Capítulo 12

La cinta de Kip se emitía simultáneamente en dos monitores de la camioneta y todos los allí congregados se apiñaban para verla. Uno de los agentes del FBI dirigía el panel de control y congelaba la imagen siempre que Calloway se lo pedía.

– ¿Dónde está mi hija? No veo a Sabra.

Calloway detectó alcohol en el aliento de Dendy. Había estado saliendo de la camioneta regularmente, «para respirar un poco de aire fresco». Pero, al parecer, había estado tomando algo más que oxígeno.

– Paciencia, señor Dendy. Estamos ansiosos por verlo todo. Necesito saber dónde está posicionada la gente. En cuanto tenga una visión general, volveremos a pasar la cinta y la pararemos en los segmentos que merezcan un estudio más detallado.

– A lo mejor Sabra ha intentado enviarme un mensaje privado. Algún tipo de señal.

– A lo mejor -fue la evasiva respuesta del agente.

Escuchó los comentarios de presentación de Tiel McCoy con la nariz a menos de un palmo de distancia del monitor en color. Cabía admitir que la chica sabía mantener la compostura. Estaba serena. Su aspecto no era el ideal porque iba vestida con una camiseta con la bandera de Texas, pero aparecía tranquila y hablaba como si estuviera en un estudio de televisión, sana y salva detrás de una mesa de despacho.

– Ese hijo de puta -soltó Dendy en cuanto Ronnie apareció en pantalla.

– Si no puede mantener la boca cerrada, señor Dendy, estaré más que feliz de podérsela cerrar yo mismo. -Cole Davison profirió la amenaza en voz baja, aunque con toda su fuerza.

– Caballeros -dijo Calloway.

Nadie más habló mientras Ronnie ofrecía su discurso. Pero el silencio se hizo aún más pesado cuando la cámara pasó a captar la escena de Sabra y la recién nacida. Las imágenes eran conmovedoras, desgarradoras. El diálogo era turbador. Ninguna nueva madre con su bebé en brazos amenazaría con quitarse la vida.

Nadie dijo nada durante los segundos posteriores a la conclusión de la cinta. Finalmente, Gully tuvo la valentía de pronunciar en voz alta lo que todos los demás estaban pensando.

– Supongo que esto responde a la pregunta de quién es el responsable de todo esto.

Calloway levantó la mano, desanimando cualquier otro comentario editorial no solicitado sobre la culpabilidad de Russell Dendy. Se volvió hacia Cole Davison.

– ¿Qué me dice de Ronnie? ¿Qué le ha parecido?

– Agotado. Asustado.

– ¿Colocado?

– No, señor -respondió rápidamente Davison-. Ya se lo he dicho, es un buen chico. No va de drogas.

A lo mejor una cerveza de vez en cuando. No pasa de ahí.

– Mi hija no es ninguna droga dicta -observó Dendy.

Calloway siguió centrado en Davison.

– ¿Ha visto alguna cosa inusual que pudiera alertarnos de un estado de ánimo inestable?

– Mi hijo de dieciocho años está hablando de suicidarse, señor Calloway. Creo que esto viene a resumir su estado de ánimo.

Pese a que Calloway comprendía a aquel hombre a la perfección -él también tenía hijos adolescentes-, siguió presionándole para obtener más información.

– Usted lo conoce, señor Davison. ¿Cree que está marcándose un farol? ¿Le parece sincero? ¿Cree que lo haría?

El hombre luchó por encontrar una respuesta. Luego bajó la cabeza, abatido.

– No, no creo. La verdad es que no. Pero…

– ¿Pero? -Calloway resaltó la conjunción-. ¿Pero qué? ¿Ha mostrado alguna vez Ronnie tendencias suicidas?

– Nunca.

– ¿Rabietas violentas? ¿Un carácter incontrolable?

– No -respondió brevemente. Sin embargo, parecía incómodo con su respuesta anterior. Nervioso, miró a Calloway y a los demás, y luego volvió a fijarse en el agente-. Bien, sólo una vez. Fue un incidente aislado. Y no era más que un niño.

Calloway gruñó para sus adentros. Estaba muy seguro de no querer escuchar detalles sobre la única vez que Ronnie Davison había errado.

– Tal vez no sea relevante, seguramente no lo es, pero sería mejor que me lo contara.

Después de un prolongado e incómodo silencio, Davison empezó.

– Ronnie estaba pasando sus vacaciones de verano conmigo. Hacía poco tiempo que su madre y yo nos habíamos divorciado. Ronnie tenía problemas para adaptarse a la situación de separación. Bueno, al caso -dijo, cambiando inconscientemente el peso del cuerpo de un pie al otro-, se encaprichó de una perra que vivía unas manzanas más allá. Me explicó que su propietario era muy malo con ella, que no siempre le daba de comer, que nunca la bañaba. Cosas de ese tipo.

»Yo conocía al propietario. Era un cabrón, estaba casi siempre borracho, de modo que sabía que Ronnie me contaba la verdad. Pero no era asunto nuestro. Le dije a Ronnie que se alejara de la perra. Pero, como he dicho, había establecido un verdadero vínculo con la pobre criatura. Supongo que necesitaba compañía. O a lo mejor le gustaba el animal porque era tan miserable como él se sentía aquel verano. No lo sé. No soy psicólogo infantil.

Dendy le interrumpió.

– ¿Vamos a alguna parte con esta triste historia?

Calloway le lanzó una mirada y a punto estuvo de decirle que se callase antes de volverse hacia el otro hombre.

– ¿Qué pasó, Cole?

– Un día, Ronnie desató a la perra y la trajo a casa. Le dije que la devolviera de inmediato al patio del vecino. Se puso a llorar y se negó a hacerlo. Dijo que antes prefería verla muerta que viviendo de aquella manera. Le regañé y fui a buscar mis llaves con la intención de ir a devolver a la perra con la furgoneta.

»Pero cuando volví a la cocina, Ronnie se había ido, y también la perra. Para abreviar el relato, los busqué toda la noche. Vecinos y amigos anduvieron también buscándolo. A primera hora de la mañana siguiente, un ranchero los vio a él y a la perra escondidos detrás de su granero y llamó al sheriff.

»Cuando llegamos al granero, llamé a Ronnie y le dije que era hora de devolver la perra a su propietario y volver a casa. Él me dijo que no pensaba abandonar a la perra, que no pensaba dejar que la maltrataran de aquella manera.

Se interrumpió y se quedó con la mirada fija en el borde de su sombrero mientras lo acariciaba lentamente con los dedos.

– Cuando dimos la vuelta al granero, él estaba llorando con todas sus fuerzas. Estaba acariciando a la perra que estaba allí tendida, a su lado. Muerta. La había golpeado en la cabeza con una piedra y la había matado.

Cuando levantó los ojos para mirar a Calloway, los tenía rojos e inundados de lágrimas.

– Señor Calloway, le pregunté a mi hijo cómo podía haber hecho una cosa tan terrible. Me dijo que lo había hecho porque quería mucho a la perra. -Su potente pecho se estremeció mientras respiraba hondo-. Siento haberme enrollado tanto. Pero me ha preguntado si pensaba que podría hacer lo que dice que hará. Es la mejor forma que sé de responderle.

Calloway reprimió el poco profesional impulso de presionarle el hombro a aquel hombre en señal de comprensión. Dijo, muy tenso:

– Gracias por su aportación.

– De modo que es un caso mental -murmuró Dendy-. Tal y como venía yo siempre diciendo.

Pese a que el comentario de Dendy era innecesariamente cruel, Calloway no estaba en completo desacuerdo con la observación. Aquel incidente durante la infancia de Ronnie corría peligrosamente en paralelo con las circunstancias actuales. La historia de Cole Davison añadía un factor más a la situación, y no era un factor precisamente positivo. De hecho, ninguno de los factores había sido positivo desde el inicio de aquel incidente. Ninguno.

Se volvió hacia Gully.

– ¿Y la señorita McCoy? ¿Ha visto alguna cosa que sugiera que se encuentre coaccionada? ¿Que esté intentando transmitir más de lo que dice? ¿Algún doble significado en sus palabras?

– No, que yo pueda decir. Y he interrogado a Kip en profundidad.

El agente del FBI se volvió hacia el cámara.

– ¿Es todo tal y como nos han dicho? ¿No hay nadie herido?

– No, señor. El agente del FBI está atado con cinta adhesiva, pero no para de hablar, por lo que me imagino que está bien. -Miró a Dendy con aprensión, como recordando lo que les sucede a los portadores de malas noticias-. Pero la chica…

– ¿Sabra? ¿Qué le pasa?

– Hay por allí muchos pañales desechables llenos de sangre. Empapados y tirados a un lado. Pero recuerdo que cuando los vi, me dije: «¡Por Dios!».

Dendy ahogó una exclamación de asco.

Calloway continuó con Kip.

– ¿Se ha dado cuenta de alguna cosa fuera de lo normal en el comportamiento de su compañera o en su forma de decir las cosas?

– Tiel era la misma de siempre. Bien, excepto por su aspecto. Pero estaba fresca como una lechuga.

Finalmente, el agente se volvió hacia Dendy, que se había evitado la salida y bebía abiertamente de una petaca de bolsillo plateada.

– Ha mencionado la posibilidad de que Sabra le enviara un mensaje secreto. ¿Ha visto o ha oído alguna cosa que lo sugiera?

– ¿Cómo quiere que se lo diga si sólo he visto la cinta una vez?

El hecho de que el tirano empresario se sintiese incómodo y que diese una respuesta indirecta era de por sí revelador. Dendy se veía por fin enfrentado a la horrible verdad: su mala gestión de los sucesos iniciales había incitado a Sabra y a Ronnie a tomar medidas desesperadas y la situación se había puesto terriblemente fea.

– Rebobina -le ordenó Calloway al agente responsable del panel de control-. Veamos de nuevo la cinta. Cualquiera que vea algo especial que lo diga. -La grabación volvió a empezar.

– Tiel eligió ese lugar para que pudiéramos ver a la gente que tenía detrás -observó Gully.

– Ésa es la nevera con el cristal roto por el disparo -dijo uno de los otros agentes, señalando un punto de la pantalla.

– Páralo aquí.

Inclinándose hacia delante, Calloway se centró no en la reportera, sino en el grupo de gente que había detrás.

– La mujer que se apoya en el mostrador debe de ser la cajera.

Dijo el sheriff Montez:

– Ésa es Donna, sí. Ese peinado no se presta a confusiones.

– Y ése es el agente Cain, ¿no es eso, Kip? -Calloway señaló un par de piernas, que se veían sólo de rodillas abajo.

– Sí. Está sentado con la espalda apoyada contra el mostrador.

– La cinta adhesiva plateada resalta bien sobre los pantalones negros, ¿verdad?

El pequeño comentario jocoso de Gully pasó desapercibido. Calloway estaba estudiando a la pareja de ancianos sentada en el suelo cerca de Cain.

– ¿Y esos ancianos? ¿Están bien?

– Por lo que puedo decir, no se pierden detalle.

– ¿Y los otros dos hombres?

– Mexicanos. Oí que uno le decía al otro algo en español, pero hablaba muy bajo y, de todos modos, no lo habría entendido.

– ¡Oh!, Dios. -Calloway saltó de su asiento de una manera tan precipitada, que la silla salió corriendo hacia atrás.

– ¿Qué?

Los otros agentes, respondiendo a la alarma aparente de su superior, empujaron a los demás hacia un lado y se apiñaron junto a él.

– Éste. -Calloway dio golpecitos en la pantalla-. Miradlo bien y decidme si os suena. ¿Podríamos acercarlo más?

Con la ayuda de la tecnología disponible, el agente que gobernaba los controles pudo aislar la cara del mexicano. Podía agrandar la imagen, pero con ello sacrificaba la calidad y el enfoque. Los agentes miraron fijamente la imagen granulada y entonces uno de ellos volvió la cabeza y exclamó:

– ¡Ah, mierda).

– ¿Qué? -preguntó Dendy.

Davison inquirió también:

– ¿Qué sucede?

Calloway los apartó a un lado y empezó a dar órdenes a sus subordinados.

– Llama a la oficina. Que todo el mundo se movilice. Informad por todas partes… Montez, sus hombres podrán ayudarnos.

– Por supuesto. ¿Pero ayudar en qué? -El sheriff se encogió de hombros-. Me he perdido del todo.

– Reúna todos sus hombres. Notifíquelo también a los condados vecinos. Que se pongan a buscar un camión abandonado. Un vagón de tren. Una caravana.

– ¿Un camión? ¿Una caravana? ¿Qué demonios sucede? -Dendy tuvo que gritar para hacerse oír por encima de la confusión que las electrizantes órdenes de Calloway habían generado en la atestada camioneta-. ¿Y qué pasa con mi hija?

– Sabra, todos, corren más peligro del que suponíamos.

Como para subrayar las inquietantes palabras de Calloway, se escuchó entonces el inconfundible sonido de un tiroteo.


El grito horripilante de Donna puso en pie a Tiel.

– ¿Qué pasa ahora?

Ronnie apuntaba con la pistola y gritaba:

– ¡Atrás! ¡Atrás! ¡Voy a disparar!

Dos, el más alto de los mexicanos, había cargado contra él. Ronnie lo había detenido a punta de pistola.

– ¿Dónde está el otro? -gritó frenéticamente-. ¿Dónde está tu compañero?

Sabra gritó:

– ¡No! ¡No!

Tiel se volvió a tiempo de ver cómo Juan arrancaba a Katherine de los brazos de Sabra. Apretó con fuerza, con demasiada fuerza, a la recién nacida contra su pecho. El bebé empezó a llorar, pero Sabra gritaba como sólo una madre cuyo hijo está en peligro puede gritar. Intentaba ponerse en pie clavando las uñas en la pernera de los pantalones de Juan, como si pretendiese escalar por ellos.

– ¡Sabra! -gritó Ronnie-. ¿Qué sucede?

– ¡Ha cogido a la niña! ¡Dame a mi bebé! ¡No le hagas daño!

Tiel se abalanzó, pero Juan extendió la mano y le dio de lleno en el esternón, obligándola a retroceder.

Tiel gritó de dolor y miedo por la recién nacida.

Doc gritó protestando sin palabras y Tiel pensó que debía de tener miedo de cargar contra Juan por temor a lo que aquél pudiera hacerle a la pequeña como venganza.

– ¡Dile que le devuelva al bebé! -Ronnie sujetaba la pistola entre ambas manos, apuntaba directamente al pecho de Dos y gritaba con toda la fuerza que sus pulmones le daban, como si el volumen pudiera conquistar la barrera del idioma-. ¡Dile a tu amigo que le dé al bebé o te mato!

Tal vez con la intención de ver lo angustiosa que era la amenaza de Ronnie, Juan cometió el error de mirar en dirección a la parte frontal del establecimiento donde ambos estaban.

Doc aprovechó aquella décima de segundo para dar la estocada.

Pero el mexicano reaccionó al instante. Ejecutó un golpe ensayado en dirección a la barbilla que acabó haciendo mella en el estómago de Doc. Doc se dobló por la mitad y se derrumbó en el suelo, delante del congelador.

– ¡Dile que le devuelva al bebé! -repitió Ronnie, con un chillido cortante como el hielo.

Donna gimoteaba:

– Moriremos todos.

Tiel le suplicaba a Juan que no le hiciese daño a Katherine.

– No le haga daño. Ella no es ninguna amenaza. Devuelva al bebé a su madre. Por favor. No haga esto, por favor.

Sabra no podía hacer prácticamente nada. Pese a ello, el instinto maternal la había llevado a ponerse en pie.

Estaba tan débil que apenas se sujetaba. Balanceándose ligeramente, con el brazo extendido, le imploró al hombre que le devolviese a su hija.

Juan y Dos se gritaban entre ellos, intentando comunicarse por encima de las demás voces, incluyendo las de Vern y Gladys, la cual no paraba de maldecir. Donna aullaba.

El agente Cain vociferaba acusaciones contra Ronnie, diciéndole que si se hubiese rendido antes nada de aquello habría sucedido, que si aquello terminaba en tragedia la culpa sería sólo suya.

El tiroteo dejó mudo a todo el mundo.

Tiel, que había estado intentando convencer a Juan, fue testigo de su mueca de dolor cuando la bala le dio. De modo reflejo, el hombre se lanzó hacia delante y se llevó la mano al muslo. Habría dejado caer a Katherine si Tiel no hubiese estado allí para cogerla.

Abrazando al bebé, dio media vuelta preguntándose cómo había conseguido Ronnie un disparo tan claro y exacto, un disparo tan bien colocado que había incapacitado a Juan dejando ileso al bebé.

Pero Ronnie seguía con la punta de la pistola apuntada en dirección al pecho de Dos y parecía tan sorprendido como los demás ante aquel disparo.

El tirador había sido Doc. Estaba tendido de espaldas al suelo y con un pequeño revolver en la mano. Tiel reconoció el arma del agente Cain, la pistola que había enviado de un puntapié debajo del congelador y que había olvidado por completo. Gracias a Dios que Doc se acordaba de ella.

Doc aprovechó el momento de silencio.

– Gladys, venga aquí.

La anciana rodeó corriendo el expositor de aperitivos.

– ¿Lo ha matado?

– No.

– Muy mal.

– Coja el bebé para que Tiel pueda atender a Sabra. Yo me ocuparé de él -dijo, refiriéndose a Juan-. Ronnie, relájate. Todo está controlado. No es necesario que cunda el pánico.

– ¿Está bien el bebé?

– Sí, está bien. -Gladys acercó a la pequeña hasta Ronnie para que pudiese comprobarlo él mismo-. Está muy enfadada y no la culpo por ello. -Miró de reojo a Juan, que estaba sentado en el suelo y con la mano posada en el muslo, y bufó con desdén.

Con varios golpes de pistola, Ronnie devolvió a Dos al lugar donde estaba. Su expresión era más malvada y agitada que antes.

Doc colocó el revolver de Cain en lo alto de un estante de comida, lejos del alcance de Juan, y se arrodilló para cortarle con unas tijeras la pernera de los pantalones.

– Vivirá -dijo lacónicamente después de evaluar los daños y taponando con gasas la herida-. Ha tenido suerte de que la bala pasase de largo la arteria femoral.

Los ojos de Juan brillaban de rencor.

– ¿Doc? -Tiel había acostado de nuevo a Sabra, pero el suelo a su alrededor estaba resbaladizo y manchado de sangre fresca. La chica tenía un color blanco fantasmagórico.

– Lo sé -dijo Doc discretamente, captando la alarma tácita de Tiel-. Estoy seguro de que el corte del perineo se ha vuelto a abrir. Póngala lo más cómoda posible. Voy enseguida.

Había vendado apresuradamente la herida de Juan e improvisado un torniquete con otra de las camisetas de recuerdo. Con un dolor evidentemente insoportable, Juan sudaba con profusión y apretaba con fuerza sus blancos dientes. Pero a su favor cabe decir que no gritó cuando Doc, sin remilgos y sin delicadeza alguna, lo obligó a ponerse en pie y lo sostuvo mientras avanzaba a la pata coja.

Cuando pasaron junto a Cain, el agente abordó al herido.

– Estás loco. Podrías habernos matado a todos. ¿En qué estabas…?

Con más velocidad que una serpiente de cascabel al ataque, Juan, con el pie correspondiente a su pierna herida, le dio un maligno puntapié a Cain en la cabeza. Pagó un precio elevado por aquel repentino movimiento. Gruñó de dolor. Incluso así, la bota había conectado sólidamente con el hueso y el sonido fue casi tan fuerte como el del disparo. Cain se quedó en silencio e inconsciente al mismo instante. La barbilla descendió a la altura del pecho.

Doc empujó a Juan al suelo y lo colocó junto a la nevera, bien apartado de su compatriota.

– No irá a ninguna parte. Pero aunque sea sólo por seguridad, átale las manos, Ronnie. Las suyas también -añadió, señalando a Dos.

Ronnie ordenó a Vern que uniera las manos y los pies de los dos hombres con cinta adhesiva, como ya había hecho con Cain. Estuvo apuntándolos con la pistola mientras el anciano llevaba a cabo su tarea. Juan estaba demasiado preocupado por su pierna herida como para desperdiciar energía con improperios, pero Dos no tenía esas limitaciones. Continuó con una letanía de lo que se suponía debían de ser vulgaridades en español hasta que Ronnie amenazó con amordazarle si no callaba.

El teléfono sonaba sin que nadie lo respondiese y permaneció ignorado durante un buen rato. Tiel, que se había puesto un par de guantes con una presteza que la había dejado sorprendida, trabajaba frenéticamente para sustituir el pañal empapado en sangre de Sabra cuando el teléfono dejó de repente de sonar y escuchó a Ronnie que gritaba «¡Ahora no, estamos ocupados!», antes de colgar el auricular de un golpe. Luego dijo:

– ¿Cómo está Sabra?

Tiel le habló por encima del hombro:

– No está bien. -Se sintió muy aliviada al ver que Doc regresaba-. ¿Qué sucede?

– Juan le ha dado un puntapié a Cain en la cabeza. Está inconsciente.

– Nunca pensé que le daría las gracias a ese hombre por algo.

– Vern está atándolos. Me alegro de que estén… contenidos.

Se dio cuenta de la intensidad del rostro de Doc y supo que el estado cada vez peor de Sabra no era el único motivo de ello.

– ¿Porque son balas perdidas? La verdad es que no tenían nada que perder intentando hacerse con el control de la situación.

– Cierto. ¿Pero qué ganaban con ello?

¿Representaba realmente Ronnie Davison una amenaza para hombres de apariencia tan dura como ellos? Después de reflexionarlo, dijo Tiel:

– Nada que se me ocurra.

– Nada que se le ocurra. Eso es lo que me preocupa. Hay algo más -continuó, bajando la voz-. Fuera hay hombres con rifles que han tomado posiciones. Seguramente un equipo de fuerzas especiales.

– ¡Oh!, no.

– Los he visto situándose y poniéndose a cubierto.

– ¿Los ha visto Ronnie?

– No creo. Ese disparo debe de haber puesto nervioso a todo el mundo. Seguramente estarán pensando lo peor. Podrían irrumpir en el edificio, intentar entrar por el tejado o algo por el estilo.

– Ronnie se espantaría.

– Ahí es donde voy a parar.

El teléfono volvió a sonar.

– Ronnie, responde -le gritó Doc-. Explícales lo que ha sucedido.

– No hasta que sepa que Sabra está bien.

Aunque Tiel no era ni mucho menos una experta en medicina, el estado de Sabra le parecía crítico. Pero, igual que Doc, no quería a Ronnie más nervioso de lo que ya lo estaba.

– ¿Dónde está Katherine? -preguntó débilmente la chica.

Doc, que había hecho lo posible por detener la hemorragia, se quitó el guante y le retiró el pelo de la frente.

– Gladys se encarga de ella. La ha acunado hasta dormirla. Me parece que esta niña es tan valiente como su madre.

Incluso una sonrisa parecía costarle un tremendo esfuerzo.

– No saldremos de aquí, ¿verdad?

– No digas eso, Sabra -le susurró con energía Tiel, observando la cara de Doc mientras leía el indicador de la tensión arterial-. No lo pienses siquiera.

– Papá no cederá. Y yo tampoco. Y tampoco Ronnie. De todos modos, ahora no puede hacerlo. Si lo hiciese, lo meterían en la cárcel.

Dividió una mirada vidriosa y ojerosa entre Tiel y Doc.

– Díganle a Ronnie que venga. Quiero hablar con él. Ahora. No quiero esperar más.

Aunque no mencionó en concreto su pacto de suicidio, el significado estaba claro. Tiel sentía una fuerte tensión en el pecho provocada por la ansiedad y la desesperación.

– No podemos permitir que lo hagas, Sabra. Sabes que está mal. No es la respuesta.

– Ayúdennos, por favor. Es lo que queremos.

Entonces, por su propia voluntad y sin ella quererlo, sus ojos se cerraron. Estaba demasiado débil para volver a abrirlos y se quedó adormilada.

Tiel miró a Doc.

– Es malo, ¿verdad?

– Mucho. La tensión arterial está cayendo. El pulso se acelera. Va a desangrarse.

Con una grave mirada clavada en el pálido e inmóvil rostro de la chica, se lo pensó un momento y dijo:

– Voy a explicarle lo que pienso hacer.

Se puso en pie, cogió la pistola que había dejado en la estantería, rodeó el expositor de aperitivos y se acercó a Ronnie, que esperaba que lo pusieran al día sobre el estado de Sabra.

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