Capítulo 13

Raúl pasó la noche sin poder dormir. Y no porque Peter fuera un problema, sino porque no dejó de levantarse para ir a ver cómo se encontraba el chico.

Los dos se levantaron con el despertador y tardaron mucho en prepararse. La manga de plástico que les había dado el hospital protegió la escayola mientras el pequeño se duchó. Logró vestirse, pero no abrocharse los zapatos, y se había presentado en la cocina con el pelo húmedo y un rostro sonriente.

– ¿Qué hay para desayunar?

– Gofres.

Esos verdes ojos aumentaron de tamaño.

– ¿Sabes hacer gofres?

Raúl le enseñó la gofrera que había comprado hacía unos meses después de ver una demostración en un centro comercial.

– ¡Qué guai! -le dijo Peter, que corrió a su lado para ver cómo terminaba de mezclar la masa.

– Esta es la taza que hay que usar -le dijo Raúl señalando el contenedor de plástico-. Vamos, llénala hasta esa línea.

– ¿Puedo hacerlo?

– Claro.

El chico, con cuidado, hundió la taza en la mezcla y sacó la cantidad justa mientras Raúl levantaba la de la gofrera.

– Vamos, viértelo en el centro. Ya está caliente, así se extenderá por sí solo.

Peter hizo lo que le indicaron y vio cómo la masa se extendía sobre la rejilla.

– No se llena por todas partes.

– Lo sé, pero eso es lo divertido.

Raúl cerró la gofrera y la volcó.

– ¡Vaya! -exclamó Peter-. ¡Es lo mejor!

– ¿Quieres hacer otro?

– Claro.

Raúl observó al niño, complacido de que estuviera descansado y sin dolor. Era un chico de trato fácil, brillante y curioso. Y cuando pensaba en la posibilidad de que sus padres adoptivos no hubieran cuidado bien de él le entraban ganas de ir a buscarlos, al menos al padre, y darle una paliza.

Pero ésa no era una opción, se recordó. Confiaría en que el sistema hiciera su trabajo, pero por si acaso, hablaría con Dakota para saber qué pasos había que dar para asegurarse de que Peter crecía a salvo.

Sin embargo, cuando llegó a su oficina después de dejar a Peter en el colegio, Dakota no estaba allí. Comprobó el contestador por si había dejado algún mensaje diciendo que estaba enferma, pero no había ninguno.

A las diez, ya preocupado y a punto de llamar a Pia, Dakota entró allí.

Estaba pálida y tenía los ojos rojos e hinchados. Era como si algo muy importante le hubiera sido arrebatado y él se puso de pie nada más verla.

– ¿Qué ha pasado?

– Nada.

– ¿Has tenido un accidente? ¿Te ha hecho daño alguien?

Si hubiera tenido novio, él habría dado por hecho que o la había pegado o se había acostado con su mejor amiga, pero por lo que sabía, Dakota no estaba saliendo con nadie.

– Estoy bien -dijo con voz temblorosa-. Tienes que creerme.

– Pues entonces tú tienes que ser más convincente.

Ella forzó una sonrisa que resultó más macabra que alegre.

– ¿Qué te parece ahora?

– Me da miedo.

Ella suspiró.

– Estoy bien. Sé que tengo mal aspecto, pero no estoy ni herida ni enferma. Todo marcha como siempre.

– Dakota, en serio. Ha pasado algo.

– No, nada -las lágrimas llenaban sus ojos-. No -le caían por las mejillas.

Instintivamente, fue hacia ella, pero la joven se apartó.

– Lo siento -susurró-. No puedo hacerlo. No puedo estar aquí hoy. Necesito un día o dos. Me los tomaré como baja por enfermedad, como vacaciones o como quieras.

Él estaba confundido.

– Tómate el tiempo que necesites. ¿Puedo llamar a alguien? ¿A una de tus hermanas? ¿A tu madre?

– No. A nadie. Estoy bien. Tengo que irme.

Y con eso agarró el bolso y prácticamente salió corriendo. Raúl se quedó allí, mirándola, no seguro de lo que debía hacer. ¿Dejarla marchar? ¿Seguirla? ¿Llamar a una amiga?

¿Qué había pasado? ¿Le habían dado alguna mala noticia? Pero si hubiera sucedido alguna tragedia en la familia, él se habría enterado. En Fool’s Gold las noticias volaban.

Decidió que le daría tiempo. Si no volvía al trabaja en un par de días, hablaría con ella. Y si ella no quería hablar con él, insistiría en que hablara con alguna otra persona.


Pia analizó las señales e hizo lo posible por no hablar. Por si no era suficientemente negativo que un autobús cargado de hombres llegara al pueblo, peor aún era que fuera a celebrarse una subasta de solteros.

Era humillante. No para ella en concreto, sino para el pueblo.

– Esto no me gusta.

Montana sonrió.

– Eso es porque tú ya tienes un buen hombre en tu vida.

– Aunque no lo tuviera, esto me asustaría. ¿Quiénes son estos tipos? ¿Qué quieren?

– Si tienes que formular esa pregunta, entonces es que Raúl está haciendo algo muy, muy, mal.

Pia se apartó de su amiga e hizo lo que pudo por no sonrojarse.

– Estoy recién embarazada. No estamos… ya sabes.

– Supongo que sería extraño practicar sexo sabiendo que los embriones de otros están creciendo dentro de ti.

– Vaya, gracias por decirlo tan claramente.

– ¿Me equivoco?

– No, pero aun así…

Montana sonrió.

– Bueno, ¿alguna vez habéis… ya sabes? ¿Antes del embarazo?

Pia pensó en aquella magnífica noche.

– Una vez -admitió y entones se corrigió-; bueno, en realidad fue una noche, pero varias veces.

– Impresionante. Un hombre con energía.

– Es una característica de lo más atrayente -aunque estaba segura de que llegaría un momento en el que fuera más seguro para los dos hacerlo mientras ella estuviera embarazada, tenía la sensación de que iba a tener que esperar a que nacieran los bebés antes de repetir aquella noche mágica-. Dejó el pabellón muy alto -añadió-. Y ahora deberíamos hablar de otra cosa. ¿Cómo va tu vida sexual?

– Es inexistente.

– Entonces deberías ir a ver a los chicos nuevos.

– No, gracias -Montana grapó unos mangos de cartón a las palas de la subasta-. Ahora mismo estoy centrándome en mi carrera.

– ¿Te han dado el trabajo?

Montana sonrió.

– Me lo han dado y me encanta. Los perros son geniales. Están bien entrenados y son muy simpáticos. Max es el mejor, también. Es muy paciente. Estoy leyendo mucho y he empezado con las clases online. En unas semanas me iré a Sacramento para un seminario intensivo de tres semanas y Max me lo pagara, ¿te lo puedes creer?

– Te gusta Max -dijo Pia, contenta de ver feliz a su amiga.

– Claro. Es muy agradable y lo sabe todo sobre perros y… -arrugó la nariz-. Em… no. No entraremos ahí.

– Los romances de oficina tienen mucho estilo.

– No es eso. Ya ha cumplido los cincuenta y, aunque no fuera así, lo admiro. No quiero una relación romántica con él. Somos amigos.

– Si tú lo dices…

– Lo digo -le dio un codazo a Pia-. Como estas prometida, ahora quieres que todo el mundo se empareje.

– No. Solo quiero que mis amigas sean felices y si… -se detuvo al ver la expresión de asombro de Montana-. ¿Qué?

– El anillo. Es alucinante.

Pia contuvo el impulso de esconderse la mano detrás de la espalda. Le encantaba su anillo, pero le estaba costando acostumbrarse a él. Las piedras eran impactantes y brillaba tanto que era prácticamente como una fuente de luz.

– Lo ha elegido Raúl.

– ¿Tiene algún hermano?

Eso era algo que ella debería haber sabido, pero no era así.

– Puedo preguntárselo.

Montana la agarró de la mano y miró el anillo.

– Me encanta.

– Gracias.

– ¿Te pone un poco nerviosa?

– Un poco. Nada de toda esta situación me parece real. Ni el compromiso ni el embarazo -bajó la voz-. He hecho pis en el palito y me he hecho una ecografía. Estoy embarazada de verdad, así que ¿por qué no me siento distinta?

– Has pasado por mucho en un espacio de tiempo muy breve. Ya te sentirás así.

– Eso espero -aunque Pia estaba empezando a tener sus dudas. Tal vez le pasaba algo-. ¿Y si no me vinculo a los niños cuando nazcan? ¿Y si no puedo amarlos?

– No tendrás elección. Serás una mamá genial, Pia. Deja de dudar de ti misma.

– Quiero creerte, pero no puedo. Mis padres me abandonaron, igual que todos los hombres que me han importado. Quiero pensar que con Raúl y los bebés será diferente, pero no estoy segura.

– Raúl no irá a ninguna parte. Es un buen tipo.

Era un tipo que iba a casarse con ella para formar una familia, no porque estuviera enamoradísimo de ella.

– Además -continuó Montana-, nunca se sabe cómo saldrán las cosas. Mis padres se quisieron cada día de su matrimonio y cuando mi padre murió, todos temimos que mamá no fuera a superarlo. Pero él no fue el único amor de su vida.

– ¿Qué quieres decir?

Montana sonrió.

– Lleva un tatuaje en la cadera que dice «Max».

– ¿Tu Max?

– No. Él es nuevo por aquí y el tatuaje es viejo. Dakota, Nevada y yo hemos intentado descubrir quién es y mamá no dice ni una palabra. Lo que quiero decir es que el amor surge. Te irá genial con los bebés y estoy segura de que Raúl se enamorará perdidamente de ti. Ya lo verás.


Raúl aparcó delante de la gran casa.

– Sé que es vieja -le dijo a Pia-, pero he hecho que Ethan la revise al completo y es genial. El suelo es fantástico, tiene muchas habitaciones, una gran cocina, que hay que tirar abajo, pero que luego podrías decorar cómo quisieras. Tiene un gran jardín trasero, y grandes árboles para trepar. Es la perfecta casa familiar.

Esperó ansioso mientras Pia miraba la casa de tres pisos con los ojos como platos. Estaba en uno de los barrios más antiguos del pueblo, una zona construida en los años veinte. En cuanto había visto la casa, él había sabido que era exactamente lo que había estado buscando.

– Tiene ocho habitaciones, incluyendo tres en la primera planta. La segunda tiene un gran dormitorio principal, pero he pensado que podríamos tirar abajo el muro que la separa de la habitación más pequeña para hacerla más grande. También reformaremos el baño y agrandaremos el armario.

Ella se volvió hacia él.

– ¿Porque tienes muchos zapatos?

– Sé que tú sí. Es cosas de chicas.

– Supongo que sí.

Pero Pia no parecía tan emocionada con la casa.

– ¿Estás bien? ¿No te gusta este lugar?

– Tiene potencial -dijo ella abriendo la puerta del coche-. Deberíamos pasar.

Él la siguió, preguntándose qué pasaba con las mujeres que ocupaban su vida. Dakota había vuelto al trabajo al día siguiente, pero seguía sin ser la misma e insistiendo en que todo iba bien. Era una pésima mentirosa. Y ahora Pia estaba actuando de un modo muy extraño.

La siguió hasta el porche delantero, que era tan ancho como la casa y tenía varios metros de profundidad.

– ¿Estás enfadada porque he ido a mirar casas sin ti?

– No. Dijiste que irías. No pasa nada.

Él pensó en mencionar que se había llevado a Peter el día antes con él y que al chico le había encantado la casa, pero no estaba seguro de que eso fuera a servir de algo.

– Sé que he estado ocupado -dijo mientras sacaba la llave del bolsillo- con Peter. Sus padres adoptivos volverán en un par de días. La señora Dawson los ha investigado y no ha encontrado nada extraño, así que volverá con ellos.

Ella se giró y posó la mano sobre su pecho.

– Raúl, no estoy enfadada porque te hayas ocupado del pequeño. Creo que es algo maravilloso e increíble. Es más, me encantaría cenar con los dos antes de que Peter se marche. No estoy enfadada por lo de la casa. No estoy enfadada por nada.

– ¿Lo juras?

– Sí.

Ella se puso de puntillas y él se agachó para besarla.

Sentir su boca contra la suya, su cuerpo tan cerca, hizo que quisiera agarrarla con fuerza y aprovecharse de que la casa estaba vacía. Una noche con Pia no había sido suficiente. Pero hasta que hablara con su doctora sobre cuándo era oportuno que volvieran a tener relaciones, no haría nada que pusiera a los bebés en peligro.

– ¿Esta noche? -preguntó él sabiendo que hablaban de la cena, pero deseando algo más.

– Claro.

Abrió la puerta y entraron en el gran vestíbulo. El salón quedaba a la izquierda, el comedor a la derecha y en la misma planta había también un estudio, una cocina y un cuarto de estar.

– Empecemos por arriba -dijo él señalando las escaleras.

– De acuerdo.

En la planta de arriba, señaló los tres dormitorios. A lo largo del pasillo había tres grandes armarios para la ropa blanca.

– Si quitamos este armario, podemos hacer un baño con acceso a dos dormitorios, pero ya que serán niños, podríamos convertir este otro en un aseo.

– Ajá.

Le mostró los tres dormitorios. Eran todos del mismo tamaño, con techos inclinados y ventanas salientes con bancos.

– Es genial para leer.

– Sobre todo en días de lluvia. Harán falta muchos cojines y mantas.

Él la observó. Estaba diciendo cosas acertadas, pero parecía que algo iba mal. Podía captarlo.

Ella marcó el camino hasta la segunda planta. El dormitorio principal estaba al fondo. Raúl le mostró la pequeña habitación que podría unírsele, el enorme baño del pasillo y la cantidad de espacio que tenían para almacenaje.

– Es bonita -dijo ella-. Tiene mucha luz y espacio. Me gustan mucho los detalles de artesanía.

Fueron al piso principal, donde él le contó todo lo que quería hacer con la cocina antes de llevarla al estudio.

– Esta habitación es genial. No me suelen gustar los panelados, pero la combinación de madera y ventanas funciona. Hay muchas librerías.

Esperó a que ella pasara, pero Pia, en lugar de mirar la habitación, se echó a un lado y se colocó las manos detrás de la espalda.

– ¿Pia?

Parecía perdida en sus pensamientos.

– Esta casa no es de Josh, ¿verdad? Has acudido a un agente inmobiliario.

– Me recomendó a alguien. Las casas de Josh son más pequeñas y ahora que esperamos tres niños, sabía que necesitaríamos algo más grande.

– ¿Te dijo el agente algo sobre las personas que vivieron aquí antes?

– No. ¿Los conocías?

Ella asintió.

– Esta casa pertenecía a mi familia.

¿Ella había vivido ahí? Menudo idiota, pensó.

– ¿Por qué no has dicho nada? ¿Por qué has dejado que te la enseñe?

– Quería saber lo que sería estar de vuelta aquí. Quería saber… -miró el estudio-. Mi padre se suicidó aquí dentro. Yo encontré el cuerpo.

A Pia la complació poder pronunciar esas palabras sin estremecerse. Era casi como si estuviera contando una historia sobre otra persona. Tal vez había pasado tanto tiempo que el pasado ya no ejercía ningún poder sobre ella, a pesar de tener dudas.

Se giró de espaldas al estudio y entró en el salón. Ese espacio era más seguro. Allí había menos recuerdos.

– Tenía la tercera planta solo para mí. Dormía en una habitación y tenía otra llena de sillones y con una televisión. Mis amigas venían mucho porque yo tenía unos padres guais a los que no les importaba lo que hiciéramos. Podíamos quedamos despiertas toda la noche, hablar por teléfono, e incluso robar alcohol del mueble de mi padre. Lo tenía todo. Todo el mundo me envidiaba. Creían que era muy afortunada.

Él no dijo nada, simplemente se quedó allí a su lado, escuchando mientras ella miraba por la ventana porque eso le resultaba más sencillo que ver compasión en sus ojos.

– Me llevó un tiempo darme cuenta de que no le importaba a ninguno de los dos. Yo era otra forma de mostrar su estatus. Solo nos importaba el aspecto de las cosas, y no cómo eran. Crecí siendo egoísta y mezquina. Tener más ropa de la que jamás me pondría no sustituyó tener unos padres que nunca me quisieron. Envidiaba a los otros niños que eran más inteligentes o que tenían una gran familia.

Involuntariamente, ella lo miró y por suerte no vio ninguna emoción en su expresión.

– Era mezquina -dijo simplemente-. Atormenté a todo el mundo que no entraba en mi círculo de amigos. Me reía de ellos, extendía rumores, contaba mentiras. Y todos me creían por quiénes eran sus padres -intentó sonreír, pero no lo logró-. Me habrías odiado.

– Lo dudo.

– Lo habrías hecho y yo me lo habría merecido. Cuando tenía dieciséis años, a mi padre lo acusaron de malversar fondos de su empresa. No había pagado ni impuestos ni facturas y no se sabía dónde estaba el dinero. Tal vez nos lo habíamos gastado todo. Cuando comenzó mi último año de instituto, quedó claro que lo sentenciarían por varios delitos. En lugar de enfrentarse a los cargos, se puso una pistola en la cabeza y apretó el gatillo.

Raúl fue hasta ella, pero Pia dio un paso atrás. No podía tocarla… ahora no. Si lo hacía, no llegaría a escuchar toda la historia.

– Oí el ruido y vine corriendo. Entré en su estudio -se detuvo-. No es como en las películas. No está tan limpio. Había sangre por todas partes.

Tragó saliva.

– Llamé al 911 y después no recuerdo mucho. Mi madre se marchó a Florida y yo pasé a los cuidados tutelares. Todo cambió. Ya no tenía ni esta casa ni la mitad de mis cosas. Y todos esos niños a los que había torturado se vengaron. Hicieron que mi vida fuera un infierno.

Se giró para volver a mirar por la ventana.

– No los culpo. Me lo merecía.

– ¿Y tu madre? ¿Querías ir con ella?

Asintió.

– Pero no me dejó. Me dijo que necesitaba tiempo y en ningún momento se habló de lo que yo necesitaba. Me dijo que era importante que me graduara con todos mis amigos y cuando intenté decirle que ya no tenía amigos, no me escuchó.

Se cruzó de brazos.

– No sé qué pasó con la casa. Terminé el instituto y mis notas no pudieron ser mejores… supongo que debido a que no había tenido distracciones de ningún tipo. Me echaron del equipo de animadoras y mi novio me dejó. Solicité un puesto en el Ayuntamiento y por eso ahora tengo el trabajo que tengo. Mi madre no volvió para mi graduación y me dejó claro que no era bienvenida en Florida. No la he visto desde entonces.

Sintió cómo Raúl se movió hacia ella y aunque quiso apartarse, no tenía la energía necesaria. Era incapaz de moverse, y los brazos de Raúl la rodearon y la apretaron con fuerza.

– Lo siento -murmuró con un susurro-. Lo siento mucho.

– Estoy bien.

La giró y la miró a los ojos.

– ¿Sabes? Sí que lo estás. Has pasado por un infierno y has sobrevivido.

Ella se apartó.

– No seas tan amable.

– ¿Por qué no?

– Porque entonces podría creerte.

Raúl se quedó observándola un largo rato y ella se sintió desnuda y vulnerable. Sola. Rota.

Después, volvió a acercarla y la abrazó con tanta fuerza que le costó respirar. Debería haberse apartado pero se estaba muy bien a su lado. Demasiado bien.

– Puedes creer en mí. Voy a casarme contigo, Pia. Nada malo volverá a sucederte.

Ella cerró los ojos y se apoyó en él.

– Eso no puedes prometérmelo.

– Lo sé, pero haré lo que pueda -la soltó lo suficiente para tomarle la cara en sus manos y besarla-. Nadie volverá a abandonarte.

Sus palabras hicieron que se le saltaran las lágrimas.

Raúl se aclaró la voz.

– Dado lo que ha pasado esta vez, lo mejor será que tú elijas la siguiente casa.

A pesar de todo, Pia se rio.

– ¿Tú crees?

Raúl volvió a besarla.

– ¿Estarás bien?

Ella asintió. Porque desde la seguridad que le ofrecían sus brazos, tuvo la sensación de que todo saldría bien.

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