus habilidades al parto de urgencias, ella iba a aplicar ahora a la situación sus habilidades particulares. ¿Qué había de malo en ello? No era explotación.

¡No lo era!

Si Sam Donaldson se encontrara en el interior de un avión secuestrado y tuviese la oportunidad de brindar un reportaje a su canal, ¿rechazaría la oferta sólo porque las vidas de otras personas corrían peligro? Por supuesto que no. ¿Le diría al jefazo de su canal que no quería realizar el reportaje porque suponía el riesgo de invadir la intimidad de los demás rehenes? No me hagas reír.

Era la gente quien hacía las noticias. Los reportajes más atractivos eran sobre personas cuya vida estaba en peligro. Cuanto más inmediato fuera el peligro, más apasionante era el reportaje. Ella no había creado aquella situación para mejorar su carrera. Simplemente informaba sobre ella. Era evidente que su carrera saldría beneficiada, pero aun así, se limitaba simplemente a hacer su trabajo.

«A primera hora de hoy, Ronnie Davison y Sabra Dendy huyeron de su instituto desafiando la autoridad paterna… y acabaron desafiando la ley. Estos dos jóvenes están metidos ahora en un callejón sin salida con el FBI y otros cuerpos de seguridad. Soy uno de sus rehenes.»

Kip estaba en la puerta.

– ¿Cómo sé que no lleva un arma? -preguntó nervioso Ronnie.

– Es un genio de la videocámara, pero dudo que sepa por qué extremo de una pistola se dispara. -Era cierto. Kip parecía tan amenazador como un bombón. A través de un visor, era capaz de captar la iluminación y los ángulos que le proporcionarían las imágenes más bellas. Pero era tremendamente miope en lo que a mirarse en el espejo se refería. O así parecía. Siempre iba vestido de cualquier manera y despeinado.

Ronnie le indicó a Donna que activara la cerradura electrónica. Kip empujó la puerta. La puerta volvió a cerrarse a sus espaldas.

El chico dio un salto de nerviosismo al oír el sonido metálico.

– Hola, Kip.

– Tiel. ¿Estás bien? No puedes imaginarte lo tenso que está Gully.

– Ya ves que estoy bien. No perdamos tiempo. Te presento a Ronnie Davison.

Era evidente que Kip esperaba encontrarse con un tipo duro, no con el pulcro y típico chico americano que Ronnie personificaba.

– Hola.

– Hola.

– ¿Dónde está la chica? -preguntó Kip.

– Está allí acostada.

Miró en dirección a Sabra y levantó la barbilla a modo de saludo.

– Hola.

Katherine dormía en brazos de su madre. Tiel vio que Doc seguía sentado en el suelo con la espalda apoyada en el congelador, desde donde podía controlar fácilmente a Sabra y a la vez permanecer oculto gracias a un expositor giratorio de aperitivos.

– Mejor que empecemos -dijo Kip-. Ese Calloway no ha dejado de remarcar que esto no podía llevar más de cinco minutos.

– Tengo algunos comentarios que hacer a modo de introducción y luego filmas la declaración de Ronnie. Reservaremos a Sabra y el bebé para el final.

Kip entregó a Tiel el micrófono sin cables, se subió la cámara al hombro y se ajustó el visor al ojo. Se encendió entonces la luz instalada en la parte superior de la cámara. Tiel se colocó en el lugar que había pensado, desde donde, a sus espaldas, podía verse la práctica totalidad del establecimiento.

– ¿Está bien así?

– Por mí, bien. Volumen ok. Estoy grabando.

– Les habla Tiel McCoy. -Realizó los breves comentarios de apertura que había ensayado. Su enunciado de los hechos fue apasionado pero no sensiblero, con la mezcla justa de empatia y despego profesional. Se resistió a la tentación de embellecerlos, creyendo que los comentarios de Ronnie y Sabra serían más conmovedores que cualquier cosa que ella pudiera decir.

Cuando terminó, le indicó a Ronnie que avanzara. Parecía reacio a ponerse bajo la luz del foco.

– ¿Cómo sé que no van a dispararme?

– ¿Mientras estás frente a la cámara y sin suponer una amenaza inminente? El FBI tiene ya suficientes problemas de relaciones públicas sin las protestas que eso acarrearía.

Comprendió la lógica de la argumentación de Tiel. Se colocó en el lugar indicado y tosió para aclararse la garganta.

– Dígame cuándo estoy en pantalla.

– Ya lo estás -dijo Kip-. Adelante.

– No he secuestrado a Sabra Dendy -espetó-. Huimos juntos. Tan simple como eso. He hecho mal atracando este establecimiento. Lo admito. -Continuó explicando que el motivo de su huida había sido la amenaza del señor Dendy de separarlos para siempre, a ellos y a su bebé-. Sabra y yo queremos casarnos y vivir con Katherine como una familia. Eso es todo. Señor Dendy, si no nos permite vivir nuestra propia vida, acabaremos con ella aquí mismo. Esta noche.

– Dos minutos -musitó Kip, recordándole el límite de tiempo.

– Muy bien, Ronnie. -Tiel le cogió el micrófono y le indicó a Kip que la siguiese hasta donde estaba acostada Sabra. Rápidamente se colocó para obtener el mejor ángulo de cámara posible.

– Asegúrese de sacar también al bebé -le dijo Sabra.

– Sí, señora. Estoy rodando.

Ronnie había adoptado el enfoque típicamente masculino: agresivo, beligerante, desafiante. La declaración de Sabra fue quizá más elocuente, pero igual y escalofriantemente resolutiva. Los ojos se le inundaron de lágrimas, pero no vaciló al concluir con:

– Es imposible que comprendas cómo nos sentimos, papá, porque tú no sabes lo que es querer a nadie. Dices que sólo quieres lo mejor para mí, pero eso no es cierto. Lo que quieres es lo mejor para ti. Estás dispuesto a sacrificarme, estás dispuesto a entregar a tu nieta en adopción, simplemente para salirte con la tuya. Es muy triste. No te odio. Me das pena.

Acabó en cuanto Kip dijo:

– Se ha acabado el tiempo. -Apagó la cámara y la bajó del hombro-. No quiero superar el límite de tiempo y ser la causa de que todo se vaya al traste.

Mientras él y Tiel se encaminaban hacia la puerta, dijo:

– Un tipo llamado Joe Marcus ha llamado varias veces a la sala de redacción.

– ¿Quién?

– Joe Mar…

– ¡Oh!,Joseph.

– Se puso tan pesado que al final me lo pasaron aquí.

– ¿Cómo se ha enterado de esto?

– Igual que todo el mundo, supongo -respondió Kip-. Lo habrá oído en las noticias. Quería saber si estabas bien. Dijo que estaba tremendamente preocupado por ti.

En las horas que habían transcurrido desde la conversación telefónica que había mantenido con él, prácticamente se había olvidado de la mentirosa rata infiel con quien tenía planeado disfrutar de una escapada romántica. Le parecía que había pasado mucho tiempo desde que Joseph Marcus la había conquistado. Apenas recordaba su aspecto.

– Si vuelve a llamar, le cuelgas el teléfono.

El imperturbable fotógrafo se encogió de hombros lacónicamente.

– Lo que tú quieras.

– Y Kip, asegúrate de decirle a Calloway y compañía que el agente Cain y todos nosotros estamos bien.

– Eso lo dirá por usted -dijo Cain-. Dile a Calloway que he dicho…

– ¡Cállese! -le gritó Ronnie-. O dejaré que el mexicano vuelva a taparle la boca.

– Vete al infierno.

Kip parecía reacio a abandonar a Tiel en un entorno tan hostil como aquél, pero los focos delanteros de un coche le hicieron ráfagas un par de veces.

– Es mi señal -explicó-. Tengo que irme. Cuídate, Tiel.

Cruzó la puerta y Ronnie indicó a Donna que volviera a cerrarla.

Cain se echó a reír.

– Eres un tonto, Davison. ¿Crees que ese vídeo es coser y cantar? Lo único que ha visto Calloway con esto ha sido una manera de prolongarlo un poco más, de reunir más hombres aquí.

Los ojos de Ronnie pasaron del agente del FBI a Tiel, quien negó con la cabeza.

– No lo creo, Ronnie. Ya has hablado con Calloway. Parece sinceramente preocupado por todo el mundo. No creo que fuera a engañarte.

– Entonces usted no es más lista que él. -Cain rió con disimulo-. Calloway tiene un psicólogo ahí fuera que le apoya en la gestión de los sucesos. Saben cómo suavizar las cosas. Saben qué teclas deben pulsar. Calloway lleva veinte años en la agencia. Esta situación es como migajas para él. Podría manejarla incluso dormido.

– ¿Por qué no se calla? -dijo Ronnie, rabioso.

– ¿Por qué no te vas a la mierda?

Vern, que se había despertado para aparecer en televisión, dijo:

– Oiga, controle su lenguaje en presencia de mi esposa.

– No importa, Vern -dijo Gladys-. Es un cabrón.

– Tengo que ir al lavabo -gimoteó Donna.

– ¡Que todo el mundo pare quieto y se calle! -gritó Ronnie.

Estaba demacrado. Había conseguido mantener la compostura delante de la cámara, pero sus nervios volvían a quebrarse. El cansancio, el nerviosismo y la pistola cargada creaban una combinación mortal.

Tiel habría estrangulado a Cain por incitarlo. Desde su punto de vista, el FBI estaría mejor sin el agente Cain.

– Ronnie, ¿qué tal si nos permites ir al baño? -sugirió. Son muchas horas para todos. Podría ayudar a relajarnos un poco mientras esperamos noticias de Calloway. ¿Qué dices?

Se lo pensó.

– Las señoras. De una en una. Los hombres no. Si tienen que ir, pueden hacerlo aquí.

Donna fue la primera en ir. Luego Gladys. Tiel fue la última. Una vez en el baño, rebobinó la cinta de la grabadora que llevaba en el bolsillo y le hizo un chequeo rápido. Se oía la voz de Sabra, apagada pero lo bastante clara, diciendo sobre su padre: «Así es mi padre. Odia que le lleven la contraria». La pasó hacia delante, volvió a pararla, pulsó la tecla «Play» y escuchó la potente voz de barítono de Doc: «… con todo el mundo. Con todo. Con el maldito cáncer. Con mi incompetencia».

¡Sí! Tenía miedo de que la cinta se hubiese terminado antes de aquella conversación confidencial. Sería un invitado fantástico para Nine Live. Si es que podía convencerle de que lo fuera. Tendría que conseguirlo, eso era todo. Empezaría el programa con imágenes de archivo sobre sus dificultades después de la muerte de su esposa, luego pediría una opinión actualizada sobre aquellos infelices acontecimientos que le habían cambiado la vida. Podían seguir con una discusión sobre los sueños destrozados. Podría unirse a ellos un psicólogo, también un sacerdote, para profundizar en el tema: ¿Qué le sucede al alma cuando el mundo se derrumba a tu alrededor?

Excitada ante aquella perspectiva, guardó la grabadora en el bolsillo, fue al baño y se lavó la cara y las manos.

Cuando salió, Vern se dirigía hacia el baño de caballeros para vaciar el cubo que habían utilizado los hombres. Cuando Vern pasó junto a Cain, le preguntó a Ronnie:

– ¿Y él?

– No. A menos que usted se preste voluntario para bajarle la cremallera y hacer los honores.

Vern rió y continuó su camino.

– Parece que tendrá que hacérselo encima, agente.

Los mexicanos, captando el tono del intercambio, rieron ante el ridículo.

Tiel se reunió de nuevo con Doc, que tenía los ojos clavados en los dos hombres sentados junto a la nevera con la puerta de cristal hecha añicos. Tiel siguió la dirección de su pensativa mirada.

– Me pregunto sobre eso -murmuró él.

– ¿El qué?

– Esos dos.

– ¿Juan y Dos?

– ¿Qué?

– Al más bajo lo he bautizado como Juan. Al más alto…

– Dos. Entendido.

Se volvió para seguir controlando a Sabra. Tiel lo miró perpleja al sentarse a su lado.

– ¿Qué le preocupa de ellos?

Doc se encogió de hombros.

– Hay algo que no cuadra.

– ¿Cómo qué?

– No lo sé exactamente. Los he visto en cuanto entraron en la tienda. Actuaban de forma extraña incluso entonces.

– ¿En qué sentido?

– Estaban calentando alguna cosa en el microondas, pero tuve la impresión de que en realidad no estaban aquí para picar algo. Era como si estuviesen matando el tiempo. Esperando algo. O a alguien.

– Mmmm.

– No sé…, he tenido malas vibraciones. -Se rió de sí mismo-. Me han puesto receloso, pero ni en un millón de años habría mirado dos veces a Ronnie Davison. Esto viene a demostrar lo equivocadas que pueden ser las primeras impresiones.

– ¡Oh!, no estoy tan segura al respecto. Me fijé en ti cuando entraste en la tienda.

Levantó una ceja, inquisitivo.

La franqueza de su mirada resultaba tan excitante como turbadora. Sintió un cosquilleo en el estómago.

– Tiene una silueta imponente, Doc, sobre todo con el sombrero.

– ¡Oh! Sí. Siempre he sido muy alto para mi edad.

El comentario tenía la intención de ser chistoso, y funcionó al menos para que Tiel recuperara su respiración.

Entonces dijo él:

– Gracias por acceder a mi solicitud de no aparecer en la grabación.

Aquella vez, la conciencia hizo algo más que punzarle. Fue como una aguja afilada, tremendamente difícil de ignorar. Murmuró una respuesta de cortesía y luego, impaciente por cambiar de tema, hizo un ademán en dirección a Sabra.

– ¿Algún cambio?

– La hemorragia ha vuelto a aumentar. No tanto como antes. Tendría que volver a darle el pecho a la niña. Ha pasado casi una hora, pero no me gusta despertarla mientras descansa.

– Seguramente estarán viendo ya el vídeo. A lo mejor sale pronto hacia el hospital.

– Es fuerte, pero está agotada.

– Igual que Ronnie. Percibo señales de desintegración. Ojalá no hubiese visto tantos dramas sobre situaciones con rehenes… de ficción y reales. Cuanto más se prolonga un hecho como éste, más excitable se pone todo el mundo. Explotan los nervios. El humor está que arde.

– Luego los tiros.

– Eso ni lo mencione. -Se estremeció-. Por un instante he temido que la preocupación de Ronnie respecto a posibles francotiradores fuera válida. ¿Y si Calloway me hubiera engañado? ¿Y si resultase que lo del vídeo era un plan en el que Kip, Gully y yo éramos simples peones?

Acomodándose un poco, preguntó él:

– ¿Quién es ese Gully?

Describió su relación profesional.

– Es un personaje auténtico. Apuesto a que está mostrando las uñas ahí fuera -dijo, con una sonrisa.

– ¿Y quién es Joe?

La inesperada pregunta acabó con la sonrisa.

– Nadie.

– Alguien. ¿Un novio?

– Un potencial.

– ¿Un novio potencial?

Espoleada por su insistencia, estuvo a punto de decirle que se ocupase de sus propios asuntos y dejara de meter las narices en sus conversaciones privadas. Pero pensando en la grabación que tenía en su poder, se replanteó su reacción. Una buena manera de ganarse su confianza sería confiando en él.

– Joseph y yo salimos varias veces. Joseph iba en camino de ganarse el título oficial de «novio», pero olvidó mencionar que era el marido de otra mujer. El terrible descubrimiento es de esta misma tarde.

– Mmmm. ¿Enfadada?

– ¿Usted qué cree? Furiosa.

– ¿Lo lamenta?

– ¿Por él? No, en absoluto. Lo lamento por haber sido tan ingenua. -Se aporreó la palma de una mano con el puño de la otra-. A partir de ahora, todas mis futuras citas tendrán que presentar formalmente tres referencias firmadas ante notario.

– ¿Y su ex?

Dos puntos para Doc. Tenía un talento natural para mitigar al instante sus sonrisas con una pregunta repentina y que le daba qué pensar.

– ¿Qué hay de él? ¿Lo tiene en mente?

– No.

– ¿Está segura?

– Por supuesto que estoy segura.

– No queda nada…

– No.

Frunció el entrecejo, dubitativo.

– Cuando se lo he mencionado ha puesto usted una cara graciosa de verdad.

Por dentro estaba suplicándole que no la hiciese pasar por aquello. De la misma manera, contarle la historia le serviría para matar su curiosidad.

– John Malone. Un gran nombre de la televisión. Con una cara y una voz en consecuencia. Nos conocimos a través del trabajo y nos enamoramos como locos. Los primeros meses fueron una bendición. Luego, poco después de que nos casáramos, fue contratado por un canal como corresponsal en el extranjero.

– Ah. Ya entiendo.

– No, no lo entiende -replicó ella-. En absoluto. Los celos profesionales no entraban en juego. Era una oportunidad fantástica para John y estuve francamente a favor de la misma. La idea de vivir en el extranjero resultaba excitante. Me imaginaba viviendo en París o en Londres o en Roma. Pero se tenía que elegir entre América del Sur o Bosnia. Esto fue antes de que los americanos oyeran hablar por primera vez de Bosnia. Los combates allí estaban sólo empezando.

Sin pensarlo, tiró de un hilo suelto del dobladillo de la camiseta.

– Naturalmente, le animé para que se decantara por lo más seguro, Río. Adonde, casualmente, yo podía acompañarle. No me gustaba la idea de que mi pareja me dejara en los Estados Unidos para irse a una zona en guerra, sobre todo a una zona con fronteras tan indefinidas y en la que todo el mundo estaba aún decidiendo de qué bando estaba.

»Optó por la más emocionante de las dos. Quería estar donde estuviese la acción, donde tuviera la garantía de estar más tiempo en pantalla. Discutimos sobre el tema. Apasionadamente. Al final le dije: «De acuerdo, John, está bien. Ve. Deja que te maten».

Levantó la cabeza y se encontró directamente con los ojos de Doc.

– Y eso fue lo que hizo.

La expresión de él permanecía impasible.

Tiel continuó.

– Entró en una zona donde se suponía que los periodistas no podían entrar…, lo que no me sorprendió -añadió con una risa débil-. Era aventurero por naturaleza. Cayó por la bala de un francotirador. Repatriaron su cuerpo. Lo enterré apenas tres meses después de nuestro primer aniversario de bodas.

Pasado un rato, dijo Doc:

– Eso es duro. Lo siento.

– Sí, bueno…

Permanecieron en silencio mucho tiempo. Fue Tiel quien habló por fin.

– ¿Y cómo le ha ido a usted?

– ¿En cuanto a qué?

– A las relaciones.

– ¿Concretamente…?

– Vamos, Doc. No se haga el tonto -le reprendió en voz baja-. Yo le he sido sincera.

– Eso ha sido decisión suya.

– Lo justo es lo justo. Compártalo conmigo.

– No hay nada que compartir.

– ¿Sobre usted y las mujeres? -preguntó con incredulidad. Eso no me lo creo.

– ¿Qué quiere? ¿Nombres y fechas? ¿Empezando por cuándo, señorita McCoy? ¿Cuenta el instituto, o empiezo por la universidad?

– ¿Qué le parece desde la muerte de su esposa?

– ¿Qué le parece meterse en sus jodidos asuntos?

– De hecho, estamos hablando de sus jodidos asuntos.

– No, no estamos. Está usted.

– Después del lío de su esposa, creo que le debió de resultar difícil confiar en otra mujer.

La boca de él quedó confinada a una estrecha mueca de rabia, indicando con ello que le había tocado la fibra sensible.

– No sabe nada de…

Pero Tiel nunca llegó a saber de su boca qué era lo que no sabía, pues las palabras de Doc se vieron interrumpidas por un grito ensordecedor de Donna.

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