– Fue algo extrañísimo -dijo Pia mientras Montana y ella estaban en su despacho, repasando los detalles de la subasta de solteros.
– No lo comprendo -dijo Montana frunciendo el ceño-. ¿No es suficiente la subasta?
– Al parecer, no. Habrá casi treinta mujeres que se suban al escenario a actuar con un tiempo límite de tres minutos. He crecido aquí. ¿Cuándo se han agobiado las mujeres tanto por la falta de hombres?
– Algunas mujeres quieren tener una relación.
– Estoy de acuerdo, pero no así. ¿Te has fijado en los hombres que hay en el pueblo?
Montana asintió.
– Ayer tres tipos que iban en un coche me silbaron. Fue extraño, pero agradable.
Pia se estremeció.
– Dime que no vas a estar recibiendo al autobús.
Montana se rio.
– Apenas puedo mantener un trabajo, así que mucho menos encontrar y mantener un novio.
– Dímelo a mí. Nunca he logrado que un tipo se quede a mi lado y no sé por qué. ¿Es por mí? ¿Los espanto? ¿Me pasa algo?
– No. Eres genial. Inteligente y divertida.
– Bueno, tú también.
Montana arrugó la nariz.
– Yo estoy dispersa. Me siento como si a mí me hubiera costado más crecer. Tal vez por eso no he encontrado al hombre adecuado.
– Yo no tengo excusa -aunque ahora ya no importaba.
Sin pretenderlo, se vio pensando en Raúl. Agradecía su apoyo, pero hablaría seriamente con él sobre lo de besarse. No podían seguir haciéndolo. Le estaba resultando muy confuso. No el beso en sí mismo… sino el deseo que venía a continuación. Le parecía bien desear sexo, pero desear algo más… eso sí que era un peligro.
– Quiero saber adónde pertenezco -dijo Montana y suspiró-. No te rías, pero tengo una entrevista de trabajo.
– ¿Por qué iba a reírme?
– Vale, no quería decir eso. Estoy emocionadísima, pero nerviosa.
Pia le dio una palmadita en el brazo.
– Mientras no sea en el porno, me parece bien.
– Vaya, mierda.
Pia la miró.
– Oh, Dios, ¿de verdad vas a ser una estrella del porno?
Montana se rio.
– Estoy de broma.
– Muy graciosa. ¿Qué es?
– Hay un tipo llamado Max que vive fuera del pueblo y entrena a perros para terapia. Son los que lleva a los hospitales y a residencias. Estar a su lado hace que la gente se sienta mejor. Además, entrena a perros para un programa de lectura. Han hecho estudios y los niños que tienen problemas para leer mejoran mucho más leyéndole a un perro que a una persona. Supongo que sienten que nadie los juzga. Bueno, el caso es que busca a alguien que lo ayude a entrenar a los perros para los distintos programas, tengo mucho que aprender. Cuando hablé con Max, me dijo que tendría que tomar unas clases online y sacarme el certificado de entrenador de perros y que mientras tanto, trabajaría en la perrera y me familiarizaría con los perros. Me va a dar cuatro meses de prueba. Si todo va bien, me pondrá a trabajar con la terapia. Tengo la entrevista en un par de días.
– Se te ve emocionada.
– Lo estoy. Me gusta la idea de trabajar con los perros y de ayudar a la gente, pero no sé si éste trabajo es el correcto. Dakota y Nevada sabían lo que querían hacer con sus vidas y yo soy su trilliza, ¿no debería saberlo también?
– Tú tienes que seguir tu propio camino y descubrir que es lo mejor para ti. Puede que lo hayas encontrado ya.
– Eso espero. Estoy cansada de meter la pata.
– Montana, no te tortures. ¿Cuándo has metido la pata.
Su amiga se encogió de hombros.
– Acabo de rechazar un trabajo a tiempo completo y con buen sueldo. ¿Quién hace eso?
– Alguien que está pensando con vistas al futuro.
– Quiero ser buena en algo. Mírate. Tú eres genial en tu trabajo.
– Organizo festivales, no es que esté salvando el mundo.
– Eres parte fundamental de la comunidad. Lo que haces marca el paso del tiempo y genera recuerdos. Los padres desean llevar a sus hijos a su primer Festival del Otoño o al Sábado de Donaciones. La gente planea sus viajes para coincidir con los festivales y están en sus favoritos. Lo que haces cambia la forma de vivir de las personas.
Pia la miró.
– ¡Vaya! Debería pedir un aumento.
Montana se rio.
– Lo digo en serio.
– Y yo también -siempre había adorado su trabajo, pero nunca le había parecido tan importante-. Siempre me había centrado en el hecho de que traigo turistas al pueblo, lo cual significa más dinero para los negocios locales.
– No se trata solo del dinero.
– Tienes razón. Y por eso mismo no deberías sentirte mal rechazando el trabajo en la biblioteca. Tienes que pensar en lo que es verdaderamente importante para ti.
– Quiero hacer algo que signifique algo. He visto algunos vídeos sobre esos perros y son maravillosos. Yo podría formar parte de ello.
– En ese caso, espero que te den el trabajo.
– Yo también. Me gustaría encontrar mi lugar. Quiero ser más que mi apellido.
– No infravalores ser un Hendrix. Con eso ya estás formando parte de algo maravilloso.
– Lo sé, pero son familia, nada más.
Pia pensó en la vida relativamente solitaria que tenía y en cómo ahora sería responsable de tres niños… o eso esperaba.
– La familia puede ser lo más importante -dijo pensando lo triste que era que Keith y Crystal solo se hubieran tenido el uno y al otro y que ahora los niños solo la tuvieran a ella.
Montana volteó los ojos.
– Ahora hablas como mi madre.
– Denise es maravillosa, así que gracias por el cumplido.
– De nada.
– No necesito cortarme el pelo -le dijo Raúl mientras caminaban por la calle.
– Hablas como un crío y me espero un poco más de madurez de mi compañero de embarazo. No me decepciones.
– ¿Cuándo te has vuelto tan mandona?
– Siempre lo he sido -dijo ella con una carcajada-. Creía que te habrías dado cuenta.
El día era frío. Pia se había puesto una chaqueta roja con los vaqueros y un jersey. Sus botas la hacían parecer un poco más alta, lo cual significaba que tenia la estatura perfecta para besar, pensó él.
Le gustaba besar a Pia. También le había gustado hacer más cosas con ella, pero dadas las circunstancias, eso no era posible. Era posible que estuviera embarazada y ninguno haría nada que pudiera hacer daño a los bebés por mucho que quisieran repetir lo que habían hecho la última vez que estuvieron juntos.
Aun así, tenía un propósito más alto: cuidar de Pia igual que ella cuidaba de los embriones de Crystal.
– Es una regla sencilla -le dijo Pia-. Vas alternando entre las hermanas. Hoy vamos a ver a Bella, así que la próxima vez irás a la peluquería de Julia.
– Sigo pensando que debería cortarme el pelo fuera de aquí.
– Cobarde.
– El fútbol americano me enseñó cuándo dejar que mis compañeros me cubrieran.
Ella se detuvo junto al escaparte del salón de belleza.
– Da igual que te lo cortes fuera del pueblo, Raúl. Aun así estarán enfadadas contigo. No hay modo de ganar esta pelea, así que ¿por qué no tomar un asiento de primera fila y disfrutar del espectáculo?
– ¿Es que hay un espectáculo?
Ella sonrió.
– Ahora mismo tú eres el espectáculo.
Entró y él vaciló un segundo antes de seguirla.
Era mediodía, mitad de semana y aun así todo estaba lleno. Cuando entró en el moderno y bien iluminado establecimiento, todo el mundo… o sea, todas las mujeres… se giraron para mirarlo.
Una mujer de mediana edad con el pelo oscuro y unos preciosos ojos marrones lo observaba como dándole el visto bueno.
– Pia, ¿qué me has traído?
Pia lo agarró del brazo.
– Bella, puedo compartirlo contigo, pero no puedes quedártelo. Es Raúl Moreno. Raúl, te presento a Bella Gionni.
Bella se acercó a él con la mano extendida.
– Un placer -susurró-. Qué fuerte y qué guapo. Josh es mi favorito porque lo conozco desde que era pequeño, pero tú… te acercas mucho.
Raúl se mostró incómodo y estrechó la mano de a mujer.
– Ah, gracias.
– De nada. Estoy lista para ti.
Él se inclinó hacia Pia.
– No te marcharás, ¿verdad?
– No, me quedo aquí para protegerte.
– Bien.
Era consciente de que todas las mujeres estaban mirándolo. Estaba acostumbrado a recibir atención, pero no de un modo tan descarado.
Bella lo sentó en una silla y lo cubrió con una capa de plástico. Después se situó tras él, posó las manos sobre sus hombros y lo miró desde el espejo.
– ¿Qué quieres?
– Un corte, nada más -dijo Pia con los ojos resplandecientes de diversión-. Es su primer corte de pelo en el pueblo.
Bella sonrió.
– Y has venido a mí…
– ¿Adonde si no íbamos a ir? -preguntó Pia.
– Exacto -Bella le humedeció el pelo y se lo peino-. ¿Estáis juntos?
– No -se apresuró a responder Pia.
– Sí -insistió Raúl igual de deprisa.
Bella enarcó las cejas.
– Creo que eso deberíais aclararlo entre los dos.
Pia lo miró.
– No estamos saliendo.
– Estamos juntos.
– De acuerdo, pero no de ese modo. Solo porque… -se detuvo y miró a su alrededor, consciente de que estaban escuchándola.
Él se había referido a lo de ser su compañero de embarazo, pero obviamente ella había estado pensando en la noche que habían pasado juntos.
– Hombres -murmuró ella antes de comenzar a hablar con otra de las peluqueras.
Bella cortaba el pelo con eficiencia y seguridad.
– Así que te gusta nuestra Pia, ¿eh?
– Mucho.
– ¿Como amiga o como algo más?
– Somos amigos.
– Entonces eres tonto.
Él contuvo una sonrisa. Siempre le había hecho gracia las mujeres que decían lo que pensaban.
– ¿Por qué?
– Pia vale diez veces más que cualquier mujer con la que hayas salido. Es una buena chica. Inteligente, atenta y preciosa.
Él se giró para poder ver a Pia por el espejo. Se había quitado la chaqueta y podía ver cómo su jersey se ceñía a sus curvas. Se reía por algo que él no pudo oír, pero el sonido resultó maravilloso y lo hizo sonreír.
Era todo lo que había dicho Bella y más. Tenía corazón y carácter. Nadie sabía lo de los embriones; podría haberse olvidado de ellos y haberlos donado a la ciencia o haberse deshecho de ellos sin más, pero no había pensado en ninguna de esas dos cosas. No admiraba a mucha gente, pero ella era una de esas personas.
– Lo que le sucedió fue muy triste -continuó Bella-. Perder a su padre de aquel modo y después ver cómo su madre se marchaba a Florida. Ahí estaba Pia, en su último año de instituto y lo había perdido todo. Tuvo que pasar a cuidados adoptivos.
– Lo he oído -murmuró él, preguntándose qué clase de madre abandonaba a su hija sin pensarlo. Pia tuvo que enfrentarse a todo sola.
Se vio queriendo solucionar el problema, a pesar de que todo había sucedido hacía como una década. Aun así, era necesario hacer algo. Actuar.
– Ha tenido novios -anunció Bella.
– Seguro que sí.
– Pero nunca se han quedado a su lado, pobre Pia. No sé qué pasa, pero se marchan.
No era una conversación que quisiera tener con Bella, pensó. Su mirada volvió a Pia. Había tenido una vida difícil que estaba a punto de complicársele tres veces más. ¿Quién cuidaría de ella? ¿Quién estaría a su lado cuando necesitara ayuda?
Sabía que tenía amigas y que el pueblo se volcaría en ella, ya que Fool’s Gold parecía esa clase de lugar, pero durante el día a día, Pia estaría sola.
Se preguntó si ella habría pensado en eso, si sabía donde se estaba metiendo. Pia se giró y se topó con su mirada en el espejo. Él le guiñó un ojo y ella volvió a la conversación que estaba manteniendo.
Había estado enamorado dos veces en su vida. Su primera novia y él se habían separado y después Caro había traicionado parte de sus votos matrimoniales. No quería volver a vivir eso. Era más seguro no implicarse, pero por otro lado existía la realidad de querer una familia, de necesitar esa conexión. No podía tener una cosa sin la otra… o eso había creído siempre.
– Puedo oírte -gritó Pia por la puerta cerrada del baño.
– Estoy sentado, no hay nada que puedas oír.
Aun así, ella estaba segura de que había ruidos. O tal vez el problema era que no los había. Eso sí que era sentirse presionada, pensó mientras se levantaba y se subía las braguitas y los vaqueros.
Abrió la puerta del baño.
– No puedo hacerlo estando tú aquí -alzó las manos-. Y no me digas que no estamos en la misma habitación porque es prácticamente lo mismo.
Raúl sacudió la cabeza y se levantó.
– ¿No puedes soportar el calor, eh? -dijo con humor.
– El calor no es el problema.
– ¿Has probado a abrir el grifo del agua? El sonido podría ayudarte.
– No voy a quedarme aquí hablando contigo sobre mi incapacidad para hacer pis.
– Ya lo estás haciendo.
Ella volteó los ojos y señaló a la puerta.
– Ve al vestíbulo hasta que haya terminado.
– He metido mi lengua en tu boca.
– Ésa no es la cuestión.
– ¿Podemos tener sexo, pero no puedo estar en la habitación de al lado mientras vas al baño?
– Exacto.
– Bien -cruzó la habitación y salió, aunque asomó la cabeza-. ¿Qué le digo a los vecinos si me preguntan qué hago merodeando por aquí?
– No hagas que te mate.
Él se rio y cerró la puerta.
– Hombres -murmuró Pia antes de volver al cuarto de baño.
Después de sentarse, abrió el grifo y agarró el palito de plástico. Todo iría bien, se dijo. Hacía pis varias veces al día, tampoco era tanto esfuerzo. Era algo natural. Sencillo.
Pero en ese momento, no le parecía nada sencillo. Le parecía imposible. Cerró el agua e intentó canturrear mientras respiraba lentamente. Su vejiga se negaba a vaciarse.
«Nunca más», se dijo. El embarazo era algo muy duro. Cuando por fin lograra hacer pis en el palito, iría a comprar un helado, por mucho frío que hiciera fuera. Quería uno de nata con chocolate caliente…
– ¡Oh, no!
Cuando había dejado de prestar atención, su cuerpo había respondido. Empapó el palito, lo posó sobre un pañuelo de papel, se levantó, se sonrojó y se subió la ropa interior. Después de lavarse las manos, salió a buscar a Raúl.
– Por fin -dijo él cuando ella abrió la puerta-. ¿Lo has logrado?
– He hecho pis.
– Estoy orgulloso de ti.
– Sé simpático o te haré tocarlo.
Ella volvió a entrar en el cuarto de baño y sacó el palito envuelto para dejarlo sobre la encimera de la cocina.
– ¿Cuánto hay que esperar?
– Unos minutos.
Miraron la pequeña pantalla mientras ella podía oír el tic tac de un reloj y sentir los latidos de su corazón. Según la prueba, el resultado diría «embarazada» o «no embarazada». Tan sencillo como todo eso.
No se dio pie a especular. Una parte de ella temía haber perdido a los bebés de Crystal, pero otra parte estaba aterrorizada de que hubieran sobrevivido.
Raúl le echó un brazo por encima y ella se apoyó contra él.
La pantalla cambió y vio una única palabra: embarazada.
No había manera de malinterpretarlo.
Se quedó congelada, le dio un vuelco el estómago y tuvo la sensación de ir a vomitar. El peso de la realidad se cernía sobre ella, como una gran tormenta, pero no podía asumirlo. Embarazada. Estaba embarazada.
– ¡Lo has conseguido! -exclamó Raúl antes de agarrarla por la cintura y darle vueltas-. Vas a ser mamá.
Él parecía encantado y ella tuvo la sensación de ir a desmayarse.
¿Mamá? ¿Ella?
– No puedo -susurró.
Él la dejó en el suelo.
– Claro que puedes. Esto es genial, Pia. Los embriones se han implantado. Es una gran noticia.
Podía estar de acuerdo con él porque eso era lo que Crystal deseaba, pero por dentro estaba aterrorizada de estropearlo todo.
– Tengo que sentarme -dijo. Cerró los ojos y se centró en respirar.
Embarazada. Ahora mismo había bebés creciendo en su interior. Bebés que nacerían y se convertirían en niños, en gente de verdad. Bebés que dependerían de ella y esperarían que los cuidara.
Raúl sacó una silla y se sentó frente a ella. Le agarró las manos.
– ¿Qué pasa?
– No creo que pueda hacerlo. No puedo tener hijos, no sé cómo.
– ¿No hacen ellos todo el trabajo duro?
– Puede que en lo que respecta a formarse y crecer sí, pero ¿después qué? No estoy preparada para esto.
Él se inclinó hacia ella.
– Tienes ocho meses y medio y yo te ayudaré.
– Vas a ser mi compañero de embarazo -se levanto-. No me malinterpretes, agradezco tu apoyo, pero me preocupa menos lo de estar embarazada que lo que viene después. Voy a tener que comprar cosas y no sé qué. Debe de haber alguna lista por alguna parte, ¿no? ¿En Internet?
– Claro que sí.
– Y tendré que mudarme. Este lugar es demasiado pequeño. Necesitaré una casa -ganaba dinero, pero no una fortuna. ¿Podía permitirse tener una casa?-. Y está la universidad. Debería empezar a ahorrar, pero no sé en qué invertir. No entiendo de acciones.
Él se acercó y posó las manos sobre sus hombros.
– Cada cosa a su tiempo. Relájate, respira. Puedo ayudarte con todo esto. Te encontraremos una casa genial y te buscaré el mejor asesoramiento de inversión. Todo saldrá bien, Pia. Te lo prometo.
Ella asintió porque eso era lo que se esperaba que hiciera y claro que él la ayudaría y se lo agradecería, pero cuando nacieran los bebés ahí acabaría el trabaja de Raúl. Se iría y ella se quedaría sola. Con trillizos.
– Esto es divertido -dijo Jenny mientras desliaos la vara sobre el vientre de Pia-. Nunca hago ecografías tan pronto -no dejaba de mirar al monitor-. No podremos ver nada específicamente, solo que los embriones se han implantado.
– Lo sé -susurró Pia agarrándose con fuerza a la mano de Raúl. No le preocupaba hacerle daño, era un jugador de fútbol americano. Seguro que podía soportarlo.
Además, se había ofrecido a ir con ella al médico, así que si algo lo asustaba, tendría que aguantarse.
Pia había tenido menos de cuarenta y ocho horas para acostumbrarse a la idea de estar embarazada y había estado pasando del impacto al pánico… unas sensaciones nada cómodas.
Había intentado leer libros de embarazo, pero eso no había hecho más que empeorar las cosas. Conocer las probabilidades de que en el último trimestre te salgan hemorroides no era la clase de información que estaba buscando.
– De acuerdo -dijo Jenny con alegría-. Voy a buscar a la doctora.
Pia esperó a que la técnico se marchara y después se giró hacia Raúl.
– ¿Sabíamos que iba a hacer eso? ¿No pasa nada porque llame a la doctora?
Él se agachó y le acarició el pelo.
– No pasa nada. Antes de que empezáramos ha dicho que la doctora vendría. Es todo rutina, Pia. Lo estás haciendo genial.
¿Todas las madres sentían así el peso de la responsabilidad? Porque lo que fuera que pasara no la implicaba solo a ella, sino también a Crystal y a Keith.
– Quiero que estén bien. Los bebés. Odio estar asustada todo el tiempo.
– Tienes que relajarte. Sigue respirando.
Ella lo hizo lo mejor que pudo y por suerte, la doctora Galloway volvió enseguida y se situó junto al monitor.
– Ahí están. Tenemos tres -sonrió-. Bien por ti Pia. Todos están en su sitio.
Pia miró la pantalla intentando ver a qué señalaba. Para ella todo estaba borroso, pero no le importaba. Por el momento le bastaba con saber eso, que todo marchaba según lo planeado.
Aunque, sinceramente, la idea de tener trillizos era suficiente como para que le diera un ataque. Dos meses atrás, había tenido un gato al que había caído mal y ahora estaba embarazada de trillizos.
– Puedes vestirte. Nos veremos en mi consulta para hablar de lo que sucederá a partir de ahora.
Pia asintió.
Raúl la ayudó a sentarse y esperó a que se pusiera de pie.
– Estaré ahí mismo -le dijo Raúl.
Pia asintió porque hablar le parecía imposible.
Después de vestirse, salió al vestíbulo, donde Raúl la esperaba. La agarró de la mano y juntos fueron a la consulta de la doctora.
Ella entró primero intentando sonreír.
– Ya has iniciado el viaje -le dijo la otra mujer-. Estoy muy orgullosa de ti, Pia. No mucha gente haría lo que tú estás haciendo.
Probablemente porque estaban cuerdos, pensó ella mientras tomaba asiento. Raúl se sentó a su lado.
– ¿Y ahora qué? -preguntó él.
– Muchas cosas -dijo la doctora mientras sacaba papeles y folletos-. Un parto múltiple genera mucha alegría, pero también supone ciertos desafíos. Pero como lo sabemos con anterioridad podemos estar preparados. Pia, tienes que comer bien y dormir bien. Eres una mujer sana y no creo que vaya a haber problemas, pero tomaremos precauciones.
Le entregó unos papeles.
– Quiero verte dentro de un mes. Te vigilaré más que si trajeras solo un niño. Lee lo que te he subrayado y puedes llamarme cuando quieras si tienes alguna duda. Todo saldrá bien.
Pia estuvo a punto de decir que era imposible que la mujer estuviera tan segura, pero ¿de qué habría servido? Raúl y ella se despidieron y llegaron al aparcamiento. Una vez allí, parados junto al elegante coche rojo, Pia lo miró y al verlo tan impactado dijo:
– Así que no soy solo yo. Eso me hace sentir mejor.
– Estaba fingiendo. Vaya, trillizos. ¿Los has visto en la pantalla?
– No, pero tampoco estaba mirando demasiado. Ya estoy bastante aturdida.
– Son de verdad. Antes los bebés no eran más que una idea, pero ahora van a nacer. Vas a tener trillizos.
Ella asintió, deseando que la gente dejara de decirlo. No necesitaba tanta presión. Lo miró fijamente a los ojos y en ellos vio algo extraño.
Sí, iba a decirle que no podía hacerlo, que era demasiado para él. Y no lo culpaba. Ella tampoco podía creerlo ni asumirlo, pero en su caso no había vuelta atrás. Los bebés estaban en su cuerpo.
Aunque una parte de ella quería suplicarle que no la abandonara, sabía que no era justo. Él ya había sido más que generoso y ahora lo correcto era dejarlo libre.
– No pasa nada -le dijo-. Lo comprendo. Yo misma me siento incómoda por donde me he metido e imagino lo que estarás sintiendo tú. Has sido genial y te doy las gracias por ello. Por favor, no te sientas obligado a hacer nada más.
– ¿De qué estás hablando?
– Te dejo marchar. No tienes que ser mi compañero de embarazo.
– ¿Por qué iba a hacer eso?
– Tienes pinta de querer salir corriendo. Lo entiendo.
Él rodeó el coche y se situó frente a ella.
– No pienso irme a ninguna parte, pero tienes razón en una cosa. Ya no quiero ser tu compañero de embarazo.
Pia esperaba no reflejar su decepción; se negaba a pensar que tendría que pasar ella sola por el embarazo. Una vez que llegara a casa, tendría un ataque de nervios, pero por el momento mantendría el control.
– Lo comprendo.
Él volvió a tomarle la mano. Parecía hacerlo mucho y el problema era que a ella le gustaba… mucho. Y ahora iba a perderlo.
– No. Pia. Quiero más. Quiero casarme contigo.