Capítulo 15

Pia le explicó lo de Crystal, Keith y los embriones.

– Aún no sé por qué me los dejó a mí, pero lo hizo y ahora estoy embarazada.

– Trillizos -dijo Nicole-. Yo soy gemela y tuve gemelos, así que sé lo que es. Vas a tener tres. Eso son muchos pañales.

– Intento no pensar en ello -admitió Pia. Ni en eso, ni en las tomas de comer, ni en ponerlos a dormir a todos al mismo tiempo. Es más, aún estaba en proceso de negación.

– ¿Qué dijo Raúl cuando le dijiste lo que querías hacer? -preguntó Nicole.

La mujer daba por hecho que estaban saliendo y que lo de los embriones le había dado una dimensión extra a una relación que ya estaba en marcha.

– Se ofreció a ser mi compañero de embarazo -dijo decidida a ceñirse a la verdad todo lo posible.

– Eso es muy propio de él. Podrías haberte olvidado de los bebés.

– No -dijo Pia con firmeza-. Jamás los habría abandonado -porque ella sabía lo que se sentía.

– ¿Y dárselos a otra persona?

Pia sacudió la cabeza.

– Crystal me los dejó a mí. Puede que nunca sepa por qué, pero me esforzaré al máximo con sus hijos. Era mi amiga.

Nicole le apretó la mano.

– No te pareces en nada a Caro.

– No sé mucho sobre ella. ¿Cómo era?

Nicole le soltó la mano y se recostó en su silla.

– Preciosa. Inteligente. Es presentadora de noticias.

Pia ya la odiaba solo con oír eso.

– Genial.

Nicole se rio.

– Por favor, no se lo digas a Raúl, pero ésa fue mi reacción cuando la conocí. Decía lo correcto en cada momento, aunque siempre tuve la sensación de que prefería estar en cualquier parte menos con nosotros. Me gustaría decir que lamento lo de su divorcio, pero sinceramente, me sentí aliviada. Me alegra que te haya encontrado.

– A mí también -dijo Pia. Tal vez el suyo no era un amor de fantasía, ése con el que toda niña soñaba, pero era estable y sólido y para ella con eso bastaba.


Raúl y Hawk se dirigían al bar de Jo.

– Prepárate -le dijo Raúl al abrir la puerta-. No es lo que crees.

Hawk entró y se detuvo al ver las enormes pantallas de televisión. Tres estaban emitiendo culebrones y una la teletienda.

– ¿Qué demonios…?

– No preguntes -le dijo Raúl antes de mirar hacia la barra-. Jo, ¿podrías ponemos dos cervezas?

– Claro. ¿Os vais a la caverna?

– En cuanto podamos -él señaló una puerta lateral-. Por allí. Te sentirás más cómodo.

La habitación más pequeña tenía un par de mesas de billar, un par de televisores emitiendo deportes y un tono azul oscuro muy masculino. Un descanso del tono rosa y verde lima con el que Jo acababa de pintar la sala principal. Por una vez estaba relativamente ocupado por hombres, a los cuales Raúl no conocía.

Jo les llevó las cervezas y un cuenco de galletas saladas.

– Interesante lugar -dijo Hawk antes de darle un sorbo a su cerveza-. Te gusta.

Raúl asintió.

– ¿Eres feliz aquí?

– No es una pregunta muy masculina -bromeó Raúl.

– Llevo casado la gran parte de mi vida adulta. Apenas me queda masculinidad. No le digas a nadie que hablo de mis sentimientos.

– No diré ni una palabra -Raúl apoyó los brazos sobre la mesa y miró a su mentor-. Soy feliz. No sabía qué esperar cuando me mudé aquí, pero está resultando ser mucho mejor de lo que me esperaba.

– Tienes el campamento.

Raúl le explicó que estaba haciendo las funciones de escuela.

– Pasará un tiempo hasta que puedan regresar al edificio, pero aun así tendremos nuestro campamento durante el verano. Sin embargo, hemos tenido que cancelar los planes que teníamos para el invierno.

– ¿Y te parece bien?

– Me habría gustado empezar con los programas de Ciencias y Matemáticas, pero necesitaban un lugar donde ubicar la escuela. No iba a poner a trescientos niños en la calle solo por un problema de ego.

Hawk le dio una palmada en la espalda.

– Me gusta oír eso. Significa que hice un buen trabajo criándote.

– ¿No podría ser mi carácter de nacimiento?

– Lo dudo.

Se rieron y brindaron con las botellas.

– Pia parece muy agradable -dijo Hawk.

– Lo es. Nació y creció aquí. Ya te conté que organiza todos los festivales del pueblo y para ello tiene que trabajar con mucha gente distinta y coordinar muchas cosas. Cuando la escuela necesitó material y una recaudación de fondos de emergencia, lo preparó todo en un par de días -miró a su amigo-. Está embarazada.

Hawk enarcó las cejas.

– ¿Y te parece bien?

– Sí, estoy feliz -vaciló-. Los bebés no son míos.

Hawk tenía la botella en la mano, pero no bebió.

– De acuerdo, cuéntamelo todo.

Raúl se lo explicó.

– Eso requiere mucha responsabilidad, dinero y tiempo. No serán tuyos -dijo Hawk cuando terminó.

– Serán míos. Estaré allí cuando nazcan y durante toda su vida. ¿Cómo no van a ser míos?

Hawk no parecía muy convencido.

– ¿Estás haciendo esto por Caro? ¿Crees que tendrás menos problemas porque no son tus hijos biológicos? Pues si es así, te equivocas.

– Quiero ser su padre. Quiero participar en su vida, igual que tú participaste en la mía. Tú entraste en ella cuando estaba en el instituto, pero eso no significa que no me educaras tú. Puedo hacer esto. Quiero hacerlo.

Hawk dio un largo trago.

– Los niños son complicados incluso en las mejores circunstancias. Trillizos… Eso es mucha carga.

Raúl sonrió.

– Son tres cargas.

– Idiota. ¿Estás seguro de esto? Una vez que te comprometas, no habrá vuelta atrás.

– Estoy seguro -era lo que quería.

– Asegúrate de que te casas por las razones correctas.

Lo que significaba que Hawk quería que estuviera seguro de que se casaba con Pia porque la quería y porque no podía vivir sin ella. No porque estuviera haciendo lo correcto.

Era el único secreto que podía tener con su amigo. Lo cierto era que no amar a Pia formaba parte del atractivo de la situación. Había estado enamorado una vez, se había casado con Caro y había pagado un precio. Nunca más, se prometió. Y lo decía en serio.

– Pia es la única para mí.

– En ese caso, me alegro por ti.

Raúl no sabía si Hawk lo creyó o no, pero suponía que al fin de cuentas no importaba. Fuera cual fuera el resultado, Hawk estaría a su lado, igual que él estaría al lado de Pia y de los bebés.


Pia levantó la mirada de su mesa y vio a Charity Jones-Golden en la puerta.

– Estás ocupada -le dijo su amiga.

– Tengo la subasta esta noche y dentro de una semana el baile-cena. «Ocupada» es quedarse corta. «Histérica» se le acerca bastante. Es más, creo que frenética es bastante acertado.

– Entonces seguro que no tienes tiempo para ir de compras.

– Pues la verdad es que sí. Es más, creo que me serviría de terapia. A la vuelta, me compraré un sándwich y me lo tomaré en la mesa mientras trabajo.

Charity sonrió.

– ¿En serio? ¿Harías eso por mí?

– Sobre todo lo hago por mí, pero si te hace sentir mejor puedes fingir que lo hago por ti -Pia guardo el documento que tenía abierto, apagó el ordenador, agarró su bolso y se levantó-. ¿Qué vamos a comprar? ¿Joyas? ¿Muebles? ¿Unas vacaciones en el mar de Francia?

– Ropa premamá.

Pia se dejó caer en la silla con la mirada clavada en la barriga de su amiga.

– Dime que estás de broma.

– Tengo que comprar algunas cosas y tú tienes mucho más estilo que yo. Quiero tener el mejor aspecto posible cuando lleguen mis días de ballena. Ayúdame, Obi Wan. Eres mi única esperanza.

– Oh, por favor. No empieces con la Guerra de las Galaxias. Soy demasiado joven, solo recuerdo las versiones remasterizadas y tú también.

Charity seguía mirándola, con los ojos muy abiertos y suplicantes.

– De acuerdo -refunfuñó Pia mientras volvía a ponerse de pie-. Te ayudaré a comprar tu estúpida ropa premamá.

– La razón por la que te llevo conmigo es para que no sea estúpida. Y además, puede que quieras comprarte algunas cosas. Tardé un poco en dejar de ponerme mi ropa normal, pero yo no traigo trillizos.

– Gracias por mencionarlo.

– De nada.

Pia la siguió hasta el pasillo y cerró la puerta con llave. Mientras se dirigían a las escaleras, tuvo que admitir que Charity tenía un poco de razón… últimamente le apretaban un poco los pantalones y el sujetador le quedaba algo pequeño; estaban empezando a salírsele por fuera… Desde ese momento hasta que pareciera una mujer que se había tragado un balón de playa, podría ganar mucho dinero posando para anuncios de aumento de pecho.

– ¿Cómo te encuentras? -le preguntó Charity-. ¿Tienes náuseas?

– Me encuentro bien siempre que tome galletas saladas nada más levantarme. Después, puedo comer prácticamente lo que quiera. Claro que si me fijo en la lista de las cosas que debería estar comiendo, todas esas frutas y verduras, la proteína y los lácteos, no me queda mucho espacio para las calorías vacías -suspiró-. Echo de menos las calorías vacías.

– Yo también. Y el café. Mataría por un vaso de vino -miró a Pia-. ¿Crees que es malo meter un poco de Merlot en la sala de recuperación?

– Creo que les extrañaría. Además, ¿no vas a darle el pecho?

Llegaron a la calle y giraron a la izquierda, donde había una exclusiva tienda de ropa premamá justo a la derecha de Gemas Jenel.

– Dar el pecho entra en los planes -admitió Charity-. ¿Y tú?

– No he llegado tan lejos. Necesitaría un pecho mas, eso para empezar, así que no estoy segura de cómo funcionará. Aún no he leído mucho. Tengo tiempo.

– Claro que sí. Es bueno que no estés totalmente obsesionada con tu embarazo. Los dos primeros meses yo no podía dejar de leer ni de hablar de ello. Me convertí en una de esas horribles amigas que solo se preocupan de sí mismas.

– Ya me acuerdo -dijo Pia en broma.

– Una verdadera amiga no mencionaría mi desliz -le respondió Charity riéndose.

Pia se alegró cuando la conversación cambió de tema. A decir verdad, la razón por la que no había empezado a leer mucho sobre el embarazo no tenía nada que ver con estar calmada y sí mucho con el hecho de que aún no se sentía en conexión con los bebés que crecían en su interior. Eran como un ejercicio intelectual, no un vínculo emocional. Sabía que estaba embarazada, pero eso no eran más que palabras.

Con el tiempo las cosas mejorarían, se dijo. Solo habían pasado unas semanas desde que todo había empezado y tenía sentido que necesitara tiempo para asumirlo todo desde un punto de vista emocional. Por lo menos, ése era el plan.

– Josh no deja de decir que tenemos que registramos en alguna Web. He entrado en páginas donde te muestran esas listas con las cosas esenciales y solo verlas hace que me entre el pánico. Hablan de cosas de las que nunca he oído. Y hay otras cosas extrañísimas. ¿Sabías que hay un aparato que mantiene calientes las toallitas de los bebés? Metes dentro un paquete y les da calor. Las críticas dicen que no lo compres porque luego los bebés lloran cuando no estás en casa y tienes que utilizar unas toallitas frías.

Pia comenzó a sentir miedo.

– ¿Tengo que decidirme también sobre las toallitas? ¿No puedo comprar las que estén de oferta y ya está?

– Claro, pero, ¿las calentarás? Es increíble. Te juro que si haces caso de todo lo que dicen, más que una bolsita para el bebé necesitarías un camello. Y tú vas a tener tres.

Pia se sentía un poco mareada.

– Deberíamos hablar de otra cosa -murmuró.

– Y los pañales… ¿Sabes cuántos gasta un bebé de media a la semana?

– No.

– Ochenta o cien.

Charity seguía hablando, pero Pia estaba demasiado ocupada haciendo las cuentas. Con los trillizos, necesitaría entre doscientos y trescientos pañales a la semana. Si utilizaba los desechables, ¿no sería la causante de un desbordamiento de los vertederos sanitarios de Fool’s Gold?

¿Trescientos pañales? ¿Cuántos venían en un paquete? ¿Podía meter tantos en su coche? ¿Tendría que comprar Raúl una furgoneta para llevar tanta cosa?

– Es bonito -Charity se detuvo delante del escaparate donde un maniquí embarazado lucía un sofisticado vestido pantalón color burdeos con una estilo en chaqueta. La tela era de alta calidad, dibujaba bien silueta y seguro que se lavaba de maravilla.

– El color te sentaría genial -dijo Pia-, con tu pelo claro.

– Me pregunto si venden el conjunto con falda, o podría comprarme una falda negra y un top estampado, podría combinarlos y me servirían para ir a trabajar. ¿O estoy combinando demasiado?

– Lo estás haciendo bien. Vamos dentro a ver que tienen.

La tienda era más grande de lo que parecía desde fuera. Había mucha luz, muchos espejos e hileras de ropa ordenada por tipo. En el fondo, un arco conducía a una impresionante tienda que vendía todo para los bebés. Pia vio un carrito de paseo y una cuna antes de desviar la mirada cautelosamente. Estaba allí para comprar para su amiga, no para ponerse histérica. Más tarde, cuando pudiera sentarse, pensaría en todo el equipo que necesitaba e intentaría no hiperventilar. Y tal vez aceptaría la oferta de Denise Hendrix de explicarle qué necesitaba comprar exactamente una madre de trillizos.

– Hola, chicas -dijo una dependienta-. ¿Qué tal?

– Genial -dijo Charity-. Estoy mirando.

– Avísame si puedo ayudaros.

Pia miró los vestidos; tal vez era lo más sencillo de llevar, pero ya que cada vez hacía más frío, prefería unos pantalones o unos buenos vaqueros. Además, ¿de verdad quería llevar medias y mallas de embarazada o cosas de nylon?

Fue a ver los pantalones y se estremeció al ver una nada atractiva banda elástica metida por delante.

– Mira esto -dijo Charity señalando un maniquí-. Es una banda para la barriga. Es genial. Te sirve en todo momento, por ejemplo, para cuando estás demasiado gorda para tus propios vaqueros, pero no tanto para los premamá. Cubre la cremallera abierta -sonrió-. Deberías comprarte una; ojalá yo lo hubiera visto antes.

Pero Pia estaba deseando salir de allí. No estaba preparada. Aún no. Apenas estaba embarazada y aún no había aceptado que fuera a tener un bebé, así que mucho menos tres.

Vio a Charity agarrar varias prendas y esperó mientras su amiga se las probaba.

– Estás adorable con todo -le dijo Pia.

Y era verdad. Charity estaba resplandeciente. Se la veía feliz y emocionada con su maternidad. No como ella que se sentía un fraude.

– ¿No quieres comprarte nada? -le preguntó Charity mientras pagaba.

– No estoy preparada.

– Supongo que tratándose de trillizos, vas a tener que prepararte pronto. ¿Es ahora cuando te pido que vengas conmigo aquí al lado a ver muebles y te niegas?

– Iré contigo.

Tal vez echar un vistazo en la tienda de bebés la ayudaría. Al menos ahí podría consultar un libro sobre partos múltiples. Los libros que tenía en casa solo tenían un capítulo o dos al respecto.

– Ven -le dijo Charity una vez dentro de la tienda-. Hay una habitación que me encanta, pero es muy de niña y si tenemos un niño, no estoy segura de que vaya a ser apropiada.

Pia siguió a su amiga hasta una muestra de dormitorio en un tono de madera muy claro. La pequeña mesita, la cuna, la cómoda y el cambiador tenían hadas y ángeles tallados. Unos tiradores rosas y dorados resplandecían y le daban un toque brillante a los cajones.

– Sí que es demasiado de chica, pero es genial. Aunque antes de comprarla tendrías que asegurarte de que vas a tener una niña.

– ¿Es demasiado para un niño?

– A Josh le dará un ataque y eso es lo último que querrías.

– Lo sé -Charity suspiró-. Tenía pensado no conocer el sexo del bebé hasta el parto, creía que sería divertido. Siempre he sido una planificadora y esto me parecía lo último para dejarme llevar.

– Pues vas a tener que dejarte llevar en la elección de los muebles. Esto es muy de niña.

– Tienes razón -dijo Charity a regañadientes-. ¿Qué vas a hacer?

– ¿Sobre qué?

– Sobre conocer el sexo de los bebés.

– No he pensado en ello.

– Por lo que sé de la fecundación in vitro, no tendrás trillizos idénticos -dijo Charity-. Que haya tres embriones significa que fertilizaron tres óvulos distintos. Eso podía poner las cosas muy interesantes. ¿Lo quiere saber Raúl?

No habían hablado sobre ello. Es más, no habían hablado nada de los niños. Ella no sabía qué pensaba sobre tener hijos, solo sabía que los deseaba. ¿Qué esperanzas y sueños tenía él para esos niños? ¿Querría saber si iban a tener niños o niñas?

Se apoyó en la cómoda para mantener el equilibrio. Había más. No habían hablado ni de dinero ni de sus objetivos de vida. Ni siquiera sabía de qué religión era o si abría los regalos en Nochebuena o en Navidad.

¿Cómo podía haber accedido a casarse con un hombre al que no conocía de nada? ¿No deberían tener un plan para conocerse el uno al otro? Claro que ella era la misma que había permitido que le implantaran los bebés de su amiga sin pensar en el futuro.

Sería la madre de tres niños y tendría que criarlos durante los próximos dieciocho años. O más, si los precios de la vivienda seguían subiendo. ¡Pero si apenas podía ocuparse de ella misma! Y, por si eso fuera poco, también estaba la humillante relación fallida con Jake, el gato.

– No puedo hacerlo -dijo.

– ¿Qué pasa? -preguntó Charity, preocupada.

Pia tenía que salir de allí. No podía respirar, no podía pensar.

Miró su reloj.

– Tengo que irme. Tengo que… -la mente se le quedó en blanco, pero entonces arrancó de nuevo y le ofreció una excusa perfecta-. Mañana tengo una reunión del consejo y tengo que volver al trabajo para prepararla.

– Yo también -le dijo Charity-. Vamos a hablar del presupuesto. Ninguna podemos tomar cafeína. ¿Cómo se supone que vamos a mantenemos despiertas?

Pia estaba impresionada. Debía de sonar normal cuando por dentro estaba al borde del colapso.

Logró llegar a su oficina, pero en lugar de preparar la reunión, se quedó en su diminuto cuarto de baño agarrada al lavabo.

La pregunta obvia era, ¿en qué había estado pensando? Pero ya conocía la respuesta: no había pensado. Había estado reaccionando a la pérdida de una amiga querida y ahora que estaba embarazada, ¿estaba haciendo lo posible por mantenerse informada? Había hecho algún cambio en su vida para prepararse para la llegada de los bebés?

De acuerdo, sí, había dejado el alcohol y la cafeína y tomaba vitaminas y comía mucha fruta y verdura, pero ¿con eso bastaba? No sabía cuántos pañales al día necesitaba un bebé. No quería mirar muebles ni ropa premamá. Si Crystal de verdad supiera cómo era, estaría horrorizada de saber que ella tendría la custodia de sus hijos. Porque por primera vez era consciente de que esos bebés eran reales y estaba horrorizada.


Todo el pueblo se presentó a la subasta. Pia contemplaba la multitud y vio que ser el objeto de tanta atención masculina era bueno para su emocionalmente frágil estado.

Desde que había llegado al centro de convenciones, le habían pellizcado el trasero en dos ocasiones y le habían pedido salir más veces de las que podía recordar.

Por lo menos habría trescientos tipos por allí y el doble de mujeres. Los puestos estaban haciendo mucho negocio, lo cual significaba ingresos para el pueblo. Genial.

– Hola, guapa.

Pia levantó la mirada de su carpeta y vio a un hombre alto y mayor sonriéndole. Le faltaban unos cuantos dientes y necesitaba un buen afeitado.

– ¿Vas a pujar por mí esta noche? -le preguntó arqueando las cejas.

– Lo haría si pudiera -respondió ella con un intenso suspiro-, pero estoy embarazada.

Él bajó la mirada y retrocedió.

– No me interesan los niños.

– Eso lo oigo mucho.

El hombre se dio la vuelta y casi salió corriendo en la otra dirección. Montana corrió hacia ella.

– Esto es genial. Estoy deseando que empiece el concurso de talentos. Un tipo me ha metido mano. Debería estar enfadada, pero casi me ha resultado divertido.

– Espera una hora más y entonces empezarás a encontrarlo irritante. Le estoy diciendo a todo el que me habla que estoy embarazada y es muy efectivo.

Dakota se unió a ellas. Llevaba un refresco en una mano y palomitas en la otra.

– La mujer del perro bailarín es la primera en el concurso de talentos. Me muero de ganas por verlo.

Pia se rio.

– Es un evento serio, chicas. Comportaos.

– Es una mujer bailando con su caniche -apuntó Dakota entre carcajadas-. Me encanta este pueblo.

Pia miró a su alrededor y vio la multitud que abarrotaba el centro de convenciones. Y, a pesar de la locura, ¡le encantó!


A la tarde siguiente, Pia logró estar presente en la reunión del consejo sin quedarse dormida. Y, dada la noche que había pasado en la subasta, eso era decir mucho.

Las actuaciones se habían sucedido a su tiempo y en la subasta de solteros los hombres más atractivos que habían dicho tener trabajo habían sido los más solicitados: no había sucedido nada embarazoso y eso significaba que los medios de comunicación serían relativamente benévolos con ellos.

Una crisis superada y ahora aguardaban otras cuarenta y siete. Por lo menos los actos de esa noche habían evitado que pensara en lo pésima que era como futura madre.

Estaba intentándolo y eso debería contar, se dijo. A medida que se viera más embarazada, se vinculara con los bebés. Se prometió que leería más y que sabría qué pasos debía ir dando.

– Esperamos que ayuden los ingresos de la afluencia de turistas -estaba diciendo la tesorera.

– Y con «turistas» se refiere a hombres -aclaró la alcaldesa con un suspiro-. Pia, la subasta se desarrolló sin incidentes anoche. Muchas gracias.

– De nada. Aún no tengo el total del dinero recadado, pero hicimos mucho. Vamos a descontar los costes de los preparativos y todos los beneficios van directamente al pueblo.

– Supongo que si tenemos que estar en mitad del circo, podríamos sacar algún beneficio -dijo Marsha-. ¿Quién es el siguiente?

Pasaron a hablar de los presupuestos. En un momento determinado, Charity intentó contener un bostezo, pero vio a Pia y sonrió.

Pia asintió. No era un tema que pudiera mantener a una muy despierta y prestando atención. Se movió en su silla y sintió un calambre en la tripa. Al principio no pensó en ello y se limitó a escuchar la última información sobre el incendio y los costes de reparación.

Los calambres aumentaron e intentó recordar si le tocaba el periodo. Normalmente lo anotaba en su agenda para estar preparada…

La invadió el miedo. No podía tener el periodo. Estaba embarazada. No debía tener esos calambres.

– Oh, Dios -dijo con la respiración entrecortada y sin atreverse a moverse, no segura de qué hacer.

Todo el mundo se volvió hacia ella y otro calambre la sacudió, uno que fue mucho peor.

Y entonces lo sintió. Algo líquido. Se levantó y bajó la mirada. Tenía la silla cubierta de sangre.

Comenzó a gritar.

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