Capítulo 17

8 DE DICIEMBRE, PARÍS


– No, no voy a permitirlo, Tania. -La mano de Nell apretó con fuerza el auricular-. Quédate en casa, ahí no corres peligro.

– Maritz me dejó muy claro que no estaría segura, aun-que no saliera de aquí -repuso Tania-. Acabó con todas mis opciones de estar tranquila.

– No voy a utilizarte como cebo. ¿Qué es lo que crees que soy?

– No te lo estoy pidiendo, sólo te informo de mi deci-sión. Puedes ayudarme o no… Tú eliges.

– Sabes perfectamente que no te dejaría sola ante… Ta-nia, no lo hagas. Si volvieran a hacerte daño, nunca me lo perdonaría.

– No lo hago por ti. Lo hago por mí.

– ¿Y qué dice Joel al respecto?

– Que estoy loca, que no va a dejar que lo haga, que ca-zará a Maritz él mismo. Va a ser un problema.

– Tiene razón, estás loca.

– No. Maritz está loco. Pero yo estoy en mis cabales. Y no voy a dejar que controle mi vida. -Tania hizo una pau-sa-. Debo nacerlo, Nell. No tengo muchas más opciones que tú. Y no quiero discutir más. Voy a colgar.

– Espera. ¿Cuándo vendrás?

– Oh, lo sabrás en cuanto llegue.


* * *

23 DE DICIEMBRE, MARSELLA


Ella había acudido a él. Y parecía tan feliz… Maritz estudió la fotografía de la portada de la sección de sociedad del periódico. Tania llevaba un conjunto blanco y miraba a Joel Lieber con una radiante sonrisa.

Pero, claro, todas las novias estaban siempre radiantes.

Leyó atentamente el texto que acompañaba la fotografía.


Joel Lieber, el cirujano de renombre mundial, y Tania Vlados, en su llegada al aeropuerto Charles de Gaulle, primera escala de su larga luna de piel. La pareja viajará hasta Cannes y se alojará en el hotel Carleton hasta después de Año Nuevo.


Maritz había creído que la suerte ya no le sonreía. Sin embargo, la preciosa Tania volvía a aparecer en su vida. Si lograba eliminarla, como testigo que era, Gardeaux volvería a aceptarlo en el grupo.

Pero no era eso lo que le provocaba tanta excitación. La caza estaba a punto de empezar de nuevo.


* * *

Jamie soltó un largo silbido al ver el artículo.

A Nick no iba a gustarle aquello. Deseó más que nada en el mundo poder ponerse en contacto con él. Lo había in-tentado dos días antes, pero Nick se había mudado y ya no tenía el mismo número de teléfono. Decidió llamar a Nell.

– ¿Has visto el periódico?

– Sí, me alegro mucho por ellos. Tania está muy guapa ¿verdad?

– ¿Qué hace aquí, en París?

– Pasando la luna de miel. Eso dice la noticia.

– ¿Y tú no sabías nada?

– La última vez que hablé con ella, ni siquiera mencionó la boda.

– No puedes contactar con ellos. Joel ahora mismo está siendo objeto de demasiada atención. Los dos están en el candelero.

– Ya lo sé. No tengo ninguna intención de verla. -Hizo una pausa-. ¿Cómo está Nicholas?

– Bien. -Jamie cambió de tema-. ¿Qué tal te va con tu nueva vocación?

– Me aburro.

– Bueno, pasado mañana es Navidad. Esto no va a durar mucho más. Pero no me gusta que Tania esté aquí.

– A mí tampoco. Adiós, Jamie.


* * *

Bueno, ¿qué podía decirse de eso? Estaban a la espera. Nueve días más.

Nell sacudió la cabeza mientras colgaba el auricular. No ha-bía mentido pero, como Nicholas había dicho, la omisión era una mala excusa.

La foto del periódico le había causado un temor indes-criptible. Nunca había imaginado que Tania ofreciera una invitación tan clara. Incluso le había dado a ese bastardo su dirección.

El teléfono sonó de nuevo.

– ¿A que estoy guapísima en la foto? -preguntó Tania-. El conjunto es de Armani. Joel decidió parar en Nueva York y comprarme un guardarropa completo.

– Es precioso. No me dijiste que ibais a casaros.

– Joel insistió en que nos casáramos antes de venir aquí. Al parecer cree que eso hará que me controle. -Nell oyó un gru-ñido burlón de fondo-. Sí, Joel, es exactamente como digo.

– ¿Dónde estáis?

– En el Carleton. Es muy elegante. ¿Sabes que durante el festival de cine todas las estrellas se alojan aquí?

– Se te nota en la voz que eres feliz.

– Extasiada. Pero no tanto como Joel. Lo cual es lógico: yo me he casado con un médico quisquilloso y madurito; él se ha casado conmigo. -Tania reía-. Tengo que colgar. Creo que viene por mí. Me mantendré en contacto.

Eso significaba que la llamaría en cuanto Maritz asoma-ra la cabeza. Nell no tenía la menor duda de que la última frase de la conversación era la única que tenía valor.

Pero la voz de Tania le había sonado muy feliz, pensó Nell, soñadora. Inmensamente feliz; tanto, que la nube que amena-zaba con empañar tanta dicha no parecía importarle en absolu-to. Tania sabía disfrutar del presente, momento a momento.

Y Nicholas también.

No había sabido nada de él en las tres semanas que lle-vaba en París, y era obvio que él no había considerado im-portante hablar con ella cuando Jamie la había llamado.

Bueno, ¿qué podía decirse de eso?

Estaba en espera.

Nueve días más.


* * *

– ¿Salimos a cenar y a lucir uno de mis vestidos nuevos? -preguntó Tania a Joel mientras dejaba el auricular, después de su conversación con Nell-. El rosa, eso es. Estaré tan espectacular que los camareros me tomarán por una estrella de cine.

– Como quieras. -Joel la siguió con la mirada mientras ella abría las puertas del balcón de par en par-. ¿Cómo está Nell?

– No le he dejado opción a decírmelo. Me encanta mi vestido rosa. Me encanta este hotel. -Inspiró profundamen-te-. Adoro el mar… -Miró por encima del hombro-. Y te adoro, Joel Lieber.

– Perfecto. Soy el último de la lista. -Salió con ella al bal-cón y la rodeó con sus brazos-. Me parece que, al menos, yo debería ir antes que el vestido rosa.

– Pero entonces no tendrías nada por lo que esmerarte. -Tania se acurrucó contra él-. No quisiera dejarte sin ob-jetivo.

– Ya tengo un objetivo -repuso Joel, hundiendo la cara entre los cabellos de ella-: Evitar que puedan matarte.

Tania lo abrazó con más fuerza. Él la quería. Eso era una auténtica bendición. Pero debía mantenerle al margen de todo aquel asunto, y no iba a ser nada fácil.

– No hablemos de eso. Quizás ese hombre no aparezca nunca más. -Le besó en la mejilla-. Y, ahora mismo, creo que debes hacerme el amor salvajemente y convencerme de que me gustas más que el vestido rosa.


27 DE DICIEMBRE


– Te dejaré asistir a la fiesta, Tanek -dijo Gardeaux-. Y, des-de luego, vendrás con la espada.

– La llevaré conmigo.

– Estupendo. Porque no se te va a permitir que cruces la puerta principal hasta que yo la haya visto.

– ¿Va a ponerse a examinar una espada a la entrada de la fiesta? Eso es más propio del sheriff de un pueblucho de mala muerte.

– Sólo tu espada.

– Ya la verá, y con todo detalle, delante de sus invitados. No acepto sus condiciones.

– ¿Esperas que alardee de una pieza robada tan valiosa delante de cuatrocientas personas?

– Dígales que es una excelente imitación. Nadie sospe-chará que es auténtica. Tiene usted una reputación inmacu-lada, ¿no?

– ¿Y cómo piensas impedir que me la lleve?

– Poniéndole en un apuro delante del primer ministro y del resto de la gente a la que intenta impresionar con su res-petabilidad. -Entrecerró los ojos-. Diciéndoles, simplemente, lo que es usted en realidad.

Hubo un silencio.

– No vas a salirte con la tuya, Tanek, ya lo sabes. Te has superado a ti mismo, y mereces un castigo. He decidido que debes acabar como tu amigo O'Malley. ¿Recuerdas cuánto sufrió?

No podía olvidarlo.

– Nos veremos dentro de pocos días, Gardeaux. A las once en punto.

Colgó el teléfono y se volvió hacia Jamie.

– Todo arreglado.

– Espero que sepas lo que estás haciendo.

– Yo también.


* * *

Gardeaux se había quedado sentado, mirando el teléfono. No había ningún motivo por el que preocuparse; tenía todas las cartas en la mano.

Pero Tanek era un hombre obsesivo y, si no encontraba un modo de destruirle por completo, al menos haría todo el daño del que fuera capaz. La amenaza de ponerlo en una si-tuación embarazosa ante sus invitados le había causado cierta intranquilidad. Se había construido una imagen de hom-bre poderoso y de prestigio en Bellevigne. Si Tanek decidía atacarle y desenmascararlo, la situación corría el peligro de hacerse insostenible para él.

Tonterías. Si su plan funcionaba, se libraría de Tanek antes de que pudiera abrir la boca. E incluso si no funciona-ba, Gardeaux podía negar las acusaciones, tomárselas a bro-ma, decir que Tanek estaba borracho o loco.

Pero Tanek era un hombre muy convincente y, además, el más ligero asomo de problema podía contrariar a aquellos bastardos paranoicos de Medellín. Dirían que se había be-neficiado a costa de ellos. Como cabeza visible, como jefe, su imagen debía ser inmaculada.

Tenía que protegerse. Seguro que había un modo de neu-tralizar el daño que Tanek pudiera causar a su reputación.

Descolgó el auricular y marcó un número a toda prisa.


28 DE DICIEMBRE


– Mira, Joel. ¿A que es un echarpe precioso? -dijo Tania. El echarpe, de seda, estampado con motivos egipcios, estaba expuesto en el escaparate de una pequeña tienda-. Me gustan las cosas egipcias. Tienen una especie de encanto eterno.

– Ya. Pero nuestra reserva en el restaurante no dura toda la eternidad. Sólo van a esperarnos cinco minutos más. -Joel sonrió con indulgencia-. Te has parado en todas y cada una de las tiendas por las que hemos pasado, y no has dejado que te compre nada.

– A mí no me hace falta «tener». «Mirar» también me contenta. -Se agarró del brazo de Joel-. Creo que habrías quedado perfecto en el antiguo Egipto. Tenían muchos conocimientos de cirugía, ¿sabes?

– Prefiero el instrumental y los medicamentos mo-dernos.

– Bueno, claro que no me gustaría que me operaran el cerebro sin una anestesia potente, pero hay algo que…

Tania cortó la frase y Joel la miró inquisitivamente:

– ¿Qué?

Ella sonrió.

– Creo que debo quedarme ese echarpe. ¿Entras tú y me lo compras, por favor? Quiero mirar los bolsos que tienen en la tienda de al lado.

Joel meneó la cabeza con resignación.

– No vamos a llegar a tiempo.

– Sí llegaremos. Te prometo que no me pararé delante de ningún otro escaparate de aquí al restaurante.

– Promesas, promesas.

Joel entró en la tienda.

La sonrisa de Tania se desvaneció.

Él estaba allí, observándola.

Sin duda. Su instinto se lo decía a gritos, y no iba a co-meter el error de desconfiar de ello. Esta vez no.

Se permitió echar una mirada por encima del hombro.

No esperaba verle. Maritz era muy bueno haciéndose invisible.

Pero Tania sabía que a él le gustaba comprobar que su presencia no pasaba inadvertida. Le gustaba verla sudar, sa-ber que tenía miedo.

Tania debía encontrar el equilibrio: dejar que Maritz disfrutara e impedir que Joel supiera que aquel hombre ha-bía vuelto a aparecer.

Fue hacia la tienda de bolsos y miró el escaparate.

Echó otra rápida mirada por encima del hombro.

«¿Te gusta, bastardo? Prepárate. Esta vez será dis-tinto.»


* * *

– Me estás asustando -dijo Nell.

– Todavía no hay nada que temer. Voy con mucho cui-dado, y él no tiene prisa. Quiere saborearlo -repuso Tania-. ¿Ya tienes el lugar?

– La casita junto al mar que alquiló Nicholas. Está bas-tante aislada y será muy tentadora para Maritz. Jamie y Ni-cholas todavía están allí, pero eso va a cambiar pronto. -Le dio a Tania la dirección y le indicó la manera de llegar has-ta allí-. ¿Estás segura de que Maritz ya está cerca? No le has visto.

– Estoy segura. No necesito verle. Está tan cerca que pa-recemos siameses. Te llamaré cuando esté listo para caer en la trampa.

– Pasado mañana me voy a Bellevigne.

– Es verdad, casi es Nochevieja. Feliz Año Nuevo, Nell.


30 DE DICIEMBRE, PARÍS


– Estás más delgada -le dijo Nicholas tan pronto como ella le abrió la puerta-, ¿Has estado enferma?

Ella sacudió la cabeza:

– Al parecer, «tenía sobrepeso» y tuve que perder unos kilos. Madame Dumoit debería haberme visto antes de lo de Medas. -El aspecto de Tanek no había cambiado: fuerte, ágil, en forma.

Él levantó una ceja:

– ¿Puedo pasar?

– Oh, claro que sí. -Rápidamente, Nell se hizo a un lado. Se había quedado plantada ante él, mirándole como si fuera la primera vez que veía a un hombre-. No estaba segura de que vinieras esta noche.

Él se quitó el abrigo y lo dejó caer sobre una silla.

– Te dije que vendría.

– Eso fue hace un mes.

– Ambos hemos estado ocupados. Pero no iba a dejar que te fueras sin un plan. ¿Hay café?

– Recién hecho. -Nell se acercó a la barra de la cocina y sirvió un par de tazas-. ¿Tienes noticias del rancho?

– Llamé a Michael la semana pasada. Peter está bien. Se ha mudado al Barra X definitivamente. Le dije a Michaela que le diera muchos recuerdos de tu parte.

– ¿Cómo está Jamie?

– Bien.

– ¿Todavía sigue en la casita?

– No. Ha venido a París conmigo. Se aloja en el Inter-continental.

Ella le alcanzó una taza.

– ¿Irá contigo a Bellevigne?

Tanek sacudió la cabeza.

– No pude llegar a ese acuerdo con Gardeaux. Iré a Bellevigne solo. -Se inclinó hacia Nell-. Exceptuando su com-pañía, madame.

Cogió la cafetera y se la llevó a la sala. Fue hasta la chi-menea y echó un vistazo al hogar.

– ¿Gas? -Ella asintió y él se agachó para encender el fal-so montón de troncos-. Así está mejor. Odio las noches frías y húmedas.

Nell asintió de nuevo. ¿Por qué se sentía tan extraña?

No podía apartar los ojos de Nicholas.

– Siéntate -la invitó.

Nell tomó su taza y le siguió hasta el sofá, frente al sí-mil de hoguera. Ahora ya sabía qué le pasaba. Le había echado de menos.

– Jamie me informó de que Tania está aquí.

Nell se puso tensa.

– No me digas que está en París.

– ¿No os habéis visto?

– No es fácil. Está pasando su luna de miel.

El la miró fijamente y ella se sintió aún más tensa. Algu-nas veces, había notado que Tanek podía leerle el pensa-miento. Y no debía permitir que lo hiciera ahora. Él cambió de tema:

– ¿Cuándo es el desfile de moda de Dumoit?

Nell intentó disimular la sensación de alivio.

– A la una del mediodía. Nos van a llevar a Bellevigne mañana por la mañana, a primera hora. Después del desfile, tenemos que mezclarnos con los invitados y lucir los mode-los de Dumoit.

– ¿Durante el resto del día?

Ella asintió.

– Y nos cambiaremos de vestido para la fiesta, al atar-decer.

– Bien.

Tanek se arrodilló junto a la chimenea, sacó un papel do-blado del bolsillo de su abrigo y lo desplegó sobre el suelo.

– Esto es un plano de Bellevigne. -Señaló con el dedo el centro del detallado esquema-: Éste es el edificio principal, donde se va a desarrollar la mayor parte de la fiesta. Yo llegaré a las once de la noche. Y se supone que será el momen-to de mayor apogeo. -Indicó entonces, con unos golpecitos, el rectángulo dibujado al lado-: Y esto es el auditorio priva-do donde se celebran torneos y campeonatos de esgrima. La última es a las tres de la tarde, y los premios se entregan a las seis, así que, al atardecer, estará vacío.

El auditorio. Nell sintió un escalofrío de intenso miedo al recordar la historia que Jamie había contado sobre el vi-rus mortal con el que untaban las puntas de las espadas, como parte de la macabra recompensa de Gardeaux. Miró a Tanek directamente a los ojos.

– ¿Por qué me hablas del auditorio?

– Porque es allí donde Gardeaux me llevará.

Nell casi derramó el café.

– No.

– Sí -repuso tranquilamente él-. Es el único sitio donde mi plan tendrá buen resultado. Si muerde el anzuelo que le he lanzado, me llevará a algún lugar donde no haya gente.

– Pero tendrá a sus hombres allí. Te meterás en la boca del lobo.

– Creo que podré escapar de ella. Gardeaux se asegura-rá de que no voy armado, así que, en algún momento de la tarde, quiero que te cueles en el auditorio y pegues con cin-ta adhesiva esta Magnum 44 bajo el asiento A14. -Sacó el arma del bolsillo y se la entregó-. En la primera fila del pa-sillo central.

– ¿Y crees que podrás escapar de la trampa? ¿Qué pien-sas hacer?

– Manipular a Gardeaux y llevarlo hasta una posición que me permita ganarle.

– ¿Cómo?

– Después de conseguir que me lleve al auditorio tendrá que improvisar. No será la primera vez que lo haga.

– Te matará.

Tanek sonrió.

– Siempre hemos sabido que existe esa posibilidad, ¿no? Pero no creo que suceda, esta vez. No si tú me ayudas.

– Sucedió con tu amigo O'Malley.

– Nell, es el único modo de hacerlo. Ayúdame.

Lo tenía absolutamente decidido.

– ¿Eso es todo lo que quieres que haga? -preguntó ella, seca.

Tanek dio unos golpecitos con el dedo sobre otro pun-to del plano.

– El puente levadizo. Estará vigilado, pero dudo que esté levantado, ya que los invitados irán llegando y marchándo-se. Tendrás que librarte de los guardias antes de las once cuarenta y cinco. Porque a esa hora, exactamente, tienes que estar junto a la caja de fusibles, a cuatro metros y medio a la izquierda de esta puerta. -Indicó hacia el lado sur del audi-torio en el plano de la planta-. Quiero que cortes la corrien-te del auditorio y que luego corras como una posesa hacia el puente levadizo. Jamie estará esperando en el bosque, al otro lado del foso, con el coche. Y yo llegaré justo después de ti.

– Quizás.

Tanek ignoró el comentario.

– Seguro que Gardeaux apostará un guardián en la puer-ta del auditorio cuando entremos. Quizá tengas que ocu-parte de él antes de entrar por la puerta sur. Intenta hacerlo silenciosamente, o puede que me maten. ¿Te parece una buena dosis de responsabilidad?

– Más de la que creía que me darías. -Más de la que que-ría siquiera imaginar. No quería ni pensar en ello, ahora-. Esperaba que fueras más egoísta.

– Lo soy. Me reservo a Gardeaux para mí. Y me sor-prende que no discutas conmigo por un privilegio tal.

Ella sacudió la cabeza.

– Tiene que morir, y yo tengo que participar en ello, pero estoy contenta de que lo hagas tú. Gardeaux… me re-sulta muy lejano. No le he visto nunca, jamás he escuchado su voz. Sé que es tan culpable como Maritz, quizá más, pero para mí no está vivo. Y para ti, sí. -Apretó los labios-. Sin embargo, no intentes desviarme de Maritz.

– Primero uno y después el otro.

– ¿Eso suena a evasiva?

– Tienes toda la razón, maldita sea. No quiero pensar en Maritz ahora. Bastante pánico me da que te involucres en todo este jaleo.

– ¿De veras? ¿No me crees capaz de cumplir con mi mi-sión?

– Si no te creyera capaz, te habría echado un somnífero en el café y te dejaría encerrada hasta que todo hubiera ter-minado. -Sonrió-. Eres inteligente y hábil, y Jamie tiene ra-zón. Ojalá hubiéramos podido contar contigo en los viejos tiempos. -La sonrisa se desvaneció-. Y eso no significa que me guste en absoluto la idea de tenerte ni siquiera a cien mi-llas de Bellevigne.

– Tengo derecho a estar allí.

– Tienes derecho. -Le lanzó un guiño-. Pero no pierdas de vista la cafetera.

Nell se sintió más relajada y también le sonrió.

– No me separaré de ella ni medio minuto.

– Quizá no sea necesario que la vigiles tan de cerca… -Tanek tomó la taza de café de entre las manos de ella y la dejó junto a la chimenea-. Podría ser molesto que entorpeciera la acción. -Lentamente, atrajo a Nell hacia sus brazos. Susurró-: ¿De acuerdo?

Totalmente de acuerdo. Pasión. Bienestar. Sensación de estar en casa. Nell le devolvió el abrazo.

– De acuerdo.

– Está resultando muy fácil. Quizá debería irme más a menudo. -La besó-. ¿O es tan sólo que le ofreces consuelo y cariño a un pobre guerrero antes de la batalla?

– Cállate -susurró ella-. Yo también voy al campo de batalla. -Nell necesitaba aquello. Le necesitaba a él. Se echó hacia atrás y empezó a desabrocharse los botones de su blu-sa-. Creo que eres tú el que debería proporcionar consuelo.

– Pero aquí no. -La ayudó a ponerse en pie-. ¿Dónde está tu habitación? Me niego a ser seducido junto a un cam-ping-gas. No hacemos acampada.


Tanek se estaba vistiendo. Parecía tan sólo una sombra bo-rrosa y pálida, a la luz grisácea de antes del amanecer que llenaba la habitación.

– Ve con cuidado -susurró Nell.

– No quería despertarte. -Se sentó en la cama. Hubo un silencio-. ¿Por qué, Nell?

Ella le cogió la mano.

– Ya te lo dije, necesitaba consuelo y cariño.

– Anoche diste más de lo que recibiste. ¿Dónde está toda aquella rabia?

– No lo sé. Sólo sé que te he echado de menos. Ahora mismo no puedo pensar con demasiada claridad.

– Bueno, todavía tienes la cabeza llena de arena. -Le aca-rició suavemente los cabellos-. Pero quizás estés pensando con más claridad de la que crees. A veces, es mejor fiarse del instinto. -Sonrió-. En este caso, concretamente, fue incom-parablemente mejor.

Nell asió con fuerza la mano de Tanek.

– No es un buen plan, Nicholas. Hay demasiadas cosas que pueden salir mal.

– Jamás tendremos un plan o una ocasión mejor. -Y aña-dió, en tono cansado-: Estoy harto, hastiado de todo este asunto. Me pone enfermo que esa escoria de Gardeaux viva tan tranquilo y como un gato gordo y mimado en su casti-llo. Estoy harto de pensar en Terence y en lo inútil que fue su muerte. Estoy harto de preocuparme por ti. Quiero acabar el trabajo e irme a mi casa. -La besó en la frente-. Por última vez, Nell, ¿merece la pena todo esto?

– Vaya momento para preguntármelo. Ya sabes la res-puesta.

– De todos modos, te lo pregunto.

– Me estás ofreciendo una salida. No la quiero. -Buscó su mirada-. Mataron a mi hija, deliberadamente, con cruel-dad. Le quitaron la vida como si no tuviera ningún valor y su muerte ha quedado impune. Y seguirán haciendo daño a gente inocente mientras… -Se detuvo-. No, no lo hago para evitar que hagan sufrir a otra gente. No soy tan altruista. Lo hago por Jill. Todo lo hago por Jill.

– Bien. Esa era la respuesta que esperaba oír. Pero si ves que algo empieza a fallar, déjalo todo y corre. ¿Me oyes?

– Sí.

– Pero no te convence. Te lo diré en otras palabras: si te matan en Bellevigne, Gardeaux y Maritz seguirán vivos y nadie pagará jamás por la muerte de Jill.

Nell sintió una sacudida de dolor.

– Sabía que esto sí haría mella en ti. -Se levantó y se diri-gió hacia la puerta-. A las once cuarenta y cinco. No llegues tarde.

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