Capítulo 16

Pasó, cerró la puerta a sus espaldas, se quitó las gafas de sol y el sombrero y los dejó en la mesa junto a la cesta de golosinas sin tocar que habían preparado las damas de la iglesia católica.

Olía a sol y a jabón; estaba recién afeitado. Iba vestido con unos pantalones vaqueros Levi's limpios aunque muy gastados y una camisa sencilla de color blanco, un cinturón de cuero con tachuelas y botas de vaquero.

Ni una manada de potros mesteños habría impedido que Tiel se arrojara en sus brazos. O quizá fuera él quien la atrajo hacia sí. No llegó nunca a recordar quién hizo el primer movimiento. De todos modos, quién lo iniciara carecía de importancia.

Lo único que importaba era que él la acaparó con un abrazo. El cuerpo de ella se fundió con el suyo y se abrazaron con fuerza. Las lágrimas empezaron a brotar sin parar, para ser absorbidas por el tejido de la camisa. La cubrió por la nuca con la mano y recostó la cara de ella contra su pecho para amortiguar los sollozos que se sucedían en breves y sonoras ráfagas.

– ¿Ha muerto? ¿Estás aquí para decirme que Ronnie ha muerto?

– No, no es por eso. No tengo noticias de Ronnie.

– Supongo que eso es bueno.

– Supongo.

– No podía creerlo, Doc. Ese sonido. Ese sonido horrible y ensordecedor. Luego verlo tendido en el suelo tan quieto, entre tantos cristales y tanta sangre. Más sangre.

– Shh.

Oía palabras de consuelo susurradas en la raíz de su pelo, en la sien. Luego las palabras cesaron y fue sólo su respiración, sus labios, arrastrándose por su frente, acariciándole los húmedos parpados. Tiel levantó la cabeza y lo miró con ojos llorosos. Levantó la mano para acariciarle la cara y emitió un pequeño sonido de deseo, del que él se hizo eco.

Un instante después, los labios de él se habían posado sobre los suyos. Insistentes y hambrientos, separaron los de ella. Sus lenguas flirtearon, se acariciaron, hasta que dominó la de él. Reclamaba y exploraba su boca. Las manos de Tiel se cruzaron en la nuca de Doc. Hundió los dedos entre su cabello y se rindió a su beso, que era simbólica y manifiestamente sexual.

Sus sentidos se aceleraron como si un potente estimulante los impulsara. Sus receptores sensitivos parecían afinados al máximo. Nunca se había sentido más viva, aunque también tenía cierto miedo. Como un niño en su primera fiesta de carnaval, estaba deslumbrada y ofuscada ante aquella acometida sensual, embelesada con ella, superada por ella, temerosa de ella y, aun así, ansiosa por experimentarla.

La hebilla del cinturón de él casi le pinchaba en el estómago, pero no era una sensación desagradable. El frío metal estaba caliente al contacto con la franja de piel desnuda comprendida entre el borde de la camiseta y la línea del biquini. Fuertes y confiadas, las manos se instalaron en su región lumbar y la atrajeron hacia él.

La besó por el cuello. Ella ladeó la cabeza y él acarició el lóbulo de la oreja con su respiración, con su lengua. Siguiendo la iniciativa de la cabeza, el cuerpo se volvió lentamente, permitiéndole así a él besar todo el cuello, su hombro. Levantándole el cabello, la besó en la nuca. La sensación de su boca le provocó unos escalofríos de placer que le recorrieron la espalda por completo.

Dándole ahora la espalda, se recostó contra su amplio pecho mientras las manos de él la acariciaban. Presionaron los pechos, los cubrieron, repasaron sus formas, antes de continuar camino por el tórax, que casi podían abarcar por completo. Se detuvieron al llegar a las caderas.

Vibrando de excitación, los movimientos de ella eran felinos, descarados, incitantes. Él respondió deslizando la mano por la parte delantera de sus braguitas hasta situarse profundamente entre sus muslos.

Cuando encontró el punto central, ella murmuró su nombre, volvió la cabeza y buscó sus labios.

Se besaron mientras los dedos de él seguían acariciando, separando, penetrando. Ella se puso de puntillas, con su cuerpo arqueado hacia el exterior, tensándose hacia su mano, hasta que sus omoplatos quedaron afianzados en la clavícula de él y su cabeza aplastándole el hombro.

Colocó su mano sobre la de él, animando sus dedos. Pero aquello no era aún bastante. Quería estar muy cerca de él. Todo lo cerca que pudiera estar… y todavía no lo estaba lo suficiente.

Se volvió de repente y se amoldó a su cuerpo. El sonido que emitía el pecho de él era suave, animal, excitante. Le dio una palmada en el trasero y la levantó hacia su cuerpo. Encajaron como dos piezas en un rompecabezas. Perfectamente. Cómodamente. Sobrecogida, Tiel levantó una pierna y la dejó reposar sobre la cadera de Doc. Y mientras se besaban apasionadamente, él empezó a acariciarle la parte inferior del muslo.

Entonces la llevó a la cama. Pese a que la distancia era de escasos metros, a Tiel le pareció que pasaba una eternidad hasta que lo sintió acostado sobre ella. Reajustó su cuerpo bajo su peso.

Él le pasó las manos entre su pelo para apartárselo de la cara. Sus ojos, prácticamente acuosos de deseo, parecían derramarse sobre la cara de ella.

– No sé qué te gusta. -Su voz era ronca. Incluso más de lo habitual. Deseó Tiel que fuera tangible para así sentirla abrasándole la piel como la arena que antes la había quemado.

Recorrió con un dedo la forma de su ceja, siguió el perfil de su nariz recta y estrecha, repasó el contorno de sus labios.

– Me gustas tú.

– ¿Qué quieres que haga?

Por un terrible momento, creyó estar al borde de un nuevo ataque de llanto. La emoción le tensaba el pecho y le subía por la garganta, pero consiguió contenerla.

– Convénceme de que estoy viva, Doc.

Empezó quitándole la camiseta y llevando los labios a sus pechos. Los besó por turnos, pero suavemente, de manera provocativa, y continuó sorbiéndolos hasta que estuvieron preparados. Luego los lamió. Ver aquello resultaba tremendamente excitante. Ella se sentía cada vez más inquieta y caliente. Sentía una fuerte presión en la parte inferior de su cuerpo.

Entonces los labios se cerraron en torno al duro pezón. El sedoso calor, los movimientos tirantes de su boca, resultaban eróticos y potentes. Ella era incapaz de mantener quietas las caderas y las piernas, y cuando le rozó la entrepierna con la rodilla, y se quedó allí para tantear por encima aquella plenitud, él gruñó con una mezcla de placer y dolor.

De pronto saltó de la cama. Se desnudó rápidamente. Su pecho estaba cubierto por la cantidad justa de vello. Su piel era firme. Los músculos bien definidos, pero no de forma exageradamente grotesca. Su vientre era plano. Su pene sobresalía de forma agresiva en el punto de unión entre sus afiladas caderas y sus potentes muslos.

Tiel se sentó en el momento en que él puso una rodilla en la cama. Siguió con la punta de los dedos el sendero de vello sedoso que dividía en dos su vientre y los deslizó hacia donde el pelo se hacía más denso. La erección se sentía caliente, dura, viva; la textura era de terciopelo. Sin un atisbo de timidez, él le permitió que lo estudiara.

En ese momento lo enlazó por las caderas y lo atrajo hacia ella, de modo que su cabeza quedó apresada contra su pecho y el sexo de él entre sus pechos. Era una sensación deliciosa.

Pero, pasado un momento, gimió él:

– Tiel…

Delicadamente la recostó en la cama. Se inclinó sobre ella y le quitó el resto de ropa interior. Se detuvo un instante, sus ojos centrados en ella con sincero interés. Entonces la besó justo por encima de la línea del vello púbico. Fue un beso perezoso, sexi, húmedo, que la incitó a desearlo sin ningún reparo.

Se tendió sobre ella. Los muslos se separaron con toda naturalidad. El deslizó sus brazos por debajo de la espalda de ella y la atrajo hacia él.

Y entonces la penetró.


Estaban enroscados el uno con el otro, desnudos, sin ni siquiera taparse con una sábana. El aire acondicionado lanzaba aire frío en la pequeña habitación, pero la piel de ambos irradiaba calor.

Tiel, de hecho, se sentía como si tuviese fiebre. Se había acomodado sobre él, la cabeza sobre su pecho, un brazo extendido sobre su cintura, la rodilla albergada en su entrepierna. Él respiraba de manera uniforme y con satisfacción, le acariciaba el cabello sin pensar.

– Creí que te había hecho daño.

– ¿Daño? -murmuró ella.

– Has gritado.

Sí. Con la primera arremetida. Ahora lo recordaba. Volvió la cabeza y le acarició la nariz.

– Porque era muy bueno.

Él la abrazó con más fuerza.

– También para mí. Esa cosa que haces…

– ¿Qué cosa?

– Esa cosa.

– No hago ninguna cosa.

Él abrió los ojos y sonrió.

– Sí que la haces.

– ¿Sí?

– Hmm. Y es estupenda.

Se sonrojó y volvió a colocar la mejilla sobre su pecho.

– Pues bueno, gracias.

– El gusto ha sido mío.

– Estoy agotada.

– También yo.

– Pero no quiero dormir.

– Tampoco yo.

Pasaron unos momentos, un rato de dulce reflexión. Finalmente, Tiel se apoyó en su esternón y lo miró.

– ¿Doc?

– Hmm.

– ¿Te has dormido? ¿Puedo preguntarte algo?

– Adelante.

– ¿Qué estamos haciendo?

Él abrió un único ojo para mirarla.

– ¿Quieres la nomenclatura científica, la fraseología educada o bastará con la jerga del siglo XXI?

Frunció el entrecejo ante aquella broma.

– Me refiero…

– Ya sé a qué te refieres. -Abrió el segundo ojo y ladeó la cabeza sobre la almohada para poder mirarla mejor-. Justo lo que has dicho antes, Tiel. Estamos convenciéndonos mutuamente de que estamos vivos. No es para nada excepcional que la gente quiera sexo después de una experiencia que pone la vida en peligro. O después de cualquier tipo de recordatorio de su mortalidad, un funeral, por ejemplo. El sexo es la afirmación definitiva de que estamos vivos.

– ¿De verdad? Pues entonces es la afirmación más condenadamente fantástica del instinto de supervivencia que he experimentado en mi vida. -Él rió entre dientes. Pero Tiel se quedó en silencio, introspectiva. Sopló levemente el vello del pecho que le rozaba los labios-. ¿Ha sido sólo eso?

Él le puso un dedo debajo de la barbilla y la levantó hasta que ella volvió a mirarle.

– Cualquier cosa entre nosotros sería complicada, Tiel.

– ¿Sigues enamorado de Shari?

– Adoro los buenos recuerdos que tengo de ella. Pero odio también los dolorosos. Aunque si pretendes sugerirme que estoy obsesionado por un fantasma, permíteme que te garantice que no. Mi relación con ella -buena, mala o indiferente- no me impediría tener otra.

– ¿Te volverías a casar?

– Me gustaría. Si amase a la mujer, querría construir una vida juntos, y para mí eso significa matrimonio. -Pasado un momento, fue él quien preguntó-. ¿Y tus recuerdos de John Malone?

– Como los tuyos, agridulces. Nuestro romance fue casi de cuento de hadas. Casados seguramente demasiado pronto, pasiones encendidas, todo antes de conocernos realmente bien el uno al otro. De no haber muerto, ¿quién sabe? Nuestras trayectorias profesionales habrían acabado llevándonos por direcciones diferentes e irreconciliables.

– Por lo tanto, perdurará en tu memoria como el martirizado príncipe encantador.

– No, Doc. Mi memoria tampoco se aferra a fantasmas perfectos.

– ¿Y qué me dices de ese Joe?

– Que Joe está casado -le recordó.

– ¿Y si no lo estuviese?

Pensó un momento en Joseph Marcus, luego sacudió la cabeza.

– Seguramente habríamos tenido algo durante un tiempo y luego se habría esfumado. Era una diversión, no un tema de corazón. Nada serio, te lo aseguro. Apenas puedo recordarle.

Se apoyó haciendo palanca y le acarició el pecho.

– Tú, por otro lado… Te recordaré. Eres exactamente tal y como me imaginaba que serías.

– ¿Me habías imaginado desnudo?

– Lo confieso.

– ¿Cuándo?

– Cuando entraste en la tienda, creo. En el fondo pensé: «Caray. Es apetecible».

– ¿Soy apetecible?

– Muy apetecible.

– Bueno, muchas gracias, señora -dijo, arrastrando exageradamente la voz. Y clavando la mirada en sus pechos, añadió-: Tú también eres apetitosa.

– ¡Oh!, apuesto a que eso se lo dices a todas las chicas que se te suben encima.

Sonriendo, cogió un mechón de pelo y lo acarició entre los dedos. Poco a poco su sonrisa fue relajándose y cuando habló, lo hizo en un tono más serio.

– Hemos pasado muchas cosas juntos, Tiel. Un nacimiento. Casi una muerte. Horas tensas de no saber cómo iba a acabar todo. Un trauma así provoca algo entre la gente. Los une.

Sus palabras se hacían eco de los pensamientos que ella había tenido anteriormente. Pero no resultaba muy adulador que atribuyera su atracción únicamente a un trauma, o que pudiera mitigar el deseo carnal con una explicación tan pragmática y científica.

¿Y si anoche se hubiesen conocido en una fiesta? No habría saltado la chispa, no habría habido calor y ahora no estarían juntos en la cama. Básicamente estaba diciendo eso. Si esto no significaba para él nada más que la ilustración de un fenómeno psicológico, no tenía sentido prolongar la inevitable despedida.

«Felicidades, Doc. Eres mi primer y seguramente mi último, rollo de una noche. Rollo de una mañana.»

Se movió con la intención de levantarse, pero él utilizó su movimiento para colocarla completamente encima suyo, vientre contra vientre y las piernas de ella entre las suyas.

– Pese al peligro que corríamos todos los que estábamos dentro de aquella tienda, tenía fantasías regulares e increíblemente intensas sobre esto.

Ella encontró la voz suficiente para decir:

– ¿Sobre esto?

Sus manos le acariciaban la espalda, el trasero y, hasta donde llegaban, entre sus muslos.

– Sobre ti.

Se apoyó en los codos para besarla. Al principio, el beso fue lento y metódico, su lengua tanteó la boca de ella mientras sus manos seguían deslizándose por su espalda, desde los hombros hasta las caderas.

Ella se sentía como si estuviese ronroneando. Lo estaba, de hecho. Cuando él notó la vibración, el beso se intensificó. Sus manos la asieron por las nalgas y la presionaron con fuerza contra su erección. Provocativamente, Tiel se acunó con ella. Doc murmuró una palabrota, haciéndola sonar erótica. Deslizó las manos por los muslos y los separó.

Estaba de nuevo en su interior, una presión plena, pesada, deseada. Llenando algo más que su cuerpo. Llenando una necesidad no reconocida que había sentido durante mucho tiempo. Proporcionándole algo más que su propio placer. Proporcionándole una sensación de plenitud y objetivo que ni su mejor trabajo era capaz de proporcionarle.

Se movieron siguiendo un ritmo perfecto. Ella no podía alcanzar las profundidades de él que le habría gustado y él debía de sentir lo mismo. Porque cuando alcanzó el climax, la aferró contra él de forma posesiva, sus dedos clavándose en su carne. Ella enterró la cara en el hueco creado debajo de su hombro y mordió su piel.

Fue un orgasmo largo, lento, dulce. Y las repercusiones fueron igualmente largas, lentas y dulces.

Tiel estaba tan relajada, tan llena, que tenía la sensación de haberse fundido y haber pasado a formar parte de él. No podía distinguir su piel de la de él. No quería hacerlo. Ni siquiera se movió cuando él tiró de la sábana y la colcha para taparlos. Se quedó allí dormida, con él cobijado aún en su calor, con un oído en su corazón.


– ¿Tiel?

– ¿Hmm?

– Es tu alarma.

Murmuró alguna cosa y hundió más sus manos en el calor de las axilas de él.

– Tienes que levantarte. El helicóptero viene a recogerte, ¿te acuerdas?

Sí se acordaba. Pero no quería hacerlo. Quería quedarse exactamente donde estaba durante los próximos diez años como mínimo. Le llevaría ese tiempo recuperar el sueño que había perdido la noche anterior. Le llevaría ese tiempo hartarse de Doc.

– Vamos. En pie. -Le dio un cariñoso cachete en el trasero-. Ponte presentable antes de que llegue el sheriff Montez.

Gruñendo, rodó por la cama para separarse de él. Y, con un bostezo, preguntó:

– ¿Cómo sabes que hemos quedado así?

– Me lo dijo él. Así supe dónde encontrarte. -Lo miró confusa y continuó-: Sí, sabía que yo quería saberlo. ¿Es eso lo que querías oír?

– Sí.

– Somos amigos. Jugamos al póquer de vez en cuando. Él conoce mi historia, el porqué me trasladé aquí, pero es bueno guardando secretos.

– Incluso al FBI.

– Pidió ser él quien me tomase la declaración y Calloway accedió. Hizo todo lo que tenía que hacer. -Una de sus piernas asomó por un lado de la cama-. ¿Te importa si utilizo primero el baño? Seré rápido.

– Como si estuvieras en tu casa.

Mientras se agachaba para recoger sus calzoncillos, la sorprendió estirando los brazos, la espalda arqueada, desperezándose. Él se sentó en el borde de la cama, sus ojos fijos en sus pechos. Acarició el pezón.

– A lo mejor no quiero que subas a ese helicóptero.

– Pídemelo y a lo mejor no lo hago.

– Lo harías.

Suspirando, retiró la mano.

– Sí. -Se levantó y entró en el baño.

– A lo mejor -susurró Tiel para sus adentros-, podría convencerte de que vinieses conmigo.

Buscó un sujetador y unas bragas en la maleta, se los puso, y a punto estaba de ponerse los pantalones cuando intuyó que Doc la observaba.

Se volvió, preparada con una sonrisa sugerente y un comentario picante sobre los mirones. Pero la expresión de él no invitaba. De hecho, estaba llena de rabia.

Desconcertada, abrió la boca para preguntar qué pasaba cuando él extendió la mano. Allí estaba la grabadora. Había permanecido en el bolsillo de sus pantalones, que había dejado junto con el resto de la ropa sucia sobre la tapa del inodoro. Él había cambiado la ropa de lugar y había encontrado la grabadora.

La expresión de ella debió de ser una revelación involuntaria letal de su culpabilidad pues, con un malicioso golpe de pulgar, Doc pulsó la tecla «Play» y su voz cortó aquel silencio: «Por ejemplo, el hospital se derrumbó bajo el peso de la mala publicidad. La mala publicidad generada y alimentada por gente como usted».

Con el mismo estilo, detuvo la cinta y arrojó la grabadora sobre la cama.

– Cógela. -Y, mirando con el ceño fruncido la revuelta ropa de cama, añadió-: Te lo has ganado.

– Doc, escucha. Yo…

– Has conseguido lo que buscabas. Un buen reportaje. -La empujó hacia un lado, cogió sus vaqueros y se los enfundó, rabioso.

– ¿Puedes dejar de lado por un momento tu justa indignación y escucharme?

Doc agitó la mano en dirección al comprometedor aparato.

– Ya he oído suficiente. ¿Pudiste grabarlo todo? ¿Todos los jugosos detalles de mi vida personal? Me sorprende que te hayas demorado tanto. Te habría creído capaz de salir volando hacia Dallas en caso necesario para poder empezar a montar todo el material que has conseguido sobre mí.

Se abrochó la cremallera del pantalón y recogió la camisa del suelo.

– ¡Oh!, no, espera. Primero querías que te follase. Después de que ese tal Joe o como se llame acabara en fiasco, necesitabas reforzar tu ego.

El insulto dolía y ella reaccionó contraatacando.

– ¿Quién entró en la habitación de quién? Yo no te seguí la pista. Fuiste tú quien vino aquí, ¿lo recuerdas?

Doc maldijo porque no encontraba uno de los calcetines. Y metió el pie en la bota sin él.

– No es culpa mía que seas un buen reportaje -le gritó ella.

– No quiero ser un reportaje. Nunca lo quise.

– Pues lo siento, Doc. Lo eres. Simplemente, lo eres. En su día un personaje destacado, hoy un héroe. Anoche salvaste vidas. ¿Crees que todo eso pasará inadvertido? Esos chicos y sus padres hablarán sobre «Doc». Igual que los demás rehenes. Cualquier periodista que se merezca el sueldo que le pagan reclamará la verdad desnuda. Ni siquiera tu amigo Montez será capaz de protegerte de la publicidad. Habrías sido noticia pasase lo que pasase. Pero ya que «Doc» es el solitario doctor Bradley Stanwick, vas a ser una gran noticia. Una noticia enorme.

Él hizo un nuevo gesto en dirección a la grabadora.

– Pero tú las tendrás todas, ¿no? ¿Hay otra grabadora debajo de la cama? ¿Esperabas conseguir una excitante conversación de almohada?

– Vete al infierno.

– No apostaría por ti.

– Estaba haciendo mi trabajo.

– Y yo pensaba que estaba hablando confidencialmente. Pero lo utilizarás, ¿verdad? ¿Todo lo que pensé que estaba confiándote?

– ¡Tienes razón y lo haré!

Su mandíbula se torció de rabia. La miró unos segundos y luego se encaminó hacia la puerta. Tiel se le acercó, lo agarró por el brazo y le obligó a volverse.

– Podría ser lo mejor que te pasara.

Tiró del brazo para liberarse de ella.

– No lo veo así.

– Podría obligarte a encarar el hecho de que te equivocaste huyendo. Ayer… anoche -dijo, tartamudeando ante la prisa por querer clarificar las cosas antes de que él se marchara-. Le dijiste a Ronnie que no podía huir de sus problemas. Que huir de ellos no era solución. ¿Y no es eso exactamente lo que tú hiciste? Te trasladaste aquí y enterraste la cabeza en la arena de Texas, negándote a aceptar lo que sabes que es cierto. Que eres un médico de talento. Que podías marcar la diferencia. Que estabas marcando la diferencia. Estabas dando un indulto a pacientes y familiares que se enfrentaban a una pena de muerte. Dios sabe lo que podrías hacer en el futuro. Pero debido a tu orgullo, y a tu rabia, y a tu desilusión con tus colegas, lo abandonaste. Te quitaste de encima lo bueno y lo malo. Si esta historia vuelve a ponerte en el candelero, si existe una posibilidad de que motivara tu regreso a la medicina, prefiero que me zurzan antes que pedir perdón por ello.

Él le dio la espalda y abrió la puerta.

– ¿Doc? -gritó ella.

Pero lo único que él dijo fue:

– Te esperan fuera.

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